La colección Emaús ofrece libros de lectura

asequible para ayudar a vivir el camino cristiano en el momento actual.

Por eso lleva el nombre de aquella aldea hacia

la que se dirigían dos discípulos desesperanzados cuando se encontraron con Jesús,

que se puso a caminar junto a ellos,

y les hizo entender y vivir

la novedad de su Evangelio.

Ignacio Otaño

La Buena Noticia de la semana

Ciclo B

Colección Emaús 145

Centre de Pastoral Litúrgica

Director de la colección Emaús: Josep Lligadas

Diseño de la cubierta: Mercè Solé

© Edita: CENTRE DE PASTORAL LITÚRGICA

Nàpols 346, 1 – 08025 Barcelona

Tel. (+34) 933 022 235

cpl@cpl.es – www.cpl.es

Edición digital: octubre de 2017

ISBN: 978-84-9165-071-3

Printed in UE

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

La Buena Noticia del Evangelio, en nuestra vida personal y social

Este libro ofrece una reflexión muy actual y muy cercana sobre el evangelio de los domingos y principales fiestas, para que pueda ser Buena Noticia para nuestra vida humana y cristiana, y nos acompañe a lo largo de toda la semana.

El lector se encontrará en estas páginas, en primer lugar, con el texto evangélico correspondiente a cada domingo o fiesta, y luego, una reflexión breve, incisiva, que no se queda en un comentario individualista o moral, sino que sitúa la palabra de Jesús como Buena Noticia para toda la realidad humana: la más personal y espiritual, y al mismo tiempo la más social y colectiva. Para ayudarnos a vivir, en nuestra vida cotidiana, el caudal de novedad y de fuerza transformadora del mensaje que Jesús nos dejó con sus palabras y con sus hechos.

Así pues, nos encontramos frente a una publicación de gran valor, y que sin duda será muy útil para todo aquel que quiera vivir su fe como una fuerza gozosa y renovadora en medio de nuestro mundo.

En el presente volumen se encuentran los evangelios de los domingos y fiestas de los tiempos litúrgicos del ciclo B (es decir, el que empieza en el Adviento de 2017 y sigue luego a lo largo del 2018 hasta el Adviento siguiente, y luego se va repitiendo cada tres años). Con este se completa la publicación de los tres ciclos litúrgicos.

Y además de los domingos y fiestas de los tiempos litúrgicos, publicamos también, al final, los evangelios correspondientes a los días del Calendario de los Santos que se celebran como solemnidades, o bien que se celebran como fiestas pero que si coinciden en domingo lo sustituyen.

Josep Lligadas

Director de la colección Emaús

Adviento

Primer domingo de Adviento

Ya y todavía no

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, si a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡velad!”. (Mc 13,33-37)

***

Una insistencia en este texto evangélico del primer domingo de Adviento: Velad, estad atentos porque no sabemos cuándo vendrá el dueño de la casa. Y, sin embargo, al principio de su predicación, el mismo Jesús nos recuerda que “el Reino de Dios está entre nosotros”. Entonces nuestra condición es, al mismo tiempo, ya y todavía no.

Efectivamente, el Señor está ya con nosotros. Se ve en tantos rasgos de amor y de bondad, en tantas realizaciones humanas positivas, que son huellas de la presencia del Señor en medio de nosotros. También hay motivos de dar gracias a Dios por todo lo que Él ha hecho y sigue haciendo en nosotros.

El peligro es que, cuando hemos conseguido algunos logros, pensemos que ya hemos llegado a la meta, que no necesitamos ya luchar por un bien más grande y duradero y renunciemos a toda meta que no sea el propio interés. Ya no se espera más, se mata la esperanza.

Pero a quien tiene todo menos la esperanza le falta lo principal. Es el drama de gente que ha tenido cuanto ha querido en su infancia, que ha visto cumplidos todos sus caprichos, y se encuentra con el vacío y la falta de sentido de la propia existencia. Hay jóvenes y adultos que parece que tienen todo, y ya no saben qué hacer con su vida.

Se ha dicho que “la vida de cada hombre –si quiere ser humana en sentido pleno– es una espera. El presente no le basta a nadie. En un primer momento parece que nos falta algo. Después nos damos cuenta de que nos falta alguien. Y lo esperamos”.

La psicóloga Elisabeth Lukas hace notar cómo llegan a su consulta personas “que no aciertan a afrontar la vida, no saben qué hacer, todo les parece banal, vacío, están hastiados del bienestar y no tienen ganas de seguir viviendo. No existe un objetivo por el que puedan comprometerse, porque no hay unos valores por los que puedan vivir e incluso sacrificarse, porque su existencia transcurre sin contenido y no pueden sentir sino aburrimiento”. Se olvida en las teorías psicológicas vigentes que la persona es un ser espiritual.

Velar significará no dejar que el conformismo me adormezca, esperar activamente siempre a alguien que está ya con nosotros pero que está también delante de nosotros. Es decir, no quedarnos parados como si ya hubiésemos llegado sino caminar para encontrarlo.

Todos tenemos necesidad de cultivar la espera para no caer en el desaliento y la tristeza. Pero tenemos necesidad de una espera menos vaporosa que el bienestar material. Necesitamos de Alguien que, más allá de las desilusiones, dé consistencia a nuestra lucha cotidiana para responder a la vida con fidelidad.

Segundo domingo de Adviento

Saber dejar sitio

Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.

Está escrito en el profeta Isaías: “Yo envío mi mensajero delante de ti / para que te prepare el camino. / Una voz grita en el desierto: / Preparadle el camino al Señor, / allanad sus senderos”.

Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: “Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo”. (Mc 1,1-8)

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Así empieza este texto: Comienza el Evangelio de Jesucristo… La palabra evangelio significa buena noticia. Todo lo que Jesús nos comunica, con su palabra y con su vida, es una buena noticia. Dice a sus discípulos que cuanto nos ha dicho ha sido para que tengamos una alegría plena. Jesús mismo, su persona, es una buena noticia y nos trae una muy buena noticia: que Dios te quiere, que desea que seas feliz y que procures hacer felices a los demás. Dios te quiere, sufre contigo cuando tú sufres y se alegra contigo cuando tú te alegras.

Los contemporáneos de Jesús veían una diferencia entre Juan Bautista y Jesús. En Juan Bautista veían que era muy buena persona, muy austero, exigente consigo mismo, y recordaba a la gente que eran pecadores, que tenían que convertirse y bautizarse para ser perdonados. Pero el propio Juan Bautista reconoce que él no hace más que dejar sitio a otro más grande que él, que es Jesús.

La persona y el modo de proceder de Jesús desbordaban la mentalidad de Juan, sin desautorizarla. Jesús acogía a los pecadores y comía con ellos. No le importaban las críticas de los considerados buenos, los cuales despreciaban a quienes no eran como ellos. Jesús les hace ver que ha venido para todos y que para él nadie está perdido. Siente, además, como propios los problemas de la gente; por eso, consuela, cura, defiende al pobre, busca la felicidad para todos.

La tentación del Bautista era aferrarse a lo que ya dominaba e ignorar lo nuevo que llegaba. Se precisa de su humildad para perder protagonismo y dejar paso al que viene. Demasiadas heridas se producen por no reconocer en la práctica que el tiempo pasa y cambian las circunstancias, los contextos, las exigencias del momento, la necesidad de personas distintas. Hay que saber dejar paso como Juan Bautista: Detrás de mí viene el que puede más que yo.

Esté en primer plano o en segundo, el Bautista sabe que tiene que preparar el camino al que viene, allanar sus senderos. Es un mensaje para todo seguidor de Jesús: facilitar los caminos, ayudar a las personas a encontrar la senda que conduce a una vida mejor, a esperar al auténtico Salvador. Sin ser necesariamente superfigura, se puede discretamente tender puentes, allanar dificultades, acoger amablemente, unirse en la superación de escollos, ayudar y orar por los que tienen que pasar por caminos empedrados…

Tercer domingo de Adviento

Testigo de la luz

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.

Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: “¿Tú quién eres?”. Él confesó sin reservas: “Yo no soy el Mesías”. Le preguntaron: “Entonces ¿qué? ¿Eres tú Elías?”. Él dijo: “No lo soy”. “¿Eres tú el Profeta?”. Respondió: “No”. Y le dijeron: “¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?”. Él contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Allanad el camino del Señor (como dijo el profeta Isaías)’”. Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: “Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”. Juan les respondió: “Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia”.

Esto pasaba en Betania, a la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando. (Jn 1,6-8.19-28)

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El evangelio define a Juan como testigo de la luz. Eso mismo es el cristiano. Sabe que él mismo no es la luz pero tiene la responsabilidad y la misión de mostrar la luz y alumbrar.

Para ayudarnos a ser testigos de la luz, el papa Francisco ha escrito una exhortación pastoral, nos ha dirigido una carta fraternal sobre “La alegría del Evangelio”. Y es que el Evangelio existe para que nuestra alegría sea completa.

Para Francisco, difícilmente podrán ser testigos de la luz los resentidos, quejosos y sin vida. No es propia del cristiano la permanente cara de funeral ni la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre. Tampoco le parece que debamos desarrollar la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo.

Es importante entonces no solo lo que hacemos sino cómo lo hacemos. Un ceño permanentemente fruncido, las respuestas desabridas o desconsideradas, el mal humor no contenido, la ironía hiriente y de mala baba pueden deshacer lo que se intenta construir con esfuerzo.

Pero Francisco insiste en lo positivo a la hora de vivir y proclamar la buena noticia de Jesús. Anima a ser personas-cántaros para dar de beber a los demás. Habla de ser un manantial, que desborda y refresca a los demás, de sentirse bien buscando el bien de los demás, deseando la felicidad de los otros.

¡No nos dejemos robar la esperanza!, exclama Francisco. Para que no nos la roben, ni se agote el agua del cántaro ni se seque el manantial, somos invitados a caminar con Jesús: no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas…

Nos toca recorrer un camino como Juan Bautista. Quienes le preguntan: ¿Tú quién eres? tienen la esperanza de haber encontrado al que buscaban, de no tener que seguir caminando porque ya han llegado a la meta. Pero la respuesta del Bautista encamina hacia el que viene detrás de él, la verdadera meta. Por tanto, debe seguir el esfuerzo, esfuerzo gozosamente realizado porque estamos ya en el camino del Señor.

Cuarto domingo de Adviento

El Señor está contigo

A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.

El ángel, entrando a su presencia, dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres”. Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin”.

Y María dijo al ángel: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”. El ángel le contestó: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible”. María contestó: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. (Lc 1,26-38)

***

Las primeras palabras que el Señor dirige a María son una llamada gozosa a confiar: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Este anuncio a la primera creyente, a la primera cristiana, nos llena también a nosotros de confianza. No estamos solos: Alegrémonos, el Señor nos ama, está siempre con nosotros.

Esto no se comprende de buenas a primeras. María, al primer momento, se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era aquel. La confianza en Dios no le evitaba el miedo ante lo inesperado y lo desconocido.

Pero el ángel, mensajero de Dios, insiste: No temas. María recibe una misión que parece sobrepasar sus fuerzas. Ha sentido el miedo que nosotros sentimos ante lo desconocido. Por eso, sin perder la confianza, razona. La objeción que pone María es un acto de honestidad y de sentido común: ¿Cómo será eso, pues no conozco a varón? María no quiere engañarse a sí misma y expone lealmente la dificultad que ve.

Por otra parte, aunque el futuro no aparezca claro y preciso en todas sus concreciones, se fía de Dios y responde que sí: Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.

Este de María a Dios y a la vida ilumina el sentido de nuestras decisiones, tanto las acertadas como las desacertadas.

En las equivocaciones, confiar a Dios nuestro presente y nuestro futuro significa que siempre hay la posibilidad de rehacerse: para Dios nada hay imposible. Siempre puede ser el tiempo oportuno para esa reorientación.

No se tratará de hacer ahora lo que no hicimos en su momento, porque ahora las circunstancias pueden ser distintas. Más bien tenemos que ponernos hoy, en nuestra situación actual, en la disposición de vivir en obediencia a Dios, con nuestras limitaciones y posibilidades reales. No hay que ponerse a soñar lo que deberíamos haber hecho sino procurar hacer lo que podemos ahora.

Decir con María hágase en mí según tu palabra es expresar nuestro deseo de orientar la vida según la voluntad de Dios.