FERNANDO LUJÁN

POEMAS PARA NIÑOS

ANTOLOGÍA

Ilustraciones de Francisco Amighetti

INTRODUCCIÓN

Los poetas y los niños se parecen en su manera de ser, que podemos repetir que cada niño es un poeta y que cada poeta es un niño grande, porque ambos buscan y saben encontrar la belleza que tienen los seres y las cosas. El niño, cuando no conoce el nombre de una cosa que le gusta o impresiona, inventa una palabra para nombrarla, y cuando quiere explicar algo que no comprende, busca una comparación, que es la manera de conocer mejor las cosas y de embellecer la idea que tenemos de ellas. El poeta también inventa nombres y comparaciones para escribir sus poemas, y de esta manera nos comunica la emoción que le produce el variado y grandioso espectáculo de la naturaleza. Nos serviremos de una de las poesías más sencillas de este libro, para un ejemplo de la comparación y de cómo el poeta nos dice lo que para él es una chicharra:

La chicharra
es una hoja seca
que canta.

El poeta, para comunicar mejor sus emociones líricas, le atribuye a las cosas cualidades imaginarias, y si nos habla de las hojas de un árbol bañado por la luz de las estrellas, nos dice que las hojas son de plata, y si las mira bajo la luz del sol, le parecerán duras y brillantes como el oro, y de esta manera nos formaremos un concepto bello sobre las hojas, pues de lo contrario perderíamos el encanto que encontramos en todo lo que nos gusta mirar, idealizándolo. Veamos estos versos que ilustran admirablemente lo que decimos:

De plata,
de oro
son, las duras hojas del higuerón.

Y este mismo poema finaliza con una preciosa imagen sobre el viento y el higuerón, que juegan familiarmente en la soledad del prado. El poeta humaniza el viento, es decir, que como el viento silba, corre y alborota las hojas que encuentran a su paso, nada mejor que se nos diga que el viento es un niño que sabe hacer sus travesuras para divertirse. Al higuerón, en cambio, lo llaman el abuelo, porque en su tronco se ven las arrugas que ha dejado el paso de sus muchos años, y sus ramas parecen los robustos brazos de un hermano y buen amigo protector:

El viento niño,
y el higuerón abuelo,
y todo el prado ríe de su juego.

En estos otros versos el poeta le dice al sol, capitán, y ha de ser capitán del cielo puesto que el sol ilumina y parece que ordena la buena marcha de todos los astros que vemos en la noche:

El sol, capitán redondo,
lleva un chaleco de raso.

Posiblemente el mismo don Miguel de Unamuno oyó decir a algún niño que la casa tenía ojos y nariz, y esto le sugirió escribir el poema que se titula “Esa casuca de la naricita”:

Esa casuca de la naricita
con sus negros ojazos cuadrados
¿qué me quiere?

Todos somos aficionados a usar las metáforas o comparaciones más o menos poéticas al hablar, y para denominar, por ejemplo, el tranvía visto en la noche desde lejos, decimos que parece “un gusanito de fuego”.

A la mayoría de los niños les gusta dibujar, y en sus dibujos ponen a veces un color diferente del que tienen las cosas o los seres, y si pintan un caballo azul, es por el deseo de embellecerlo, aunque todos ellos saben que los caballos nunca son azules. Lo mismo ocurre con los poetas, que gustan de cambiarle color a las cosas en sus versos, para que nosotros gocemos de la novedad de su belleza. Aquí, en uno de los poemitas incluidos, se nos habla de una niña verde, y aunque esto nos parezca imposible, hemos de saber que el poeta siempre tiene su razón, porque si vemos una niña en un bosque, a la luz de la luna, descubrimos que la sombra de los árboles le da un matiz verde a su cara y a sus cabellos, y diremos que sus mejillas tienen un color esmeralda:

Verde es la niña. Tiene
verdes ojos, pelo verde.

Hay poemas que naturalmente nos gustan más que otros, pero también ocurre que la poesía que hoy nos es indiferente, algún tiempo después, al leerla de nuevo, nos damos cuenta de que ya comenzamos a gustar de ella, porque hemos tenido la oportunidad de vivir nosotros mismos lo que el poeta escribió en aquella poesía. En otras ocasiones necesitamos leer repetidas veces un poema, para poder comprender o interpretar su verdadero contenido.

En este libro publicamos poesías de varios autores, y de algunos, una variedad de temas poéticos, para que cada niño pueda deleitarse con aquellos poemitas que estén más de acuerdo con su propia sensibilidad. Hemos distribuido esta selección de poesías líricas en seis partes. La primera sección contiene los poemas marinos; la segunda, una serie de juegos y canciones; la tercera, está dedicada a informarnos cómo ven los poetas a los animalitos como el jilguero, el venado, la golondrina, las libélulas, etc.; en la cuarta, encontramos esas cancioncillas que cantan las madres para arrullar a sus niños, pero que también nos agrada el solo hecho de leerlas, porque arrullamos nuestro propio corazón; en la quinta, están los poemitas sobre las flores, como el de la flor del diente león, esa motita blanca que abunda en nuestros campos y que los niños acostumbran soplar sus plumillas para dispersarlas en el aire; en la sexta y última parte están los poemas del campo, la que comienza con el romance de la carretas, del gran poeta español Juan Ramón Jiménez, y finaliza con la “Cantiga” del poeta portugués Gil Vicente, en la que nos dice que la belleza y la gracia de una niña es superior a la de la naves, a la de la estrella, a la de las armas o la guerra, y a la de los campos donde el pastor guarda su ganado bajo la verde sombra de los árboles.

Fernando Luján