Título original: India en el camino de los dioses

Edición y corrección: María Eugenia de la Vega García

Edicion digital: Margarita Toledo Albarez

Diseño interior y de cubierta: Yadyra Rodríguez Gómez

Emplane digitalizado: Idalmis Valdés Herrera

Maquetación digital: Oneida L. Hernández Guerra


© María del Carmen Solana Valdés, 2014

© Sobre la presente edición:

Editorial de Ciencias Sociales, 2016


ISBN 978-959-06-1833-8

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Solo conocemos, experimentamos y disfrutamos un fenómeno (y quizás hasta un noúmeno) cuando nos hacemos uno con él. En el presente caso, la verdad sobre India se devela en sus calles, en sus gentes, en sus ríos y en sus flores. La sabiduría inconmensurable del Gita, en sus páginas, el fervor y el goce inasible del sueño de Krishna o el de Buda, y hasta el deleite trascendental de Gandhi con la Verdad, en la comunión con sus doctrinas.

Animados por tal convencimiento, este libro es apenas una pequeña ventana para que cada quien encuentre y abra la suya propia.

Tan solo el empeño, augura el éxito.

La autora

Prólogo

Como un paso de nubes de lluvia al bosque de fuego del sacrificio me llegó India en el camino de los dioses de la ya conocida investigadora, filósofa y orientalista cubana, María del Carmen Solana Valdés. La propuesta se mueve dentro de parámetros eruditos en los que el estudio de las culturas asiáticas continúa siendo, de una manera muy tradicional, abordado desde la perspectiva de la alteridad bajo el prisma, casi inalterable, de una mirada cargada de construcciones ideologizadas y extrapolaciones conceptuales que han creado un imaginario particular sobre el Oriente y las civilizaciones que allí se han desarrollado. La manera en que la autora lo enfrenta hace que su disertación nos proponga un modo diferente —de naturaleza disímbola en su propia complejidad y armado de un alto vuelo de pensamiento— de analizar el fenómeno, amén de ser una arista poco explorada entre la intelectualidad cubana.

El complejo y esteriotipado enfoque de la otredad se agrava extraordinariamente cuando de la contemporaneidad se trata, al limitar el modo de aproximación a la evolución de estas sociedades que se analizan tanto en sus expresiones teórico-ideológicas como de otros axiomas no abstractos concernientes a su interconexión con las demás áreas del sistema-mundo. Por lo que uno de los principales méritos de la autora al sumergirnos en estos temas de la “sublimidad” radica en permitirnos, como lectores, que las especificidades cobren nuevos significados cuando, más allá del particularismo a ultranza, son vistas desde una perspectiva dialéctica que reconoce diversidad y unidad como dos caras de una misma moneda.

La diversidad y la multiplicidad son sinónimos de la India, atributos intrínsecos de los que un cientista social comprometido con la objetividad y la veracidad de su discurso no puede evadirse. La India resulta tan compleja como que, en el discurso nacionalista es el punto de partida para la declaración de la diferencia, para mencionar una variedad intrínseca, como otra característica más de la unidad y a la vez se convierte nuevamente en el punto de llegada donde el espectro de posibilidades que se abrió, al reconocer la diferencia, se vuelve a cerrar. Y un logro de esta obra que se nos presenta es, precisamente, la búsqueda por encontrar la identidad real del indio a partir de la diferencia y la contradicción como modo de hallar la pluralidad dentro de lo aparencialmente homogéneo utilizando el arma infalible de la ancestral filosofía para desentrañar el controvertido entramado de las religiones.

Para Arundathi Roy, los indios son un pueblo antiguo aprendiendo a vivir en una nación reciente y el manejo que hace la autora de la evolución desde las raíces primigenias de las religiones, el climax y la “adaptación” al imperativo de la modernidad que han sufrido, nos obliga a reflexiones en las que se manejan los principales hitos de su historia como nación emergente en la segunda mitad del siglo xx. Por secularismo en India se entiende el reconocimiento de la importancia y pluralidad de sus religiones pero no deja de ser históricamente cierto que los conflictos planteados en nombre de la religión son los que más han convulsionado al país; concibe un pasado plural y tolerante con las distintas religiones que así “debe continuar”. India es una tierra donde conviven diferentes religiones y es común a sus habitantes la sabiduría de la tolerancia, afirmó Mahatma Gandhi. He ahí, en estas profundas contradicciones donde radica la importancia de un estudio como el que ha realizado Solana Valdés. Solo el conocimiento del curso evolutivo de las religiones en el subcontinente, permiten la aproximación a la verdad histórica en lo que a pensamiento y conducta sociocultural se refiere.

Al seguir este orden de análisis, la autora retoma en su libro un tema de resonancia mundial, la dicotomía de lo tradicional y lo moderno y sus implicaciones críticas, lo cual nos lleva a conocer las persuasiones de la antinomia y, luego de dar este paso llegamos, gracias a su prosa, al estadio de acercamiento inevitable de la modernidad como algo que involucra procesos históricos definidos por diversos sujetos de la renovación, incluso en India, en la que son perceptibles sus manifestaciones plurales y debates fundamentales. Mayúsculo propósito cuando en su intención por desentrañar, la esencia y aproximarnos al fenómeno, la autora nos permite comprender —con la sabiduría de un pasado— los basamentos fundacionales de una India cada vez más en ascenso en un mundo altamente globalizado.

Una excelente oportunidad para los lectores ávidos de temas culturales, filosóficos y eminentemente humanos es este libro que nos ofrece además, con las necesarias notas aclaratorias, un espectro mucho más amplio del diapasón indio al realzar su valor y permitir su inclusión a las obras de bibliotecas tan necesarias para un pueblo cada vez más instruido. Poseedora de una sólida formación como filósofa, la autora adiciona a su saber la sabiduría de enseñar por lo que su invitación para que escribiera el Prólogo a su obra, constituyó un reto profesional, pero revelo que caló muy hondo en mí y que logró, ciertamente, enamorarme de su mensaje.

María Teresa Montes de Oca Choy

Introducción.
Los dioses, los caminos


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Taj Mahal.


India, esa multitud de arcoiris

Cuando nos disponemos a cruzar el puente entre lo que se ha estampado históricamente como Occidente y Oriente, una multitud de caminos quedan abiertos, listos para nuestro tránsito hacia realidades desconocidas cuando no mágicas, que nos sumergen en coloridos universos a los que intentamos escrutar y dar nombre con el poderoso filo de la razón como estandarte.

Entender al Oriente con los instrumentos de Occidente es tarea difícil; inevitablemente andamos en desconcierto, siempre deslumbrados, nunca precisos; en ocasiones muy lejos de las verdades, incluso, de las más evidentes, de las que golpean con su brillo a nuestros ojos.

Pero hay que intentarlo, hay que cruzar los puentes; y quizás con la ayuda del sonido a la vez sencillo y majestuoso del mantra “OM” como escudero, explorar esferas del conocimiento que nos ayuden a entender otros códigos y otras formas de expresar conocimientos y verdades.

India, Bhārat Gaṇarājy,1 puede ser la puerta abierta, el primer intento de cruce.

1 Bhārat Gaṇarājy es el nombre oficial de India en lengua sánscrita y su forma corta, Bharat. Bharata ha sido interpretado como epíteto del dios Agni (fuego) de la literatura védica. Los bharatas se afirman descendientes de los antiguos bharatas que participaron en las grandes batallas de la antigüedad, tal como se menciona en el Rig Veda. Bharata fue el príncipe hijo de Dushyanta, héroe épico de la gran epopeya Mahabharata. En el Ramayana, Bharata es el hijo de Dasharatha, hermano menor de Rama.

Transitando el camino

India2 es un macrocosmos; esa sentencia que sus hijos repiten para definirla, “unidad en la diversidad”, alude a una realidad histórica y a un hecho cultural sin precedentes: en su océano confluyen pueblos y culturas. En el tiempo y más allá del tiempo, todos germinan, mezclados, trasmutados, renacidos. La diversidad está en todo y en todos pero está, principalmente, en el centro mismo, en el corazón de la unidad. India es un gran holograma; un holograma del universo conocido y del desconocido; para muchos, un holograma de Dios. Se ha dicho que India es una tierra sagrada y se le ha llamado, “la tierra de Dios”:

2 También, Bharat Mata o Madre India.

Allí está el origen de las más antiguas culturas y ha sido la fuente de grandes religiones. Es la casa de un pueblo que ha visto a Dios con su incansable deseo de verle a través de profundas meditaciones y silencios. Pocas veces el deseo de Dios ha sido expresado con palabras tan llenas del espíritu del Adviento como en vuestros libros sagrados, escritos muchos años antes de Jesucristo: de lo irreal condúceme a la luz; de la muerte condúceme a la inmortalidad.3

3 Palabras pronunciadas por Paulo VI en Bombay el 3 de diciembre de 1964 a los miembros de las religiones no cristianas (en idioma inglés).

Fuente: http//:www.vatican.va/index.htm

En estas tierras, la religión es una forma de vida. Es una parte integral de todas sus tradiciones. Matiza las fases de la vida del hombre común, las tareas cotidianas, los proyectos y sueños; interviene en la educación, en el arte —las artes— y hasta en la culinaria o la política. Se trata de una mentalidad, de una actitud, de una especial disposición. Ahí está la magia que permite la convivencia de una pluralidad socio-religiosa que se abre de manera inmanente a la armonía. India no es la tierra de los hindúes; es la casa secular de los hijos de la tierra, sean musulmanes o budistas, cristianos o parsis, sikh o hebreos. Se dice que en el alma de India se contienen todos los hijos del universo.

Y es que, ciertamente, podríamos prescindir del concepto —a veces tan polémico— de religión para intentar develar el misterio indio. Quizás se trate, simplemente, del espíritu de un pueblo muchas veces renacido. En India, el espíritu del mundo respira. Hasta su himno nacional, le canta4 ; es Rabindranath5, el poeta, quien le venera:

4 La canción de Rabindranath Tagore, Jana-gana-mana fue adoptado por la Asamblea Constituyente como Himno Nacional de India el día 24 de enero de 1950. La canción completa está compuesta por cinco stanzas (estrofas); la primera de ellas es el himno.

5 Rabindranath Tagore (1861-1941), hijo de Kalkata (Calcuta), es uno de los pensadores más prominentes de India. Obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1913 luego de la traducción al idioma francés de su inmortal Gitanjali. Su proyecto, la Universidad Bisva Bharati (1921), en Bengala Occidental, es una institución muy especial orientada hacia la búsqueda, rescate y difusión de la sabiduría milenaria de la cultura india. En sus obras, invariablemente, se resalta la universalidad del espíritu humano. Tiene el título de gurudeva o venerado maestro.

Tú eres el regente de las mentes de todos, el dispensador del destino de India. Tu nombre despierta los corazones del Punjab, Sind, Gujarat y Maratha, de Drávida, Orissa y Bengala; reverbera en los montes de Vindhyas e Himalayas, se entremezcla con la música del Yamuná y el Ganga y es cantado por las olas del Océano Índico. Ellos rezan por tus bendiciones y entonan tus alabanzas. Está en tus manos la salvación de todos, dispensador del destino de la India.

¡Victoria, victoria, victoria para ti!

Vale decir que la Canción Nacional, con estatus similar al himno, Vande Mataram, de Bankim Chandra Chaterjee, fue entonada por primera vez en 1896. Fue tema inspirador de las campañas libertarias. La primera estanza, en la traducción de Aurobindo,6 alaba a India que es la Madre, “dadora de bendiciones y bienaventuranza”.

6 Aurobindo Ghose (agosto 15, 1872-diciembre 5, 1950). Fue uno de los grandes líderes del movimiento independentista en Bengala, y por su actividad política (a la cabeza del grupo conocido como los Extremistas y luego en el partido clandestino Jugantar) fue confinado por dos años en la cárcel de Alipore. Su influencia en la transformación del pensamiento y opinión de toda la India fue muy profunda, especialmente a través del periódico Bande Mataram. Aurobindo fue también poeta, maestro, filósofo y escritor. Desde su ulterior retiro espiritual en Pondicherry, se entregó por entero a lo que sería después su sistema, el Yoga Integral.

Interesante resulta, además, el Calendario Nacional uniforme basado en la “Era Saka”7 con Chaitra como su primer mes (22 de marzo) y un año normal de 365 días adoptado el 22 de marzo de 1957 junto con el Calendario Gregoriano, válido para los asuntos oficiales.

7 Entre las Eras unificadas, se destacan, Era Kali 1900-5002 AD; Era Vikram (Norte de India, excepto Bengala), Era Saka, Bengali San (solar), Nadi San (Chittagong), Saptarshi Kali (Kashmir) y Era Kollum (Kerala).

Por su parte, el Emblema del Estado indio es una adaptación del capitel del León de Sarnath (en las proximidades de Varanasi, Uttar Prasesh). El capitel de los leones fue erigido en el siglo III a. C. por el emperador Ashoka para señalar el lugar donde Buda predicó por primera vez su evangelio. En el pilar original, el capitel se compone de cuatro leones sobre un ábaco circular en el que aparece un fresco con las esculturas en alto relieve de un elefante, un caballo a galope, un toro y un león (cada uno orientado hacia uno de los puntos cardinales)8 separados por ruedas o chakras; el conjunto está montado sobre una flor de loto abierta (origen de la vida e inspiración creadora). En el emblema, solo tres de los leones aparecen y simbolizan el poder, el coraje y la confianza. El lema en el extremo inferior, “Satyameva Jayate” en escritura Devanagri, significa “Solo la verdad triunfa”.

8 Los animales-guardianes de los cuatro puntos cardinales: el león del norte, el elefante del este, el caballo del sur y el toro del oeste.

Igualmente, el Loto es la Flor Nacional de India. Se le considera sagrada y ocupa una posición singular en el arte y la mitología de la antigüedad y ha sido, desde tiempos inmemoriales, la imagen promisoria de un futuro auspicioso. El loto simboliza la pureza, belleza, majestuosidad, gracia, fertilidad, abundancia, riqueza, sabiduría y serenidad.

Finalmente, el Árbol Baniano, conocido como higuera de Bengala (Ficus Bengalensis), crece y se multiplica por áreas extensas y de sus raíces brotan nuevos troncos y ramas; es el símbolo de la vida que renace una y otra vez. Por ello y por su longevidad, el árbol del baniano es considerado inmortal y sagrado, y es parte integral de los mitos y leyendas de India. Incluso hoy, el árbol del baniano representa el ideal de vida de la aldea; es su centro y su protector.

Un alto en el camino

India ha sido un centro mundial de producción filosófica; las verdades de antaño aún continúan siendo descifradas y es que no son pocos los enigmas que los más variados sistemas filosóficos han tratado y tratan de esclarecer.

Durante más de 2 500 años, el pensamiento indio y sus escuelas tradicionales de corte brahmánico (llamadas ortodoxas) han intentado abrirse paso a través de los múltiples velos que cubren las verdades esenciales.

No conocemos lo suficiente sobre estos sistemas y sin embargo, ciertos paralelismos con la filosofía antigua, sobre todo con la griega, pueden provocar asombro. Y es que en la tierra de Krishna y del Gurú Nanak, las tradiciones científicas, el desarrollo de las matemáticas, el racionalismo en sus varias vertientes y las ciencias de la lógica son, sin más, otras formas, tan válidas y tan pertinentes, de avanzar por vías sinuosas hacia las esencias universales.

Baste citar la noción del “cero”, cuya entrada en Europa a merced a los árabes tuvo su primera cuna en el país índico y que la escuela de pensamiento materialista Charvaka, sea probablemente la más antigua en todo el mundo, anterior incluso, a la escuela atomista de Demócrito de Efeso. Lo más asombroso es que los grandes sistemas indios parecen coincidir en el tiempo con la época dorada del mundo griego, el persa y también, con el momento de esplendor que supuso el nacimiento de las revoluciones gemelas de los siglos vi al v antes de nuestra era: el Budismo y el Jainismo.

Para muchos, India es el país de la pobreza estructural, de la lepra y de las multitudes de parias, de los harijans o hijos de Dios como les llamara el Mahatma Gandhi, desconociendo que en el presente, el país es la décima economía a nivel mundial, poderoso centro de alta tecnología, precursor de la tecnología satelital contemporánea y uno de los reinos asiáticos del soft y el hardware, entre otros muchos de sus liderazgos.

En este “alto en el camino” también es preciso significar (porque además, es presupuesto de este libro) que los términos indio e hindú no sean considerados como sinónimos o equivalentes; ni siquiera son conceptos intercambiables parcialmente. El espíritu de esa tierra acoge una miríada de orientaciones religiosas y en sentido más amplio, espirituales, que van, desde las tres consideradas universales, Budismo, Islam y Cristianismo, pasando por la herencia viva de Zoroastro a través de la comunidad parsi, o los sikhs que hoy pueblan el mundo, los jainas, los judíos, hasta sectas, órdenes, hermandades y otras de toda naturaleza que por centurias han ido ganando adeptos.

Si antaño floreció el sufismo (variante mística del Islam) o los motivos únicos de la escuela greco-budista de Gandhara,9 el Nestorianismo10 y tantos más, en el presente, el país se nutre de religiones y grupos de religiones en la forma de comunidades de mayor o menor cantidad de integrantes. El templo, la mezquita o el ashram son los centros visibles de esa pluralidad del crisol indio. Es la diversidad en la unidad.

9 Esta escuela fue uno de los grandes hitos del mundo antiguo. Alejandro de Macedonia irrumpió en el escenario indio en el año 327 a.n.e., probablemente, en junio. En las riveras del Indo venció a Poros y capturó el Punjab. En su avance fue fundando ciudades; en Gandhara (Taxila) quedaron evidencias de la fusión de la cultura helenística con la budista. La escuela de Gandhara adquirió sobrada notoriedad en el mundo de entonces: arte, filosofía, literatura, escultura y arquitectura, fueron el centro del quehacer. Los templos indios y griegos dejaron constancia del esplendor. De este inmenso encuentro brotó, entre otras, la muy famosa obra Milinda Panha, que en estilo platónico reproduce el diálogo entre el monje budista Nagasena y el rey Menandro.

10 En el sureño estado indio de Kerala se encuentra una de las comunidades cristianas más antiguas del mundo, los malabares nestorianos.

De acuerdo con las estadísticas, las principales religiones practicadas en India son, la forma religiosa del Hinduismo (878 millones de adeptos, 79,8 %) y el Islam (150 millones, 13,7 %), que la coloca como tercer mayor país con población musulmana luego de Indonesia y Pakistán. Los cristianos suman 25 millones (cerca del 2,5 % de la población). La comunidad sikh, nacida en suelo indio luego de un profundo movimiento de reforma, agrupa a cerca de 18 millones de fieles (2,1 % de la población). Y aunque en su inmensa mayoría viven en su tierra ancestral del Punjab, hoy los miembros de esta comunidad se han extendido a toda la geografía india y a no pocos países de diversos continentes.

El Budismo, hoy religión universal, formidable y única, fue engendrado en tierras indias de las que partió hacia todos los confines merced a la impronta del emperador Ashoka. La embestida brahmánica fue responsable de su aniquilamiento en su suelo original y hoy se estima que apenas el 0,8 % de la población lo sigue (7,5 millones). La orientación Jaina, nacida y nutrida de las mismas esencias del Budismo temprano con las que su fundador Mahavira comparte el supremo ideal de ahimsa,11 agrupa a poco más de 4 millones de fieles (0,5 % de la población).

11 Ahimsa o Avihimsa es un término en lengua pali (la que junto al prákrito) sirvió de vehículo de exposición de las primeras escrituras budistas y jainas. Viene a significar, no violencia, ausencia de dolor, ausencia de crueldad como actitudes nodales. Por tal razón, desempeña un papel protagónico dentro del Camino Óctuple hacia la Iluminación, tal cual aparece en el Sermón de Varanasi (Dhammacackraparvatanasutta), piedra angular de la doctrina budista.

Un fenómeno sobradamente interesante lo constituyen los Parsis, herederos de Zoroastro (Zarathustra) que llegaron a India hace cerca de 1 200 años procedentes de Persia (Irán) durante la conquista de sus territorios por las huestes musulmanas. Quienes más tarde serían conocidos como parsis, se establecieron primero en Diu, pequeña isla próxima a las costas de Gujarat a donde llevaron, según cuenta la tradición, el fuego sagrado de sus templos. Hoy suman menos de 76 mil (0, 0002 % de la población india) y se calcula que esta comunidad no excede los 100 mil en todo el orbe.

No menos atractivo resulta el fenómeno judío en India; esta comunidad está compuesta por varios núcleos12 que trazan sus orígenes por diferentes caminos. Mientras que algunos remontan su historia ancestral al antiguo reino de Judea, otros se declaran herederos directos de las tribus perdidas de Israel. Se estima que apenas 6 mil componen el total de las comunidades hebreas.

12 Los judíos de Cochín (Kerala) afirman ser descendientes de comerciantes que llegaron a las costas indias 2 500 años atrás. La comunidad Bene Israel se estableció en Maharashtra hace 2 100 años. Por su parte, los judíos de Bagdad extienden su antigüedad en Mumbai a 2 500 años, procedentes de Irán, Irak y Afganistán. El tronco Bnei Menashe es una población tribal del Noreste indio (Mizoram y Manipur) que reclama descender directamente de la tribu original de Menasseh, y los Bene Ephraim, por último, son telugus conversos al Judaísmo desde 1981. En la actualidad, cerca de 75 000 judíos indios se han trasladado a Israel.

India es la cuna de importantes vertientes espirituales del mundo de hoy; las formas actuales del Hinduismo, Budismo, Jainismo, y Sikhismo son corrientes vivas y cambiantes que se esparcen por el mundo muy vigorosamente nutridas de la impronta cultural de su matriz; fenómeno similar ocurre con aquellas que, venidas de tierras distantes, como el Islam o el Cristianismo, han recibido el inequívoco sello de la “indianización”.

Antes de proseguir el camino, es insoslayable tratar el tema de la India no galvanizada como una de sus facetas más dolorosas. Es cierto que en su vasto territorio son incontables las fuerzas centrípetas que la mantienen unida y viva como un gigantesco animal que respira. Pero también es cierto que las fuerzas centrífugas están al acecho. Se trata de un fenómeno que hunde sus raíces en la historia del Raj británico y que hoy amenaza de muerte al país y es el conjunto de fenómenos conocidos como los “ismos”; es decir, el casteísmo, el separatismo, los fundamentalismos religiosos y etno-lingüísticos, las formas subnacionalistas, y otros que se definen con el auxilio de un término acuñado y que de manera general contiene al resto de las manifestaciones citadas: el “comunalismo”.13

13 El contenido del concepto ha ido variando en consonancia con el decursar histórico, y por extensión, se legitima en torno a corrientes ideológicas, políticas y económicas. Se asocia con posturas y tendencias de tipo exclusivista y entre sus componentes se encuentran, la intolerancia, la agresividad, y hasta cierto catastrofismo que ha devenido en algunos casos, con el paso de los años, en terrorismo.

El término alude a movimientos con base conceptual religiosa y con propósitos que, partiendo de la religión en calidad de justificante (con todo el peso de la relación historia-tradición), se proyectan por cambios asumidos como inevitables. Algunas de las agrupaciones se perciben a sí mismas como líneas ético-sociales con base religiosa de tipo purista o también, en la forma de movimientos carismáticos o de renovación-renacimiento en pos del rescate de tradiciones que aseguren la necesaria cohesión e identidad frente a las improntas culturales de Occidente, tenido como símbolo de una peligrosa hegemonía.

Otros luchan en defensa de reclamos históricos que creen justos y se organizan en grupos con ideologías de corte fundamentalista, ya sea de sello hindú, musulmán u otro, y cargan sobre sí la responsabilidad de la siempre injusta muerte. El asesinato de grandes de la historia como Gandhi, Indira y Rajiv, la destrucción de templos y mezquitas, las masacres de musulmanes, hindúes o cristianos en nombre de dioses que se antojan intolerantes y de cruel mezquindad, son muestras de estos rumbos de esa otra India que también existe y que deberá ser trascendida.

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