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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Dani Collins

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un secreto tras el velo, n.º 5486 - enero 2017

Título original: The Secret Beneath the Veil

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9294-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

El sol de la tarde atravesaba directamente la ventana, cegando a Viveka Brice al avanzar por el improvisado pasillo de la boda que iba a evitar… aunque nadie lo supiera todavía.

El interior del club de regatas, situado en aquella remota y exclusiva isla del Egeo, era de mármol y bronce, lo que añadía más resplandor a la luz blanca. Si a eso se le añadían las capas del velo, apenas podía ver, así que tuvo que agarrarse a regañadientes del brazo de su agraviado padrastro.

Seguramente él no veía tampoco muy bien. En caso contrario la habría desafiado por estropear su plan. No se había dado cuenta de que ella no era Trina.

Estaba consiguiendo ocultar el hecho de que su hermana había dejado el edificio. Tenía el estómago del revés por los nervios y la emoción.

Entornó los ojos y trató de no clavar la mirada en los invitados de la boda que estaban de pie ante el sacerdote. Evitó deliberadamente mirar la figura alta e imponente del confiado novio y miró por las ventanas hacia el bosque de mástiles que se balanceaban en el agua. Su hermana se había librado de aquel matrimonio forzado con un desconocido, se recordó tratando de calmar el acelerado ritmo de su corazón.

Cuarenta minutos atrás, Trina había dejado a su padre en la habitación en la que se estaba vistiendo. Todavía llevaba puesto este vestido, pero no se había colocado el velo. Le había prometido a Grigor que estaría lista a tiempo mientras Viveka se había mantenido lejos de su vista. Grigor no sabía siquiera que Viveka había regresado a la isla.

En cuanto Grigor salió de la habitación, Viveka ayudó a Trina a quitarse el vestido y luego su hermana la ayudó a ponérselo a ella. Se dieron un fuerte abrazo y luego Trina desapareció en el ascensor de servicio desde donde llegó a un hidroavión que su verdadero amor había contratado. Se dirigían a una de las islas mayores del norte donde todo estaba preparado para que se casaran en cuanto tomaran tierra. Viveka estaba ganando tiempo para ellos al apaciguar las sospechas, permitiendo que la ceremonia continuara el mayor tiempo posible antes de revelar su identidad y escapar también a su vez.

Volvió a escudriñar el horizonte en busca de la bandera del barco que había contratado. Le resultó imposible verlo y eso la puso todavía más nerviosa que la idea de subirse a una embarcación perfectamente segura. Odiaba los barcos, pero no estaba en posición de alquilar un helicóptero privado. Le había entregado una considerable cantidad de sus ahorros a Stephanos para ayudarla a llevarse a Trina en el avión. Gastarse el resto en cruzar el Egeo en una lancha rápida era lo más parecido a su peor pesadilla, pero el ferry solo hacía un trayecto al día y la había dejado allí aquella mañana.

Pero sabía en qué atracadero estaba el barco. Había pagado al capitán para que esperara y Stephanos le había asegurado que podía dejar el equipaje a bordo sin ningún riesgo. Una vez que se descubriera no podría siquiera cambiarse. Saldría corriendo a buscar ese barco, apretaría los dientes y navegaría hacia el atardecer, satisfecha por haber prevalecido finalmente sobre Grigor.

El corazón le dio un vuelco cuando llegaron al final del pasillo y Grigor transfirió sus helados dedos al novio de Trina, el sobrecogedor Mikolas Petrides. Su contacto le provocó un escalofrío que la atravesó. Se dijo a sí misma que era alarma. Tensión nerviosa.

El contacto de Mikolas flaqueó de un modo casi imperceptible. ¿Habría sentido también él la corriente? Envolvió los dedos en los suyos provocándole una oleada de calor por todo el cuerpo. No era confort. Viveka no se engañaba a sí misma creyendo que Mikolas se molestaría en algo así. Era todavía más intimidante en persona que en fotos, tal y como Trina le había dicho.

Viveka estaba impresionada por la fuerza que emanaba con el pecho y los hombros tan anchos. Tenía demasiada energía masculina para la hermana pequeña de Viveka. Y también para ella misma.

Miró de reojo su rostro y encontró su mirada tratando de penetrar a través de las capas del velo. Tenía el ceño fruncido, casi como si sospechara que la mujer que tenía delante no era la que debía ser.

Dios, era muy guapo con aquellos pómulos marcados y el pequeño hoyuelo del mentón. Tenía los ojos de un gris ahumado rematados por unas pestañas negras y largas que no se inmutaron cuando bajó la afilada nariz.

«Podríamos haber tenido hijos con ojos azules», había pensado Viveka cuando vio por primera vez su foto. Era una de aquellas tonterías genéticas que le llamó la atención cuando era lo suficientemente joven como para creer en la pareja perfecta. Ahora seguía siendo un atributo que en su opinión hacía más atractivo a un hombre.

Se había sentido tentada a detenerse en su imagen y especular sobre el futuro con él, pero sintió que tenía una misión desde que Trina le dijo llorando que la iban a vender en una fusión empresarial como si fuera una esclava del siglo XVI. Lo único que tuvo que hacer Viveka fue ver los titulares que calificaban al novio de Trina como el hijo de un gánster griego asesinado. Nunca permitiría que su hermana se casara con aquel hombre. Trina le había suplicado a Grigor que esperara hasta marzo, cuando cumplía dieciocho años, y que la boda fuera algo íntimo y que se celebrara en Grecia. Aquella fue la única concesión que logró. A partir de aquella mañana, Trina tenía edad legal para casarse con quien quisiera, y no había escogido el poder y la riqueza de Mikolas Petrides.

Viveka tragó saliva. El contacto visual parecía mantenerse a pesar de la organza color marfil que había entre ellos, creando una sensación de conexión que le provocó una corriente de energía y de nervios por todo el cuerpo.

Trina y ella se parecían a su madre, pero Trina era más morena, con la cara redonda y los ojos marrones y cálidos, mientras que Viveka tenía los ojos azules y mechas rubias naturales que había cubierto con el velo.

¿Sabría Mikolas que no era Trina? Se cubrió los ojos dejando caer las pestañas.

El susurro de la gente al sentarse y el alto en la música le provocó una ola de sudor en la piel. ¿Podría escuchar Mikolas su pulso, sentir sus temblores?

«Esto no es más que teatro», se recordó. Nada de aquello era real ni válido. Terminaría enseguida y podría seguir adelante con su vida.

Durante un tiempo consideró la posibilidad de ganarse la vida actuando. Siempre quiso ser artista de algún tipo, pero tuvo que crecer rápido cuando su madre murió. Había trabajado allí, en el club de regatas, mintiendo sobre su edad para lavar platos y fregar suelos.

Quería independizarse de Grigor lo antes posible, apartarse de sus despectivos comentarios que se habían convertido en abuso directo. Grigor la había ayudado echándola de casa antes de que cumpliera quince años. En realidad la había apartado de aquella isla, de Grecia y de su hermana cuando supo que estaba trabajando y que tenía los medios para mantenerse y que no se plegaría a su voluntad. La echó de casa, se aseguró de que la despidieran y que no pudiera trabajar en ningún sitio.

Trina, que entonces tenía nueve años, le dijo que ella estaría bien. Que se marchara.

Viveka se fue a vivir con una tía mayor de su madre en Londres. Solo conocía a Hildy por felicitaciones navideñas, pero la mujer la acogió. No fue fácil. Viveka pasó por ello soñando con llevarse a su hermana a vivir con ella allí. Unos meses atrás había pensado en ellas como dos mujeres libres y jóvenes, veintitrés y dieciocho años, labrándose un futuro en la gran ciudad…

–Yo, Mikolas Petrides…

Tenía una voz arrebatadora. Mientras repetía su nombre y pronunciaba los votos, la cadencia aterciopelada de su tono se apoderó de ella. Olía bien, a ropa buena, a loción para después del afeitado y a algo único y masculino que supo que se quedaría grabado en ella para siempre.

No quería recordar aquello durante el resto de su vida. Era una ceremonia que ni siquiera tendría que estar teniendo lugar. Solo era una sustituta.

El silencio hizo que se diera cuenta de que le tocaba a ella.

Se aclaró la garganta y buscó un adecuado tono modesto. Trina nunca había sido objetivo de Grigor. No solo porque era su hija biológica, sino porque era tímida, probablemente porque su padre era un sexista malnacido y malvado.

Viveka había aprendido del modo más duro a sentir terror de Grigor. Incluso en Londres, la nube de su intolerancia se había cernido sobre ella como un veneno, haciendo que tuviera cuidado cuando contactaba con Trina y sin poner nunca a su hermana contra él confiándole sus sospechas para que Grigor no pudiera hacerle daño a través de Trina.

Viveka había jurado que no volvería a Grecia y menos con planes que llevaran a Grigor a odiarla todavía más, pero estaba segura de que lo único que haría sería gritar delante de los invitados a la boda. Había magnates de la comunicación entre los invitados y paparazis sobrevolando la zona. Estar ahí solo suponía para ella correr el riesgo de pasar por la confusión y la vergüenza. Nada más.

Confiaba sinceramente en ello.

Se acercaba el momento de la verdad. La voz le tembló y consiguió así que sus votos fueran una imitación creíble de Trina mientras ocupaba fraudulentamente su lugar, anulando el matrimonio y la fusión que Grigor tanto deseaba. No era algo que pudiera compensar la pérdida de su madre, pero suponía una pequeña retribución. Viveka sonrió para sus adentros mientras lo hacía.

Le tembló el ramo cuando se lo dio a alguien y sintió los dedos torpes mientras intercambiaba anillos con Mikolas, manteniendo la farsa hasta el último minuto. No iba a firmar ningún papel, por supuesto, y tendría que devolver el anillo. Diablos, no había pensado en ello.

Las manos de Mikolas también resultaban atractivas, tan bien formadas, fuertes y seguras. Parecía que tuviera una uña marcada, como si se hubiera hecho daño en el pasado. Si aquella fuera una boda real conocería aquel detalle íntimo sobre él.

Se le llenaron los ojos de lágrimas sin saber por qué. Tenía los mismos sueños infantiles sobre una boda de cuento de hadas que cualquier mujer. Deseó que aquello fuera el principio de su vida al lado del hombre al que amaba. Pero no era así. Nada de aquello era legal ni real.

Y todo el mundo estaba a punto de darse cuenta.

–Puedes besar a la novia.

 

 

Mikolas Petrides había accedido a aquella boda por una única razón: su abuelo. No era un hombre sentimental ni manipulable. Y desde luego, no se casaba por amor. Aquella palabra era una excusa inmadura para el sexo que no existía en el mundo real.

No, no sentía nada por su novia. No sentía nada por nadie porque así lo había decidido.

Incluso la lealtad hacia su abuelo era provisional. Pappoús le había salvado la vida. Le dio a Mikolas aquella vida cuando se verificó su parentesco. Había reconocido a Mikolas como nieto sacándolo de la parte indefensa de un mundo brutal para llevarlo al lado poderoso.

Mikolas se lo agradeció por sentido del deber. Su abuelo había nacido en una buena familia durante los tiempos difíciles. Erebus Petrides no había permanecido en el lado de la ley y había hecho lo que consideró necesario para sobrevivir. Llevar una vida corrupta le había costado la vida de su hijo, y Mikolas se convirtió en la segunda oportunidad de Erebus y en su heredero. Le había dado carta blanca a su nieto sobre su imperio mal construido con la condición de que Mikolas lo convirtiera en una empresa legal y al mismo tiempo lucrativa.

No era una tarea sencilla, pero este matrimonio era el último paso. Desde fuera, parecía que el conglomerado mundialmente famoso de Grigor iba a absorber una corporación de segunda clase con un pedigrí cuestionable. Pero en realidad Grigor estaba siendo bien pagado por un logo empresarial. Mikolas se encargaría a la larga de toda la operación.

¿Acaso no resultaba irónico que su madre hubiera sido lavandera?

En cualquier caso, este matrimonio era una de las condiciones de Grigor. Quería que su propia sangre heredara su riqueza. Mikolas aceptó para pagar la deuda con su abuelo. El matrimonio le serviría en otro tipo de asuntos y no era más que un contrato. La ceremonia estaba más elaborada que la mayoría de las reuniones de trabajo, pero no era más que una fecha para firmar sobre las líneas de puntos y hacerse luego la foto requerida.

Mikolas había visto a su novia dos veces. No era más que una niña, y extremadamente tímida. Guapa, pero no le había despertado ninguna chispa de atracción. Renunciaría a tener aventuras mientras ella crecía y se conocían. Mientras esperaba a que la novia llegara al altar, se le ocurrió pensar que el matrimonio tendría otra ventaja más. El resto de las mujeres no intentarían arrastrarle al matrimonio si ya llevaba anillo de casado.

Entonces su aparición le paralizó. Algo sucedió. Deseo.

Nunca se sentía cómodo cuando las cosas se escapaban de su control. Aquel no era el lugar ni el momento para sentir una punzada de deseo por una mujer. Pero sucedió.

Ella llegó hasta su lado con un velo que tendría que haberle producido irritación. Pero por alguna razón, el misterio le resultó profundamente erótico. Reconoció su perfume porque se lo había olido en las otras ocasiones, pero en lugar de dulce e inocente ahora le pareció embriagador y femenino.

Tampoco su figura esbelta era tan infantil como le había parecido en un principio. Se movía como si fuera dueña de su cuerpo, ¿y cómo no se había dado cuenta antes de que tenía los ojos tan azules? Apenas podía verle la cara, pero la intensidad de aquel color no podía ocultarse tras unas cuantas capas de encaje.

El corazón empezó a latirle de un modo conocido y doloroso. Deseo. El de verdad. El que suponía algo más que una necesidad básica.

Sintió un escalofrío de pánico pero acalló los recuerdos de las carencias. Del terror. Del dolor. Actualmente conseguía todo lo que quería. Siempre. Iba a conseguirla a ella. Experimentó una oleada de satisfacción.

La ceremonia avanzaba despacio. Mikolas estaba deseando que terminara para poder levantarle el velo. Se dijo que se debía a la satisfacción por cumplir el objetivo que su abuelo le había asignado. Con aquel beso las hojas de balance saldrían del centrifugado limpias y planchadas como si fueran nuevas. Lástima que el viejo no se encontrara bien para haber viajado hasta allí y disfrutar en persona del momento.

Mikolas dejó al descubierto el rostro de su novia y se quedó paralizado.

Era preciosa. Tenía una boca fascinante de labios gruesos y una barbilla fuerte que se alzaba desafiante mientras sus iris azules parpadeaban al mirarlo.

Aquella no era una niña a punto de cumplir la mayoría de edad. Era una mujer con la suficiente madurez para mirarlo directamente a los ojos sin pestañear.

Aquella no era Trina Stamos.

–¿Quién diablos eres tú?

Se escucharon exclamaciones de asombro entre la gente.

La mujer alzó una mano para quitarle a Mikolas el velo de entre los dedos paralizados.

Detrás de ella, Grigor se puso de pie de un salto y soltó una palabrota.

–¿Qué diablos haces tú aquí? ¿Dónde está Trina?

Sí, ¿dónde estaba su prometida? Sin la mujer correcta que pronunciara los votos y firmara con su nombre aquel matrimonio y la fusión quedaban paralizados. No.

Como si anticipara la reacción de Grigor, la novia se colocó detrás de Mikolas y lo utilizó como escudo mientras el otro hombre avanzaba hacia ellos.

–¡Maldita zorra! –siseó Grigor.

El padre de Trina no estaba sorprendido por el cambio, sino más bien furioso. Estaba claro que conocía a la mujer.

–¿Dónde está? –preguntó Grigor con una vena hinchada bajo la frente.

Mikolas puso una mano para evitar que el hombre agarrara a la mujer que él tenía a su espalda. Quería que ella le diera una explicación antes de que Grigor diera rienda suelta a su furia.

O tal vez no.

Se escucharon otros gemidos de sorpresa entre la gente, marcados por el repiqueteo de la puerta de incendios y el sonido de la alarma.

Su prometida se había escapado por la puerta de emergencia.

Capítulo 2

 

Viveka corría todos los días. Estaba en forma y la adrenalina le saltaba en las arterias, dándole la habilidad de moverse rápidamente y de manera ligera mientras huía de la furia de Grigor.

El vestido, los tacones, los espacios entre las plataformas y el muelle flotante ya eran otra historia. Maldición.

Llegó a la rampa oscilante de una pieza gracias a los barandales que había a ambos lados, pero luego echó a correr por la inestable plataforma que había entre las rampas de las embarcaciones en busca de la bandera de su barco y… se le enganchó la cola del vestido. Ni siquiera pudo ver con qué. Cayó hacia atrás y perdió completamente pie.

Giró el tobillo, se tambaleó, trató de recuperarse, se le enganchó el pie en una cuerda recogida y trató de agarrarse al barandal del yate que tenía al lado.

Pero no lo consiguió y cayó a un lado del barco con el hombro. El intento fue fallido, cayó por la borda y hubiera pegado un grito, pero tuvo la buena idea de aspirar con fuerza el aire antes de caer.

El agua salada, fría y turbia se cerró sobre ella.

«No entres en pánico», se dijo estirando las piernas. Pero se enredó todavía más con el vestido y el velo.

«Mamá». Aquello fue lo que debió sentir aquella noche lejos de la orilla al encontrarse de pronto bajo el agua fría y revuelta, enredada en un vestido de noche.

«No entres en pánico».

A Viveka le ardían los ojos cuando trató de apartar el velo lo suficiente como para ver dónde iban las burbujas. El vestido flotaba a su alrededor oscureciéndole la visión, cada vez más pesado. El frío del agua le atravesó la piel. El peso del vestido tiraba de ella hacia abajo.

Empezó a patear, pero las capas del vestido se interponían en su camino. Los tacones de aguja se le clavaron en la tela. Era un esfuerzo inútil. Se iba a ahogar a escasos metros de la orilla.

La necesidad de aire se había convertido en insoportable.

Entonces una mano la agarró del antebrazo y tiró de ella. Viveka dejó escapar el escaso aire que le quedaba y trató de no inhalar. Cuando atravesó el manchón de luz que quedaba arriba jadeó y se llenó los pulmones de aire, echándose para atrás el velo para ver a su rescatador. Mikolas.

Tenía un aspecto terrorífico. A Viveka le dio un vuelco al corazón.

Mikolas tiró de ella para arrastrarla a la rampa que había en la popa de un yate y le puso las manos en ella para que se agarrara. Viveka obedeció como si le fuera la vida en ella. Le ardían los pulmones. Tenía un nudo formado en el estómago por el shock de lo ocurrido. Trató de recuperar el aliento para aclararse los pensamientos.

La gente había empezado a arremolinarse alrededor del muelle para intentar ver entre los barcos. Viveka sentía que el vestido estaba hecho de plomo. Consiguió quitarse el velo del pelo y lo dejó flotando sin atreverse a mirar a Grigor. Había visto de reojo sus robustas piernas y con eso le bastaba. El corazón le latía con fuerza.

–¿Qué diablos está pasando aquí? –inquirió Mikolas con tono autoritario–. ¿Dónde está Trina? ¿Quién eres tú?

–Soy su hermana –Viveka tragó agua cuando una ola bañó el barco al que estaban agarrados–. Ella no quería casarse contigo.

–Entonces no debió aceptar la proposición –Mikolas se incorporó para sentarse en la plataforma.

Claro, como si fuera tan fácil.

Mikolas resultaba difícil de mirar con aquella expresión letal. ¿Cómo se las arreglaba para parecer un actor de cine de acción con la camisa blanca pegada a los musculosos hombros, sin abrigo ni corbata y con el pelo aplastado a la cabeza? Era como mirar directamente al sol.

Mikolas se levantó y la agarró de los antebrazos para sacarla del agua. Soltó una palabrota cuando la dejó en el suelo a su lado. Ella se tambaleó y trató de mantener el equilibrio entre el movimiento del barco.

Mikolas le había salvado la vida. Tragó saliva y trató de asimilar aquella desconcertante sensación de gratitud. Había construido un fuerte escudo que la protegía de las faltas de respeto, pero no sabía cómo lidiar con la amabilidad. Estaba conmovida.

La voz de Grigor la devolvió a la realidad. Tenía que escapara de allí. Tiró del corpiño y abrió los delicados botones de la espalda para intentar quitarse la tela por las caderas. Solo llevaba sujetador y braguitas de encaje blanco debajo, lo que suponía básicamente un bikini. Suficiente para nadar hasta su embarcación de huida.

Para su sorpresa, Mikolas la ayudó a quitarse el vestido y luego a meterse otra vez en el agua. Pero no le dio oportunidad de pasar por delante de él. Le puso las anchas manos en la cintura.

Grigor.

–¡Nooooo! –gritó ella.