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TE REGALO EL FIN DEL MUNDO

Autor: José María Villalobos

Correción: Isaac López Redondo y Daniel García Raso

Arte y maquetación: Domi Vakero

Ilustraciones de portada: Daniel Cisneros

Primera edición: Marzo 2020

ISBN: 978-84-17649-58-6

Producción del ebook: booqlab

©2020 Ediciones Héroes de Papel, S.L.,sobre la presente edición

P.I. PIBO. Avda. Camas, 1-3. Local 14. 41110 Bollullos de la Mitación (Sevilla)

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra:

(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

 

 

Doy las gracias a la familia que me tocó en suerte.

A la mujer que me eligió.

A los Héroes de Papel que me acogieron en sus filas.

Les quiero y admiro.

Y gracias al cine, a los videojuegos, a la música, a la literatura y la poesía, a los tebeos, porque no se limitaron a hacer mi vida más llevadera, la convirtieron en un viaje alucinante.

NOTA DEL AUTOR

Te saludo, querido lector. Tienes entre las manos una aventura en formato reversible. Eso quiere decir que cuando termines la novela podrás girarla verticalmente y seguir desde la contraportada. Te espera allí una colección de relatos acerca del universo descubierto que te hará asentir con complicidad. Y sí, ahora mismo estás en el lado correcto. Que disfrutes del viaje.

ÍNDICE

PARTE I

PARTE II

PARTE III

PARTE IV

PARTE V

PARTE VI

PARTE VII

PARTE VIII

PARTE IX

PARTE X

 

¿Adónde iremos cuando la Tierra ya no sea habitable,
si la respuesta no se halla en las estrellas?

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ANHELO DE KANSAS

El sol resbala vencido y perezoso entre las Torres Gemelas pintando de tonos anaranjados el atardecer. A Roy le gusta observar ese momento desde la ventana de su apartamento en N-Manhattan. Lejos de resultar placentera, la escena le deja siempre una sensación de extrañeza y misterio. En el mundo real, mirar directamente el candente astro quemaría sus pupilas, pero aquello no es el mundo real sino una postal digital, un reflejo idealizado de lo que una vez fue.

A finales del siglo XXI, tras casi una década desde el Gran Apagón de la Realidad, la mente humana había ido sepultando la remembranza del mundo físico por cuestiones meramente prácticas. Teniendo en cuenta que todo un nuevo universo virtual se mantenía en pie gracias a la capacidad de procesamiento de los cerebros de los supervivientes, bien estaba sacrificar los recuerdos de una infancia feliz o desdichada, de los paseos cogido de la mano de aquel amor de juventud o del sabor de un helado sentado en un banco en el parque, por mantener en pie el presente y el futuro de la humanidad.

Roy había pensado hacía tiempo en el alto precio a pagar que suponía ponerse en manos de multinacionales tecnológicas pero, al fin y al cabo, no existía ninguna otra posibilidad de sobrevivir en un planeta calcinado. La teoría de que sin la implicación humana la Tierra se regeneraría más rápido de lo que uno pudiera imaginar se desvanecía poco a poco, casi sin darse cuenta, con el lento paso del tiempo. Un importante grupo de resistencia había surgido para poner en entredicho a K-Corp, la gran corporación que se había adueñado de los sueños de todos. Los rumores que propagaba la insurgencia sobre una Tierra ya de nuevo habitable chocaban con la brutal represión de los altos poderes y la apatía general. A Roy le daba la sensación de que cada vez importaba menos volver a pisar en firme sobre el asfalto, hundir los dedos de las manos en la arena de una playa o notar el frescor de la hierba bajo los pies desnudos. Reconstruir un mundo en ruinas resultaba además menos atractivo que expandirse hacia las estrellas en un siempre excitante universo procedimental.

Esa mentalidad había ido arraigando en su cabeza cada vez más, pero hoy, 21 de junio del año 8 tras el Gran Apagón, ocurre algo. Roy encuentra entre la niebla que enturbia su memoria el recuerdo de la Dorothy de viejo celuloide, de cómo, viendo de pequeño El mago de Oz, le decía a su madre que no entendía por qué la protagonista quería abandonar aquel fantástico reino multicolor para volver a un Kansas en blanco y negro. Mientras el sol digital desaparece tras el horizonte de N-Manhattan para dar paso al habitual cielo cubierto de auroras boreales, aparece la respuesta en su cabeza: «Porque Dorothy sabía que Oz no era real, sabía que aquel no era su hogar, no lo era, maldita sea». Roy baja la persiana y se dirige hacia la calle con un pensamiento que no debería estar ahí: «Y este lugar tampoco es el mío».

PROYECTO NUEVA GÉNESIS

Las sondas se adentraron en la nada. Líneas divergentes partiendo en múltiples direcciones hacia lo desconocido. Cada cierto tiempo, un planeta se generaba al paso de uno de los bots y este mandaba los datos a sus creadores. Un sistema solar quedaba fijado pocos segundos después en el mapa estelar. Desde la superficie de uno de esos nuevos mundos el cielo rosado cubrió bajo su manto la rica orografía. Enormes bestias comenzaron a moverse con lentitud al calor de una recién nacida estrella. Antes de la llegada de la sonda solo existía el vacío. No había preexistencia, solo un algoritmo madre, una semilla de falsa vida que en un momento dado activaría la génesis.

En la sala de control, el viejo y sabio doctor Nolan Jonas y un selecto grupo de reputados científicos, ingenieros y desarrolladores de videojuegos observaban atentos la explosión de aquel big bang inédito. Un lienzo sin límite capaz de albergar más de cuatrocientos mil millones de estrellas había obligado a experimentar primero con bots, sondas digitales que lanzar hacia el infinito para comprobar si nada colapsaba los planes previstos.

—Doctor, es hora de dar el salto, ¿No le parece?

Nolan, de expresión cansada, se volvió para responder a su recién llegado interlocutor.

—Señor Klauss, da la sensación de que solo aparece usted por aquí cuando lo cree conveniente. Aunque esta vez se ha adelantado. Todavía no estamos preparados para integrar en el corazón de este superordenador cuántico un cerebro humano.

Klauss, cuyo carísimo traje contrastaba con las batas de laboratorio y las gastadas camisetas geeks, frunció el ceño de su espigada cara en señal de desaprobación.

—¿Que no estamos preparados? La Tierra se muere y parece que usted quiera arrastrarnos a la tumba con ella. Si esperamos más no habrá nada que probar. Todos lo hemos visto, doctor, el sistema ya es estable con una capacidad de computación inferior a la de su mente, la mía o la de cualquiera de los ciudadanos supervivientes que se mantienen encerrados en sus casas, aterrados y expectantes, esperando una respuesta por nuestra parte. De hecho, sumando la potencia de una población de mil millones de cerebros, el ordenador cuántico nos obliga a recrear un plano virtual casi infinito para encontrar el equilibrio. No les robe la esperanza a todas esas almas.

—Quién lo diría. Parece un mesías portador de buena voluntad cuando habla así —respondió Nolan dando órdenes con gestos a su equipo, como queriendo restar importancia a la presencia de su molesto visitante. Después, continuó con su particular envite dialéctico—. Los dos sabemos que no hay altruismo en sus palabras. Si una población diezmada espera un mensaje de su gran corporación para abandonar este mundo y habitar uno digital, es solo por desesperación. No hay elección posible. Y no se equivoque. La Tierra no «se muere», ella permanecerá a pesar de nosotros. Solo muta para deshacerse de ese cáncer que somos para ella.

—Doctor, doctor… —prosiguió Klauss con tono condescendiente—. La población perderá su libertad, sí, pero a cambio ganará su supervivencia. ¿Quién saca más partido con esto? Ofrecemos los medios técnicos para poner en pie un nuevo orden en un universo virtual. Sin fronteras, con un solo Estado que vele por todos.

Durante unos segundos Klauss levantó la cabeza con la mirada perdida, como imaginando materializado en su cabeza lo que acababa de decir. Nolan, consciente de ello, le dio la réplica.

Están vendiendo que cuando el planeta sea habitable de nuevo todos podrán volver pero, ¿quiénes si no ustedes son los que tendrán esa información? Aunque el tiempo transcurrirá en el mundo digital a un tercio de velocidad que en el real, ¿serán capaces de renunciar al poder adquirido para, dentro de diez o quince años vividos allí, apagar el universo digital para devolver a la humanidad a su lugar natural?

El viejo doctor cogió aire y miró directamente a los ojos a Klauss.

Permítame que lo dude. Sus palabras me suenan más a un nuevo orden que aspira a durar mil años.

—¡Mil años! —gritó Klauss con una risotada a la vez que alzaba los brazos—. No había pensado en tanto, ni tampoco en aquel sueño truncado del Führer, créame, pero ya que lo dice, tampoco suena tan mal, ¿no le parece?

Nolan bajó la cabeza, resignado ante una lucha imposible de ganar.

—Empiece ya con el Sujeto Zero. Y no ponga esa cara, hombre, está creando nada menos que un futuro para la supervivencia de la raza humana. Siempre será recordado por ello.

Klauss abandonó la sala dejando tras de sí un estruendoso silencio. Nolan observó a su equipo, que había presenciado toda la escena. No hacían falta palabras al respecto, las miradas lo decían todo.

—Mañana empezamos la última fase: el Sujeto Zero. Descansen lo que puedan el resto del día e intenten pensar en las vidas que van a salvar, solo en eso.

Antes de salir del laboratorio, el doctor Nolan miró por última vez la gran pantalla que presidía la sala ofreciendo continuamente los datos que generaban las sondas. Ahí llegaba otro nuevo planeta. Árboles gigantescos de irreales colores sirviendo de hogar a pequeños mamíferos que estrenaban vida. Más allá, el vacío se mantenía expectante, esperando ser llenado.

NEW YORK, NEW YORK

Roy entra en el ascensor y pulsa planta baja. Una voz sintética anticipa el inane hilo musical.

«Son las 20:00 horas del 21 de junio del año 8. Año 24 en el plano real. Recuerde que a las 22:00 horas se suspenderá toda actividad y que cualquier acto registrado desde ese momento hasta las 10:00 horas del día siguiente será objeto de castigo. Que pase una buena estancia en Nueva Tierra».

No deja de ser irónico que se siga contando el tiempo por días, meses y años desde el Gran Apagón de la Realidad, piensa. Al principio, la vigencia de un calendario se utilizó como recurso para crear un anclaje emocional con lo que se había dejado atrás, facilitando así la aclimatación al nuevo espacio virtual, pero hacía mucho que había dejado de ser necesario. Que fuera junio no significaba absolutamente nada. Roy sabía que al salir a la calle no sentiría en el rostro el calor agresivo del despertar del verano neoyorquino, que el momento sería idéntico al de ayer y al de mañana. Solo la hora seguía teniendo sentido. Los planetas se habían generado calcando las pautas físicas que seguían rigiendo el universo real al otro lado del espejo. La rotación de Nueva Tierra aseguraba a esa hora la llegada de un cielo de ébano plagado de estrellas. El factor horario también informaba a los ciudadanos de que a las 22:00 horas cada cual debería estar conectado en su burbuja de descanso para ceder la capacidad de procesamiento de su cerebro a la red central de K-Corp. Decenas de miles de planetas habitados, con sus ciclos individuales de día y noche, aseguraban continuamente millones de individuos en stand by que alimentaran de energía a Madre, el gran ordenador cuántico que los mantenía con vida.

Roy sale del edificio y comienza a caminar con dificultad por las calles atestadas de avatares. N-Nueva York era la ciudad más poblada de una Nueva Tierra casi vacía. La meticulosa recreación vía satélite había asegurado lugares comunes como Central Park, la Quinta Avenida o Broadway, aunque se habían permitido licencias como las Torres Gemelas del World Trade Center. Este tipo de boutade se encontraba repartida por todo el planeta. Podías visitar las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, desde el coloso de Rodas a los jardines flotantes de Babilonia pasando por el faro de Alejandría. Roy imaginaba un mal chiste cinéfilo en el que los arquitectos digitales seguían las enseñanzas de aquel científico chiflado de película ochentera del siglo XX: «Ya que vamos a crear la capital de un nuevo universo, mejor hacerlo con estilo». Ni qué decir tiene, este místico exotismo no evitó que la mayoría de avatares emigraran hasta los confines del espacio. ¿Quién iba a desear habitar el planeta de siempre cuando podía establecerse en cualquiera de los generados procedimentalmente a lo largo de toda una galaxia? Es más, con suerte, en ese espacio casi infinito podía darse la casualidad de llegar a una zona en la que los algoritmos primigenios activaran la génesis de todo un sistema planetario al que poner nombre.

En la esquina con Lexintong, Roy se detiene junto a un nutrido grupo de avatares que escucha a un par de NPC que están, guitarra en mano, cantando una canción olvidada.

I’ve been blinded but

you I can see.

Los observa y se pregunta qué diferencia hay entre él, una representación digital de un ser humano, y ellos, seres totalmente artificiales creados por Madre. Taxistas, recepcionistas, guardias de tráfico, músicos callejeros, pilotos automáticos con aspecto humanoide… Todo un ecosistema de seres sin vida para hacer más llevadera la suya. «Ese NPC de voz nasal parece más seguro de sí mismo que yo» se dice mentalmente.

Let me tell you people
what I found

I saw my head laughing
rolling on the ground.

—¿Roy?

Escuchar su nombre lo devuelve a la plena consciencia de un sobresalto. Es una voz femenina justo a su espalda.

—¿Perdón? —responde sorprendido al girarse, como aquel que se tropieza con un antiguo compañero del colegio al que no reconoce tras décadas en las que el tiempo ha ejercido su trabajo.

—¿Eres Roy, verdad?

A la chica, alta, de peso medio pero atlética y que no debe tener mucho más de veinte años, la acompaña un joven corpulento de casi dos metros de estatura y de parecida edad. Ambos visten gorro ceñido y abrigo largo cerrado con capucha, como si quisieran ocultarse, pasar desapercibidos. Ella descubre entonces su rostro en busca de complicidad. Su pelo negro grisáceo aparece perfilado por un flequillo irregular que apenas tapa unos ojos del mismo color. Su compañero parece estar nervioso y en guardia ante cualquier posible respuesta.

—Esto no me gusta nada, vámonos Alice, empiezo a pensar que no es un avatar. Seguro que se trata de un jodido NPC que nos han puesto como cebo. Si es así y hemos caído en la trampa, solo tenemos treinta segundos antes de que caiga sobre nuestras cabezas toda la maldita eArmy.

—Tranquilo Risco, lo hemos observado largo tiempo, no nos equivocamos, lo sé —y vuelve a preguntar, casi suplicante—¿Roy?

Sin saber por qué, Roy asiente a pesar de su confusión y desconfianza. La chica esboza una leve sonrisa de satisfacción mientras se cubre de nuevo, coge rápidamente su mano y lo arrastra fuera de ese grupo de avatares que ya empieza a mirarlos con extrañeza.

—Si nuestros datos son correctos, no vives lejos de aquí, ¿cierto?

—Unas manzanas al norte, pero qué…

—Calla, confía en mí. Voy a darte una razón por la que abrir los ojos cada mañana. No hay tiempo que perder, ¡vamos!

Los tres se pierden apresurados entre la multitud. Roy, aturdido, todavía puede escuchar a los NPC trovadores entonando exultantes la última estrofa de la canción.

And now I’m set free

I’m set free

I’m set free, to find a new illusion.

ÉXODO

El proceso de desconexión se realizó sin demasiados problemas. Casi nadie protestó entre los elegidos. La inmensa mayoría tenía más que asimilado el bombardeo publicitario que durante el último lustro había recibido inmisericorde por todas las vías de comunicación posibles. CdC, el Conglomerado de Corporaciones, la unión de las más importantes empresas tecnológicas gobernada por un consejo de altos ejecutivos, hacía tiempo que tenía a sus pies a los pocos Estados que seguían existiendo. No importaban los países más pobres. Lo poco que quedaba de ellos se desvanecería de la faz de la tierra en un par de años a lo sumo. El planeta, casi desnudo de una capa de ozono enferma, filtraba a duras penas las energías invisibles de un sol implacable. Cosechas incapaces de germinar en un suelo estéril, tsunamis que lamían las costas haciéndolas desaparecer varios kilómetros tierra adentro y destrozando todo a su paso, zonas de millones de hectáreas con temperaturas incompatibles con la vida… Importaba poco entregarse en manos de los que, sin ninguna duda, habían sido partícipes de ese caos. La moral y el raciocinio desvanecidos cuando se trata de vivir o morir. Después de todo, nadie se libraba de la culpa tras más de un siglo de avisos. Ya no se podía mirar hacia otro lado. El fin eternamente anunciado había llegado, y no importaba el precio a pagar por seguir existiendo al día siguiente.

El CdC repartió millones de frascos con biobots bajo el refugio que permitía la oscuridad. Noche tras noche, se formaban a las puertas de las grandes sedes interminables hileras de seres cabizbajos en busca de su pasaporte hacia otros mundos. Cuando los mortales rayos del sol amenazaban semiescondidos tras el horizonte en cada amanecer, las filas de los que no habían conseguido todavía su dosis se deshacían rápidamente como hormigas enloquecidas bajo esa lupa que concentra el infierno ardiente sobre ellas. No había aquí un niño travieso que sujetara la lente. Nadie a quien suplicar que parase el horror. Nadie ante quien arrepentirse y suplicar clemencia. Solo el silencio, un silencio vestido de luz cegadora.

Desde la Torre K-Corp, el cuartel general del CdC, Klauss supervisaba personalmente el lento progreso e informaba con satisfacción al resto del consejo. En sus búnkeres privados la élite exigía celeridad.

—Señor Klauss, cuanto más tardemos en saltar al plano digital menos habitantes habrá. En cada reparto se pierden vidas, y por tanto activos para el nuevo Gobierno.

En la gran sala, los hologramas de rostros desfigurados por las interferencias solares ocupaban virtualmente las sillas alrededor de la mesa ovalada.

—No debe preocuparse señor Katogy, las estadísticas nos dicen que todavía estamos muy por encima del número de activos que serán necesarios para que el universo virtual se mantenga en pie y sea rentable. Los datos que llegan de China, incluso de lo que queda de Corea del Sur y Japón tras la subida del nivel de las aguas, son además especialmente positivos. Podríamos perder todavía un tercio de la población antes de que el sistema se resintiera.

—¿Y qué me dice de Europa? ¡El sur es ya un desierto y todo empeora según pasan los meses!

—En Alemania va todo bien por ahora, señor Hesse. Si su país deja de ser viable para la migración será el primero en enterarse.

—¿Es una amenaza? ¡Nuestra empresa ha sido vital para este proyecto!

—Lo sé, lo sé, señor Hesse. Las cápsulas para la desconexión, que ha fabricado y repartido por lo que queda del mundo civilizado a lo largo de los últimos cinco años, son todo un prodigio. Y le estamos agradecidos. Ahora simplemente debe mantener la calma.

—¡La calma es un bien escaso en los tiempos que corren, señor Klauss! ¡Solo le pido que no nos falle!

—No me falle usted, señor Hesse, preocúpese de eso. No me falle usted.

Klauss miró fijamente el tembloroso holograma de su interlocutor. Las interferencias causadas por el Sol permitían a duras penas distinguir un rostro. Pero por un segundo Klauss lo vio. Vio con nitidez el miedo en él. Y sonrió satisfecho sabiendo que el detalle no había pasado desapercibido para el resto del consejo.

EL APARTAMENTO

Roy cierra de forma brusca la puerta de su apartamento sin entender nada de lo que está ocurriendo. El chico y la chica que le han acompañado apresuradamente hasta allí se mueven frenéticos y colocan extraños dispositivos en habitaciones y ventanas. Ella se pone a escanear palmo a palmo el salón principal. Pasa por alto el dormitorio, repleto de paneles que simulan relajantes entornos naturales, y el inútil cuarto de baño, en el que lo único que puedes hacer es contemplar en el espejo el rostro eternamente joven de tu avatar. A los pocos segundos, el salón de tamaño medio y abarrotado de chismes del siglo pasado, desde un tocadiscos a una máquina original de Pong, queda registrado en el dispositivo.

—¿Qué…? ¿Qué haces?

—Una copia. No necesitas saber más.

La chica realiza una serie de operaciones y cierra seguidamente el menú de opciones de su brazo. Su voluminoso compañero vuelve de revisar el resto de habitaciones.

—Parece que todo está bien, Alice. Venga, chequéalo de una vez para ver si es la persona que estamos buscando y acabemos con esto.

—Si es él no será el final sino el comienzo, Risco.

El chico fornido la mira descreído y, tras dudar un momento, asiente no demasiado convencido rascándose con fuerza la cabeza en un acto mecánico de nerviosismo.

—Intenta tranquilizarte. Toma el duplicado del salón y envíalo a Tris para que lo active. —Risco obedece y se muestra claramente la jerarquía que existe entre los dos.

Siguen vistiendo los gorros ceñidos de nadador bajo las capuchas de sus largos abrigos, como si quisieran ocultar en lo posible cualquier reconocimiento de su identidad. Roy sabe que esa indumentaria es inútil ante los miles de datos que recopilan los ojos de K-Corp colocados casi en cada calle por la que han pasado corriendo. La chica, tras el minucioso escrutinio, parece sentirse segura y se quita el gorro. Un chisporroteo recorre su lisa pero alborotada melena, que se desparrama generosa por su espalda. Pequeños puntos de luz caen brillando sobre su bello rostro durante un par de segundos antes de desvanecerse. Roy se da cuenta. Se trata de algún tipo de inhibidor de campo. Está claro que nadie los ha visto, que son invisibles en un mundo dominado por el Gran Hermano. Su confusión se transforma entonces en miedo. Esos dos desconocidos podrían esparcir su código allí mismo sin que nadie pudiera impedirlo.

Alice descubre su vestimenta al desabrochar el abrigo para coger un escáner corporal. Roy se percata del diseño del uniforme, de sus motivos y colores.

—¡Sois soldados digitales! ¿Pero qué? ¡Yo no he hecho nada! Además, ¿no huíais de la armada? ¡Sois renegados, furtivos del SEO, traidores, eso es!

Ella parece no escuchar. Concentrada, recorre lentamente con el escáner el cuerpo de Roy. Su atenta mirada anhela la luz verde que justifique el riesgo que están corriendo. Mientras, Risco no deja de moverse nervioso de un lado a otro del salón a la vez que mantiene su mirada clavada en la escena.

¡Bep!

El escáner suelta una señal que ilumina en tonos verdosos el hasta ese momento serio semblante de Alice. La chica se gira y sonríe con los ojos bien abiertos a su compañero, que ha parado en seco su frenético bucle.

—Es él, Risco, lloraría ahora mismo si pudiera.

EL GRAN APAGÓN DE LA REALIDAD

El doctor Nolan comprobó por última vez el sellado de puertas y ventanas. Las luces de neón, que respondieron tímidas a la oscuridad iluminando de forma tenue la estancia, fueron ya el único y último enlace con la realidad palpable. «Una triste despedida para toda una vida de investigación y sacrificio» pensó. Fuera, en las calles, los gritos y la muerte martilleaban casi inaudibles los muros blindados del edificio. A pesar de su edad, él había gozado de privilegio. Su capital importancia en la gestación de Nueva Génesis le había asegurado una plaza en el viaje que estaba por venir. En un proyecto que prometía una vida inédita en un universo expansivo con un tiempo indeterminado por delante, no cabía introducir ancianos entre sus filas. Las pruebas, además, habían demostrado la incapacidad de adaptación de las personas de avanzada edad a la RVP, la Realidad Virtual Permanente. Aunque la capacidad de procesamiento de Madre aseguraba, gracias a las potentes CPU individuales que suponía cada cerebro humano conectado, que la representación digital sería prácticamente idéntica a la palpable, en los experimentos previos a la desconexión general muchos sujetos habían entrado en coma a los pocos días. Era el sutil pero determinante problema de vivir en un mundo donde los rostros eran una copia sintética solo casi exacta a la real. Tampoco iniciarían el viaje los niños. Hacía ya una década que no se daban nacimientos. El ser humano quedó estéril bajo el desmedido bombardeo solar y, aunque no hubiera sido así, quién querría traer inocentes criaturas a este mundo en ruinas condenado a muerte.

No existían dudas sobre la capacidad de adaptación del resto de la población. Hacía décadas que se vivía con naturalidad en el entorno digital. La red era el lugar en el que quedar con los amigos para charlar, comer, ver películas o escuchar música, todo ello sin salir del salón de casa, vistiendo las blancas paredes con entornos de realidad aumentada que simulaban bares, restaurantes, salas de cine y de conciertos. En el exterior, los transeúntes veían el mundo a través de lentes de contacto RA y de pantallas que miraban sin descanso. Gran idea aquella de aplicar a los celulares externos e inSkin la tecnología anticolisión de los coches autónomos.

Estaba claro que, una vez inservible nuestro planeta, se vendería el Éxodo hacia Nueva Génesis como un salto evolutivo además de como una necesidad para la supervivencia. El Homo digitalis al encuentro de su nuevo hogar en una tierra prometida virtual diseñada a medida. No había discusión posible desde una maquinaria transmedia que se dedicó a bombardear durante años las nuevas consignas sin descanso. El proceso de cambio se aceptó con claridad… hasta que se supo que no había otra vía para mantener la vida en la Tierra, que los ancianos quedarían fuera, que los países más subdesarrollados serían excluidos, que los habitantes de esa realidad virtual deberían ceder más de la mitad de su existencia diaria para mantener en funcionamiento el nuevo universo, el nuevo orden. Para entonces ya no había vuelta atrás.

Todos estos pensamientos desbordaban con fuerza la cabeza de un doctor Nolan ya embutido en su traje de animación virtual. La cápsula para la desconexión frente a él, el pequeño frasco con biobots en su mano… Y la mirada perdida en el doloroso pasado inmediato.

El eco de una explosión lo hizo por fin reaccionar. Fuera, el caos seguía rugiendo. Nolan miró a su alrededor por última vez. El hogar que ya no era hogar se había tornado insoportable desde que, de formas muy diferentes, perdió a su mujer y a su hija. En una casa vacía de amor y llena de soledad irrespirable, la fragmentada foto familiar le empujaba en su tristeza a seguir adelante con el viaje. «Todavía existe una leve ilusión de recuperar esperanzas y lazos perdidos» se dijo a sí mismo mientras se llevaba a la boca el frasco e ingería el líquido hiTech. Seguidamente, se introdujo en la cápsula y dejó que esta automáticamente desplegara sus sensores. Pequeños filamentos se introdujeron por todos los orificios de su cuerpo. Nolan cerró los ojos, y dejó su mente dispuesta para atravesar el actual escenario rumbo a la que sería una nueva e incierta vida. La suya. La de todos los elegidos.

VIDAS CRUZADAS

Los ruidos automáticos de la gran ciudad se cuelan amortiguados en el apartamento de Roy, reptan suavemente por la acolchada alfombra y se desvanecen como un murmullo antes de alcanzar las paredes. Sentados en retrosofás alrededor de la mesa-pantalla se encuentran dos de los tres protagonistas de este tropiezo provocado. El corpulento Risco está en el dormitorio conectado externamente a la burbuja de descanso, garabateando con velocidad en el holoteclado de su menú personal. Alice, ya sin su abrigo y con el rostro descubierto delineado por su brillante pelo negro grisáceo, observa a Roy, sentado frente a ella con evidente incomodidad. El forzado anfitrión, que bulle en dudas y preguntas, es quien comienza tímidamente a hablar.

—Cre… Creo que he sido más que educado con lo que acaba de pasar. Y bueno, tras mi impulso inicial, empiezo a pensar que me he equivocado trayéndoles hasta aquí. Reconozco que estoy algo asustado. Me gustaría invitarles a salir de mi casa, asegurarles que no voy a denunciar este asalto, aunque algo me dice que no va a servir de mucho, ¿verdad?

—Crees bien.

Alice lo mira en silencio con sus grandes ojos grises. Parece que lo escudriñara más allá de su forma digital, como si pudiera ver y leer el código que corre por sus venas artificiales, ahondando en la persona que está tras el avatar llamado Roy. Hacía mucho que no había mirado así a alguien. Uno olvidaba con los años que en cada avatar latía un corazón humano. Un ser vivo escondido en alguna parte de una tierra casi olvidada, conectado a este universo digital mientras sus músculos y órganos eran estimulados en un eterno éxtasis por millones de biobots, evitando así la atrofia y la muerte. A Alice aquella situación en semisuspensión le recordaba los viejos e incombustibles anuncios de teletienda, en los que un actor de tercera sonreía apretando los dientes mientras todo su cuerpo era sacudido por una cinta vibradora.

—Supongo que saben que a esta hora debería estar conectado a la burbuja dando mi modesto poder computacional a Madre —continuó Roy—. Es cuestión de minutos que aparezcan aquí sus antiguos compañeros para ver qué pasa. Porque ustedes, aunque visten el uniforme oficial, son renegados, delincuentes, ¿verdad?

Preso de la angustia, se incomoda aún más al articular en voz alta sus reflexiones, y empieza a pensar de forma poco disimulada cómo escapar de esa situación.

—No hace falta que te esfuerces en salir corriendo, no es necesario, te lo aseguro —responde ella con una media sonrisa al notar su inquietud.

—Para tu tranquilidad, no pensamos diluirte. No con lo que hemos tardado en encontrarte.

Risco vuelve del dormitorio y se coloca junto a Alice sin sentarse.

—Todo listo. Si nada se tuerce, tardarán al menos tres horas en darse cuenta de que nuestro querido amigo no está dejándose succionar por Madre. ¿Le has contado ya todo? No deberíamos desperdiciar ni un segundo de nuestra ventaja.

—Iba a empezar ahora mismo, tranquilo. Y siéntate a mi lado, anda —responde Alice dando cariñosas palmaditas en el lugar libre del sofá.

El habitual estado de alerta de Risco parece bajar unos grados por el amable ofrecimiento y, contra todo pronóstico, se acomoda junto a la chica, que comienza entonces a desvelar su propósito.

—Roy, llevamos mucho tiempo escrutando las redes buscando anomalías, errores de diseño, bugs que pongan en aprietos al sistema. Sabes como nosotros que esta maldita autocracia nos condena a ser entidades digitales de por vida, que vampiriza nuestras mentes para mantener en el poder a K-Emperor. Nos prometieron que algún día volveríamos a la Realidad, pero desde la batalla de Alejandría sabemos que eso no ocurrirá. Las voces que se han alzado en contra han sido acalladas disolviendo sus avatares en plazas públicas, propagando el miedo y la amenaza hasta el último confín de este universo.

—Espera, espera —interrumpe Roy cada vez más nervioso—. Entiendo lo que dices, pero ¿dónde encajo yo en todo esto? Soy un simple civil, no un soldado digital como vosotros. No duraría ni un segundo en una de esas escaramuzas de la Rebelión que he podido ver más de una vez por los informativos de los mass media. Si este es el sistema de reclutamiento que seguís habitualmente, desde luego deja bastante que desear. Soy lo más opuesto a alguien que pueda servir de ayuda en esa cruzada por mucho que comparta sus ideales.

Comprendo tu confusión, Roy —continuó Alice—, pero escucha bien, porque lo que te voy a decir, aunque no ayudará precisamente a que se aclaren totalmente las cosas, te pone en el mismo centro del huracán. Como te comentaba, buscamos continuamente anomalías que nos ayuden a poner en jaque al sistema, y hace unos meses, de forma totalmente inesperada, dimos con una del tamaño del Cañón del Colorado. No estaba clara su procedencia ni, por supuesto, cómo había escapado a nuestros escáneres durante todo este tiempo, pero ahí estaba. Nos ha llevado todo este tiempo depurar rutas, saltar firewalls y concretar ubicación, contenido y nombre de ese programa. Y resultó que no estaba en un lugar remoto del universo sino en su mismo centro, Nueva Tierra, en N-Nueva York para ser más exactos; y que su código se hallaba mezclado con el de un avatar, de ahí lo difícil de concretar los últimos pasos. Descubrimos qué contenía: un mapa estelar que nos puede llevar hasta el interruptor que apague este universo forzando así a la humanidad a despertar de nuevo en la realidad, y conseguimos descifrar el nombre en clave del programa: Reality of Yesterday, y de ahí encontrar a su huésped… Eres tú, Roy.

La habitación queda en silencio durante unos interminables instantes. Roy ha dejado de escuchar el eco de la ciudad, casi se diría que ha entrado en shock. De repente, antes de que pueda reponerse para empezar a hacer un millón de preguntas que tiren por tierra lo que acaba de escuchar y así devolver el orden a su anodina existencia, ocurre algo.

—¡Comandante! ¿Me recibes? Soy Tris.

Una voz de mujer suena distorsionada en la cabeza de Alice, que se lleva instintivamente una mano al oído.

—¡Es una emergencia! ¿Me recibes? Soy la capitana Tris, ¿me recibes?

Risco identifica inmediatamente el gesto de preocupación de su compañera y salta como un resorte.

—¿Qué ocurre?

Alice no responde mientras presta atención a su interlocutora.

—No me preguntes cómo, pero os han detectado. Tenéis que salir de ahí. ¡Ya!

—Risco, algo ha fallado. Solo tenemos unos minutos de ventaja. ¡Nos vamos! —grita Alice a su compañero mientras se levanta apresuradamente.

Risco vuelve a poner a cien su nerviosismo: «¡Mierda, mierda, sabía que esto no podía salir bien!».

Roy piensa en ese momento que es su oportunidad para librarse de esta locura que intenta poner patas arriba su vida. Al fin y al cabo, él no es un delincuente, no tiene nada que temer.

—¡Todavía podéis desaparecer sin dejar rastro si me dejáis aquí! Sabéis que solo sería un lastre. Y prometo no decir nada, ¡de verdad!

Alice lo mira entre condescendiente y enfadada.

—¿Es que no has entendido nada de lo que te he dicho? ¿De verdad piensas que van a aparecer un par de eSoldiers, que simplemente te harán unas preguntas rutinarias y se despedirán con un «adiós, perdone las molestias, pase usted una buena noche»? El hecho de que te hayamos contactado ya es motivo suficiente para que toda la jodida cúpula del Imperio quiera desmenuzar línea a línea tu código buscando respuestas que no puedes dar. Vienes con nosotros, porque esas respuestas son las mismas que buscamos. Lo siento Roy, pero te acabas de convertir en el avatar más buscado de este maldito universo.

Explosiones coordinadas convierten las ventanas y la puerta principal del apartamento en una informe polvareda de píxeles y polígonos. Por los huecos de mallas humeantes comienzan a entrar eSoldiers en tropel con una figura al frente que destaca por su uniforme plateado. Lanzan presas magnéticas a los tres avatares en mitad del salón, pero los cepos los atraviesan y caen ruidosamente al suelo.

—¡Son hologramas especulares, señor! ¡Un señuelo!

—¡Triangulad la zona buscando la fuente! ¡Rápido!

Los tres fugitivos abandonan de forma apresurada el apartamento. A varias manzanas de distancia, donde se ha dado el asalto, sus imágenes reflejadas empiezan a desvanecerse. En esos breves momentos se da un fugaz intercambio de miradas entre ellos y la estilizada figura que dirige el destacamento militar. Justo antes de perderlos de vista y sin tener certeza de que la chica lo haya escuchado, el militar al mando dice con tono sereno: «Te dije que no me dejaras encontrarte, Alice. Ahora tendré que darte caza».

MEDALLAS DE ORO

La Torre K-Corp se alzaba majestuosa entre las nubes. Los primeros rayos de sol chocaban furibundos contra su forma de lanza, enviando una larga e irregular sombra sobre los cúmulos rosados del amanecer. La aeronave fue disminuyendo su velocidad conforme se acercaba al helipuerto que sobresalía en los últimos pisos rompiendo la estilizada figura. Los rotores se giraron lentamente para realizar el aterrizaje vertical. Su sonido fue disminuyendo poco a poco hasta que las hélices quedaron estáticas y mudas. El mismísimo Klauss, rodeado de trajeados asesores y de un fuerte cuerpo de seguridad, estaba allí para recibir a sus insignes invitados. La rampa bajó hasta tocar el suelo metálico y por ella descendieron dos figuras rabiosamente jóvenes y elegantes.

—Bienvenidos, es todo un honor recibir a la élite de los Juegos Olímpicos Virtuales. Espero que haya sido de su agrado el viaje en mi jet privado.

El chico y la chica se miraron de reojo, y ella tomó la iniciativa centrando sus intenciones en el efusivo anfitrión.

—Le agradecemos su amabilidad, señor Klauss pero, para serle sincera, el mundo se ve aún peor desde las alturas. En lo que se refiere a nuestra reputación, ya solo somos el último refugio ante la desesperación. Llegará un momento en el que ni siquiera nuestros logros deportivos serán un bálsamo ante la más que evidente falta de futuro.

Su acompañante esbozó un visible gesto de aprobación a la par que trasladaba su interés hacia Klauss buscando respuesta. Este, lejos de sentirse contradicho por los recién llegados, sonrió asintiendo. Sus invitados estaban siguiendo de forma inconsciente un guion no pactado.

—«Peor, reputación, refugio, desesperación, logros... futuro». No ha hecho más que llegar y ya ha dicho usted en un par de frases las razones por las que les he convocado. Esta reunión las engloba a todas ellas. Y «futuro», créame, es la más importante y la que dictaminará nuestra inevitable alianza. Síganme, por favor.

Los adolescentes acompañaron a la numerosa comitiva. Efectivos de seguridad se fueron repartiendo por los pasillos en la ruta hacia el despacho central. En la puerta de este, dos agentes se colocaron a ambos lados rifle en ristre e impasible mirada al frente.

—Que no les asusten mis hombres, ya saben que en los últimos tiempos hemos sufrido numerosos atentados por parte de grupos ecologistas radicales. Siéntense, por favor.

Los dos invitados se acomodaron en lujosos asientos junto a la desproporcionada mesa ovalada de la gran sala. Sus miradas no podían ocultar la impresión por aquella estancia enorme, de altos ventanales tintados y grandilocuentes techos curvados, amueblada con pinturas clásicas que contrastaban con la decoración de vanguardia. Los asesores, cual enjambre molesto, se posicionaron de pie tras Klauss, que acababa de sentarse en un sillón al mismo nivel de ostentación que el resto del despacho.

Fue ahora el chico quien tomó la iniciativa.

—Es realmente impresionante todo esto, se nota que le va mejor que bien… Aunque también tengo que decir que muchos piensan que ha creado su imperio tecnológico a base de aplastar, no solo a sus poderosos rivales, sino a cientos de miles de ciudadanos de a pie. Tal vez le parezca muy osado por mi parte, pero no puedo evitar pensar que ha llegado hasta aquí sembrando demasiado odio a su paso.

Klauss se incorporó sobre la mesa frunciendo el ceño, como un boxeador que se concentra antes de asestar un golpe certero.

—¿Cuántos años tiene usted, señor Ax? ¿Quince, dieciséis? Tal vez su juventud le pone en un aprieto a la hora de comprender la magnitud de lo que ocurre ahora mismo a su alrededor. Los imperios crecen sobre los hombros de quienes no pueden crearlos, solo sustentarlos. Sí que he tenido que pasar por alto ciertas emociones y sentimientos para llegar donde estoy, pero eso no me convierte en menos humano. Soy práctico, efectivo y, ya debería saberlo, brillante. El mundo en el que vivimos lo ha construido gente como yo. Y no somos muchos en el último siglo. La ciudadanía se comunica, se viste, come, respira, subsiste consumiendo nuestros productos. Sin ir más lejos, construimos las lentillas de realidad virtual que utiliza en sus gloriosas partidas. Ayudamos a que sea una estrella internacional. Usted fue multimedallista en los últimos Juegos Olímpicos Virtuales. El público le adora porque ve en usted lo que nunca podrá ser, pero no olvide ni por un momento que todo lo que es usted se apoya sobre lo que yo he creado.

Ax se recostó sobre su asiento mientras comprendía que aquella visita estaba lejos de cualquier formalismo. Algo grande iba a ocurrir, algo vital que los superaba y, de alguna manera, comprendió que tendría muy pocas opciones sobre las que elegir. Giró la vista hacia su compañera que, con cierto gesto de resignada incomodidad, le convino a escuchar antes de seguir con el enfrentamiento dialéctico.

—Bien, bien —prosiguió Klauss—. Como sabrán, los últimos datos del Centro para el Control Climático son realmente desalentadores. Nuestra especie ha rebasado el límite en la explotación de este planeta y lo ha envenenado tanto que ya no hay vuelta atrás. Aseguran que en algo más de diez años la Tierra será inhabitable. Por supuesto, tras ese comunicado inicial, mis expertos se pusieron inmediatamente a realizar cálculos sobre el material disponible que, en nuestro caso, es mayor que el que manejan las organizaciones humanitarias no gubernamentales. Y el CCC se equivoca, aunque no para bien. Creemos que todo se vendrá abajo en poco más de la mitad de tiempo.

A los jovencísimos interlocutores les hubiera encantado resaltar que, si K-Corp tenía datos más certeros que el CCC sobre la explotación desmesurada del planeta, era precisamente porque se encontraba en el mismo centro del problema. Y que si el saqueo desmedido de recursos se había dado en las últimas décadas sin freno alguno, era por su opacidad empresarial ante la ciudadanía junto a la pasividad de esta, lo que había derivado en una aterradora concomitancia. Pero no dijeron nada, querían saber primero dónde quería llegar su siniestro y poderoso interlocutor.

Y Klauss les habló del Proyecto Nueva Génesis, de cómo habían imaginado un futuro para todos en ese espacio de realidad virtual en el que se movían los deportistas de eSports