Conocí a Michael Fraenkel en los primeros días de mi ­estancia en París. Estaba sin un céntimo, mendigando comida, durmiendo donde pudiese; en una palabra, era lo que se dice un indigente. Creo que lo conocí por mediación de Bertha Schrank, de la que entonces estaba yo enamorado. Probablemente ella le dijese que yo era un escritor desesperadamente necesitado. Él tenía una situación relativamente acomodada, por haber regresado recientemente de las Filipinas, donde había vendido una gran cantidad de libros saldados por Doubleday. Jugaba a la Bolsa y le iba muy bien. También era escritor, cono no tardé en descubrir. Había escrito un libro: Werther’s Younger Brother, influido por Los sufrimientos del joven Werther de Goethe. Si no recuerdo mal, ya estaba viviendo en la Villa Seurat n.º 18. Me permitió dormir en el suelo algunas noches. No había una cama extra ni un sofá. Me sentí contentísimo de tener un techo sobre mi cabeza.

Y así comenzó la historia.

El día en que se publicó el Trópico de Cáncer, yo estaba ­viviendo en el 18 de la Villa Seurat. Quien ocupaba la planta baja (rez-de-chaussée) era (mira por dónde) Michael Fraenkel. Tuve la impresión de que era el propietario del edificio, pero, antes de que me marchara a Grecia, su propietaria era una tal madame Guisbourg.

Fraenkel no tardó en empezar a visitarme diariamente. Con frecuencia llegaba a tiempo para desayunar, quedarse a almorzar y a cenar y regresar a su morada hacia la medianoche. Pasábamos el día y la noche hablando, hablando y hablando. Supon­go que él habría calificado aquellas charlas de debates, pero para mí eran cualquier cosa menos eso. Aunque yo no parecía ­sacar nada de ellas, me fascinaban y al final de cada día me sentía exhaus­to. No podía haber dos personas más diferentes que Fraenkel y yo. Él tenía lo que podríamos llamar una mentalidad «rabínica», es decir, afilada como la hoja de una navaja. Además, nunca se desgastaba con el uso. En cuanto a mí, debí de ser también un buen conversador, pero nunca había conocido otro como Fraenkel. Lo suyo era la charla. Simplemente no podía pronunciar una oración llana y declaratoria. A mí todo lo que decía me pare­cía provocativo. Mi amigo Perlès nunca participaba en aquellas charlas, excepto cuando teníamos una necesidad apremiante de dinero. Entonces los dos íbamos a visitarlo a su piso de la planta baja y, mientras le hacíamos participar en una discusión acalorada sobre cualquier cosa, pasábamos a mangarle unos billetes de su cartera.

Después de unos meses de aquella locuacidad, un día en el Café Zeyer, en la Place d’Orléans, Frankel propuso que, en lugar de hablar, nos escribiéramos cartas.

—¿Sobre qué tema? —pregunté yo.

—Sobre cualquier tema y sobre todo —creo que respondió—. ¿Y si pusiéramos títulos a las cartas?»

Sonrió con aquella sonrisa sardónica suya que tan fácil le resultaba y se puso a soltar posibles títulos de un tirón. Todos ellos eran lo menos apropiados posible: no parecía importarle demasiado cuál fuese el título. Lo que le interesaba era que el volumen tuviese una extensión exacta de 1.000 páginas. «Llegados a la página 1.000 —añadió— debemos detenernos, aunque sea en medio de una oración.»

Antes de abandonar el café aquella tarde, habíamos acordado que el título para el libro fuera Hamlet. (Habíamos estado a punto de decidir que fuese «El vals de la viuda alegre».)

Había olvidado decir que desde el principio Fraenkel dijo claramente que publicaría el libro corriendo él con los gastos. Íbamos a repartirnos las regalías. Para sorpresa mía, me enteré de que era propietario de una editorial en algún sito de Bélgica. (Creo que originalmente la habían fundado juntos él y Walter Lowenfels, el poeta.)

El caso es que, cuando dejamos de escribir las cartas de Hamlet, no habíamos llegado a las 1.000 páginas. Creo que yo me había vuelto demasiado insultante con él en mis cartas. Desde luego, a aquella altura no éramos los mejores amigos, si es que alguna vez lo habíamos sido.

Naturalmente, el libro tuvo poca aceptación. Un editor ­francés (Buchet/Chastel) publicó la traducción, pero, al hacerlo, suprimió una buena porción de las cartas, de forma muy parecida a la de los japoneses, pero la edición francesa no tuvo ­mejor suerte que la inglesa.

Algunos años después, tras la muerte de Fraenkel, su viuda, Daphne Moschos, que había heredado los derechos de publicación del libro, sacó una edición británica, de la que nunca recibí ni un ejemplar ni un céntimo de regalías. Hace poco vendió los derechos a un admirador mío americano, Michael Hargraves, a quien se debe la aparición de esta edición americana.

Al recordar nuestra aventura de hace casi cincuenta años, me parece que fue como una partida de bolos, es decir, que él ponía los bolos y yo los derribaba lo mejor que podía.

henry miller

19 de febrero de 1979

© Herederos de Henry Miller, 2018. Todos los derechos reservados.

Publicado con el acuerdo de Agence Hoffman, París

© Traducción: Carlos Manzano

© Malpaso Ediciones, S. L. U.

C/ Diputació 327, pral. 1.ª

08009 Barcelona

www.malpasoed.com

Título original: Hamlet Letters

ISBN: 978-84-17081-96-6

Primera edición: septiembre de 2018

Diseño de interiores: Sergi Gòdia

Imagen de cubierta: © Roger Viollet

Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright,la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro (incluyendo las fotocopias y la difusión a través de internet), y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo, salvo en las excepciones que determine la ley.






Este libro se terminó en agosto de 2018.






epistolario




Henry Miller

Quisiera dar un gran 

rodeo: epistolario



Introducción de Michael Hargraves

Prólogo de Henry Miller

Traducción de Carlos Manzano



BARCELONA MÉXICO BUENOS AIRES Nueva York


introducción

Para la mayoría de los lectores, salvo los más empedernidos entusiastas de Henry Miller, esta obra será esencialmente nueva y desconocida.

Esta obra escrita en París es desconocida principalmente por el limitado número de ejemplares editados, la falta de distribución, la forma como se imprimió (con diferentes clases de papel y las hojas atadas con cintas) y los lugares en los que se publicó (Puerto Rico y México).

Su título original era Hamlet y en su momento fue como una aventura literaria experimental: una colaboración epistolar e improvisada entre Miller y Michael Fraenkel, un oscuro escritor americano nacido en Lituania. (En el comienzo del proyecto figuraba su común amigo Alfred Perlès, pero no tardó en abandonarlo y no se publicó ninguna de sus cartas.) El tema del libro era Hamlet de Shakespeare e iba tener un total de 1.000 páginas, ni más ni menos. Sin embargo, no fue así.

Antes de referirme la estructura del libro, considero importante ofrecer una breve historia de las cartas de Hamlet y de cómo nació esta edición.

La correspondencia real se sucedió desde noviembre de 1935 hasta octubre de 1938. Con pocas excepciones, las cartas están escritas en Paris. (La génesis de este proyecto se produjo en la terraza del Café Zeyer de París que, por cierto, yo visité durante la edición del libro: ya no tiene terraza y, desde luego, en vista de su nuevo estilo elegante, Miller, con su penuria económica de entonces, no habría podido darse el lujo de beber en él.)

Con el sello editorial Carrefour, Fraenkel publicó el Volumen Primero en Santurce (Puerto Rico) en junio de 1939. Estaba incompleto, pues le faltaban cien páginas de cartas. Se imprimió en Bélgica en una edición de 500 ejemplares.

El Volumen Segundo se publicó en junio de 1941, en México, también en una edición de 500 ejemplares, aunque había, al parecer, veinte ejemplares especiales, encuadernados en tafilete rojo y firmados por Miller y Fraenkel.)

En julio de 1943, se publicó una edición completa del Volumen Primero, también en México, en una edición de 500 ejemplares.

En febrero de 1956, la editorial Correa/Buchet & Chastel de París publicó una edición en francés en un solo volumen abreviado: falta un tercio de las cartas de los dos autores. La edición más completa de las cartas, de 500 ejemplos y con las hojas atadas con cintas rojas al estilo japonés, (con impresión tipográfica, ¡nada menos!), fue publicada por la viuda de Fraenkel, Daphne, en Londres en 1962, también con el sello Carrefour y en ella figuraban algunos dibujos con tinta y fotografías.

Esta edición de Capra Press constituye la primera impresión americana y las gestiones para lograr publicarla no fueron un logro fácil precisamente.

Conocí el libro por primera vez en una biblioteca cuando me mudé a California en 1975. Al no poder llevármelo prestado (¡estaba clasificado como libro poco común!), tuve que leerlo de una sentada, unas 400 páginas nada menos. Lo que leí me impresionó muy favorablemente, en particular los textos de Miller. Entonces me pareció (y sigue pareciéndome) que contiene algunas de las páginas mejores de Miller, algunos de sus pensamientos mas libres (y, sin embargo, provocativos) publicados e imbuidos del estilo sarcástico y maravillosamente vulgar del Miller que yo ya había leído. (Hay que recordar que la composición de este libro fue inmediatamente posterior a la de Trópico de Cáncer y coincidió con la de Trópico de Capricornio.) Otros lectores de Miller con los que he hablado a lo largo de los años convienen en mi entusiasmo por este libro.

No entendía por qué no estaba disponible este libro en los Estados Unidos en aquella época, y no descubrí la razón hasta que fui a Europa por segunda vez.

Durante aquella estancia, hice una breve visita a Londres, donde encontré un ejemplar de la edición de 1962 en una librería de segunda mano. El librero me informó de que la esposa de Michael Fraenkel vivía en Londres. Por fortuna, la localicé y le hice muchas preguntas sobre el libro. Me dijo que originalmente había decidido reeditarlo el libro como homenaje a su difunto marido, me expresó su desagrado de Henry Miller y me informó de que Carrefour Press iba a celebrar dentro de poco su quinto aniversario.

Como me lancé a la empresa con ingenuidad, le propuse que me permitiera buscar un editor americano para el libro. Cuando regresé a California, comencé una larga correspondencia con Daphne Fraenkel sobre el futuro de Las cartas de Hamlet en los Estados Unidos. Ella me ofreció los derechos de publicación en los Estados Unidos y me puse a buscar un editor.

Durante aquel período conocí a Henry Miller, quien entonces vivía en Pacific Palisades (California), y trabé amistad con él. Cuando me reuní con él por primera vez, llevé conmigo mi ejemplar de la edición publicada por Daphne, en la que me escribió esta dedicatoria: «Para Michael Hargraves, orgulloso poseedor de una edición no autorizada por mí». Miller abrigaba sentimientos recíprocos con la sreñora Fraenkel. Más adelante, cuando comenzamos una correspondencia sobre el libro Miller expresó más ampliamente su desagrado de ella. En una carta, me escribió: «Mi opinión sobre Daphne no ha cambiado con el paso de los años. Siempre la consideré una imbécil muy astuta». En otra carta, escribió: «Me engañó con las regalías de esa hermosa edición británica. Más aún: me trató en las notas promociónales como si fuera la quinta rueda de un vagón». (Las notas a las que se refiere Miller figuran en la página última de portada del libro, procedentes de algunas reseñas contemporáneas del decenio de 1940.)

El odio de Miller a Dafne Fraenkel se debía principalmente a que no hubiera conseguido la publicación del libro en los Estados Unidos (y también a que Fraenkel no le hubiese concedido derecho alguno sobre el libro en el momento de su primera publicación.) Fue un caso de ira y celos y Miller se sintió herido con razón.

Aunque se hicieron algunos intentos anteriores de publicar el libro en los Estados Unidos, nunca llegaron a buen puerto, principalmente por la resistencia de la señora Fraenkel. Sin embargo, ha habido alguna controversia sobre el derecho de edición de Las cartas de Hamlet. Elmer Gertz, abogado de Miller en el juicio relativo a Trópico de Cáncer, afirma que el libro nunca contó con un derecho de edición registrado. Una investigación posterior en la Oficina de Derechos de Autor de los ee.uu. ha demostrado que el libro nunca contó, en efecto, con el registro de la propiedad intelectual, pero que se depositaron ejemplares en ella, es de suponer que por Fraenkel. Si éste tenía en verdad la intención de registrar la propiedad intelectual del libro, lo cierto es que no la renovó, por lo que pasó a ser de dominio público.

Comenzó el proceso de búsqueda de un editor y el camino con miras a lograrlo fue bastante accidentado. Para ayudar al respecto, Miller escribió un prefacio original gratuito para la nueva edición (que figura aquí) como prueba de gratitud por mi intento de lograr la publicación del libro en los Estados Unidos. Durante dos años, me dirigí prácticamente a todos los editores mayores, menores y universitarios para proponerles su publicación. (Incluso Capra Press no podía afrontar financieramente la edición de las más de 400 páginas del libro; New Directions y Grove Press, los antiguos editores de Henry, no quisieron afrontarla porque en aquella época había de publicarse el texto íntegro.)

Como último intento a la desesperada y con la esperanza de conseguir una subvención para publicar yo mismo el libro o infundir algún entusiasmo a otros, publiqué un librito titulado The Hamlet Additions: The Unpublishing of the Henry Miller-Michael Fraenkel Book of Correspondence Called Hamlet en 1981 en una edición de 200 ejemplares. Solicité a Norman Mailer, Alfred Perlès, Robert Gover y Alain Robbe-Grillet ensayos, que esos admiradores de Miller escribieron con mucho gusto. Lamentablemente, también aquel intento de lograr la publicación del libro fracasó.

Aparte de su voluminoso tamaño, otro problema para que los editores se interesaran era el desconocimiento general de Michael Fraenkel. Mi propio conocimiento de él se limitaba a su Bastard Death, The Genesis of The Tropic of Cancer y, naturalmente, su parte en Las cartas de Hamlet. Se ha escrito que Fraenkel era un escritor tan oscuro en el momento de su muerte en 1957 como durante todo el resto de su vida.

Recomiendo al lector un excelente estudio sobre Fraenkel de Walter Lowenfels (un buen amigo tanto de Miller como de Fraenkel) y Howard McCord, titulado The Life of Fraenkel’s Death (Washington State University Press, 1970). Es una buena introducción a Fraenkel y en él figuran muchos datos importantes sobre la relación entre Fraenkel y Miller.

Por ejemplo, Lowenfels y McCord están esencialmente en lo cierto cuando señalan que Miller no concedía mérito a Fraenkel como inspirador de su proceso creativo. Fraenkel le presentó a algunos de sus amigos de toda la vida, además de darle a conocer algunos libros que iban a llegar a ser transcendentales para Miller Fraenkel, quien, por cierto, fue el modelo del personaje «Boris» de Trópico de Cáncer, era en verdad un hombre muy inteligente cuyo estilo, tan dispar, encendió los pensamientos de Miller durante aquel período temprano en París hasta la conclusión de Las cartas de Hamlet. Se ha dicho que Miller tuvo poco que ver con Fraenkel después de 1938 (aunque Miller escribió un breve homenaje a Fraenkel para el ahora famoso catálogo de Gotham Book Mart «We Moderns» en 1940.) Probablemente se debiera sobre todo a la negativa de Fraenkel a Miller sobre la reedición de su empresa común.

Los reseñadores del momento se sintieron desconcertados ante las páginas de los dos escritores. Sólo un puñado de pequeñas reseñas, además de The New Republic, citaron el libro: ni la edición en un volumen ni la otra. Al parecer, Fraenkel no se preocupó de conseguir copias de las reseñas o las publicaciones mayores no lo consideraron digno de dedicarle espacio alguno. Aunque Miller me reconoció que consideraba el libro en conjunto un mamotreto inútil, no por ello dejaba de sentir pasión por lo que escribió en aquel proceso, pues consideraba que en él figuraban algunos de sus pensamientos más claros, además de algunos de los más importantes en contenido.

Años después, Lawrence Durrell dijo de Las cartas de Hamlet que era «otro libro exasperantemente bueno en algunas partes y exasperantemente malo en otras».

Aunque Hamlet es, en verdad, el núcleo del libro y casi siempre la cabeza de puente a la que los dos autores regresan, se trata en realidad de un libro de filosofía, en dos variantes nítidas, de Miller y Fraenkel, de vida y muerte. La belleza del libro no radica en el examen de Hamlet (si bien estoy seguro de que un erudito shakespeareano podría disfrutar enormemente con el libro), sino en la forma como los autores se van por las ramas para revelarse. Esas desviaciones son las que les permiten fluir, lanzarse a debates sobre muchas cosas caras a su corazón y sobre el mundo en general. En su última carta a Miller, Fraenkel afirma que «has violado todas las reglas del juego». Así es exactamente y ésa es la razón precisamente por la que Miller sale mejor parado. Cuando Miller se enrollaba sobre algo que le apasionara, explotaba como un cohete en la plataforma de lanzamiento, subiendo cada vez más alto hasta agotar todo el combustible de sus pensamientos. En esa situación, Miller se sentía impulsado por los pensamientos, la ira y las actitudes defensivas de Fraenkel. Con cada carta Miller parece volar mas arriba por la atmósfera.

La razón de haber hecho esta edición como un libro estrictamente de Henry Miller y no una selección de las cartas de los dos autores, como se hizo con la edición francesa (y fallida) es sobre todo la del tamaño del libro y el desconocimiento de Fraenkel por el público lector. Aunque el purista que hay en mí habría preferido una edición completa del libro (tal vez el éxito de esta selección permita publicar un volumen acompañante con las cartas de Fraenkel), las cartas de Miller por sí solas componen un libro interesante. Sin embargo, lo que se debe entender es que no existe una edición completa de Las cartas de Hamlet. A lo largo de los años desde que Fraenkel publicó la primera edición del libro se perdieron cartas en parte o en su totalidad o por la razón que fuera no se las consideró apropiadas para la publicación. Así, pues, el lector no tiene por qué sentirse engañado en modo alguno.

Muchos de los temas que Miller aborda en sus cartas son aquellos sobre los que más adelante comentó tras su regreso a los Estados Unidos. Naturalmente, su omnipresente opinión sobre la vileza y la fealdad de los Estados Unidos salpica toda la obra. Hay que recordar que, cuando compuso estas cartas, estaba convencido de que nunca regresaría aquí y podía descargar su ira con todas sus ganas. También habla de la afinidad con los chinos, de sus sabios y filósofos. En una carta, Miller nos da sus impresiones sobre Aldoux Huxley, escritor al que en otros escritos ha expresado su admiración. En una carta de lo más profunda, Miller se explaya sobre su teoría del color. Es una carta asombrosa, con la que impresionó en verdad a Fraenkel, por lo que éste le contestó de forma muy elogiosa y positiva.

Entre otros asuntos que Miller aborda, figuran la esquizofrenia, los numerosos escritores, pintores y músicos que le habían inspirado, las películas, los judíos y sus estilos de vida y pensamientos y sus ideas sobre la narrativa como arte. Como ya he dicho, éste es un libro de la filosofía de Miller A lo largo de la travesía de Las cartas de Hamlet, Miller se retrató como un hombre lleno de vida, un hombre que disfrutaba y vivía plenamente, por oposición al planteamiento filosófico de Fraenkel sobre la pulsión de muerte en los ritos vitales. Miller, como Fraenkel, sabía que el mundo estaba condenado, estaba «muerto». Sigue condenado y agonizante; sin embargo, Miller tenía la misma sensación que Baudelaire de estar condenado a la esperanza. Miller nunca se rindió, ni siquiera en sus momentos más sombríos. Así, el título de esta edición podría haber sido Cuando se tiene vida, se sabrá conservarla, que es la última oración de su última carta.

Este libro ha de sorprender e impresionar a los lectores de Henry Miller y, con suerte, lo mismo hará a los lectores nuevos. No sólo eso: probablemente hará que el Hamlet de Shakespeare no vuelva a ser el mismo.

michael hargraves

París-Los Ángeles

4 de julio de 1986-18 de mayo de 1988