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Índice

 

 

PRESENTACIÓN

PRÓLOGO DEL AUTOR

DIÁLOGO DE SIMÓN CON EL VIENTO DEL DESIERTO

EL AUTOR

OTRAS OBRAS PUBLICADAS EN ESTA COLECCIÓN

 

 

1ª Edición: Enero de 2018
© 2018 Simón – Un columna en el desierto – Juan Antonio Alonso
© Portada: La bona Trama

 

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Depósito legal: B 29798-2017

ISBN formato papel: 9788494560835

ISBN formato ebook: 9788494560842

 

 

“Todas las grandes verdades son al principio blasfemias”

George Bernard Shaw

 

PRESENTACIÓN

 

 

El presente ensayo tiene como marco lo que se conoce como ascetismo, práctica surgida en la antigua Grecia, pero milenaria también en Oriente, donde está presente en el budismo anterior al cristianismo y posteriormente en el Islam, que lo considera un tipo de ascética unida a la mística del sufismo, viniendo el ascetismo del griego askesis que significa la práctica, el ejercicio corporal y más especialmente, el entrenamiento atlético.

 

El ascetismo, como el anacoretismo o vida de anacoreta, surge como consecuencia de una corriente espiritual de la iglesia de Cristo a inicios del siglo IV: la espiritualidad monástica. Esta corriente espiritual buscaba la limpieza de corazón la cual la conseguían mediante el desprendimiento de todo lo creado (apartamiento del mundo) y la práctica de la caridad. La limpieza de corazón era el requisito para la posesión del Reino de Dios, que en este mundo se obtiene por la contemplación divina y cristalizada en una forma de vida que se denomina vida contemplativa.

 

En el cristianismo, el ascetismo sirvió a los llamados Padres del desierto o padres del yermo o también padres de la Tebaida, para tratar de alcanzar de acuerdo a sus creencias, una unión más perfecta con Dios al alejarse de cualquier contacto con lo profano por medio de una vida de privaciones, penitencia y oración por la que optaron algunos monjes, eremitas y anacoretas como san Antonio. La primera manifestación de importancia de la vida anacoreta se dio en Egipto en torno a San Antonio Abad (Heracleópolis Magna, Egipto, 251-Monte Colzim, Egipto, 356), quien congregó a su alrededor un gran número de discípulos que poblaron desiertos como los de Nitria y Scete. De acuerdo con los relatos de san Atanasio y de san Jerónimo, Antonio fue reiteradamente tentado por el Demonio en el desierto. Se le considera el fundador de la tradición monacal cristiana. Su modo de vivir se caracterizaba sobre todo por la soledad y el silencio. Los anacoretas habitaban cuevas o cabañas, bien aislados o en grupos de dos o tres, dedicados plenamente a la oración, la penitencia y el trabajo manual.

 

El autor, se sirve de la figura de Simón o Simeón el Estilita (Sisan, Cilicia c. 390 – Alepo, Siria, 27 de septiembre 459), para fabular en un continuo enfrentamiento o disquisición a tres voces: el viento, el desierto y el propio Simón, que en realidad son una misma cosa, reproduciendo la eterna lucha del hombre que mantiene consigo mismo y las pasiones propias de su condición humana y que hacen que, queriendo ir hacia Dios, sin embargo sus inclinaciones le lleven justamente en sentido contrario. San Pablo refleja magníficamente esa tragedia humana, cuando nos dice: “Pues no hago el bien que deseo, sino que el mal que no quiero, eso practico.” (Romanos 7, 19)

 

Pero ¿quién era Simón el Estilita? Su fama radica en el hecho de haber elegido como penitencia pasar 37 años en una pequeña plataforma de madera, dispuesta en lo alto de una columna cerca de Alepo, en Siria, muriendo a finales del siglo IV. Dedicado al pastoreo en su infancia, a los 15 años ingresó en un monasterio donde aprendió de memoria los 150 Salmos de la Biblia, rezándolos cada semana, a razón de 21 salmos cada día. Se le considera el inventor del cilicio. Fue expulsado de un monasterio por su rigor absoluto, así que decidió ir al desierto para vivir en continua penitencia; allí, después de vivir en una cisterna seca y en una cueva, y a causa de la continua molestia que le suponían las muchas gentes que venían a visitarle, apartándole de la vida contemplativa y la oración y acercándole a la tentación, decidió que le construyeran una columna de tres metros de altura, luego una de siete y por último pasó a una de 17 metros para vivir subido en ella y alejarse del tráfago humano. Sobre esta columna pasó sus últimos 37 años de vida, por lo que se ganó el sobrenombre de “el Estilita”. Murió en el año 459.

 

Posteriormente y dentro del cristianismo, el cartujo fray Bernardo de Fontova, llegará a desarrollar el ascetismo como procedimiento para acercarse a Dios, exponiéndolo en su “Tratado de las tres vías, purgativa, iluminativa y unitiva”, constando en general de dos vías, purgativa e iluminativa, de acercamiento a Dios, y de una tercera, la unitiva, que no era en realidad tal, puesto que se daba ya una vez realizada la unión mística.

 

Llegará incluso a desarrollarse una escuela ascética española que va desde la baja Edad Media hasta el siglo XVII. Al existir una íntima relación entre ascetismo y misticismo, a pesar de su diferencia conceptual (ascética es el intento de llegar a Dios por diferentes vías, especialmente la oración y la penitencia mediante una vida austera y la privación de la satisfacción de las necesidades corporales, mientras mística es la consecución de la unión con Dios); hace que buena parte de los personajes que la componen se denominen místicos españoles y que tanto en su aspecto de corriente religiosa como en su aspecto de escuela o movimiento literario se les identifique también como mística española. Han habido distintas doctrinas ascéticas según la orden religiosa que la inspirara: una ascética franciscana, otra carmelitana, otra dominica, otra agustina, otra cartuja (Bernardo Fontova), otra jesuita (inaugurada por los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola), etc. Grandes ascéticos españoles han sido San Juan de Ávila, Fray Luis de Granada, Fray Francisco de Osuna, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Fray Pedro Malón de Chaide, Fray Antonio de Molina, etc.

 

Volviendo a la obra que tratamos de prologar, el autor teatraliza en los diálogos que se suceden en la mente del pobre Simón, la lucha llevada a cabo en cada creyente cristiano en su eterno enfrentamiento con el diablo y de la que no se escapó ni la condición humana del propio Cristo, cuando lo tienta, tratando de confundirle y diciéndole: “Te daré todo este poder y su gloria porque me han sido entregados y los doy a quien quiero” (Lc 4, 5-6), desfigurando el maligno la promesa del Padre al Hijo recogida en el Salmo II: “Pídeme y te daré en herencia las naciones” (Sal 2, 8). Un diálogo en el que todo creyente se siente identificado, al verse asaltado cotidianamente por las mismas dudas que atribulan a Simón, y que el autor sabe describir sabiamente, entre otras razones porque él mismo, en tanto que creyente y en su condición humana, no deja de verse asaltado por los mismos o parecidos cuestionamientos.

 

Sin embargo, finalmente la fe del creyente prevalece por encima de todo razonamiento humano y Simón termina –y con él el texto– en la esperanza por la resurrección.

 

 

Ramón Martí Blanco

 

 

San-Simeon-Estilita-Placa-del-siglo-VII-en-el-Museo-de-El-Lovre-Paris.tif 

Plancha metálica que muestra a Simón el Estilita sobre su columna.
La serpiente representa al demonio, tratando de tentarlo (siglo VILouvre).