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El
corazón
en un
puño

Koro Cantabrana Ruiz de Larrinaga

Este libro está dedicado a mi hijo Eric, que ha vivido todo el proceso desde la madurez que requería el entendimiento y el apoyo de todo lo que la familia necesitaba en estos extremos momentos.

A mi marido y gran padre, Fernando, por compartir conmigo durante veinticinco años todo un proyecto de vida.

A mi madre, Cheri Ruiz de Larrinaga Alustiza, por su incondicional y abundante amor. Y a toda la familia y amigos que han estado apoyando y pendientes cada minuto del proceso. En especial a la tía Ana Cantabrana Cámara y a Miguel Urabayen, que nos han dejado antes de ver publicado este libro.

A todos los donantes y los donados. Por su generosidad y por su apuesta por la vida.

A todas las personas que trabajan en hospitales, por su gran corazón, por sus valores de compasión, servicio, paciencia, valentía y amabilidad. En especial a todos los que han estado tratando y cuidando a Alan todos estos años: doctores y doctoras Lázaro, Aznal, Albert, Romero, Abella, Núñez, Gran, Solé, Segarra, Gil, Pujol, Izquierdo, Hualde, Betrián, Balsells, Montferrer, Costa, Girona, González Peris, Gonçalvez, Miró… y muchos facultativos más. Y, junto a ellos, a todas las enfermeras y enfermeros, y voluntarios, a quienes dedico en especial varios capítulos del libro.

A todas las madres y padres, quienes, pase lo que pase, están siempre al lado de sus hijos.

A quienes estaban ingresados durante esos días con nosotros en el hospital: Aina, Jessy, Sergio, Mari Trini, Mireia, Isidro, Pol, Mireia, Agustín, Rodrigo, Bea, Juanjo… Y en especial a aquellos que nos dejaron –Sidhak, Sergio, Ulises–,
a sus padres –Savita, Marisol, Josechu, Marga y Manolo–
y a sus familias.

Y, sobre todo, a ti, Alan. Por lo que nos has hecho vivir, experimentar y evolucionar. No solo en estos 137 días en los que tu familia y todos los que te conocemos hemos tenido «el corazón en un puño». También por todos los años que nos has dado y por los años que vienen y que seguirás compartiendo con nosotros. Este libro es para ti, precioso, por todo lo que eres, por tu optimismo, por tu alegría, por tus enseñanzas. Por todo.

Introducción

Sobre este libro

Alan nació con una cardiopatía congénita. Su corazón tenía una anomalía. La noticia fue como un mazazo. Podía fallecer en unas horas. Esa fue la primera vez que sus padres tuvimos el corazón en un puño. Sin embargo, después de cinco operaciones, todas a vida o muerte, sigue aquí, riendo, cantando, disfrutando de la vida y nosotros disfrutando de él y con él. Hoy tiene diecinueve años. Y en estos más de siete mil días de vida, ha pasado por muchas experiencias. Algunas muy duras, aunque la mayor parte de ellas positivas. Y todas compartidas con su familia: su hermano Eric, su padre Fernando, y yo, Koro, su madre.

Este libro narra la historia de su trasplante de corazón. Desde el instante en el que recibimos el aviso de que había un corazón para Alan hasta el momento en el que él dejó el hospital. Es un resumen de los 137 días, casi cinco meses de hospitalización en un proceso extraordinario de adaptación y recuperación. Sobre todo para Alan, aunque también para toda la familia. Su padre, su hermano, su abuela y yo estuvimos a su lado en todo el proceso.

Una historia tremenda de superación personal, incansable motivación y gran trabajo para superar los grandes obstáculos que surgían a cada paso del camino y que alejaban a Alan del sueño de salir del hospital para comenzar su nueva vida.

Porque en estos cinco intensos meses ha habido de todo. Una gran montaña rusa de emociones se ha ido construyendo a lo largo de los días. Y su recorrido se ha vivido con un nudo en la garganta, desconociendo cómo iba a terminar y si por el camino esa montaña rusa se iba a desmoronar.

El corazón en un puño es un libro escrito desde la honestidad, la bondad y la valentía. En él describo las bajadas emocionales, las tensiones, las incertidumbres, los instantes de flaqueza y los miedos. Y también narro las remontadas de ánimo, las ilusiones y todos los pensamientos que conseguían mantenernos a flote, con ilusión, alegría e incluso con momentos de risas, diversión e inspiración. Y sobre todo, con espacios llenos de amor.

Espero que al leerlo sientas qué significa vivir plenamente una circunstancia tan extrema, siendo consciente de cada instante, cada pensamiento y cada emoción, con el único objetivo de superarlo de forma positiva y exitosa, y de ver a un hijo salir feliz del hospital.

Durante su lectura te emocionarás y vibrarás con la misma ilusión y esperanza con la que hemos vivido nosotros este proceso. Su páginas te mantendrás atrapado con «el corazón en un puño». Disfrutarás al sentir el deseo de vivir a pesar de los inconvenientes. Y entenderás cómo los 137 días pasados en el hospital, por el simple y sencillo hecho de haberlos vivido, han sido, cada uno de ellos, «UN GRAN DÍA».

Los siete objetivos de este libro

La historia de Alan es una de los 140 casos de trasplante que cada año se realizan a niños y niñas en España. Esa cifra supone el 5% de los trasplantes en el mundo. Además de mostrar nuestro orgullo y agradecimiento por esta realidad, he decidido escribir este libro pensando en todas las familias que pasan por situaciones y momentos dramáticos como los que aquí narro. Y lo he hecho con siete objetivos principales:

El primer objetivo es ayudar a otras familias que pasan por una situación traumática con alguno de sus hijos. Mi optimismo natural y mi profesión como coach han facilitado que muchas madres y padres me consulten sobre cómo pueden llevar o sobrellevar mejor situaciones crónicas que viven sus hijos. Además, en estos más de dieciséis años como coach profesional, he desarrollado habilidades y herramientas que también ayudan en estas circunstancias. Por eso, aquí explico cómo he vivido en primera persona estos 137 días de hospitalización –75 en UCI y 62 en planta– con mi hijo Alan.

El segundo objetivo es recordar la importancia de apreciar la vida. Apreciar conscientemente. Apreciar las cosas pequeñas. El día a día, el aire en la cara, poder mover las manos o los pies y caminar, ver la luz del día cada mañana, poder disfrutar de una ducha o utilizar el baño cada día, beber un sorbo de agua, poder estar con quienes nos quieren, agradecer a quienes nos ayudan y nos apoyan, creer en uno mismo, celebrar cada pequeño avance hacia nuestros sueños… También valorar y apreciar el cuerpo que cada uno tiene y cuidarlo para que sea hermoso, vital y saludable, y desarrollar una actitud mental positiva, una actitud optimista, ilusionante, vital…

A todos se nos olvida apreciar lo que somos o tenemos en la vida cuando las cosas van bien y solo nos acordamos de hacerlo cuando van mal o nos falta alguien a quien queremos. Apreciar y agradecer todo lo que somos y tenemos es algo que yo quisiera recordar todos los días. Porque a mí también se me olvida.

Por ello, me gustaría que pudieran leer este libro los jóvenes y adolescentes. Desearía que entendieran qué es salir de la normalidad para afrontar una situación física que suponga un reto. En este caso, pueden sentir, a través de la lectura de este libro, cómo vive un joven de diecisiete años durante 137 días en un hospital la experiencia tremenda de un trasplante de corazón y sentir la motivación, el desaliento, las ilusiones, los miedos y los sueños que hay en torno a ello.

El tercer objetivo es homenajear a todos los que hacen posible que un trasplante se realice. Empezando por las personas y las familias donantes, hasta los organismos y profesionales que posibilitan los trasplantes, así como los profesionales sanitarios, que en todo momento nos han brindado una atención profesional y personal al más alto nivel. Mi deseo es que este libro sea un pequeño homenaje para ellos. Además, hago una mención muy especial a las enfermeras y enfermeros, así como a auxiliares, que ofrecen tanto apoyo, amor y amabilidad a los pacientes y sus familias.

El cuarto objetivo es fomentar las donaciones de órganos. Muchas personas consiguen una mejor calidad de vida e incluso la diferencia entre la vida y la muerte gracias a la generosa y desinteresada acción de los donantes y sus familias. En 2017, en España se superaron los 2.000 donantes, que sirvieron para más de 5.000 trasplantes. Y en el mundo se sobrepasan anualmente los 100.000 trasplantes (de más de 30.000 donantes fallecidos y 40.000 de donantes vivos).

El quinto objetivo es ayudar a otros niños. Fomentar las donaciones económicas para asociaciones que trabajan ayudando a niños con retos de salud y a sus familias. En este sentido colaboro con la Asociación de Cardiopatías Congénitas COR Barcelona ACCCB, que trabaja con niños afectados por cardiopatías congénitas. Muchos niños no pueden acceder a los cuidados, a las operaciones o a los apoyos sanitarios necesarios para tener una vida «normal». Muchos de estos niños y jóvenes viven con bajos recursos económicos o en países donde se hace casi imposible el tratamiento que requieren. Ayudar a estos niños y a sus familias es uno de los objetivos de esta asociación. Y recaudar el máximo posible es un deseo importante, porque con ello se podrán salvar y mejorar la calidad de muchas vidas de niños y niñas.

El sexto objetivo es fomentar la comprensión de estas situaciones entre los más jóvenes. Sobre todo en los centros escolares. En algunos momentos y en algunas situaciones, niños y niñas con retos de salud importantes (física, emocional o mental) sienten discriminación, rechazo, acoso, ninguneo, incomprensión… por parte de sus compañeros y de la escuela. He conocido a muchas madres y a muchos niños afectados por enfermedades crónicas que en ocasiones se han sentido acosados por ello y se han encontrado arrinconados, señalados como bichos raros, que viven su vida educativa y social con dificultades añadidas a su precaria salud. Esta tensión hace que la autoestima de estos niños baje, que pierdan confianza en sí mismos y en su futuro, y fomenta en ellos el deseo de «desaparecer» de los ámbitos educativos y sociales, en los que otros de su edad se relacionan con toda normalidad.

El séptimo objetivo es concienciar sobre la necesidad de incorporar nuevas propuestas educativas que sean innovadoras, abiertas, flexibles, integradoras y empoderen a este alumnado. Deseo concienciar a las autoridades y a los profesionales de la educación acerca de la necesidad de nuevas adaptaciones del sistema escolar. Necesitamos programas y sistemas más acordes con los tiempos que vivimos para niños y niñas en situaciones similares a las de Alan. Necesitamos contemplar nuevas fórmulas educativas para estos pacientes con enfermedades y dolencias crónicas, sean estas de tipo físico, emocional o mental. Se trata de ver la situación de estos niños y jóvenes, no como un estorbo en el aula o fuera de ella, sino como una oportunidad de crecimiento y mejora para todos.

Se trata de encontrar nuevas estrategias para estos niños y jóvenes que contemplen innovación, apertura, flexibilidad, integración y empoderamiento. Para ello es imprescindible abrirse a nuevas posibilidades, entender la educación de una manera más amplia y promover fórmulas que faciliten el crecimiento y el desarrollo de todos, sin ningún tipo de exclusión o marginación. Porque… ¿cómo puede sentirse alguien de esta edad cuando, después de unos meses de hospitalización, es relegado al no haber podido seguir el curso perdiendo así los lazos que había establecido con sus compañeros de clase y con sus profesores?

El corazón y este libro

Este es un libro escrito con el corazón en un puño, un órgano que se activa al completo cuando nacemos, y que se detiene al morir. Bombea intensamente cuando algo interrumpe su calma; tanto si es por temor como si es por amor. El corazón es un gran campo electromagnético, dicen que incluso cinco mil veces más intenso que el cerebro. Y aun así, lo cuidamos poco, lo escuchamos poco y apenas lo conectamos con otros corazones. Tampoco le permitimos hablar, compartir, empatizar, ayudar, entender, cooperar, decidir, soñar, pensar, imaginar… ni crecer con amor incondicional, ni practicar una escucha libre de juicios, o practicar la simple –y tan complicada a la vez–, alegría de vivir sintiéndonos bien.

El corazón abre puertas que la sinrazón cierra. El pulso del corazón es el pulso del Universo y de la Vida que fluye de personas a personas, hermanándonos. El corazón es de color rojo intenso, como el centro del sol, como el núcleo de la Tierra, como la sangre que fluye por nuestras venas. El corazón tiende puentes allí donde hay abismos porque no sabe de razas, ni de distinciones, ni de injusticias.

I. La espera: once meses

2016 fue un año intenso. El corazón de Alan estaba en una situación crítica e irreversible. Así, en enero Alan entraba en la lista de espera para el trasplante. Eso requería vivir en un lugar cerca del Hospital Vall d´Hebrón, en Barcelona. Necesitábamos trasladarnos a 500 kilómetros de nuestra casa, en Pamplona. El desplazamiento generaba muchas incógnitas: ¿Nos llamarían pronto para el trasplante? ¿Nos trasladaríamos toda la familia a Barcelona? ¿Dejaríamos que Eric, el pequeño, terminara el curso en su colegio en lugar de trasladarlo a uno nuevo cerca del hospital?

Finalmente decidimos que Eric completara el curso en el colegio en el que estaba, y que fuera su padre, Fernando, quien acompañara a Alan a Barcelona. Además, para eso había solicitado una excedencia en su trabajo como capitán de un barco atunero hasta que Alan fuera mayor de edad, en trece meses. Yo viajaría entre las dos ciudades constantemente.

Así, a principios de año trasladamos la mitad de nuestro hogar a Barcelona, a un piso a veinte minutos del hospital y cerca de la playa.

Alan necesitaba un trasplante lo antes posible. Su situación era cada vez más crítica. Por eso, al mes de entrar en la lista de trasplantes pasó a la lista de urgentes. Esperábamos que el nuevo corazón llegara pronto, tal vez en uno o dos meses. Teníamos la esperanza de que para el verano todo hubiese acabado.

Sabíamos que encontrar un corazón para Alan era un proceso complejo. Surgieron algunas donaciones. Sin embargo, las compatibilidades, que determinan qué paciente recibe el corazón donado, resultaban difíciles con Alan.

Llegó finales de junio y el fin de curso. El corazón aún no había llegado, así que hubo reunificación familiar. Ya estábamos los cuatro juntos en Barcelona. Alan se sentía cada día más débil. Como vivíamos cerca de la playa, cuando podía disfrutaba de baños en el mar que le sabían a gloria. Yo me acostumbré a salir todos los días a las 6:15 h de la mañana a pasear. Ver amanecer en el mediterráneo era todo un privilegio y me ayudaba a que los días se pasaran de mejor forma.

Llegó septiembre. Y todavía el corazón para Alan no había aparecido. Eric comenzó el curso en Barcelona: compañeros y profesores nuevos, sistema e idioma diferente… todo un reto. Y ahí estaba él, con pocas ganas de afrontar la nueva situación y mucha resignación, aunque con mucho amor por su hermano.

Todavía pasaron unos meses más. Y por fin, cuando empezábamos a desesperar, llegó la gran noticia.

II. ¡Nuevo corazón!

Incertidumbre

¡Ya ha llegado! ¡Hoy, por fin! ¡El nuevo corazón de Alan ha aparecido! ¡A los diez meses y seis días de entrar en la lista de espera! ¡Ya tenía ganas! Desde que le dieron la opción del trasplante, hace ya un año, Alan estaba muy ilusionado. Y hoy, por fin, ha llegado. Con casi dieciocho años, Alan va a volver a nacer.

Ha esperado más de 300 días. Casi todos bien llevados, incluso con optimismo. Aunque también ha pasado malos días, con momentos de desesperación. Por suerte, nos tenía para apoyarlo a todos los que le queremos: sus padres, siempre optimistas; los amigos, siempre en contacto; su coach incondicional, Yolanda; y los médicos, que repetían: «Tranquilo, el órgano siempre llega».

A las 17:30 h de la tarde recibimos un mensaje de la cardióloga: «Hay un posible donante». Alan se emociona al leerlo. ¡Lleva tanto tiempo deseando leer este mensaje! La cardióloga está muy pendiente de si este corazón es definitivamente el idóneo para Alan. Ella le conoce bien. Lo ha cuidado con cariño y dedicación desde el día en el que llegó en ambulancia a este Hospital Vall d´Hebron de Barcelona, solo unas horas después de haber visto la luz en un hospital de Pamplona.

El mensaje ha llegado en un gran día; Alan ha estado disfrutando de una jornada estupenda. Y ha sido así durante los últimos diez días. Se ha divertido con visitas de amigos. Ha reído mucho en los divertidos juegos de mesa. Ha compartido bromas, aperitivos al sol, ricas comidas… Grandes días, como si hubiese intuido que este momento estaba a punto de llegar. Además, acababa de comprar un cuaderno de 365 mandalas y una caja con sesenta lápices para colorear. Ha comenzado a utilizarlos estos días y quiere seguir haciéndolo cuando esté en el hospital. También ha comprado un bonito rollo de papel de regalo. Quiere ir preparando los regalos de Navidad. Este siempre ha sido un periodo muy especial para Alan. ¡Le encantan los regalos! ¡Y el mensaje ha llegado en forma de regalo! Y... ¡vaya regalo! ¡¡De los que no necesitan envolverse!!

A los pocos minutos llega otro mensaje: «Id a Urgencias». El mensaje está claro. Hay que salir enseguida hacia el hospital. Salimos Alan, Fernando y yo de inmediato. Eric se queda en casa. Fernando conduce. Me siento en la parte de atrás con Alan. Quiero estar a su lado. Vamos los tres hablando durante el camino y a pesar de la tensión natural, todo está siendo muy fluido. Repetimos la conversación que hemos tenido otras veces, anticipando que ese momento que iba a llegar:

–Estoy nervioso –dice Alan.

–Normal que estés nervioso. Y también contento, ¿no? –preguntamos su padre y yo.

–Sí. Muy contento.

–¿En qué vas a pensar cuando te vayan a poner la anestesia?

–En que mi nuevo corazón va a ser genial. Y voy a cantar en mi mente alguna canción que me guste. Creo que la de «Mama said» de Lukas Graham –contesta.

En estos días esa es su canción favorita. La ponemos en ese momento en el coche y la cantamos. Eso le relaja mucho. Y a su padre y a mí también.

Llegamos al hospital. Son las 18:30 h. Fernando nos deja en la puerta y se va a aparcar. Entramos rápidamente y nos hacemos un hueco delante de la larga cola de madres y padres que esperan frente al mostrador de admisión de urgencias a dar sus datos:

–Hola. Perdonen. Nos están esperando –digo mientras Alan y yo nos colocamos los primeros en el mostrador. Los que están en la fila nos miran desconfiados y expectantes. Ellos estaban antes… y al mismo tiempo perciben nuestra inquietud.

–¿Dígame? –pregunta la amable administrativa, con la intención de saber qué sucede ante tal premura.

–Nos han llamado para un trasplante –respondo mientras noto cómo los padres que esperan frente al mostrador se retiran y nos hacen sitio, sin dejar de atender a la conversación para enterarse de un poco más.

–Bien. ¿Trasplante de qué? –dice la administrativa buscando entre sus papeles.

–De corazón.

Al oír esto, todos en la cola ponen los ojos como platos.

Y se retiran aún más. Nos dejan el suficiente espacio como para quedarnos solos ante el mostrador. Incluso las dos madres que daban en esos momentos sus datos a la otra administrativa se alejan y nos dejan solos. Lo que han oído les ha parecido lo suficientemente importante como para hacerlo. Además, han visto cómo a mí se me ha escapado una lágrima, provocada por la emoción de que todos lo entendieran y actuaran tan rápido para ayudarnos. Alan sonríe a todos. Está muy ilusionado. ¡Ha llegado su gran día! Le dice su nombre a la administrativa y espera a que le indiquen el siguiente paso. Parece que la conversación del coche le ha ayudado mucho a estar tranquilo.

Le ponen la pulsera y lo pasan al interior de Urgencias. ¡El protocolo para el trasplante ya está activado! Dentro ya le están esperando. Y aunque todavía no está confirmada del todo la compatibilidad con el corazón del donante, hay muchas probabilidades de que ese corazón sea para él. Fernando llega en este momento. Viene nervioso. Sin embargo, enseguida se relaja al ver a Alan bromeando con su querida amiga, la doctora L.C., y saludando a sus amigos médicos que se han acercado al enterarse de la noticia. Alan ha hecho muchos amigos en el hospital en los últimos diez meses. Siempre de buen humor, bromista y parlanchín, no pasa desapercibido. Es de los que deja huella y se hace querer. Y que hayan venido a saludar y a hablar con él le está resultando de gran apoyo. «¡Qué contento está. Este es Alan!», me dice Fernando sonriendo.

A las 20:30 h llega el momento de entrar a quirófano. En ese momento, y solo por un segundo, a Alan los nervios le pueden y suelta unas lágrimas. Es normal. Hay mucha tensión contenida. Enseguida se repone. Se da cuenta de que ha llegado el momento que tanto esperaba. Llega el celador:

–¡Qué, Alan!, ¿nos vamos?

–Sí, de copas. ¡¡Vamos!! –aprovecha Alan para bromear mientras ríe.

Poco a poco notamos que comienza a relajarse por efecto de la medicación que le acaban de suministrar. Aún así tiene fuerzas para sonreír y soltar un par de bromas más antes de quedarse dormido.

Estamos esperando los resultados de las últimas pruebas realizadas al corazón del donante. Cruzamos los dedos para que nos den buenas noticias. La coordinadora de la operación de trasplante viene a informarnos: «Definitivamente, se va a proceder al trasplante. Hay compatibilidad. Todo está ya en marcha». ¡Qué bien! ¡Todo va para adelante! Estamos emocionados ante tal noticia. Yo tengo el estómago encogido. No sé qué hacer. ¿Paseo por los pasillos? ¿Me siento? ¿Me pongo mis auriculares? ¿Qué hago? Sé que hay que pasar unas cuantas horas aquí. Esperando. Son horas muy largas. Diez como mínimo, entre que le anestesian, le abren, le quitan su corazón, le ponen el nuevo y le vuelven a cerrar. ¡Uf! ¡Larga noche!

A las 23:30 h nos vuelven a informar: «Todo va bien». ¡Buenas noticias! ¡Qué bien! Además, sabemos que está en buenas manos. El cirujano que le opera es el doctor RA., un experto en el tema. No lo conocemos todavía. Sin embargo, confiamos en él al 100%. La vida de Alan está en sus manos. Y estamos seguros de que va a hacer un gran trabajo.

Nos informan de nuevo a la 01:00 h de la mañana: «Todo va bien. Dentro de lo normal». Ya han pasado cuatro horas y media. Esto avanza. Todavía queda mucho, así que mejor relajarse.

Nuevo parte a las 3:30 h: «Todo va bien. Avanzamos con normalidad». Bien. Ya son siete las horas que han pasado. Esto está más cerca de terminar. Y aunque por ahora todo va bien, nuestra tensión es cada vez mayor.

Este párrafo quedaría así:

Mientras Alan está en el quirófano, me acuerdo de muchas personas. A algunas las conozco en persona. A otras no. ¡Y tengo tanto que agradecerles a todas! Hay un gran número de profesionales trabajando para que este momento haya llegado. Un gran equipo de médicos y no médicos. No me refiero solo al gran trabajo del equipo del Hospital Vall d´Hebron de Barcelona. Me refiero a todos los que hacen posible un trasplante: el equipo extractor del órgano del donante, quienes lo transportan entre hospitales… y también el equipo nacional de coordinación de trasplantes. Es fundamental que este equipo funcione bien en un sistema de bienestar social como el que disfrutamos. Y al menos en España, funciona muy, muy bien. ¡No sé qué hubiese pasado si esto hubiese sido de otro modo! Así que gracias a todos ellos: gracias por su gran trabajo. ¡Muchas gracias! También me acuerdo de todo el equipo de profesionales médicos y de enfermería que han estado pendientes de Alan todos estos años: los diecisiete que tiene ahora. Y de quienes estos diez últimos meses, han puesto sus conocimientos a su servicio para que Alan haya llegado a este momento en las mejores condiciones posibles. Y por último, muy importante, mi gran agradecimiento a los donantes y sus familias. En un momento tan duro como es la pérdida de un ser querido, el hecho de donar tiene mucho valor y muestra su gran corazón. Un gran gracias. Porque, con este acto de generosidad, otras personas, como Alan, pueden volver a nacer. De nuevo, ¡GRACIAS!

Dan las 5:00 h de la mañana y Alan todavía está en el quirófano. Estamos esperando noticias. Nadie sale. No llamamos por no molestar. Intuimos que saldrán pronto a decirnos que todo ha ido bien. Cada minuto que pasa lo vivimos con intensidad. Fernando y yo no queremos pensar, solo estamos. Solo esperamos. Y solo queremos sentir ilusión y esperanza. Deseamos que todo termine ya. Y que termine con una buena noticia.

A las 5:30 h salen a informarnos. Es el cirujano, el doctor RA. Está pálido, cansado después de tantas horas de atención precisa. Se le nota sofocado ante la intensidad de toda la noche de operación. Toma aire y comienza a hablar:

–Todo ha ido muy bien. Estoy muy satisfecho. Ha sido la operación más complicada que he realizado en mi vida. Estoy muy satisfecho –repite con la seguridad de un gran profesional–. Al principio, cuando abrí a Alan, lo vi muy complicado. Él tenía el corazón con tres importantes operaciones anteriores y había que revertirlas. Y su cuerpo y su circulación estaban adaptados a ese medio corazón con el que había funcionado toda su vida. Además, tenía todo en el tórax muy compactado –explica–. Hemos ido separando cada parte. Hemos visto poco a poco que lo que hacíamos iba quedando muy bien. Después hemos colocado el nuevo corazón. Y todo ha ido muy bien enseguida –comenta mientras vuelve a respirar profundamente y se sienta un momento a descansar–. Muy satisfecho. Estoy muy satisfecho. Todo ha ido muy bien. Y Alan está bien –repite con gran satisfacción.

¡Qué alegría oír hablar así al cirujano! La operación ha sido todo un éxito. El trasplante se ha completado. ¡Qué bien! ¡Qué satisfacción! Le damos varias veces las gracias por todo y él vuelve a entrar a quirófano. Aún falta cerrar el tórax y prepararlo para ir a la UCI. Eso llevará algunas horas.

Cuatro horas más tarde, Alan sale por fin de quirófano. Lo van a llevar a la UCI. Nos permiten acompañarlo en ese recorrido. Estamos nerviosos al verlo. Le damos un beso en la mejilla. Está sedado y con máscara de oxígeno. Está tapado hasta el cuello con una sábana. Está hinchado. Es lo normal. Ya lo sabíamos. Sale precioso. Con sorpresa, vemos que lo llevan sin circulación extracorpórea. ¡No la necesita! ¡Qué grande! ¡¡¡Todo un éxito!!!! Lo normal es que, por su complicada situación, la hubiese requerido. Y no. ¡¡Estamos gratamente impresionados!! Una muestra más del gran trabajo de todo el equipo de trasplante. ¡¡Es increíble lo que han hecho los médicos!! ¡Es magnífico poder salvar vidas y ayudar a que cada una sea mejor! ¡Nos sentimos muy felices de que todo haya salido tan bien!

Alan ya ha llegado a la UCI. Esperamos fuera a que nos llamen. Aprovechamos para informar a toda la familia y a los amigos. Igual que nosotros, estaban todos nerviosos y expectantes. Todos muestran su alegría. Cada uno ha llevado estas horas a su manera. Muchos han estado rezando por él. Gracias. Sé que otros han puesto velas a los santos. Gracias. Los hay que han estado enviando energía positiva. Gracias. Y otros muchos han estado apoyando de distintas maneras. Cada uno ha hecho lo que consideraba que debía hacer. Gracias. Gracias a todos. A todos les estamos agradecidos. Lo han hecho para que todo salga bien. Y así ha sido. ¡¡Genial!! ¡¡Gracias!!

Se nos está haciendo larga esta última espera. Llevan ya cuatro horas estabilizándolo en la UCI. No queremos ponernos nerviosos. Así que seguimos sentados frente a la puerta de Intensivos. Por fin lo han estabilizado y llega el momento de entrar. Estamos deseando volver a ver a Alan. Lo han situado al fondo del pasillo. En el rincón derecho. Está tranquilamente dormido, sedado. Está con respiración asistida. Le besamos, le acariciamos… Necesita descansar después de todo el ajetreo y los profundos cambios que ha tenido en su interior.

Todavía está con el tórax abierto. Es normal; antes de cerrarlo hay que comprobar que todo está bien y ver cómo evoluciona. Aunque le cubren unas gasas, verlo impresiona: tiene drenajes que le salen del pecho y del costado por donde pasa líquido con sangre; está rodeado de muchos tubos y vías de medicación, y además tiene el cuerpo tremendamente hinchado. Y a pesar de todo… ¡está guapíiiisimo! ¡Y ya tiene su nuevo corazón en el pecho! ¡¡Qué alegría!! ¡Estamos felices!

De repente comienza a sangrar de manera excesiva. Rápidamente nos hacen salir. Llaman al cirujano. Fuera, estamos expectantes. No sabemos qué está ocurriendo dentro. No es normal que esto pase. Estamos nerviosos. Sin embargo, confiamos en que los cirujanos lo van saber a controlar. Enseguida salen los doctores de la UCI a darnos el parte: «Es normal que sangre después de una operación así», dicen para calmarnos. «Ahora tenemos que encontrar el lugar exacto por donde sale la sangre para cauterizar. Tranquilos, está en las mejores manos», añaden antes de volver con Alan.

Después de una larga hora, salen otra vez a informarnos: «Hemos encontrado por dónde sangraba: ¡por la aorta! De ahí el volumen de sangre. Ya hemos cauterizado la zona. Ahora ya está estabilizado. Vamos a acabar de limpiarle y podréis entrar de nuevo».

¡Qué bien! ¡Qué alegría oír eso! Era solo un pequeño contratiempo. ¡Qué tranquilidad saberlo! Se agradece la información que nos han ido dando. Esto evita que le demos vueltas a la cabeza especulando.

Llevan ya dos horas con él. ¡Era solo limpiarlo y arreglarlo! ¡No parece que eso necesite mucho tiempo! Aunque sabemos por experiencia que todo en la UCI es lento, ahora ya han pasado tres horas. Y aún estamos esperando. De repente, nos llaman. ¡Por fin volvemos a estar a su lado! Ya está estabilizado, sangra menos y la cosa vuelve a estar «tranquila». ¡¡Qué bien!! ¡Esto es estupendo!

Veinticuatro horas cruciales

Han pasado ya veinte horas desde que Alan entró ayer en el quirófano. Ahora estamos otra vez a su lado. En este tiempo, grandes profesionales –enfermeros, auxiliares y muchos médicos– han estado plenamente pendientes de él: controlando las inestables presiones, sus constantes, sus proteínas y sus vitaminas, la anestesia, la adrenalina, la morfina y todo lo que le dan para el dolor… Ahora solo queda dejar que pase el tiempo y ver cómo evoluciona su cuerpo.

El corazón nuevo está aún «a pecho descubierto». Y funciona bien. Así que deciden cerrar ya su tórax. Ahora toca «meterlo» en su sitio. Al encerrarlo es como si se comprimiera para situarse donde debe ir: entre las costillas. Es necesario volver a estar muy pendientes y estabilizarlo de nuevo. Por eso nos vuelven a pedir que salgamos de la UCI.

Fuera, deseamos que acaben pronto para entrar en seguida a verle. Nos han dicho que «el cierre» durará unos treinta minutos. Sin embargo ya llevan dos horas. Cada vez que sale un médico nos dice que están acabando. Y muy al contrario, no pareces terminar. Esto desespera. No queremos ponernos nerviosos. Sabemos que los tiempos en estas circunstancias suelen ser muy fluctuantes. Además, preferimos que las cosas vayan despacio y con buena letra. Lo bueno es que, como nos informan constantemente de todo lo que pasa; si no nos han dicho nada todavía es que no hay ningún cambio. O, como decía la doctora ML, pediatra de Alan cuando era pequeño, «no news, good news» (que no haya noticias, son buenas noticias).

Al fin sale el cardiólogo, el doctor FG., del equipo de la doctora A., junto a los dos cirujanos –el doctor JP. y el doctor JF– del equipo del doctor RA. Vienen contentos. Por eso sabemos que las noticias van a ser buenas: «Todo ha ido bien». ¡¡¡Genial!!! ¡Estamos otra vez felices!

«El tórax ya está cerrado. Sin embargo, es necesario estar muy atentos otras 24 horas», comentan. Yo estoy segura de que en estas próximas horas todo va a ir genial. Así que estoy tranquila. Llega el momento de volver a entrar. Veo a Alan. Está estupendo, aunque por el momento sigue lleno de tubos, electrodos, sensores y vías para la medicación… ¡Está precioso! ¡Reluciente! Y nosotros radiantes de alegría por ver que todo sigue adelante. Además, tengo muchas ganas de dar gracias a todos los que han hecho esto posible: ¡gracias, gracias, gracias, a todos! ¡Gracias por este milagro, por esta nueva vida que va a tener Alan!

Está descansando, todavía sedado, dormido. Tiene a su lado su radio. Siempre puesta. Él quería estar oyendo música durante su estancia en la UCI. Le encanta la música. Es su pasión. De ahí el nombre de su blog, Música Mi Pasión. Por eso compró una radio exclusivamente para tenerla en estos momentos a su lado. Y nos dio instrucciones concretas: «Aunque yo esté dormido, me la ponéis al lado. Y me vais poniendo mis emisoras favoritas. Quiero oír música todo el tiempo. ¿Vale?». Y pienso: «Sí, cariño. Ahora tu música está ya a tu lado. Y sé, que como siempre, estás cantando, con todo tu corazón esta vez por dentro».