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Stefan Zweig. Viena, 1881 - Petrópolis, 1942

Zweig es uno de los más populares escritores del curioso período comprendido entre las dos guerras mundiales y, sobre todo, uno de los grandes escritores del siglo XX. Su obra ha sido traducida a más de cincuenta idiomas.
Durante la Primera Guerra Mundial, debido a sus ideas pacifistas, tuvo que exiliarse en Zurich, en Salzburgo y más tarde en Inglaterra. A poco de estallar la Segunda Guerra, buscó refugio al otro lado del Atlántico, estableciéndose en Brasil. Convencido de la definitiva destrucción de los valores culturales y espirituales europeos bajo la bota totalitaria del nazismo de Hitler, se quitó la vida junto a su esposa en 1942. Su entierro, celebrado en Rio de Janeiro con honores de jefe de estado, fue un acto multitudinario.
Zweig se ha labrado una fama de escritor completo, destacando en todos los géneros. Como novelista refleja la lucha de los hombres bajo el dominio de las pasiones con un estilo liberado de todo tinte folletinesco. Sus tensas narraciones reflejan la vida en los momentos de crisis, a cuyo resplandor se revelan los caracteres. Sus biografías, basadas en la más rigurosa investigación de fuentes históricas, ocultan hábilmente su fondo erudito tras una equilibrada composición y un admirable estilo, que confieren a sus libros la categoría de obras de arte.

 

 

 

Título original: Magellan: Der Mann und seine Tat (1938)

 

© Del libro: Stefan Zweig

© De la traducción: José Fernández

Edición en ebook: agosto de 2019

 

© Capitán Swing Libros, S. L.

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ISBN: 978-84-120830-6-4

 

Diseño de colección: Filo Estudio - www.filoestudio.com

Corrección ortotipográfica: Victoria Parra Ortiz

Composición digital: leerendigital.com

 

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Magallanes. El hombre y su gesta

 

 

CubiertaEn 1518, un cuarto de siglo después de Cristóbal Colón, un exiliado portugués, Magallanes, logró convencer al rey de España, Carlos I, de que le proporcionara una flota con el fin de explorar el mar que separaba Asia de América, el continente descubierto por Colón unos años antes. A sus treinta y nueve años, estaba al mando de una flota de cinco barcos y 265 hombres, y comenzaba un episodio que marcaría la historia de la navegación y de la humanidad. Un motín, frío, hambre, rivalidad, errores cartográficos…, de nada se salvará el célebre aventurero. Con su prosa fluida y elegante, Zweig narra la experiencia de Magallanes como una gran novela de aventuras, en el que sigue siendo el relato más bello sobre este viaje. Cuidadosamente documentada, la reconstrucción de su hazaña es un brillante cuadro de las condiciones económicas y políticas a comienzos del siglo XVI, y rinde tributo a la hazaña de un genio apasionado, que con unos insignificantes barcos dio la vuelta al globo, demostrando por primera vez su redondez.

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Índice

 

 

Portada

Magallanes. El hombre y su gesta

Introducción

01. «Navigare necesse est»

02. Magallanes en las Indias

03. Magallanes se emancipa

04. Una idea que se realiza

05. Una voluntad contra mil obstáculos

06. La partida

07. Buscando en vano

08. La sublevación

09. El momento solemne

10. Magallanes descubre un reino para sí

11. La muerte ante el triunfo

12. La vuelta sin el caudillo

13. Los muertos no tienen razón

Tabla cronológica

La capitulación

Informe sobre el coste de la flota de Magallanes

Sobre este libro

Sobre Stefan Zweig

Créditos

Los libros pueden tener su origen en los más variados sentimientos. Se escriben libros al calor de un entusiasmo o por un sentimiento de gratitud, pero también la exasperación, la cólera y el despecho pueden, a su vez, encender la pasión intelectual. En ocasiones es la curiosidad la que da el impulso, la voluptuosidad psicológica de explicarse a sí mismo, escribiendo, unas figuras humanas o unos acontecimientos; pero otras veces —demasiadas— impelen a la producción motivos de índole más delicada, como la vanidad, el afán de lucro, la complacencia en uno mismo. En rigor, quien escribe debería dar cuenta de los sentimientos, de los apetitos personales que le han movido a escoger el asunto de cada una de sus obras. El íntimo origen del libro que aquí veis se me aparece a mí mismo con toda claridad. Nació de un sentimiento algo insólito pero muy penetrante: la vergüenza.

Sucedió de este modo. El año pasado tuve por primera vez la tan anhelada oportunidad de un viaje a América del Sur. Sabía que en Brasil me esperaban algunos de los paisajes más bellos de la tierra, y en Argentina, un círculo de camaradas intelectuales cuya compañía sería para mí un inigualable gozo. Y a esta anticipación, que por sí sola me hubiera hecho el viaje delicioso, uniéronse las circunstancias inmediatas del mismo: un mar tranquilo, la natural distensión en el holgado y rápido transatlántico, el sentirse libre de todas las ataduras y de las cotidianas vejaciones. Gocé infinitamente de los días paradisíacos que duró la travesía. Pero, de pronto —esto fue en el séptimo u octavo día—, me sorprendí en flagrante impaciencia. Siempre el mismo cielo azul y el mismo mar azul en calma. ¡Qué largas me parecían las horas de viaje en medio de aquella súbita reacción! Deseaba íntimamente haber llegado al término, y me alegraba la idea de que el reloj, incansable, iba acortando el tiempo. Ahora, el flojo, el indolente placer de la nada me molestaba. Las mismas caras de unas mismas personas llegaban a hastiarme; la monotonía del movimiento de a bordo me excitaba los nervios, precisamente por la tranquila regularidad del pulso. ¡Adelante, adelante! ¡Más aprisa, más aprisa! De pronto, el bello transatlántico, tan lujoso, tan cómodo, no andaba con la suficiente velocidad.

Tal vez solo faltaba este minuto en que se me reveló mi estado de impaciencia, para que inmediatamente me avergonzara de mí mismo. Estás haciendo —me dije, airado— la más galana de las travesías en el más lujoso de los buques; tienes a tu disposición todo el lujo que se puede alcanzar en la vida. Si, llegada la noche, la atmósfera refresca excesivamente en tu camarote, no tienes más que dar vuelta con dos dedos a una llave y el aire se calienta. Si el mediodía en el ecuador te resulta demasiado bochornoso, tienes a un paso los ventiladores, que refrescan el aire, y diez pasos más allá te espera la piscina. En la mesa de este hotel, el mejor provisto, puedes escoger el plato o la bebida que se te antojen, pues de todo hay en este mundo encantado, como traído por manos de los ángeles. Si así te acomoda, puedes estar solo y leer libros, o bien hacer una partida de juego, o gozar de la música y de la sociedad hasta saciarte. Se te brindan todas las comodidades y toda seguridad. Sabes el término de tu viaje, a qué hora llegarás y que serás acogido amablemente. Y los habitantes de Londres, París, Buenos Aires, Nueva York conocen también, hora por hora, en qué punto del universo se encuentra el buque. Te basta subir unas pocas gradas, dar unos veinte pasos, y la dócil chispa salta del aparato de telegrafía sin hilos y lleva tu pregunta, tu saludo, a cualquier punto de la Tierra, y al cabo de una hora, desde donde sea, tu mensaje es correspondido. ¡Acuérdate, impaciente; acuérdate, descontentadizo, cómo era en otro tiempo! Compara un momento este viaje de hoy con los de antaño, sobre todo con los primeros viajes de aquellos temerarios que descubrieron, en beneficio nuestro, estos mares inmensos y un mundo nuevo, y avergüénzate en su memoria. Intenta representártelos partiendo en sus frágiles barcas de pescador hacia lo desconocido, ignorantes de los derroteros, perdidos en lo infinito, continuamente expuestos al peligro, al capricho de las inclemencias del tiempo y a todas las torturas de la escasez. Sin luz en la noche, sin más bebida que el agua tibia de las cubas y la que recogieran de las lluvias; sin más comida que la sosa galleta y el tocino rancio, y aun faltados días y días de esta somerísima alimentación. Ni una cama, ni el oasis de una tregua, infernal el calor, sin misericordia el frío, y además la conciencia de la soledad, del desamparo en el desierto cruel del agua. Allá, en los hogares, durante meses y años, nadie sabía dónde estaban; ni ellos mismos sabían adónde iban. La escasez era su compañera, la Muerte los cercaba de noche y de día en mil formas, por mar y tierra; no podían esperar más que peligros, así de los hombres como de los elementos, y durante meses y años la soledad más espantosa rodeaba sus míseras embarcaciones. Sabían que nadie saldría en su socorro, que no encontrarían un solo barco durante meses y meses en aquellas aguas no surcadas, que nadie los sacaría del apuro y del peligro, ni podrían hacer saber su muerte, su fracaso. Así revivían en mi interior los primeros viajes de los conquistadores del mar, y hube de avergonzarme de mi impaciencia.

Una vez experimentado, este sentimiento de vergüenza no se borró de mí en toda la travesía. El pensamiento de aquellos héroes anónimos no me dejó un instante. Y quise saber más de quienes fueron los primeros en afrontar los elementos, y leer sobre los primeros viajes por los océanos inexplorados, cuya descripción ya me había impresionado en los años de mi infancia. Entré en la biblioteca del transatlántico y cogí al azar unos volúmenes. De entre todas las figuras y todas las rutas, mi admiración se asió a los hechos del hombre que, en mi sentir, llegó a lo más extraordinario en la historia de los descubrimientos geográficos: Fernando Magallanes, el que salió de Sevilla con cinco barcas de pescador para dar la vuelta a toda la Tierra. Tal vez en la historia de la humanidad es la odisea más magnífica esta partida de doscientos sesenta y cinco hombres resueltos, de los cuales solo dieciocho volvieron a sus lares en los míseros barcos castigados, pero con la bandera de la gran victoria en el mástil. No eran muy abundantes las noticias, para mi deseo al menos, en aquellos libros. De vuelta a mi hogar, leí e investigué más y más, asombrándome a cada paso de cuán poco digno de crédito se había expuesto hasta entonces sobre aquella realización heroica. Como ya me ha sucedido otras veces, no hallé mejor ni más eficaz modo para aclararme a mí mismo el hecho que darle forma y describirlo para otros. Así nació este libro, causándome sorpresa a mí mismo, si he de decir honradamente la verdad. Mientras describía (ajustándome a los documentos fidedignos a mi alcance, fiel a la realidad) esta segunda Odisea, tenía continuamente la singular sensación de contar algo inventado, uno de los más altos anhelos, una de las sagradas leyendas de la humanidad. ¡Nada hay más excelente que una verdad que parece inverosímil! Siempre se adhiere a las grandes gestas de la humanidad algo de inconcebible, porque, en realidad, se elevan muy por encima del nivel medio. Es precisamente en lo increíble que ha llevado a cabo como la humanidad remoza la fe en sí misma.