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40 noches en el desierto

Lo que un dueño del todo
aprendió de los amos de la nada

Julián Gutiérrez Conde

A mis entrañables amigos
Sjues Nunes y Jack Mc Ocdaas.
Ellos saben muy bien quienes son.

Prólogo

Lo que cuento aquí fue una de esas cosas de la vida que te suceden sin saber muy bien cómo ni por qué, pero de repente te encuentras viviendo una de tus más enriquecedoras experiencias. Supongo que mi estrella tuvo mucho que ver con que mi vida adoptara este rumbo.

Doy gracias a Dios o a Allah, que al fin y al cabo son lo mismo, por permitirme acercarme y escuchar la voz del desierto. Su lenguaje no es como el nuestro; se expresa de modo diferente. No es claro y rotundo, sino que siempre precisa de interpretación. Así es como construye sus diálogos con quien desea atenderle.

El Z’Geurt dice siempre que sus palabras no son suyas. Que si alguna sabiduría hay en ellas, esa procede de la voz del desierto.

El desierto siempre habla, siempre deja la huella de su sabiduría, pero no todos somos capaces de escucharlo. Se esconde y disipa ante la agitación.

He podido aprender muchas cosas que ni siquiera sospechaba que existían durante esas jornadas de mi vida en aquella solitaria inmensidad aparentemente inerte. El fuego y el firmamento te dejan limpio de pensamientos. Te abandonas y simplemente observas.

Yo, que había sido un hijo de las prisas y el agobio, me encontré repentinamente invadido por el sosiego. Fue algo desconocido que alentó mi ser y aumentó mi fe. Todo lo que se puede decir es «in sha Allah». Si Dios quiere.