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Sala del cine Balmori con su pantalla de proyección, construido aún con el estilo de los teatros porfirianos. Ciudad de México, ca. 1930. Fototeca del INAH

 

El cine Regis, ubicado en avenida Juárez, se anunciaba con “el programa más selecto de México”. Ciudad de México, ca. 1932. Fototeca del INAH

 

El pasaje Savoy, donde se marcaba la moda masculina de los años cuarenta, albergaba al cine del mismo nombre en la avenida San Juan de Letrán. Ciudad de México, ca. 1948. Fototeca del INAH

Vista exterior del cine Balmori en Álvaro Obregón, colonia Roma. En cartelera la exhibición del filme Czar de Broadway (1930), de William James Craft. Ciudad de México, ca. 1931. Fototeca del INAH

En la marquesina del cine Alameda, en avenida Juárez, se anuncia la proyección de la película Bajo el cielo de México (1937), de Fernando de Fuentes. Ciudad de México, ca. 1938. Fototeca del INAH

El cine Odeón, en la calle Mosqueda de la colonia Guerrero, se inauguró en 1922; fue diseñado por Carlos Crombé, arquitecto que también abocetara varias salas cinematográficas en la época del cine silente. Ciudad de México, ca. 1932. Fototeca del INAH

Estudios de la compañía productora Empire Productions en las Lomas de Chapultec. Ciudad de México, ca. 1934. Fototeca del INAH

 

 

 

 

 

La mayoría de los filmes consultados y fotografías utilizadas
para esta investigación pertenecen al acervo de la Filmoteca
de la Universidad Nacional Autónoma de México
.

ÍNDICE

Portada

Página de título

PRÓLOGO

PRESENTACIÓN

EN BUSCA DE UN ESCENARIO

LA SANTA EVOCADORA

LOS RINCONES DEL CINE

LA CIUDAD PROTAGÓNICA

LA CIUDAD EN SU APOGEO

LA CIUDAD CREADORA DE ESTEREOTIPOS

LOS PASEOS CINEMATOGRÁFICOS

LOS MODOS DE SER URBANO

LOS NUEVOS TEMAS

EL IMPOSIBLE RETRATO DE LA CLASE MEDIA

LA CIUDAD ROTA DE LA POSMODERNIDAD

LA CIUDAD FÍLMICA SE ENSANCHA

FUENTES

AGRADECIMIENTOS

NOTAS

DATOS DEL AUTOR

PÁGINA DE CRÉDITOS

PRÓLOGO

 

A Lupita la de La Estrella y a Eleazar López Zamora cuando en el cine añorábamos el porvenir

 

La historia de los historiadores, dice Marc Ferro, “se creía científica cuando en realidad sólo era erudita, culta”1 cuando se apoyaba en fuentes documentales primarias. Los estudios en humanidades y en ciencias sociales, sin embargo, fueron recurriendo a las referencias culturales como el teatro, la novela, la ópera antes de la aparición del cine, de la televisión o de la era digital que vivimos. Ha sido difícil en las ciencias sociales completar la información con fuentes no escritas. En otros países se comenzó a insistir en ellas, y aun así hasta hace pocos años en México se juzgaba improcedente apoyarse en testimonios fotográficos o fílmicos; los libros considerados serios que osaban ostentar imágenes —cuando no estaban dedicados a la historia del arte— eran vistos con una suerte de desprecio. Sin embargo, se han dado cambios notables y algunos investigadores anteriormente reacios a su uso, ahora recurren con frecuencia a un universo inagotable de posibilidades.

“Pese al éxito de las nuevas metodologías, me temo que la academia es cada vez más incapaz de relatar acontecimientos que ayuden a comprender nuestro presente”, dice Ángel Luis Hueso.2 Esta llamada de atención la hace alguien comprometido con el mundo de las imágenes y en particular con el cine. En nuestro tiempo las imágenes toman el relevo de la escritura, como afirma Castells: “la cultura audiovisual se tomó una revancha histórica en el siglo XX” y es una paradoja volver con lo digital a las expresiones antiguas de las imágenes como en las tumbas egipcias o mayas.3 Porque al fin y al cabo, agrega Ferro, “con frecuencia son las imágenes, más que lo escrito, las que marcan la memoria”.4

Si en México los liberales del siglo XIX hubieran contado con el cine, lo habrían utilizado en su pedagogía para el aprendizaje de la historia, según el referente del Paseo de la Reforma. Allí contaron la historia de los momentos fundamentales de México a través de las imágenes: la Conquista (Monumento a Cuauhtémoc), la Colonia (Monumento a Cristóbal Colón), la Independencia (en el Monumento que la consagra y designada por decreto el Altar de la Patria) y otros pasajes por medio de los personajes más destacados que participaron en la construcción de la nación, tal como se representaron en la estatuaria que se desplegó a lo largo de esa avenida.5

Así, en sus inicios, los precursores pensaron que el cine era para educar. Se realizó con intenciones de historiar. No en vano fueron la Revolución mexicana, la Gran Guerra y la Revolución rusa los primeros grandes eventos que atrajeron al público para informarse y ya no para divertirse exclusivamente, como había sucedido con las primeras exhibiciones de “vistas”. Pronto ya no se trató sólo del retrato con movimiento, sino de filmes de ficción que resultaron recreaciones históricas del lugar, de la época, de las costumbres, de las modas, de los valores y prejuicios donde la narración ocurría. Se trataba más del “testimonio del espíritu de la época que de la realidad de la película”.6

No obstante, los historiadores que se han acercado al cine han privilegiado en su búsqueda el cine histórico y lo han hecho de manera notable, como el ya citado Marc Ferro y en México Aurelio de los Reyes,7 con libros excepcionales por la mirada que nos propusieron para analizar la historia vinculada con el cine. Reconocieron que en el cine histórico el relato aún no coincide exactamente con lo sucedido porque se trata de una representación, lo cual se extiende también para la historia. Y en ese sentido, hay que señalar que: “Representar no es emplear un código simbólico convencional [...], sino configurar, o sea, componer figuras que son analógicas de las formas ya conocidas empíricamente en la realidad y que corresponden a las apariencias perceptibles de las cosas”.8

Ahora son ya frecuentes los humanistas y especialistas de las ciencias sociales que se acercan al cine con otros objetivos, por ejemplo David Maciel, que ha buscado la “conexión entre el mundo de las ideas y el ámbito de los cambios sociales y la política”, así como la relación entre las imágenes cinematográficas y la cultura popular9 para conocer e interpretar la representación del chicano en el cine. Por su parte, David William Foster ha buscado la subversión de los valores sociales y las nuevas pautas de conducta en la ciudad a través del cine.10

Una búsqueda a profundidad en la cultura mexicana fue la de Carlos Monsiváis, quien encontró en el cine que “el contexto político entrega una explicación convincente de la producción fílmica de cada época”.11 Con la agudeza de su percepción sociológica, sin abandonar lo emocional, logró a través de una figura central de la cultura popular mexicana como lo es (¿fue?) el actor Pedro Infante mostrar la esencia del cine mexicano. Expresó, como sus principales aportaciones, haber hecho: “El primer recorrido visual, aceptado de inmediato, de la nación que no depende de las leyes (por lo común desconocidas), ni de la política (que se omite), ni de la moral católica (el ámbito de los reflejos condicionados y el requisito inescapable de la respetabilidad en cualquier nivel social), ni de la Historia (que casi siempre es un kitsch sin convicción). Esta unidad profunda surge del entusiasmo por la fantasía que contiene paisajes, costumbres, hablas, vestimentas y actitudes tradicionales que en algo recuerdan las de México y a partir de allí improvisan”.12

Esos temas estuvieron entre los objetivos de este libro dedicado a las historias que ocurrieron en la gran ciudad y los personajes que el cine creó para luego devolver su rostro en el gran espejo de la sociedad, según la ficción cinematográfica. La sociabilidad de los mexicanos estuvo asociada con las diferentes etapas por las que ha pasado el cine mexicano con el reconocimiento simbólico del lenguaje visual que necesariamente debe ser complementado con el escrito. Las imágenes son parte del texto que narra la ciudad de México tal como se filmó.

1 Marc Ferro, El cine, una visión de la historia, Akal, Madrid, 2008, p. 6.

2 Ángel Luis Hueso, prólogo a Robert A. Rosenstone, El pasado en imágenes. El desafío del cine a nuestra idea de la historia, Ariel, Barcelona, 1997, p. 29.

3 Manuel Castells, La era de la información. Economía, sociedad y cultura, vol. 1: La sociedad red, Siglo XXI Editores, México, 1999, p. 360.

4 Marc Ferro, op. cit., p. 7.

5 Véase Carlos Martínez Assad, La Patria en el Paseo de la Reforma, Fondo de Cultura Económica-Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2006.

6 Ibíd., p. 25.

7 Es notable su trabajo Cine y sociedad en México 1896-1930. Vivir de sueños, vol. 1: 1896-1920, Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1981.

8 Joan Costa, La fotografía. Entre la sumisión y subversión, Trillas, México, p. 15.

9 David Maciel, El bandolero, el pocho y la raza. Imágenes cinematográficas del chicano, Universidad Nacional Autónoma de México-University of New Mexico Center for Regional Studies (Cuadernos Americanos nueva época, 5), Albuquerque-México, 1994, p. 13.

10 David William Foster, Mexico City in Contemporary Mexicana Cinema, The University of Texas Press, Austin, 2002.

11 Carlos Monsiváis, Pedro Infante. Las leyes del querer, Aguilar, México, 2008, p. 68.

12 Ibíd., pp. 69-70.