EL SECRETO PERDIDO


V.1: mayo, 2019

Título original: The Lost Child


© Patricia Gibney, 2017

© de la traducción, Luz Achával Barral, 2019

© de esta edición, Futurbox Project S.L., 2019

Todos los derechos reservados.


Publicado mediante acuerdo con Rights People, Londres.


Diseño de cubierta: Nick Castle Design


Publicado por Principal de los Libros

C/ Aragó, 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

info@principaldeloslibros.com

www.principaldeloslibros.com


ISBN: 978-84-17333-57-7

IBIC: FH

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

EL SECRETO PERDIDO

Patricia Gibney

Libro 3 de la inspectora Lottie Parker


Traducción de Luz Achával

para Principal Noir

4





A Kathleen y William Ward, mis padres,

por vuestro amor y apoyo.



Sobre la autora

3


Patricia Gibney es una artista y escritora de Mullingar, condado de Westmeath, en el centro de Irlanda. Es viuda y madre de tres hijos que la mantienen cuerda, o tal vez mantienen su locura a raya.

Patricia quiso ser escritora desde que leyó a Enid Blyton y Carolyn Keene, y tras la repentina muerte de su marido, decidió refugiarse en la escritura para lidiar con la pérdida. Durante años, asistió a cursos de escritura y se unió al Irish Writers Centre para adentrarse en el mundo literario de forma profesional.

El secreto perdido es la tercera entrega en la serie protagonizada por la inspectora Lottie Parker después de Los niños desaparecidos y Las chicas robadas, unos thrillers apasionantes que se han convertido en best sellers en Reino Unido, Estados Unidos, Canadá y Australia y que han hecho de Patricia Gibney la nueva sensación de la novela policíaca internacional.

EL SECRETO PERDIDO


Hay secretos que no pueden permanecer ocultos.


La inspectora Lottie Parker acude a la escena de un crimen en una remota granja irlandesa. Los cristales rotos, las sillas volcadas y el cuerpo destrozado de la mujer que encuentra allí son señales de una ira incontrolable. Cuando Lottie cree que ha identificado al asesino, una perturbadora pista la llevará a pensar que el crimen está relacionado con los sucesos del manicomio de Saint Declan, el último caso que investigó su padre antes de suicidarse.

Días más tarde, aparece una nueva víctima: es la hija de la mujer asesinada en la granja, y le han cortado la lengua. Lottie comprende que debe darse prisa, pero cuando un secreto que se había perdido en el tiempo salga a la luz, la vida de la inspectora cambiará para siempre.




«Con más de un millón de ejemplares vendidos, Gibney es uno de los mayores fenómenos literarios del año.»

The Times



El nuevo fenómeno del thriller internacional

Más de un millón de ejemplares vendidos

Best seller del Wall Street Journal y del USA Today

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CONTENIDOS

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Dedicatoria


Años setenta: la criatura


Día uno

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Mediados de los setenta: la criatura


Día dos

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Mediados de los setenta: la criatura


Día tres

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Finales de los setenta: la criatura


Día cuatro

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Capítulo 54

Capítulo 55

Capítulo 56

Capítulo 57

Capítulo 58

Capítulo 59

Capítulo 60

Capítulo 61

Años ochenta: la criatura


Día cinco

Capítulo 62

Capítulo 63

Capítulo 64

Capítulo 65

Capítulo 66

Capítulo 67

Capítulo 68

Capítulo 69

Capítulo 70

Capítulo 71

Capítulo 72

Capítulo 73

Capítulo 74

Capítulo 75

Capítulo 76

Capítulo 77

Capítulo 78

Capítulo 79

Finales de los ochenta: la criatura


Día seis

Capítulo 80

Capítulo 81

Capítulo 82

Capítulo 83

Capítulo 84

Capítulo 85

Capítulo 86

Capítulo 87

Capítulo 88

Capítulo 89

Capítulo 90

Capítulo 91

Finales de los ochenta: la criatura


Día siete

Capítulo 92

Capítulo 93

Capítulo 94

Capítulo 95

Capítulo 96

Capítulo 97

Capítulo 98

Capítulo 99

Capítulo 100

Años noventa: la criatura


Dos semanas más tarde

Capítulo 101

30 de octubre de 2015: la criatura


Epílogo


Carta al lector

Agradecimientos

Sobre la autora

Agradecimientos


Hasta la fecha he escrito y publicado tres títulos de la serie de Lottie Parker, Los niños desaparecidos, Las chicas robadas, y el más reciente, El secreto perdido. Escribir cada uno de ellos ha sido una experiencia diferente, ya que estoy aprendiendo constantemente. Y lo más importante que he aprendido es que mis libros no estarían en el mundo ni tendrían tanto éxito sin un magnífico equipo a mis espaldas.

La parte más importante del equipo eres tú, el lector. Tú has comprado mis libros y los has leído, y El secreto perdido no es una excepción. Tus valoraciones me infunden la confianza para seguir escribiendo. Gracias.

Gracias a John Quinn y Martin McCabe por asesorarme en temas policiales. Ellos saben que me tomo libertades con la información para acortar cronologías y ayudar a que avance la historia. ¡Asumo toda la responsabilidad de la ficción!

Para El secreto perdido tuve que descubrir algunas cosas sobre la vida en una granja (aunque mis abuelos paternos eran granjeros). Gracias a Michael y Veronica Daly por el excelente tour por su granja y por enseñarme el agitador. Tuve pesadillas durante una semana entera.

Todas mis novelas se han publicado también como audiolibros en inglés, así que quiero dar las gracias a Michele Moran por su magnífica narración, y por darle voz a Lottie y al resto de personajes. Y gracias a Adam Helal, productor de sonido.

Bookouture es más que una simple editorial. Es como un hogar, donde todo el mundo se apoya y se da consejos. El enfoque activo hace mucho más fácil el proceso de escritura y de edición.

A Helen Jenner, mi editora en El secreto perdido, gracias por entender mi escritura y por guiarme para convertir la escritura de esta novela en una experiencia increíble. Al resto de personas de Bookouture que trabajaron en El secreto perdido, gracias. Quiero mencionar de forma especial a Kim Nash y Noelle Holten por su increíble trabajo mediático y por organizar blog tours. Vuestra tremenda diligencia (a todas horas del día y de la noche) ayuda a que mis libros se conozcan.

Gracias también a aquellos que trabajan directamente en mis libros: Lauren Finger, Jen Hunt, Alex Crow, Jules McAdam, Kate Barker, Jane Selley y Tom Feltham.

Una cosa que he experimentado desde que me uní a Bookouture es el tremendo apoyo entre los autores de la editorial. ¡Gracias, chicos!

Gracias a todos y cada uno de los blogueros y críticos que han leído y escrito una valoración sobre Los niños desaparecidos, Las chicas robadas y, por supuesto, El secreto perdido. ¡Me encargaré de seguir manteniéndoos ocupados!

Mi agente, Ger Nichol de The Book Bureau, es una fuente de conocimiento sobre el mundo de los libros y valoro sus consejos. El compromiso de Ger en mi nombre con Bookouture, especialmente con Oliver Rhodes, Lydia Vassar-Smith, Peta Nightingale y Jenny Geras al negociar nuevos contratos es algo de lo que no podría prescindir.

Los lectores de los primeros borradores son esenciales para mí, y querría dar las gracias a mi hermana, Marie Brennan, por tomarse el tiempo de leer mi obra. Siempre está a mano para poner en orden lo esencial cuando me encuentro en un agujero negro, y para llenarme de confianza.

Escapar a escribir a lugares remotos se ha convertido en la norma para mí. Jackie Walsh, eres maravillosa, primero por reservar nuestros viajes y, segundo, por decir «Trae el ordenador».

Otros en el círculo de escritores que me inspiraron y motivaron mientras escribía El secreto perdido son Niamh Brennan, Grainne Daly, Louise Phillips, Vanessa O’Loughlin, Ann O’Loughlin, Liz Nugent, Arlene Hunt y Carolann Copeland.

Me subí a la montaña rusa de los medios durante un tiempo; gracias a todos los periódicos y programas de radio y televisión que me recibieron, y un agradecimiento especial a los investigadores y productores que se aseguraron de que mantuviera la calma. Mil gracias a toda la gente de los medios locales.

Un agradecimiento especial a Eoin McHugh, Redmond O’Regan, Eamonn Brennan, Teresa Doran y Margaret Coyle.

Y un enorme agradecimiento a Marty Mulligan por tenerme en el escenario The Word en el Electric Picnic 2017. Eres un maravilloso hombre de Mullingar.

Siempre tengo detrás un núcleo de gente que me apoya incondicionalmente y me mantiene centrada. Mis amigas Antoinette y Jo, mi hermano Gerard y mis hermanas Marie y Catherine, y Lily Gibney y familia.

Siento todo el orgullo que una madre puede sentir por mis tres fuertes hijos, Aisling, Orla y Cathal, que sufrieron tanto en sus cortas vidas después de la muerte de su padre, Aidan. Me han demostrado una y otra vez que él vive en cada uno de ellos. Aidan estaría muy orgulloso de cómo su familia ha salido adelante después de unos años desgarradores. Y estoy segura de que malcriaría a Daisy y a Shay. Aún nos guía y nos protege. Siempre estarás en mi corazón, querido Aidan.

Finalmente, quiero dedicar El secreto perdido a mis padres, Kathleen y William Ward. Este libro trata, en un nivel, sobre algunas familias disfuncionales. Pero mi propia vida familiar tiene dos de los padres más trabajadores y cariñosos que podría desear. Siempre están a mi lado y me han ayudado a superar los días oscuros de mi vida, así que les dedico este libro a ellos, verdaderos padres.

Años setenta: la criatura


—Tienes que estar en silencio, por favor, no llores otra vez.

—Pero… pero me ha hecho daño. Quiero volver con nuestra otra mami.

Shhh. Shhh. Yo también. Pero si nos portamos bien, esta mami no nos hará daño. Tienes que portarte muy muy bien.

Más llantos.

—Es muy difícil portarse bien. Tengo mucha hambre. Hip… hip.

—No, no empieces con el hipo. La haces enfadar muchísimo.

Envuelvo el cuerpo pequeño y delgado de mi gemelo con mis brazos y mantengo la vista fija en las tinieblas. Aquí dentro está demasiado oscuro. Cuando la mujer mami apagó las luces del pasillo, incluso la pequeña grieta de la cerradura se llenó de oscuridad. Me apoyo en la bolsa arrugada de la aspiradora intentando usarla como almohada, pero está llena de bultos y mi cuerpo es demasiado huesudo. Siento como si se me clavaran agujas en el brazo donde reposa la cabeza de mi gemelo.

Tengo el cuerpo demasiado entumecido para moverme. El peso de mi gemelo mientras descansa sobre mí sería muy liviano para un adulto, pienso, pero para mí es como un monstruo.

Una araña se deja caer desde su tela sobre mi nariz, y grito. Mi gemelo se escurre de entre mis brazos. Una cabeza golpea ruidosamente la pared. Ahora ambos gritamos.

En el reducido espacio del armario del pasillo, nuestros gritos suenan altos y estridentes. Ninguno de los dos sabe por qué grita el otro. Ninguno de los dos puede hacer que el otro pare de llorar. Ninguno de los dos sabe cuándo acabará el horror.

Y entonces… el sonido de la cerradura al abrirse.


* * *


Carrie King se tapa los oídos con las manos. ¿Es que no se van a callar nunca? Gemidos, llantos, gritos. Malditos mocosos. Después de todo lo que ha hecho por ellos. Dejar las drogas. Dejar de beber. Convertirse en alguien que no es. Por ellos. Para recuperarlos. Tenía que hacerlo, especialmente después de que le quitaran a los otros. Ha luchado mucho por ellos.

—¡Callaos!

Destapa la botella de whisky y se sirve un vaso. Después de dar dos tragos, siente el calor filtrarse por sus venas. Eso está mejor. Pero aún los oye. Otro trago.

—¡Basta! 

Sale corriendo de la cocina. Golpea la puerta del armario del pasillo.

—¡He dicho que os calléis! Si oigo una sola palabra más, os mato —grita.

Se apoya contra el conglomerado blanco mientras jadea. Su pecho se eleva por el esfuerzo, y escucha por encima de los golpes de su corazón. Todavía se oyen llantos, pero ahora son más suaves. Gimoteos.

—Gracias a Dios —suspira—. Paz al fin.

Vuelve a la cocina. La suciedad y las migas se le pegan a los pies descalzos. De pie, frente al fregadero atascado, se mete una pastilla de ácido mientras mira por la ventana empañada de suciedad, pero también necesita fumar. Saca la pequeña bolsa de hierba del bolsillo de la camisa, se lía un porro y da dos o tres caladas rápidas, una tras otra.

Siente las rodillas cada vez más débiles. Ve dos ventanas, ¿o son tres? La panera da saltitos por la encimera y la escoba pide a gritos un compañero de baile.

Ríe a carcajadas y enciende una vela. Está fumando una buena mierda, ¿o será el ácido? Se da la vuelta, coge la botella de whisky y bebe a morro. Ahora no le sabe tan fuerte. Abre el libro que tiene junto a la mano y lo vuelve a cerrar. No recuerda la última vez que leyó, pero este tenía buena pinta. Le gustaban los dibujitos. Pero ahora el libro se está burlando de ella.

El jaleo del pasillo ha terminado y oye a los ángeles cantar. Allí arriba, en su techo, recostados sobre nubes esponjosas. Son bonitos. No como los gemelos bastardos que le han costado tanto en la vida. Al menos los ha recuperado. Se los quitó a su madre de acogida. Esa sí que fue buena. Esa mujer no tenía ni idea de cómo criar a unos niños.

—Hola, angelitos, amigos —gorjea mirando al techo, con un tono de voz una octava más alto de lo normal—. ¿Habéis venido a hacer callar a esos mocosos?

Es entonces cuando oye los gritos. Arruga la cara, confusa, y mira por la cocina sin ver nada. Los ángeles han huido.

Carrie King bebe otro trago de whisky, da una calada al porro y coge la cuchara de madera. Sale de la cocina sin darse cuenta de que acaba de tirar la vela y la botella.

—Yo os daré algo por lo que llorar. Juro por Dios que lo haré.

Día uno

Principios de octubre de 2015

1


La tarde era la mejor hora para estudiar. Una copa de vino al alcance de la mano, música suave sonando en el móvil, las persianas medio bajadas, los campos que rodeaban la casa a oscuras… La luz se reflejaba en los cristales y veía todo lo que la rodeaba. Sola con sus libros. En su propia casa. A salvo.

Marian Russell tenía que admitir que estudios sociales no era su curso favorito, pero le encantaba el módulo de genealogía. Todo lo demás era demasiado intelectual para su cerebro estúpido. Ella era estúpida. Arthur se lo había dicho tantas veces que ahora casi lo creía. Pero sabía que no era verdad.

Sonrió para sí misma y se metió dos pastillas en la boca. Las hizo bajar con vino y encendió un cigarrillo. Desde que habían impuesto la orden de alejamiento a su marido, volvía a coger las riendas de su vida. El contrato de veinticinco horas en un supermercado ayudaba, y tenía el coche familiar. El cabrón había perdido su carnet de conducir, así que no había peleado demasiado por el coche. Marian había conseguido que su madre le cediera la casa antes de instalarla en un apartamento. Se la había quitado de encima. Y tenía sus estudios. Y su vino. Y sus pastillas.

La puerta principal se abrió y se cerró de golpe.

—Emma, ¿eres tú? —gritó Marian por encima del hombro. Tendría que hablar con su hija. A sus diecisiete años, Emma empezaba a tomarse libertades con la hora de regreso a casa. Comprobó el reloj. Aún no eran las nueve.

Marian bebió un trago de vino.

—¿A dónde has ido?

Silencio. No importaba en cuántos problemas se metiera, Emma siempre se mantenía en sus trece. ¿Un rasgo heredado de su padre? No, Marian sabía de dónde lo había sacado.

Se puso en pie y se volvió hacia la puerta. 

La copa se le cayó de la mano.

—¡Tú!

2


Carnmore era una zona tranquila situada en las afueras de Ragmullin. Años atrás, la calle principal había pasado por allí, pero después de que se construyera la circunvalación había quedado aislada y los residentes eran prácticamente los únicos que pasaban por allí, o, en ocasiones, los que conocían su existencia la empleaban para esquivar los atascos. Casi quinientos metros separaban las dos casas construidas allí y solo funcionaba una de cada tres farolas. En una noche como aquella, en que la lluvia caía tronando sobre la tierra, era un lugar lúgubre y desolado. Los árboles se sacudían liberando sus ramas húmedas de las hojas que les quedaban, y el suelo estaba negro y fangoso.

La cinta que rodeaba la escena del crimen ya estaba colocada cuando la inspectora Lottie Parker y el sargento Mark Boyd llegaron. Dos coches patrulla ocultaban la casa de las miradas curiosas. Pero la zona estaba tranquila, excepto por la actividad de los gardaí.

Lottie miró a Boyd. Este sacudió la cabeza. Era un hombre delgado y fuerte, medía más de un metro ochenta. Su pelo, que siempre había sido negro, ahora estaba salpicado de gris, y lo llevaba pulcramente recortado alrededor de las orejas, que sobresalían ligeramente.

—Vamos —dijo la inspectora—, refugiémonos de esta lluvia. Odio las llamadas a estas horas de la noche.

—Y yo odio los casos de violencia doméstica —dijo Boyd mientras se levantaba el cuello del abrigo.

—Puede que sea un allanamiento de morada. Un robo que haya salido mal.

—A estas alturas, podría ser cualquier cosa, pero Arthur, el marido de Marian Russell, tenía una orden de alejamiento desde hacía doce meses —dijo Boyd leyendo un papel que chorreaba en la lluvia—. Una orden que ha incumplido en dos ocasiones.

—Aun así, eso no significa que haya sido él. Primero tenemos que valorar la escena del crimen.

Lottie se subió más el cuello del anorak. Esperaba que este invierno no fuera a ser tan duro como el anterior. Octubre podía ser una época preciosa, pero en ese momento había un aviso naranja de tormenta, y los meteorólogos daban a entender que podía pasar a rojo de un momento a otro. Al estar rodeado de lagos, Ragmullin era propenso a las inundaciones, y Lottie ya se había hartado de la lluvia en las últimas dos semanas.

Después de un somero vistazo a un coche que había en la entrada, se acercó a la casa. La puerta estaba abierta. Un garda uniformado situado frente a ella asintió al reconocerla.

—Buenas noches, inspectora. No es un espectáculo agradable.

—He visto tanta carnicería este último año que dudo que nada pueda sorprenderme. —Lottie sacó un par de guantes protectores del bolsillo, sopló en ellos y trató de deslizarlos sobre sus manos mojadas. Del bolso extrajo unas cubiertas de calzado desechables.

—¿Cómo lo hizo el tío para entrar? —preguntó Boyd.

—La puerta no ha sido forzada, así que puede que tuviera una llave —dijo Lottie—. Y aún no sabemos si es un «tío».

—Hay una orden de alejamiento contra Arthur Russell; no debería haber tenido una llave.

—Boyd… ¿vas a dejarme investigar?

Lottie se agachó e inspeccionó el rastro de pisadas sangrientas que se extendían por el pasillo.

—Las huellas llegan hasta la salida.

—En ambas direcciones. —Boyd señaló las pisadas.

—¿Crees que el atacante volvió hacia la puerta a comprobar algo, o para dejar entrar a alguien?

—Los forenses pueden sacar copias de las huellas, ten cuidado con donde pisas.

Lottie lanzó una mirada a Boyd mientras caminaba con cuidado por el estrecho pasillo. Conducía a una cocina compacta de estilo clásico, aunque parecía ser una ampliación reciente. Se detuvo en la entrada y se estremeció ante el espectáculo frente a ella. Se sintió agradecida por tener a Boyd cerca de ella. La hizo sentirse humana frente a tanta barbarie.

—Hubo una buena pelea —dijo su compañero.

La mesa de madera se encontraba patas arriba. Habían arrojado dos sillas contra esta, y una tenía tres de las patas rotas. Libros y papeles se encontraban esparcidos por el suelo, junto con un móvil y un portátil, ambos con la pantalla rota, como si alguien los hubiera pisoteado. Cada objeto movible parecía haber sido barrido de las encimeras. Una combinación de salsas y sopas goteaban por las puertas de la alacena, y el grifo estaba abierto y dejaba caer agua en el fregadero.

Lottie apartó los ojos del caos, que testimoniaba una lucha violenta, y estudió el cadáver. El cuerpo yacía boca abajo en un pequeño charco de sangre. El pelo castaño y corto estaba pegado contra la cabeza, donde una herida abierta dejaba a la vista sangre, hueso y cerebro. La pierna derecha sobresalía hacia un costado en un ángulo imposible, igual que el brazo izquierdo. La falda estaba desgarrada y la blusa roja rasgada en la espalda.

—Hay moretones visibles en la columna —dijo Boyd.

—La han matado a golpes —susurró Lottie—. ¿Eso es vómito? —Bajó la vista hacia un montón de fluido a unos cinco centímetros de su pie.

—La hija de Marian Russell… —comenzó Boyd.

—No. No pudo entrar. Se había olvidado la llave de la puerta principal y no tenía la de la puerta trasera. Llamó a su madre a gritos por la ranura del buzón. Fue hacia la parte de atrás. Llamó a los servicios de emergencia después de volver a casa de su amiga. Eso dice el informe.

—Si no ha sido la chica, entonces uno de los nuestros ha echado la pota —dijo Boyd.

—No hace falta que seas tan explícito. Puedo verlo yo sola. —Lottie fue a pasarse los dedos por el pelo, pero se le engancharon los guantes—. ¿Dónde está ahora la hija?

—¿Emma? Con una vecina.

—Pobre chica. Tener que ver esto.

—Pero no vio…

—El informe dice que miró por la ventana de la puerta de atrás, Boyd. Ha visto suficiente como para no volver a dormir tranquila en su vida.

—¿Y cómo lo haces tú para dormir? Quiero decir, con todo lo que ves en el trabajo… Yo me lo saco de encima yendo en bici, pero ¿qué haces tú para sobrellevarlo?

—Ahora no es el momento de tener esta conversación. —A Lottie no le gustaban las preguntas inquisitivas de Boyd. Ya sabía bastante sobre ella.

Al entrar en la cocina se dio cuenta de que estaban poniendo en peligro una escena ya contaminada por los servicios de emergencia.

—¿Los forenses ya están en camino?

—Llegarán en unos cinco minutos —dijo Boyd.

—Mientras esperamos, intentemos deducir qué ha pasado aquí.

—El marido entró por la fuerza…

—¡Dios, Boyd! ¿Quieres parar? No sabemos si ha sido el marido.

—Por supuesto que ha sido él.

—Vale, supongamos por un segundo que estoy de acuerdo contigo. La gran pregunta es por qué. ¿Qué lo empujó a hacerlo? Hace doce meses que tiene prohibido entrar en la casa familiar, y ahora se vuelve loco. ¿Por qué esta noche? —Lottie se mordió el labio mientras pensaba. Había algo en la escena que tenía delante que no cuadraba. Pero no sabía qué. Al menos de momento—. ¿Hemos conseguido localizar a Arthur Russell?

—No hay ni rastro de él. Hemos colocado puestos de control y las unidades de tráfico tienen su matrícula. Según nuestros registros, tiene prohibido conducir, pero el coche no está aquí, así que podemos asumir que se lo ha llevado. Lo encontraremos —dijo Boyd.

—Si tu hipótesis es correcta, ¿de quién es entonces el vehículo que hay en la entrada?

—Están comprobando la matrícula ahora mismo.

Lottie oyó cierta conmoción a su espalda y se volvió. Jim McGlynn, el jefe del equipo forense, estaba a dos pasos de ella cargando con su enorme maletín, que hacía que se inclinara hacia un lado.

—¿No os vais a jubilar o algo, vosotros dos? —preguntó.

Lottie se aplastó contra la pared para dejarlo pasar.

—No, ¿por qué?

—La muerte parece seguiros allá donde vais. Quedaos fuera hasta que os diga que podéis entrar.

Lottie apretó los dientes para que las palabras que quería decir se quedaran en su boca, y esperó mientras el equipo de McGlynn colocaba sobre el suelo palés de acero para evitar contaminar más la escena del crimen. Observó a Boyd pasarse la mano por la boca y la mandíbula, ansioso por decir algo. Lottie se llevó un dedo a los labios y lo hizo callar.

—¿Quién se cree que es? —le susurró Boyd al oído.

—En este momento, nuestro mejor amigo —contestó Lottie.

Se quedaron en silencio y observaron a los forenses buscar pruebas en la escena. Veinticinco minutos después, llegó Jane Dore, la patóloga forense, y McGlynn volvió finalmente el cuerpo boca arriba.

Fue entonces cuando Lottie se percató de qué iba mal. El cuerpo no podía ser el de Marian Russell. Se trataba de una mujer mucho mayor.

—¿Quién diablos es esa? —preguntó Boyd.

3


—Herida en la parte de atrás de la cabeza provocada con un objeto contundente. —Jane Dore se quitó el traje forense y lo metió en la bolsa de papel que su asistente sostenía para ella. Con un metro cincuenta, la patóloga forense compensaba con pericia lo que le faltaba en altura—. Encontrad el arma y podré emparejarla con la herida.

—¿Alguna idea de cuál podría ser el arma? —preguntó Lottie.

—Algo duro y redondeado.

—¿Puedes decirnos alguna cosa más? —Lottie trató de no suplicar—. Aún tenemos que identificarla.

—Pues no tengo ni idea de quién es la víctima. Programaré el examen post mortem para las ocho de la mañana. Tal vez el cuerpo pueda decirnos algo. Ven tú también para verlo por ti misma.

—Lo haré. Gracias. —Lottie contempló a la patóloga salir bajo la lluvia mientras su conductor sostenía un ancho paraguas sobre su cabeza.

—Hay un chubasquero de mujer colgado de la barandilla. Está mojado —le dijo a Boyd mientras este salía por la puerta principal. Su compañero encendió dos cigarrillos y le pasó uno.

—¿Y? —preguntó este.

Lottie dio una calada. En realidad, no fumaba. Solo cuando Boyd le daba uno. Pensó en lo bien que le sentaría un vodka doble. Había intentado dejar el alcohol, muchas veces, pero en los últimos meses había vuelto a caer en los viejos hábitos. Dio una calada profunda y tosió por el humo.

—Quienquiera que sea esta mujer, vino de visita y tal vez interrumpió a un ladrón. Ese debe de ser su chubasquero —dijo Lottie.

—Menuda noche para hacer visitas —dijo Boyd.

—No hay bolso. Nada que nos diga quién es.

—Alguien tiene que conocerla.

—¿Dónde está Marian Russell? Emma ha dicho que estaba aquí cuando se fue a casa de su amiga.

—¿Dónde vive esa amiga?

—En la casa de al lado.

—Eso está a más de un kilómetro y medio de aquí —dijo Boyd.

—Más bien, a unos quinientos metros —lo corrigió Lottie.

—Está oscuro y llueve. ¿Por qué iba a dejar que su hija volviera caminando a casa?

—Emma Russell tiene diecisiete años. —Lottie apretó la colilla entre los dedos y se la dio a Boyd. Este metió las dos colillas dentro del paquete de cigarrillos. La inspectora añadió—: Tenemos que encontrar a Marian Russell.

—Kirby está en ello.

—Vamos a echar un vistazo al patio trasero.

—Le diré a McGlynn que encienda la luz de fuera. —Boyd entró en la casa.

La lluvia había amainado un poco, pero aun así Lottie se encontró chapoteando entre charcos mientras rodeaba la casa. El edificio parecía ser una granja reformada, pero hacía mucho que la granja había desaparecido. Un amplio arrayán marcaba los límites hasta donde podía ver, que en la oscuridad no era demasiado lejos.

Al poner el pie en el patio, la luz de la pared exterior parpadeó al encenderse y dotó al espacio de un tono ambarino.

—Oh, Dios mío —dijo.

Boyd salió por la puerta trasera.

—¿Qué has encontrado?

En el suelo, justo frente a la puerta, yacía un bate de béisbol. La lluvia que caía se estaba llevando la sangre que lo cubría. Al lado había un bolso anticuado de cuero negro, con el cierre de latón abierto, y el contenido derramado sobre los adoquines.

—El arma —dijo Boyd—. Alguien tenía prisa.

—Y si este no es el bolso de Marian, debe de pertenecer a la víctima.

Lottie se agachó y, con la mano enguantada, le dio la vuelta con cuidado a una tarjeta de plástico que había sobre el suelo empapado.

—Un carnet de donante de sangre. Tessa Ball —dijo. 

El nombre le sonaba de algo, pero al mismo tiempo estaba convencida de que nunca había conocido a Tessa Ball.

—¿Qué le estáis haciendo a mi escena del crimen? —McGlynn se cernía sobre ella en la puerta—. No toques nada. Primero necesito que lo fotografíen todo. 

Ordenó a gritos que montaran una tienda.

—Vale, vale. —Lottie se levantó—. Calma —añadió en un susurro.

Mientras McGlynn se acercaba, Lottie se hizo a un lado y regresó junto a Boyd a la parte delantera de la casa.

—Tenemos que hablar con Emma —dijo Lottie.

—Tienes que calmarte —respondió Boyd.

—Lo haré cuando encuentre al asesino de esa anciana.

4


El pelo de Emma Russell colgaba largo y lacio sobre sus hombros. Lottie observó los ojos de Emma siguiéndola a través de unas gafas sosas. Detrás de la silla de la chica había una mujer de pie.

—Bernie Kelly —dijo la mujer—. Por favor, siéntense.

—Gracias por ocuparse de Emma —dijo Lottie mientras se sentaba en el sofá. Se presentó a sí misma y a Boyd y dijo—: En cuanto pueda organizarlo, le asignaré un agente de enlace familiar. ¿Te parece bien hablar un poco con nosotros, Emma?

Emma estaba sentada en el sillón, reclinada hacia delante, con los brazos colgando entre las piernas enfundadas en unos tejanos, retorciendo un pañuelo entre los dedos. Asintió.

La sala de estar era pequeña y triste, abarrotada de muebles y adornos. Un fuego de carbón ardía en la chimenea, y Lottie sentía como si el calor les echara las paredes encima. Un difusor de aceite no conseguía aligerar el olor a humo.

—Sé que has sufrido un shock terrible —dijo—, pero es importante que hablemos contigo cuanto antes.

—Vale —susurró Emma.

—En primer lugar, ¿conoces a una mujer llamada Tessa Ball? —preguntó Lottie. En los últimos quince minutos habían identificado a la víctima gracias al carnet de conducir que encontraron en el bolso. Y la matrícula demostraba que el coche aparcado en la entrada también pertenecía a la víctima.

—Es mi abuela —dijo Emma, levantando la cabeza.

—¿Tu abuela? —Lottie se volvió hacia Boyd. Este se inclinó en su asiento.

—¡Oh, Dios mío! —dijo Emma con voz entrecortada—. Era ella, ¿no es cierto? Tirada de esa manera… en el suelo de la cocina. ¿Quién haría una cosa así?

—Lo siento. No lo sabía —dijo Lottie mientras se insultaba mentalmente—. ¿Puedes contarme lo que viste?

—Re… realmente no lo sé. —Las lágrimas rodaban por las mejillas de Emma. Se quitó las gafas y limpió los cristales con un trozo del pañuelo roto, y se encogió, apartando la mano de Bernie de su hombro.

—¿Estás segura de que puedes hablar de esto? Lo siento si parece muy duro, pero necesitamos actuar de inmediato. —Lottie sintió que Boyd le daba un golpe en las costillas. Se apartó de él, pero no había mucho espacio.

—Tienen que encontrar a mi madre.

—Tenemos a gente buscándola. ¿Tienes alguna idea de dónde podría estar?

—No lo sé.

—Vale. Emma, necesito tu ayuda para determinar qué ha pasado.

La chica levantó la mirada, tenía los ojos muy abiertos.

—Yo no sé nada.

—Háblame sobre lo que hiciste por la tarde. Desde el principio.

—¿Es necesario hacer esto ahora? —preguntó Bernie, apoyando con suavidad la mano sobre el hombro de Emma una vez más.

—Hago todo lo posible por descubrir qué le ha pasado a tu abuela y encontrar a tu madre. —Lottie dirigió su respuesta a Emma—. Tal vez recuerdes algo que creas que no tiene importancia, pero que pueda ayudarnos. ¿Te parece bien? —Bajó la cabeza para intentar ver los ojos de la chica.

Emma habló con voz entrecortada.

—Después de la escuela vine directamente a casa, fui a mi habitación e hice los deberes. Sobre las cinco oí a mamá llegar del trabajo. A las seis me llamó para cenar. Comimos lasaña, de la precocinada. Es asquerosa, pero me la comí, para que estuviera contenta. Dijo que tenía que trabajar en su estúpido curso. Capté la indirecta, hice una taza de café y me senté en la sala de estar durante unos minutos antes de que Natasha me llamara, y entonces vine aquí. Vimos la tele. Eso es todo lo que hice.

—¿A qué hora te fuiste a casa? —preguntó Lottie mientras echaba una mirada a Boyd para asegurarse de que estaba tomando notas.

—Mamá me dijo que estuviera en casa a las nueve, pero creo que debían de ser las diez y media pasadas cuando llegué. Normalmente no le importa que llegue tarde mientras sepa dónde estoy. No encontraba la llave. Normalmente no es un problema, porque mamá siempre está en casa por la noche… —La voz de Emma se apagó y alzó la mirada hacia Lottie—. ¿Dónde está?

—Eso es lo que estamos tratando de averiguar —dijo Boyd.

—¿Por qué no están ahí fuera buscándola, en vez de quedarse aquí sentados haciéndome preguntas estúpidas? —Emma dejó caer la cabeza—. Lo siento.

—Sé que estás disgustada, Emma. —Lottie alargó el brazo para tocarle la mano.

Emma la cogió.

—Por favor, encuentren a mi madre.

Lottie se la apretó afectuosamente y dijo:

—Es terrible, lo sé, pero ¿puedes decirme qué hiciste cuando llegaste a tu casa?

Emma se soltó, sorbió y se frotó la nariz.

—Llamé al timbre, pero no contestó nadie. Fui hasta el jardín de atrás. Miré por el cristal de la parte de arriba de la puerta. Vi… vi….

—Lo estás haciendo bien —dijo Boyd.

—¡No, no es verdad! ¿Qué sabrá usted? Fue horrible. Ver a una mujer así… en el suelo de la cocina. Y ahora me dicen que era mi abuela. ¿Quién le hizo eso? ¿Quién la mató? ¿Y dónde está mi madre?

«Exacto, ¿dónde?», pensó Lottie.

—Entonces, ¿no entraste? —dijo Boyd.

—¿Está sordo o algo? No tenía la llave. No podía entrar. —Emma lo fulminó con la mirada, parpadeando—. Vi el… cuerpo en el suelo. No vi a nadie más. Estaba oscuro y llovía. Volví corriendo a casa de Natasha, y entonces llamé a la policía.

—¿Por qué no llamaste desde fuera de tu propia casa? —preguntó Boyd.

—No me paré a pensar. Estaba asustada. Simplemente corrí. —El pañuelo se desintegró convertido en confeti y cayó ondeando sobre la alfombra floreada.

—Cuando estabas en la parte trasera de tu casa, ¿estás segura de que no viste nada? ¿Nada en el suelo? —preguntó Lottie.

—Estaba oscuro. No vi nada.

—Sé que no tenías la llave, pero ¿intentaste abrir la puerta trasera? ¿Comprobaste si estaba cerrada?

—N… no. No lo pensé. Asumí que estaba cerrada, pero no lo probé. Oh, dios, tal vez la abuela estaba viva y podría haberla salvado. —Emma se encogió, enroscándose los brazos alrededor del pecho, agitándose entre sollozos.

—No hay nada que pudieras haber hecho, Emma —dijo Lottie, que le puso la mano sobre el hombro—. Hiciste exactamente lo que tenías que hacer, alejarte de allí. —«Ahora la he asustado aún más», pensó. La chica la miró con ojos desbocados. Si la fragilidad mental de la chica era un reflejo de su cuerpo, estaba a punto de colapsar.

—¿El asesino podría haber estado esperándome?

—No, cariño. Se había ido. Pero necesitamos tomarte las huellas y una muestra de ADN. Solo para eliminarte de la investigación.

Los ojos de Emma se abrieron llenos de terror.

—¿Por qué quieren mi ADN? Yo no he hecho nada.

—Es el protocolo —dijo Lottie. Luego cedió—: Aunque por ahora creo que necesitas descansar.

—Cómo voy a descansar si lo único que veo es… es…

Bernie Kelly se inclinó hacia ella y le apretó afectuosamente el codo.

—Intenta no preocuparte demasiado.

—Sé que esto no es fácil, Emma —dijo Lottie—, así que te agradezco que hayas hablado con nosotros. Has sido de gran ayuda. Aquí tienes mi tarjeta con mi número. Llámame si recuerdas algo más.

—Encuentren a mi madre. —La adolescente se deshizo en violentos sollozos.

En la puerta, Lottie se volvió.

—Tu padre, ¿cuándo fue la última vez que lo viste?

Emma levantó la vista; la confusión se deslizaba por su rostro.

—¿Mi padre? No pensará que él ha hecho esto, ¿verdad?

—En absoluto. Tenemos que considerar todas las personas que podrían estar implicadas. ¿Dónde podríamos encontrarlo?

Emma sacudió la cabeza y se encogió de hombros.

—No tengo ni idea de dónde está.

Lottie intercambió una mirada con Boyd. Se moría de ganas de seguir interrogando a Emma, pero otra chica había aparecido en la puerta. Lottie asumió que la adolescente alta y desgarbada, con el pelo rojo recogido en una coleta, era Natasha.

Bernie Kelly acompañó a los dos detectives hasta la puerta.

—Creo que Emma necesita descansar un poco, ¿no le parece, inspectora?

—Sí, por supuesto. Pero si recuerda algo, lo que sea, póngase en contacto conmigo de inmediato. —Lottie le dio otra tarjeta—. Como he dicho, le asignaremos un agente de enlace familiar para que se quede con ella —añadió.

—No hace falta. Yo me haré cargo de Emma. De todos modos, lo hago la mayor parte del tiempo.

—¿Qué quiere decir? —Lottie se subió la capucha y la sostuvo contra la lluvia que caía con fuerza.

—Pobre Emma. Cuando no está en la escuela o trabajando a tiempo parcial en el hotel, está aquí con Natasha. No creo que Marian haya estado bien desde… ya sabe…

—No, no sé.

—Desde ese asunto con Arthur.

—¿Se refiere a la orden de alejamiento? —Lottie se preguntó a dónde iba la conversación.

—Sí, y lo otro.

—Señora Kelly, ¿podemos volver dentro y hablar?

—De verdad que tendría que ocuparme de las chicas. Ya he dicho demasiado. —Bernie Kelly se dio la vuelta para volver a entrar.

Lottie puso la mano en el brazo de la mujer y la detuvo.

—Aún no ha dicho suficiente. La abuela de Emma ha sido asesinada, su madre ha desaparecido y no tenemos ni idea de dónde está Arthur Russell. ¿Sabe dónde puede estar Marian?

—No. Lo siento.

—Me iría bien recibir toda la ayuda que pueda ofrecerme.

—No sé nada. —Bernie fue a cerrar la puerta. Lottie pensó en bloquearla con el pie, pero decidió que hablaría con la mujer al día siguiente.

—Usted sabe muchísimo más de lo que cree. Pásese por la comisaría por la mañana, le tomaré declaración. ¿Le va bien a las diez?

—Tengo que quedarme con las chicas.

—El agente de enlace familiar estará aquí. A las diez. La veré entonces.

5


Lottie subió las escaleras en silencio y escuchó. No se oía ni un ruido. Gracias a Dios. Se deslizó a su habitación y cerró la puerta. Sin quitarse la chaqueta, se dejó caer sobre la cama y suspiró, exhausta. Después de una reunión apresurada en la comisaría para organizar el equipo, había decidido dejarlo por esa noche y Boyd la había llevado a casa en coche. Todo estaba listo para continuar la investigación la mañana siguiente, mientras que las búsquedas seguirían durante la noche para encontrar a Marian Russell.

Abrió los ojos de golpe. Su cerebro no quería parar. Con suerte, los del equipo forense encontrarían algo que les sirviera para avanzar, pero su principal prioridad era localizar a Marian Russell y su marido. Tal vez entonces tendría una idea más clara de lo que había pasado en esa casa.

—Mierda —dijo, y se levantó de la cama de un salto. Tenía la chaqueta chorreando. Se la quitó y vio que el edredón estaba mojado—. Lo que me faltaba.

Quitó el catálogo de Argos del lado del colchón de Adam y lo metió en la mesita de noche. El pesado libro le ofrecía la sensación de que había alguien en la cama junto a ella. La sensación de que no estaba sola. A veces las cosas pequeñas eran las que ayudaban. Ahuecó el edredón y le dio la vuelta, de modo que la zona mojada estaba ahora al final, en el lado de Adam. A él no le importaría. Estaba muerto. Cuando iba a volver a colocar el catálogo, se detuvo. Cuatro años era tiempo suficiente para llorar un espacio vacío. El aliento se le trabó en la garganta mientras empujaba el libro bajo la cama. Cuatro años era mucho tiempo en algunos aspectos, pero la vida que había vivido con Adam seguía fresca en su mente como si fuera ayer. Un velo de soledad cayó sobre sus hombros mientras se quitaba la ropa mojada, se ponía una camiseta vieja por la cabeza y se metía en la cama.

Un llanto en la habitación de al lado le dijo que el bebé de Katie estaba despierto.

—Oh, Dios, otra vez no —susurró Lottie al techo.

Los pasos de Katie reverberaron mientras caminaba por la habitación calmando al pequeño Louis. ¿Debería levantarse para ayudar? No. Katie insistía en que quería ocuparse ella del pequeño.

El reloj marcaba las 3.45 de la madrugada. Lottie se daba golpecitos en la frente con los dedos, intentando conjurar el sueño. No servía de nada.

Se sentó.

Abrió el cajón de la mesita de noche, sin encender la luz, y buscó la botella. Un par de tragos no le harían daño. La ayudarían a dormir, eso era todo. Era algo medicinal. Sí.

Dos paracetamoles por si acaso, y un par de tragos más, y enseguida estuvo profundamente dormida.


* * *


Observó a la inspectora salir del vehículo y entrar en su casa sin encender ninguna luz. El otro policía se alejó en su coche.

El hombre esperó cinco minutos.

Vio encenderse una luz en el dormitorio de arriba y una sombra moverse detrás de las persianas.

Esperó otros cinco minutos e hizo una llamada.

Como había hecho cada noche durante los últimos diez meses.

Cuando estuvo satisfecho, encendió el motor y se alejó.

Mediados de los setenta: la criatura


Me metieron aquí y tiraron la llave.

Las paredes me hablan y yo no tengo voz para unirme a su conversación.

No sé cuánto llevo aquí. ¿Lo sabes tú?

La voz en la pared ahora ha callado.

¿Sabes cuánto llevo aquí?

Silencio.

Me duelen los deditos.

Miro hacia abajo y veo la toga que me han puesto.

Quiero a mi gemelo.

Quiero mi propia ropa.

Se quemó toda en el fuego.

¿Qué fuego?

El que comenzó tu madre, ¿o tal vez fuiste tú?

Yo no hice nada.

Nadie me contesta.

Las voces que escucho, ¿están solo en mi cabeza?

Empiezo a llorar. Los niños mayores no lloran.

Pero yo no soy mayor.

A los niños pequeños hay que verlos, no oírlos.

Quiero a mi mami…

¿O no?

Día dos

6


Un nuevo día, la misma mierda de siempre. A Lottie le dolía la cabeza y sentía la boca como si algo hubiera dormido en ella durante la noche. Divisó la botella de vodka vacía, tirada en la cama junto a ella como una muñeca despreciada.

Arrastró sus miembros agotados hasta la ducha, evitando verse la cara en el espejo. Confundió la dirección del grifo y sintió el agua helada acribillar su cuerpo.

—¡Me cago en todo!

Giró el grifo hacia el lado correcto y se hizo a un lado en el pequeño cubículo de vidrio hasta que sintió el calor salir del chorro de agua. Se colocó bajo la corriente, cerró los ojos y expulsó el aire, haciendo que se le metiera un poco de agua en la nariz. Se sintió ligeramente mareada y apoyó las palmas de las manos contra la pared de azulejos resbaladiza, dejando que el agua le masajeara la columna.

«Sin duda me merezco esto», pensó. Estúpida. Estúpida. Estúpida.

Cuando tuvo energía suficiente, se puso champú y acondicionador en el pelo, lo enjuagó y salió del cubículo caliente.

El baño estaba frío.

No tenía toalla.

Mientras corría a coger una de su dormitorio, se golpeó el dedo del pie contra el marco de la puerta.

Y así empezó su día.


* * *


Lottie se quitó la capucha en la puerta de la morgue, que todo el mundo llamaba la Casa de los Muertos, y se pasó los dedos por el pelo. La cabeza le latía furiosamente. Tenía que ponerse las pilas de verdad. Sabía que un fallo aislado se convertía en un espiral de decadencia. ¿De verdad quería volver a caer en ese pozo? No. Pero un trago podría aliviar el dolor. O una pastilla, si tuviera una.

La lluvia había seguido imbatible durante la noche, y había chocado contra su parabrisas mientras conducía los cuarenta kilómetros hasta Tullamore, donde se encontraba la patóloga forense. Había llamado al timbre y atravesado apresuradamente el corredor helado, con su olor antiséptico enmascarando el acre aroma de la muerte.

Jane Dore ya había comenzado el examen post mortem y caminaba alrededor de la mesa de acero sobre la que reposaba el cuerpo de más de setenta años de Tessa Ball.

—Buenos días, inspectora. —La voz de la patóloga era seca y profesional—. Seguiré, si no te importa.

—Adelante —dijo Lottie, poniéndose el traje protector y apoyándose en un taburete alto junto a una encimera de acero inoxidable. Jane Dore y su equipo trabajaban siguiendo una rutina marcada. Observando, tocando, pinchando, tomando muestras y registrándolo todo.

La habitación parecía girar sobre su eje cuando Lottie, impaciente, dijo:

—¿Sabes ya la causa de la muerte? Asumo que es un asesinato.

Jane Dore se giró hacia ella y la miró fijamente.

—Tú y yo sabemos que en mi trabajo no asumo nada. Dejo que el cuerpo me cuente su historia. Y eso es lo único con lo que puedo trabajar.

—Lo sé, pero estoy bastante ocupada y tengo una reunión de equipo a la que ir, así que me ayudaría si… —La voz de Lottie se apagó; era consciente de que estaba arrastrando las palabras. La mirada de Jane Dore la atravesó.

—Vete, si quieres. Te mandaré por email lo que descubra. —Le dio la espalda y siguió con su examen.

—¿Una lesión provocada por un objeto contundente? —ofreció Lottie—. Eso es lo que dijiste anoche.

Jane suspiró y fue hacia ella.

—Vale. Veo que tu mente está en otro sitio. Entiendo que estás muy ocupada, pero no puedo ir más deprisa. Como ves, le he dado prioridad al post mortem de la señora Ball para que tengas algo con lo que trabajar.

—Gracias, Jane. De verdad que te lo agradezco, pero no me encuentro muy bien y…

—Lo más probable es que la causa de la muerte sea una herida en la cabeza hecha con un objeto contundente. ¿Satisfecha?

—Gracias. ¿Algún indicio del tipo de arma que utilizaron?

—Como presumí anoche, algo duro y redondeado, aplicado con mucha fuerza. Un solo golpe. O la mató o le provocó una apoplejía masiva. Podré decirte más luego.

—¿Podría haber sido el bate de béisbol que encontramos en la escena del crimen?

Jane la miró fijamente. Lottie sabía que no podía enemistarse con la patóloga. Necesitaba que Jane hiciera algo por ella. De tapadillo, por decirlo así. Y si se quedaba ahí mientras Jane troceaba el cuerpo, contaminaría algo más que su amistad. El contenido de su estómago ya se estaba instalando en su garganta.

—Gracias —dijo, y fue hacia la puerta—. Una cosa más. ¿Ha habido violación?

—Tomaré muestras, pero no lo veo probable. Tendrás el informe preliminar esta tarde.

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