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Diseño de colección: Lilia Díaz González

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Diagramación: Enrique García Martín

© Silvina María Romano 2013

© Sobre la presente edición:

Ruth Casa Editorial, 2013

ISBN: 978-9962-697-60-2


Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.


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PRÓLOGO


Este libro, de la joven investigadora argentina Silvina María Romano, constituye un excelente aporte para el estudio de las siempre complejas y sumamente contradictorias relaciones establecidas entre los Estados Unidos y el conjunto de los países que se extienden al sur del Río Bravo. A lo largo de sus páginas se examinan los antecedentes históricos de tan especial relación, con un énfasis en los avatares que caracterizaron los diversos proyectos integracionistas lanzados en la crucial década de los sesenta, cuando las políticas de “contención” aplicadas por la Casa Blanca en el marco de la Guerra Fría tuvieron que ser complementadas con otras más propositivas y que, si bien de una manera marginal, apuntaran a corregir algunos de los más graves déficits en la estructura y el funcionamiento de los capitalismos dependientes de América Latina y el Caribe (ALC). El resultado fue el despliegue de un amplio conjunto de políticas públicas, de las cuales la más notable fue la malograda Alianza para el Progreso (ALPRO), que sintetizaba las aspiraciones máximas de Washington: “contención del comunismo y crecimiento económico bajo la égida de las empresas norteamericanas”, que por esa época ya avanzaban impetuosamente por el sendero de la transnacionalización. Lo interesante del caso, y esta parecería ser sin duda una de las tesis principales de este libro, es que la integración económica y los acuerdos comerciales, sostenidamente promocionados por Washington bajo esa cobertura ideológica, siempre han sido en realidad las manifestaciones más visibles y digeribles de un proyecto duro de dominación colonial que mal podría ser llamado por su nombre sin suscitar fuertes resistencias en los países de la periferia imperial. En su minucioso recorrido histórico Romano demuestra que este fue el caso, sin excepción, en todos los programas de “promoción” del comercio y el desarrollo, desde el Punto IV hasta la actualísima Alianza del Pacífico (AP) promovida por la Casa Blanca a través de sus proxis en México, Colombia, Perú y Chile, pasando por supuesto por la ALPRO y el difunto tratado del Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA) que ahora se intenta revivir con la AP.

Esta tesis, así como las otras que componen esta obra, se asienta sobre una sólida evidencia documental, producto de un meticuloso trabajo de archivo que permitió a la investigadora acceder a informaciones de primera mano solo parcialmente conocidas hasta ahora y que arrojan potente luz sobre algunos de los aspectos cruciales, y tal vez por eso más cuidadosamente ocultos, de las relaciones hemisféricas. Hay que añadir, además, que el enfoque de Romano se inscribe claramente en una perspectiva transdisciplinaria que supera los reduccionismos con que, por desgracia, suelen enfocarse en nuestra región estos temas en la literatura convencional de la ciencia política y las relaciones internacionales.

Atendiendo a lo arriba mencionado quisiera llamar la atención sobre algunos asuntos que se plantean en la obra y que estoy seguro contribuirán a un mejor conocimiento de la problemática que nos ocupa, y a estimular nuevas investigaciones pormenorizadas sobre estos aspectos. Sin ánimo alguno de exhaustividad señalaría los siguientes.

En primer lugar, la insalvable incoherencia de los programas y acuerdos comerciales promovidos por los Estados Unidos que invariablemente aducen que, gracias a ellos, la inversión directa norteamericana fluirá con generosidad hacia los países signatarios de esos acuerdos o los beneficiados con dichos programas. La experiencia ha demostrado que este no es el caso, y por razones perfectamente racionales: el incentivo de la inversión norteamericana para instalarse en tierras al sur del Río Bravo es sortear las barreras erigidas por los aranceles de protección sobrevivientes —si bien menguados— de la etapa de la industrialización sustitutiva. Si aquellos desaparecen en el marco de los nuevos tratados de libre comercio, no existe razón alguna para que la empresa norteamericana decida invertir y crear fuentes de trabajo al interior de las economías asociadas, tal como ha venido ocurriendo en México. Bajo esas circunstancias la decisión más racional será producir allí donde las condiciones sean mejores por cuestiones de salarios, logística, incentivos —¿China?— y aprovechar la ausencia de trabas comerciales para penetrar en los mercados periféricos con sus productos, sacando también partido de algo que se señala asimismo en el libro: la sistemática falta de regulaciones en lo tocante al flujo internacional de capitales que caracteriza los programas o acuerdos impulsados por Washington, lo que permite que sus empresas puedan remesar sus beneficios a las casas matrices sin ningún tipo de complicación. Romano observa con razón que el desorbitado endeudamiento externo en el que incurrieron la mayoría de los países latinoamericanos fue contraído en el marco de estos convenios de libre comercio, cuya aprobación e implementación coincidió con la sucesiva instauración de dictaduras militares. Lo que parecía —como en el caso de la Alianza para el Progreso— un proyecto de desarrollo económico orientado a asegurar la prosperidad hemisférica terminó siendo lo previsible: un dispositivo para tratar de contener los influjos de la Revolución cubana apelando al despotismo militar que devastó nuestras sociedades y subordinó nuestras economías dejándolas amarradas de pies y manos a la dictadura de las instituciones financieras internacionales, muy especialmente el Fondo Monetario Internacional y a su portavoz regional, el Banco Interamericano de Desarrollo.

Una segunda reflexión se relaciona con el tema del papel que América Latina y el Caribe (ALC) juegan en la agenda de la política exterior de Washington. Se ha vuelto un lugar común subrayar la irrelevancia, o al menos la marginal importancia, de esta parte del mundo para la Casa Blanca. De manera periódica aparece algún alto funcionario del Departamento de Estado, del Pentágono o de la CIA para enumerar las preocupaciones del Presidente de los Estados Unidos y nuestra región aparece en un modesto quinto o sexto lugar detrás de Medio Oriente, Europa, Lejano Oriente, Asia Central y, en algunas ocasiones, África. La realidad, sin embargo, es completamente distinta y ALC son prioridad número uno de Washington, solo que con su pérfida y a la vez refinada experticia diplomática sus operadores mucho se cuidan de valorizar o potenciar la gravitación de sus interlocutores o negociadores regionales. Esto se confirma a plenitud en el libro que estamos prologando cuando su autora cita un informe de un Grupo de Trabajo especialmente convocado para asesorar al presidente John F. Kennedy y en el cual se reafirmaba como una de sus suposiciones fundamentales que ALC eran, y continuarían siendo, “un área de preocupación vital para Estados Unidos”. Investigaciones referidas al periodo actual y utilizadas para apoyar la argumentación sobre la problemática geopolítica de América Latina demuestran la persistencia —es más, la profundización— de la excepcional relevancia de ALC, sobre todo si se tiene en cuenta que, en un contexto global signado por eso que Michael Klare caracteriza como “la cacería de los recursos”, la región mejor dotada del planeta en materia de recursos naturales mal podría suscitar la indiferencia del centro imperial1.

1 Hemos desarrollado este argumento en detalle en nuestro América Latina en la Geopolítica del Imperialismo (Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, 2012). A él remitimos a quienes estén interesados en conocer los pormenores de este argumento.

Otro asunto que merece ser subrayado en este breve pantallazo inicial de un libro fascinante es el tema de la “ayuda militar”. Está claro que los diversos programas y acuerdos económicos que Washington impulsó desde los años de la Guerra Fría hasta hoy tuvieron un claro trasfondo político-militar. Se trataba de promover, en los años “progresistas” de la Alianza para el Progreso, una “revolución de las clases medias” que frustrara de raíz las perspectivas de una revolución obrera y campesina que pudiera desembocar en lo que Washington denominaba como una “dictadura comunista al estilo de Castro” (Castro-style-communist dictatorship). Por eso no sorprende constatar, como lo hace la autora, que en el núcleo de aquellas propuestas económicas anidaran las concepciones, prejuicios y paranoias propias de la doctrina de seguridad prevaleciente en los Estados Unidos, alimentadas por innumerables documentos, memorandos y publicaciones de la CIA, el Pentágono y todo el complejo militar-industrial, para quien la generalización de una sensación de vulnerabilidad nacional ante la amenaza soviética era una pródiga fuente de jugosos beneficios. La traducción para nuestros países fue la tristemente célebre “doctrina de la seguridad nacional”, siniestro híbrido compuesto por aquellas definiciones estadounidenses en materia de seguridad de finales de los años cuarenta y comienzos de los cincuentas con la doctrina francesa de la contra insurgencia —ferozmente “testeada” en la Guerra de Argelia— y las concepciones alemanas, diríamos que filo-nazis, de la geopolítica. Esta síntesis insalubre y letal fue la que se extendió como un reguero de pólvora por ALC y la que desembocó en los sangrientos años setenta del siglo pasado. De hecho, como se demuestra en este libro, la mayor parte de los fondos engañosamente destinados a promover el “desarrollo”, en la práctica se canalizaron a la ayuda militar, a financiar “la lucha contra el comunismo” y a fortalecer y perfeccionar los aparatos represivos de las burguesías periféricas. Sobreabundan las pruebas que demuestran que todo esto obedecía a un plan fríamente calculado, pero un comunicado de los Jefes de los Estados Mayores Conjuntos de las fuerzas armadas de los Estados Unidos oportunamente citado en este libro ofrece un ejemplo irrefutable: en ese documento se le recomienda a Kennedy aumentar el entrenamiento ofrecido a los jóvenes militares latinoamericanos porque, según sus redactores, “más tarde se transformarán en líderes de sus países”, cosa que efectivamente ocurrió. Líderes como Augusto Pinochet o Jorge R. Videla, por supuesto. No hubo, por lo tanto, sorpresas, errores o excesos en la brutalidad represiva en que se hundió nuestra región desde mediados de los sesenta en adelante. La clase dirigente de los Estados Unidos sabía que esto era lo que debía ocurrir para contener la expansión internacional del comunismo y la influencia de la Revolución cubana. No hubo sorpresas.

Una consideración especial merece al correcto tratamiento que el tema de las tan celebradas empresas “translatinas” encuentra en la obra de nuestra autora. Mucho se ha hablado del tema y, por momentos, el analista tiene la impresión de que se trata del triunfo de una nueva burguesía nacional conquerante que, por fin, sale a competir en las ligas internacionales. Romano arroja un baño de sobriedad ante tan desbordantes excesos, porque demuestra en su libro que a poco que se rasgue la costra superficial de las translatinas lo que aparece es una sólida amalgama entre capitales nacionales (principalmente brasileños y mexicanos) y el gran capital monopólico internacional —industrial y financiero— y en donde la orientación, cuando no la propia gestión empresarial, de estos nuevos conglomerados es fijado por el segundo más que por los primeros, lo que no quita que sus respectivos gobiernos apoyen fuertemente la expansión de tales empresas. ¿Es razonable suponer, como lo hacen algunos gobernantes de la región, que el crecimiento de los negocios de las translatinas tendrá un efecto virtuoso al instaurar un nuevo patrón de desarrollo, liberado ya de las plagas que tradicionalmente caracterizaron al capitalismo latinoamericano? Tal como queda demostrado en este libro, nada en la realidad autoriza a pensar de tal forma2.

2 Un texto imprescindible para el análisis de las translatinas brasileñas lo aporta Virginia Fontes: O Brasil e o capital-imperialismo. Teoria e história (Río de Janeiro: Fiocruz y UFRJ Editoras, 2010).

Por último, como argentino no podía dejar de mencionar una sección del libro dedicada a un breve pero convulsionado tramo de la historia de mi país en la primera mitad de los sesenta. En sus páginas la autora demuestra el nefasto papel jugado por la Alianza para el Progreso y el gobierno de los Estados Unidos en la desestabilización de los gobiernos de Arturo Frondizi (1958-1962) y Arturo U. Illia (1963-1966). Papel, en realidad, que desempeñaron los mayores beneficiarios de aquella propuesta originada en el Norte: los principales monopolios estadounidenses de la industria petrolera, automovilística y farmacéutica, actores fundamentales en la implementación concreta de la ALPRO ayer, y de la Alianza del Pacífico en la actualidad (si bien ahora con algunos nuevas fracciones de la burguesía imperial). En el caso de Frondizi, cuyo gobierno adoptó sin beneficio de inventario las recomendaciones y orientaciones que en materia económica y social estableciera la Alianza, el factor precipitante del abandono del apoyo de Washington a su gobierno fue un hecho eminentemente político, que gravitó con más fuerza que la total entrega de las riquezas petroleras del país a los monopolios norteamericanos: el voto neutral de la Argentina en la reunión de la OEA que culminaría con la expulsión de Cuba del sistema interamericano y la posterior entrevista secreta que el primer mandatario argentino mantuviera con el enviado de la isla a dicha reunión, Ernesto “Che” Guevara en 1962. Si algo hacía falta para demostrar que más allá de su palabrería económica la ALPRO era un proyecto más que nada político, el desenlace del gobierno de Frondizi aporta una prueba irrefutable al respecto. La destitución de este Presidente demostró también los enormes avances realizados por Washington en el control y la manipulación de las fuerzas armadas del continente, ya convertidas en fieles brazos ejecutores de las políticas dictadas por la Casa Blanca.

Siguiendo con el caso argentino, las peripecias y el posterior derrocamiento del gobierno de Arturo U. Illia ratifican ampliamente lo dicho en el párrafo anterior. Ante una opinión pública cada vez más indignada debido a las concesiones que Frondizi hiciera a las petroleras norteamericanas, el nuevo Presidente procedió a anular mediante un decreto los contratos otorgados por su predecesor. A pesar de que rápidamente el gobierno anunció que pagaría las indemnizaciones correspondientes, esta movida provocó, como se demuestra en el libro, la inmediata reacción de Washington, apelando a su tradicional combinación de persuasión y coerción. Dos decisiones posteriores (incidentalmente: Illia era médico de profesión y se había distinguido por su altruista labor en los medios rurales de Córdoba) sellaron su destino: en primer lugar, la promulgación de una nueva Ley de Medicamentos que congelaba sus precios al considerarlos, como un adelantado a su tiempo, como “bienes sociales” que no debían estar sometidos a las oscilaciones de la tasa de ganancia de los monopolios farmacéuticos, mayoritariamente estadounidenses. Decisión esta precipitada, además, por el hecho de que una investigación ordenada por el gobierno puso al descubierto que la mayoría de los medicamentos que se expedían al público o bien no contenían las drogas anunciadas en sus envases o, si las tenían, no lo era en las proporciones indicadas en sus prospectos. Pese a la razonabilidad de la medida, la respuesta del empresariado nacional y extranjero fue de una cerrada oposición, que se articuló con otra, precipitada por la digna negativa del gobierno a enviar tropas argentinas a la República Dominicana para cooperar con la invasión de marines que había lanzado la Casa Blanca a fines de abril de 1965 con el propósito oficialmente declarado de “evitar una segunda Cuba” en las Américas. Illia se negó terminantemente a colaborar con tan siniestra empresa, pero otros países, entre ellos Brasil, ya bajo la férula de la dictadura militar, lo hicieron de forma activa en esa nueva cruzada anticomunista del imperio. Esto provocó un marcado deterioro de la situación militar dentro de la Argentina hasta que, tiempo después, un golpe castrense ponía fin al gobierno de Illia.

Pongo de este modo punto final a este ya demasiado largo prólogo, no sin antes felicitar a la autora de este libro e invitar a las jóvenes generaciones de estudiosos de la problemática de Nuestra América, de sus desafíos y oportunidades, a profundizar en las muchas líneas de investigación que aquí se plantean. Conocer con precisión las características, fortalezas, debilidades y contradicciones del capitalismo latinoamericano es un insumo imprescindible para el éxito de las luchas emancipatorias de nuestro tiempo. Y las lecciones aprendidas de los procesos de integración/anexión (en un sentido martiano) de los años sesentas —verdaderos bancos de prueba de proyectos más ambiciosos, lanzados posteriormente como el ALCA o la AP— deben por eso mismo ser asimiladas para enriquecer nuestra comprensión de la realidad actual de un capitalismo en crisis y de un imperialismo cada vez más virulento. Solo así podremos encontrar, en las complejidades de la coyuntura actual, los caminos que nos conduzcan hacia la segunda y definitiva independencia de Nuestra América.

Atilio Boron

Buenos Aires, 8 de junio de 2013