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Ron Stallworth. El Paso (EE.UU.), 1953

Policía veterano, con treinta y dos años de servicio y condecorado con las más altas distinciones, que trabajó como agente encubierto en los departamentos de narcóticos, vicio, inteligencia criminal y crimen organizado en cuatro estados. Como el primer hombre negro en el Departamento de Policía de Colorado Springs, tuvo que superar una feroz hostilidad racial para desarrollar su larga y distinguida carrera policial. Después de cerrarse su investigación sobre el Klan, Stallworth lo mantuvo todo en secreto. Pasó a trabajar para el Departamento de Seguridad Pública de Utah como investigador durante casi veinte años y se retiró en 2005. En enero de 2006, concedió una entrevista al Deseret News de Salt Lake City en la que relató por fin los detalles de su brillante infiltración e investigación. Esta ayudó a destapar las relaciones del Ku Klux Klan con el Gobierno de Colorado y también cómo varios miembros de este grupo racista trabajaban en el Ejército o incluso en organizaciones militares tan importantes como el Norad, con acceso, por ejemplo, a misiles nucleares. Muchos de ellos fueron reasignados tras conocerse su filiación al Klan. En 2014, Stallworth publicó el libro Infiltrado en el KKKlan, sobre sus experiencias en la investigación del KKK. El libro ha sido llevado al cine y la película ha ganado, de momento, el Gran Premio del Jurado del Festival de Cannes de 2018. Se estrenará a nivel mundial en noviembre de 2018.

 

 

 

Título original: Black Klansman: Race, Hate, and the Undercover Investigation of a Lifetime (2018)

 

© Del libro: Ron Stallworth

© De la traducción: Ernesto Estrella & Carlos Estrella

Edición en ebook: diciembre de 2018

 

© Capitán Swing Libros, S. L.

c/ Rafael Finat 58, 2º 4 - 28044 Madrid

Tlf: (+34) 630 022 531

28044 Madrid (España)

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www.capitanswing.com

 

ISBN: 978-84-949693-3-1

 

Diseño gráfico: Filo Estudio - www.filoestudio.com

Corrección ortotipográfica: Victoria Parra Ortiz

Composición digital: leerendigital.com

 

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Infiltrado en el KKKlan

 

 

CubiertaEn 1978, cuando Ron Stallworth —el primer detective negro en la historia del Departamento de Policía de Colorado Springs— encontró un anuncio clasificado en el periódico local pidiendo a todos los interesados en unirse al Ku Klux Klan que se pusieran en contacto a través de un apartado de correos, hizo su trabajo y respondió con interés, usando su nombre real, pero haciéndose pasar por un hombre blanco. Imaginaba que recibiría algunos folletos y revistas por correo, y aprendería así un poco más sobre una creciente amenaza terrorista en su comunidad. Pero unas semanas más tarde sonó el teléfono, y la persona al otro lado le preguntó si le gustaría unirse a la causa supremacista. Stallworth contestó afirmativamente, arrancando así una de las investigaciones encubiertas más audaces e increíbles de la historia. Reclutó a su compañero Chuck para interpretar al Stallworth «blanco», mientras él mismo dirigía las conversaciones telefónicas posteriores. Durante la investigación, Stallworth saboteó quemas de cruces, expuso a los supremacistas blancos del Ejército e incluso se hizo amigo del mismísimo David Duke. Su increíble historia es el retrato abrasador de unos Estados Unidos divididos y de los extraordinarios héroes que se atrevieron a defender sus derechos.
La historia real que inspiró la nueva película de Spike Lee

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Índice

 

 

Portada

Infiltrado en el KKKlan

Nota del autor

01. Una llamada del Klan

02. Jackie Robinson y los Panteras Negras

03. Yo seré la voz, tú darás la cara

04. David, mi nuevo amigo

05. Bombero y azufre

06. Parte de nuestro «posse»

07. KKKolorado

08. Iniciación

09. El «Duke» de Colorado

10. La fortaleza de la montaña rocosa

11. Todo queda en humo

Epílogo

Agradecimientos

Sobre este libro

Sobre Ron Stallworth

Créditos

Índice

Nota del autor

Si un hombre negro, ayudado por un grupo de blancos y judíos decentes, comprometidos, abiertos y liberales puede conseguir imponerse sobre un grupo de racistas blancos, haciéndoles parecer como los necios ignorantes que realmente son, imaginen lo que podría conseguir una nación de individuos con ideas afines. Lo que sigue se logró a pesar de las habituales afirmaciones de los supremacistas de que ellos tienen un alto nivel educativo, poseen más inteligencia y son muy superiores en todo a los negros, a los judíos y a cualquier otra persona que ellos consideren inferior. Mi investigación sobre el KKK me convenció de que más pronto que tarde conseguiríamos derrotar a aquellos que intentaban definir a las minorías en función de sus propias debilidades personales respecto de la raza, de sus prejuicios étnicos, su fanatismo o preferencia religiosa. También supe que desmontaríamos la falsa creencia de que la gente de color que no encajara en su definición de «blancos arios puros» no era merecedora de respeto o, mucho menos, de ser clasificada como «personas».

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01

Una llamada del Klan

Todo empezó en octubre de 1978. Como detective de la Unidad de Inteligencia del Departamento de Policía de Colorado Springs (el primer detective negro en toda la historia del departamento), una de mis tareas era revisar los dos periódicos locales en busca de información relativa a cualquier indicio de actividad subversiva que pudiera afectar al bienestar y la seguridad de Colorado Springs. Sorprende lo que la gente saca en los periódicos: prostitución, fórmulas para ganar dinero y, en general, ese tipo de cosas. Pero, de vez en cuando, sí que hay algo que llama realmente la atención. Mientras estaba revisando los anuncios clasificados, algo hizo que me detuviera. Decía así:

Ku Klux Klan

Contactar apartado de correos 4771

Security, Colorado

80230

Bueno, ahí teníamos algo inusual.

La ciudad de Security era un área de expansión urbana situada al sureste de Colorado Springs, en las proximidades de dos importantes bases militares: Fort Carson y Norad (Mando Norteamericano de Defensa Aeroespacial). La comunidad era predominantemente militar y, hasta el momento, no existía actividad conocida del Klan en esa zona.

Así que decidí responder al anuncio.

Escribí una breve nota para enviarla al apartado de correos que indicaban, explicando que era un hombre blanco al que le interesaba obtener información sobre el modo de afiliarse al Ku Klux Klan para impulsar la causa de la raza blanca. Escribí que me preocupaba el modo en que «los negratas estaban controlando todo»[1] y quería ayudar a que eso cambiara. Firmé con mi propio nombre, Ron Stallworth, y di mi número de teléfono confidencial, que pertenecía a una línea que no figuraba en la guía de teléfonos ni podía rastrearse. También utilicé mi dirección encubierta, que tampoco podía rastrearse. Metí la nota en un sobre y lo eché al buzón de correos.

¿Por qué decidí firmar con mi nombre real aquella nota que habría de poner en funcionamiento una de las investigaciones más fascinantes y únicas de toda mi carrera? Como todos los investigadores secretos, yo mantenía dos identidades confidenciales separadas, con su identificación de apoyo correspondiente (carné de conducir, tarjetas de crédito, etc.). Entonces, ¿por qué tuve esa falta de juicio y cometí un error tan tonto?

La respuesta más sencilla es que cuando eché al correo aquella nota no estaba pensando en una futura investigación. Buscaba una respuesta, esperando que viniera en forma de, por ejemplo, algún tipo de panfleto o folleto del Klan. Jamás pensé que mis esfuerzos lograrían algo más que una respuesta automática y banal. Estaba convencido de que la descarada publicación de un anuncio tan inflamatorio y racista no era otra cosa que el intento de una mala broma, y mi intención al responder era simplemente comprobar hasta dónde eran capaces de llevar aquella broma.

Dos semanas más tarde, el 1 de noviembre de 1978, la línea de mi teléfono confidencial comenzó a sonar. Cogí el aparato y escuché una voz que me dijo:

—¿Podría hablar con Ron Stallworth?

—Soy yo —le contesté.

—Buenas, mi nombre es Ken O’dell y soy el responsable de organización local del capítulo del Ku Klux Klan de Colorado Springs. Recibí su nota a través del correo.

«¿Qué demonios hago ahora?», pensé.

—Buenas —dije, tratando de ganar tiempo mientras cogía un lápiz y un cuaderno.

—He leído lo que nos escribió y me estaba preguntando por qué quiere unirse a nuestra causa.

«¿Por qué quiero unirme al Klan?».

Definitivamente, era una pregunta que jamás pensé que alguien me plantearía y mi primer impulso fue responder: «Bueno, Ken, quiero sacarte la mayor cantidad de información posible, de modo que pueda destruir el Klan y todo lo que representa». Pero no lo hice. Respiré profundamente y pensé en lo que alguien que realmente quisiera unirse al Klan diría en ese momento.

Sabía bien —pues me habían llamado «negrata» muchas veces en mi vida, desde pequeñas escaramuzas que se elevaban a una retórica insultante, hasta, en el trabajo, cuando multaba a alguien o hacía un arresto— que en el momento en que un blanco me hablaba así, la dinámica cambiaba por completo. Al llamarme «negrata», me hacía saber que pensaba que era intrínsecamente mejor que yo. Esa palabra era un modo de invocar un poder del todo falso. Es el lenguaje del odio, y ahora, teniendo que aparentar ser un supremacista blanco, sabía exactamente cómo utilizar yo mismo ese tipo de lenguaje en sentido contrario.

—Bueno, odio a los negratas, a los judíos, a los mexicanos, a los sudacas, a los amarillos[2] y a cualquier otra persona que no tenga sangre blanca, aria y pura, en sus venas —afirmé, y, con esas palabras, comprendí que mi investigación encubierta había comenzado.

Continúe diciéndole:

—Mi hermana tuvo recientemente una relación con un negrata, y cada vez que pienso en él poniendo sus sucias manos negras sobre su cuerpo blanco y puro me pongo enfermo y me dan ganas de vomitar. Quiero unirme al Klan para evitar que la raza blanca siga sufriendo abusos.

A partir de ese momento, Ken pasó a mostrarse más afectuoso, su voz pasó a ser más cálida, más dulce y amigable. Me dijo que era un soldado de Fort Carson y que vivía en Security con su mujer.

—¿Y cuáles son los planes concretos del Klan aquí? —le pregunté.

—Tenemos muchísimos proyectos. Ahora que se acercan las vacaciones de Navidad, estamos planeando unas Navidades blancas para las familias blancas necesitadas. A los negratas no se les permitirá apuntarse —respondió Ken.

Estaban recolectando donaciones a través del apartado de correos, y La Organización (ese era el nombre que utilizaba en lugar del de Klan) mantenía una cuenta en un banco de Security bajo el nombre de White People, Org.

—Estamos planeando también cuatro quemas de cruces, para anunciar nuestra presencia aquí. Todavía no sabemos cuándo, pero eso es lo que queremos hacer.

Detuve la pluma sobre mis notas cuando escuché esto último. ¿Cuatro quemas de cruces aquí, en Colorado Springs? Lisa y llanamente, terrorismo.

Ken continuó explicándome que afiliarme a La Organización me costaría diez dólares para lo que quedaba del año, y un total de treinta dólares por el siguiente año; también tendría que comprar mi propia capucha y la túnica.

—¿Cuándo podemos encontrarnos? —me preguntó.

«Mierda, ¿cómo hago para encontrarme con este tipo?», pensé.

—Esta semana no voy a poder —le contesté.

—¿Qué te parece si nos vemos el jueves que viene por la noche? ¿El Kwik Inn? ¿Lo conoces?

—Sí —respondí.

—A las siete. Allí estará un chico blanco, alto, delgado, con pinta de hippie, con bigote a lo Fu Manchú; estará fuera, fumando un cigarrillo. Él será quien se encuentre contigo. Luego, si vemos que todo está bien, él te traerá a donde yo esté —dijo Ken.

—De acuerdo —dije mientras escribía frenéticamente en mi cuaderno.

—¿Cómo te reconoceremos? —me preguntó Ken.

Esa misma pregunta venía haciéndome yo desde el momento en que cogí el teléfono.

¿Cómo haría yo, un policía negro, para infiltrarme en un grupo de supremacistas blancos? Pensé inmediatamente en Chuck, un agente encubierto de Narcóticos con el que ya había trabajado y que tenía aproximadamente mi misma altura y complexión.

—Mido un metro ochenta y peso unos ochenta kilos. Tengo cabello oscuro y barba —le dije.

—Entonces, muy bien. Ha sido un placer hablar contigo, Ron. Eres el tipo de persona que estamos buscando y estaré encantado de conocerte.

Y con eso, la línea se cortó. Respiré profundamente y pensé: «¿Qué cojones voy a hacer ahora?».

[1] En el original, el autor utiliza el término peyorativo nigger, que aquí traduciremos como negrata. (Todas las notas de la presente edición pertenecen a los traductores).

[2] En el original, el autor utiliza los términos peyorativos niggers (negratas), spics (sudacas) y chinks (amarillos).