imagen

 

 

James Loewen. Decatur (EE.UU.), 1942.

Sociólogo, historiador y autor estadounidense. Estudió en el Carleton College. En 1963, en su tercer año, pasó un semestre en Misisipi, una experiencia en una cultura diferente que lo llevó a cuestionar lo que le habían enseñado sobre la historia de los Estados Unidos. Estaba intrigado por aprender sobre ese lugar único donde se asentaron los inmigrantes chinos del siglo XIX y sobre sus descendientes en la cultura de Misisipi, considerada birracial. Después obtuvo un doctorado en Sociología en la Universidad de Harvard que partió de su investigación sobre los estadounidenses de origen chino de Misisipi. Enseñó por primera vez en Misisipi en el Tougaloo College, un colegio históricamente negro fundado por la American Missionary Association después de la guerra civil estadounidense. Durante veinte años, ha enseñado sobre racismo en la Universidad de Vermont, donde actualmente es profesor emérito de Sociología. Desde 1997, ha sido profesor visitante de Sociología en la Universidad Católica de América en Washington D. C. En 2012, la Asociación Americana de Sociología le otorgó el Premio Cox-Johnson-Frazier por «servicios a la justicia social». Es la primera persona blanca que ha ganado este premio. En ese mismo año, el Consejo Nacional de Estudios Sociales otorgó a Loewen su premio Spirit of America, anteriormente recibido por grandes personalidades como Jimmy Carter, Rosa Parks y Fred Rogers, entre otras.

 

 

 

Título original: Lies My Teacher Told Me: Everything Your American History Textbook Got Wrong (2007)

 

© Del libro: James W. Loewen

© De la traducción: Jesús Cuellar

Edición en ebook: agosto de 2019

 

© Capitán Swing Libros, S. L.

c/ Rafael Finat 58, 2º 4 - 28044 Madrid

Tlf: (+34) 630 022 531

28044 Madrid (España)

contacto@capitanswing.com

www.capitanswing.com

 

ISBN: 978-84-120830-02

 

Diseño de colección: Filo Estudio - www.filoestudio.com

Corrección ortotipográfica: Victoria Parra Ortiz

Composición digital: leerendigital.com

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

 

Patrañas que me contó mi profe

 

 

CubiertaLos estadounidenses han perdido el contacto con su historia y el profesor James Loewen nos muestra por qué. Tras examinar doce de los principales libros de texto de la enseñanza secundaria estadounidense, concluyó que ninguno consigue hacer que esta sea mínimamente interesante o memorable para los estudiantes. Marcados por una embarazosa combinación de patriotismo ciego, optimismo sin sentido, pura desinformación y mentiras descaradas, estos manuales omiten casi toda la ambigüedad, pasión, conflicto y dramatismo del pasado de los Estados Unidos.
Para Loewen, la historia debe enseñarse como un análisis del contexto y las causas de los hechos. Mas allá del caso particular estadounidense, reflexiona sobre cómo narramos y enseñamos la historia de nuestros países desde el sistema educativo, y el peligro de caer en la trampa del relato único. Un texto imprescindible sobre la importancia de la historia como materia lectiva y la forma en la que esta se imparte en las escuelas.

cover.jpg

Índice

 

 

Portada

Patrañas que me contó mi profe

Agradecimientos

Introducción a la segunda edición

Introducción: algo ha fallado, y mucho

01. Incapacitados por la historia: el proceso de heroización

02. 1493: la verdadera importancia de Cristóbal Colón

03. La verdad sobre la primera Acción de Gracias

04. Ojos de piel roja

05. Lo que el viento se llevó: la invisibilidad del racismo en los manuales de historia de los Estados Unidos

06. John Brown y Abraham Lincoln: la invisibilidad del antirracismo en los manuales de historia de los Estados Unidos

07. La tierra de las oportunidades

08. Vigilando al Gran Hermano: qué enseñan los libros de texto sobre el Gobierno federal

09. ¿Y qué tiene de malo?: la decisión de no fijarse en la guerra de Vietnam

10. Por el desagüe de la memoria: la desaparición del pasado reciente

11. El progreso es nuestro producto principal

12. ¿Por qué se enseña historia de este modo?

13. ¿Qué consecuencias tiene enseñar historia de este modo?

Epílogo. Tenemos el futuro por delante: qué hacer con los manuales

Apéndice

Sobre este libro

Sobre James W. Loewen

Créditos

Agradecimientos

Para la primera edición

Quienes figuran a continuación, en orden alfabético, hablaron conmigo, me comentaron capítulos, sugirieron fuentes, corrigieron mis errores o me ofrecieron otro tipo de ayuda moral o material. Se lo agradezco mucho. Son: Ken Ames, Charles Arnaude, Stephen Aron, James Baker, José Barreiro, Carol Berkin, Sanford Berman, Robert Bieder, Bill Bigelow, Michael Blakey, Linda Brew, Tim Brookes, Josh Brown, Lonnie Bunch, Vernon Burton, Claire Cuddy, Richard N. Current, Pete Daniel, Kevin Dann, Martha Day, Margo del Vecchio, Susan Dixon, Ariel Dorfman, Mary Dyer, Shirley Engel, Bill Evans, John Fadden, Patrick Ferguson, Paul Finkelman, Frances FitzGerald, William Fitzhugh, John Franklin, Michael Frisch, Mel Gabler, James Gardiner, John Garraty, Elise Guyette, Mary E. Haas, Patrick Hagopian, William Haviland, Gordon Henderson, Mark Hilgendorf, Richard Hill, Mark Hirsch, Dean Hoge, Jo Hoge, Jeanne Houck, Frederick Hoxie, David Hutchinson, Carolyn Jackson, Clifton H. Johnson, Elizabeth Judge, Stuart Kaufman, David Kelley, Roger Kennedy, Paul Kleppner, J. Morgan Kousser, Gary Kulik, Jill Laramie, Ken Lawrence, Mary Lehman, Steve Lewin, Garet Livermore, Lucy Loewen, Nick Loewen, Barbara M. Loste, Mark Lytle, John Marciano, J. Dan Marshall, Juan Mauro, Edith Mayo, James McPherson, Dennis Meadows, Donella Meadows, Dennis Medina, Betty Meggars, Milton Meltzer, Deborah Menkart, Donna Morgenstern, Nanepashemet, Janet Noble, Roger Norland, Jeff Nygaard, Jim O’Brien, Wardell Payne, Mark Pendergrast, Larry Pizer, Bernice Reagon, Ellen Reeves, Joe Reidy, Roy Rozensweig, Harry Rubenstein, Faith Davis Ruffins, John Salter, Saul Schniderman, Barry Schwartz, John Anthony Scott, Louis Segal, Ruth Selig, Betty Sharpe, Brian Sherman, David Shiman, Beatrice Siegel, Barbara Clark Smith, Luther Spoehr, Jerold Starr, Mark Stoler, Bill Sturtevant, Lonn Taylor, Linda Tucker, Harriet Tyson, Ivan van Sertima, Herman Viola, Virgil J. Vogel, Debbie Warner, Barbara Woods, Nancy Wright y John Yewell.

Conté con la ayuda económica de tres instituciones. La Smithsonian Institution me concedió dos ayudas para doctores veteranos. Algunos de sus empleados, al igual que los demás fellows del Museo Nacional de Historia Americana, fueron una fuente de voluntarioso estímulo intelectual. Becarios de la Smithsonian, de las universidades de Michigan y Johns Hopkins y, sobre todo, de la Universidad Estatal de Portland me ayudaron a cazar errores. La flexible Universidad de Vermont me concedió una licencia de estudios para trabajar en este libro, incluyendo un sabático en 1993. Para terminar, The New Press, André Schiffrin y, sobre todo mi editora, Diane Wachtell, no dejaron de ofrecerme su apoyo y sus inteligentes críticas.

Para la segunda edición

Entre 2006 y 2007, mientras me sometía a la tortura moral e intelectual de tragarme otros seis manuales de historia de los Estados Unidos, fue muy importante la ayuda que me brindaron las siguientes personas e instituciones: Cindy King, David Luchs, Susan Luchs, Natalie Martin, Jyothi Natarajan, el Life Cycle Institute y el Departamento de Sociología de la Universidad Católica de América, así como Joey, un perro-guía en período de adiestramiento. Muchos de los que figuraban en los agradecimientos para la primera edición, entre ellos la gente de The New Press, también me han ayudado en esta ocasión. También me ayudó Amanda Patten, de Simon & Schuster.

Introducción

a la segunda edición

Me encanta su libro Patrañas que mi profe me contó. Lo vengo utilizando para incordiar a mi profesor de historia desde el final del aula.

Alumno de instituto[1]

Solo quería decirle que no me parece que Patrañas que mi profe me contó esté superado: ¡la verdad es que no veo que los libros de texto hayan mejorado nada!

Profesor de instituto, Sherwood, Arizona[2]

Me esperaba las típicas idioteces progresistas, pero me pareció que daba en el clavo.

Empleado de la farmacéutica Bayer, Berkeley, California[3]

Los nuevos lectores de Patrañas que mi profe me contó deberían ir directamente a la página 23. Esta introducción sirve para informar a antiguos amigos (¿y enemigos?) de las diferencias entre esta edición y la primera y de por qué existe este nuevo libro. Como en gran medida existe por la excelente acogida que tuvo la primera edición, la introducción me parece autocomplaciente y esta es otra razón para saltársela. No obstante, Patrañas que mi profe me contó conduce a los lectores a un viaje de descubrimiento por nuestro pasado y quizá algunos quieran saber cómo han reaccionado sus compañeros de viaje.

Desde el principio, los lectores convirtieron Patrañas en un éxito. Como su nombre indica, The New Press era una pequeña e inexperta editorial, sin presupuesto para publicidad, así que el libro se vendió porque corrió de boca en boca. Donde comenzó a causar revuelo fue en la Costa Oeste. Según indicaba un artículo publicado en la Universidad Estatal de California en Hayward: «Aunque algunos lo consideran polémico, las bibliotecas del condado de Alameda [California] no dejan de prestar ese libro». Esto es lo que escribió un alumno de secundaria al director del San Francisco Examiner: «Yo era un alumno de historia del montón (con Bien de nota) hasta que leí La otra historia de los Estados Unidos y Patrañas que mi profe me contó. Después de leer esos dos libros, mi nota media en historia llegó casi al sobresaliente y ahí se quedó. Si realmente quieren que a los alumnos les interese la historia de los Estados Unidos, dejen de mentirles».[4] En una reseña anterior, publicada en el San Francisco Chronicle, se decía que Patrañas era una «defensa extremadamente convincente de la verdad en la educación» y en 1995 mi libro estuvo varias semanas en la lista de superventas de la zona de la bahía de San Francisco.[5]

Las librerías independientes, cuyos propietarios y empleados leen libros y cuyos clientes les piden recomendaciones, corrieron la voz por Norteamérica. «Pone patas arriba la historia de los Estados Unidos», escribió en 1995 «Joan», de Toronto, en una columna titulada «Las mejores novedades recomendadas por destacadas librerías independientes». «Un hito», continuaba diciendo, «una lectura obligatoria, no solo para profesores de historia y para quienes la escriben, sino para cualquier individuo que piense».[6] La revista The Nation, que se lee en todo el país, dijo que Patrañas «contiene tanta historia que termina funcionando no solo como una crítica, sino como una especie de libro de texto alternativo que cuenta de otra manera el pasado de los Estados Unidos». Patrañas no tardó en llegar a las listas de superventas de Boston, Burlington (Vermont) y otras localidades. También fue superventas en dos clubes de lectura: Historia y Libros de Bolsillo de Calidad. En este formato, Patrañas ha tenido más de treinta reimpresiones en Simon & Schuster. Desde la aparición de Amazon.com, Patrañas ha sido líder de ventas en su categoría (historiografía). De manera que, hasta donde yo sé, es el libro más vendido de un sociólogo vivo.[7] Si contamos todas las ventas de la primera edición, incluyendo las de audiolibros, se situaron en torno al millón de ejemplares.

En parte, escribí Patrañas que mi profe me contó porque creía que los estadounidenses tienen mucho interés en su pasado, pero en el instituto se habían aburrido como ostras en los cursos de historia de los Estados Unidos. Así lo confirmaron las reacciones de los lectores, que no solo fueron muchas, sino intensas. «Descubrí que las clases de historia del instituto no eran importantes ni para mí ni para mi vida», me escribió por correo electrónico un lector de la zona de San Francisco, porque «no la convertían en algo relevante para lo que está ocurriendo en la actualidad». Algunos lectores adultos siempre habían pensado que su falta de interés por la historia que se enseñaba en secundaria era culpa suya. «Durante todos estos años (tengo cuarenta y nueve), he pensado que no me gusta la historia», escribió una mujer de Utah, «cuando, en realidad, lo que no me gusta es lo ilógico, lo incoherente. Gracias por su trabajo. Me ha cambiado usted la vida».

Para muchos lectores, el libro fue una experiencia que les cambió la vida. A un hombre de Ohio que conducía una carretilla elevadora, un ama de casa de cuarenta y siete años de Denver y un «buenazo» del norte de Nueva York su lectura los indujo a terminar una carrera o un posgrado y a cambiar de profesión. «No hay palabras para describir lo mucho que me ha cambiado su libro», escribió una mujer de Nueva York. «Es como verlo todo con otros ojos. Los de la verdad, como yo digo». Aunque los lectores repiten adjetivos como conmocionado, atónito y desilusionado, a muchos también les ha parecido que Patrañas los «iluminaba».

Desde luego, no todas las reacciones fueron positivas. Aunque un lector nunca pudo «determinar si usted era socialista o republicano», otros pensaron que sí podían determinarlo y que Patrañas adolece de un sesgo izquierdista. «Marxista/hippy/socialista/antiamericano/anticristiano», comentó en Amazon.com un lector que se quedaría atónito si supiera lo que realmente pienso del capitalismo. «Vaya ejemplo de basura racista», decía una postal anónima procedente de El Paso. «Llévese su avinagrada cabeza a África, donde podrá poner a punto esa historia».

Está claro que esa era una respuesta blanca, muy blanca. Muy distinta ha sido la reacción recibida desde el «territorio indio». Un lector que, según deduzco, es en parte indio escribió:

Su libro Patrañas que mi profe me contó, y sobre todo el capítulo titulado «Ojos de piel roja», ha tenido una influencia inaudita en mi forma de ver el mundo. Hasta ahora, nunca había sentido la necesidad de escribir una carta de aprobación por algo que hubiera leído. Su descripción de la experiencia de los indios en los Estados Unidos y, lo que es más importante, el concepto de sociedad americana sincrética han cambiado sutil, pero profundamente, mi forma de entender mi país y, de hecho, a mis propios ancestros.

Si, como Patrañas que mi profe me contó demuestra, la historia es la asignatura que menos gusta en los centros de secundaria estadounidenses, en las zonas indias es algo absolutamente aborrecido. Para ellas es el testimonio de cinco siglos de derrota. Sin embargo, bien entendida, la historia de los Estados Unidos no da fe de la incompetencia de los indios, sino de su supervivencia y perseverancia. Después de hablar ante públicos amerindios en seis estados, he llegado a comprender hasta qué punto la falsedad histórica mantiene sometidos a los indios estadounidenses. Ahora creo que los más jóvenes solo podrán encontrar el poder social e intelectual para hacer historia en el siglo XXI cuando comprendan verdaderamente su pasado, incluyendo el reciente. Esa comprensión deberá incluir el concepto de sincretismo, la fusión de elementos de dos culturas diferentes con el fin de obtener algo nuevo. Lo normal es que las culturas cambien y sobrevivan mediante el sincretismo y todos los estadounidenses tienen que comprender que también las culturas amerindias deben cambiar para sobrevivir. Es frecuente que tanto los indígenas como los no indígenas partan del equívoco de que la «auténtica» cultura india eran las prácticas existentes antes del contacto con los blancos. En realidad, actualmente se sigue produciendo auténtica cultura india y la producen escultores como Nalenik Temela (p. 236), músicos como Keith Secola y padres y madres amerindios de todas partes.

Patrañas también tuvo un gran éxito entre los afroamericanos. Durante el otoño de 2004, por ejemplo, llegó al número tres en la lista de superventas de la revista Essence y era el único libro de esa clasificación que no había sido escrito por un autor negro. «A mis alumnos, todos ellos afroamericanos, su libro les entusiasmó y activó enormemente», escribió un profesor de sociología de la Universidad de Hampton. Según escribió un indio de Misuri, Patrañas que mi profe me contó y Lies Across America [Las mentiras que recorren los Estados Unidos] le parecieron «increíblemente empoderadores» y tenía pensado «comprar ejemplares de ambos libros para dejarlos en la peluquería de caballeros de la que soy cliente en el centro de San Luis. Creo que, si uno o dos chicos los lee, eso marcará una enorme diferencia en las generaciones venideras».

Los obreros y los historiadores expertos en relaciones laborales también han disfrutado con Patrañas. «Gracias de nuevo por su erudición y por la solidaridad que demuestra al ayudar a mostrar la parte del relato que mejor refleja las raíces del otro 90 por ciento, el que no es rico», escribió en 2004 un lector que tampoco era rico. Los programas de estudios gais y lésbicos y los centrados en la mujer también me invitaron a hablar, aunque Patrañas que mi profe me contó, al contrario que mi libro posterior Lies Across America, no aborda directamente ni la identidad ni la preferencia de índole sexual, ni tampoco las cuestiones de género.[8] Los presos también responden positivamente. por ejemplo, un recluso de Wisconsin escribió: «Mi enhorabuena por el valor que tuvo usted al escribir un libro así, que va contra la norma». No es menos importante que a gente blanca «corriente», hombres incluso, le guste también el libro, quizá porque está claro que me alegro de que haya habido hombres blancos, desde Bartolomé de las Casas hasta el juez de Misisipi Orma Smith, pasando por Robert Flournoy, que hayan luchado en nuestro nombre por la justicia, y yo se lo reconozco.

Si Patrañas que mi profe me contó causó tanta impresión, ¿por qué lanzar esta nueva edición? Sobre todo cuando el libro, a partir de 2007, se vendía mejor que nunca, despachando un promedio de casi dos mil ejemplares a la semana.

En 2003, una ferviente lectora que escribía desde Walnut Creek (California) me convenció de la necesidad de hacer una nueva edición. «Pienso que mucha gente cree que su libro describe problemas que EXISTÍAN en los manuales escolares, no problemas actuales», decía en un correo electrónico. «Mi propia y anecdótica experiencia con los libros de texto de mis hijos me dice que muchas de sus primeras conclusiones siguen siendo válidas. Con una edición actualizada, a la gente le resultaría más difícil minimizar las verdades de su libro tachándolo de superado». A lo largo de los años, las preguntas que me hacían en los auditorios me indicaban que, a pesar de que en el capítulo 11 yo hubiera desacreditado el progreso automático, muchos lectores seguían creyéndose ese mito, aplicado incluso a las editoriales de libros de texto. Los problemas que detecté en los manuales de historia de secundaria eran tan irritantes que esos lectores querían creer y, por tanto, creían que los libros debían de haber mejorado. Por desgracia, no podemos dar por hecho el progreso. A la pregunta de si los libros de texto han mejorado, que es de orden empírico, solo se puede responder con datos. Y es una pregunta interesante, sobre todo para mí, porque en ella subyace otra: ¿tuvo mi libro alguna influencia?

Así que me pasé gran parte del período 2006-2007 reflexionando sobre seis nuevos manuales de historia de los Estados Unidos. En unos pocos aspectos sí me pareció que habían mejorado, sobre todo en lo tocante a Cristóbal Colón y el consiguiente «intercambio colombino». También me parecieron iguales o peores que antes en muchos otros aspectos, pero de eso se ocupará el resto del libro. Sin temor a equivocarme puedo decir que Patrañas no influyó mucho en los editores de libros de texto. No es algo que me sorprenda, porque, quince años antes, la crítica de esos libros que había realizado Frances FitzGerald en America Revised [Un repaso a los Estados Unidos] también fue un superventas, pero tampoco causó mucho impacto en ese sector.

Con todo, Patrañas sí llegó a los profesores y les impresionó. Y eso es importante, porque un profesor puede llegar a cien alumnos y a otros cien al año siguiente. Cuando escribí Patrañas, tenía presente que me dirigía muy especialmente a ellos. ¿Y qué es lo que sacaron los profesores en claro?

Por desgracia, unos pocos rechazaron Patrañas sin leerlo, deduciendo por el título que soy un azote más de los docentes. En sí mismo, el libro nunca los ataca. Por mi experiencia anterior como profesor universitario, que normalmente se presentaba ante los alumnos durante nueve horas a la semana cada semestre, los profesores de primaria y secundaria me merecen un gran respeto. Muchos llegan a trabajar hasta treinta y cinco horas a la semana en las aulas; aparte de eso, deben repartir, leer y comentar deberes, preparar y calificar exámenes, y organizar las clases de la semana siguiente. ¿Cuándo van a encontrar tiempo para investigar lo que enseñan en historia de los Estados Unidos? ¿Durante los veranos y fines de semana no remunerados? Además, entiendo que una proporción considerable de los profesores de historia de los Estados Unidos de enseñanzas medias (antes la situaba entre el 25 y el 30 por ciento, pero la cifra está aumentando) se toma en serio su materia. Se la estudian y consiguen involucrar a sus alumnos en la práctica histórica y en la crítica de sus libros de texto. En las charlas que he dado a grupos de profesores, comenzaba por reconocer todo lo anterior, intentando convencerlos de que fueran más allá del título del libro.[9] Por otra parte, existe una cierta tensión entre el título y el subtítulo, «En qué se equivocaba tu manual de historia de los Estados Unidos». Si los profesores se limitan a utilizar los manuales, intentando que los alumnos se los «aprendan», y si esos libros son tan malos como apuntan los once capítulos siguientes, los profesores están siendo cómplices de la tergiversación del pasado que aprenden sus pupilos.

En el centro de Illinois, una profesora proporcionó un ejemplo de lo que había que hacer con los malos libros de texto. En el otoño de 2003, al tratar los primeros años de nuestra república, les dijo a sus alumnos de sexto sin darle importancia que la mayoría de los presidentes anteriores a Lincoln había tenido esclavos. Sus alumnos se indignaron, no con los presidentes, sino con ella, por mentirles. «Eso no es cierto», protestaron, «¡o estaría en el libro!». Señalaban que el texto dedicaba muchas páginas a Washington, Jefferson, Madison, Jackson y otros de los primeros presidentes y que no decía ni una palabra de que tuvieran esclavos. «Entonces, quizá esté equivocada», contestó ella, sugiriéndoles que contrastaran lo que les había dicho. Cada uno eligió un presidente y buscó información sobre él. Cuando volvieron a reunirse, estaban indignados con el manual por negarles esa información. Escribieron cartas al supuesto autor y a la editorial. El autor no respondió, lo cual no me sorprendió (como veremos, muchos autores no han escrito «sus» libros de texto, sobre todo en sus últimas ediciones). Algunos incluso han fallecido. Pero los alumnos sí recibieron una respuesta de un portavoz de la editorial. Decía que «siempre nos agrada saber qué reacciones ha suscitado nuestro producto» o algún tópico parecido. Después sugería: «si consultan las páginas 501 a 506, encontrarán bastante información sobre el Movimiento por los Derechos Civiles». Los alumnos se miraron unos a otros sin comprender: ¿qué tenía eso que ver con su queja?

Ese tipo de acción crítica siempre es útil para los alumnos. O bien mejoran el libro de texto para la siguiente generación de estudiantes, o bien comprenden que el núcleo intelectual del sistema de producción de libros de texto lo ocupa el vacío. De una u otra forma, se convierten en lectores críticos para el resto del año académico.

La historia de esos chavales de sexto demuestra que es peligroso subestimar a los niños. Los profesores que han conseguido que alumnos incluso de cuarto curso hayan cuestionado sus manuales mediante la investigación han visto superadas sus expectativas. Un profesor de quinto, del extremo suroccidental de Virginia, me escribió para decirme que a comienzos del año sus alumnos decían que odiaban la historia. «Pasadas dos semanas, a todos o a la mayoría les encanta». Consigue su participación mediante

documentos primarios como relatos periodísticos y fotos reales de linchamientos de libertos. A veces es algo difícil para los chavales, pero lo llevan bien. Aprenden a afrontar la maldad y se comprometen a evitarla. Ya no creen que sean divertidos los videojuegos en los que vuelan a la gente en pedazos. Comienzan incluso a verificar los datos de los libros de historia, a leerlos y a apartarse del edulcorado yogur de vainilla de los manuales, apuntando a una historia para paladares acostumbrados al picante. Les encanta la historia que tiene «chicha». ¡Pero después pasan de curso y vuelven al manual! Lo cual crea un problema: ¡le complican la vida al siguiente profesor! Se vuelven políticamente activos en enseñanza media. Parece que van a ser buenos ciudadanos.

No cabe duda de que queremos tener buenos ciudadanos, pero ¿qué quiere decir ser un «buen ciudadano»? La primera vez que los docentes defendieron que la historia de los Estados Unidos formara parte de los programas de curso de secundaria fue durante una campaña nacionalista patriotera registrada en torno a 1900. El origen nacionalista de la asignatura siempre se ha interpuesto en su misión fundamental: preparar a los alumnos para realizar su labor en tanto que estadounidenses.

De nuevo hay que preguntarse cuál es nuestra labor como estadounidenses. Seguramente es alumbrar los Estados Unidos del futuro. ¿Qué debe caracterizar a esa nación? ¿Cómo debe encontrar un equilibrio entre las libertades civiles y la vigilancia frente a potenciales terroristas? ¿Debe permitir el matrimonio homosexual? ¿Cuáles deben ser sus políticas energéticas, ahora que la limitación de las reservas de petróleo comienza a afectarnos? Para participar en esos debates e influir en ellos, los buenos ciudadanos necesitan poder evaluar las afirmaciones que hacen nuestros líderes presentes y futuros. Deben leer de forma crítica, distinguir lo constatable de lo falso y tratar de entender las causas y consecuencias de lo ocurrido en el pasado. Esas capacidades deben representar el núcleo de cualquier curso de historia competente.

Sin embargo, esas capacidades no las fomentan los manuales de historia de los Estados Unidos, ni siquiera los más recientes. Tampoco los cursos que se sirven de ellos. Entonces, ¿por qué los soportan los profesores? La respuesta es que les facilitan su ajetreada vida. Por citar un ejemplo, la edición para el profesor de Holt American Nation comienza con veintidós páginas de anuncios que así lo demuestran. Una página vende su «sistema de gestión». Contrapone dos fotografías: una presenta a un profesor al que le cuesta acarrear un manual, varios libros más, unas cuantas transparencias, un bloc con notas para la clase y otros papeles; la otra muestra a una profesora sonriente que solo se mete un CD en el bolso. El anuncio proclama: «¡Todo lo que necesitas está en un disco!» que incluye «plantillas rellenables para las lecciones», «presentaciones para clase» con notas proyectables y un «fácil generador de exámenes». Los profesores ya no necesitan planificar clases ni preparar exámenes, y si en medio de clase se quedan sin cosas que contar, el disco también contiene avances de los recursos docentes y las películas que Holt ofrece como material de apoyo. Muchos de esos suplementos, entre ellos una serie de vídeos de la CNN, son herramientas docentes más valiosas que el propio manual. El problema es que lo que pretende ese material auxiliar es conseguir que los profesores elijan el libro de Holt. A partir de ese momento, como el manual tiene 1.240 páginas y demasiados profesores piden que los alumnos se las lean todas, es improbable que estos tengan tiempo para hacer algo con los materiales de apoyo.

A veces la ayuda viene de la cúspide de la pirámide. Muchos sistemas escolares no están contentos con el escaso entusiasmo estudiantil que suscitan esos cursos de historia basados en manuales. El consejo escolar de por lo menos dos sistemas dicta que cualquier profesor de estudios sociales o de historia debe leer mi libro. Los que educan en el hogar también se las han arreglado para acceder a Patrañas que mi profe me contó. David Stanton, editor de un catálogo de recursos para estudiar en casa escribe: «Me lo leí de cabo a rabo (notas incluidas), me costaba dejarlo y me dio pena que se acabara».

Los alumnos también han tomado cartas en el asunto. Una chica de catorce años de Mount Vernon (Dakota del Sur) que iba a entrar en noveno ya se había leído Patrañas que mi profe me contó y Lies Across America. «¡Son libros EXCELENTES!», escribió. «Después de leerlos se los pasé a varios profesores del colegio. Todos se quedaron conmocionados y gracias a eso están cambiando sus métodos docentes». John Jennings, un estudiante de secundaria de algún lugar del ciberespacio, escribió que él y un grupo de amigos «han leído su libro Patrañas que mi profe me contó, que nos ha abierto los ojos a la verdadera historia, positiva y negativa, que tiene detrás nuestro país». Después añadió que se había «apuntado a estudiar historia de los Estados Unidos al siguiente semestre... y vamos a utilizar uno de los doce manuales que usted examinó, así que estoy deseando desatar debates en clase sobre los temas que usted plantea en su libro y utilizarlo como referencia». Un padre de Carolina del Norte escribió: «Mi hija, que está en undécimo curso, Advanced Placement [Aptitud avanzada], utiliza Patrañas que mi profe me contó como método guerrillero en la clase de historia de los Estados Unidos y le encanta, aunque el profesor no siempre está igual de encantado». De todos los correos electrónicos que he recibido, mi favorito es el que me envió un chaval desde algún lugar de AOL.com: «Querido señor Loewen: Me encanta su libro Patrañas que mi profe me contó. Lo vengo utilizando para incordiar a mi profesor de historia desde el final del aula». Después añadía que también les encantaba a todos sus amigos. «Si usted pudiera conseguir del editor un precio especial para grupos, yo podría venderlo en los pasillos de mi instituto». Le conseguí ese precio especial y desde entonces varios profesores, quizá incluido el suyo me han dicho que mi libro, en manos de alumnos precoces, les amargó la vida hasta que consiguieron su propio ejemplar, lo cual los arrancó con una sacudida del adocenamiento de su libro de texto. Así que también hay esperanza en la base de la pirámide.

Lo mejor ha sido la respuesta del «mercado secundario», el de los adultos que prestaron atención a Patrañas porque tenían la sensación de que en sus aburridos cursos de historia de secundaria había habido cierta negligencia. Muchos pensaron que era un libro que había que compartir. «Lo leí dos veces y después fue pasando por amigos que se resistían a devolvérmelo, pero al final lo recuperé y lo estoy volviendo a leer», escribió un guardia de seguridad de California. «Cuando iba terminando los capítulos, siempre sentía la necesidad de comentarle a un amigo lo que acababa de aprender», escribió un futuro estudiante de una licenciatura de educación. «He compartido su información con cualquier profesor al que consigo mantener quieto durante cinco minutos», escribió un profesor asistente de Montana. «Este es un libro del que te compras dos ejemplares», escribió un profesor universitario de New Hampshire, «uno para leerlo y quedártelo, otro para prestar o regalar». Un lector de Sherman Oaks (California) señaló que «no es solo interesante, es que te enriquece la vida. Voy a regalar ejemplares... durante años». Algunos lectores lo consiguen barato: se apuntan al Club del Libro de Bolsillo de Calidad para obtener cuatro ejemplares de Patrañas por un dólar cada uno, se los regalan a cuatro amigos, dejan el club y vuelven a apuntarse para conseguir otros cuatro.[10]

Espero que esta nueva edición de Patrañas les parezca tan útil como la primera para conseguir que la gente cuestione lo que piensa que sabe sobre la historia de los Estados Unidos. Si es así, compártanlo con otras personas. Sin duda al editor le gustaría vender un ejemplar a cada uno de sus conocidos, pero a mí lo que más me gusta es que Patrañas tenga múltiples lectores. También me gusta conocer qué reacciones, positivas o negativas, suscita mi obra.[11] Pueden entrar en contacto conmigo a través de mi página web (uvm.edu/~jloewen/) o en jloewen@uvm.edu.

[1] Estudiante, correo electrónico a través de AOL.com, 1996.

[2] Tomi Evans, correo electrónico, octubre de 2005.

[3] Comunicación por correo electrónico a través de Erik Bailey, noviembre de 2005.

[4] Dudley Lewis, «Teaching the Truth», San Francisco Examiner & Chronicle, 26/11/1995. Lewis fue el primero que, en sus comentarios, relacionó La otra historia de los Estados Unidos de Zinn y Patrañas. Y desde luego no ha sido el último. Nuestros libros son muy distintos, en parte porque nuestras ideologías también lo son, pero los dos somos igualmente críticos con los petulantes y aburridos textos de historia de los Estados Unidos que aún siguen imperando en enseñanzas medias.

[5] Mary Mackey, «Don’t Know Much About History...», San Francisco Chronicle, 12/02/1995.

[6] «Joan», en independentreader.com (1995); desde entonces esta página web ha cambiado de manos.

[7] A otros les fue mejor, ¡pero están muertos!

[8] Varios lectores me han llamado la atención por no decir casi nada sobre historia de la mujer. Desde luego, en el epílogo me he reprochado a mí mismo esta omisión y la he explicado aduciendo que esa era una labor que otros habían realizado. En ese capítulo, una nota remite directamente al lector a seis críticas diferentes sobre cómo han hablado de la mujer los manuales de historia: no me podía poner a hacer de nuevo lo que otros ya habían hecho tan bien. Con todo, debo admitir que todavía no he conocido ni a una sola persona que se haya leído alguna de esas críticas porque yo lo haya sugerido, así que quizá tendría que haber tratado yo mismo el asunto.

[9] Cuando hice precisamente eso, durante un debate celebrado en Boston junto a Herbert Kohl y Howard Zinn, este me sugirió: «quizá deberías haber titulado tu libro Patrañas que me contaron el 70 por ciento de los profes».

[10] Les ruego que, antes de dejar el club, ¡compren por lo menos un libro en él!

[11] A ser posible con corrección.