Hablando de poder…

«El destino baraja las cartas,

pero nosotros las jugamos.»

ARTHUR SCHOPENHAUER

«El futuro tiene muchos nombres.
Para los débiles es lo inalcanzable.
Para los temerosos, lo desconocido.
Para los valientes es la oportunidad.»

VICTOR HUGO

«O bien ni siquiera lo intentes…

o lánzate de cabeza a ello.»

OVIDIO

«El coraje cambia el aspecto de todo.»

RALPH WALDO EMERSON

«No es que no nos atrevamos porque las cosas sean difíciles. Simplemente las hacemos difíciles cuando no nos atrevemos.»

SÉNECA

«La vida es maravillosa si no se le tiene miedo.»

CHARLES CHAPLIN

«El miedo hace que se produzca lo que se teme.»

VIKTOR FRANKL

«Anteponemos el miedo para no dejar pasar nuestro futuro.»

RUDOLF STEINER

«El coraje es estar dispuesto a luchar por una causa incluso cuando se está seguro de que se va a perder. Hay muchas victorias peores que la derrota.»

GEORGE ELLIOTT

«No pierdo el ánimo, porque cada intento fallido que dejo atrás es un nuevo paso adelante.»

THOMAS ALVA EDISON

«Los que renuncian son más numerosos que los que fracasan.»

HENRY FORD

«Podemos hacer lo que deseemos si lo intentamos lo suficiente.»

HELEN KELLER

«Jamás se conseguirá nada sin grandes hombres, y los hombres solo son grandes si tienen la determinación de serlo.»

GENERAL CHARLES DE GAULLE

«Debemos convertirnos en el cambio que buscamos en el mundo.»

MAHATMA GANDHI

«La única forma de descubrir los límites de lo posible es yendo más allá de ellos, a lo imposible.»

ARTHUR C. CLARKE

«La llave de toda puerta es la humildad.»

ALEJANDRO JODOROWSKY

«Algunos hombres observan el mundo y se preguntan “¿por qué?”. Otros hombres observan el mundo y se preguntan “¿por qué no?”.»

GEORGE BERNARD SHAW

«La última de las libertades humanas es elegir nuestra propia actitud ante cualquier circunstancia.»

VIKTOR FRANKL

«Debes hacer aquello que crees que no puedes hacer.»

ELEANOR ROOSEVELT

«Un cobarde es incapaz de mostrar amor, hacerlo está reservado a los valientes.»

MAHATMA GANDHI

«Trata a un hombre como es y seguirá siendo lo que es. Trata a un hombre como puede llegar a ser y se convertirá en lo que puede llegar a ser.»

GOETHE

«El mejor regalo que le podemos hacer a otro no es solo compartir nuestras riquezas, sino revelarle las suyas.»

BENJAMIN DISRAELI

«El verdadero amor no es más que el deseo inevitable de ayudar al otro a que sea quien en verdad es.»

ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY

«El destino más elevado del ser humano es servir más que gobernar.»

ALBERT EINSTEIN

«En el momento de la muerte, no se nos juzgará por la cantidad de trabajo que hayamos hecho, sino por el peso del amor que hayamos puesto en nuestro trabajo.»

MADRE TERESA DE CALCUTA

«Quien da, recibe. Quien se olvida de sí mismo, encuentra.»

SAN FRANCISCO DE ASÍS

«El amor todo lo vence.»

VIRGILIO

«Amaos los unos a los otros como yo os he amado.»

JESÚS DE NAZARET

1. El reino de Albor

Hace mucho, mucho tiempo, cuando algunos hombres todavía comprendían el lenguaje de los pájaros, vivía en el próspero reino de Albor un rey que era profundamente amado y respetado por todos sus súbditos. Hombre de gran fuerza y extraordinario coraje, había sido el único monarca capaz de defender su hermosa tierra de los ataques del malvado ejército liderado por el poderoso e invencible Nul, Señor de las Tinieblas.

Cientos de reinos habían sucumbido, uno tras otro, al demoledor avance del perverso, y solo Albor, como una isla en el océano, se escapaba de aquel avasallador dominio. El rey y su ejército habían resistido gracias a la mágica Albor, la fulgente espada que daba nombre al reino y que, miles de años antes, había sido forjada con el aliento de Aur, el gran dragón blanco. Aquella espada había sido concebida para atesorar y transformar en poder toda la fuerza interior que cobijara el corazón de sus legítimos propietarios, y se convirtió así, con el paso de los años, en el arma más poderosa sobre la faz de la Tierra.

Pero el ladino Nul supo esperar el momento adecuado para propinar al rey el más doloroso y demoledor de los golpes: Jano, su único hijo y heredero del trono, fue secuestrado la primera noche de su vida por el malvado, que, aprovechando los festejos con los que se celebraba la buena nueva y oculto bajo una negra capa que lo hacía invisible, no solo consiguió raptar al heredero, sino también apoderarse de la mágica espada.

El reino quedó entonces sumido en la tristeza y la desesperación. Su futuro aparecía cubierto de sombras, más vulnerable que nunca, sin príncipe, sin la mágica Albor. A Nul, espectro ajeno al paso del tiempo, le bastaba con aguardar la muerte del rey para hacerse con el último reducto que se resistía a su desmesurada ambición.

Ocurrió entonces que la reina languideció y, años más tarde, finalmente murió, mientras el rey envejecía día tras día a ojos de todos. Los hombres y las mujeres de Albor sufrieron aquellos acontecimientos con pesadumbre, con tanta tristeza que sus ojos ya no veían la primavera en los nuevos brotes de los árboles ni en las flores que crecían en los jardines.

Por supuesto, se hicieron muchos intentos, vanos, desesperados, para hallar al príncipe y recuperar la espada. Cientos de valientes caballeros partieron en su búsqueda hacia la Tierra del Destino, en las fronteras del reino con el mundo del más allá, pues se creía que allí el Señor de las Tinieblas tenía ocultos a Jano y Albor. Jamás ninguno regresó.

Pasaron los años y los rumores devinieron leyendas que contaban que Jano se había convertido en el esclavo eterno del maligno señor.

Pero el rey jamás perdió la esperanza, convencido de que algún día volvería a abrazar a su hijo y blandir su espada. Ese convencimiento, esa fuerza interior, sirvió para mantener unido a todo el reino frente al infame.

Los nobles caballeros, fieles a sus creencias, decidieron mantener firme su espíritu y desarrollar su fuerza para proteger de nuevas incursiones el reino y los ideales y principios que su rey les había transmitido con su ejemplo. Tal vez por esa razón Nul renunció a la conquista.

Con el paso del tiempo, el rey, anciano y cansado, comprendió que la vida le regalaría ya pocos amaneceres. Debía acometer su última y más importante misión: nombrar a un heredero, un sucesor con la fuerza física y la moral necesarias para rechazar el seguro y devastador ataque que Nul llevaría a cabo tras su muerte. Sin un líder reconocido por todos, la derrota sería segura y el reino y toda la tierra caerían en las garras del oscuro.

2. La llamada del rey

Una clara mañana de primavera, el Joven Caballero se entrenaba con su espada en una campa del bosque de los Nueve Tejos, junto a sus amigos, los caballeros Cap, Cop y Cor, cuando, de pronto, irrumpió el heraldo real con un mensaje: debía presentarse de inmediato ante el rey. La urgencia y la solemnidad del correo alarmaron a los cuatro compañeros.

Sin dudarlo un instante, el Joven Caballero montó en su noble caballo Kam y se dirigió a galope al castillo. Había hecho juramento de defender Albor y de guardar obediencia a su señor, pero nunca hasta entonces había reclamado su presencia el monarca de aquel modo. Algo debía de ocurrir, pensó, preocupado.

Llegó sudoroso a la plaza del castillo, desmontó y subió de tres en tres los escalones que llevaban hasta la torre del Rey.

Apenas sin aliento, golpeó la puerta de la cámara real. La amable y gastada voz de su señor respondió:

—Adelante.

El caballero entró, dio los siete pasos de ceremonia y se arrodilló ante el monarca, que lo aguardaba sentado en su trono.

—Majestad, he venido tan pronto como he sabido que me llamabais. ¿En qué puedo serviros?

—Mi fiel y joven caballero, a veces pareces más rápido que mi querida Elk, el águila que vigila el castillo desde las alturas.

—Bien sabéis, mi señor, que estoy a vuestra disposición para lo que preciséis.

—Te conozco desde que eras niño —siguió el rey— y admiro tu fuerza de espíritu y tu coraje. En los últimos años has sido mi más fiel y eficaz apoyo. Ahora mi tiempo se acaba, me siento cansado y apenas sin fuerzas y sé que dentro de poco dejaré esta vida. Por ello quiero pedirte un último servicio…

Hizo una larga pausa y su mirada se posó en un tapiz que dibujaba en forma de corazón el escudo de armas de su familia. Entonces, con voz solemne, le anunció:

—Sabes que tras mi muerte el trono quedará vacío. Por ese motivo te pido que aceptes ocupar mi lugar cuando yo muera.

El Joven Caballero, perplejo, rodilla en el suelo, cabeza baja y sin atreverse a mirar a los ojos del rey, balbuceó:

—Majestad, ¡no… no puedo asumir tal honor! Mis orígenes son humildes. Mis padres eran simples campesinos que murieron en el terrible incendio que provocó el Señor de las Tinieblas en su huida tras el rapto de vuestro hijo, el único heredero, y el robo de la mágica espada.

El rey escuchaba con atención la vacilante voz del caballero que, presa de la emoción, se detuvo unos instantes.

—Vos sabéis que Manluz el mago me procuró un nuevo hogar al darme en adopción a la familia del herrero. De mi nuevo padre aprendí el oficio de la forja y quiso la vida que desarrollara habilidad suficiente para que muchos caballeros me solicitaran herraduras y armas. Sabéis también que por templar miles de espadas y probar miles de herraduras cabalgando a lomos de los mejores corceles del reino desarrollé habilidad como jinete y destreza en el manejo de las armas. Gracias a vuestra generosidad, llegué a ser escudero y, más tarde, caballero. Esa es toda mi ambición, serviros…

El rey lo interrumpió con voz firme:

—¡Conozco mejor que nadie tus orígenes! ¡Y no te armé caballero por generosidad, sino por justicia, por tu valentía, por tus logros, por el esfuerzo que pusiste en las tareas que te encomendé!

Tras un intenso silencio, el rey, visiblemente emocionado y con un hilo de voz, añadió:

—Siempre te he tratado como si fueras Jano, el hijo que perdí, y sabes que la reina también sentía por ti un profundo amor. Eres el más querido y respetado por todos y, por ello, no dudo que reconocerán tu autoridad como nuevo rey. ¡Acepta mi propuesta!

—Pero, majestad…

El rey, contrariado, lo interrumpió de nuevo:

—¡No dejes que tu pasado, sea el que sea, oscurezca tu visión de un futuro brillante!

—Hay otros hombres mucho más dignos de tan alto honor: el caballero Cap, el caballero Cor, el caballero Cop…

—No negaré que los tres son hombres de gran valor. Cap es muy inteligente, pero se lo piensa demasiado antes de actuar. En cuanto a Cor, más que caballero debería ser trovador; sus emociones le impiden pensar con claridad. Y Cop es sin duda el más fuerte de todos, pero a veces actúa sin pensar. No, no veo a ninguno de ellos como futuro rey. Te ofrezco el cetro porque veo en ti a un soñador práctico, a alguien que me ha demostrado que jamás pierde la esperanza, al único que puede mantener unido al reino y hacer frente al Señor de las Tinieblas. ¡Acepta el reto que te propone la vida, pues no soy yo quien te habla, es la vida!

El caballero escuchaba al rey con suma atención:

—Sin retos no podemos crecer. El miedo al fracaso mata la vida. ¡Yo sé que puedes ser un gran rey! Y tú también lo sabes, no te engañes. ¡Atrévete a hacer realidad tus sueños! ¡A decir al mundo quién eres en verdad! Ejerce el poder que albergas en tu alma, no el que nace de la vanidad ni del miedo, pues ese es el que ejerce Nul. Te estoy hablando de otro poder, del que se manifiesta en la capacidad de encarnar los sueños a través de la pasión y del trabajo perseverante y paciente, ese que permite transformar la realidad y crear nuevas circunstancias para que la vida futura sea diferente, mejor, próspera y con sentido…

—El poder de Nul es tal que temo no cumplir vuestras expectativas…

El rey se incorporó con gran esfuerzo, se acercó al caballero y, acariciando su rostro, le dijo con firmeza:

—Si piensas que no puedes, no podrás. Si piensas que no te atreves, no lo harás. Si crees que estás vencido, lo estarás. De ello se alimenta el Señor de las Tinieblas: del miedo, de la inseguridad que nace de la falta de amor y de confianza en nosotros mismos. ¡Piensa que puedes y podrás! La mayor derrota no consiste en no superar un reto, sino en ni siquiera intentarlo. La batalla de la vida no siempre la gana el hombre más fuerte, el más ágil o el más rápido, sino aquel que cree que podrá hacerlo.

Pensativo, el Joven Caballero se incorporó lentamente y dirigió una mirada suplicante al rey.

—Señor, hay otra cuestión: me sentiría como un usurpador si aceptara vuestra oferta sin antes haber intentado encontrar a vuestro hijo y la mágica espada en la Tierra del Destino.

—¿Sabes qué me propones? ¿Sabes qué significa adentrarse allí?

—Sí, señor. Muchos caballeros han hecho esa travesía, algunos eran mis amigos, y ninguno ha vuelto.

—Te enfrentarás a lo desconocido. En ese lugar no mora el Señor de las Tinieblas, pero ejerce la mayor de las influencias. Hará que te pierdas, que olvides quién eres y cuál es tu propósito. Tus peores pesadillas se harán realidad y, solo si mantienes la pureza de tu corazón y la fortaleza de tu espíritu, sobrevivirás. Sí, te comprendo; tal vez, si superas la prueba, comprobarás que mi decisión es acertada. ¿Quieres ir? Ve. Cuentas con mi permiso.

—Gracias, señor.

El rey sonrió, aunque aquel gesto apenas disimulaba su preocupación.

—Bien. Pero es mi deseo que antes visites a tu protector, el mago Manluz. Él sabrá aconsejarte y orientarte para la travesía. Escucha sus buenos consejos y síguelos, te serán útiles.

Y así fue como el Joven Caballero partió a lomos del infatigable Kam hacia el bosque del hermoso valle de las Diez Montañas, donde vivía Manluz.

Mientras se alejaba del castillo sonó por tres veces el bronce de una lejana campana. En lo alto, en el cielo, divisó a Elk, el águila del rey, que parecía despedirlo como lo había hecho en todos los momentos importantes de su vida.