Tabla de contenido

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ARRULLOS Y CURRULAOS

MATERIAL PARA ABORDAR EL ESTUDIO DE LA MÚSICA

TRADICIONAL DEL PACÍFICO SUR COLOMBIANO

 

 

TOMO I

 

 

JUAN SEBASTIÁN OCHOA

LEONOR CONVERS

OSCAR HERNÁNDEZ

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Colección libros de investigación
Vicerrectoría de investigación

 

 

Reservados todos los derechos

© Pontificia Universidad Javeriana
© Juan Sebastián Ochoa
Leonor Convers
Oscar Hernández

 

Primera edición: Bogotá, D. C., febrero del 2015

ISBN: 978-958-716-733-7

Número de ejemplares: 600

Hecho en colombia

Made in colombia

 

Encuentre el material audiovisual citado en el libro en: http://arrullosycurrulaos.tumblr.com/

 

Editorial Pontificia Universidad Javeriana
Carrera 7
a. núm. 37-25 oficina 1301
Edificio Lutaima
Teléfono: 3208320 ext.4752
www.javeriana.edu.co/editorial

 

 

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Corrección ortotipográfica:

Lorena Iglesias

Diagramación y montaje de cubierta:

Isabel Sandoval

Diseño de colección:

Magdalena Monsalve

Ilustraciones:

Carlos Rojas

Impresión:

Javegraf

Desarrollo epub:

Lapiz Blanco S.A.S.

 

Ochoa Escobar, Juan Sebastián

Arrullos y currulaos : material para abordar el estudio de la música tradicional del Pacífico sur Colombiano / Juan Sebastián Ochoa, Leonor Convers y Oscar Hernández. -- 1a ed. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2014. -- (Libros de investigación (Editorial Pontificia Universidad Javeriana)).

2 v. : ilustraciones, mapas, música y tablas ; 24 cm.

Incluye referencias bibliográficas.

ISBN: 978-958-716-733-7 (obra completa)

1. MÚSICA FOLCLÓRICA COLOMBIANA - REGIÓN PACÍFICA (COLOMBIA). 2. MÚSICA POPULAR COLOMBIANA - REGIÓN PACÍFICA (COLOMBIA). 3. CANCIONES FOLCLÓRICAS COLOMBIANAS - REGIÓN PACÍFICA (COLOMBIA). 4. REGIÓN PACÍFICA (COLOMBIA) - VIDA SOCIAL Y COSTUMBRES. I. Convers Guevara, Leonor Eugenia. II. Hernández Salgar, Oscar Andrés. III. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Artes.

CDD 784.498615 ed. 19

Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, SJ. dff Diciembre 09 / 2014

 

Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

AGRADECIMIENTOS

 

Son muchos quienes contribuyeron a la realización de este material y a todos les agradecemos sinceramente. En especial, a Tito Medina por su apoyo, colaboración, pasión y dedicación para servirnos de puente con el maestro Gualajo y su grupo: Pacho, Jáyer, Víctor, Ezequiel, Juan Carlos y Daniel; a las cantadoras Benigna y Lísida Solís y Kelly Pedraza; a las cantadoras del Grupo Los Hijos del Pacífico, Luz Stella y Margadila Sánchez y Deyanira Montaño, así como a su director Óscar Montaño por sus voces y su generosidad; al músico guapireño Ferney “La Wey” Segura por todas sus enseñanzas; a Karina Clavijo por el esfuerzo que hizo para reunir al maestro Gualajo y a Papá Roncón y hacer con ellos un intercambio musical colombo-ecuatoriano; a la Editorial Pontificia Universidad Javeriana por su continuo apoyo y entusiasmo con el proyecto; a Eduardo Restrepo por sus aportes y comentarios al manuscrito; y a la Vicerrectoría Académica por su apoyo para la realización de esta investigación.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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INTRODUCCIÓN

 

 

Entendernos como seres humanos en Colombia y como Colombianos en el mundo requiere

sustentarnos en los procesos que nos antecedieron y que, por lo tanto, de alguna manera nos

 condicionan. Buscar entonces nuestras raíces, nuestro pasado, y tratar de hacerlos propios, es

 una obligación, más que un asunto de simple curiosidad científica. (Bernal 1996, 4)

 

 

Este trabajo es la continuación de una idea que comenzó con el libro Gaiteros y tamboleros: material para abordar el estudio de la música de gaitas de San Jacinto, Bolívar (Colombia), publicado por la Editorial Pontificia Universidad Javeriana en octubre de 2007. Con aquella publicación comenzamos el sueño de crear materiales para aprender a interpretar diferentes músicas tradicionales de las costas colombianas, y establecimos nexos entre las formas tradicionales y formas académicas de enseñanza-aprendizaje. Con este nuevo trabajo, entendido como un segundo volumen, presentamos un material para aprender a interpretar la música tradicional de las comunidades afrodescendientes del Pacífico sur colombiano. Nuestro principal objetivo es ayudar a divulgar y difundir esta música tradicional con el ánimo de crear memoria y promover procesos de visibilización de esta cultura, en particular a través de su música. Además, esperamos establecer vasos comunicantes entre las formas académicas y no académicas de pensar, concebir, sentir, transmitir y hacer música.

En este trabajo abordamos en profundidad la música tradicional del litoral pacífico sur colombiano, de Buenaventura hasta Tumaco, aproximadamente. No estudiamos la zona costera norte del Ecuador (Esmeraldas) aunque algunas veces nos referimos a ella. Cuando planteamos la investigación pensamos que las menciones a Ecuador iban a ser muy marginales, pero en el transcurso de esta, uno de los investigadores (Ochoa) tuvo la oportunidad de viajar dos veces al país vecino para hacer conciertos e intercambiar información con músicos esmeraldeños, por lo cual pudimos dedicar al menos un apartado a los aspectos básicos de esta práctica musical en Ecuador1. Fue especialmente enriquecedor conocer a los maestros Papá Roncón y Lindberg Valencia, y compartir con ellos su música y sus experiencias. Esta posibilidad de apreciar de primera mano la “música de marimba” en Ecuador se hizo realidad gracias a la gestión y el interés de Karina Clavijo (cantante ecuatoriana radicada en Bogotá por esos años), a quien le debemos la idea de unir a los dos grandes maestros de la marimba en Colombia y Ecuador —los maestros Gualajo y Papá Roncón— para realizar una serie de conciertos en ambos países e invitarnos a participar en ese proyecto. Por este motivo, incluimos aquí más información sobre el estilo ecuatoriano de la que habíamos previsto inicialmente, sin que esto signifique que hayamos hecho una investigación profunda sobre el tema. Esa tarea aún está por hacer. Sin embargo, estamos seguros de que las similitudes entre el estilo colombiano y el ecuatoriano son tantas que el presente material también será útil para el estudio de esta música en Ecuador.

En este trabajo abordamos dos grandes contextos en los que se interpreta la música tradicional del Pacífico sur colombiano: el arrullo y el currulao (o baile de currulao). El arrullo es ese acontecimiento en el que la gente se reúne a adorar a los santos por medio de la música. Acompañados de bombos, cununos y guasás, y con la imprescindible presencia de varias cantadoras, en el arrullo se interpretan mayo- ritariamente jugas y bundes de adoración. El otro contexto, el currulao o baile de currulao (también llamado baile de marimba), es una reunión festiva, que muchas veces le sigue al arrullo: una vez se termina la adoración, sigue la fiesta. En el baile de currulao se encuentran entonces los mismos instrumentos del arrullo, con la posible adición de la marimba y las voces masculinas solistas. Estos últimos instrumentos son indispensables para la interpretación de currulaos, también llamados bambucos viejos. Así, en el contexto del currulao también se entonan jugas y bundes (que pueden no ser de adoración), además de currulaos y otros géneros festivos como el torbellino, la juga grande y la rumba. Por lo anterior, el presente material incluye los géneros bunde, juga, currulao, torbellino, juga grande y rumba2.

Otras situaciones en las que se produce música en el Pacífico sur colombiano están relacionadas con los velorios de niño o adulto y con los cantos para bogar y para mecer a los niños. Los nombres que toman estas manifestaciones son, respectivamente: alabao, bunde, canto de boga y canto de cuna. Por esta razón, incluimos un ejemplo de cada uno, solo a manera de referencia, porque no realizamos un trabajo específico de análisis o propuesta metodológica sobre ellos.

Como mencionamos en Gaiteros y tamboleros, si bien este material puede constituirse en una buena primera aproximación a esta música, de ninguna manera remplaza la experiencia directa de estar con los maestros de la tradición musical del Pacífico, verlos tocar, compartir con ellos, asistir a los festivales y presenciar arrullos y currulaos. Más bien, este material funciona como un intermediario a partir de una interpretación de los autores, y aunque tiene la ventaja de organizar la información, será siempre pobre comparado con la experiencia directa, el contacto directo con esta música y sus protagonistas. De la misma forma en que se da el acercamiento a cualquier otra música, no se puede aprender su lenguaje sin escucharla a diario, sin familiarizarse con su sonido, sus giros melódicos, su intención rítmica y sus particularidades en general, a través de una exposición intensa y prolongada. En pocas palabras, es indispensable escucharla, tocarla y vivirla mucho y todos los días. Este material se propone como un apoyo en dicha tarea; que sea útil, sin embargo, depende del estudiante.

Para escoger el grupo musical para trabajar en este proyecto, buscamos al marimbero más reconocido en esta tradición. Por esto, contactamos al maestro José Antonio Torres, más conocido como Gualajo, y lo convocamos junto con su grupo en el proceso de creación. Tanto el maestro Gualajo como su grupo han recibido numerosos premios y distinciones, entre los que se destacan el premio a mejor marimbero y a mejor agrupación en varias ediciones del Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez, que se realiza en la ciudad de Cali desde 1997 (ver Anexos).

Gualajo hace parte de la familia más reconocida del Pacífico sur por interpretar esta tradición musical; la trayectoria e importancia de los Torres en Guapi ha sido reconocida y documentada desde hace ya varias décadas3. El abuelo de Gualajo, el señor Leonte Torres, figura como el primer ícono musical del que se tenga memoria en Guapi. Por su parte, el papá de Gualajo, don José Torres, fue también un reconocido intérprete de la marimba y fabricante de instrumentos tradicionales4. De los hijos músicos de don José Torres, Gualajo fue quien se dio a conocer más allá del ámbito local de su Guapi natal, en un recorrido que comenzó por Buenaventura, siguió por Cali y posteriormente lo llevó a diferentes partes del mundo para mostrar esta tradición musical. Sin embargo, en Guapi permanecen sus hermanos Genaro y Francisco “Pacho” Torres: el primero, un gran intérprete de la marimba, y el segundo, un eximio bombero (intérprete del bombo).

Por todo esto, contar con el maestro Gualajo y su grupo como fuentes y copartícipes de este trabajo resulta para nosotros no solo un honor, sino una oportunidad única de dejar memoria y visibilizar al maestro, su música y sus músicos, en otros contextos.

En la Constitución de 1886 se hacía explícita la utopía nacionalista de tener “un dios, una raza y una lengua” (Arocha 1998, 344). Y aunque la nueva Constitución está más a tono con el espíritu del multiculturalismo, en la práctica persiste de manera explícita la exclusión de algunas músicas, especialmente aquellas que no han querido o no han podido “modernizarse” lo suficiente como para integrarse a los circuitos comerciales, la radiodifusión y la industria discográfica. Intentamos aquí valorar estas músicas y, por medio de su práctica y comprensión, tratamos de hacerlas nuestras. Con ello queremos ayudar a crear lazos entre los diferentes grupos humanos que conforman la nación colombiana, así como a comprender y valorar la utilidad de las diferencias culturales. La idea subyacente es que mientras más nos conozcamos, más nos respetemos —esa es nuestra esperanza—.

 

En qué consiste el material

Junto con los libros, el lector encontrará un material de audio y uno de video (incluidos en la página arrullosycurrulaos.tumblr.com). Este último permite observar la técnica de ejecución de los instrumentos. El libro se ha dividido en dos partes para facilitar el manejo del material que está directamente relacionado con audio y video.La primera parte, que el lector tiene en sus manos, contiene esta introducción y dos capítulos. El primero, “Contexto”, presenta una descripción histórica y social de la región del Pacífico sur colombiano y de su música tradicional. El segundo, “Análisis de los géneros”, presenta las características básicas de esta música. Recomendamos leer detenidamente estos dos capítulos antes de abordar el trabajo práctico.

En los “Preliminares” de la segunda parte se explican los criterios de producción y grabación del material de audio y video que aparece en la página arrullosycurrulaos. tumblr.com. En “Orientaciones técnicas y ejercicios preliminares”, se presenta un primer acercamiento a la interpretación de los diferentes instrumentos del conjunto tradicional. El cuarto capítulo, “Orientaciones metodológicas”, es una propuesta metodológica para abordar el material didáctico que se ofrece en el los archivos de audio y video de la página, y remite también a los análisis y las transcripciones de melodías, patrones básicos y variaciones de cada género estudiado. La segunda parte concluye con un “Apéndice”, en el cual se encuentran las transcripciones de todas las canciones incluidas en el material, todas las bases y variaciones de los diferentes instrumentos, discografía y bibliografía recomendadas, las pistas de los audios y videos y la reseña del maestro Gualajo y su grupo.

Este material está dirigido a todo aquel que esté interesado en conocer sobre la cultura afro del Pacífico sur colombiano, pero sobre todo para aquellos interesados en interpretar su música a través de bombos, cununos, guasás, marimba y el infaltable canto. Si bien tomamos como fuente base de trabajo al grupo Gualajo, la información aquí recopilada en los ejercicios, bases y variaciones, incluye también otras formas de tocar esta música, las cuales aprendimos de diferentes grabaciones, talleres y festivales a los que asistimos. Por ello, este material no debe concebirse únicamente como una muestra de la versión guapireña de interpretar esta música, sino que en cierta medida es inclusivo y representativo de la forma de interpretarse en el Pacífico sur colombiano en general.

Capítulo 1
CONTEXTOS. HERRAMIENTAS PARA APROXIMARSE 
AL PACÍFICO SUR COLOMBIANO

 

Delimitación y características generales

 

Colombia ha sido usualmente comprendida a partir de su división en cinco regiones: Andina, Atlántica, Llanos Orientales, Amazonia y Pacífica. La región del Pacífico abarca el territorio comprendido entre el océano Pacífico y la vertiente occidental de la cordillera Occidental de los Andes, y limita al norte con la provincia del Darién (Panamá) y al sur con la provincia de Esmeraldas (Ecuador). Pertenecen a esta región el departamento del Chocó, el límite noroccidental de Antioquia y las franjas occidentales de los departamentos del Valle del Cauca, Cauca y Nariño.

Toda esta región se caracteriza por su clima húmedo y cálido, por ser la parte más lluviosa de América (con promedios anuales que van desde 3.000 hasta 10.000 m3), por presentar humedad relativa casi siempre por encima del 90% y por ser un área de bosque tropical húmedo (West 2000, 33)5. Cientos de ríos atraviesan las faldas de las montañas en dirección al mar. La gran mayoría baja de la cordillera Occidental hacia el océano Pacífico, como ocurre con los ríos San Juan, Baudó, Patía y Guapi, entre otros. Sin embargo, el río Atrato —el más extenso del Chocó— nace cerca de Quibdó y desemboca en el océano Atlántico.

En las zonas costeras del océano Pacífico, el cambio en las mareas constituye un factor determinante para el modo de vida, puesto que se presentan fluctuaciones de hasta 4 y 5 metros cada 12 horas. Cuando sube la marea, se inundan grandes extensiones de tierra y dan pie a un tipo de vegetación conocida como manglar —de vital importancia para el sur del Pacífico6—. La marea alta también permite la navegación en potrillo (como se le llama a la canoa en la región) por los esteros, que son terrenos pantanosos que se vuelven navegables a ciertas horas del día por acción de las mareas.

Las dificultades climáticas, la espesa vegetación y la fuerte barrera que implica la cordillera Occidental hacen del Pacífico una región de difícil acceso desde el interior del país. La parte costera, que abarca 1300 km, se encuentra comunicada con el interior andino solo por dos carreteras: la carretera Tumaco-Pasto y la carretera Cali-Buenaventura7. El agua se convierte así en la principal vía de transporte, bien sea desde el mar, siguiendo el curso de los ríos, o por los esteros. La población ha sufrido un proceso de mestizaje mucho menor que el del resto del país (Wade 1997, 143). Aproximadamente un 90% de la población es negra y el 10% restante corresponde a indígenas, mulatos y algunos blancos. Esta distinción está directamente asociada con el proceso de esclavitud que se llevó a cabo en los siglos XVII, XVIII y primera mitad del XIX, y que terminó definitivamente en 1851. El proceso esclavista a partir de la importación de esclavos negros, sumado a la fuerte división física que genera la cordillera Occidental, ha contribuido a una diferenciación cultural que caracteriza a la región con respecto al resto del país.

En los programas de educación básica se suele presentar al litoral pacífico8 como una región homogénea. Sin embargo, a partir de la década del setenta, desde diferentes campos del conocimiento, se han tenido en cuenta diferencias geográficas y culturales que permiten dividirla al menos en dos grandes subregiones: Pacífico norte y Pacífico sur (Portaccio 1995, 303; Almario y Jiménez 2004, 67, 75; West 2000)9. Al Pacífico norte corresponden el departamento del Chocó y la pequeña franja noroccidental de Antioquia. Esta zona se caracteriza por ser rocosa y montañosa, y por presentar uno de los mayores índices de precipitación del mundo. Como extremo sur de esta subregión se suele mencionar el río Calima, aunque algunas veces aparece referido cabo Corrientes (un poco más al norte) como límite divisorio. Al Pacífico sur corresponden las franjas costeras de los departamentos del Valle del Cauca, Cauca y Nariño. Se caracteriza por ser una costa aluvial baja, de suelos inestables y grandes extensiones de manglar. Presenta un alto nivel de precipitaciones, pero en menor medida que el Pacífico norte (West 2000). A esta región también se le conoce como Andén Pacífico, y su extensión de 483 km cuadrados va desde el río Calima al norte, hasta los ríos Mira y Mataje al sur —límites con Ecuador—.

La división entre Pacífico norte y Pacífico sur se hace no solo por las diferencias geográficas sino, principalmente, por las diferencias culturales. Entre ellas, cabe destacar la diferencia dialectal (De Granda 1977) y, sobre todo, la diferencia en las manifestaciones musicales. En el Pacífico norte aparece como principal manifestación musical el conjunto de chirimía, conformado por uno o dos clarinetes, bombardino, redoblante, platillos y bombo10. Este conjunto está influenciado fuertemente por elementos europeos, visibles en la interpretación de mazurkas, polkas, contradanzas y jotas, y por la música de la región Caribe colombiana, principalmente la de bandas pelayeras. De hecho, el formato de chirimía se puede pensar como una banda pelayera reducida. En el Pacífico sur el conjunto que predomina es el de marimba, en el cual se centra el presente trabajo.

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Figura 1. Mapa del Pacífico y sus subregiones

 

Los principales centros poblacionales del Pacífico sur son Guapi, Tumaco y Buenaventura. Los dos últimos son los únicos puertos marítimos de la región. La única universidad es la Universidad del Pacífico, con sede en Buenaventura. Según el último censo del DANE (2005), la población en el litoral pacífico sur es de 694.076 personas, de las cuales el 62,2% están ubicadas en cabeceras (cascos urbanos)11. Además de Guapi, Tumaco y Buenaventura, otros centros poblacionales importantes son Iscuandé, Timbiquí, Salahonda, Barbacoas y El Charco, entre otros. Las personas que no viven en estos centros suelen tener una forma de poblamiento de carácter rural, disperso a lo largo de los ríos (Whitten 1992).

 

 

Historia del Pacífico sur colombiano12

 

 

“Noel, un marfileño que tiene ese nombre por haber nacido un 24 de diciembre,

 contaba: Cuando los blancos llegaron aquí nosotros teníamos la tierra y ellos

 tenían la Biblia, ellos se pusieron a rezar y nosotros cerramos los ojos y cuando los

 abrimos ellos tenían la tierra y nosotros la Biblia’”. (Buenaventura 1995)

 

 

Son muy pocos los trabajos sobre los grupos prehispánicos que ocupaban el Pacífico sur del país. A grandes rasgos, se habla de la cultura Tumaco-Tolita como la más importante, aunque esta cultura desapareció mucho antes de la llegada de los españoles al continente13. La historia, entonces, suele ser presentada a partir de los primeros intentos de conquista del Pacífico por parte de los españoles.

Presentaremos aquí una periodización de la historia del Pacífico colombiano, enfocada principalmente en el Pacífico sur y dividida en cuatro secciones:

 

1. Conquista y esclavitud: desde las primeras incursiones de los españoles a la región hasta la abolición oficial de la esclavitud en 1851.

2. Formación de la sociedad de “libres”: de 1851 hasta 1914, fecha de la construcción del canal de Panamá.

3. Modernización y desruralización: de 1914 hasta 1991, fecha en la cual entra en vigencia la nueva Constitución colombiana.

4. La nueva Constitución: de 1991 hasta la fecha

Conquista y esclavitud(1525-1851)14

Los primeros intentos de conquista en el Pacífico sur comenzaron a mediados de 1525 bajo el mando de Diego de Almagro, con el descubrimiento del río San Juan del Micay, uno de los ríos más importantes del departamento del Cauca. Sin embargo, la posesión de las tierras les tomó a los españoles mucho más tiempo de lo previsto, en parte por la insalubridad del territorio, las duras condiciones climáticas, la espesa vegetación y por el encuentro con pueblos indígenas que estaban dispuestos a defender su territorio a toda costa. Así, la conquista del Pacífico tuvo que esperar hasta el siglo XVII: los grupos indígenas de la región del Chocó pudieron ser reducidos y dominados solo hasta 1668. En el Pacífico sur la conquista se remonta hacia 1630 con las campañas del conquistador Francisco de Prado y Zúñiga (Colmenares 1999, 337-339).

Acerca de los grupos indígenas que habitaban la zona se encuentran diversas informaciones: los pueblos emberá y waunana (o noanamá) (Escobar 1999, 208), habitaban en el Pacífico norte; y “varias tribus chibchas, que entre otros incluyen los cayapa, coaiquer15, sindagua y chupa”, en el Pacífico sur (West 2000, 142). Según Cerón (1986, 213), los españoles en sus crónicas se refieren principalmente a cuatro grupos: sindaguas, barbacoas, telembíes e iscuandés, aunque aclara que no se establecen diferencias entre ellos. Los españoles les dieron a estos grupos el nombre genérico de indios de la provincia de las Barbacoas (Cerón 1986, 213). Lo que sí es claro es que, aunque varios grupos indígenas habitaban la región, estos no constituían una cultura compleja; más bien se trataba de pequeños grupos, con poco contacto entre ellos, concentrados en la parte andina, mientras que las llanuras bajas de selva pluvial se encontraban casi despobladas (Cerón 1986, 209).

La conquista del Pacífico, aunque se hacía muy difícil, tenía unas motivaciones claras para los españoles. Desde las primeras incursiones se menciona la gran riqueza en oro que representaban sus ríos. Por lo tanto, acceder a los territorios del Pacífico para poder implantar la minería de oro se volvió un asunto prioritario para la Corona española. Para ello, las incursiones se organizaban en su mayoría desde Popayán, que era el principal centro administrativo, económico, religioso y político del Nuevo Reino de Granada. Después de numerosos intentos, a comienzos del siglo XVII se pudo someter a los indios de la provincia de las Barbacoas, y hacia 1620 se inició la explotación minera en las márgenes del río Telembí (Colmenares 1999a, 287). Dicha explotación comenzó utilizando mano de obra indígena, pero pronto los trabajadores empezaron a escasear debido a las arduas tareas a las que eran sometidos y a las enfermedades que adquirieron tras el contacto con los españoles. Por estos y otros motivos se vio la necesidad de importar esclavos negros desde África.

Los primeros esclavos comenzaron a llegar a la región a partir de 1640. Provenían de la costa occidental de África, principalmente de costa de Oro, el golfo de Benín, el golfo de Biáfara y el África central. Entre los esclavizados se cuentan congos, carabalíes, akán, minas, ararás, mandingas y engolas (Colmenares 1999b; Friedemann y Arocha 1986; Maya 1998). Al respecto, Jaime Arocha presenta una tabla donde se resume la importación de esclavos en el litoral pacífico entre 1640 y 1710 (Arocha 1998, 349):

 

Tabla 1. Importación de esclavos en el litoral pacífico entre 1640 y 1710

Período y régimen
de la trata
Tratantes Afiliación étnica mayorista Labor desempeñada Región de destino Forma de resistencia
1640-1703,
Asiento*
Holandeses Akán, Yoruba,
Fanti, Ewe-Fon,
Ibo
Agricultura,
minería del oro
Valle del Cauca,
Litoral pacífico
Cimarronaje armado,
Automanumisión
1704-1713,
Asiento
Franceses Ewe-Fon,
Yoruba,
Fanti
Agricultura,
minería del oro
Valle del Cauca,
Litoral pacífico
Cimarronaje armado,
Automanumisión
1713-1740,
Asiento
Ingleses Akán,
Ewe,
Ibo
Agricultura,
minería del oro
Valle del Cauca,
Litoral pacífico
Automanumisión
1740-1810,
Contrabando,
asiento, comercio
libre
Ingleses,
españoles
Akán,
Ewe,
Ashanti,
Kongo
Minería del oro Litoral pacífico Automanumisión

* Asientos: “Contratos monopolísticos que la Cotona española firmaba con empresarios privados de diferentes países, de acuerdo con factores políticos” (Atocha 1998, 350).

 

La ruta de estos esclavos para llegar al Pacífico era la siguiente: comenzaba en el sitio de captura en África; de allí los enviaban al sitio de embarque; luego atravesaban el Atlántico hasta llegar a Cartagena (principal puerto esclavista de la Colonia); después eran vendidos a traficantes de Popayán o Cali, quienes los enviaban a Honda por el río Magdalena; de allí, por el camino del Quindío, llegaban a Cartago, Cali o Popayán, para finalmente ser enviados a los diferentes centros mineros del Pacífico —Dagua, Raposo, Iscuandé, Barbacoas— (Zuluaga 1995b, 61-62; Patiño 20032004, 40). Era un viaje largo y en condiciones que solo resistían los más fuertes. Esto hacía que se encareciera la importación de esclavos hasta el Pacífico: una cosa era la importación hasta Cartagena y otra hasta enclaves mineros como Iscuandé o Barbacoas. Y aunque no hay cifras precisas al respecto, se sabe que muchos de los esclavos que llegaron al Pacífico subieron por el río Atrato, de contrabando.

Hacia 1720 la economía minera aún no había entrado en su apogeo en la región. Según Colmenares, en “1726-1730, todavía el número de esclavos en toda la región de Popayán, comprendidas las vertientes del Pacífico, no alcanzaba los cuatro mil” (1999a, 318). Pero a partir de 1730 esta cifra creció a gran ritmo, y con ello se incrementó la explotación aurífera, a tal punto que en 1740 había ya 10.000 esclavos en los lavaderos de oro. Desde ese momento y hasta 1780 fue la época de mayor auge minero en el litoral pacífico; los distritos de Barbacoas —en el sur—Nóvita y Citará —en el norte— eran los centros mineros más importantes. Sin embargo, las riquezas obtenidas con la mano de obra negra no redundaron en el bienestar de la región. Por el contrario, los traficantes payaneses casi nunca estaban en la zona minera, solo intervenían para recaudar el oro, mientras que las ganancias eran invertidas o gastadas en la ciudad de Popayán. A esto se debió el esplendor de esta ciudad en el siglo XVIII. Mientras tanto, aunque diezmados, algunos grupos indígenas fueron involucrados en el enclave minero. Fueron ellos quienes, en un principio, abastecieron de alimentos a los esclavos. Luego, poco a poco, se alejaron de los centros mineros, tratando de entrar en contacto lo menos posible con el negro africano y el blanco criollo16.

Hacia 1760 la economía minera empezó una fase descendente. Disminuyó la venta de esclavos a la vez que se redujo la producción aurífera. Según Colmenares, hacia 1780 la venta de esclavos había casi desaparecido en Popayán “lo que hace pensar que las introducciones mermaron también en las regiones mineras, por cuanto quienes internaban partidas numerosas atendían ambos mercados” (Colmenares 1999b, 62). Aquí terminó el periodo de auge de la minería en el Pacífico y lentamente comenzó el proceso de abolición de la esclavitud. Algunos esclavos lograban comprar su libertad con los ahorros obtenidos trabajando en los días de descanso, otros se fugaban, y unos más obtenían la libertad gracias a la “misericordia” de sus amos. En 1821 surgió la llamada Ley de Manumisión de Vientres, también llamada Ley de Libertad de Vientres, en la cual se estipulaba que el hijo de una esclava sería persona libre. Así, con el transcurrir de los años, y con un cambio generacional de por medio, los negros en Colombia llegaron a ser personas libres. No obstante, en 1851 se promulgó la Ley de Abolición de la Esclavitud. Aunque aparentemente se enmarcaba dentro del espíritu liberal y humanista de una nueva época republicana, esta ley no tuvo grandes consecuencias para las poblaciones negras, ya que para la época prácticamente no quedaban esclavos en la Nueva Granada. Según Almario, “en el momento de la manumisión jurídica, menos de un 10% de la población de estas provincias tenía la condición de esclava” (2003, 124). Al respecto, en 1849 salió publicado en el periódico El Neogranadino el siguiente párrafo:

 

La manumisión de los esclavos es bastante rápida, i el número de los antiguos disminuye a toda prisa, pues ya tocan el término de la vida humana. Así, dentro de pocos años no habrá esclavos, no obstante lo cual la Constitución continuaría preceptuando la manumisión de los que suponía existentes. Habrá, pues, un precepto falso en nuestro Código Fundamental, i un inciso inútil (citado en Reales 2003, 430).

 

Este proceso contó, además, con una indemnización a los propietarios por cada esclavo manumitido. Así, más que causarle un perjuicio a los esclavistas, la intención de la medida se puede entender como una estrategia de estos para poder vender algo que ya carecía de valor comercial, pues la economía minera estaba en bancarrota.

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Figura 2. Mapa de las rutas de África a Cartagena y a los otros centros mineros

Además, la Ley de Abolición de la Esclavitud y la Ley de Libertad de Vientres correspondían con las nuevas políticas de conformación de un estado-nación, en las que, en medio de las disputas por el acceso al poder, todos los actores trataban de congraciarse con los diferentes sectores de la población para obtener votos a su favor17.

Para el litoral pacífico, contrario al resto del país, la Independencia de España no significó un cambio sustancial en su historia. La única consecuencia notoria fue, tal vez, que contribuyó a acelerar el proceso de abolición de la esclavitud, proceso que de todas maneras no tardaría en suceder. Por lo demás, continuó siendo una región aislada del resto de la nación, con poco contacto con el poder central.

En cuanto a la conformación de palenques18, los datos históricos no reportan mucha información. Parece ser que, si bien desde un principio hubo fugas de esclavos, estas no tuvieron tanta importancia como en la región Caribe, pues se dieron en menor cantidad y los fugados no se agrupaban para formar pequeñas sociedades (Romero 1998, 115). El único palenque de importancia en el Pacífico sur es el célebre palenque de El Castigo, situado en el extremo occidental del Valle del Patía (Nariño). Aunque este palenque fue derrotado en 1745, la sociedad patiana actual tiene allí sus orígenes (Whitten y Friedemann 1974; Agudelo 2005; Zuluaga 1993)19.

Formación de la sociedad de “libres” (1852-1914)

Con la finalización de la esclavitud —proceso que comenzó al menos desde 1820 y se consolidó en 1852 con la puesta en vigencia de la abolición oficial— comenzó una nueva etapa para el Pacífico y sus gentes. Los enclaves mineros desaparecieron y, mientras los antiguos propietarios de esclavos se concentraron en Popayán y Cali, los esclavos liberados migraron hacia las zonas costeras siguiendo el curso de los ríos. En el Pacífico sur, cuyo principal centro minero fue Barbacoas y sus alrededores, la ruta que tomaron los migrantes descendía por el río Patía hasta las regiones costeras, donde ocuparon principalmente las partes bajas de los ríos al norte de Tumaco. En este periodo se consolidaron las nuevas poblaciones de El Charco, Guapi y Tumaco, así como se ocuparon los ríos Mira, Rosario, Chagüí, Bajo Patía y Sanquianga. Con el transcurrir del tiempo las migraciones se extendieron al norte hasta Buenaventura y al sur hasta la población de Esmeraldas, al norte de Ecuador (Almario 2003; West 2000; De Granda 1977; Motta 1990; Aristizábal 1998; Whitten y Friedemann 1974; Martínez 2005; y Price 1954).

Estos movimientos poblacionales generaron una competencia por la ocupación del territorio entre los grupos indígenas y los negros libertos. Poco a poco, los indígenas fueron cediendo terreno y se replegaron en las colinas, en las partes altas de los ríos, mientras que los negros en su mayoría se establecieron en las partes bajas (Friedemann 1974a; Cerón 1992; Whitten 1992)20. De manera particular, en el Pacífico colombiano ha habido un nivel muy bajo de mestizaje comparado con el resto del país. Los grupos negros y los indígenas se han mantenido bastante diferenciados. Si bien la evidencia antropológica muestra importantes influencias culturales de unos grupos sobre los otros, encontradas en prácticas comunes de extracción minera, de construcción de viviendas, de pesca, curativas, uso de caminos informales o arrastraderos, e incluso en el uso de la marimba como instrumento, negros e indígenas han preferido ocupar lugares diferenciados y en general han evitado conscientemente el mestizaje (Friedemann 1974b; Arocha 2004; Córdoba 1998; Yacup 1990; Almario y Jiménez 2004; West 2000). Históricamente, ambos grupos hicieron parte del enclave minero y tuvieron allí un punto de encuentro, pero al desaparecer la esclavitud las relaciones cambiaron. Por su parte, los pocos blancos que habitaron la zona también se mantuvieron diferenciados y también evitaron la mezcla racial21.

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Figura 3. Ruta migratoria22

Con la reducción de los grupos indígenas y su repliegue hacia las partes altas de los ríos y con una escasa población blanca que se mantuvo en la región, los negros comenzaron lentamente a ocupar las partes bajas del sur del litoral para convertirlas en su territorio.

Infortunadamente, la información con que se cuenta acerca de los grupos negros en el periodo inmediatamente posterior a la abolición de la esclavitud es bastante reducida, más aún que la documentación que data del periodo esclavista. Una vez el negro quedó libre, perdió importancia económica para el poder central; dejó su condición de esclavo para volverse un desposeído; obtuvo una libertad exigua, pues al quedar despojado de todo bien, sin poder socioeconómico, quedó solo con la libertad para vender su fuerza de trabajo (Centro de Estudios Franz Fanon 1986; Friedemann 1976; Zuluaga 2003). Sin tierras propias, sin trabajo, sin sociedad y hasta sin nombre, el negro no vuelve a aparecer con la misma frecuencia en la documentación escrita. De alguna manera, su condición de “mercancía”, de bien comercializable, le garantizaba su aparición en la historia. Existen numerosos registros sobre importación de esclavos, sus precios, condiciones de salud, países de origen, organización en los enclaves, cantidad de alimento requerido para mantenerlos, fugas e intentos de rebelión, y algunos otros datos relacionados con su condición subordinada, todos los cuales se desvanecen con el fin de la economía minera. De esta manera, el negro prácticamente desaparece de la historia escrita del Pacífico colombiano hasta comienzos del siglo XX, cuando poco a poco vuelve a ser mencionado, tras la apertura del canal de Panamá y la consolidación de Buenaventura como principal puerto, momento en que la región retoma su importancia económica para el Estado (Aprile-Gniset 2004).

Al respecto, dice Francisco Zuluaga:

 

El siglo XIX en el Pacífico colombiano es escasamente conocido. En general se acepta que, agotado el sistema esclavista, más o menos abandonadas las minas por sus propietarios blancos, la población negra allí asentada tuvo paso para ejercer dominio sobre el territorio ocupado, construir estructuras sociales y núcleos urbanos cimentados en la tradición africana y en las formas organizativas del sistema minero esclavista para producir las actuales sociedades del Pacífico. (Zuluaga citado en Almario y Jiménez 2004, 79)

 

En contraste, a los indígenas se les había organizado en cabildos tres siglos antes. Según Perea: “para el hombre negro ya liberto, el Estado colombiano no trató de crear agrupaciones comunales que les proporcionaran ciertas garantías tendientes a mejorar sus condiciones materiales de vida” (1986, 122). Toda organización y creación de sociedad quedó a su libre albedrío, con las pocas condiciones materiales con que contaban y con todas las dificultades que el hábitat del Pacífico imponía.

Pero precisamente este periodo, que aquí hemos delimitado desde 1852 hasta 1914, fue de gran importancia, porque los negros comenzaron a conformar su sociedad, a establecer sus normas de convivencia y, en general, a crear su propia cultura. La música de arrullos y currulaos comenzó a adquirir forma, al igual que la religiosidad, la organización familiar, los mitos, etc. Sin embargo, poco se sabe de la manera en que ocurrió todo esto. Los trabajos históricos suelen concentrarse en el periodo esclavista y algunos pocos en el siglo XX; mientras que los antropológicos se han basado en trabajos de campo realizados a partir de la década del setenta, principalmente. Queda entonces todo un periodo por estudiar a fondo, que abarca al menos la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX23.

Desde el punto de vista histórico, apenas se encuentran algunos pocos textos que tratan la incursión de la Iglesia católica en la región, que trató de suplir de alguna manera la ausencia estatal (Almario 2003; Merizalde 1921). Mientras las nacientes comunidades negras comenzaban a manifestar formas de asentamiento lineal disperso a lo largo de los ríos (Whitten 1992), hacia finales del siglo XIX los misioneros Agustinos Recoletos comenzaron un agresivo proceso “civilizatorio” que contemplaba la reubicación de las gentes en pequeños centros poblacionales. Sin embargo, este proceso nunca pudo llevarse a cabo de manera satisfactoria (Almario 2003). De esta manera, la nueva sociedad se creó a partir de asentamientos dispersos a lo largo de los ríos y ocupó primordialmente sus partes bajas.

Los principales modos de subsistencia fueron la pesca, la agricultura y la minería artesanal a pequeña escala (Agudelo 2005)24. A finales del siglo XIX y comienzos del XX se presentó un auge económico basado en la explotación y comercialización del caucho y la tagua25, cuyo principal beneficiado fue Tumaco. Estos fueron los años de mayor prosperidad para la región, y fueron impulsados por comerciantes de origen extranjero y por algunos provenientes de Barbacoas (Restrepo 1999c; Agudelo 2005; Leal 1998; Whitten 1992).

Modernización y desruralización (1914-1991)

Tras la apertura del canal de Panamá en 1914 comenzaron cambios importantes para el Pacífico sur colombiano y sus gentes. Poco a poco, Buenaventura —conectada con el Atlántico a través del canal— adquirió mayor importancia y se constituyó en el principal puerto colombiano del Pacífico. Además, asumió en lugar de Barranquilla gran parte de la entrada y salida de mercancías. La construcción del ferrocarril del Pacífico para comunicar Buenaventura con el interior del país, así como la instalación portuaria de 1920 y la posterior apertura de la carretera Cali-Buenaventura hicieron que el puerto se convirtiera en el principal polo de atracción de la población en el litoral. Su cercanía con Cali permitió que por allí comenzaran a entrar gran cantidad de productos al interior del país. El crecimiento demográfico se hizo vertiginoso. Tanto del sur como del norte del litoral llegaron cada vez más personas atraídas por la bonanza portuaria, y en pocos años Buenaventura se constituyó en la primera ciudad del Pacífico, punto de encuentro de los ejes culturales norte-sur (Motta 1990).

Tumaco vivió una situación similar. Como segundo puerto importante de la región, comenzó a recibir cada vez mayor cantidad de población. Sin embargo, no recibió migración de la parte norte del litoral. Los chocoanos preferían quedarse en su región o migrar al sur máximo hasta Buenaventura26. Así, a Tumaco llegaron personas de todo el sur del litoral: de Guapi, Timbiquí, Iscuandé, El Charco, Barbacoas, etc. Los movimientos poblacionales comenzados el siglo anterior continuaron a lo largo de todo el siglo XX, pero en su gran mayoría las gentes del sur del litoral no sobrepasaron los límites de Esmeraldas (Ecuador), al sur, ni de Buenaventura, al norte.

En resumen, a lo largo de todo el siglo XX solo surgieron dos ciudades en el Pacífico sur colombiano: Buenaventura, como la gran ciudad del Pacífico, que sirve de eje o punto de unión entre el Pacífico norte y sur; y Tumaco como segunda ciudad, representativa de la cultura del sur del litoral.

Con base en estas dos ciudades, en el Pacífico sur se presentó durante este periodo el mismo fenómeno de urbanización o desruralización (Aprile-Gniset 2004; Martínez 2005). Las corrientes migratorias de tipo rural-urbano cada vez tomaron más fuerza. Emigraban, principalmente, los jóvenes, quienes buscaban mayores oportunidades de trabajo y se sentían atraídos por las comodidades que las nuevas ciudades podían ofrecer. Solo entre 1918 y 1951 la población en Buenaventura pasó de 3.500 a 35.000 habitantes (Motta 1990)27. Poco a poco el Pacífico disminuyó su carácter rural y comenzó a hacerse más urbano, siguió las lógicas capitalistas y se vinculó más con el resto de la nación. Sin embargo, este proceso de urbanización y de inclusión nunca se ha concretado plenamente y la región aún presenta altos índices de población rural. Aunque numerosos estudios antropológicos han descrito al Pacífico como una región rural de asentamiento lineal disperso a lo largo de los ríos (Restrepo 2004, 132; Arocha 1999; Whitten 1992), cada vez se hace más énfasis en la desruralización constante que ha sufrido la región, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX (Álvarez 1999; Agudelo 2005; Restrepo 1999 y 2004); también se señala que si bien el porcentaje de la población rural sigue siendo mayoritario, cada vez presenta más rasgos de modernidad|28. Esta desruralización no solo implica el movimiento de las zonas rurales a las ciudades de Tumaco y Buenaventura sino —y en mayor medida— el desplazamiento a otras ciudades del país como Cali, Medellín y Bogotá. De esta manera, las llamadas “gentes del Pacífico” están dispersas por diferentes regiones del país. Culturalmente, y contando esa población dispersa, son más las personas del Pacífico que viven en contextos urbanos que en rurales (Urrea, Ramírez y Viáfara 2004). Esto genera una situación compleja, sobre todo para los estudios antropológicos, porque problematiza la distinción entre “gente del Pacífico” y “habitante del Pacífico”29. Sin embargo, quienes migraron a las ciudades suelen mantener contacto familiar o social con pobladores rurales (Agudelo 2005), aunque cada vez regresan menos a su lugar de origen (Vanin 1999)30.

Actualmente la costa Pacífica continúa en gran medida marginada del resto de la nación, presenta los más altos índices de pobreza y el nivel más bajo en cobertura en educación, salud, vivienda y empleo a nivel nacional. Esta situación se debe en parte a la fuerte discriminación racial hacia el negro (la cual tiene numerosas manifestaciones políticas y culturales31), la dificultad de acceso a la región y sus particularidades biogeográficas (Leal 1998; Friedemann 1992, 1996; Pardo 1997; Agudelo 2005).

Esa escasa presencia de la región en el ámbito nacional también se evidencia en los trabajos históricos y antropológicos. Apenas hacia la década del setenta comenzó a darse un cambio en lo que se llamó la “invisibilidad” del negro en Colombia32; es decir, se comenzó a incluir al negro en los objetos de estudio. Tras haber sido ignoradas durante más de medio siglo, antropólogos como Nina Friedemann y Jaime Arocha, entre otros, comenzaron a insistir en la pertinencia de estudiar a las comunidades negras33. Por su parte, historiadores como Germán Colmenares centran gran parte de su trabajo en desenmarañar la sociedad esclavista de la región del Gran Cauca y marcan un nuevo paradigma en los estudios históricos en Colombia. En las últimas dos décadas, las ciencias sociales se han volcado al estudio de las comunidades negras del Pacífico (Almario 2004).

En cuanto a la economía, la bonanza generada por el comercio del caucho y la tagua terminó en la década del treinta con la popularización del plástico (Restrepo 1999c). Después de este periodo, no se vuelve a presentar un auge económico similar en todo el litoral. Las poblaciones rurales basan su economía en la agricultura, la caza y la pesca que, la mayoría de las veces, no generan excedentes para la venta. La explotación forestal y las iniciativas para crear monocultivos, importantes en las últimas décadas, tampoco han llevado prosperidad al grueso de la población. El desarrollo de Tumaco y Buenaventura gira alrededor de los puertos; por ellos ha ingresado gran parte de la riqueza de la nación, al igual que en la época colonial con la minería, pero las ganancias obtenidas han ido a parar fuera de la región (Whitten 1992).

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