1. La vida es bella, ya verás

«La vida es lo que hacemos de ella.»

AFORISMO TIBETANO

Hay momentos en los que pensamos que la vida no tiene sentido. En otros, cuando debemos hacer frente a la pérdida, al duelo, a la crisis o al dolor, sentimos que la vida es dura, absurda, difícil, agotadora. Pero también tenemos momentos de alegría, de plenitud, de goce, de felicidad, en los que sentimos en lo más hondo de nuestro ser que la vida merece mucho la pena, que es profundamente bella. Cuando eso se produce, podemos pensar que el simple hecho de estar vivos, de ser conscientes, es un regalo extraordinario. En esos momentos de gracia, nos parece que todo encaja, que todo cobra sentido y que la vida es una oportunidad para aprender, crecer, compartir y amar.

Pero ¿qué es la vida? Esta pregunta admite, por lo menos, tantas respuestas como seres humanos existen. En realidad, estas son infinitas si consideramos que cada uno de nosotros podemos responderla de diferentes maneras dependiendo de lo que estemos viviendo en el momento en que se nos formula o nos formulamos nosotros mismos la pregunta. Quizás una de las más razonables que he escuchado proviene del aforismo tibetano que reza: «La vida es lo que hacemos de ella». La vida es y será lo que hagamos de ella, es cierto. Y especialmente será el conjunto de significados, de sentidos que decidamos darle.

Pero más cierto es aún que construir una vida plena, llena de sentido, no es tarea fácil. Argumentos para el pesimismo, el cinismo o la resignación han sido, son y serán siempre abundantes. Pero ¿qué nos quedaría entonces si decidiéramos vivir desde la pura inercia, desde la apatía o desde el cinismo? Nada, probablemente, nada más que el mal humor, la tristeza, la angustia o la depresión.

Es cierto que, si nos gustan, las cosas que vivimos son como son, pero, si no nos gustan, las cosas también son como son. Es nuestra tarea ponerles el signo, el color y el sentido. Y es que, a pesar de los pesares, como nos dice el bello poema «Palabras para Julia» que José Agustín Goytisolo escribió para su hija y con el que se abre este libro, «es mejor vivir con la alegría de los hombres que llorar ante el muro ciego». También, pese a los golpes de nuestra existencia, podemos tener amor, esperanza, podemos luchar por la dignidad propia y del otro, construir nuestro destino en la voluntad de servir, crear la felicidad para los que nos rodean, aquellos a quienes amamos. La vida es bella, y será bella, si decidimos poner la belleza en ella, si decidimos comprometernos y lo hacemos instante a instante. Quizás ese es el gran reto de nuestra existencia.

Porque la buena vida es mucho más que el dolce fare niente, que la simple búsqueda del placer. Porque, aunque este desempeña su papel, la belleza de la existencia, su bondad, reside en el compromiso con esta, y este compromiso es, en esencia, una actitud que podemos elegir aquí y ahora.

La vida, una actitud

«El ser humano siembra un pensamiento y recoge una acción. Siembra una acción y recoge un hábito. Siembra un hábito y recoge un carácter. Siembra un carácter y recoge un destino.»

SIVANANDA

Hace bastantes años que tengo la costumbre de preguntar a mis amigos o conocidos si se consideran personas con buena o con mala suerte. Es un ejercicio muy interesante que me ha llevado a constatar un hecho revelador: entre una gran parte de los que se consideran personas con mala suerte hay motivos objetivos para comprender y compartir su sentimiento, ya que han sufrido reveses de toda índole que justifican su percepción, su vivencia y la atribución de ese signo a su vida. Pero lo más interesante es lo que ocurre entre la amplia mayoría de los que se declaran personas con buena suerte. En una gran parte de las personas que consideran que han vivido una vida afortunada se observa que también ha habido circunstancias difíciles, llenas de momentos penosos, de grandes sacrificios, penurias y vicisitudes, algunas de ellas tanto o más penosas que las circunstancias de aquellos que se sienten desafortunados. ¿Cómo es posible entonces que haya tantas personas que, a pesar de sus vicisitudes, se consideran personas con buena suerte? ¿Son acaso inconscientes o ingenuas? Nada de eso. Más bien todo lo contrario. Estas personas se consideran personas con suerte porque, a pesar de todo, sienten que esas arduas experiencias les han servido para aprender, para crecer, para mejorar como seres humanos, para ampliar su percepción de la existencia, para relativizar, para soltar y saber que todo lo bueno es un regalo y que de toda adversidad se puede obtener el fruto de la sabiduría si uno pone su empeño en dar un sentido a lo vivido y decide seguir andando para compartir ese fruto con los que lo rodean.

Las circunstancias vividas son similares en ambos casos, entre los que se consideran personas con buena suerte, por un lado, y los que se consideran personas con mala suerte, por el otro, pero la vivencia y la elaboración del sentido de la experiencia son tan distintas entre ambos que uno se siente víctima del azar y del infortunio mientras que el otro considera que eso forma parte del juego de la vida y, lejos de resignarse, decide asumir la experiencia vivida como un activo que le permitió aprender, cambiar, crecer y al que, por extraño que pueda parecer, conviene estar agradecido.

Como aquella persona que me relataba que a raíz de su cáncer aprendió que debía cuidarse más, quererse más, estar más pendiente de su dieta, de su estilo de vida, de su cuerpo, de su salud física y, especialmente, de su salud emocional. O como aquel emprendedor que se arruinó y que en lugar de culpar a su socio, a la competencia o al mercado, asumía que el motivo de su fracaso había sido su arrogancia y la falta de formación, humildad y perspectiva ante un proyecto para el que no estaba preparado. ¿Cuáles son entonces los elementos que definen a las personas que consideran que tienen buena suerte en la vida a pesar de haber sufrido circunstancias tan dolorosas como las de aquellos que se consideran personas con mala suerte? Vamos a enumerar a continuación los más representativos:

Como vemos, todas esas diversas características que comparten los que podríamos denominar como creadores de buena suerte se pueden sintetizar en una sola palabra: actitudes. Por eso podemos decir que la buena vida es la suma de las actitudes con las que decidimos vivirla y entregarnos a ella; es, en consecuencia, el resultado del cultivo de las actitudes positivas que podemos elegir en un ejercicio voluntario y de conciencia y, por ende, es la acción que se desprende natural y coherentemente de ellas. Estas actitudes podemos elegirlas a cada instante y hacer uso de ellas en las diferentes dimensiones: el trabajo, el amor, el ocio o la educación de los hijos. Así es: nuestra vida es nuestra actitud. O, mejor, nuestra vida será el resultado de la elección consciente de nuestras actitudes en cada momento de la existencia.

Podemos elegir

«Cuando mi sufrimiento se incrementó, pronto me di cuenta de que había dos maneras con las que podía responder a la situación: reaccionar con amargura o transformar el sufrimiento en una fuerza creativa. Elegí esta última.»

MARTIN LUTHER KING

Hoy sabemos que una buena parte de las depresiones que afectan al ser humano están causadas no tanto por lo que nos ocurre, sino por lo que nos decimos un día tras otro, en nuestro monólogo interior. Si nuestros pensamientos están cargados de acidez, de pesimismo, de desesperanza, si no dejamos de criticarnos continuamente, a nosotros mismos y a los demás, si solo vemos los defectos, las carencias o los errores y nos vestimos de víctimas, nos sentiremos inevitablemente desgraciados. Además, del mismo modo que el entusiasmo es contagioso, la depresión también lo es. Nuestra manera de pensar crea un modo de sentir que provoca una manera de hacer, de ser, que tiende a provocar pensamientos y a generar sentimientos de signo similar a los que nos rodean.

¿Quiere decir eso que tenemos que negar emociones como la tristeza, la duda o la rabia? En absoluto. Más bien todo lo contrario. El reto es vivirlas a fondo, dejarnos traspasar por ellas, reconocer las dimensiones de lo humano que nos brindan, porque solo gracias a ellas podemos conocer sus contrarias y abrirnos al regalo que suponen. El reto es, quizás, no recrearnos en el victimismo ni caer en la resignación ni en el cinismo. Y, puestos a elegir, sabiendo que podemos escoger en cada instante nuestra actitud para relacionarnos con los demás, lo mejor es tomar conciencia de que si nuestras actitudes para encarar la vida se caracterizan por estar vestidas de responsabilidad, pasión, optimismo, coraje, propósito, entrega, gratitud y tantas otras, no solo nos sentiremos mejor, sino que haremos que aquellos que nos rodean se sientan también mejor y disfruten de una buena vida.

Las actitudes que tomamos en cada instante condicionan y crean nuestro futuro y son una herramienta poderosísima de la que a menudo no somos conscientes, ya que en ellas residen el signo y el significado final que tendrá nuestra vida.

PALABRAS PARA UNA BUENA VIDA

Al final de cada capítulo encontrarás breves fragmentos de texto que ilustran las cuestiones que he tratado en él y que te invitan a la reflexión sobre ellas. Espero que te sean útiles e inspiradores y que, por encima de todo, te ayuden a descubrir cómo hacer de tu vida una buena vida.

Los que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias– para decidir su propio camino.

El hombre en busca de sentido,
VIKTOR FRANKL

Si deseamos vivir, no momento a momento, sino siendo realmente conscientes de nuestra existencia, nuestra necesidad más urgente y difícil es la de encontrar un significado a nuestras vidas. Como ya se sabe, mucha gente ha perdido el deseo de vivir y ha dejado de esforzarse, porque este sentido ha huido de ellos. La comprensión del sentido de la vida no se adquiere repentinamente a una edad determinada ni cuando uno ha llegado a la madurez cronológica, sino que, por el contrario, obtener una comprensión cierta de lo que es o de lo que debe ser el sentido de la vida significa haber alcanzado la madurez psicológica. Este logro es el resultado final de un largo desarrollo: en cada etapa buscamos, y hemos de ser capaces de encontrar, un poco de significado congruente con el que ya se ha desarrollado nuestras mentes. […] Para alcanzar un sentido más profundo, hay que ser capaz de trascender los estrechos límites de la existencia centrada en uno mismo, y creer que uno puede hacer una importante contribución a la vida; si no ahora, en el futuro. Esta sensación es necesaria si una persona quiere estar satisfecha consigo misma y con lo que está haciendo. Para no estar a merced de los caprichos de la vida, uno debe desarrollar sus recursos internos, para que las propias emociones, la imaginación y el intelecto se apoyen y enriquezcan mutuamente unos a otros. Nuestros sentimientos positivos nos dan fuerzas para desarrollar nuestra racionalidad; solo la esperanza puede sostenernos en las adversidades con las que, inevitablemente, nos encontramos.

Psicoanálisis de los cuentos de hadas,
BRUNO BETTELHEIM