Una sabia base de datos Los libros que conviene tener cerca

«Mi afán es comprender.»

JOSÉ LUIS SAMPEDRO

«Quien no conoce nada no ama nada. Quien no conoce no puede hacer. Quien nada comprende nada vale. Pero quien comprende también ama, observa, ve… Cuanto mayor es el conocimiento, más grande es el amor.»

PARACELSO

Un buen libro no es solo un libro. No son solo datos, información o conocimiento. Es sabiduría y es vida. Es mucha vida. Es abrir la ventana del intelecto y del corazón. Es sentir, pensar, reír, llorar…, vivir.

Quiero compartir contigo aquellos libros que de alguna forma me han cambiado la vida. Muchos de ellos están en estas cartas que has leído. Ya sea en fragmentos seleccionados o destilados (con los riesgos que ello supone) por mí.

Sin ellos no sentiría como pienso, no pensaría como siento, no sería quien soy.

Y no exagero si digo que mi vida sería distinta si no los hubiese leído.

Siento por ellos y sus autores una inmensa gratitud y un profundo y sincero afecto.

Todos los libros que más adelante te enumero curan… o, por lo menos, me han curado a mí y han sido un remedio ideal, no agresivo y a menudo homeopático en momentos de tristeza, despiste, desasosiego o simplemente de felicidad inquieta a la búsqueda de respuestas.

Un libro es una o varias vidas, es uno o varios mundos, un libro puede ser alas que te ayuden a volar, un libro incluso puede ser un amigo y un maestro: alguien de quien te sabes cómplice, que te comprende, que te conoce e incluso que te ama. Un libro es algo maravilloso.

Aquí tienes, con detalle, los que conviene tener cerca. Espero que encuentres en ellos lo que yo encontré.

Hasta pronto.

Álex

P. D.: Algunos libros son luz para el alma. Dice un proverbio chino:

Si hay luz en el alma,

habrá belleza en la persona.

Si hay belleza en la persona,

habrá armonía en la casa.

Si hay armonía en la casa,

habrá orden en la nación.

Si hay orden en la nación,

habrá paz en el mundo.

Todo sea hecho por la paz en el mundo.

Carta 1 Una frase perversa: «Hay que ganarse la vida»

«Me ganaba la vida…, pero no la vivía.»

Una de las frases más frecuentemente citadas por los enfermos terminales, según Elisabeth Kübler-Ross, la principal autoridad mundial sobre el acompañamiento a enfermos terminales.

«El hecho de que una opinión la comparta mucha gente no es prueba concluyente de que no sea completamente absurda.»

BERTRAND RUSSELL

Querido jefe:

Hace un buen rato que intento acabar el informe que me has pedido, pero no puedo concentrarme. Ya sabes que suelo responder con eficacia a tus indicaciones, pero algo en mi interior se niega hoy a seguir redactando fríos y descorazonados memorándums. En cambio, cuando me he puesto a escribirte esta carta, mi pulso se ha acelerado y mis dedos han empezado a danzar livianamente sobre el teclado del ordenador.

Seguro que te preguntarás por qué te escribo una carta en lugar de enviarte un e-mail o simplemente llamarte al móvil. No estoy seguro, pero creo que tiene que ver con la distancia y la ausencia de prisas. Dicho de otra manera, la carta me da la posibilidad de escribir pensando, de volver atrás y rectificar, de explicarme sin la incómoda sensación de que tengo que ser breve para no hacer perder el tiempo a mi interlocutor. Sin la premura de otros medios, en definitiva. Y lo que quiero explicarte, como verás, no admite prisas.

El caso es que hay una cosa que me tiene preocupado, a ratos estupefacto y a ratos cabreado, y que no me deja conciliar el sueño desde hace semanas. Es algo sencillo y fácil de entender, pero a la vez terriblemente profundo. Quizá te parezca banal a simple vista, pero tengo razones para pensar que es esencial para nuestro futuro como personas y como sociedad.

Te lo diré sin rodeos: la gente no es feliz. Por supuesto, es una generalización, pero más extendida de lo que muchos creen.

Desde hace algún tiempo, cuando pregunto a mis amigos y compañeros algo tan simple como «¿qué tal?», obtengo respuestas como estas:

«Pche, tirando» (del carro, evidentemente, con lo que la identificación con un animal de tracción es obvia). «Ya ves» (que en realidad quiere decir: «Decídelo tú, porque yo ni me veo»).

«Vamos haciendo» (en un gerundio sin fin). Fíjate, «vamos» y no «voy», porque en esta situación es mejor sentirse acompañado.

«Luchando» (como si la vida fuera una guerra).

«Pasando» (¿por el tubo?).

«No puedo quejarme» o su versión extendida: «No nos podemos quejar», donde el que responde asume, en un alarde de masoquismo, que podría estar peor.

O el ya frecuente: «Jodido, pero contento», en el que se manifiesta que el estado natural de uno es estar jodido.

Son muy pocos los que contestan «¡bien!» y casos aisladísimos los que espetan un asertivo, sincero y convencido «¡muy bien!». Así que está claro que alguna cosa falla.

La realidad, la de hoy, la que percibo a mi alrededor, es que millones de personas van cada día a trabajar con tristeza y resignación, sin otra esperanza para salir de su desgraciada circunstancia que acertar en la lotería y llegar por un atajo a la felicidad.

Son muchos los que trabajan en oficios que no los realizan, que andan estresadísimos, que sienten profunda y tristemente que cobran menos de lo que valen y que, en definitiva, se sienten mercenarios de una hipoteca. Y dicen…

… «No puedo cambiar».

… «Tengo una hipoteca a treinta años».

… «Tengo una familia a la que sacar adelante».

… «Soy un profesional con unos compromisos muy fuertes que debo mantener, ¿qué otra cosa podría hacer?».

Llevo tiempo dándole vueltas y creo que esta infelicidad tiene mucho que ver con una frasecita perversa que todos conocemos bien. Yo la he oído a lo largo de toda mi vida, desde que era un crío. Es una expresión que forma parte de nuestro lenguaje aceptado y compartido. Está en el centro de nuestra vida y, probablemente por eso mismo, nunca reflexionamos sobre sus implicaciones.

Tiene apariencia inofensiva, la muy puñetera, pero no hay que fiarse. Si la escuchas sin prestar mucha atención, dices: «Vale, ¿y qué?». Pero, si te paras a pensarla, a rebuscar entre las palabras, sacas conclusiones escalofriantes.

Voy directo al grano. La frase en cuestión es corta, solo tiene cinco palabras y es: «Hay que ganarse la vida».

¿Qué, cómo la ves? ¿Alguna reacción a bote pronto? ¿Te dice algo? ¿Se activa alguna alerta en tu mente?

Lo cierto es que a mí no me decía nada hasta que hace un par de semanas, en una reunión con unos clientes, se la oí decir resignadamente a uno de ellos. Entonces, de pronto, me vino a la cabeza el siguiente pensamiento:

DECIR QUE TENEMOS QUE GANARNOS LA VIDA IMPLICA PARTIR DE LA PREMISA DE QUE LA VIDA ESTÁ PERDIDA.

Has leído bien, sí, ¡perdida! ¡Y esto es fuerte, muy fuerte! Y, sin embargo, todos o casi todos lo tenemos asumido como normal, como lo que toca, como lo que es, como lo que hay.

Y si asumimos la perversión de esta frase tan socialmente aceptada y muy escasamente pensada, lo mejor que podemos esperar de nuestra existencia, el mejor de los futuros imaginables, es recuperar algo que, en realidad, nos es consustancial. Para no vivir como muertos, nos pasaremos la vida intentando «ganárnosla». Con resignación y, según el carácter de cada uno, con un poso de mala leche en el fondo.

¡Y todo porque nos han hecho creer que la vida, aquello que está en el origen de la existencia, de la conciencia, de la felicidad, de la creatividad, del amor, de la intimidad, tenemos que ir ganándonosla! ¡Que, cuando nacimos, el tema estaba perdido!

Y desde pequeñitos nos lo tragamos, ¡zas!, sin rechistar, ¡directo al inconsciente!

Tenemos que hacer algo al respecto, jefe, y cuanto antes mejor, si queremos una vida feliz y que este sea un mundo mejor. Y, de paso, si queremos conseguir que nuestra empresa prospere, porque seguro que no se te escapa que una cosa va ligada a la otra.

¿Cómo podemos cambiar esta manera de pensar…? Yo no soy psicólogo ni filósofo, pero tengo mis ideas, como cualquiera. Así que te propongo una cosa: demos un nuevo significado y una nueva forma de expresión a esta frase y así lograremos que las personas establezcan un nuevo punto de partida, que reasignen el valor de la vida en su cerebro y que definan una nueva «posición existencial de partida», más sana y menos sometida y resignada.

¿Qué te parece? Mi propuesta es que abramos los ojos y nos olvidemos de esta frase, ya que…

… LA VIDA NO TIENE QUE SER GANADA PORQUE ESTÁ GANADA DESDE QUE NACEMOS.

Tú eres una persona razonable, por lo que confío en que sabrás entender estas inquietudes que te transmito. Es más, estoy seguro de que estos pensamientos han debido rondar ya por tu cabeza y que has llegado a conclusiones que a mí se me escapan (por algo eres el jefe). Así que espero con ansia tu respuesta a estas líneas. Con un afectuoso abrazo,

Álex

P. D.: Ya lo decía el sabio escritor estadounidense Henry David Thoreau… ¡en el siglo XIX!: «No hay nadie tan equivocado como aquel que pasa la mayor parte de su vida ganándose la vida».

Carta 2 Vivir cuesta muy poco, pero…

«Nadie necesita ayuda para tener problemas.»

Proverbio maorí

Querido y ocupado jefe:

Han pasado ya bastantes días y no he recibido respuesta a mi anterior carta. Sé que estás muy ocupado con el tema de los presupuestos, que vas de reunión en reunión, pero me extraña que no te hayas dignado al menos a mandarme un acuse de recibo.

Tal vez necesitas más argumentos para darte cuenta de que realmente estamos ante una situación preocupante… A ver qué te parecen estos:

— La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha hecho público recientemente el siguiente dato: la depresión es la primera causa de discapacidad en el mundo y es el origen del veintisiete por ciento de las discapacidades que se registran cada año.

— Se prevé un incremento de hasta un cincuenta por ciento en el número de personas que se verán afectadas por la depresión en los países occidentales en los próximos veinticinco años.

— Las urgencias psiquiátricas han aumentado entre un diez y un veinte por ciento en todo el mundo en los últimos diez años. La OMS alerta de que los trastornos mentales se convertirán en breve en el principal problema de los países desarrollados o en vías de desarrollo. Los trastornos más comunes atendidos en los servicios de urgencias de los hospitales son los emocionales, la angustia y, cómo no, la depresión. Las causas de este incremento están motivadas, según las fuentes oficiales, «por una ruptura en los hábitos sociales, donde predominan la soledad, la presión social y la angustia». Repito y desgloso:

La soledad. La presión social. Y la angustia. Lee detenidamente los párrafos anteriores y verás que aparece una enorme paradoja, una contradicción tragicómica de gigantescas dimensiones: ¡estar desarrollado o en vías de desarrollo te lleva a la depresión, a la soledad y a la angustia, fruto de la presión social!

O sea: ¡ESTAR DESARROLLADO ES UN PROBLEMA! Necesito oxígeno, aire… Salgo a la ventana y grito: «¡Socorro! ¡Que alguien me ayude a comprender esto!»

Y digo yo, humildemente, que tendremos que someter a revisión el concepto «desarrollo»…, ¿o no? ¡Porque me niego a que mis hijos vivan en un mundo peor!

¡Me niego! ¿Por qué está ocurriendo esto? ¿Qué hacemos mal? Porque está claro que alguna cosa hacemos mal, a menos que el objetivo sea que todos estemos deprimidos dentro de cien años o que la norma, lo normal en la sociedad en la que vivan nuestros hijos, sea estar deprimido.

¿No crees, como yo, que nos estamos complicando la vida?

VIVIR CUESTA MUY POCO, PERO PODEMOS COMPLICARLO TANTO COMO QUERAMOS.

Coincidirás conmigo en que, en esencia, el acto de vivir es muy simple, especialmente si va acompañado de una sana conciencia, de capacidad para pensar y de libertad para decidir. Pero, si nuestra mente, como te comentaba en mi carta anterior, se rige por la orden de «ganarse la vida», la cosa empieza a complicarse.

El conjunto de las experiencias relacionadas con el trabajo son vividas entonces como una dura competencia, muchas veces ligada a un esfuerzo en el que puedes realmente acabar dejándote la vida, bien porque esta pasa y no te enteras de que has vivido, bien porque el corazón o el cuerpo te dicen: «¡Basta, me rindo, lo dejo aquí porque esto no hay quien lo aguante!» (ya sabes, lo que le pasó a Valdés, el jefe de ventas, hace un par de semanas: un colapso como una casa).

Espero, apreciado jefe, que esto no nos pase a nosotros. Tuyo,

Álex

P. D.: Dice Anthony de Mello: «Con la vida ocurre lo mismo que con los chistes: lo importante no es lo que duren, sino lo que hagan reír». Sería bueno que pensáramos en ello.