Edición base: Ricardo Barnet Freixas

Edición para ebook: Nisleidys Flores Carmona

Diseño de cubierta: Eloy R. Hernández Dubrovsky

Diseño de interior: Carmen Padilla González

Realización: Yuleidis Fernández Lago

Composición para ebook: Madeline Martí del Sol y Nisleidys Flores Carmona



© Fabián Escalante Font, 2008

© Sobre la presente edición:

Editorial de Ciencias Sociales, 2017



ISBN 978-959-06-1877-2


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Prólogo

Como en los filmes bélicos o en los de tema policíaco, el libro del general de división (r) Fabián Escalante ofrece todos los ingredientes de esas obras cinematográficas con sus villanos y sus víctimas, sus acciones aventureras y sus elementos de misterio e incertidumbre; pero hay una diferencia muy importante entre la obra fílmica de ese género y el libro de Escalante; una diferencia cardinal: el libro no tiene componentes de ficción, aunque a veces lo parezca. Nada ha sido inventado por la mente de un fabulador; todo sucedió como se cuenta, y todo es historia contemporánea. Aquí, el relato refleja una realidad sin afeites ni exageraciones y la única semejanza es que hay protagonistas como en los filmes, dos, para ser exactos: uno de ellos personificado por la obsesión enfermiza de los círculos de poder de los Estados Unidos para volver a ejercer dominio sobre Cuba, y el otro por la voluntad inquebrantable del pueblo cubano de defender su independencia y soberanía. Cuando la Revolución tomó medidas de rescate de la economía del país y conquistó su autonomía política, los Estados Unidos desarrollaron planes conspirativos con el propósito de liquidar el proceso popular que se desarrollaba en la Isla. No pudieron comprender la fuerza que tiene una revolución verdadera de sólido basamento popular.

Se intentaron operaciones subversivas de la índole más variada y se ensayaron maniobras diplomáticas y políticas para aislar a Cuba y facilitar una agresión militar. En los días iniciales de la Revolución, por una parte, el incipiente servicio de Seguridad cubano con la colaboración patriótica del pueblo, y por otro lado, las denuncias del gobierno revolucionario en los foros internacionales fueron desmontando las conjuras. Las simpatías que despertó la Revolución en los pueblos de América Latina impidieron que muchos de sus gobiernos acataran los dictados de los Estados Unidos. Fue una lucha sin cuartel entre la joven Revolución y el bien pertrechado imperialismo.

A episodios de esta pugna se refiere el libro, que revela aspectos inéditos de esa guerra no declarada de Washington contra Cuba la que, a finales del siglo pasado, provocó la confrontación más grave de la llamada guerra fría: la Crisis de Octubre o de los Misiles, que puso al mundo al borde de una guerra nuclear y que tuvo como resultado, en las acciones agresivas de los Estados Unidos, las verdaderas causas del conflicto.

Después de la derrota vertiginosa de la invasión mercenaria en 1961, fue el intento de más envergadura que ensayaron hasta ese momento: el lanzar una fuerza militar organizada, adiestrada y subvencionada por el gobierno de Washington. El presidente de los Estados Unidos ordenó la ejecución de varios proyectos subversivos de gran magnitud, que también fracasaron. El principal de estos fue la llamada Operación Mangosta que, como dice el libro, fue el programa de guerra encubierta más vasto que hasta entonces habían emprendido los Estados Unidos para derrocar a un gobierno extranjero. Este aparato gigantesco de subversión y espionaje tenía un calendario de actividades que culminarían en octubre de 1962 con una invasión militar, de ser necesario, precisamente en la fecha de lo que resultó uno de los momentos más graves de la Crisis de los Misiles.

Como aporte al esclarecimiento histórico, se señala que el engranaje subversivo montado por Washington condujo a la instalación en Cuba de los cohetes nucleares soviéticos de alcance medio e intermedio. Todas las informaciones obtenidas por nuestro país y la Unión Soviética indicaban claramente la preparación de un ataque militar a la Isla. La Crisis de los Misiles, aunque muy grave, fue solamente un episodio del camino lleno de obstáculos y trampas que ha tenido que recorrer la Revolución cubana.

La trama que recoge el libro es compleja y al mismo tiempo aleccionadora. La batalla sin pausa que libraron los incipientes agentes de la Seguridad cubana en los primeros años de la Revolución es un material de lectura interesante que expone en detalle episodios destacados de aquella etapa, extraídos de los archivos de los órganos de la Seguridad del Estado cubano y de documentos desclasificados del gobierno de los Estados Unidos, así como de vivencias personales del autor. Podemos seguir el curso de conspiraciones para cometer actos de terrorismo y atentados por las confesiones de elementos contrarrevolucionarios agentes de la CIA, que exponen las instrucciones recibidas para llevar a cabo sus operaciones clandestinas en el territorio nacional.

Como en los filmes de Hollywood, tampoco la mafia podía faltar en la reseña. El gobierno de Washington utilizó a varios de sus personajes connotados en proyectos para asesinar al jefe de la Revolución cubana y a otros dirigentes, y el relato del lugar ocupado por esos delincuentes tiene también el condimento del libreto de una fantasía. Se abandonaron todos los escrúpulos para reclutarlos como agentes ejecutores de crímenes para servir a los intereses políticos de un Estado. Hasta esos extremos llegaron los Estados Unidos para ahogar el proceso popular en Cuba.

No es ocioso recordar esos hechos porque la política de hostilidad que sigue hoy Washington es la misma en sus intenciones que aquélla, la que tantas muertes y daños materiales ha causado en todos estos años. La Operación Mangosta y la Crisis de los Misiles constituyen un fenómeno de causa y efecto, dos caras de la misma moneda con expresiones similares de una política agresiva que no ha dado los resultados esperados. Los detalles que expone el libro ejemplifican la falta total de ética de sus inspiradores y la dependencia total de sus ejecutores a los intereses de una gran potencia que tiene como designio el avasallamiento de Cuba.

El origen de la instalación de los cohetes soviéticos en territorio cubano ha tenido muchas explicaciones: desde que posibilitaba a la Unión Soviética alcanzar una mejor situación estratégica frente a los Estados Unidos, o lo que decía la propaganda norteamericana: de que era para convertir en cenizas su suelo y amenazar a países de América Latina, o de que se trataba de la defensa de Cuba: Pero ¿era necesario dar ese paso para defender a Cuba? El gobierno revolucionario sabía que se estaba gestando una agresión contra el país y estaba preparado para resistirla. Fidel Castro, como recuerda el libro, ha manifestado que para defender la Isla no se necesitaba ese armamento. Había otras soluciones: en una reunión de análisis entre los dos países o en que la Unión Soviética declarara que una agresión a Cuba equivaldría a un ataque a su país, como hacen los Estados Unidos en acuerdos militares firmados con sus aliados, hubiera sido más efectivo.

Los planes subversivos norteamericanos, las maniobras aeronavales cerca de las costas cubanas, las infiltraciones de espías, los sabotajes, la violación del espacio aéreo cubano por aviones norteamericanos, la guerra económica, habían creado un clima peligroso de tensiones internacionales. La historia íntima y confidencial de muchas de estas operaciones se traslucen en la obra que el lector tiene en sus manos.

Carlos M. Lechuga Hevia1

1 Destacado periodista, político y diplomático cubano, que fue embajador de nuestro país ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

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Introducción

En el pasado año 2007 se conmemoró el cuadragesimoquinto aniversario de lo que se conociera popularmente como la Crisis de Octubre e internacionalmente como la Crisis de los Misiles, y que en 1962 colocó al mundo al borde de una guerra termonuclear.

En el otoño de 1962 se desencadenó el conflicto entre los Estados Unidos y Cuba, que venía gestándose durante varios años y había tenido como momento cimero la derrota en Playa Girón de un ejército mercenario, de origen cubano, entrenado y armado por aquel primer país.

La crisis se precipitó al descubrirse por los Estados Unidos la presencia en Cuba de misiles intercontinentales soviéticos, instalados con la autorización del gobierno cubano, para su defensa y en solidaridad con el entonces campo socialista; sin embargo, al analizarse y estudiarse el fenómeno ocurrido, muchos solo toman el último acto, la presencia de los misiles, y obvian, o lo que es peor, escamotean, los antecedentes de la guerra no declarada por los Estados Unidos contra Cuba, que ese año, según documentos oficiales norteamericanos, desclasificados en años recientes, preveía derrocar militarmente a su gobierno.

Es por ello que, con o sin misiles soviéticos en Cuba, se produciría en el Caribe una crisis político militar de consecuencias inimaginables para nuestro hemisferio y probablemente para el mundo, en tanto los cubanos, como ya lo habían demostrado en Playa Girón, defenderían su libertad y soberanía al precio que fuera necesario.

Un vasto proyecto denominado Operación Mangosta,1 que involucró a las principales agencias del gobierno norteamericano, incluidas la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) y el Pentágono, pretendía, en un calendario apretado de seis meses, derrocar al gobierno cubano. Precisamente el mes de octubre estaba señalado dentro del proyecto para propinar el golpe final a cargo de las fuerzas armadas de los Estados Unidos, lo que irremediablemente provocaría una contundente respuesta cubana.

1 Mangosta, roedor de la familia del hurón que habita principalmente en la India. Es un animal domesticable; sin embargo es capaz de luchar contra una serpiente y vencerla. Fue el nombre clave dado al operativo anticubano emprendido por los Estados Unidos a finales de 1961 con el objetivo de derrocar a la Revolución.

Durante los encuentros realizados en la década de los noventa del pasado siglo para analizar este acontecimiento, rusos, norteamericanos y cubanos han manifestado teorías diferentes sobre los antecedentes, las causas, consecuencias y lecciones de la Crisis de Octubre. La argumentación principal de los rusos y norteamericanos ha estado relacionada con temas tales como la carrera armamentista, las pretensiones soviéticas en el Caribe, la falta de comunicación, la guerra ideológica, los designios de una “potencia extracontinental” para apoderarse de una base en el hemisferio occidental, y otros muchos más. La propaganda desarrollada en Occidente después de desaparecida la Unión Soviética se ha encargado de responsabilizar a ésta con las causas de la crisis, en tanto se dice exportó a Cuba misiles con ojivas nucleares, con el propósito de presionar, sacar ventajas, chantajear, o incluso agredir a los Estados Unidos.

Para los cubanos, estos argumentos resultan simplistas, ideologizados y sobre todo evaden las causas reales del conflicto, presente en la guerra no declarada que los Estados Unidos han desarrollado contra Cuba por más de 45 años.

El 29 de mayo de 1962, cuando la delegación soviética encabezada por Sharaf Rashídov llegó a La Habana para proponer a las autoridades cubanas la instalación de misiles, lo hizo con el argumento de que estos protegerían a Cuba de una inminente agresión militar norteamericana. Tales preocupaciones soviéticas no eran infundadas, como algunos han tratado de demostrar. Las acciones hostiles, el anterior ataque directo por Playa Girón y la guerra subversiva desatada desde comienzos de ese año eran los mejores ejemplos. Maniobras militares de los Estados Unidos en el Caribe, declaraciones de los personeros principales del gobierno que amenazaban a Cuba con agredirla, y el bloqueo económico y político impuesto eran razones suficientes; además, el gobierno de los Estados Unidos contaba —como los hechos demostraron posteriormente— con agentes de inteligencia dentro de las estructuras subversivas norteamericanas que señalaban constantemente el peligro que se cernía sobre la Isla.

Por su parte, la dirigencia cubana, tal y como explicó Fidel Castro durante el encuentro tripartito de 1992,2 conocía suficientemente acerca de los propósitos de los Estados Unidos para agredir a Cuba a finales de aquel año y se preparaba activamente en su defensa.

2 Reuniones de académicos, políticos y estudiosos norteamericanos, soviéticos y cubanos, que se desarrollaron durante varios años para analizar las causas, repercusiones y lecciones de la Crisis del Caribe de 1962, cuya primera cita se celebró en La Habana en 1992, y que tuvo como ponente principal al líder cubano.

En mayo de 1962, durante las conversaciones con la delegación soviética antes aludida, Fidel Castro expuso claramente que, para defender nuestra soberanía, Cuba no necesitaba de aquel armamento, y que este solo sería aceptado por solidaridad con el campo socialista, en el entendido de que esa decisión mejoraría sustancialmente la correlación de fuerzas entre ambos sistemas sociales.

De tal manera, en la Crisis de los Misiles, estuvieron dadas, además de las contradicciones entre las dos superpotencias, las añejas pretensiones norteamericanas por recolonizar a Cuba, y la guerra no declarada contra el proceso revolucionario que desde 1959 se llevaba a cabo. No tener en cuenta estos factores es probablemente una de las razones por las que todavía en muchas partes del mundo no hay una comprensión cabal de aquel suceso histórico.

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I

El triunfo de la Revolución cubana en 1959 no fue el resultado de una explosión popular espontánea, sino de un largo proceso de luchas iniciadas en el siglo xix para conquistar la soberanía y la independencia, y que trajo además, entre otras consecuencias: el mejoramiento significativo en las condiciones de vida de la población; la entrega de la tierra a los campesinos que la trabajaban; la organización de un sistema de salud para todos; alfabetizar y crear condiciones para que la cultura fuera una fuente de riqueza al alcance del pueblo; eliminar los vicios y la corrupción del pasado; proteger el entorno, en fin, muchos de los objetivos que todavía hoy constituyen metas en cumbres presidenciales tanto de países desarrollados, como de los de nuestro continente.

Los Estados Unidos no pudieron o no quisieron comprender que tales medidas de justicia social no estaban relacionadas con el establecimiento de un régimen socialista en la Isla. La incertidumbre y los prejuicios afectaron a muchos de los funcionarios y dirigentes del establishment norteamericano, quienes desde los primeros momentos vieron en la Revolución cubana una fuente de peligro o de inestabilidad para sus intereses.

Uno de los primeros estimados de inteligencia realizados por la CIA, trece días después del triunfo revolucionario del 1 de enero de 1959, exponía:

Castro ha contactado con comunistas —grupos de vanguardia de sus días universitarios— y han existido informes continuos de posible filiación comunista de algunos de los máximos dirigentes. Sin embargo no existe en la actualidad una seguridad de que Castro sea comunista [...]. Castro parece ser un nacionalista y algo socialista y aunque también ha criticado y alegado el apoyo de Estados Unidos a Batista, no se puede decir que personalmente es hostil a Estados Unidos [...].

El presidente Dwight D. Eisenhower fue más explícito en sus memorias, al referirse al triunfo revolucionario en Cuba: “En cuestión de semanas después de que Castro entrara en La Habana, nosotros, en el gobierno, comenzamos a examinar las medidas que podían ser efectivas para reprimir a Castro”.1

1 Dwight D. Eisenhower: Los años en la Casa Blanca, p. 404.

En abril de 1959 Fidel Castro visitó los Estados Unidos y el presidente Eisenhower no quiso recibirlo, delegando la entrevista en su vice, Richard Nixon, el cual al concluirla —en memorando oficial— acusó a Fidel Castro de comunista convencido, recomendando su destitución como dirigente del gobierno cubano.

La CIA, por su parte, desde el principio comprendió las preocupaciones de sus dirigentes. En febrero apoyó el proyecto del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, para derrocar al régimen cubano mediante la formación de un ejército mercenario que invadiera a Cuba; en mayo, las transnacionales y el Departamento de Estado forzaron a varios ministros del gobierno y al propio presidente cubano de entonces, Manuel Urrutia,2 para que no aceptaran la Ley de Reforma Agraria, lo que provocó la renuncia de estos y la primera crisis en el seno de la revolución; en octubre, estimularon una conspiración nacional que contó con figuras de la política tradicional, traidores al Ejército Rebelde, dirigentes estudiantiles católicos y elementos de la administración pública, quienes, encabezados por Hubert Matos,3 pretendieron fomentar una crisis social que presionara a Fidel Castro a moderar su programa de gobierno. Ese año concluiría con una recomendación del coronel J. C. King, jefe de la División Latinoamericana de la CIA, para asesinar a Fidel Castro, como la única solución viable para derrocar al régimen cubano.

2 Manuel Urrutia Lleó, antiguo magistrado del Tribunal Supremo, designado primer presidente de la República, al triunfo de la Revolución, quien unido a varios ministros derechistas se prestó a estos planes.

3 Hubert Matos Benítez, comandante del Ejército Rebelde, jefe de la guarnición de la provincia de Camagüey, quien en octubre de 1959 conspiró con sectores de la burguesía nacional y funcionarios de la Embajada de los Estados Unidos en La Habana que pretendieron levantarse contra la Revolución

¿Y cuáles fueron las causas para tales actitudes? En 1959, entre las medidas más significativas tomadas por el gobierno revolucionario, se encontraban las siguientes: rebajas en un 50 % de los alquileres de viviendas, así como de las tarifas eléctricas y telefónicas; creación del Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda (INAV), mediante el cual se comenzó un vasto programa de construcción en todo el país; el presupuesto del Palacio Presidencial, de casi cinco millones de pesos, se rebajó a poco más de un millón (1,2) anual: se aprobaron créditos para la construcción de cinco mil aulas y doscientas escuelas; los precios de los libros de texto fueron rebajados; se fundó la Ciudad Universitaria en la provincia de Oriente; se redujo en un 15 % los precios de la medicina; se creó el Departamento de Repoblación Forestal; fue organizado un plan para la rehabilitación de menores sin amparo filial; se entregó más de cien mil títulos de propiedad sobre la tierra a campesinos desposeídos; la mendicidad, la prostitución y la droga, que flagelaban a la sociedad, detuvieron su espiral ascendente y comenzaron a decrecer. A finales de aquel año, la revista Bohemia, la de mayor circulación en el país, informó que la popularidad de Fidel Castro alcanzaba para entonces al 90,2 % de la población cubana.

Nunca gobierno anterior, en tan pocos meses, había realizado una labor de esa naturaleza en beneficio de la población en general. Claro que para esto se afectó a los grandes intereses foráneos y nativos, en tanto eran los poseedores de los recursos y las riquezas del país. En esos primeros meses, Cuba trató de advertir a los Estados Unidos cuáles eran sus planes y por ello, en ese primer semestre, Fidel Castro visitó ese país, pero nadie o muy pocos, quisieron comprender que no se trataba de un fenómeno académico o teórico, sino de un pueblo que moría de miseria y vergüenza ante las necesidades y la corrupción imperantes. Aquellas medidas fueron acogidas por el pueblo cubano como la realización de sus más caros anhelos y esperanzas, lo que de inmediato fue repudiado y calumniado en los Estados Unidos.

En enero de 1960 durante una reunión del Consejo Nacional de Seguridad, mientras se discutía la nueva estrategia para derrocar el gobierno cubano, Roy Rubottom, asistente del subsecretario de Estado para Asuntos Hemisféricos definió así las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba en el transcurso del año anterior:

[...] el período de enero a marzo puede ser caracterizado como la luna de miel con el gobierno de Castro. En abril se hizo evidente un giro descendente en las relaciones... En junio habíamos tomado la decisión de que no era posible alcanzar nuestros objetivos con Castro en el poder y acordamos acometer el programa referido por Mr. Marchant. En julio y agosto habíamos estado delineando un programa para reemplazar a Castro. No obstante, algunas compañías en los Estados Unidos nos informaron durante ese tiempo que estaban alcanzando algunos progresos en las negociaciones, un factor que nos causó atraso en la implementación de nuestro programa. Las esperanzas expresadas por estas compañías no se materializaron. Octubre fue un período de clarificación. El 31 de octubre, de acuerdo con la CIA, el Departamento sugirió al presidente la aprobación de un programa en correspondencia con lo referido por Mr. Marchant. El programa aprobado nos autorizó a apoyar a los elementos que en Cuba se oponían al gobierno de Castro, mientras se hacía que la caída de Castro fuera vista como resultado de sus propios errores.4

4 Piero Gleijeses: “Buques en la noche”.

Aquello fue la declaración de una guerra ya comenzada. La CIA se propuso tomar la conducción directa del programa para derrocar a Fidel Castro, y el 17 de marzo el presidente Eisenhower firmó las órdenes pertinentes. Una gigantesca campaña propagandística fue desplegada. Argumentos tales como: que los cubanos expropiaban los grandes latifundios sin compensación; sancionaban indiscriminadamente a los genocidas batistianos; pretendían exportar revoluciones; enviaban a los niños a Rusia para ser adoctrinados, y miles de mentiras más convirtieron, por obra e imagen de los medios masivos de difusión, a una población de apenas seis millones de habitantes en el enemigo más peligroso del mundo occidental en el continente.

El programa subversivo aprobado se propuso cuatro direcciones principales de trabajo: crear una oposición política responsable en el extranjero; organizar una campaña monumental de guerra psicológica para desmoralizar a los cubanos; formar cuadros paramilitares en bases extranjeras para que dirigieran la contrarrevolución interna y, finalmente, organizar una estructura clandestina y de resistencia dentro de Cuba, encargada de derrocar al gobierno. Ninguna de las ideas propuestas era novedosa, en tanto habían sido experimentadas por la CIA cuando en 1954 derrocó al gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala, elegido democráticamente.

Richard Bissell, subdirector de la CIA, formó el mismo equipo de entonces, encabezado por Tracy Barnes, y como asistentes, a personajes que harían historia en esta nueva guerra, tales como David Attlee Phillips, Howard Hunt, David Morales y Frank Bender, entre otros; sin embargo, la realidad cubana en nada se parecía al modelo tomado, y más temprano que tarde los Estados Unidos se percataron de que la “responsable oposición” era imposible que prosperara en el interior del país; tampoco la guerra psicológica ni la resistencia interna dieron los resultados esperados, y solo en las regiones montañosas más apartadas pudieron sostener, y no por mucho tiempo, a bandas armadas que muy pronto se desenmascararon como grupos de asesinos y criminales que masacraban tanto a la población campesina como a niños y jóvenes alfabetizadores que pretendían llevar la luz del conocimiento a todos los rincones del país.

Para el mes de noviembre de ese año, la CIA, alertada de que sus planes originales no prosperaban en la perspectiva de crear un “frente interno” y derrocar a la Revolución “desde adentro”, decidió dar un cambio de 180 grados al proyecto. Varios descalabros en sus planes terroristas dentro de Cuba así lo demostraban; además, el apoyo de la población a Fidel Castro era cada vez mayor y así surgió la idea de una invasión militar utilizando una brigada de exiliados cubanos, para encabezar el ataque que de inmediato sería apoyado por personal militar norteamericano alistado en aguas cercanas a las costas cubanas. Imaginaban que el pueblo, al saber de la agresión y el apoyo de los Estados Unidos, se “sublevaría”, facilitando el derrocamiento del régimen revolucionario. No podían suponer que todas las mentiras y calumnias sembradas sobre el socialismo en el pueblo cubano, durante más de 50 años de seudorrepública, pudieran venir abajo, como castillo de naipes.

Dos hechos, de los actos preparativos de la invasión, así lo demuestran: en enero de 1961, se inició la Operación Pluto, nombre clave de la maniobra invasora, que debía comenzar con las infiltraciones de los team eyes, grupos especiales de agentes entrenados en las técnicas más modernas de sabotaje para preparar el terreno en el interior del país, organizando a la contrarrevolución y sembrando el terror, atacando objetivos económicos, sociales y políticos principales. En total sumaron 35 los hombres infiltrados que llegaron a Cuba por aire y mar, e incluso, con documentación falsa, por el aeropuerto habanero; sin embargo, para los primeros días de abril, 20 de ellos habían sido capturados, y el resto o se había asilado en alguna embajada latinoamericana o había regresado a su cubil.

Otro caso parecido ocurrió en el mes de marzo, con la dirigencia contrarrevolucionaria del denominado Frente de Unidad Revolucionaria (FUR), formado y bautizado en Miami, que debía dirigir al momento de la invasión la quinta columna interna responsabilizada con el ataque y hostigamiento a las fuerzas revolucionarias. Estaba dirigido por varios veteranos colaboradores de la CIA y el Departamento de Estado, entre los que se encontraban Rafael Díaz Hanscom, coordinador general; Humberto Sorí Marín, responsable militar, y Rogelio González Corso, delegado de la CIA y responsable de logística, capturados todos en la capital cinco días después de su infiltración, mientras planificaban junto con los principales lideres de organizaciones contrarrevolucionarias las acciones a desarrollar. Fue un golpe demoledor, pues la dirigencia del “frente interno” quedó descabezada.

El 17 de abril, la brigada de mercenarios de origen cubano, bajo la atenta mirada de la flota de guerra de los Estados Unidos, desembarcó en las arenas de Bahía de Cochinos un pequeño ejército con alto poder de fuego, mientras que su aviación compuesta por bombarderos B-26 atacaba los aeropuertos cubanos y todos los objetivos militares a su alcance. En menos de 72 horas fueron derrotados por el Ejército Rebelde, las milicias y el pueblo. Todo aquel esfuerzo desplegado por el Imperio devino fracaso aplastante y final inesperado de aquel proyecto espectacular. Fue una derrota humillante, y no solo porque sus planificadores se equivocaran o porque no hubo el famoso segundo bombardeo a los aeropuertos cubanos, o porque rusos, chinos o hasta extraterrestres combatieran del lado cubano, sino sencillamente porque este pueblo luchó, combatió y derramó su sangre, ya no solo por su independencia, sino también por el socialismo. Esa es la verdad histórica.

La lección, sin embargo, no fue aprendida. Probablemente en aquella época una política menos hostil, de diálogo con Cuba sobre una agenda acordada, donde Washington podía tratar de influir —si ello era lo que le preocupaba— para, precisamente, evitar el fortalecimiento de las relaciones con la Unión Soviética, fue desechada sin siquiera analizarse; todo lo contrario. Inmediatamente después de Playa Girón, se puso en marcha un nuevo programa que escalaba la guerra a dimensiones inimaginadas hasta entonces; una guerra que preveía, si se tiene en cuenta lo manifestado y escrito en documentos oficiales por sus propios estrategas, provocar una “sublevación interna”, que proporcionara el pretexto para invadir militarmente la Isla, cuando las condiciones así lo aconsejaran.

La legítima defensa, tutelada en los códigos de todas las latitudes, fue el derecho con que los cubanos decidieron defender su Revolución; por ello, al analizar la denominada Crisis de los Misiles de 1962 hay que tener en cuenta estos antecedentes y realidades, aun sin desechar la “guerra fría” y las contradicciones y pretensiones de las dos “superpotencias”.

Demostrar las dimensiones de esa guerra emprendida en los albores de 1962 es precisamente nuestro empeño.

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II