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EL MÉXICO ANTIGUO

HERRAMIENTAS PARA LA HISTORIA

EL MÉXICO ANTIGUO

I
De Tehuantepec a Baja California

PABLO ESCALANTE GONZALBO
Coordinador

Coordinadora de la serie
CLARA GARCÍA AYLUARDO

 

Fondo de Cultura Económica

CENTRO DE INVESTIGACIÓN Y DOCENCIA ECONÓMICAS
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición, 2009
Primera edición electrónica, 2018

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ÍNDICE

 

PRÓLOGO, por Pablo Escalante Gonzalbo

1. OBRAS GENERALES SOBRE MESOAMÉRICA, por Pablo Escalante Gonzalbo

2. LA ALTIPLANICIE CENTRAL, DEL PRECLÁSICO AL EPICLÁSICO, por Felipe Ramírez Sánchez

El Preclásico (ca. 2500 a.C.-200 d.C.)

El Clásico (200-600 d.C.)

El Epiclásico (600-900 d.C.)

3. LA ALTIPLANICIE CENTRAL EN EL POSCLÁSICO (900-1521): ECONOMÍA, SOCIEDAD Y POLÍTICA, por Santiago Ávila Sandoval

El evolucionismo de Morgan y la primera historiografía prehispanista

El marxismo

La historiografía después de los grandes paradigmas

4. LOS ESTUDIOS SOBRE LA CULTURA NÁHUATL, por Pablo Escalante Gonzalbo

5. LAS FUENTES DOCUMENTALES DE TRADICIÓN NAHUA, por Miguel Pastrana

Los códices indígenas

El rescate de la tradición oral y de los manuscritos indígenas

6. ESTUDIO Y EDICIÓN DE LAS FUENTES DE TRADICIÓN NAHUA, DE FINES DEL SIGLO XIX A FINES DEL XX, por Pablo Escalante Gonzalbo

Los códices

Las crónicas y otras fuentes escritas

Los manuscritos de Sahagún y su equipo de escolares indígenas

7. EL OCCIDENTE Y GUERRERO, por Verónica Hernández Díaz

El Occidente

Guerrero

8. EL NORTE DE MÉXICO Y LA MESOAMÉRICA SEPTENTRIONAL, por Marie-Areti Hers

Altiplanicie del norte

La Mesoamérica septentrional

Paquimé y la parte norte de la Sierra Madre Occidental

Sonora

El suroeste de los Estados Unidos y las relaciones con Mesoamérica

9. LA REGIÓN OAXAQUEÑA, por Saeko Yanagisawa

Oaxaca en general

Los zapotecos y los valles centrales

Mixteca Alta

Otras zonas

10. LA COSTA DEL GOLFO DE MÉXICO, por Arturo Pascual Soto

La costa sur del Golfo de México

La costa central del Golfo de México

La costa norte del Golfo de México

EPÍLOGO, por Pablo Escalante Gonzalbo

BIBLIOGRAFÍA

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PRÓLOGO

 

PABLO ESCALANTE GONZALBO

A lo largo del siglo XX, y especialmente en los últimos 50 años, los estudios sobre el México antiguo se han multiplicado y diversificado sin cesar. Los investigadores trabajan desde perspectivas cada vez más especializadas: sólo así es posible abarcar la bibliografía que se genera y estar al tanto de los problemas particulares de cada área; sitios que se excavan, piezas que se analizan, hallazgos documentales, nuevas traducciones de textos indígenas.

A la hora de pensar en una guía historiográfica y bibliográfica para iniciar trabajos de investigación sobre el México antiguo, consideramos que era una buena idea dividir la información en dos volúmenes. Aunque se trata de una división algo arbitraria, hemos seguido el siguiente criterio. La vertiente de los estudios precolombinos que ha crecido más, casi diríamos que desproporcionadamente, ha sido la de los estudios mayas. Y aunque no queremos abonar la idea de que lo maya sea algo distinto al resto de Mesoamérica, pues forma parte de la misma gran civilización, sí nos parece justificado crear un volumen aparte para la historiografía mayista.

Eso explica el subtítulo de este primer volumen: “De Tehuantepec a Baja California”. La bibliografía especializada sobre los mayas se tratará en el siguiente volumen, y ahora nos ocuparemos de lo que algunos textos, sobre todo arqueológicos, llaman “el México central”. En uno de los artículos y en la sección correspondiente de la bibliografía se aborda la llamada Mesoamérica marginal (franja territorial dentro de la que se produjo la oscilación de la frontera norte de Mesoamérica), así como las culturas de la Sierra Madre Occidental y de los semidesiertos septentrionales. El resto de los trabajos se ocupan del territorio mesoamericano al norte del Istmo. Las regiones del Occidente, Guerrero, Oaxaca y la costa del Golfo, se atienden por separado. A la altiplanicie central y a los nahuas les hemos dedicado varios capítulos, debido a la abundancia de estudios y a la riqueza de las fuentes y problemas de investigación. En el primero de los estudios de este volumen y al inicio de la bibliografía nos referimos a los trabajos que se han ocupado de Mesoamérica en su conjunto; tarea que cada día parece más difícil de emprender, por la abundancia de los estudios y la cantidad de conocimientos.

El lector advertirá diferencias entre los textos y en el tratamiento de las bibliografías. No ha sido fácil evitarlas. Además se percibirán distintos estilos y enfoques, como es propio de cualquier tarea colectiva. La sección dedicada a la altiplanicie del Preclásico al Epiclásico fue realizada por un arqueólogo y se refiere a investigaciones arqueológicas, que son casi las únicas para esa etapa temprana. En los estudios sobre el Norte predomina también el trabajo de los arqueólogos, mientras que en las regiones de Occidente y el Golfo puede apreciarse una mayor presencia de trabajos y enfoques de historiadores, historiadores del arte y otros investigadores. De Oaxaca, una región en la que abundan fuentes de todas las etapas, se analizan y enumeran trabajos arqueológicos, lo mismo que estudios sobre códices, pintura mural, escritura y lenguas. Los estudios culturales sobre los nahuas y la traducción y publicación de sus fuentes coloniales se discuten en capítulos aparte.

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CAPÍTULO 1

OBRAS GENERALES SOBRE MESOAMÉRICA

PABLO ESCALANTE GONZALBO

Es difícil marcar un punto de partida para la historiografía académica o científica sobre el México prehispánico. Sin embargo, al mirar hacia atrás se advierten con suficiente claridad dos hitos, situados ambos en el campo de la historiografía anterior al siglo XX. Se trata de dos obras que enfrentaron el problema de dar coherencia al pasado prehispánico en su conjunto, que revisaron cronologías, identificaron pueblos, caracterizaron a las culturas. Una de ellas es hija de la Ilustración de las últimas décadas de la Nueva España, la otra, del Positivismo que floreció en la época del régimen de Porfirio Díaz. Francisco Xavier Clavijero presenta su Historia antigua de México,1 como “un ensayo, una tentativa, un esfuerzo… de un ciudadano”. En su prólogo, rinde tributo a don Carlos de Sigüenza y Góngora, aboga por la apertura de una cátedra universitaria dedicada al estudio de la antigüedad mexicana y se muestra consciente de la enorme tarea que quiso emprender: hacer inteligible una historia que, debido a la pérdida de las fuentes y al descuido de los documentos, se había vuelto “dificilísima”. El exilio en Italia y la falta de archivos y bibliotecas a su alcance en el momento de escribir, fueron circunstancias lamentables que, sin embargo, pueden haber ayudado a Clavijero a tomar esa distancia indispensable para escribir una visión de conjunto.

El otro hito es la monumental Historia antigua y de la conquista, de Alfredo Chavero,2 que constituye el primer tomo de México a través de los siglos. En una centuria agitada, de invasiones y revoluciones, el rescate documental, la edición de fuentes y el estudio del México prehispánico y colonial fueron tareas que se practicaron sin interrupción, gracias, sobre todo, a esfuerzos individuales: Carlos María de Bustamante, José Fernando Ramírez, Manuel Orozco y Berra y otros, a quienes el autor de la Historia antigua y de la conquista reconoce sin empacho. Quizá no sea exagerado decir que buena parte de los temas de la historia prehispánica que preocuparán a los investigadores del siglo XX están presentes ya en la obra de Chavero. Interesado en valorar adecuadamente la historicidad de los relatos indígenas, empeñado en aprovechar los testimonios pictográficos, consciente de la necesidad de aproximar los relatos (como aquellos referentes a Tula) y los monumentos (como las pirámides de Teotihuacán), puede considerársele, entre otras cosas, precursor de la mesoamericanística e iniciador de algunos de sus métodos. Sobre la idea que Chavero tenía acerca de la seriedad y objetividad de su obra, nos habla la forma en que la definió: “Imparcial y concienzudamente escrita en vista de cuanto existe de notable y en presencia de preciosos datos y documentos hasta hace poco desconocidos…”

Durante las primeras décadas del siglo XX los estudios sobre el México antiguo se multiplican dentro y fuera del país. Hay un proyecto de enorme trascendencia para la historia de la antropología en México, “La población del valle de Teotihuacán” (1917-1922),3 dirigido por Manuel Gamio, que marca el inicio de la arqueología científica en nuestro país. No surgen, antes de los años cuarenta, otras obras de síntesis, precisamente porque el terreno se estaba preparando con las nuevas investigaciones arqueológicas. Hay que destacar los trabajos de George Vaillant4 y Eduardo Noguera5 (de los años treinta y cuarenta, aunque Noguera siguió publicando hasta los setenta), que fueron decisivos en la elaboración de periodizaciones basadas en la estratigrafía y la cerámica, especialmente desde el punto de vista de los valles centrales.

Un acontecimiento importante para la historia de los estudios prehispánicos, y en particular para la tarea de caracterizar y estudiar las culturas México central y meridional, fue el establecimiento formal del término “Mesoamérica” para aludir a la gran área en la que floreció la civilización, en oposición a las zonas áridas del norte, de ranchos dispersos y de cazadores recolectores. En la primera mitad del siglo XX ya se usaba el término Middle America para referirse a las culturas del México prehispánico, y en especial para hablar de un área que comprendía una porción de Centroamérica y buena parte del territorio de México, excluyendo algunos territorios septentrionales. Pero el término Mesoamérica sólo empezará a designar un área con límites geográficos precisos tras la publicación del trabajo de Paul Kirchhoff, Mesoamérica. Sus límites geográficos, composición étnica y caracteres culturales, en 1943.6 Este trabajo de Kirchhoff, criticado en ocasiones por considerársele representativo de una corriente “culturalista” que se estima superada en la antropología, es una obra fundamental para la historia de los estudios sobre el México prehispánico. La formulación de Kirchhoff es vigente hasta el día de hoy, independientemente de los ajustes y matices que se han introducido al concepto. La frontera norte de Mesoamérica esbozada en aquel trabajo transcurre del río Pánuco al Sinaloa, pasando por el Lerma; y la frontera sur, de la desembocadura del río Motagua hasta el golfo de Nicoya.

El trabajo de Kirchhoff, además, establecía la identidad de Mesoamérica a partir de la presencia de una combinación de rasgos culturales que no podía encontrarse en otra área americana. Así, por ejemplo, la combinación: cultivo del frijol, más terrazas agrícolas, más sacrificio por extracción del corazón, más juego con pelota de hule es exclusiva de Mesoamérica. Los elementos, separados, existen en diferentes áreas, pero la combinación es exclusiva de Mesoamérica. La muestra de Kirchhoff enseñaba que la suma de rasgos característicos de Mesoamérica pasaba desde el entorno ecológico y los cultivos básicos, hasta aspectos del ritual, como el uso de un tambor de lengüetas de madera, y a través de aspectos tecnológicos como la construcción de puentes colgantes.

Desde mediados del siglo XX no han dejado de aparecer obras generales sobre el México antiguo. La mayoría de ellas, en realidad, se refieren a la civilización mesoamericana y asumen el concepto de Mesoamérica tal como lo acotó Kirchhoff. La historia del arte precolombino de Toscano, aparecida en 1944,7 no reflejaba aún la aceptación del término Mesoamérica (quizá había entrado a imprenta antes de difundirse el trabajo de Kirchhoff) y usaba todavía la fórmula “México y América central”. Pero tenía el enorme mérito de esbozar un cuadro general de las etapas y regiones de nuestra historia antigua.

También debemos un intento pionero de sistematización de la historia prehispánica a Ignacio Marquina, uno de los fundadores de la arqueología mexicana del siglo XX. Marquina participó en el proyecto del valle de Teotihuacán en 1917. Con aquel proyecto nacía esa pareja de arqueología de lo monumental e indigenismo que definió el perfil de la antropología en nuestro país. Después de colaborar con Gamio, Marquina encabezaría la Dirección de Monumentos Prehispánicos casi por una década, y luego el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Esta experiencia en la administración y salvaguarda de los sitios arqueológicos en una oficina centralizadora le dio a Marquina una visión de conjunto al mismo tiempo que una información detallada, catalográfica, de las ruinas de México. Quizá por eso su historia de la arquitectura es, al mismo tiempo, una de las primeras síntesis generales completas de la historia prehispánica. Marquina influiría además en las generaciones posteriores por dos vías: varios de sus croquis y dibujos reconstructivos quedarían en la memoria colectiva como auténticas visiones del pasado prehispánico. Por otra parte, su preferencia por hacer una división regional del México antiguo para su explicación, en detrimento de una división que diera prioridad al estudio diacrónico e interregional, dejó huella en la organización del Museo de Antropología —en cuya planeación trabajó—, y en muchos estudios, hasta el presente.

El proyecto del Museo de Antropología, de principios de los años sesenta, refleja la madurez que habían alcanzado los estudios mesoamericanos y, simultáneamente, el interés oficial por dar a las culturas precolombinas un lugar preponderante en la educación pública. Pero hay algo más: en el Museo de Antropología las piezas fueron, y son, exhibidas como obras de arte, con una museografía y particularmente con una iluminación, que invita a valorar las cualidades formales de las obras. La omisión de cédulas extensas, cuadros explicativos, gráficos, que persiste hasta hoy, coincide con el interés en afirmar el valor intrínseco de las piezas como obras valiosas en sí mismas independientemente de la información que pudieran transmitir sobre el pasado. Para que esto sucediera, era preciso que se hubiera llevado a cabo una reconsideración estética del repertorio prehispánico. Y tal cosa fue lo que ocurrió, con la obra citada de Salvador Toscano (1944), hasta cierto punto con la obra de Marquina (1951)8 y muy especialmente con los trabajos de Miguel Covarrubias (1957)9 y Paul Westheim (1957).10

Tanto Covarrubias como Westheim tienen una importancia especial porque se trata de personalidades que tuvieron una trayectoria y reconocimiento fuera de México y que estaban en contacto con la cultura y la crítica artística de su tiempo. Westheim reflexiona sobre el arte prehispánico después de haberse dedicado al estudio del arte en Europa, de haber estudiado con Heinrich Wölflin y Wilhelm Worringer y de haber sido una personalidad destacada en el terreno de la cultura en la República de Weimar. Covarrubias no tiene el perfil de un académico aunque produjo una obra más extensa y trascendente que la de muchos académicos. Se trata más bien de un hombre de las artes, un pintor, un ilustrador, decorador, y quizá de manera especialmente aguda de un filósofo del diseño. Si Westheim demuestra que el arte prehispánico es susceptible de abordarse con los recursos académicos de la Historia del arte, Covarrubias intuye y promueve la universalidad de las cualidades plásticas de las obras indígenas, e introduce los patrones y los trazos precolombinos en el repertorio del diseño gráfico mundial. Ambos autores, por otra parte, realizaron en sus obras muy interesantes síntesis y visiones de conjunto de la historia prehispánica.

En 1959 se publicó Esplendor del México antiguo,11 un libro importante porque se trata de la primera obra colectiva e interdisciplinaria sobre el México prehispánico, porque participaron en el proyecto varios de los más notables estudiosos del pasado precolombino en aquel momento, y porque fue un ejemplo de colaboración entre académicos estadunidenses y mexicanos: una colaboración desde entonces latente en los estudios mesoamericanos. Entre los autores de la obra se encuentran Jorge Acosta, Ignacio Bernal, Justino Fernández, Wigberto Jiménez Moreno, George Kubler, Miguel León-Portilla, H. B. Nicholson, Eduardo Noguera, Charles Di Peso, Mauricio Swadesh y Roberto Weitlaner, nada más. En particular, creo que es importante destacar el extenso artículo —casi un libro en sí mismo— de don Wigberto Jiménez Moreno.12 Para varios de quienes nos hemos dedicado a los estudios mesoamericanos, se trata de uno de los textos más importantes que se han escrito en la materia; bien podría catalogarse como uno de los cinco textos más importantes.

Lo que hizo Jiménez Moreno en su “Síntesis de la historia pretolteca de Mesoamérica” fue audaz y novedoso desde el punto de vista metodológico: vinculó, de manera sistemática y consistente, los datos arqueológicos, las referencias históricas, la información lingüística y la trama de la geografía. La riqueza de tal acercamiento produjo un cambio cualitativo, al convertir lo que por momentos parecía volverse un mosaico de culturas y monumentos en una historia cabal,13 con procesos interconectados, etnias vinculadas; con rutas migratorias y comerciales que hilvanaban el territorio. En aquel texto, Jiménez Moreno construyó una visión de la historia de Mesoamérica que, en lo fundamental, sigue vigente, y ha sido el punto de partida de centenares de investigaciones.

En la década de los años sesenta, hay que destacar la consolidación de los estudios mesoamericanos en las universidades de los Estados Unidos, y la proliferación de autores y obras que hicieron contribuciones importantes para el estudio de Mesoamérica. Entre quienes realizaron algunas obras generales, síntesis e interpretaciones de conjunto, creo que es justo destacar la obra de Michael Coe14 —decano, junto con Henry Nicholson, de la mesoamericanística norteamericana—, la de George Kubler15 y la de Eric Wolf.16 Coe combinó el trabajo más especializado con la producción de algunas obras generales, accesibles incluso para un público no erudito, y brillantemente escritas. Kubler produjo el tratado sobre arte precolombino de América más consultado por los estudiantes universitarios hasta el día de hoy, y abordó en sus trabajos algunos problemas importantes para la explicación diacrónica de Mesoamérica, las rupturas y las continuidades. A Eric Wolf le debemos algunas de las aproximaciones más interesantes realizadas a la historia prehispánica desde la perspectiva teórica del llamado materialismo histórico. La obra de Wolf, en general, se puede considerar precursora de los estudios que hoy se da en llamar “de la descolonización”.

Otras síntesis importantes producidas en los años sesenta son la de Harold E. Driver (referida a toda Norteamérica) (1961)17 y la de Wolfgang Haberland (1969),18 que logra conciliar el enfoque culturalista con un claro intento de articulación diacrónica. En 1968 William T. Sanders y Barbara Price publicaron Mesoamerica: the Evolution of a Civilization,19 una obra ejemplar para las generaciones posteriores, que incorporaba los enfoques ecológico y tecnológico en la discusión general sobre el proceso de Mesoamérica.

Uno de los proyectos académicos y editoriales más ambiciosos en relación con el estudio de Mesoamérica lo constituye el monumental Handbook of Middle American Indians.20 Se trata de una obra que, además, se resiste a envejecer, pues sólo habían transcurrido cinco años desde la conclusión de la primera serie de volúmenes cuando se empezaron a publicar suplementos. El proyecto original consta de 16 volúmenes, que se publicaron entre 1964 y 1976. Por sus fechas, la obra incluye colaboraciones de algunos de los maestros activos en los años cincuenta y sesenta (como Bernal y Caso), de quienes empezaron a publicar hacia fines de los cincuenta y lo hicieron durante el resto del siglo XX (como León-Portilla y Nicholson), e incluso de una generación más reciente, de la que forma parte, por ejemplo, Pedro Carrasco.

Miguel León-Portilla escribió, sin duda, las obras sobre el México prehispánico más influyentes en la cultura mexicana del siglo XX: La filosofía náhuatl,21 La visión de los vencidos,22 Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares23 y Trece poetas del mundo azteca.24 Todo esto, entre 1956 y 1967. Libros que, además de la labor de rescate de fuentes que representan, construyeron una idea de la sociedad mexicana prehispánica y animaron a generaciones enteras, entre ellas la de quien esto escribe, a estudiar historia y antropología. Libros bien escritos, amenos, sugerentes. Sobre la base de esa contribución, ya decisiva, León-Portilla concibió y llevó a cabo otras empresas académicas. Dos de ellas son muy importantes para el propósito de este capítulo: una magnífica antología de textos, De Teotihuacán a los aztecas, que se ha utilizado, desde su publicación en 1971, tanto en bachillerato como en la universidad, y que ha sido lectura de estudio y de entretenimiento. Y una obra colectiva, en varios volúmenes: la Historia de México publicada por editorial Salvat y editada varias veces desde 1974. Gracias a esta obra el lector no especializado pudo conocer las ideas de investigadores tan destacados como Alberto Ruz, José Luis Lorenzo, Román Piña Chan, Carlos Navarrete, Carlos Martínez Marín, Víctor Castillo o Christine Niederberger. Pero también es cierto que en la obra hay un predominio muy notable de las colaboraciones de dos autores: don Ignacio Bernal y el propio Miguel León-Portilla. En sus 16 colaboraciones para la obra, León-Portilla tuvo ocasión, en realidad, de ofrecer una síntesis de su visión de la historia de los pueblos nahuas, desde Tula hasta la conquista. Ignacio Bernal, quien fue autor de cinco extensos artículos, pudo presentar al público sus ideas sobre temas de los que se había ocupado durante muchos años, como la historia de los olmecas y la de Teotihuacán.

También en la década de los setenta, Ignacio Bernal publicó otras dos síntesis de la historia de Mesoamérica, una para la Historia mínima de México,25 y la otra, sólo tres años después, para la Historia general de México.26 Ambas obras fueron publicadas por El Colegio de México y se convirtieron pronto en textos fundamentales en el bachillerato y en la enseñanza universitaria, y, al cabo de unos años, en clásicos de la historiografía mexicana.

Proliferaron asimismo en los setenta obras dedicadas a analizar aspectos particulares de la civilización mesoamericana a lo largo de su historia. No eran historias generales de Mesoamérica, pero sí se referían a diferentes momentos y regiones de Mesoamérica: es el caso, por ejemplo, del volumen que surgió de la XII Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología, editado por Jaime Litvak y Noemí Castillo, dedicado a la religión en Mesoamérica.27 En el terreno de la organización social y política destacan las publicaciones de Pedro Carrasco y Johanna Broda.28 En el estudio del arte, una obra general muy importante fue el conjunto de volúmenes dedicados al arte prehispánico de la Historia del arte mexicano de Salvat, coordinada por Beatriz de la Fuente.29

Entre las obras generales y de consulta más recientes destaca el espléndido Atlas of Ancient America,30 cuya sección de Mesoamérica fue escrita por Michael Coe, y la Historia antigua de México, coordinada por Linda Manzanilla y Leonardo López Luján.31 La Oxford Encyclopaedia of Mesoamerican Culture,32 dirigida por Davíd Carrasco, es un manual que ofrece una rigurosa y breve introducción a los temas más importantes de la historia mesoamericana.