cover
portadilla

Índice

Portada

Créditos

I

II

III

IV

V

VI

VII

VIII

IX

X

XI

XII

XIII

XIV

XV

Notas

A mi hermana Alice,

y en memoria de nuestra madre, Shine,

con cariño, respeto y gratitud.

Arroja al chiquillo a las rocas,

que se amamante de la ubre de la loba,

que hiberne con el halcón y el zorro,

que adquiera fuerza y agilidad en manos y pies.

RALPH WALDO EMERSON,

Confianza en uno mismo

I

Cuando era pequeña pensaba cómo podía matar a mi padre. Cada vez que se me ocurría una manera la repasaba mentalmente hasta que la tenía bien pulida.

La que más me gustaba era meterle una araña venenosa en la cama. La picadura lo mataría y lo dejaría todo hinchado y yo me estremecería al encontrarlo así. Claro que llamaría a urgencias y les diría que vinieran corriendo que a mi padre le pasaba algo. Cuando llegan yo estoy muy alterada y no sé qué hacer mientras dos chicos de color colocan el cuerpo de mi padre en una camilla con ruedas. Me quedo al lado de la puerta y miro temblando de pies a cabeza.

Pero yo no maté a mi padre. Se mató él solo de tanto beber el año después que los del condado me llevaran a vivir a otra parte. Oí que lo habían encontrado encerrado en casa muerto y todo eso. Luego me enteré de que lo habían enterrado y habían alquilado la casa a una familia de cuatro miembros.

Yo lo único que hacía era desear de vez en cuando con todas mis fuerzas que se muriera. Y puedo decir con seguridad que estoy mejor ahora que cuando él vivía.

Vivo en una casa de ladrillo limpia y en general me dejan a mi aire. Cuando empiezo a oler me doy un baño y la gente me dice lo guapa que estoy.

Aquí hay comida a montones y si se acaba algo vamos a comprar más y ya está. Para desayunar me he hecho un bocadillo de huevo, con mayonesa en los dos lados. Y puede que me haga otro para comer.

Hace dos años casi no tenía nada de nada. No es que ahora viva rodeada de lujos pero me gusta que el autobús del colegio me recoja aquí cada mañana. Lo espero toda aseada delante de casa con la hierba verde y los setos recortados.

Creo que me ha ido bastante bien considerando que el resto de mi familia o están muertos o locos.

Cada martes viene un señor que me saca de Sociales y me lleva a una habitación donde hablamos de todo.

La semana pasada extendió unas fotos de murciélagos para que yo las comentara. Yo no veía más que murciélagos. Pero luego vi unos agujeros grandes por los que podía caer un cuerpo. Agujeros negros y hondos que atravesaban la mesa y el suelo. Entonces se quitó las gafas y levantó la cara haciendo una mueca para decirme que estaba asustada.

Antes sí que tenía miedo pero ahora ya no. A veces me pongo un poco nerviosa pero nunca tengo miedo.

Ah, pero me acuerdo muy bien de cuando tenía miedo. Todo iba tan mal que parecía que se había soltado algún tornillo y mi familia se tambaleaba. Una de las atracciones más vertiginosas se rompió y el encargado se fue y nos dejó dando vueltas y sacudidas hasta descarrilar. Y los dos murieron cansados de dar tantos tumbos, exhaustos y enfermos. Dime si no es una manera bonita de morir. Ella enferma y él borracho. Al final se dejaron llevar y el viento los arrastró de un lado para otro.

Hasta la piel de mi madre parecía cansada de contener su débil ser. Se apuntalaba junto a la nevera y observaba cómo mi padre daba vueltas alrededor de la mesa maldiciendo todo lo que le hacía algún mal. Ella ponía una cara muy triste como si todo fuera culpa suya.

La enfermedad no pudo evitarla pero nadie la obligó a casarse con él. Lo que pasa es que cuando era como yo tuvo la fiebre romántica me parece que se llama y desde entonces no está bien del corazón.

A veces sale del hospital. Yo de ella me hubiera quedado allí con el aire acondicionado mientras te hacen carantoñas y te llevan cestas de fruta.

Pero no. Cuando vuelve él empieza inmediatamente. Igual que antes. Arrellanado en su poltrona como si fuera el rey. Y no para de decir tráeme esto o aquello.

En cuanto cruza la puerta le pide la cena. ¿Qué tiene pensado? quiere saber. ¿Le gustaría saber lo que tengo pensado yo? Ella lo mira directamente pero no a los ojos o a la boca sino a toda la cara y a la fealdad que transmite. Y él dale que te pego con la cena y que cómo está tan crecida la hierba del patio. Más a la manera de un niño grande malcriado que como un adulto.

Yo le cojo la maleta y se la llevo al cuarto. Pero mientras escucho como habla él y ella no le contesta ni una palabra. Está de pie entre su malvada alteza y el televisor mirándolo y aguantando el rapapolvo.

Es como un muñeco de cuerda gigante. Es demasiado lastimoso aunque sea mi padre. Y ella está demasiado débil y demasiado dolorida para juntar la fuerza que hace falta para sacar las palabras que terminen con todo. Se queda allí de pie dejando que afile su maldad con ella.

Ve de una vez a la cocina y hazme algo de comer. Todo este tiempo que no estabas he tenido que hacerme la comida yo, le dice.

Y eso es una mentira que se ha inventado. Hacerse la comida él. Ja. Si yo no preparaba algo para los dos teníamos que ir al centro a comprar pollo preparado. A mí también me apetecía comer algo decente pero no pensaba decir nada.

Si me hubieran preguntado qué hacer yo habría dicho que comiéramos galletas saladas con queso. Cuando te acaban de operar lo que te conviene es quedarte en la cama sin que te incordie ningún marido. Pero ella no se va al cuarto sino que da media vuelta y entra en la cocina. ¿Qué puedo hacer yo más que alcanzarle las cosas? Pongo la mesa y me entran ganas de escupirle el tenedor.

Aquí nadie le grita a nadie que haga nada.

Mi nueva mamá pone la comida en la mesa y todos nos servimos por turnos. Luego comemos y lo pasamos bien. Tostadas o bollitos con lo que te apetezca. Huevos preparados de todas las maneras posibles. Maíz desgranado el mismo día que lo comemos. No apoyo los codos sobre la mesa y me limpio la boca con la servilleta como una dama. Nadie grita, se echa pedos ni da de comer a los perros por debajo de la mesa. Cuando todo el mundo ha terminado de comer mi nueva mamá mete los platos en un aparato, cierra la puerta, lo enciende y hala, ya están limpios.

Mi madre no dice que está cansada o dolorida. Preguntó quién se había ocupado de tenerlo todo tan limpio y él se atribuyó el mérito. No sé a quién cree que engañaba. Yo sabía que mentía y mi madre también. Solo lo preguntó por decir algo.

Madre pone la comida en la mesa y él quiere saber qué miro. A ti encorvado encima del plato como si fuéramos a quitártelo, viejo puerco. Pero no lo digo.

¿Por qué no comes? quiere saber.

No tengo apetito, le contesto.

Pues más vale que comas. Por la cara de tu madre esta podría ser su última cena.

Está tan seguro de que tiene gracia que se ríe sus propios chistes.

Todo el tiempo lo miro a él y a ella y trato de entender por qué la odia tanto. Cuando no se da cuenta le echo mal de ojo. Mi madre parece que está a punto de meterse debajo de la mesa y echarse a llorar.

Dejamos a ese asqueroso en la mesa y nos vamos a la cama. Ella tiene dolorido todo el pecho y moratones hasta el cuello. Me dan ganas de volver la cabeza hacia otro lado.

Entre las dos conseguimos que se quite el vestido y se ponga algo más cómodo para dormir. La ayudo a acostarse y luego me deslizo a su lado. Ella vuelve la cabeza contra la almohada.

Me quedo contigo. Me quedo contigo un ratito.

Ahora en casa de mi nueva mamá me quedo en la cama hasta tarde y miro cómo llueve. Aquí nada me reclama.

Tengo una bolsa de caramelos. Los como de uno en uno para que me duren. Lo único que me queda por hacer es cenar y lavarme.

Mi habitación es tan bonita que no me canso de mirarla.

Cuando junte bastante dinero pienso comprar unos cristales de esos de colores que se cuelgan de la ventana. Aquí tumbada me imagino cómo quedaría. Ya tengo unas cortinas a cuadros rosas y blancos con borlitas en los bordes. Me las hizo mi nueva mamá. También me hizo unas fundas a juego en las que meto las almohadas cada mañana.

Todo hace juego. Es todo muy bonito y muy limpio.

Cuando me canse de estar aquí tumbada con los caramelos alisaré la colcha y lo recogeré todo. Puede que entonces me ponga a jugar con los demás. Pero a lo mejor me quedo aquí tumbada hasta que note por el olor que el pollo frito está listo.

No sé si lo oye marcharse por la puerta de atrás. Está lo suficientemente quieta como para haberse dormido. Se va en la camioneta como si tuviera algún asunto que atender. Y todos sabemos que ha ido a buscar algo de beber. Luego lo trae a casa como si fuera Santa Claus. Coloca el paquete al lado del sillón y entonces acomoda todo su perezoso cuerpo y le grita a alguien, que soy yo, que encienda el televisor. Yo estoy que echo humo.

Los gritos sobresaltan a mi madre que si se había dormido ya está despierta. Cada vez que suelta una palabrota ella aprieta los dientes. Cuanto más bebe menos sentido tiene lo que dice.

Cuando empiezan las carreras de perros ya está tumbado en el suelo del cuarto de baño y no se puede levantar. Yo sé que tengo que entrar y zarandearlo. Cada sábado pasa lo mismo. Esta semana ella no necesita encontrar a un cerdo amarrado al váter.

Me levanto, y le digo que se levante que la gente tiene que entrar a hacer sus necesidades. Que se eche en la camioneta.

Él gruñe y me quiere agarrar el tobillo pero falla.

Venga levanta le vuelvo a decir. Cuando está así hay que ser firme. Si lo dejara se quedaría ahí hasta que se pudriera así que lo golpeo ligeramente con el pie. Con las manos no lo toco. Ver cómo se levanta agarrado al lavabo me da ganas de vomitar a mí también. Atraviesa el cuarto de estar haciendo eses y supongo que logra salir por la puerta. Al menos no lo oigo caerse por las escaleras.

¿Y de dónde ha salido ella? Está de pie en la puerta mirándolo todo.

Vuélvete a la cama, le digo a mi madre.

Madre es fácil de cuidar. Se vuelve al cuarto sin más problemas. Solo está algo rígida y le cuesta moverse. La meto en la cama y le digo que él va a pasar la noche fuera. Empieza a gimotear y le digo que no hay motivo para llorar, pero sigue hasta quedar agotada.

No debería dejarlo entrar más.

Un hombre hecho y derecho debería traerle comida y libros para que se entretuviera. Pero esta noche él se encarga de sus cosas. Como si ella no estuviera enferma o no fuera nada suyo.

Se acerca una tormenta y yo me voy a quedar aquí con mi madre hasta que vea que el pecho le sube y le baja regularmente. Hondo y regular y lejos del hombre de la camioneta.

Huelo la lluvia y en el aire cargado noto la tormenta que se acerca.

Él seguirá durmiendo pese a los truenos y la lluvia. ¡Ay! Qué ganas tengo de que empiecen los relámpagos y se venguen de él. Pero yo no controlo las nubes ni los truenos.

Y la manera en que el Señor actúa es cosa suya.

II

Por la mañana oigo entrar a mi padre en la casa. No procura no hacer ruido. Si tuviera un caballo subiría con él los escalones. No se acuerda de anoche y es lo suficientemente tonto para creer que nosotras tampoco.

Mi madre se ha levantado sola de la cama. Yo debo haber dormido como un tronco porque no la he oído. Aún llevo puesta la ropa de ayer. Me ahorraré un poco de trabajo esta mañana.

La ha hecho ir a la cocina sola. Ya sé que no le hará nada con las manos. A lo mejor le tira una taza o un tenedor pero no la tocará porque dejaría señales.

Procuro no dejarla a solas con él. Ni siquiera cuando están los dos dormidos en la cama. Mi cuna todavía está en su cuarto así que cuando los oigo por la noche cojo una pataleta y no paro hasta que me dejan dormir allí. Si yo estoy cerca tendrá que pensarlo dos veces.

Ahora tengo que ir a ver pero la puerta está cerrada. Necesito una cosa de la cocina así que entro a buscarla.

Ella está sentada en una punta de la mesa y él en la otra registrándole el billetero. Hay unas pastillas para el corazón esparcidas por la mesa y tiene el frasco en la falda.

Dame el frasco que voy a guardar las pastillas. Cuestan dinero, le digo.

No le quedan más pastillas. Se ha tomado casi todo el maldito frasco, me dice él mirándola.

Vomítalas, madre. Yo te meto el dedo en la garganta y tú las vomitas. Me mira y me doy cuenta de que no va a vomitar. No se va a mover.

Bueno, entonces me voy a la tienda a llamar por teléfono.

Pero mi padre dice que me matará si intento salir de casa. Yo sabía desde siempre que era malo pero no tenía pruebas.

Que nos mataría a mí y a mi madre con un cuchillo. Nos mira a las dos frotando el billetero, paciente, mientras se sienta y espera que la gente muera. Quiere que la vuelva a llevar a la cama.

Mierda, lo único que le hace falta es dormir un poco, dice. Llévatela y procura que duerma hasta que se le pase. Me aseguró que las pastillas no le harían daño.

Vamos a descansar un poco más. Todavía es temprano y tenemos que descansar un poco más.

A mí me encanta cenar bien, lavarme los dientes e irme a la cama temprano. Si no tengo sueño siempre encuentro algo que hacer.

Últimamente me pongo a leer libros viejos en la cama. Le dije a la bibliotecaria que quería leer todo lo que valiera la pena así que me hizo una lista. Eso fue hace dos años y ahora ya voy por las hermanas Brontë. No leo tebeos ni el periódico. Me entero de las noticias que quiero saber por la televisión.

No soporto los cuentos que leemos para el colegio. Cindy o Lou, con el perro o el gato, siempre emprendiendo alguna aventura. A veces se encuentran a un bandido o se montan en un tren de mercancías, pero el policía o el maquinista siempre los salvan y los llevan a casa y siempre siguen siendo niños buenos.

Yo prefiero los cuentos antiguos. Cuando empecé el proyecto me gustó el de la dama de la Edad Media que se reía y llevaba botas rojas. Iba de viaje con un grupo de personas contando historias y dándose palmadas en la espalda.

Lo que estoy leyendo ahora es un poco complicado para mí pero está en la lista. Hombres y mujeres que van de un sitio para otro a escondidas en una casa grande y oscura metiéndose en las cosas de los demás. La bibliotecaria me dijo que la autora y sus hermanas escribían libros porque en su época no podían trabajar. Pero seguro que eran ricas y no necesitaban trabajar.

Podría quedarme toda la noche leyendo. No puedo dormirme si no leo. Hay un momento en el que el cerebro no tiene nada constructivo que hacer y se dedica a dar vueltas. Yo le obligo a dejar de hacerlo leyendo hasta que se apaga del todo. Es que creo que es mejor hacer alguna cosa hasta el momento en que te duermes.

Siempre quiero acostarme aquí. Ella me pasa el brazo por encima y yo apoyo la cabeza contra su costado. Y me meto dentro y me hago sitio. Es como si mi corazón fuera el único que latiera.

El de ella se ha parado.

Maldito sea. Que se vaya al fondo del infierno. Maldito sea. Qué hago ahora. Cuando empiece todo vendrá la gente y querrán saber por qué y yo no les puedo decir por qué. Pero aún no van a venir, aún tardarán un poco. Ahora mientras duerme está conmigo pero ya no respira. No tengo por qué decírselo así que lo dejo que se quede ahí sentado pensando por qué estamos tan calladas aquí dentro. Por qué esta casa está tan silenciosa mientras en todas partes la gente se alegra de recibir el día.

Culpable y atado a su silla por Dios y el miedo a una dulce mujer muerta.

Puedes descansar conmigo hasta que venga alguien a buscarte. No diremos nada.

Ese vestido es horroroso y no me pongas las manos encima es lo que debería decirle. Pero yo cierro la puerta del cuarto de baño y dejo a mi tía al otro lado para quedarme sola.

¿Es mío este carmín ahora? Creo que no debo ponerme carmín para ir a la iglesia. Ella me dejaría pero a lo mejor alguien dice algo.

Déjalo, déjalo como estaba. Cuando sea mayor podré volver y usarlo. Cuando no sea para jugar. ¿No les ha hecho falta para vestirla? Alguien ha debido de llevarle otra barra. Esta se la dejó en casa. Seguro que no pintan a todos los clientes con la misma barra.

Me voy a lavar la boca y me quedo sentada en el váter mirando. Los veo a todos por la rendija de la puerta. Todos los que no he visto desde Navidad sentados y cogiéndose las manos unos a otros.

Mi padre está pensando lo bueno que le sabría un trago de cualquier cosa. Antes de que llegaran ha recogido todas las latas de cerveza y las ha metido en el porche de atrás.

Alguien ha debido darle ese traje. Nunca se pone más que la ropa de trabajo gris. Yo quiero coserle un parche encima del bolsillo con su nombre BILL. Podría ser como el hombre de la gasolinera Esso. ¿En qué puedo servirle, señora? ¿Le controlo las ruedas? ¿Le cambio el aceite? ¿Le clavo un cuchillo?

Desde el domingo por la mañana no ha hecho otra cosa que abrirle la puerta a la gente y sacudir la cabeza para decir sí o no. Su hermano Rudolph lo metió en el coche y se lo llevó al pueblo a elegir el ataúd. Yo sé que las hermanas de mi madre lo echaron cuando llegó. Las que tienen gusto son ellas.

Está ahí sentado con los dos pies en el suelo y los ojos enrojecidos pero no de llorar. Cuando pasa alguien y se agacha a decirle algo al oído él les palmea el hombro. Sigue de rey. Pero ahora callado.

Por fin lo ha hecho callar.

III

Bueno, me despierto y tengo todo el día por delante. ¿Qué quiero hacer con él? Iré a buscar un poni y lo montaré. Puedo llevarme algo de comer para mí y para el poni en una bolsa y así pasar fuera todo el día. A lo mejor le digo a Jo Jo que venga conmigo. Pero creo que hoy tiene clase de baile.

Yo ya sé bailar.

Tengo que levantarme y comer lo que huelo. La puerta del horno se abre con un chirrido y ella saca unos bollitos blancos y redondos.

Tengo la ropa que llevé ayer al pie de la cama para cambiarme debajo de las mantas. No hay por qué coger frío tan temprano. Hoy lo único que me importa es cambiarme la ropa interior. A la hora de cenar todo me olerá a poni.

A lo mejor hoy nadie ha pensado montar el poni Dolphin. Aquí el único inconveniente es que hay que esperar tu turno. Hoy me tocará a mí si soy la primera en bajar a desayunar.

Mi pelo se alisa sin necesidad de peine. Estoy bien siempre que no me mires por detrás.

En la mesa estoy a gusto con los bollitos. Solo tengo frías las manos. Las extiendo encima de la bandeja hasta que mi nueva mamá me dice de una manera amable que hacerlo es de mala educación. Así que me siento encima de las manos hasta que los bollitos están lo suficientemente fríos para tocarlos. Los demás van llegando de uno en uno o de dos en dos pero ven que yo he llegado la primera y me toca a mí el primer bollito y el poni.

No quiero seguir mirándolos. Lo que se mueren de ganas de decir los hace retorcerse.

¿Pero qué esperabas? Si te casas con basura ya verás lo que pasa. Yo misma se lo hubiera dicho a cualquiera.