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ficha del libro

MARISOL AMPUDIA

 

 

 

CON LA MEJOR INTENCIÓN

 

 

Cuentos para comprender

lo que sienten los niños

 

 

 

Herder

Índice

Portadilla

Créditos

 

Prólogo, de Giorgio Nardone

Introducción

Capítulo 1. Amigos

Capítulo 2. Carlos y los pollitos

Capítulo 3. David y su hermanito

Capítulo 4. ¿Qué me pasa, mamá?

Capítulo 5. María y el ascensor

Capítulo 6. Raúl y el abuelo

Capítulo 7. Los papás se separan

Capítulo 8. La pesadilla

Capítulo 9. Fin de curso

Capítulo 10. Mentiras

Consideraciones finales

Bibliografía

 

PRÓLOGO

 

Es un verdadero placer para mí redactar este prólogo a un libro que considero de fundamental importancia para cualquiera que trabaje o se relacione con niños y adolescentes, puesto que afronta temáticas clave con respecto a un sano desarrollo y tránsito hacia la edad adulta.

La doctora Ampudia ha llevado a cabo un admirable trabajo al centrarse en algunos aspectos que muy a menudo se pasan por alto en el mundo clínico. He aquí, por ejemplo, el efecto del «etiquetaje», de diagnósticos psiquiátricos que, durante esta época del desarrollo del individuo, tienen a menudo el poder de profecía que se autorrealiza como un anatema. Como señalaba Paul Watzlawick, el diagnóstico genera la patología en la persona que recibe la «etiqueta»: lamentablemente, el hecho de formular un diagnóstico psiquiátrico y comunicárselo a la familia de un niño o adolescente produce ya de por sí una reacción en cadena de dinámicas que pueden acabar construyendo un cuadro psicopatológico que la mayoría de las veces hace exacerbar la patología inicial. Por tanto, es encomiable la manera como la autora hace hincapié en este concepto, lo explica con claridad y ofrece después soluciones terapéuticas mediante la exposición de ejemplos concretos.

Otros dos aspectos harto relevantes tratados en la presente obra son la sensación de vergüenza y de culpa que, en la mayoría de las ocasiones, se observan en los pacientes de esta edad cuando se les diagnostica y trata directamente como casos clínicos, en vez de recurrir a intervenciones indirectas a través de la familia.

Por otra parte, fomentar la capacidad de los padres de ayudar a sus hijos a superar las dificultades o resolver problemas no constituye sólo una parte fundamental del trabajo terapéutico, sino también uno de los aspectos básicos de la educación entendida como permanente durante todo el ciclo vital.

Además, si se considera que la figura de los docentes en la escuela corresponde a la de los padres en la familia, parece evidente que si se guía a éstos para que eduquen de la mejor manera posible a sus hijos, esta educación ayudará también a los docentes a preparar mejor a sus alumnos. Potenciar, además, las habilidades de estos últimos asegurará a su vez una mejor crianza de los niños y jóvenes.

Por último, pero no por ello menos importante, quiero subrayar el hecho de que este libro está redactado de forma accesible para todo tipo de lectores y que su lectura resulta agradable. Se dirige tanto a los especialistas, que encontrarán en él indicaciones claras y aplicables, como al gran público interesado en profundizar en los problemas de la infancia y sus soluciones en tiempo breve.

 

GIORGIO NARDONE

CENTRO DE TERAPIA ESTRATÉGICA

AREZZO, 2009

 

INTRODUCCIÓN

 

La educación de un niño no es tarea fácil, menos aún en una sociedad como la nuestra, donde el éxito se mide por el dinero y las propiedades que la persona consigue acumular a lo largo de su vida. La mayoría de los padres experimentan agobio y temor al pensar en el futuro de sus hijos.

Desde el ámbito sanitario, sirviéndose del lema «más vale prevenir», nos recuerdan a diario los peligros que corremos a cada paso y las consecuencias negativas del tabaco, del sedentarismo, del exceso de dulces, de las hamburguesas enormes…, etcétera. Aconsejan consultar con un especialista por casi todos los problemas, y afirman que sólo los profesionales se hallan capacitados para decidir si un niño sigue o no el criterio estadístico de «normalidad», esto es, si piensa, siente, crece y actúa como la mayoría de los niños de su edad. De no ser así, proponen alguna medida de ajuste que lo haga lo más parecido posible a los otros niños, ya que en nuestro modelo social no hay margen para las diferencias evidentes. Todo está concebido y baremado de tal forma que apenas se concede espacio a la creatividad, a un ritmo diferente de desarrollo en determinadas habilidades y a la comunicación espontánea y libre entre los miembros de una familia.

Curiosamente, los mismos «especialistas» que contribuyen a crear el miedo en los padres, exigen de ellos que no sean alarmistas y no estén constantemente encima del niño. En otras palabras, primero los incapacitan en su rol paternal y después les exigen que sean padres competentes.

Por otra parte, a los niños no se los educa para la responsabilidad y el sentido del deber, sino para «la excelencia»; pero la vida casi nunca es excelente. Todos los títulos y diplomas que un joven pueda conseguir no le servirán en absoluto si no van acompañados de determinados valores y la capacidad para relacionarse con otros de una manera adecuada.

Nuestra sociedad no es precisamente un buen modelo de valores. Como señala Erich Fromm en Psicoanálisis de la sociedad contemporánea:

 

En la sociedad actual cada individuo es una pieza de una enorme máquina de producción perfectamente organizada que ha de funcionar con suavidad y sin interrupción.

Nuestro sistema económico debe crear hombres y mujeres adecuados a sus necesidades que quieran consumir cada vez más. Ha de crear personas de gustos uniformes que puedan ser influidos fácilmente, personas cuyas necesidades puedan preverse. Nuestro sistema necesita personas que hagan lo que se espera de ellos, que encajen en el mecanismo social sin fricciones, que puedan ser guiados sin recurrir a la fuerza.

 

Las escuelas culpan a los padres de falta de autoridad, mientras que éstos a su vez acusan a los educadores de ser poco hábiles en el trato con los niños. Nadie parece saber cómo conseguir que los jóvenes asuman responsabilidades ni caer en la cuenta de que posiblemente justo lo que hacemos para intentar solucionar los problemas esté contribuyendo a que éstos se agraven incluso.

Cuidamos a nuestros niños como si fueran frágiles figuritas de porcelana, tratando de evitarles cualquier esfuerzo, hasta que un día nos damos cuenta de que tenemos en casa a un pequeño tirano, caprichoso y rebelde, que no tolera el mínimo contratiempo y cree tener derecho a todo por el mero hecho de existir. Es entonces cuando los padres asustados piden ayuda, primero a los profesionales de la psicología y psiquiatría. Y si éstos no encuentran el remedio, puede que acaben denunciando a sus propios hijos, como ocurre cada vez con mayor frecuencia, en un intento de someterlos a una autoridad que ellos mismos nunca han conseguido ejercer.

Si los padres tratan a sus hijos como si fueran inválidos y toman siempre las decisiones en su lugar, incluso en cuanto a lo que, a su parecer, deberían hacer en su tiempo libre, los niños se comportarán de una manera totalmente acorde a esta actitud. Muchos de ellos se aburren si sus padres no les planifican las actividades a lo largo del día. Otros poseen un gran número de cosas que nunca llegan a utilizar: bicicletas, consolas, ordenadores, etcétera, pues se les ha prohibido su uso para castigarlos. He sido testigo de algunos desafíos por parte de estos chicos que saben que sus padres no tienen más recursos en cuanto a castigos porque ya les han quitado todos los objetos que les importaban.

Desafortunadamente, a los padres a menudo les resulta muy difícil mantenerse firmes en relación con estas sanciones, justo por su severidad, y acaban levantándolos, con lo que demuestran a su hijo que «es igual lo que diga, si luego no lo cumple».

En otro de sus trabajos, El miedo a la libertad, Fromm distingue entre «autoridad evidente» y «autoridad anónima». La primera se ejerce directa y explícitamente. La persona investida de autoridad dice de manera abierta al que está sometido a ella: «Debes hacer tal cosa. Si no la haces, las consecuencias serán éstas». Hoy en día, los padres y maestros pretenden que los niños les obedezcan por el mero hecho de que, supuestamente, los adultos saben mejor qué les conviene, así como que hagan con gusto aquello que les mandan. Cuando un niño no obedece, la sanción consiste en hacerle sentir que no está «ajustado», que está enfermo o que le pasa algo, ya que no actúa como la mayoría de los chicos de su edad y conforme a lo que se espera de él.

La autoridad evidente emplea la fuerza física. La autoridad anónima, la presión psicológica.

Enviar a un niño al psicólogo (con intención de ayudarlo) supone transmitirle el mensaje de que algo no funciona bien en él desde el punto de vista psicológico; y tampoco a los padres les resulta fácil asimilar y admitir que su hijo, al que supuestamente le han dado todo, de modo que no le ha faltado nunca nada, tal vez se sienta mal en el plano emocional.

No siempre es cierto que la intervención de un profesional al inicio de un problema contribuye a su resolución. Desde luego, no estoy en contra de las consultas psicológicas, sino que abogo por un procedimiento en el cual, antes de someter a un niño a un examen por parte del profesional correspondiente, se intente primero valorar si no se puede conseguir ya un cambio en la situación problemática a través de la modificación de determinadas condiciones en la vida de las personas que atienden habitualmente al niño. De este modo, se evitarían «etiquetas diagnósticas», que a veces incluso pueden llegar a perpetuar determinadas actitudes que se «esperan» de una persona que sufre la «enfermedad» diagnosticada, proceso a través del cual la profecía se cumple: he aquí la creación del caso.

A veces, a estos niños que, de cierta manera, son tratados con tanto mimo y cuidado, cuando no cumplen las expectativas que padres y profesores han depositado en ellos se les acaba avergonzando públicamente y tratando de forma humillante «para ver si así reaccionan». Sin embargo, el resultado suele ser desastroso. La humillación y la vergüenza son emociones terribles, que a todos nos afectan tan profundamente que seríamos capaces de hacer cualquier cosa con tal de no sentirlas. Gran parte de las mentiras que los niños se inventan no son sino intentos de protegerse ante estas emociones tan devastadoras.

El objetivo de este libro es ayudar a entender cómo se producen determinadas dificultades de la vida diaria y cómo, aun con la mejor intención, a veces contribuimos a complicar las cosas, justamente mediante aquello que hacemos en nuestros intentos de solucionarlas.

El relato en forma de cuentos pretende facilitar la lectura. Todas las viñetas tienen algo en común: a partir de un pequeño incidente que resulta o puede resultar desagradable, temible o molesto para alguno de los protagonistas, éste y las personas de su entorno inician una serie de acciones que, en vez de solucionar el problema, acaban complicándolo.

La forma de resolverlo consiste justamente en dejar de hacer aquello que mantiene y agrava la situación desagradable, lo cual a veces no es sencillo. En la gran mayoría de los cuentos, se dan de repente ciertas «circunstancias» que llevan a los protagonistas a ver la situación desde otra perspectiva y sentirse de manera diferente. En la vida real, sin embargo, este cambio en la forma de percibir los acontecimientos muchas veces sólo puede realizarse con ayuda de un profesional que guía a las personas implicadas para que se produzca lo que Paul Watzlawick llamó un «acontecimiento casual planificado», y Franz Alexander, una «experiencia emocional correctiva» (Nardone, G. y Watzlawick, P., El arte del cambio; Alexander, F., Psychoanalysis and Psychotherapy).

Mi deseo es que el libro contribuya a cambiar la percepción que tenemos de algunas situaciones problemáticas y, sobre todo, a que los padres entiendan que, a veces, su anhelo de ayudar al niño, haciendo las cosas por él, diciéndole lo que tiene que hacer y ocultándole ciertas informaciones para evitarle sufrimientos agravan la situación. Pues entonces, al problema inicial se añade, además, la sensación de impotencia, culpa o exclusión.

Me gustaría llamar la atención también a los medios de comunicación, que, aunque con la mejor intención, en ocasiones contribuyen en alto grado a aumentar la angustia de los padres.

Estoy, por supuesto, a favor de la libertad de expresión y el derecho a la información, pero me parece insostenible que los medios de comunicación divulguen en las noticias afirmaciones como la de que cierto joven se suicidó porque no podía soportar las burlas de sus compañeros y porque nadie intervino para evitarlas, pues resulta absolutamente indemostrable. Pero no sólo eso, sino que también es irresponsable, porque los padres que oyen o leen esta afirmación muchas veces sienten verdadero pánico de que a sus hijos les pueda ocurrir lo mismo e inician una serie de actuaciones que acaban complicando un problema que podría haberse resuelto de manera más sencilla.

Quisiera también que el libro ayudara a los profesionales que trabajan con niños, adolescentes y padres a reflexionar sobre los problemas humanos desde un punto de vista diferente. Es muy común que, ante una situación problemática, uno se pregunte «por qué» ocurre, con la vana ilusión de que si conocemos la causa, podremos encontrar el remedio; pero esto no suele ocurrir en el ámbito de lo psíquico. Una persona que desarrolla una fobia puede saber exactamente cómo se inició y por qué y, sin embargo, seguirá evitando la situación temida y buscará ayuda para realizar aquellas cosas que no puede llevar a cabo por su cuenta.

En la presente obra, las situaciones problemáticas se contemplan desde la perspectiva de la terapia breve estratégica, desarrollada por la Escuela de Palo Alto y, en su evolución europea, a través de los trabajos del Centro de Terapia Breve Estratégica de Arezzo, dirigido por Giorgio Nardone e integrado por colaboradores de la talla de Roberta Milanese, Claudette Portelli, Federica Cagnoni y Mauro Bolmida, entre otros.

Según esta teoría, si se consigue entender cómo funciona un problema y qué es lo que lo perpetúa (independientemente de cuáles sean sus causas), se puede intervenir para que las personas implicadas en él dejen de hacer aquello que lo está eternizando, y de esta manera el problema desaparezca.

La presente obra no pretende ser un libro de teoría ni de recetas, sino un manual de consulta rápida que sirve para llevar a los adultos a entender cómo se puede sentir un niño frente a determinadas situaciones y actuaciones de los demás. Creo que, si se consigue este objetivo, el cambio de perspectiva resultante posiblemente ayude más que muchas sesiones de terapia.