FALACIAS
Charles L. Hamblin
Falacias
Presentación
Luis Vega Reñón
Traducción
Hubert Marraud
Palestra Editores
Lima - 2016
Falacias
Charles Leonard Hamblin
Palestra Editores: Primera edición, noviembre 2016
Traducción de la obra original: “FALLACIES”. Methuen & Co. Ltd., primera edición, Londres, 1970.
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©Charles Leonard Hamblin
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Noviembre 2016
Diagramación: Antonio Vásquez Bravo
Diseño de portada: Dpto. de Diseño - Palestra Editores
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú: N.° 2016-15492
ISBN: 978-612-4218-94-1
Tiraj: 1000 ejemplares
Impreso en el Perú | Printed in Peru
Presentación
El tema de las falacias ha corrido una suerte singular en la historia de nuestra lógica occidental, teniendo dos momentos álgidos separados por siglos de cultivo meramente escolar, trivialización, marginación e incluso a veces desaparición del campo de la lógica. El primero de ellos fue justamente el momento fundacional en el tratado Sobre las refutaciones sofísticas de Aristóteles, hoy añadido como libro 9 o apéndice a sus Tópicos. El segundo también fue un momento seminal con respecto al (re)nacimiento de la lógica informal y la teoría de la argumentación en la segunda mitad del s. XX. Según Ralph H. Johnson y J. Anthony Blair, cronistas oficiales de este despegue y de la nueva configuración del campo de la lógica, “[d]ado el modo como se ha desarrollado la lógica informal en estrecha colaboración con el estudio de la falacia, no es sorprendente que la teoría de la falacia haya representado la teoría de la evaluación dominante en lógica informal”1.
La obra capital de ese segundo momento culminante del tema de las falacias es justamente el presente libro de Hamblin, Falacias, publicado en 1970. En un monográfico de la revista Informal Logic dedicado a Hamblin [vol. 31, nº 4 (2011], los editores, Douglas Walton y Ralph Johnson, hacen constar que Falacias es el mejor libro escrito sobre el tema desde el tiempo de Aristóteles. Más aún, cabe considerarlo como una de las tres contribuciones clásicas a la teoría de la argumentación contemporánea —junto con los libros consabidos de Toulmin (1958), Los usos de la argumentación, y Perelman & Olbrechts-Tyteca (1958), Tratado de la argumentación: la nueva retórica—.Ya iba siendo hora de contar con él en versión española.
Como no es justo que el esplendor de una obra oscurezca a su autor, no estará de más recordar que Charles Leonard Hamblin (1922-1985), profesor de filosofía en la Universidad de Nueva Gales del Sur (UNSW, Sydney), también tuvo otros intereses y dejó su huella en otros ámbitos, desde el análisis lógico y filosófico del lenguaje hasta las ciencias de la computación, pasando por la modelización matemática de sistemas de diálogo. Por ejemplo, en el terreno de la computación, han merecido reconocimiento su adopción de una notación polaca inversa y de una estructura de datos con acceso INFO para simplificar el manejo de fórmulas, y el diseño de uno de los primeros lenguajes de computador: GEORGE (General Order Generator).
Pero, en el ancho campo discursivo de la filosofía, Hamblin es conocido sobre todo por las contribuciones de su Falacias al estudio de la argumentación, las cuales son varias y se mueven en más de una dimensión. El libro desarrolla tanto un estudio histórico de ciertas tradiciones —en especial de la que constituye la columna vertebral del tratamiento de las falacias en Occidente—, como un examen de los conceptos y casos que han ido resultando especialmente significativos. En esta segunda dimensión, teórica y analítica, la obra alienta también dos tipos de propósitos, algunos críticos y otros más bien constructivos, que no dejan de hallarse interrelacionados. Así, la revisión crítica del precario estado de las falacias bajo su tratamiento tradicional o estándar propicia como secuela constructiva la propuesta de una dialéctica formal. Esta envuelve la construcción de un sistema dialéctico, es decir, un diálogo regulado o una familia de diálogos regulados entre los participantes en un debate o una discusión, cuyo modelo básico es un sistema de pregunta y respuesta en el que un participante hace preguntas a las que el otro participante debe dar respuestas consistentes y correctas. La preservación de la consistencia descansa en un registro de aserciones que representan compromisos previos y donde toda aserción nueva habrá de añadirse sin incurrir en inconsistencia. Las reglas al respecto son liberales, en el sentido de permitir todo lo que no está expresamente prohibido. Por otra parte, el sistema puede remitirse bien a un diálogo competitivo o bien a un diálogo cooperativo y, en todo caso, admite la consideración de relaciones inferenciales no solo deductivas. Aunque se refiera como muestra al arte lógico medieval de las llamadas obligationes, esta dialéctica de Hamblin es a su vez un precedente de otras dialógicas o dialécticas formalizadas como la de Lorenzen & Lorenz (1978) o la de Barth & Krabbe (1982), y llega a inspirar enfoques dialécticos informales ulteriores de las falacias como los de Walton & Woods (1989) o Finocchiaro (1980, 2005). Con todo, hay un aspecto distintivo de la dialéctica formal de Hamblin que nos hace recordar la lejana matriz de los Tópicos de Aristóteles. A diferencia de las dialécticas formales estrictamente lógicas que tratan de establecer la necesidad de la victoria o la imposibilidad de la derrota, Hamblin se preocupa, ante todo, por el buen curso del debate, en consonancia con el propósito que, de entrada, declaran los Tópicos: “El propósito de este estudio es hallar un método a partir del cual podamos razonar sobre cualquier cuestión que se nos proponga [...] y gracias al cual, si sostenemos una proposición, no digamos nada que le sea contrario” (100a 18-21). Otra propuesta de especial interés es la de registrar las intervenciones dialógicas como compromisos. Por un lado, la idea de compromiso tiene notorias ventajas de exteriorización intersubjetiva y de normatividad frente a las referencias habituales a opiniones o creencias como unidades discursivas; por otro lado, su registro facilitará su tratamiento informático en sistemas multiagentes de inteligencia artificial como los ensayados actualmente en el estudio semiformalizado de la deliberación.
Ahora bien, Falacias no solo recupera y reanima el agostado territorio de las falacias tradicionales al tiempo que abre nuevas perspectivas. Como toda obra seminal que se precie, también suscita cuestiones de suma importancia para la historia y la teoría de la argumentación. Creo que podemos considerar sumariamente tres aspectos: El primero consiste en su tan eficaz como problemática caracterización del que llama “tratamiento estándar” del argumento falaz. En el capítulo 1 de Falacias se lee: “Un argumento falaz, como dicen prácticamente todas las exposiciones desde Aristóteles, es un argumento que parece válido pero no lo es”. Esta noción implica tres rasgos definitorios de la falacia: (i) su condición de argumento, (ii) su apariencia de validez y (iii) su invalidez real, rasgos estos últimos que podrían, a su vez, haber inspirado dos criterios de clasificación de las falacias con arreglo a lo que las hace o no ser válidas y a lo que las hace parecer que lo son; pero la tradición no ha seguido estas pistas. La eficacia de esta noción reside en evidenciar la simpleza y el sesgo deductivista de esa concepción “tradicional”. Su carácter problemático estriba en su presunta generalización a “prácticamente todas las exposiciones desde Aristóteles”. Tras un análisis detenido de los manuales de referencia del propio Hamblin y de algunas otras fuentes ilustres anteriores, 23 textos en total, Hansen (2002) solo ha encontrado 1 ejemplar que reúna las tres características de esa tradición que se supone casi universal y perenne2 . Hay, con todo, un ramal escolar de dicha tradición que les resulta muy ajeno tanto a Hamblin como a Hansen, la lógica neoescolástica, pero que quizás sea la muestra más fiel de la persistencia de esos rasgos, (ii) y (iii) en especial3.
La segunda cuestión que merece singular atención es una aparente paradoja que anida en Falacias. Esta obra constituye, en efecto, la primera historia comprensiva del estudio de las falacias —y por extensión, cabría decir, de la lógica informal en parte al menos—. Pero al mismo tiempo parece sostener la tesis de una especie de ahistoricidad de esa temática. El libro se abre con esta declaración: “Habrá pocos temas tan persistentes o que hayan cambiado tan poco a lo largo de los años. […] Las falacias siguen caracterizándose, presentándose y estudiándose básicamente a la antigua usanza”. Más adelante, al principio del capítulo 6 y tras haber recordado algunas vicisitudes y variantes del estudio de las falacias en los tiempos postaristotélicos, postmedievales y modernos, recapitula e insiste: “El rasgo más destacable de la historia del estudio de las falacias es su continuidad. Pese a las oleadas de desatención y rebelión que la fraccionan y puntúan, y pese a cambios fundamentales en la doctrina lógica subyacente, la tradición ha sido inextinguible”. Puede que, en este punto, Hamblin se haya dejado llevar demasiado por la desesperante inercia escolar de algunos aspectos definitorios del “tratamiento estándar”4.
La tercera cuestión reviste una importancia crucial para la consideración teórica, analítica y conceptual del estudio de las falacias. Si en el caso anterior nos veíamos ante una suerte de tesis ahistórica, ahora nos encontraremos con una suerte de tesis ateórica. Se cifra en la declaración: “No disponemos de ninguna teoría de las falacias en el sentido en que disponemos de teorías del razonamiento y la inferencia correctas”, que también aparece en las primeras páginas del libro. Puede considerarse tanto una constatación como un reto, y en esta línea me he referido a ella en otras ocasiones. El desafío consiste en la construcción de una teoría satisfactoria de la argumentación falaz. ¿Qué cabría esperar de tal teoría? Creo que, razonablemente, (a) ciertos criterios más o menos fuertes de identificación, (b) ciertas precisiones sobre su necesidad y/o suficiencia a esos efectos, y (c) cierta capacidad comprensiva y explicativa de las falacias más relevantes. Por lo que concierne a los criterios, se podría aspirar, en principio y en un orden de mayor a menor pretensión, a (1) unos desiderata de prevención, unos más ambiciosos de inmunización y exclusión de la argumentación falaz como una especie de malformación, otros más prudentes de puesta en guardia; (2) unos propósitos de detección, bien a priori o ex ante —dentro de algún sistema de inmunización—, bien a posteriori o ex post —más en consonancia con una prudencia vigilante—; y (3) unos objetivos de discernimiento, que marcarían el mínimo aceptable. Por otra parte, hay programas como el de la pragmadialéctica que en algunas ocasiones han pretendido establecer unas reglas de identificación de las falacias —en el sentido de que toda violación de una regla es una falacia y toda falacia viola alguna de las reglas—, que se suponían no solo necesarias sino suficientes al respecto; luego, se han visto en la tesitura de renunciar a la suficiencia, aun manteniendo el supuesto de la necesidad y una problemática versión de la argumentación falaz como contrapartida de la argumentación no solo correcta, sino buena5. En todo caso, las pretensiones de prevención fuerte y efectiva y de detección a priori parecen fuera de lugar, dada la existencia, sin ir más lejos, de paralogismos, es decir, fallos discursivos involuntarios e imprevistos como los estudiados en la Lógica viva de Carlos Vaz Ferreira (2010, 1945 4ª edic.). Esta es precisamente una contribución valiosa al estudio crítico de las falacias ignorada por Hamblin cuando declara en el capítulo 1: “No deja de ser sorprendente que no haya ningún libro sobre las falacias, es decir, ningún estudio extenso del tema como un todo o del razonamiento incorrecto por sí mismo, no como apostilla o anexo a otra cosa”. Pero Lógica viva tiene también el valor añadido de plantear un desafío alternativo al reto de Hamblin al hilo de su distinción entre pensar por teorías más o menos sistemáticas y pensar por ideas a tener en cuenta. Bien, ¿por qué no emplear este segundo recurso más fino y sensible para paliar las limitaciones que acusa el primero y para conseguir, en conjunto, una visión más comprensiva del ancho y accidentado campo de las falacias?
Pero esta y otras muchas oportunidades para seguir contribuyendo al desarrollo de la teoría de la argumentación serían impensables sin la aportación crucial y ya clásica de Hamblin al estudio histórico y analítico de las falacias. Creo que el lector en nuestra lengua bien puede felicitarse de contar al fin con su traducción cumplida, una traducción no solo fiel y lúcida, sino oportuna. Como reza el refrán, “nunca es tarde si la dicha es buena”, y esta es para celebrar.
Luis Vega Reñón
1 “Informal logic and the reconfiguration of logic”, en: D. Gabbay et al. (eds.) (2002), Handbook of the logic of argumentation. The turn towards the practical. Amsterdam: North Holland [Elsevier Science B. V.]; pp. 339-395. Uno de los protagonistas del desarrollo actual de la teoría de la argumentación, Frans H. van Eemeren, ha declarado en varias ocasiones que la capacidad de dar cuenta de los diversos tipos de falacias es una prueba decisiva (“litmus test”) para cualquier teoría normativa de la argumentación.
2 Véase Hans W. Hansen (2002), “The straw thing of fallacy theory: The standard definition of ‘fallacy’”, Argumentation, 16: pp. 133-155.
3 En la década de los 1960, la cátedra de Lógica de la Universidad Complutense de Madrid todavía recomendaba como texto de referencia el tratado de lógica incluido en el manual de filosofía neoescolástica de Joseph Gredt, donde se definía el sofisma, supuestamente de acuerdo con Aristóteles, como el discurso que “parece un silogismo aun cuando no lo sea (syllogismus videtur cum tamen non sit)”. Elementa philosophiae aristotelico-thomisticae. Barcelona, Herder, 1946; vol. I, § 8. 80, p. 72.
4 Puede verse una panorámica histórica alternativa a la inducida por esta óptica inerte de Hamblin en Luis Vega Reñón (2013), La fauna de las falacias, Madrid: Trotta. Parte II, La construcción de la idea de falacia, pp. 143-263.
5 Véase una discusión detenida en Luis Vega Reñón “El tratamiento pragmadialéctico de las falacias y el reto de Hamblin”, en F. Leal (coord.) (2015) Argumentación y pragma-dialéctica. Estudios en honor a Fans van Eemeren. Guadalajara: Universidad de Guadalajara; pp 1-23, edic. electrónica (e-book).
Agradecimientos
He picoteado en los cerebros de muchos colegas, pero a la mayoría tengo que darles las gracias de manera anónima. Estoy especialmente en deuda con el profesor L. M. De Rijk por el préstamo de un microfilm vital, con D. D. McGibbon por ayudarme con los textos griegos, con el Padre Romuald Green por poner a mi disposición su trabajo sobre las obligaciones, y con el profesor Nicholas Rescher por remediar en parte mi profunda ignorancia de los árabes. Hay que decir también que A. N. Prior lo puso todo en marcha haciendo que me interesara por Buridán.
¿Dedicatoria? Para el amigo que dijo “Espero que el título no sea una fiel descripción de los contenidos”. Pero sobre todo a Rita, Fiona y Julie.
Charles Leonard Hamblin