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Andrés Morales Henestrosa, es decir, Andrés Henestrosa, a secas, es el cuarto hijo de seis que tuvieron Arnulfo Morales Nieto y Martina Henestrosa Pineda.

Después, mi abuela tuvo otro hijo, y mi padre se convirtió así en el hijo de en medio, el hijo del centro, el que hoy en día, dicen, es el presionado por los hijos anteriores y por los que le siguieron. Aunque en su caso, tal vez no fue así, porque como su madre atendía a los pequeños y los grandes se ocupaban, unas, de los quehaceres de la casa y el hombre de la administración del rancho, él quedó libre. Cabalgaba solo por el campo, se metía al río, a la laguna, al mar, a los establos o a la ordeña de las vacas. Más grandecito, como a los nueve años, iba a las fiestas donde probaba los asientos de las copas y botellas de licor; aprendía canciones e iba de “corre ve y dile” entre los enamorados. Sus hermanos mayores fueron Marcelina, Honorato e Isaura, y los menores, Bernabé, Concepción y Fernando; este último, hijo de don Gerardo Toledo.

Andrés Henestrosa nació en San Francisco Ixhuatán, Oaxaca, el 30 de noviembre de 1906; las circunstancias de su nacimiento han sido contadas un sinnúmero de veces. Eran las doce del día, hora en que el sol cae como una plomada en la faz de la tierra. Mi abuelo estaba sentado a la mesa donde doña Martina, su esposa, acababa de servirle un humeante plato de caldo de res —comida muy usual en el Istmo de Tehuantepec— cuando de pronto ella gritó:

—¡Arnulfo, siento que me voy a resquebrajar, corre por la partera!

El hombre salió corriendo y unos cuantos minutos después regresó con na1 María Sario, pero ya era tarde; el niño había nacido, su madre le había cortado el cordón umbilical con dos piedras: el tejolote —la piedra del molcajete— y el brazo del metate. Entonces, na’ María sólo se dedicó a la limpieza del niño y ayudar a la parturienta.

Por nombre le pusieron Andrés, por ser el 30 de noviembre, el día de San Andrés apóstol; ésa era la costumbre por ese entonces, es decir, ponerle a los niños el nombre del santo que se celebrara el día de su nacimiento.

A mi padre le gustaba su nombre, y a mí también, es un nombre apropiado para un varón, pues su significado es, precisamente, hombre. En las fiestas, cuando le celebrábamos su cumpleaños, siempre le gustaba repetir: “Noviembre dichoso mes que empieza con Todos Santos y acaba con San Andrés”.

Bueno, este texto es sólo para una edición más de aquella página a la que Octavio Paz calificó “sin una sola arruga” y, que considero, es la paginita que siempre anheló escribir mi padre.

[Las Águilas, D.F., noviembre de 2015]

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