CAPÍTULO III

La mitología prehelénica: el panteón egeo ~ Hesíodo y la Teogonia: la formación del panteón clásico ~ La formación del mundo y el nacimiento de los dioses: Caos y Gea. Urano y Gea. Los Uránidas: Titanes, Cíclopes y Hecatonquiros o Centimanos ~ Cosmogonías órficas

La mitología prehelénica: el panteón egeo

Sabido es que con anterioridad a la formación de la civilización propiamente griega floreció una cultura mediterránea con centro en la isla de Creta. Esta cultura del Egeo, conocida bajo el término «minoica», comenzó a manifestarse hacia el III milenio alcanzando su apogeo hacia el año 1600 a.C., fecha tras la cual se desarrolló la civilización micénica ya en la Grecia continental. Su decadencia, hacia el siglo XII, fue debida a la invasión doria.

En la civilización egea, como en los pueblos de aquellas fechas y latitudes, la religión ocupó un lugar preponderante. Hoy en día, la investigación no ha proporcionado suficientes datos para conocer este comportamiento social, religioso y cultural. Podemos pensar que, como ocurre en otros pueblos, la primera forma religiosa fue el fetichismo, con un culto a las piedras sagradas, columnas, a las armas —en especial la doble hacha—, a los animales y a los árboles.

Posteriormente, tras el nacimiento de una visión antropomórfica de la divinidad, nacerá el panteón cretense y, por derivación, los mitos. Es curioso notar la huella que Creta dejó en los mitos propiamente griegos. Debemos recordar sobre el particular el nacimiento de Zeus en esta isla y su educación, la fábula del toro y Europa, la leyenda de Minotauro, etc. Muy probablemente, con la invasión continental micénica, los mitos cretenses adoptaron otro carácter e incluso llegarían al olvido.

La Gran diosa

Como fuera común en otras civilizaciones asiáticas, la divinidad principal era femenina, la denominada Gran diosa o Madre universal. Esencialmente es imagen de la fecundidad tanto en la fauna como en la flora y en la humanidad. Su dominio es el Universo pues es señora de la Vida y de la Muerte. Suele representarse de pie o en cuclillas, desnuda o vestida como las mujeres de época con el busto completamente desnudo o tapado con un corpiño que deja ver sus senos. Representaciones han llegado en diferentes sellos o anillos de oro como el titulado Ofrenda a la Gran diosa. Sentada al pie del árbol sagrado, la diosa, de desnudo seno, lleva en sus manos flores de adormidera, recibe en homenaje flores análogas que le ofrecen mujeres y muchachas. Al fondo de la escena se aprecia el hacha de doble filo que ya señalamos (Anillo de oro. Atenas. Museo Nacional). También son conocidas diosas o sacerdotisas que portan serpientes en su mano (quizá en referencia a la eternidad o a la naturaleza) que aparecen vestidas con un largo faldellín, pero dejando al descubierto el pecho y ceñida su cintura de manera excesiva conformando el llamado «talle de avispa», característico en todas las representaciones humanas del mundo cretense (Museo de Candia. Museo de Heracleión).

Esta diosa parece que fue conocida con el nombre de Rea, divinidad que posteriormente se asociaría a la teogonía griega. Otras divinidades minoicas que conocemos corresponden a Dictina y Britomantis, que de igual manera tendrán su correspondiente en las historias griegas. Dictina pudo asociarse a la divinidad del monte Dicte, en Creta, considerado como lugar de nacimiento de Zeus. Britomantis fue entendida como hija de Zeus y se relaciona con la figura de Dictina. Minos, rey de Creta, se enamoró de Britomantis, pero la doncella cazadora huyó corriendo durante nueve meses. Para escapar definitivamente de Minos se tiró al mar; la joven fue a parar a las redes de un pescador, de ahí su nombre Dictina —diosa de la red —. Artemis (Diana) recompensó su castidad e incluso los griegos la llegaron a convertir en la Artemis cretense.

El dios

Asterio —el estrellado— es el epíteto que ha llegado para conocer a este dios que fuera asociado a la Gran divinidad femenina y que, al parecer, estuvo sometido a ella. Su figura quedará en la leyenda griega pues a Asterión se le conoce como el rey de Creta que se casó con Europa después de que fuera seducida por Zeus. Incluso se consideró al legendario rey como imagen del propio Zeus.

Este dios tuvo una particularidad notable, pues se le representó como una mezcla entre humanidad y animalidad. Así, en muchas ocasiones, fue el toro imagen de la divinidad como símbolo de fuerza y energía creadora (Cabeza de toro. Museo de Candia).

Hesíodo y la Teogonía: la formación del panteón clásico

El panteón griego, como hemos precisado, quedó conformado a partir de la época homérica. En los textos del siglo VIII a.C. que fueran escritos por el poeta ciego, la Ilíada y la Odisea, los dioses adquieren su fisonomía característica, sus atributos tradicionales y sus historias consagradas. Pero Homero nada dice de su origen, se limita a precisar que Zeus es hijo de Crono e insinuar que Océano y Tetis fueron los hacedores de los dioses.

Debemos recurrir a la señalada sistematización de Hesíodo y su Teogonía para conocer el origen de las divinidades. El texto será de gran importancia ya que añade notables aventuras de tales dioses, su filiación e incluso habla de la formación de Universo. Por lo tanto da cuenta tanto de una teogonía como de una cosmogonía, es decir, una visión del origen de los dioses y del universo forjada a través de la imaginación. Por otra parte, la teogonía helena estuvo en relación con planteamientos de otras culturas próximas en el espacio, pues su cosmogonía fundamentada en la mutilación de un dios cosmócrata por su hijo que trata de sucederle mediante este recurso constituyó el tema dominante en otras culturas, como lo fueron la cananea o la hitita. Muy probablemente Hesíodo conociera esta tradición oriental.

Dentro de una concepción general del panteón clásico vamos a establecer algunas de sus características precisas que van a definir su comportamiento:

Los dioses griegos se presentan insertos en una sociedad divina que es, en su planteamiento general, plenamente humana, una clara sociedad patriarcal. Esta agrupación familiar, aunque expuesta con mayor claridad que en ninguna otra cultura, no es enteramente original griega, ya que en Egipto y en el Próximo Oriente se presenta a la familia de origen divino que se reparte todos los poderes.

Sus componentes estarán enmarcados en un claro esquema genealógico, siendo éste el esquema que, como se ha dicho, definirá el tratado tanto de Hesíodo como los escritos ya citados y atribuidos a Apolodoro.

Las divinidades son eternas, es decir, son para siempre, no conocen la muerte pero sí tuvieron un origen preciso. Viven en una eterna juventud.

El discurrir del mito tratará de presentarnos la victoria del bien sobre el mal, el cosmos, el orden del universo frente a toda alteración. El dominio final de Zeus no es otro sino el establecimiento del reino de la justicia mediante el ejercicio de su poder. La Teogonía de Hesíodo mantiene este propósito esencial: La formación del dominio divino en un todo que ha sido ordenado para el establecimiento esencial y justo del Padre de los dioses, Zeus. Y es este mundo de la Justicia alcanzado por los dioses el que debe reflejarse en el medio humano.

En el desarrollo de las generaciones divinas que vamos a comentar observaremos que culminan en la llamada «segunda generación», es decir, en el Triunfo de Zeus, de los dioses conocidos como los Olímpicos o Crónidas, hijos de Crono-Saturno. En esta última edad divina, se le presentará como «Padre de los dioses y los hombres», y no porque sea el progenitor de todos ellos, sino porque su poder le confiere esa autoridad patriarcal dominadora incluso del conjunto de divinidades olímpicas: Hera, Poseidón, Deméter, Atenea, Apolo, Artemis, Afrodita, Ares, Hefesto, Hestia, Hermes y Dioniso.

Si bien en la mitología griega ninguna divinidad encarnará el mal en su totalidad como el Satanás bíblico, se dan cita varios seres que se asociarán con el lado negativo de la vida. Estos seres, como veremos, son potencias abstractas y se engloban en los llamados «Hijos de la Noche».

El antropomorfismo de los dioses será explicado por los mitos antropogónicos como teomorfismo del hombre, pues es el hombre el que ha sido modelado copiando la figura de los dioses tanto en su aspecto físico como espiritual, ya que responde a similares pasiones.

La formación del mundo y el nacimiento de los dioses:
Caos y Gea. Urano y Gea. Los Uránidas: Titanes, Cíclopes y Hecatonquiros o Centimanos
Caos y Gea (Teog. 116 s.)

En un principio sólo existía el Caos, cuya denominación viene a significar «estar abierto», es decir, refiere a un espacio vacío absoluto y anterior a toda creación. Se resuelve con ello uno de los grandes problemas que aún hoy se establece sobre la existencia: el origen del propio espacio. Más tarde se asoció Caos a una masa fuera de toda forma, confusa y tenebrosa. Por tanto, el Caos no remite a divinidad alguna en concreto, es un puro principio cósmico que en ningún momento describe Hesíodo.

En segundo lugar, nació Gea, la Tierra, de amplio y generoso pecho. Posteriormente llegó Eros, el Amor, cuyo carácter difusivo será el elemento determinante en la formación de los demás seres, pues Eros viene a representar la fuerza que impulsa a los hombres a unirse, es decir, la tensión amorosa. Esta divinidad será integrada en la época posthomérica como hijo de Afrodita, representándose como es conocido, mediante un niño que se acompaña de arco y flechas.

Del Caos nacieron Erebo, las tinieblas infernales, y la Noche, que, tras su unión, generaron el Éter (personificación del cielo superior donde la luz es más pura) y el Día, además de toda suerte de abstracciones como Moro (la Suerte, el Destino), Hipno (el Sueño), la Muerte (Tánatos), Momo (el Sarcasmo, la Alegría burlona), la Angustia, la Lamentación (Oizus), Némesis, Apate (el Engaño), Filotes (la Ternura), Geras (la Vejez, viejas que llegaron al mundo con cabellos blancos), Eris (la Discordia), el Fraude, el Celo, las Moiras o Parcas (Cloto, Láquesis y Átropos) y, finalmente, las Hespérides (Ninfas del Ocaso que vigilaban el jardín de las manzanas de oro).

Son los Hijos de la Noche, seres que actuarán en el medio humano asolándolo, buscando el lado oculto de su existencia. Así, influyendo en el destino del hombre se presenta Eris —la Discordia— como primera manifestación en la desdicha humana de la que se originaron la Pena, el Olvido, el Hambre, los Males, los Combates, los Asesinatos, las Batallas, las Matanzas, las Querellas, la Mentira, el Equívoco, la Injusticia y el Juramento. Al final del camino estarán las Moiras: Cloto o tejedora, Láquesis o distribuidora de la suerte, y Átropos, la cortadora del hilo. Son las tres Parcas que implacablemente actúan a su capricho sobre la humanidad. En resumen, se da cita toda una suerte de potencias abstractas que asolan al hombre y que procurarán en las artes todo un imaginario de gran trascendencia para la iconografía.

Hesíodo relata en su Teogonía los alumbramientos de la Noche en estos términos: Parió la Noche al Maldito Moros, a la Negra Ker y a Tánatos, parió también a Hipnos y engendró la tribu de los Sueños. Luego la diosa, la oscura Noche, dio a luz sin acostarse con nadie a la Burla, al doloroso Lamento y a las Hespérides que, al otro lado del ilustre Océano, cuidan las bellas manzanas de oro y los árboles que produce el fruto.

Parió igualmente a las Moiras y a las Keres, vengadoras implacables: a Cloto, a Láquesis y a Átropo que conceden a los mortales, cuando nacen, la posesión del bien y del mal y persiguen los delitos de los hombres y dioses. Nunca cejan las diosas de su terrible cólera antes de aplicar un amargo castigo a quien comete delitos.

También alumbró a Némesis, azote para los hombres mortales, la funesta Noche. Después de ella tuvo al Engaño, la Ternura y la funesta Vejez, y engendró a la astuta Eris.

Por su parte, la maldita Eris —la Discordia — parió a la dolorosa Fatiga, al Olvido, al Hambre y los Dolores que causan llantos, a los Combates, Guerras, Matanzas, Masacres, Odios, Mentiras, Discursos, Ambigüedades, al Desorden y la Destrucción, compañeros inseparables, y al Juramento, el que más dolores proporciona a los hombres de la tierra siempre que alguno perjura voluntariamente (211-233).

También Gea dio origen a Urano, el Cielo, con su misma dimensión para que así la cubriera con sus estrellas. Más tarde generó a las Montañas y al Ponto, mar estéril de armoniosas olas. De la unión de Gea y el Ponto, el Mar, nacieron tres varones: Nereo, padre de las Nereidas, Taumante y Forcis, y dos hembras: Ceto y Euribia.

Entre estas divinidades será Gea la que presente unos rasgos más definidos. Su culto parece coincidir con la Gran diosa a quien hicimos referencia más atrás. Parece que su figura puede responder al primer culto entre los griegos, pues en los Himnos Homéricos leemos: Canto a Gea, madre de todas las cosas, de sólidos cimientos, la más antigua de las divinidades. Incluso los dioses le presentan gran respeto y reconocen como superior, pues ella concede el favor a los hombres en sus hijos y en sus cosechas. Los dioses la invocan en sus juramentos: Pongo como testigo a Gea y el vasto Cielo que la cubre, exclamará Hera ante las acusaciones de Zeus en la Ilíada. Su poder de adivinación fue considerable y a ella perteneció el Oráculo de Delfos con anterioridad a que se consagrara a Apolo (otras fuentes lo señalan en Temis). Incluso se la consideró como creadora de la raza humana, pues se pensaba que gestó en su seno a Erictonio, primer habitante del Ática, para ofrecérselo a Atenea.

Gea fue objeto de veneración en Delfos, Egeas y Olimpia, tuvo santuarios en Dodona, Tegea, Esparta y Atenas. Sus ofrendas eran por lo general cereales y frutos, inmolándose una cabra negra cuando era invocada como guardiana del juramento. Por lo general se representaba como mujer de grandes dimensiones.

La génesis divina narrada por Hesíodo y que hemos precisado la podemos exponer a modo de resumen: En primer lugar existió el Caos. Después Gea la de amplio pecho, sede siempre segura de todos los Inmortales que habitan en la nevada cumbre del Olimpo. En el fondo de la tierra de anchos caminos existió el tenebroso Tártaro. Por último, Eros, el más hermoso entre los dioses inmortales, que afloja los miembros y cautiva de todos los dioses y todos los hombres el corazón y la sensata voluntad en sus pechos.

Del Caos surgieron el Erebo y la negra Noche. De la Noche a su vez surgieron el Éter y el Día, a los que ella alumbró preñada en contacto amoroso con Erebo.

Gea alumbró primero al estrellado Urano con sus mismas proporciones, para que la contuviera por todas sus partes y poder ser así sede siempre segura para los fieles dioses. También dio a luz a las grandes Montañas, deliciosa morada de las Diosas, las Ninfas que habitan en los boscosos montes. Ella igualmente parió al estéril piélago de agitadas olas, el Ponto, sin mediar el grato encuentro sexual.

Luego, acostada con Urano, alumbró a Océano de profundas corrientes, a Ceo, a Crío, a Hiperión, a Jápeto, a Tea, a Rea, a Temis, a Mnemosine, a Febe de áurea corona y a la amable Tetis. Después de ellos nació el más joven, Crono, de mente retorcida, el más terrible de los hijos y se llenó de un intenso odio hacia su padre.

Dio a luz además a los Cíclopes de soberbio espíritu, a Brontes, a Estéropes, y al violento Arges, que regalaron a Zeus el trueno y le fabricaron el rayo (116-141).

Repertorio iconográfico

León Hebreo interpreta, en una concepción platónica, el sentido que ofrecen los hijos del Erebo y de la Noche: Amor, Gracia, Fatiga, Envidia, Miedo, Dolor, Fraude, Obstinación, Indigencia, Miseria, Hambre, Queja, Enfermedad, Vejez, Palidez, Oscuridad, Sueño, Muerte, Caronte, Día y Éter. El Amor, es decir el deseo, ha sido engendrado por la potencia inherente y por la carencia, porque la materia —como dice el filósofo— apetece todas las formas de las que carece. La Gracia es la forma de la cosa deseada o amada, la cual existe previamente en la mente que desea o en la potencia que apetece; la Fatiga son los afanes y esfuerzos del que desea por alcanzar aquello que apetece; la Envidia es la que quien desea siente hacia quien posee; el Miedo es el que se tiene de perder lo recién adquirido, porque toda adquisición puede perderse, o bien de poder conseguir lo que se desea. El Dolor y el Fraude son medios para alcanzar las cosas deseadas; la Obstinación es la que se tiene en buscarlas; la Indigencia, la Miseria y el Hambre son las carencias de quienes desean. La Queja es la lamentación cuando no pueden conseguir lo que anhelan, o bien cuando pierden lo conseguido; la Enfermedad, la Vejez y la Palidez son disposiciones para la pérdida y la corrupción de las cosas adquiridas gracias a la voluntad y a la potencia generativa. La Oscuridad y el Sueño son las primeras pérdidas, mientras que la Muerte es la última corrupción. Caronte es el olvido que sigue a la corrupción y pérdida de lo conseguido. Día es la forma resplandeciente que puede alcanzar la potencia material inherente, es decir, la potencia intelectiva humana, que en el hombre es la resplandeciente virtud y sabiduría hacia la cual se dirige la voluntad y el deseo de los perfectos. Éter es el espíritu celeste intelectual, o sea, aquello que más puede participar la potencia material y la voluntad humana. También podría aludirse mediante estos dos hijos de Erebo, Día y Éter, a las dos naturalezas del Cielo: la brillante de las estrellas y planetas que se llama Día, y la transparente de la esfera, denominada Éter.

APATES O ENGAÑO

Hijo de la Noche y el Erebo.

Conti, en su comentario al Sueño, habla de un culto para esta diosa junto al templo de la Noche. En dicho santuario se establecían oráculos.

Tanto Enea Vico como Ripa presentan la imagen del Fraude mediante una figura femenina con dos caras, mientras que otras variantes disponen una cabeza sobre el mar que esconde el cuerpo en forma de pez. En este sentido, la mujer con cola escamosa a modo de sirena remite al Fraude y Engaño como precisa Valeriano en su Hieroglyphica (XVI) y podemos contemplar en el tema conocido sobre la Alegoría del Amor y el Tiempo que pintara Bronzino (Londres. National Gallery).

Los ejemplos en la historia del arte son innumerables y así podemos recordar la pintura de Ambrogio Lorenzeti para la Signoria de Siena, donde uno de los vicios que acompaña el mal gobierno queda representado por el Fraude que dispone de pies con garras. La estampa de Simon Thomassin toma la tradicional máscara para remitir a estos contenidos, pues es otro de los atributos del Engaño o Fraude como se manifiesta en el cartón de Rubens sobre Aquiles descubierto por Ulises entre las hijas de Licomedes. No extraña, en este sentido, que la máscara, entre sus diferentes significados, fuera tomada como atributo del arte de la pintura, pues lo representado no es otra cosa sino un mero recreo de la realidad. Con este propósito la dispone Rembrandt en su Autorretrato de Boston y otros tantos artistas.

CAOS

Ovidio precisa que es materia confusa, mal unida y mezcla de todo lo que iba a crearse. Por tanto su imagen no dispone de forma determinada, razón por la que Ripa lo propone como idea de confusión. La teogonía griega, a diferencia de la cristiana, no presenta un principio ordenador trascendente.

Una referencia a ese elemento la apreciamos en una edición flamenca de las Metamorfosis de Ovidio editada por Horthemels en el siglo XVII. Goltzius (quizá su escuela) presenta la figura de Caos cosmocrátor en sus ilustraciones para las Metamorfosis (fig. 17). En ambas composiciones se destaca el elemento creador y se dispone la figura de Caos de manera antropomórfica. También se hace mención al Caos en las ilustraciones de Flaxman sobre la Teogonia.

EOS (LA AURORA)

Ver cap. VII (volumen 3).

EREBO

Hijo del Caos.

Personificación de las tinieblas infernales. Boccaccio identifica su figura con el Tártaro y el Averno. Virgilio en el libro VI de su Eneida lo presenta como un ser de terribles fauces. Precisa que está regado por cuatro ríos de ultratumba: Aqueronte, Flegetonte, Estige y Cocito, siendo el conocido barquero Aqueronte, como lo apreciamos en el Juicio Final de Signorelli en Orvieto y en el de Miguel Ángel para el Vaticano, quien transporta las almas a este infierno.

Flaxman representa al dios en su serie sobre la Teogonía.

ERIS O DISCORDIA

Hija de la unión entre el Erebo y la Noche. León Hebreo sigue a Homero y propone otro origen de esta figura: Pero Homero, en la Ilíada (XIX, 91), considera el Litigio o Discordia como hija de Júpiter, de la cual dice que, por haber disgustado a Juno en el nacimiento de Euristeo y de Hércules, fue arrojada del cielo a la tierra.

Boccaccio señala que fue hija del Caos de aspecto vergonzoso y deshonesto. En los escritos homéricos, Eris se presenta en la Ilíada asistiendo, sin ser invitada, a las bodas de Tetis y Peleo. En presencia de todos los dioses, lanzó la manzana dirigida «a la más bella» y serán tres las diosas que concurran a dicha elección: Juno (que le ofrece el poder del imperio), Minerva (la victoria en la guerra) y Venus (la mujer más bella: Helena). La elección de Venus por parte de Paris dará origen a la llamada guerra de Troya. El tema, como analizaremos, fue muy representado en las artes con el título El Juicio de Paris, donde Mercurio se acompaña de la manzana de la discordia. Petronio, en el siglo I, describe la Discordia en el Satiricón: Se estremecieron las trompetas y la Discordia con el cabello desgarrado/ levantó su infernal cabeza hacia los dioses de arriba. En su boca/ sangre cuagulada, y sus ojos golpeados lloraban,/ se erguían sus dientes broncíneos por el sucio orín,/ su lengua chorreaba pus, su rostro lleno de serpientes,/ y entre su vestido desgarrado sobre el pecho entero/ agitaba con trémula diestra una tea teñida en sangre.

Uno de los diseños de Martin de Vos que grabaran los hermanos Wierix representa una alegoría de la Paciencia encadenada a un árbol. Junto a ella observamos la figura de la Discordia que se acompaña de un reloj de arena (Mauquoy-Hendricx. 1653). Ripa habla de la Discordia en los siguientes términos muy en relación con la descripción del citado Petronio: Mujer que aparece bajo la forma de una furia de los Infiernos, vestida de variados colores. Irá despeinada, y con los cabellos de diferentes tonos, mezclados además con multitud de serpientes (recoge la descripción de Virgilio: «Anuda y aprieta, de la discordia loca/ la viperina crin, una sangrienta venda»). Lleva la frente ceñida por una venda ensangrentada, sujetando con la diestra un eslabón, y un pedernal, como para encender un fuego, y con la siniestra un fajo de documentos, sobre los que se verán inscritas diversas citaciones, exámenes, requisitorias, y cosas semejantes.

La Discordia se presenta como mujer anciana portando la manzana, así lo apreciamos en el grabado que Melchior Küssel realizara en el siglo XVII para sus Metamorfosis de Ovidio en 1681 (fig. 18). La iconografía de la hija del Erebo y de la Noche es muy similar a la figura de la Envidia que dispone las serpientes en la cabeza mientras devora su propio corazón, como lo apreciamos en Otho Vaenius y su Teatro moral de la Filosofía (Embl. XXX). La fuente iconográfica puede estar en conformidad con las Historias naturales y sus consideraciones sobre las víboras, pues son animales que en su nacimiento matan a la progenitora. Boccaccio, como lo señala León Hebreo, dispone a la Envidia entre las hijas del Erebo y siguiendo a Ovidio, dando cuenta de su casa que se encuentra en un profundo valle, en una cueva triste y repleta de frío, dice: Se abrieron las golpeadas puertas, ve dentro a la Envidia comiendo carne de víbora, alimento de sus venenos, y al verla aparta los ojos. Pero ella se levanta perezosa del suelo y deja los cuerpos de las serpientes a medio comer y anda con paso desmadejado y, cuando ve a la diosa engalanada con su hermosura y con sus armas, lanzó un gemido y atrajo el rostro de la diosa a sus suspiros. La Palidez se asienta en su rostro, la Escualidez en todo su cuerpo, nunca la mirada recta, los dientes están lívidos por el moho, sus pechos están verdes de hiel, la lengua empapada de veneno... (Met. II, 768-782).

Algunos aspectos de su descripción recuerdan la estampa de Otho Vaenius en su ya citado Teatro moral de toda la Filosofía. Como imagen del vicio, las serpientes quedan representadas en el tema Alegoría del vicio que pintara Correggio (porta las serpientes en sus manos. Museo del Louvre). El francés Domoutier presenta en su estampa la imagen de la Discordia mediante las serpientes que lleva en sus manos (Z. 26), iconografía que fuera dispuesta por Leon Leoni para su Ferrante Gonzaga triunfante sobre la Envida (Guastalla. Plaza Manzzini). La disposición iconográfica fue muy difundida a través del Emblema LXXI de Alciato. Cartari la dispone entre nubes. Enea Vico ilustra esta figura mediante el fuelle que aviva el fuego. La sabiduría victoriosa de la guerra y de la discordia bajo el gobierno de Jacobo I de Inglaterra es el tema pictórico de Rubens donde la figura de Atenea vence a la Guerra y a la Discordia que lleva una serpiente en la mano (Bruselas. Museo Real).

EROS

Hijo de Caos.

En los himnos órficos es saludado como «nacido del huevo». En Aristófanes, Eros supone el principio ordenador de la vida divina: En principio no existía ningún linaje de inmortales antes de que Eros mezclara todas las cosas, y mezcladas unas con otras, nació Urano, Océano y Gea y el linaje imperecedero de todos los dioses inmortales (700-702).

Eros fue visto como principio universal que asegura la generación y reproducción de las especies, tanto divina como humana. Por esto se ha de entender como la tensión que todo lo mueve.

No existen figuraciones del dios hasta ser asociado en la cultura posthomérica con Afrodita. En la Antigüedad homérica parece ser se le rendía culto mediante una piedra. Flaxman ilustra esta figura en su comentario a la Teogonía por la imagen de un niño alado que resplandece con gran luz sobre la Noche, el Erebo y el Caos. Alado se figura ya en los vasos griegos del siglo V a.C. como lo apreciamos en el custodiado en el Museo Arqueológico de Atenas y en el ánfora del Museo del Louvre, donde Eros sigue la tradición posthomérica.

GEA O TELLUS, LA TIERRA

Si bien Hesíodo no precisa su origen y la propone como madre del Urano, el Cielo, Homero la presenta como esposa y dice respecto a su culto que fue costumbre sacrificarle un cordero negro.

Ya en los vasos griegos del siglo V a.C. se efigia a Gea en compañía de Poseidón que introduce su tridente en el gigante Polibotes (Berlín. Staatliche Museen). Gea, emergiendo en la composición y de un considerable tamaño, es representada junto a Atenea y el Gigante en el Altar de Zeus en Pérgamo. La diosa Tierra suele ir acompañada con el Cuerno de la Abundancia, así la apreciamos en la Sala de los Elementos del Palacio Vecchio en Florencia pintada por Vasari, quien precisa su iconografía en sus Ragionamenti. La corona con torres es atributo tradicional de Cibeles, también de la Tierra que, en ocasiones, queda representada bajo la figura de Ops (Abundancia), de ahí que, como recoge Macrobio en sus Saturnales I, 20, fuera figurada con muchas mamas siguiendo una iconografía muy similar a la Diana de Éfeso y lo apreciamos, entre otros ejemplos, en el Palacio del Arco en Mantua bajo pintura de Falconeto en el tema sobre las Ruinas con Jano y Hércules y en otra de las pinturas de Vasari para el señalado Palacio Vecchio en Florencia.

La Tierra acompañada de Neptuno la observamos en el famoso salero de Francisco I que realizara Cellini. En la composición se lleva su mano al pecho como reflejo de la abundancia, mismo gesto que Gea refiere en la citada pintura de Vasari para la llamada Sala de los Elementos en el Palacio Vecchio donde, junto a una cesta de frutos, queda dispuesta dentro de la escena de la castración de Urano. Goltzius dispone la imagen de la Tierra coronada de frutos y acompañada del Cuerno de la Abundancia. Como matrona con dos niños en su regazo queda representada en el Ara Pacis romano. Correggio dispone a Tellus (Gea) acompañada de un escorpión en sus pinturas para el Monasterio de San Pablo en Parma. El suceso se explica en la mitología pues Orión deseaba conseguir a Diana, diosa de la castidad a la que están llamadas las monjas, y fue la Tierra protectora la que envió un escorpión que lo mató con su picadura. La historia la narra Higinio en su Poeticon astronomicum II, 26, y la recoge Valeriano en su Hieroglyphica (De Scorpio. Terra XVI).

La Tierra, como se ha dicho y cuenta Boccaccio, suele representarse como una matrona que en su cabeza porta una corona a modo de torre, aspecto que procede de Virgilio en el libro VI de su Eneida. Esta iconografía se corresponde con Rea-Cibeles, de quien posteriormente daremos cuenta. Cartari describe la imagen de la Tierra en referencia a Rea. La relación entre estas diosas fue singular e iconográficamente vemos el Carro de la Tierra por lo general tirado por dos leones, algunas veces por dragones o serpientes como es el caso de la estampa de Pietro Santi como glorificación a la familia Médicis. Iconografía novedosa viene a ser la dispuesta en la serie sobre los trabajos de Hércules que diseñara el flamenco Floris y grabara Cornelio Cort, pues en su lucha contra el Gigante Anteo se dispone anciana y semidesnuda.

GERAS O VEJEZ

Hércules combate contra Geras o personificación deforme de la vejez.

HÉMERA O DÍA

Divinidad femenina hija del Erebo y la Noche.

Ripa habla de su representación mediante el Carro del Día Natural y el Artificial: Hombre que va dentro de un círculo y subido encima de un Carro. Lleva un hachón encendido en una de sus manos, tirando del carro cuatro caballos que simbolizan las cuatro partes del Orto y del Ocaso, así como los dos Crepúsculos — o si no el Mediodía y la Medianoche—, que ante el Sol van corriendo.

Hombre que va sobre un Carro arrastrado por cuatro caballos, por las razones antedichas. Lleva también una antorcha con la mano, simbolizando con ella la nueva luz que nos trae, y aparece guiado por la Aurora.

Miguel Ángel dispone su representación en los sepulcros mediceos en Florencia. Martin van Cleve, en su Carro de la Muerte presenta la Noche y el Día a modo de caballos que tiran del Carro. El Día responde a un caballo blanco que porta un sol en su cabeza.

HESPÉRIDES

Hijas del Erebo y de la Noche. Otros las consideran hijas de Hésper y Atlas.

Ninfas del Ocaso guardianas del jardín del mismo nombre situado al pie del monte Atlas en el occidente europeo, son tres: Egle (la Brillante), Eritia (la Roja) y Hesperaretusa (la Aretusa del poniente); junto a las Parcas aparecen representadas en el Altar de Zeus en Pérgamo. Su jardín estaba repleto de manzanas de oro y quedaba guardado por un dragón a quien Hércules mató para conseguir el fruto dorado y ofrecerlo a Atenea. Se trataba de unas manzanas de oro que Gea obsequió a Juno en sus bodas. Las manzanas se entendieron como fruto de la inmortalidad, de ahí que prefigurara la conseguida por Hércules tras su muerte. Atenea devolvió posteriormente las manzanas al jardín de las Hespérides.

Bober y Rubinstein dan cuenta de este argumento en una copia romana sobre un relieve griego. En los vasos griegos del siglo V a.C. Hércules se encuentra junto al árbol que custodia una serpiente (Nueva York. Metropolitan Museum). También aparecen otras composiciones más complejas en estos vasos griegos como el conservado en el Museo Jatta, donde junto a las Hespérides se observa la figura, entre otras, de Eros. Lionnois dispone la ilustración de Hércules tomando las manzanas de oro y venciendo al dragón al que contemplan las Hespérides. Primaticcio recrea este argumento en el palacio francés de Fontainebleau.

HIPNO O SUEÑO

Hermano de Tánatos (la Muerte) e hijo de la Noche y el Erebo.

Generalmente se le representa como un ser alado y a manera de niño porque con gran facilidad y rapidez recorre el orbe haciendo, como precisa Conti siguiendo entre otros clásicos a Ovidio, que los mortales olviden sus males. Su disposición junto al hermano es común, desde la Antigüedad —ver Tánatos — , así lo apreciamos en relieves romanos de altar funerario (Bober-Robinstein da cuenta de un relieve de la primera centuria antes de Cristo que en la actualidad se localiza en la villa Albani de Roma. Su disposición lo presenta con una tea invertida en su mano), como en sepulcros del siglo XVI. A modo de ejemplo podemos citar el de Martín de Salvatierra en la iglesia de San Pedro en Vitoria, como lo observamos en la tumba sevillana del cardenal Lastra y Cuesta, también en la fachada de Santa María de Viana en Navarra.

Taddeo Zuccaro lo representa junto a Tánatos (la Muerte) en los brazos de la Noche dentro del programa pictórico de la Villa Farnese en la Caprarola; el tema parece tomar la fuente en Pausanias, como daremos cuenta al tratar de la Noche, y queda recogido por Cartari. Boccaccio describe la mansión del Sueño donde dispone un lecho negro cubierto por oscuro velo que le sirve de reposo. Ripa da cuenta de la tradicional iconografía del Sueño portando un cuerno y dispuesto con alas negras, además de llevar una túnica de similar colorido que recubre otra blanca, expresando con ambas la noche y el día. Su imagen queda representada en una estampa anónima que acompaña el comentario de Lionnois. En ella observamos al Sueño en tierra a modo de niño y junto a él la Muerte recubierta de un manto de estrellas. De esta manera lo contemplamos en vasos antiguos griegos del siglo I a.C. donde, junto a su hermano Tánatos, recogen a un difunto, muy probablemente suponga el traslado del valeroso Sarpedón, hijo de Zeus y Europa, desde las murallas de Troya hasta Licia (Londres. British Museum). Zeus, al ser el dios de la imparcialidad, nada pudo hacer por la muerte de su hijo, sujeto como estaba a las diosas del Destino, las Parcas.

Morfeo fue hijo del Sueño y de la Noche, personifica de igual manera el sueño y suele llevar como atributo una planta de adormidera y dispone de alas de mariposa para remitir a la ingravidez y ligereza; por otra parte expresa el alma, es decir, el sueño como potencia espiritual como comentaremos en el argumento de Psiqué. Péter van der Bocht en sus ilustraciones para las Metamorfosis figura a Iris acudiendo a la mansión del Sueño. Interpretaciones más contemporáneas del Sueño las apreciamos en Odilon Redon (Friburgo. Colección particular) y Matisse (Colección particular).

MOIRAS O PARCAS

Hijas del Erebo y de la Noche.

Muy diferentes son los criterios sobre su origen y denominación entre los mitógrafos antiguos. Para unos son hijas de Júpiter, otros las consideran del Océano, también a Pan como progenitor e incluso descendientes del propio mar. En el Altar de Zeus en Pérgamo aparecen representadas junto a las Hespérides en su lucha contra los Gigantes.

Las Parcas son imagen del Destino o suerte que le corresponde a cada uno. Su denominación parece provenir del término latino «parcele», las que salvan, pues nadie se salva de ellas. Todo el mundo tiene su Moira o Parte (de vida, de felicidad, de desgracia, etc.), así Homero en la Ilíada señala: Digo que ningún hombre pueda escapar a la Moira ni malo, ni bueno, una vez que ha nacido (VI, 488-489). Su poder se extendía hasta los propios dioses pues les impedía la ayuda a los diferentes héroes como narra Herodoto: Incluso para un dios es imposible escapar a la Moira marcada por el destino (I, 91). Conti fundamenta su texto en la Antigüedad para señalar: Pues tres son las Moiras, que se han repartido según los tiempos; la hilatura del huso es: una lo pasado, otra lo futuro, otra lo que se está hilando; en lo que se refiere al pasado está colocada una de las Moiras, Átropos, cuando todas las cosas están sin regreso; en lo que se refiere al futuro Láquesis y en lo que se refiere al presente Cloto, que elabora e hila para cada uno lo que es propio. Isidoro de Sevilla cuenta: Las Parcas reciben su nombre por antífrasis, porque no perdonan. Dicen que son tres: una, que trama la vida del hombre; otra, que la teje; y una tercera, que la corta. Empezamos cuando nacemos; existimos mientras vivimos; y dejamos de existir cuando morimos. Juan de Horozco habla de las Parcas: Las Parcas que son las que tasan la vida de las gentes, tuvieron sus conocidas señales, de que no excusamos hacer mención por ser así, que en algunas medallas antiguas y modernas se hallaran al pie de las figuras, y son el aspa, y a los lados un huso con mazorca, y otro sin ella. La vida toda se compara al hilo por la continuidad de ella, y por el peligro y la poca seguridad que tienen todos los que viven; pues como el hilo de muchas maneras y fácilmente se quiebra, así también la vida... El huso sin hilo significa la muerte del que apenas había comenzado a vivir. El de la mazorca, del que ya era hombre y en medio de sus días acaba. La devanadera con el hilo significa la muerte del que ya en días viene a faltar.

León Hebreo escribe sobre las Parcas: Representan los tres órdenes de las cosas temporales: presente, futuro y pasado, a las que dicen que Dios hizo auxiliares de la naturaleza universal, pues Cloto se interpreta como la evolución de las cosas presentes y es el hada que devana el hilo que se hila en el presente; Láquesis es protracción (o sea, producir el futuro) y es el hada que guarda el hilo que aún queda por hilar en la rueca, y Átropos se interpreta como «sin regreso» (es decir, el pasado que no puede volver) y es el hada que hiló el hilo ya enrollado en el huso. Covarrubias moraliza con las Parcas en sus Emblemas explicando el sentido democratizador de la muerte que para grandes y pobres tiene un mismo comportamiento (I, 19).

Las Parcas aparecen en relieves del siglo III d.C. conservados en el Museo Vaticano donde se presentan junto a Prometeo y Mercurio y varios niños, uno de ellos muerto. Se las dispone hilando: Cloto hila (prepara para la vida según Fulgencio, relacionada por algunos con el nacimiento), Láquesis enrolla (prolonga la vida, en relación con el matrimonio) y Átropos corta (marca el final, es la hermana mayor de las Parcas, presidía el nacimiento de los mortales y cortaba el hilo de la existencia, se la representaba vieja, vestida de negro y con las tijeras, atributo que apreciamos en el Emblema CI de Otho Vaenius en su Teatro moral y que Duvet recrea en sus grabados —Bartsch 12— en relación con la muerte) (fig. 19).

Correggio dispone a las Parcas en el señalado monasterio de San Pablo en Parma, hilando mientras que Átropos corta con la tijera el hilo de la existencia en referencia a lo efímero de la vida por el capricho del destino. Cartari las describe en su tratado mediante la representación de Cloto desnuda y tapándose los ojos, Láquesis en forma de niño alado y Átropos con la calavera. También las presenta como figuras femeninas aladas. Multitud de grabados del siglo XVI recogen la imagen de las Parcas hilando, así lo apreciamos en las estampas de Hans Baldung Grien (B. 44, H. 237), René Boyvin (Colec. Escorial. 378), Aegidius Sadeler (XXI, 32. 113 y XXII, 28. 113), Cornelio Cort (C.E. 984), Pierre Milan (C.E. 3049), Giorgio Ghisi (B. XXXI, 112, sigue el diseño de Giulio Romano que fuera elaborado en estuco para la Sala de los Estucos en el palacio mantuano del Té), también Enea Vico las recrea (B. 76) y en las láminas de Goltzius (B. 237).

Hans Vischer, hacia el año 1523 graba el llamado Triunfo de Maximiliano donde presenta a las Parcas junto a una iconografía que parece corresponderse con la Envidia o Discordia. Salviati las recrea en el siglo XVI en Florencia, Rubens en su tema Las parcas hilando el destino de María de Médicis (Museo del Louvre). También José Donoso recoge el tema en su pintura Las Parcas en el arco de los Italianos levantado para la entrada de María Luisa de Orleáns en Madrid. En las conocidas Pinturas Negras que Goya refleja en su Quinta del Manzanares, da cuenta de esta iconografía pues las Parcas se ofrecen junto al hombre esclavizado por el dominio del destino. En escultura disponemos del grupo en mármol de Germain Pilón para Saint Denis.

MOMO O SARCASMO

Hijo del Sueño y la Noche.

Ante la demasiada población en la tierra, Zeus pensó en fulminar a los humanos. Momo le aconsejó dar a Tetis en matrimonio a un mortal y, por otra parte, engendrar una hija; ésta fue Helena, que daría origen a la guerra de Troya. Su consejo tuvo, por lo tanto, una consecuencia funesta para la humanidad. Momo destacó por su espíritu crítico, por su carácter de censor incluso ante los propios dioses ya que, a modo de ejemplo, censuró a Vulcano, como hacedor del hombre, que no pusiera ventanas en su pecho para conocer los engaños. Por su comportamiento como ser odioso tanto para los dioses como para los mortales, Pérez de Moya y Conti lo consideran imagen de los murmuradores y de quienes juzgan de lo que no saben. Baltasar de Vitoria entiende por Momo una expresión de los necios.