PRIMERA PARTE

LA «IGLESIA DE LOS POBRES» EN LAS DOS PRIMERAS SESIONES DEL VATICANO II Y en LA CONSTITUCIÓN LUMEN GENTIUM

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LOS PRIMEROS PASOS CONCILIARES: LOS MENSAJES INICIALES

1. EL MENSAJE AL MUNDO DEL PAPA JUAN XXIII (11-9-1962)

En un mensaje radiado dirigido a todos los cristianos un mes antes de la inauguración del Concilio, el papa Juan XXIII subrayaba, a partir de la afirmación básica de Cristo como nuestra luz, que la Iglesia había de entender su servicio a la humanidad desde este principio. Para cumplir este cometido, el Papa señalaba algunos puntos importantes: la igualdad de todos los pueblos en el ejercicio de sus derechos y deberes, la defensa de la familia o la necesidad de salir del individualismo, asumiendo una responsabilidad social. En este marco, añadía Juan XXIII: «Otro punto luminoso. Ante los países subdesarrollados, la Iglesia se presenta tal y como es y quiere ser: la Iglesia de todos y particularmente la Iglesia de los pobres».1 Giuseppe Alberigo2 sostiene que Juan XXIII tomó prestada la expresión «Iglesia de los pobres» del cardenal Léon-J. Suenens, que en el mes de abril de 1962 había presentado al Papa un proyecto general sobre los temas del Concilio, proyecto en el que, entre otras cosas, afirma: «Ante los países subdesarrollados es necesario que la Iglesia se presente como la Iglesia de todos y sobre todo de los pobres».3 Por lo tanto, ante todo, podemos afirmar que la expresión «Iglesia de los pobres», de acuerdo con los fragmentos citados del papa Juan XXIII y del cardenal Suenens, no puede ser interpretada en un sentido reduccionista o dualista, como si dentro de la Iglesia hubiera una Iglesia «de los pobres» y otra que no lo fuera. El concepto no supone tampoco volver a una forma de vida del pasado o sentirse dispensados de atenuar las necesidades de los pobres —como afirma Sigismund Verhey en su artículo en Sacramentum Mundi—.4 Por contra, según el papa Juan, la expresión implica la trasformación constante de toda la Iglesia hacia un estilo de vida y unas formas de actuar que reproduzcan el seguimiento de Cristo, luz del mundo, aspecto que supone la conversión constante de la Iglesia hacia los pobres, ya que la Iglesia ha de presentarse «como Iglesia de todos» y cada uno, y «sobre todo» o «particularmente» de los pobres.

El fragmento de Juan XXIII es breve, pero, como afirma Gustavo Gutiérrez, cada palabra tiene su importancia y, a pesar de su modestia y sobriedad, tendrá un carácter fontal.5 Al papa Roncalli le gustaba la imagen de «punto luminoso» para subrayar la importancia de una idea.6 Y, en nuestro tema, el «punto luminoso» era que la cuestión de la pobreza desempeña un papel importante en la comprensión de la Iglesia y de su nueva misión. La pobreza real de muchos pueblos del mundo tiene, para el papa Juan, consecuencias eclesiológicas. De aquí que el tema de la pobreza no esté tan solo enfocado desde lo que podríamos llamar la doctrina social de la Iglesia, como había hecho el propio Papa en la Enc. Mater et magistra. La consideración de la pobreza se convierte en punto de partida de un principio eclesiológico que nos ayuda a profundizar en lo que ha de ser o resultar la misma realidad eclesial.

Juan XXIII denomina «países subdesarrollados»7 a las naciones pobres, abandonando de esta manera el eufemismo, generalizado en estos años, de designarlos con el calificativo de «países en vías de desarrollo».8 Juan XXIII supo leer el «signo de los tiempos», entendiendo que la situación de la pobreza de muchos pueblos era una clara interpelación al anuncio de la fe cristiana y a la propia Iglesia. «La Iglesia se presenta tal y como es y quiere ser», indica el Papa. Por una parte, la Iglesia se muestra como una realidad ya presente: «la Iglesia es». Aquí se quiere recoger lo que la Iglesia y los cristianos han hecho y hacen en este campo. Pero también el Papa apunta hacia el futuro: «la Iglesia quiere ser». Se trata de un proyecto que hay que ir concretando. Hace falta inventiva y responsabilidad para lograr que la Iglesia se convierta en un signo del amor de Dios para todo ser humano sin excepción —una «Iglesia de todos»—. Pero, al mismo tiempo, el Papa recuerda la predilección que ha de manifestar esta Iglesia: «particularmente la Iglesia de los pobres». Se subraya, por lo tanto, a un tiempo la «universalidad» y la «preferencia»: dos conceptos bíblicos que van íntimamente unidos uno al otro.9 Si se escoge un solo aspecto, dejando de lado el otro, a la hora de la verdad se pierden los dos. Se trata, pues, de tener los dos en cuenta: este es el desafío que tiene hoy la Iglesia.

2. EL MENSAJE AL MUNDO DE LOS PADRES CONCILIARES (20-10-1962)

Si en el mes de septiembre fue el papa Juan quien dirigió un mensaje al mundo, el 20 de octubre, iniciado ya el Concilio, fueron los mismos padres conciliares quienes se encargaron de ello: «Patres Concilii ad universos homines», como precisaba monseñor Felici, secretario general.10 El texto, preparado originariamente por Marie-Dominique Chenu, con la colaboración de Yves M. Congar, había sido modificado en grado sumo y finalmente redactado por cuatro obispos franceses, el cardenal Achille Liénart, monseñor Émile Guerry, Alfred Ancel y monseñor Gabriel M. Garrone.11 Hay que decir que el mensaje no tuvo un gran eco en la prensa, y pronto quedó relegado por otros acontecimientos conciliares. A pesar de todo, es un paso que pone de manifiesto la voluntad del Concilio de estar más cerca del mundo. Bien lo muestra el siguiente fragmento:

Dirigimos constantemente nuestra atención a las angustias que afligen hoy a los hombres. Por lo tanto, nuestra solicitud ha de dirigirse a los más humildes, a los más pobres y a los más débiles; siguiendo a Cristo, debemos compadecernos de las multitudes que padecen hambre, miseria e ignorancia, poniendo constantemente ante nuestros ojos a aquellos que, por falta de ayuda adecuada, no han llegado aún a una condición de vida digna del hombre.12

A pesar de las modificaciones del proyecto original elaborado por Chenu, el mensaje desempeñó un papel importante, sobre todo en el sentido de «marcar» una cierta simpatía de la Iglesia hacia el mundo. La insatisfacción producida por los Esquemas preparatorios, en los que no se notaba ningún tipo de apertura al mundo, provocó en cierta manera el interés por parte de muchos padres en dar a conocer este texto, en consonancia con Juan XXIII, tanto en lo que respecta a su mensaje del día 11 de septiembre, citado anteriormente, como a su alocución en francés dirigida al cuerpo diplomático, con motivo de la inauguración del Concilio, donde afirmaba:

Esta es la paz que ansían todos los hombres, la paz por la que tanto han padecido: ¡es el momento de que dé pasos decisivos! La Iglesia se encuentra comprometida con esta paz, por medio de la oración, por medio de su profundo respeto por los débiles, los enfermos, los ancianos, y por medio de la difusión de su enseñanza, que es una doctrina del amor fraterno, porque todos los hombres son hermanos.13

El mensaje de los padres conciliares incidía abiertamente a favor del mundo, sobre todo en dos aspectos: la paz y la justicia social. Se expresaba así, explícitamente, la voluntad de servir, de declararse solidarios con todos los pueblos, y sobre todo con los más pobres.14 Además, el texto subrayaba que este interés por los problemas de los hombres, principalmente de los más pobres, tenía su fundamento en el seguimiento de Cristo. A los pocos días de la aprobación del texto, el mismo Chenu sostenía en moignage chrétien que «el mensaje conciliar exhorta a los cristianos a que, al construir el mundo, tengan en cuenta las súplicas de los hombres —peticiones llenas de angustia y esperanza— en relación con la paz, la fraternidad y la promoción de los pobres». Entre estas peticiones —auténticos «ideales de la naturaleza»— y «los dones de la gracia» existe un vínculo extraordinariamente estrecho.15





NOTAS CAPÍTULO 1


1. «Altro punto luminoso. Infaccia ai paesi sottosviluppati la Chiesa si presenta quale è, e vuol essere, come la Chiesa di tutti, e particolarmente la Chiesa dei poveri» (Juan XXIII, «Mensaje radiado un mes antes de iniciar el Concilio» [11-9-1962]: EV 1, p. 25* l).

2. G. Alberigo, «“Église des pauvres” selon Jean XXIII et le Concile Vatican II», p. 16, nota 12. Cf. C. Lorefice, Dossetti e Lercaro, pp. 132-133.

3. Este plan para el Concilio del cardenal Suenens puede encontrarse en L.-J. Suenens, «Aux origines du Concile Vatican II». La referencia sobre la Iglesia de los pobres dice textualmente: «Face aux pays sous-développés il faut que l’Église apparaisse comme l’Église de tous et surtout des pauvres» (ibid., p. 17).

4. Afirma S. Verhey: «No raramente se habla hoy de la “Iglesia de los pobres”. Esto lleva consigo un doble peligro: primero, se plantean exigencias al estilo de vida de los cristianos que aspira, esencialmente, a fijar la economía y la forma de vida de tiempos pretéritos, sin ver los cambios que Dios mismo quiere; y, segundo, con demasiada facilidad uno se siente dispensado del cometido de atenuar la necesidad de los pobres (si no de suprimirla) en la medida en que eso va incluido en el mandato de amor que Jesús dio a sus discípulos» (S. Verhey, «Pobreza», p. 483).

5. G. Gutiérrez, «Vaticano II, una tarea abierta», p. 15. Cf. R. Sala, «El mundo por los pobres», pp. 156-159.

6. Al inicio del discurso del anuncio del Concilio en San Pablo Extramuros (25-1-1959), Juan XXIII utilizaba esta misma imagen («Primus oecumenici Concilii nuntius», en Acta DP, I/I, p. 3).

7. El término «subdesarrollo» se había empezado a utilizar pocos años antes. Uno de los primeros en emplear esta expresión fue Gunnar Myrdal (1898-1987), economista sueco y premio Nobel de Economía en 1974, en unas conferencias pronunciadas en El Cairo en el año 1955. Publicó después estos trabajos en uno de sus libros más conocidos (G. Myrdal, Economic Theory and Underdeveloped Regions), donde acusa a la economía clásica de mantener programas en los que los países ricos ostentan su supremacía por encima de los países pobres.

8. El mismo Juan XXIII lo había utilizado poco antes en su Enc. Mater et magistra (15-5-1961), n.º 161: «Pero el problema tal vez mayor de nuestros días es el que atañe a las relaciones que deben darse entre las naciones económicamente desarrolladas y los países que están aún en vías de desarrollo económico [quarum oeconomicae progressiones sint in cursu]» (EE 7, p. 378; ibid., n.º 174: EE 7, p. 390).

9 . G. Gutiérrez, «Vaticano II, una tarea abierta», p. 16.

10. Acta syn., I/I, pp. 230-232 (20-10-1962) = EV 1, pp. 70*-84*. Para una visión global de este mensaje de los padres conciliares al mundo, cf. A. Riccardi, «El tumultuoso comienzo de los trabajos», en Alberigo, II, pp. 62-67.

11. Ibid., II, p. 64. Chenu afirmaría más tarde que el texto original fue «ahogado en agua santa» (ibid., p. 65). También Congar reconoce que no encuentra en el texto propuesto por monseñor Felici todo lo que había elaborado con el P. Chenu (Y. M. Congar, Mon Journal du Concile, I, p. 125).

12. Acta syn., I/I, p. 231 (20-10-1962) = EV 1, p. 78*.

13. Juan XXIII, Alocución al cuerpo diplomático (12-10-1962), en Acta syn., I/I, p. 190; cf. A. Riccardi, «El tumultuoso comienzo de los trabajos», en Alberigo, II, pp. 40-41.

14. P. Gauthier, «Consolez mon peuple», pp. 192-193.

15. A. Riccardi, «El tumultuoso comienzo de los trabajos», en Alberigo, II, p. 66.

2
EL DEBATE SOBRE LA LITURGIA Y LA CONSTITUCIÓN SACROSANCTUM CONCILIUM

1. EL DEBATE SOBRE LA REFORMA LITÚRGICA (DEL 22-10 AL 15-11-1962)

Siguiendo con el tema que nos ocupa sobre la Iglesia de los pobres en el Vaticano II, hemos de referirnos ahora al debate acerca de la reforma litúrgica celebrado fundamentalmente en la primera sesión conciliar. Tras el trabajo de la Comisión preparatoria reunida entre el 12 de octubre de 1960 y el 13 de enero de 1962, el texto fue entregado a la Comisión central, que revisó el documento y lo dejó listo para presentarlo al Concilio. Una de las primeras decisiones de los padres fue la de iniciar la discusión en el aula con el texto que acabaría por convertirse en la Constitución Sacrosanctum Concilium. Esta deliberación, que ocupó quince Congregaciones Generales, tuvo lugar entre el 22 de octubre y el 15 de noviembre de 1962; se realizaron 328 intervenciones orales y 334 escritas.1

En medio de todo este amplísimo debate, a veces un tanto caótico por la cantidad y la variedad de las intervenciones,2 el tema de la pobreza emergió en distintos momentos. En el marco de la discusión del capítulo sobre la eucaristía, fue monseñor Antonio Pildáin y Zapiáin, de las islas Canarias, quien realizó la intervención más importante, que tuvo lugar el día 6 de noviembre y en la que se refirió a la plegaria de los fieles. A partir de lo expresado en el número 40 del Esquema presentado en el aula,3 pedía ampliar la referencia a 1 Tim 2,1-2, en la que se indica que hay que orar «por todos los hombres, por los reyes y por los que tienen autoridad», con una amplia y explícita mención de la oración por los más pobres y necesitados.4 De esta forma, partiendo de la plegaria que se encuentra en la Carta a los corintios de Clemente de Roma5 —según Pildáin, «principium et norma quamplurium orationum communium liturgicarum»—,6 abordaba el tema en toda su amplitud, haciendo un motivado y caluroso llamamiento a orar por los más pobres de la Iglesia. Además, detallaba algunos aspectos de esta plegaria, como la precariedad laboral y los salarios injustos, la falta de trabajo que lleva inexorablemente a la miseria de muchas familias, la falta de viviendas dignas, y, finalmente, el grave problema del hambre.7 Mathijs Lamberigts afirma que le sorprende que una intervención del calado de esta suscitara tan pocas reacciones entre los comentaristas de este tiempo.8 Con todo, como veremos, el discurso de monseñor Antonio Pildáin incidió en la redacción definitiva del número 53 de la Sacrosanctum Concilium, dedicado a la plegaria de los fieles.

Días más tarde, del 10 al 13 de noviembre, el debate se centró en el año litúrgico, amén de otras intervenciones sobre los vasos y la indumentaria litúrgicos, la música y el arte sagrados. Aquí fue donde se incidió especialmente en el tema de los pobres, ya que muchos padres, de manera recurrente, pedían más sencillez y sobriedad en la celebración del año litúrgico. Así, por ejemplo, monseñor Manuel Larraín Errázuriz, obispo de Talca (Chile),9 que habló en nombre de algunos obispos latinoamericanos, recordó a los presentes que la liturgia es la celebración del misterio pascual de Cristo y que la única manera de hacerle justicia es respetando la pobreza, tan destacada en el Evangelio, que hay que proclamar al pueblo. La autenticidad del testimonio de este obispo se hallaba secundada por el hecho de que había convertido su palacio episcopal en casa para los pobres.10 Monseñor Larraín continuaba su intervención, aludiendo a san Agustín, cuando afirmaba que la liturgia no celebra el «splendor divitiarum», sino el «splendor veritatis», es decir, la revelación del amor de Dios en Cristo. De aquí que la Iglesia esté obligada a mostrar, tanto con sus palabras como con sus obras, su opción por los pobres, además de andarse con mucho cuidado y de tratar de no ofender con sus riquezas, sobre todo en los lugares donde predomina la pobreza. Por eso, según monseñor Manuel Larraín, resulta tan importante la forma de vivir sencilla y austera de sus ministros.11

Monseñor Paul Gouyon, coadjutor de Rennes, subrayaba que la liturgia debía distinguirse por una mayor sencillez evangélica, lo cual no debía implicar que el culto a Dios dejara de ser un acto hermoso. Se trata de una cuestión de sensibilidad pastoral, afirmaba Gouyon, porque una Iglesia que predica la pobreza no puede causar la sensación de riqueza y pomposidad en sus celebraciones litúrgicas, siendo además las más de las veces la única ocasión que tienen los no creyentes de acercarse al conocimiento del cristianismo. En este sentido, Gouyon se preguntaba si en nuestros ritos litúrgicos los no creyentes o los que han perdido la práctica religiosa podían descubrir el verdadero rostro de Cristo. Además, se trata de una exigencia interna del cristianismo, ya que hay que tomar ejemplo del Niño de Belén.12 De manera parecida a la de Paul Gouyon, otros obispos, como Joseph Urtasun13 de Aviñón, Maurice Baudoux14 de San Bonifacio (Canadá), y, especialmente, Henrique Heitor Golland Trindade de Botucatu (Brasil), afirmaron también que en la liturgia se puede conciliar perfectamente la belleza genuina con la sencillez y la austeridad —«quasi in paupertate», según este último—; una combinación que suele dar excelentes resultados. En este sentido, según el obispo brasileño, cabría que el Concilio se mostrara sensible a la situación social del mundo (pobreza, persecuciones, hambre, etc.), y que se retomaran valientemente las formas genuinamente cristianas, empezando por eliminar la pomposidad de los hábitos episcopales: «Non est tempus oportunum!». Esta práctica sería una buena ocasión para demostrar la sinceridad de las palabras contenidas en el mensaje divulgado al inicio del Concilio.15 La intervención de monseñor Alfred Ancel, obispo auxiliar de Lyon, insistía en el mismo aspecto, pero se centraba más concretamente en la austeridad en la edificación y en la ornamentación de los templos, al tiempo que subrayaba la prioridad y la dignidad de los pobres y necesitados, con los que se identificaba el propio Cristo.16

Por el contrario, una voz disconforme con las intervenciones precedentes fue la de Pietro Romualdo Zilianti, abad de Santa María de Monte Oliveto Maggiore (Siena), quien, en relación con la sobriedad, distinguía, por un lado, entre el espíritu de pobreza personal y, por otro, el culto que Dios se merece. Fundamentaba su postura en el ejemplo de san Juan María Vianney —quien vivía pobremente y, en cambio, no escatimaba ofrecer lo mejor para el culto de su iglesia— y en otros argumentos extraídos de la Escritura, como la actitud de Jesús ante la murmuración de Judas por la unción de Betania (Jn 12,1-7).17

Finalmente, en cuanto a los vasos y ornamentos litúrgicos, hay que destacar la intervención de monseñor Paul Y. Taguchi, obispo de Osaka (Japón), quien señaló que su esplendor constituía una ofensa en su país, puesto que a los japoneses les gusta la sencillez, la delicadeza y los colores discretos. Además, no entienden el hecho de ponerse y quitarse la mitra, arrodillarse para besar el anillo del obispo y otras cosas parecidas, gestos completamente extraños en Oriente. Reclamaba también que los ornamentos se adaptasen a las costumbres y sensibilidades de las distintas comunidades locales, aunque sin caer en una mera imitación del arte local. En definitiva, Taguchi insistía en la simplificación y en una prudente adaptación.18 Monseñor Paul L. Seitz de Kontum (Vietnam), quien hablaba en nombre de los obispos vietnamitas, hizo observaciones parecidas, indicando que el arte sagrado se halla al servicio del Pueblo de Dios y, por lo tanto, debe ser sencillo y sobrio. En este sentido, los templos, visibles también para los no creyentes, deberían convertirse en el signo de la verdadera presencia de la Iglesia de Cristo, que es de todos, pero especialmente de los pobres, y presentar así las características del Evangelio: simplicidad, integridad y pobreza.19

2. LA CONSTITUCIÓN SACROSANCTUM CONCILIUM (4-12-1963)

En La Constitución Sacrosanctum Concilium únicamente encontramos el término «pauper» citado una vez, en el número 5, dentro de la exposición de la obra salvadora de Cristo. En las notas a pie de página se señalan los pasajes de Is 61,1 y de Lc 4,18. Esta cita de Jesús en la sinagoga de Nazaret será recurrente en los pasajes que el Concilio Vaticano II dedica al tema de los pobres.20 He aquí el texto de la Constitución sobre la Liturgia:

Dios […] cuando llegó la plenitud de los tiempos envió a su Hijo, el Verbo hecho carne, ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón (cf. Is 61,1; Lc 4,18), como «médico corporal y espiritual», mediador entre Dios y los hombres (SC 5).

Este fragmento conciliar, en el contexto del capítulo I sobre los principios generales que han de regir la reforma y el fomento de la sagrada liturgia, inicia la descripción de la obra salvadora indicando que Cristo vino «a traer la buena nueva a los más pobres», en alusión al discurso programático del propio Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18). Precisamente en esta obra salvadora cumplida por el Verbo encarnado se encuentra el fundamento de la liturgia y de su importancia en la vida de la Iglesia, ya que la consuma en el tiempo, la actualiza y la vivifica en la celebración de los sacramentos, principalmente en la eucaristía, que es el núcleo de la Iglesia. La liturgia, por consiguiente, ha de reflejar y actualizar la buena nueva a los pobres, ha de consolar los corazones afligidos, para que todos puedan ser «injertados en el misterio pascual de Cristo» (SC 6), él que es el «médico corporal y espiritual» como afirma san Ignacio de Antioquía,21 en la expresión que cita también el Concilio (SC 5).

Este enfoque central alumbra las referencias en el texto definitivo en lo referente al intenso debate sobre la sencillez y la austeridad en la liturgia, que hemos descrito en el punto anterior. Si bien es cierto que en la redacción final de la Constitución Sacrosanctum Concilium no encontramos mencionados de forma explícita los aspectos del debate precedente en sus distintos matices, podemos afirmar que la orientación general de los padres conciliares a favor de una mayor sencillez y austeridad en la liturgia queda ampliamente manifestada en el texto definitivo.22 Por eso podemos mencionar explícitamente tres momentos de la Constitución: en primer lugar, cuando se refiere a la estructura de los ritos litúrgicos, en la orientación general del capítulo primero; en segundo lugar, cuando se habla de la plegaria de los fieles de la misa; y, finalmente, cuando se alude al control de la justa libertad del arte religioso.

En el primer capítulo de la Constitución, dedicado a los principios generales de la liturgia, leemos en el número 34:

Los ritos deben resplandecer con una noble sencillez; deben ser breves, claros, evitando las repeticiones inútiles; adaptados a la capacidad de los fieles, y, en general, no deben tener necesidad de muchas explicaciones.

Para el Concilio, el corazón de la liturgia es la acción de Dios, invisible en sí misma, pero destinada a la salvación del hombre. Se trata del opus salutis al que se alude repetidamente en los primeros números del capítulo I de la Constitución. Sin embargo, esta acción divina necesita un signo externo que al mismo tiempo vele y revele de forma adecuada su riqueza interna. Por este motivo, ya en el número 21, conscientes de esta necesidad, se habla de reformar tanto los textos como los ritos de la liturgia, procurando hacerlos más transparentes e inteligibles.23 El número 34 aplica estos principios a los ritos, señalando las cualidades que ha de tener esta reforma: una noble sencillez y una mayor austeridad para hacerse más comprensibles a todos los fieles y ser más inteligibles por sí mismos.24 En la Congregación General del 5 de diciembre de 1962, ya surge lo que acabará siendo la redacción definitiva.25 Por lo tanto, la orientación de este capítulo I es muy clara en cuanto al espíritu que ha de tener la liturgia. Aunque algunas propuestas de los padres, antes mencionadas, incidieran más determinadamente en la necesidad de una liturgia que revelara la sencillez y la «pobreza» evangélicas, el texto definitivo subraya con claridad una mayor sencillez y sobriedad, con la intención de que los aspectos visibles sean el signo auténtico de los invisibles para los hombres y mujeres de hoy.26

En segundo lugar, el número 53, dedicado a la plegaria de los fieles de la misa, después de pedir por su restablecimiento, especialmente los domingos y festivos, solicita que

se hagan súplicas por la Santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren por cualquier necesidad, por todos los hombres y por la salvación del mundo entero.

Para la historia de este pasaje, resulta interesante observar que la cita de la Primera carta a Timoteo (1 Tim 2,1-2), mencionada solo a pie de página (nota 4), allí donde dice «os recomiendo […] que oréis […] por todos los hombres, por los reyes y por sus gobernantes» fue sustituida por su forma actual: «por los que ostentan la autoridad pública». Esta última expresión se halla en la plegaria solemne del Viernes Santo y en el Praeconium Pasquale de la vigilia de Pascua.27 De hecho, las palabras de la Primera carta a Timoteo, fuera de contexto, podrían resultar malsonantes ante tantos hombres que viven oprimidos por las injusticias sociales. Por otra parte, la intervención de monseñor Antonio Pildáin y Zapiáin referente a la mención de orar por los más pobres y necesitados28 fue atendida por la Comisión y ratificada por el Concilio con el enunciado «por los que se ven doblegados por diversas necesidades». La Comisión prefirió mantener la brevedad del texto final, en el bien entendido de que, de acuerdo con la autoridad competente, nada impide que estas plegarias puedan ser ampliadas con la enumeración de necesidades más concretas.29

Finalmente, en el número 124, en el comentario sobre el control en la justa libertad del arte religioso, se afirma:

Los ordinarios, al promover y favorecer un arte auténticamente sacro, busquen más una noble belleza que la mera suntuosidad. Esto se ha de aplicar también a las vestiduras y ornamentación sagrada.

Hemos visto cómo, en el debate sobre este punto, muchos padres pidieron menos suntuosidad en la construcción y en la ornamentación de ciertos templos, así como en la adquisición de ricos ornamentos, vasos y utensilios litúrgicos. Hemos visto también cómo algunos padres subrayaron que el dispendio excesivo podía convertirse en motivo de ofensa para la gente necesitada, así como de escándalo. Con todo, como ya hemos examinado, existía también esa otra postura que, siguiendo el consejo del oficio de Corpus —quantum potes, tantum aude—, señala que poner al servicio divino lo mejor y más valioso es siempre quedarse atrás en lo debido. De aquí que la «noble belleza», por sí misma, no sea un concepto unívoco. Por eso, a veces, cabe preguntarse: ¿qué se entiende realmente por belleza? ¿A costa de qué se dispone de esta belleza? Por esta razón, y de una manera sutil, la Comisión litúrgica, para evitar cualquier tipo de ambigüedad, redactó el número 124, subrayando que se buscara la «noble belleza» y no la «mera suntuosidad» en todo lo referente al ejercicio del culto.30 De esta forma, sin privar al culto de su belleza, se pueden crear obras y objetos magníficos con materias simples y no muy costosas, dado que el signo de la sencillez y la pobreza evangélicas ha de aparecer en nuestras ceremonias y celebraciones litúrgicas. Además, según el número 128, se determinaba facultar a las conferencias territoriales de los obispos para que efectuasen «las adaptaciones a las necesidades y a las costumbres locales». Con esta recomendación, el Concilio daba un amplio margen a lo funcional, evitando toda falsedad o anacronismos culturales en lo referente al arte sacro, procurando, al mismo tiempo, la adecuada combinación entre la belleza noble y la sencillez o simplicidad.31 La liturgia, por lo tanto, como afirma Gérard Philips, ha de seguir la «vía del desprendimiento en vez de volcarse en una magnificencia demasiado vistosa e inspirada en este mundo: la verdadera majestad, como la de Dios, es sobria».32





NOTAS CAPÍTULO 2


1. P. Tena i Garriga, «La Constitució Sacrosanctum Concilium», pp. 29-30.

2. M. Lamberigts, «El debate sobre la liturgia», en Alberigo, II, pp. 115-165; especialmente, en relación con nuestro tema, pp. 133, 146-149.

3. Esquema sobre la Liturgia (22-10-1962), cap. II, n.º 40, en Acta syn., I/I, pp. 279-280.

4. Intervención de monseñor A. Pildáin y Zapiáin (6-11-1962), en Acta syn., I/II, pp. 156-158.

5. San Clemente Romano, Ad. Cor. 1, 59-61: SChr 167, pp. 194-201.

6. Intervención de monseñor A. Pildáin y Zapiáin (6-11-1962), en Acta syn., I/II, p. 157.

7. Ibid., pp. 157-158. Cf. Caprile, II, pp. 118-119.

8. M. Lamberigts, «El debate sobre la liturgia», en Alberigo, II, p. 133.

9 . Monseñor M. Larraín Errázuriz había sido uno de los artífices de la creación del CELAM en el año 1955. Fue su presidentee de 1963 a 1966, hasta su muerte por accidente. Sobre esta cuestión, véase el excelente estudio de S. Scatena, «Tra Roma e Bogotá, il CELAM Conciliare di Manuel Larraín».

10. M. Lamberigts, «El debate sobre la liturgia», en Alberigo, II, p. 147.

11. Intervención de monseñor M. Larraín Errázuriz (12-11-1962), en Acta syn., I/II, pp. 621-623. Cf. Caprile, II, p. 145.

12. Intervención de monseñor P. Gouyon (12-11-1962), en Acta syn., I/II, pp. 626-628. Cf. Caprile, II, p. 146. Puede encontrarse también un resumen de las intervenciones de monseñor M. Larraín y de monseñor P. Gouyon en P. Gauthier, «Consolez mon peuple», pp. 194-196.

13. Intervención de monseñor J. Urtasun (13-11-1962), en Acta syn., I/II, p. 632. Cf. Caprile, II, p. 146.

14. Intervención de monseñor M. Baudoux (13-11-1962), en Acta syn., I/II, pp. 666-668. Cf. Caprile, II, p. 150.

15. Intervención de monseñor H. H. Golland Trindade (13-11-1962), en Acta syn., I/II, pp. 645- 646. Cf. Caprile, II, pp. 146, 149.

16. Intervención de monseñor A. Ancel (13-11-1962), en Acta syn., I/II, pp. 682-683.

17. Intervención del abad P. R. Zilianti (13-11-1962), en Acta syn., I/II, pp. 640-641. Cf. Caprile, II, p. 147.

18. Intervención de monseñor P. Y. Taguchi (13-11-1962), en Acta syn., I/II, pp. 650-651. Cf. Caprile, II, p. 149.

19. Intervención de monseñor P. L. Seitz (13-11-1962), en Acta syn., I/II, pp. 661-662. Cf. Caprile, II, p. 150. Aquellos mismos días, monseñor F. Marty, arzobispo de Reims, en una entrevista en la Radio Vaticana, había declarado: «Le signe qui me paraît le meilleur pour témoigner de l’Évangile dans le monde moderne, c’est la pauvreté [...]. Il faut que l’Église, concrètement, supprime tout ce qui est richesse [...]. L’encyclique Mater et Magistra nous a montré un chemin de pauvreté. C’est le plan de justice sociale que l’Église doit réaliser à tous les échelons, partout» (P. Gauthier, «Consolez mon peuple», p. 196).

20. En el Vaticano II, además de SC 5, encontraremos la referencia explícita o implícita de Lc 4,18 en LG 8, PO 6.17, CD 13, OT 8, AG 3.5.

21. «Solo hay un médico, carnal y espiritual, engendrado y no engendrado, hecho carne y Dios, librado a la muerte y vida verdaderas, de María y de Dios, primero pasible, después impasible: Jesucristo, nuestro Señor» (san Ignacio de Antioquía, Ad Eph., 7,2: SChr 10, pp. 64-65).

22. Terminadas las intervenciones, y después de una primera votación de prueba sobre el Esquema en su conjunto, realizada el 14 de noviembre de 1962, con un resultado ampliamente favorable (2 162 votos a favor y solo 46 en contra), la Comisión conciliar estudió rápidamente las enmiendas propuestas. En el mismo primer período conciliar se pudieron presentar las correspondientes al proemio y al capítulo primero; la votación tuvo lugar el 22 de noviembre de 1962 (1 922 votos a favor, 11 en contra y 180 sugerencias de enmienda). Aunque parcial, era el primer fruto del Concilio. Después, en el segundo período, en otoño de 1963, ya presidido por Pablo VI, se continuó y terminó el trabajo de la presentación y votación de las enmiendas. La Constitución fue solemnemente aprobada el 4 de diciembre de 1963, con 2 158 votos a favor y solo 4 en contra. Cf. P. Tena i Garriga, «La Constitució Sacrosanctum Concilium», p. 30.

23. Afirma el último párrafo de SC 21: «En esta reforma, los textos y los ritos se han de ordenar de manera que expresen con mayor claridad las cosas santas que significan y, en lo posible, el pueblo cristiano pueda comprenderlas fácilmente y participar en ellas por medio de una celebración plena, activa y comunitaria».

24. Perarnau/Liturgia, p. 116.

25. Se puede comparar el texto enmendado por la Comisión, que será el definitivo (n.º 34), con el que proponía el Esquema sobre la Liturgia en la redacción anterior (n.º 23), donde ya se hablaba de la simplicidad en los ritos, evitando repeticiones inútiles (Esquema sobre la Liturgia [5-12-1962], en Acta syn., I/IV, p. 272).

26. En el Esquema distribuido en el aula conciliar el 15 de noviembre de 1963, un poco antes de la aprobación final de la Constitución, este n.º 34 ya se encontraba en su redacción definitiva, dado que en la Relatio posterior no se presenta ninguna propuesta de cambio (Esquema sobre la Liturgia [18-11-1963], n.º 34, en Acta syn., II/V, p. 505).

27. A. Franquesa, «El sacrosanto misterio de la Eucaristía», p. 368; cf. Misal Romano, «Ordenamiento general. Tercera edición típica», n.os 69-71; id., «Ordenamiento de las lecturas de la Misa. Segunda edición típica. Advertencias generales», n.os 30-31.

28. Intervención de monseñor A. Pildáin y Zapiáin (6-11-1962), en Acta syn., I/II, pp. 156-158.

29. Relatio del n.º 53 (20-11-1963), en Acta syn., II/V, pp. 584-585.

30. Encontramos por vez primera esta redacción en las enmiendas al Esquema sobre la Liturgia (31-10-1963), en Acta syn., II/IV, pp. 10-11, 15.

31. J. F. Rivera, «El arte y los objetos sagrados», pp. 587-588.

32. G. Philips, L’Église et son mystère, I, p. 121.