Notas

      * «Ánimo del poeta»

    ** «Profesión del poeta»

  *** «Aliento»

**** «Regreso a la patria»

Índice

Presentación

  1. Upanishads (siglos viii-v a. de C.)

  2. Zhuang Zi (siglo iv a. de C.)

  3. Platón (428-347 a. de C.)

  4. Gregorio de Nisa (335-394)

  5. Agustín de Hipona (354-430)

  6. Isaac el sirio (siglo vii)

  7. Râbi’a Al‘adawiyya (siglo viii)

  8. Shankara (788-820)

  9. Simeón el Nuevo Teólogo (949-1022)

10. Abdolah Ansari (1006-1089)

11. Hildegarda de Bingen (1098-1179)

12. Ángela de Foligno (1245-1309)

13. Fadir al-Din Attar (siglo xiii)

14. Guru Nanak (1469-1539)

15. Martín Lutero (1483-1546)

16. Ignacio de Loyola (1491-1556)

17. Jacob Böhme (1575-1624)

18. Angelus Silesius (1624-1677)

19. Emanuel Swedenborg (1688-1772)

20. Jean-Jacques Rousseau (1712-1778)

21. William Blake (1757-1827)

22. Friedrich Hölderlin (1770-1843)

23. Fedor Dostoievsky (1821-1881)

24. León Tolstoi (1828-1910)

25. Sri Ramakrishna (1836-1886)

26. Swami Vivekananda (1863-1902)

27. Rainer Maria Rilke (1875-1926)

28. Albert Einstein (1879-1955)

29. Etty Hillesum (1914-1943)

30. Louis Massignon (1883-1962)

31. Thomas Merton (1915-1968)

32. J.R.R. Tolkien (1892-1973)

33. Thich Nhat Hanh (1926)

Epílogo

Índice explicativo de las ilustraciones

Bibliografía básica

Presentación

La acogida del primer volumen de Voces de la Mística nos ha animado —a los editores y a mí— a publicar una segunda antología de textos. Nos ha guiado el mismo criterio que en la anterior edición: hacer llegar a un público más amplio aquello que conocen los especialistas, de manera que más personas tengan acceso a testimonios de que existe un modo más hondo y más pleno de percibir la realidad y de estar en el mundo. A través de estos escritos podemos seguir el rastro de lo que algunos de entre nosotros, los humanos, han entrevisto, y atisbar la inmensidad en la que nos hallamos sin saber.

Si somos atraídos por tales escritos es porque tras ellos percibimos un remanente de existencia y de significado esenciales. Lo propio de la mística es el exceso. ¿A quiénes los excede este exceso? A la mayoría de nosotros, porque las puertas de nuestra percepción están todavía obturadas. Esos vislumbres nos llegan como «excesivos» porque nuestra apertura es todavía pequeña. Las experiencias que identificamos como «místicas» agrandan las puertas de la percepción. Frecuentar su lectura posibilita un ensanchamiento de nuestra mente, corazón y sentidos, lo cual nos predispone a configurarnos con lo que describen. La palabra recibida se convierte en puente, túnel, acceso hacia esa otra región.

La comunicación de este tipo de aperturas se hace a partir del lenguaje y los conceptos que disponen las diversas tradiciones y culturas. Cada una de ellas ofrece un marco de sentido y un lenguaje en el que puede tomar forma aquel exceso y bajo tales categorías es interpretado. Los símbolos, las imágenes, las palabras proporcionan un depósito de significantes —«le croyable disponible» del que hablaba Paul Ricœur— en los que se puede reconocer atisbos de un significado que los sobrepasa. Solo así ese exceso puede entrar en la conciencia.

De este modo, la experiencia mística confirma, a la vez que sobrepasa, el código interpretativo de una tradición determinada. Las tradiciones religiosas posibilitan que se den estas experiencias a partir de su marco, a la vez que las circunscriben con tal fuerza en su propio código, que, con frecuencia, dificultan el reconocimiento de la incandescencia subyacente tras las expresiones que están regidas por otros códigos.

Existen dos posiciones ante el fenómeno místico. La posición universalista o esencialista considera que la Realidad última es solo una, el Noumenon, y que cada tradición la capta o configura según sus categorías. Aquí están los partidarios de la Filosofia perennis, según la cual todas las tradiciones son subtradiciones de la única Tradición: el proceso de apertura del ser humano hacia el Absoluto. Y la posición particularista o constructivista, que considera que la Realidad es inconmensurablemente diversa y que es configurada por las categorías que se tienen para percibirla. Esta posición no concibe que haya una esencia tras la forma. En la forma está la misma esencia y en ello radica la definitividad de las diferencias. Sea como fuere, lo que los escritos de los místicos dan a comprender es que tanto la esencia como las formas están transidas de una «Presencia-Vacío» que, cuando se capta, cambia la manera de vivir en el mundo. La aparente evidencia de los sentidos y de la razón retrocede ante el Fondo que los sostiene y uno mismo se descubre formando parte de él. Entonces el yo queda relativizado así como todas sus pretensiones. Las cosas dejan de ser capturadas para disponerse a ser recibidas. Solo recibiéndolas se puede percibir que toda la realidad se nos da en cada cosa.

Recurrir a textos como los que aquí se presentan supone estar dispuesto a perderse. A perderse en ese Fondo que enuncian. Sin tal pérdida no se accede al lugar a donde apuntan. Ese lugar es un «No-lugar», porque allí los referentes se desvanecen. Con frecuencia, solo la poesía es capaz de acercarse a tales regiones. Por ello abundan los textos místicos vertidos en poemas. No podría ser de otro modo. El poema está en el límite del lenguaje, allí donde roza lo Inefable. Cuanto mejor es un poema, más lo roza, abriéndolo, no cerrándolo.

El carácter fragmentario de la presente antología tiene ventajas e inconvenientes. La ventaja está en que ofrece un espectro variado y significativo que amplía el volumen anterior. La desventaja es que sabe a poco lo que se ofrece de cada autor. Por ello remitimos al final de la obra donde hallarán referencias bibliográficas quienes quieran seguir profundizando.

Como el volumen anterior, la mayoría de estos textos están tomados de «El Rincón de la Mística», apartado que sigue publicándose mensualmente en la revista El Ciervo. Agradecemos a sus editores que nos hayan permitido retomarlos y presentarlos, ampliados y enriquecidos, en el presente volumen. Como en el primero, el orden de presentación que se ha seguido es el cronológico.

Upanishads

Comenzamos con unos fragmentos de la tradición india, venerando así la altura de unas cumbres y la profundidad de unos valles donde habitaron aquellos ascetas del Absoluto que se convirtieron en videntes. Las Upanishads se consideran los últimos textos sagrados (Shruti) del hinduismo, constituyendo el Vedânta, «el final de los Vedas». Las Upanishads más importantes son dieciocho, aunque hay más de doscientas. Las ediciones más corrientes no suelen ofrecer más de cinco. Se sitúan entre los siglos viii y vi a. de C., y responden a una cierta reacción frente al brahmanismo ritualizado y anquilosado del momento. Literalmente significan «estar sentado junto a», dando a entender que es una enseñanza que se transmite oralmente de maestro a discípulo. Fuera de esta relación no se puede comprender su contenido. La sabiduría (prajña) que contienen solo puede ser captada desde un estado de conciencia purificado y unificado, asociado al conocimiento del «tercer ojo». El «primer ojo» se sitúa en el mundo de los sentidos; ya es noble y ardua tarea el mantenerlo abierto y despierto. El «segundo ojo» es el de la mente, llamado también a ser lúcido y atento. El «tercer ojo» es el de la contemplación o intuición mística, que deviene conocimiento experiencial (anubhava) y visión integral de las partes en el Todo y del Todo en cada una de sus partes, y en el que trascendencia (Brahman) e inmanencia (âtman) se unifican en un estado no-dual (advaita).

Pregunta del discípulo: ¿Quién dirige a la mente para ir tras sus objetos? ¿Quién ordena a la vida seguir su camino? ¿Quién nos mueve a expresarnos en palabras? ¿Qué espíritu rige los ojos y los oídos?

Respuesta del maestro: Es el Oído del oído, la Mente de la mente, la Palabra de la palabra, la Vida de la vida. Por eso el sabio elimina la identificación, abandona este mundo y se hace inmortal.

Allí no llega el oído ni la palabra ni el pensamiento. No conocemos nada sobre aquello y no vemos ningún método para enseñarlo.

Aquello es distinto de lo conocido y está más allá de lo desconocido. Esto es lo que escuchamos a los antiguos maestros (rishis) que nos lo explicaron.

Lo que no puede expresarse en palabras y sin embargo es por lo que las palabras se expresan, eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.

Lo que no se puede pensar con el pensamiento y sin embargo es por lo que el pensamiento piensa, eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.

Lo que no se puede ver con los ojos y sin embargo es por lo que los ojos ven, eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.

Lo que no se puede oír con el oído y sin embargo es por lo que el oído oye, eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.

Lo que no se puede respirar con el aliento de la vida y, sin embargo, es por lo que ese aliento respira, eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran. (Kena Upanishad)

Este es mi espíritu (âtman) dentro del corazón, más pequeño que un grano de arroz, de cebada o de mostaza, más pequeño que un brote de mijo. Este es mi espíritu dentro del corazón, más grande que la tierra, más grande que la atmósfera, más grande que el cielo, más grande que estos mundos. Contiene todas las acciones, todos los deseos, todos los olores, todos los sabores, abarca todo esto. Mi espíritu dentro del corazón carece de palabras, es indiferente. Cuando parta de aquí, entraré en él. (Chândogya Upanishad)

¿Qué es el âtman? Es la conciencia que, en medio del respirar de la vida, ilumina a la persona desde el corazón. (Brihadâranyaka Upanishad)

Lo Supremo es difícil de ver; está adentrado en lo oculto, en un lugar antiguo y secreto (el corazón); el sabio solo lo alcanza meditando sobre él, dejando atrás alegría y dolor. (Katha Upanishad)

Del tamaño de un pulgar es purusha («Persona primordial»), el espíritu interior, siempre asentado en el corazón de los hombres. (Katha Upanishad)

Más pequeño que lo pequeño, más grande que lo grande, es el espíritu ubicado en lo más oculto del hombre. (Katha Upanishad)

Purusha de la medida de un pulgar está en el espíritu, permaneciendo siempre en el corazón de los hombres. Él es el señor del conocimiento enmarcado por el corazón y la mente. Los que llegan a conocer esto alcanzan la inmortalidad. (Svetâshvatara Upanishad)

Zhuang Zi

El Maestro Zhuang es, junto a Lao Zi (Maestro Lao) la figura más emblemática del taoísmo. Al igual que este, su nombre evoca a un sabio legendario que vivió un siglo después, hacia el siglo iv anterior a nuestra era. Los escritos que se le atribuyen son de autoría discutida. Pero como en el caso del Tao Te King de Lao Zi, están agrupados bajo su nombre porque pertenecen a la misma escuela y al mismo linaje espiritual. La diferencia de los escritos de Zhuang Zi respecto a los poemas de Lao Zi es que estos son abstractos y esenciales, mientras que los de Zhuang Zi son más plásticos y ricos en narratividad y anécdotas. Con frecuencia, el opositor de los diálogos es Confucio (latinización de Kong Zi). De este modo queda clara la polémica y controversia que existía entre el énfasis ético de los confucionistas y el acento místico de los taoístas. Frente al imperativo de la acción, se propone la doctrina de la «no-acción» (wu-wei) o, mejor traducido, la «actuación en el vacío». La clave del taoísmo es la espontaneidad, el fluir con los acontecimientos sin oponerse a ellos sino aprendiendo de ellos. Si el espacio natural del confucionismo es la ciudad, el del taoísmo es la naturaleza. Englobando todos los fenómenos y a la vez estando presente en cada uno de ellos y trascendiéndolos, el sabio (shengren) sabe captar el Tao, la fuerza-presencia que los origina y los sostiene.

Has de ayunar, dominar tu mente, purificar tu espíritu, despojarte de tu saber. ¡El Tao es un gran misterio del que no es fácil hablar! Solo te daré una somera idea: lo brillante nace de la oscuridad; lo que tiene forma nace de lo que no la tiene; el espíritu nace del Tao. Las formas materiales nacen de la esencia sutil, y los millones de seres se engendran nuevamente según sus diferentes formas.

Cuando el Tao viene, no hay señal de su venida; y cuando se va, no trasciende ningún límite. No tiene puertas ni aposentos; se extiende por los cuatro lados, y todo lo penetra en su inmensidad. Quien siga el Tao verá que robustecen sus miembros, su pensamiento se hará penetrante, agudos sus sentidos; usará de su mente sin fatigarse, y no hallará estorbo cuando trate de acomodarse a los seres. El Cielo no puede menos que ser alto, la Tierra no puede menos que ser ancha, el sol y la luna no pueden menos que moverse, el millón de seres no puede menos que prosperar. ¡Ese es el Tao!

La mucha erudición no es por fuerza verdadero saber, ni forzosamente inteligente el que sabe disputar. El sabio ha roto con todo eso. Por mucho que le añadas, no verás que aumente; ni verás que disminuya por mucho que le quites. Es lo que el sabio ha de conservar. Insondable como el mar, imponente como una montaña, cuando acaba torna a comenzar. Mueve según medida a todos los seres, sin que nada le falte.

Rectifica tu cuerpo, unifica tu visión, y la armonía del cielo vendrá a ti. Ahorra tu inteligencia, unifica tu juicio y el espíritu permanecerá fijo en ti. La virtud se te mostrará en toda su belleza y el Tao establecerá en ti su morada. Que tus pupilas se asemejen a las del ternerillo recién nacido, y no te afanes en averiguar la ocasión de cuanto acaece.

¿Acaso no habéis oído hablar de una rana que vivía en su pequeño pozo? Hablando con una tortuga gigante del mar oriental le dijo:

—¡Qué grande es mi contento! Puedo salir y dar saltos en el brocal, y vuelvo a entrar y descanso en los ladrillos rotos de la pared. Cuando me meto en el agua, el agua me hace flotar por los sobacos y sostiene mi mentón; y cuando caigo del todo, mis patas solo se hunden hasta el empeine. Yo soy la sola dueña de esta porción de agua y conozco todos los rincones del pozo. ¿Por qué no entras un momento para verlo?

La tortuga no había aún acabado de introducir su pata izquierda en el pozo cuando notó que se le había atascado la derecha. Retrocedió entonces y le habló del mar a la rana:

—Mil leguas no bastarían para significar cuán inmenso es, ni otras mil para medir su profundidad. En tiempos de Yu, nueve de cada diez años hubo inundaciones, sin que por ello subiera el nivel de sus aguas, y en tiempos de Tang, siete de cada ocho años hubo sequía, y no por ello retrocedieron las costas. El hecho de no cambiar porque el tiempo sea largo o corto, o aumentar o mermar porque la lluvia sea mucha o sea poca, ello es lo que hace inmensamente feliz al mar oriental.

Después de haber oído esto, la rana del pozo se llenó de espanto y quedó confusa y abatida.

Cuando vuestro entendimiento no alcanza a comprender los límites del «es-no es», querer examinar las razones de Zhuang Zi es como pretender que la rana comprenda la extensión del mar oriental.

Dongguo Zi preguntó a Zhuang Zi:

—¿Dónde está lo que nombran Tao?

—No hay lugar donde no esté —respondió Zhuang Zi.

—Dime un lugar —insistió Dongguo Zi.

—En una hormiga —dijo Zhuang Zi.

—¿Cómo en una cosa tan baja?

—Pues también en una yerbecilla.

—¿En cosa más baja aún?

—En una teja.

—¿Cómo en una cosa cada vez más baja?

—Incluso hasta en las heces y en la orina.

Dongguo Zi ya no preguntó nada más.

—No es necesario tener mayores evidencias, pues el Tao no se aleja de las cosas. Así es el Tao supremo —concluyó Zhuang Zi.

Platón