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Notas al pie

1. Voces Ciudadanas es un proyecto de periodismo público que desde 1998 adelanta la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín bajo la investigación “El periodismo cívico como formador de opinión pública”.

2. Por eso es que Jay Rosen (1996), profesor de la Universidad de Nueva York, pide que se abra la discusión sobre las diferentes visiones del ciudadano y los diversos modelos de periodismo a los que conducen.

3. O lo que Ignacio Ramonet (2001) llama la “censura democrática” por la sobreabundancia de información disponible que literalmente arrasa a ciudadanos y periodistas y no les permite la perspectiva y la comprensión de los hechos que tratan.

4. Bien entrado el Siglo XXI estas contradicciones se hacen más relevantes debido a la existencia de los medios sociales que permiten a los ciudadanos asumir la palabra pública y poner en circulación otras versiones del acontecer.

5. Citado por varios de los periodistas cívicos norteamericanos que han hecho sus aportes a lo que podría denominarse una filosofía del periodismo público.

6. El impacto que han tenido los medios sociales en internet y las redes de ciudadanos que de allí emergen, ha ampliado el uso de la palabra pública, aunque aún no ha sido capitalizado como una nueva forma de la opinión pública.

7. Aunque tampoco ha sido estudiado el impacto que sobre la agenda setting han ejercido los medios sociales en el siglo XXI, es claro que ya suponen un problema para esa teoría.

8. Con los medios sociales ese terreno está explícitamente en disputa.

9. Hoy habría que desarrollar métodos serios para integrar las agendas ciudadanas que circulan en los medios sociales como Twitter y Facebook, por señalar algunos.

10. La otras dos son lo público como respuesta a la demanda de comunidad y lo público como vigencia del Estado de derecho.

11. En el entorno del Big Data y de los medios sociales en internet hoy se habla de superdifusores, para señalar cómo ciudadanos muy bien conectados pueden estar representando una sustitución de los líderes de opinión clásicos.

12. Basado en Habermas, distingue ente racionalidad instrumental y la acción comunicativa, para sustentar el valor de la construcción del juicio público ligado a los propósitos humanos, teniendo como punto de partida los actos de lenguaje, el diálogo de la gente que se comunica con otra para lograr el entendimiento mutuo. Para esto se le resta énfasis al conocimiento basado únicamente en la lógica y el análisis, independientemente de los propósitos humanos.

13. El grupo de Investigación en Comunicación Urbana de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, en donde se ha desarrollado el proyecto de Voces Ciudadanas, ha sido persistente en su apuesta por la participación del ciudadano del común en los asuntos de interés público, a pesar de las críticas que ha recibido de quienes creen más en el ciudadano “organizado”.

14. La primera pregunta que surge es: ¿con qué elementos y con qué procedimientos puede la ciudadanía plantear los temas de gobierno como detonante de todo un proceso de deliberación pública? Esto es, ¿cómo se construye la agenda ciudadana? El Charlotte Observer fue el primero en hacerlo de forma sistemática. Cambiando la racionalidad de las encuestas, en lugar de preguntar por la intención de voto, se interrogó a la ciudadanía por los que consideraba eran los temas más importantes para la ciudad, con lo cual se creó una tradición en materia de proyectos electorales.

15. Hay que considerar, como ya se dijo, métodos para articular las Voces Ciudadanas que circulan por los medios sociales.

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Según Giovanni Sartori (Sartori, 2007), hay tres problemas básicos de la información periodística: la insuficiencia cuantitativa3, la tendenciosidad y la pobreza cualitativa. El más grave de estos problemas es, a mi juicio, el de la pobreza cualitativa, y de él se desprenden los que he considerado diez factores que impiden la formación de una opinión democrática.

Las noticias y el poder

Las noticias sólo leen lo que hace el poder. La visibilización de lo que hace el poder ha sido una de las funciones más importantes del periodismo. La naturaleza de las noticias hace que se orienten hacia unos protagonistas que están en alguna posición de poder, y los ciudadanos por lo general juegan el papel de víctimas o de testigos de sucesos que ocupan la atención de los medios. En la noticia los ciudadanos rara vez salen como protagonistas y en su lugar se convierte al poder en espectáculo, en algo para ser observado como una realidad distante cuyas funciones competen a otros. Solamente los líderes de opinión tienen un espacio y desarrollan una relación simbiótica con los medios: suministran el material atractivo para el consumo de masas. Los personajes son presentados de una manera distante en un ámbito que afecta a todos los ciudadanos pero incluye a muy pocos.

Los movimientos de los personajes políticos son las ocasiones que sirven para marcar cuándo son oportunas las entradas y las salidas de las instituciones a las que representan, en la ceremonia ritual del quehacer político. Apariciones que, en cualquier caso, se repetirán al día siguiente, porque la reiteración equilibrada de triunfos y de fracasos es lo que hace posible el renacimiento ritual de Leviatán y la eficaz participación del Receptor en la celebración (Martín Serrano, 1993, p. 315).

De cierto modo, esto produce una de las perspectivas de la espiral del silencio (Neumann, 1995): hay una opinión predominante en virtud de los medios y de los periodistas que pretende estar representando todos los espectros de opinión cuando solamente representa una parte de ese conjunto diverso y contradictorio por naturaleza. Esto produce el efecto de consonancia irreal y una mayoría silenciada frente a una opinión predominante de carácter minoritario. La mayoría silenciosa existe debido a que se autocensuran las opiniones contrarias a la que se hace pública, por temor al aislamiento social. La relación entre periodismo y actualidad ha propiciado el desarrollo de diversas estrategias que visibilizan y silencian temas. Rescatar a la ciudadanía de la invisibilidad a la que ha sido sometida históricamente, en primer lugar, plantea el reto de no suplantarla a partir de figuras periodísticas o políticas. En segundo lugar, pasa por la derrota de los mitos que se han tejido alrededor de la idea del ciudadano. Un personaje del mundo privado, apático frente a los asuntos públicos, desinteresado, desinformado, destinado a que otros piensen por él, con la única excepción de la puerta que abre el sufragio universal, con las consideraciones que se pueden hacer sobre los niveles de conciencia del voto. O el ideal desde la óptica del ciudadano modelo de la modernidad, racional, bien informado, con un perfil altamente político en el sentido clásico. En esta bipolaridad se ha movido la angustia de ser ciudadano, duplicada porque la historia latinoamericana nos muestra no una nación creadora de Estado, es decir, que se haya dotado de sus instituciones, sino todo lo contrario, sin que además se hayan analizado las prácticas clientelistas y patrimonialistas que indudablemente forman parte de nuestra cultura política. Las posibilidades de una sociedad civil crítica y autónoma se han abierto apenas en la historia reciente. Desde la perspectiva del periodismo público se trabaja con el ciudadano tal como es, se le pregunta qué piensa en vez de tomarlo como víctima del poder o de las fuerzas de la naturaleza. La ciudadanización de la política de la que escribió y habló Lechner (1997) nos pone de presente que uno de los mayores retos de la cultura política es abrirse a otros sentidos de la ciudadanía, especialmente a las formas de hacer política.

El modelo bipolar

El sistema bipolar de la información ha hecho carrera, incluso como lema promocional de algunos medios, al suponer que las informaciones tienen solamente dos caras. Una versión y otra que la contradice. La buena información no es la que atiende a la complejidad, sino la que es simplificada solamente en dos versiones contradictorias. Al enfocar los blancos y los negros, en lugar de los matices de gris, se excluyen las posiciones intermedias que son las de la mayoría de los ciudadanos (Yankelovich, 1991). Después de muchos años de experiencia en el trabajo con sondeos de opinión, este investigador llegó a la conclusión de que las posiciones extremas –las dos caras de las noticias, el blanco y el negro– son las posiciones de los poderes y de los periodistas, mientras que las opiniones reales de la ciudadanía están en una zona mayoritariamente intermedia de matices de gris. Los modelos de confrontación bipolar son la base del concepto de objetividad en el periodismo, tema que discutiré un poco más adelante. No se trabaja con otros aspectos ni con otros actores. Incluso los debates de opinión se montan sobre este modelo: el que defiende una idea y el que la ataca. Ése es el papel reservado a los debates, especialmente en la televisión. La ley de los contrarios le pide al periodista que entreviste a la parte y a la contraparte, y entonces la objetividad resultaría –¡cosa extraña!– de la bipolaridad y no de la proximidad a la realidad con todos sus matices. Por estar en el juego de los extremos, la ciudadanía no encuentra sus propias interpretaciones reflejadas allí y tampoco se siente partícipe de esa especie de juego de tenis en que la bola pasa de un lado al otro del campo y los espectadores giran la cabeza permanentemente como único movimiento posible. Esto no contribuye a la formación de lo que Yankelovich (1991) ha llamado el “juicio público”, en el cual los testimonios y la descripción de los hechos ocupan solamente una parte, y las interpretaciones y argumentos ganan espacios. En la formación de ese juicio público tienen mayor peso los valores y la ética pública que la propia información, aunque se promueve el trabajo sobre argumentos con una buena base fáctica. El periodismo es una invitación a la complejización de los enfoques discursivos sobre la realidad.

La opinión pública como abstracción

Temor del periodismo a la materialización de la opinión pública. Los sondeos de la opinión apenas si alcanzan a construir una excepción en la problemática relación medios de comunicación-opinión pública. Cuando, en el siglo XVIII, la opinión pública no era independiente del periodismo ni de la política –aún no lo es, pero evidentemente hoy constituyen campos separados–, se construyó la idea sobre el supuesto de que ambos sectores las representaban. Sin embargo, desde que fueron hechos los primeros sondeos de opinión en la década de 1930, se comenzó a avizorar que la opinión pública algún día tomaría una forma autónoma. En principio, contratados por políticos y periodistas, el auge de los sondeos fue muy grande. Conocer las tendencias del electorado era y sigue siendo una de las primerísimas tareas de los sondeos: interesados por los resultados –como siguen siéndolo hoy en día– para poder moverse desde la esfera política y periodística en relación con el poder, más que realmente con la ciudadanía. Sin embargo, el tomar los sondeos como punto de llegada y no de partida para mejores análisis de lo que realmente piensa la ciudadanía, trabajar con preguntas cerradas de tal manera que se obtienen respuestas y no opiniones (Champagne, 1998), creer que en la suma de opiniones individuales hay una construcción colectiva, son los grandes reduccionismos que operan hoy en día en torno a la idea de opinión pública. Los sondeos son importantes para conocer las tendencias de opinión, pero no son equiparables a la opinión pública (Wolton, 2009b), lamentable confusión que le ha dado una legitimidad política desmedida a esta práctica, a favor de quienes la estimulan. No entender los resortes de la opinión pública, temerle a su materialización y hablar olímpicamente a nombre de ella es ya toda una tradición periodística que desde esta perspectiva ha sido prolongada por los sondeos4.

El problema es que tanto periodistas como políticos han sostenido que representan y hablan a nombre de la opinión pública, como una entidad abstracta que los dota de legitimidad para hablar realmente desde sus propias perspectivas. Para el periodismo resultó muy cómoda desde el principio esa postura, aún no abandonada, de sostener esa noción abstracta que les servía en sus discursos para enfrentarse o aplaudir al poder, sin molestarse realmente en establecer qué pensaba esa opinión pública. La representación de los intereses ciudadanos y la confrontación con el poder político como paradigmas del periodismo, hicieron de la opinión pública su caballito de batalla para un periodismo que ha intentado mantener sus relaciones históricas con el poder, al ponerla de escudo en sus críticas a esa instancia. La propia crisis de la representación política problematiza la cuestión cuando busca culpables de su propio debilitamiento, de su pérdida de conexión, en suma, de su pérdida de espacios y de legitimidad. El periodismo público establece mecanismos para dejar de suponer que sabe lo que la opinión pública piensa. Así, rompió con dos posturas clásicas: entender la opinión pública como una abstracción que se ha citado editorialmente para apoyar sus propios argumentos y el miedo frente a las manifestaciones concretas de la opinión pública. Ha ido un poco más allá internándose en la investigación sistemática y en la profundidad de las corrientes de opinión y haciendo de ellas su material central de trabajos.