La colección Emaús ofrece libros de lectura

asequible para ayudar a vivir el camino cristiano en el momento actual.

Por eso lleva el nombre de aquella aldea hacia la que se dirigían dos discípulos desesperanzados cuando se encontraron con Jesús,

que se puso a caminar junto a ellos,

y les hizo entender y vivir

la novedad de su Evangelio.

Joaquim Gomis

Celebración cristiana, el núcleo de la vida

Colección Emaús 152

Centre de Pastoral Litúrgica

Directora de la colección Emaús: Mercè Solé

Diseño de la cubierta: Mercè Solé

© Edita: CENTRE DE PASTORAL LITÚRGICA

Nàpols 346, 1 – 08025 Barcelona

Tel. (+34) 933 022 235. wa 619 741 047

cpl@cpl.es – www.cpl.es

Primera edición digital: septiembre de 2018

ISBN: 978-84-9165-174-1

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

Presentación

Encontrará el lector en estas páginas un conjunto de ochenta y cinco comentarios breves de Joaquim Gomis sobre temas relacionados con las celebraciones cristianas, con el objetivo de ayudar a que sean más cercanas a los que participan en ellas y a su vida, y que sean, también, más amables. Unos comentarios escritos con su habitual estilo ágil, lleno de intuiciones, incisivo, buen conocedor de los temas que trata, y con un lenguaje sin complicaciones ni recovecos.

El día de su entierro, el 22 de diciembre de 2013, el obispo Pere Tena, que moriría también pocas semanas después, recordó en la homilía aquel pasaje del Apocalipsis en el que una voz potente, como una trompeta, le dice a Juan: «¡Escribe!» (Ap 1,10-11). Y comentaba que a Joaquim Gomis también una voz potente le había dicho en un determinado momento: «¡Escribe!». Y él se había puesto a la labor y no la había dejado hasta su muerte.

Es esta, sin duda, una buena descripción del aspecto más visible de todo lo que Joaquim Gomis nos dejó: sus escritos. Pero no nos dejó solo esto. Podríamos hablar de su época de vicario de Sant Just Desvern, aún ahora recordada, y muchas otras actividades no tan visibles como los escritos. De todas ellas, la más relevante, sin duda, fue su actividad organizadora en el Centre de Pastoral Litúrgica, junto a Pere Tena, para consolidarlo como entidad, y la fundación de la revista Misa Dominical en el año 1968, para ayudar en la puesta en marcha de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II y que ahora, cincuenta años más tarde, sigue siendo un instrumento casi imprescindible en muchas parroquias.

Joaquim Gomis nació en Barcelona en el año 1931. Entró en el seminario y fue ordenado sacerdote en 1957. Fue vicario de Sant Just Desvern y luego fue a estudiar a Salamanca y a Roma, donde pudo vivir el entusiasmo de los inicios del Concilio Vaticano II. De vuelta a Barcelona, concentró su actividad en el Centre de Pastoral Litúrgica, al tiempo que colaboraba en la revista El Ciervo y luego también en Foc Nou, i se convertía en uno de los cronistas de la actualidad religiosa más valorados. En 1992 se casó con Montserrat Obiols y siguió activo en los mismos campos en los que había actuado hasta entonces, hasta su muerte el 21 de diciembre de 2013.

Este libro es uno de los muchos frutos de su obediencia a la «voz potente» que le encargó la misión de escribir. Contiene los artículos que publicó, desde 1991 hasta 2010, en la sección «Última página» de Misa Dominical, una sección en la que se alternan distintos autores comentando temas y aspectos básicamente relacionados con la pastoral litúrgica. Entre los demás autores que escriben o han escrito en esta sección, cabe señalar especialmente a Pere Tena, Juan Martín Velasco y Xabier Basurko, cuyos artículos han sido recogidos también en forma de libro en esta misma colección. En este, además, hemos añadido al final los siete artículos que escribió para la primera página de Misa Dominical, cuando en 2010 sustituyó la colaboración en la «Última página» por la de la primera, que tiene un carácter más semejante a un editorial. Por cierto que el último de ellos, dedicado significativamente al papa Francisco, se publicó ya después de su muerte. La publicación de estos cuatro libros ha sido una de las formas de celebrar los cincuenta años de Misa Dominical, y de difundir más ampliamente el pensamiento que en materia litúrgica nos han ofrecido estos autores, un pensamiento que ayuda a mirar hacia el futuro en un aspecto tan relevante de la vida cristiana como es la celebración de la fe.

Para ayudar al lector o lectora a situar mejor estos comentarios, habrá que recordar que Misa Dominical es una publicación dirigida sobre todo a los sacerdotes, de modo que una parte de los comentarios que aquí publicamos está escrita pensando en primer lugar en ellos. Por ejemplo, cuando se tratan distintos aspectos sobre la homilía. Pero ello no quita que puedan ser igualmente interesantes y útiles para cualquier laico o laica: detrás de cualquier reflexión sobre la misión eclesial, aunque sea específicamente la de un sector concreto de la Iglesia, se transmite siempre una forma de entender la fe, la celebración y la vida cristiana que afecta a todos los miembros de la comunidad.

Y todo ello, como resumía a veces el propio Joaquim Gomis, para acercarnos más a Dios, para ayudarnos a seguir adelante, para darnos esperanza, y para animarnos a vivir, cada uno en su lugar, comprometidos con nuestros hermanos y hermanas, y con nuestro mundo.

Josep Lligadas

¿Consumismo?

Ya en las últimas jornadas de las fiestas navideñas, en una reunión familiar, surge en la conversación una queja. Surge de diversas bocas –de diversos corazones– fruto de experiencias también distintas. El quejoso interrogante es: ¿por qué en algunas homilías, durante estas fiestas, se nos ha reñido acusándonos de consumismo?

Las celebraciones navideñas han quedado ya atrás, pero es posible que no sea ocioso anotar algunas de las opiniones que surgieron en aquella conversación familiar. Por ejemplo:

Sin embargo, también se aportó la experiencia de otras homilías positivas (por ejemplo, en el domingo último antes de Navidad: «Probablemente estemos llegando algo distraídos –entre tantos afanes– a la Navidad. Pero no nos preocupemos: más importante y más fuerte es el don de Dios que viene a nosotros…»).

Y todos los reunidos estuvieron de acuerdo: aprovecha mejor cuando se habla más del bien de Dios que de nuestro mal.

(1991, número 5)

Homilía y «nueva cultura»

Cuando en la tarde del pasado 6 de marzo el arzobispo de Barcelona, Ricard M. Carles, visitó el CPL –en una visita llena de cordialidad–, después de la información que se le presentó sobre las actividades y las publicaciones del Centre, la conversación con los miembros del CPL se centró, especialmente, en la problemática de la homilía. Fue Joan Llopis quien suscitó la cuestión, y ya él insistió en algo que luego el arzobispo de Barcelona subrayó: es importante –evidentemente– el contenido de la homilía, su fidelidad a la Palabra de Dios proclamada, también la actitud espiritual del predicador y su conocimiento de los asistentes, el respetar el justo lugar –y tiempo– de la homilía en el interior de la celebración, pero todo ello no debe hacernos olvidar lo indispensable que es saber decir la homilía, saber comunicar. Lo que se ha llamado el «arte de la homilía».

Precisamente en la reciente encíclica de Juan Pablo II Redemptoris missio –una encíclica a mi parecer especialmente importante, sobre todo en sus primeros capítulos–, al hablar en su número 37 de la gran importancia de los medios de comunicación para la evangelización, el Papa señala agudamente que no basta con «utilizar» estos medios, sino que el reto es saber «integrar el mensaje en esta nueva cultura creada por la comunicación moderna». «Esta cultura nace –añade– aún antes que de los contenidos, del hecho mismo de que existen nuevos modos de comunicar con nuevos lenguajes, nuevas técnicas, nuevos comportamientos psicológicos».

Diría que la homilía, aunque tenga sus características propias, no puede abstraerse de la realidad de esta «nueva cultura». Porque es dicha ante y para quienes están sumergidos en esta cultura creada por la comunicación moderna. Pienso que la in-significancia de bastantes homilías está causada porque son dichas en un lenguaje propio de una cultura anterior, causada porque no tienen en cuenta los «nuevos comportamientos psicológicos» de los que habla Juan Pablo II.

Hoy una homilía no debe ser impositiva sino expositiva. Con una exposición no tanto lógica o de principios como narrativa (¡volviendo a la teología narrativa de los evangelios y de la misma Eucaristía!). Redescubriendo el valor de la Palabra y de la imagen (nosotros, que venimos de una Palabra que era Imagen del Padre). Buscando –como la buscan los medios de comunicación– la cercanía, casi diría que la complicidad –cordial– con los oyentes.

(1991, número 9)

El mundo laboral

Alguien comenta: «Es curioso que el mundo laboral apenas ocupe lugar en las homilías, en las plegarias de las misas».

Mundo laboral significa, en este comentario, no tanto la problemática social –la que es campo de la enseñanza social de la Iglesia, que esa sí se menciona con más frecuencia– como el tejido de la vida cotidiana que se desarrolla en la actividad laboral habitual de la mayoría de hombres y de cada vez más mujeres. Todo este mundo que en ocho horas –más o menos– es un aspecto tan importante de relaciones, actitudes, alegrías y preocupaciones, ambiciones o frustraciones, un mundo de primera importancia para la mayoría de quienes asisten a la misa dominical.

Repasé –después de escuchar el comentario– una serie de «oraciones universales» que proponemos en Misa Dominical y tuve que reconocer lo fundado de la queja. Es significativo comparar la abundancia de menciones a otro aspecto básico de la vida de tantos hombres y mujeres –la familia– con la escasez de menciones al ámbito laboral. Y pensé que algo semejante, quizá aún más acentuado, sucede en las homilías: ¿no es cierto que es mucho más frecuente –cuando se quiere concretar, cuando se desea aterrizar en la vida real– buscar aplicaciones en el ámbito de las relaciones familiares o incluso en el de las relaciones entre los miembros de la comunidad o del pueblo/barrio, que en el ámbito de la vida de trabajo?

Y, sin embargo, parece evidente que, para la mayoría del personal adulto que asiste a la celebración dominical, gran parte de su vida pasa en este mundo del trabajo de cada día. Y que en él, en este ámbito cotidiano de tantas horas, no se puede colocar entre paréntesis el ser cristiano. Las relaciones entre compañeros de trabajo –por ejemplo–, con quienes están más arriba o más abajo en el escalafón de mando –y de dinero–, son habitualmente un elemento fundamental en la vida de esta población «activa» que parece olvidada en nuestras celebraciones. O, desde una perspectiva más individual, la ilusión de algunos, la ambición en otros, el peso agobiante en bastantes, también el simple aburrimiento en no pocos, sin olvidar el gusto por el trabajo bien hecho en muchos, o tantos aspectos de la vida personal que se juegan en el ámbito laboral y que son carne y sangre de vida cotidiana, de vida cristiana.

Ahora viene la época de vacaciones y se hablará de ella en nuestras misas. Cuando terminen, ¿no sería un buen propósito no olvidar el mundo laboral?

(1991, número 13)

Reflexión precuaresmal

El teólogo y monje de Montserrat Evangelista Vilanova escribía recientemente: «El problema básico del neoconservadurismo es que, a menudo, las respuestas que propone son casi iguales a las respuestas preconciliares, aunque debidamente maquilladas. El sujeto principal de su discurso es la Iglesia, más que el Evangelio, o Dios, o Jesucristo. Y, casi siempre, la Iglesia es identificada con la “institución”, y esta piensa, habla y actúa por la jerarquía» (cf. Rev. Esp. de Teología 50,4).

Y el cardenal Ratzinger, en el Sínodo europeo, acaba de decir: «La Iglesia debe hablar ante todo de Dios. La Iglesia ha de preguntarse si no habla demasiado de sí misma mientras deja en la sombra el anuncio de Dios. El discurso de la Iglesia no ha de ser un anuncio de dogmas y de prescripciones, sino un anuncio del Dios que se nos revela en Jesucristo».

Me parece que, en más de una ocasión, se ha dicho en Misa Dominical algo semejante concretado en el lenguaje homilético: el uso y abuso de la Iglesia como sujeto omnirrecurrente («La Iglesia nos dice…, la Iglesia nos manda…»). Así se causa la impresión de que lo más importante es el medio –la Iglesia– y no el mensaje –el Evangelio, Jesucristo– y como es ley básica en la teoría de la comunicación: «Toda hipertrofia anula el mensaje».

La historia eclesial de la segunda mitad del siglo XX ayuda a explicar este fenómeno. Si –como dice E. Vilanova– «las fuentes disponibles autorizan a concluir que Juan XXIII quería un concilio de transición, es decir, que hiciera pasar, a la Iglesia, de una época postridentina a una nueva fase de testimonio y anuncio», de hecho, el Vaticano II se centró en responder a la pregunta formulada por el cardenal Montini/Pablo VI: «Iglesia, ¿qué dices de ti misma?». Y en el posconcilio, si primero el impulso llevó a movilizar al pueblo cristiano en el afán de renovar a la Iglesia, luego, el impulso restaurador lo ha llamado a reafirmar la Iglesia. Es decir, siempre la Iglesia como protagonista (aunque sea con las mejores intenciones).

Al preparar la Cuaresma, a todos –personal y comunitariamente– nos será útil verla como un camino de redescubrimiento y recentramiento en la Buena Nueva de Jesús, que es el anuncio del único Dios: el Padre.

(1992, número 3)

Narración y relación

Josep M. Rovira Belloso, en su reciente libro Sociedad y reino de Dios –una muy sugerente reflexión cristiana sobre la situación de la fe en la sociedad actual, un libro que supongo pronto se traducirá al castellano–, al hablar de la importancia del lenguaje narrativo como lenguaje de la fe y de la celebración, dice: «La relación que tuvo Jesús con sus contemporáneos se funde con la relación entre Jesús y los oyentes actuales. La red de relaciones del pasado se actualiza en una red de relaciones actual».

El Tiempo Pascual podría ser ocasión para un examen sobre si vivimos así nuestra relación con Jesús viviente al escuchar su palabra (y la homilía ayuda a tejer esta relación). No es así cuando nos servimos de las palabras de Jesús como confirmación de nuestros argumentos o como premisas teóricas a partir de las cuales construimos nuestro discurso personal. En ocasiones casi parece que cedamos a la tentación de utilizar sus palabras como piedras para lanzar a los supuestos adversarios (sin reflexionar sobre aquel interrogante de Jesús: «¿Qué hombre hay entre vosotros al que le pida pan su hijo y él le dé una piedra?»).

Valorar y utilizar el lenguaje narrativo –especialmente del Evangelio– es el gran camino para que las palabras de Jesús –y sus hechos y actitudes– nos lleguen e interpelen como lo que son: elementos de una relación personal. Entonces y también ahora. El «como si presente me hallare» ignaciano no es solo una actitud contemplativa sino que –especialmente en el interior de la celebración sacramental– es una invitación a saberse realmente, con realismo pascual, relacionado con Jesús, en un tejido similar al que se daba entre Jesús y sus discípulos, entre Jesús y toda aquella gente –pecadores, marginados, enfermos– que convivió con él.

Como dice Rovira, sentirnos implicados en los hechos narrados nos lleva a celebrarlos (la celebración es la actualización, también relacional, de lo narrado). Más aún, de esta relación oyente y celebrativa nace el impulso a caminar en el mundo como caminó Jesús. A tejer con nuestros contemporáneos el estilo y la práctica de relación que tejió Jesús. La relación que él sigue tejiendo ahora con nosotros.

(1992, número 7)

¿La gente?

Leyendo el resumen de una sesión que organizamos en el Centre de Pastoral Litúrgica sobre la problemática de la misa dominical, encuentro una expresión bastante repetida: «la gente… (la gente llega tarde, la gente no está preparada, la gente…)». No es, ciertamente, una exclusiva de este resumen (de estas sesiones). Es, me parece, una expresión muy típica, muy habitual, en este tipo de reuniones. Basta haber asistido, por ejemplo, a la reunión de algún equipo o comisión de liturgia parroquial para atestiguarlo: también allí se repite que «la gente eso…, la gente aquello…».

No trato de maximizar la expresión. Es muy comprensible que la usemos. Pero me atrevería a proponer una reflexión estival sobre un posible riesgo que puede haber bajo esta expresión. El riesgo de olvidar que tras este colectivo de «la gente» se esconde una pluralidad concreta, real, de personas singulares y distintas. Que la misión de la Iglesia –por voluntad del Señor– no tiene como objetivo a «la gente» sino a este hombre, aquella mujer, este joven, aquel niño… O que si bien la celebración dominical reúne a una asamblea, no es «la gente» la que la forma sino Pedrito, el señor José, Marina, Montserrat, Gerardo, etc. Cada uno con su nombre, su vida, su historia, sus cualidades y defectos.

Un amigo sacerdote fue trasladado de X a Z. X era una parroquia con notable asistencia dominical, con un templo grande en el que el presidente de la Eucaristía queda allí arriba, lejos. Z es una parroquia no menos numerosa pero con mucha menos asistencia dominical, con un local/iglesia de reducidas dimensiones, en donde el presidente está cercano y casi al mismo nivel que los asistentes. Mi amigo comentaba: «Antes tenía la impresión de celebrar ante un público informe; tenía la sensación de que mis palabras planeaban sobre una multitud de cabezas sin rostro; ahora veo rostros, casi siento la reacción, yo mismo me noto copartícipe en algo común».

Sin duda es justa su diversa reacción, pero lo que ha cambiado es su situación. Porque «la gente» que tenía delante en la otra parroquia, en la iglesia grande, también tenía cada uno su rostro, sus reacciones. Era él quien no las veía, quien no las sentía.

(1992, número 11)

Menos misas

Con este mismo título escribí un comentario en la vivaz revista valenciana Saó, que luego amablemente reprodujo el semanario Cataluña cristiana. Como sabe cualquiera que publique revistas, las repercusiones a lo que uno dice suelen ser escasas. Pero en este caso sí me han llegado, y numerosas. Numerosas y coincidentes: tienes razón, pero… Y el «pero» significa que hay poca esperanza de conseguir esta disminución en el número de misas que parece conveniente. Quizá más expresivo que «disminución» sería decir «concentración».