Asociación Española de Profesores de Liturgia

La Prex Eucharistica

XLIII Jornadas de la Asociación española de Profesores de Liturgia

Valladolid, 28-30 de agosto de 2018

Centre de Pastoral Litúrgica

Barcelona

CRÉDITOS

© Asociación Española de Profesores de Liturgia

Ponencias de las XLIII Jornadas

La Prex eucharistica

Valladolid, Centro de Espiritualidad del Corazón de Jesús,

28, 29 y 30 de agosto de 2018

© Edita: CENTRE DE PASTORAL LITÚRGICA

Nàpols 346, 1 – 08025 Barcelona

Tel. (+34) 933 022 235 wa 619 741 047

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Diseño de la cubierta: Mercè Solé

Imagen de la cubierta: Pixabay

Edición digital: octubre de 2019

ISBN: 978-84-9165-268-7

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LA PREX EUCHARISTICA

DISCURSO INAUGURAL

Jaume González Padrós

Presidente de la AEPL

Es con gran gozo que me dispongo, con estas palabras, a introducir las cuadragésimo terceras Jornadas de nuestra Asociación, aquí, en esta bella ciudad de Valladolid, con un sincero agradecimiento por la acogida brindada, especialmente en este significativo Centro de Espiritualidad. Espero que podamos pasar unos días de gran provecho para nuestra reflexión en un marco distendido de relación fraterna, como siempre se han caracterizado nuestros encuentros. A mis colegas de la Junta quiero expresar un vivo reconocimiento, recogiendo el sentir de todos, por el trabajo realizado en vistas a la organización que hace posible un desarrollo sereno de nuestra actividad.

El tema que se propuso en la edición pasada para estos días es el estudio de la prex eucharistica. Con ello nos situamos en el corazón de la oración de la Iglesia y en su momento cumbre, pues dentro de ella se renueva el sacrificio redentor sacramentalmente. No hay un momento más grande, donde el cielo esté más cerca de la tierra y la tierra del cielo.

Sacrosanctum Concilium, con una gran fidelidad al pensar sacramental, describe la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia: «a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina, y todo esto de suerte que en ella lo humano esté ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación, y lo presente a la ciudad futura que buscamos (cf. Heb 13,14)» (SC 2).

Este texto conciliar marca un precioso camino, bien trazado, de lo sacramental. Nos hace comprender que la Iglesia católica no solamente contiene en sí siete sacramentos, sino que se comprende a sí misma como sacramento; «es decir, que ella misma, aun siendo distinta del cuerpo místico (pneumático) de Cristo, es inseparable de él».1

No se puede, pues, pensar la fe dentro de la Iglesia si no es con un modo sacramental. Hacer lo contrario no solo es prescindir de la Sagrada Escritura sino procurar, consciente o inconscientemente, la eliminación del catolicismo. Así lo afirmaba el papa: «El despertar de la fe pasa por el despertar de un nuevo sentido sacramental de la vida del hombre y de la existencia cristiana, en el que lo visible y material está abierto al misterio de lo eterno».2

Llegados a este punto, y siguiendo el estudio del profesor Menke, de la Facultad de Teología Católica de la Universidad de Bonn, señalamos tres «virus» que pueden infectar a la sacramentalidad: la desacralización, el funcionalismo y el misticismo e integrismo.

No podemos extendernos en este espacio; diremos sólo una palabra de los dos primeros. Es importante ser conscientes de la falsedad de las tesis que, desde el inmediato postconcilio, han defendido la total desaparición de lo sacro en el cristianismo. Se afirmaba que defender la sacralidad de ministros ordenados, ritos, textos, vestiduras, vasos y espacios representaba una reliquia de ideas culturales precristianas.3 Nada más lejos de la realidad. Quien así razonaba no se daba cuenta de la novedad que Cristo había introducido en el exuberante mundo de la relación entre Dios y el hombre a partir, precisamente, de la encarnación del Verbo. Desde este momento histórico concreto, dado en la plenitud de los tiempos, en continuidad –y no en ruptura– con lo que Dios había preparado desde el inicio de la creación y en la historia de Israel a través del fenómeno de lo sagrado, existe una manifestación histórica de lo santo, una manifestación concreta en el hombre Jesús, «imagen visible del Dios invisible» (Col 1, 15), presente en el espacio y en el tiempo de forma tan concreta que, incluso, podemos afirmar –mirando el pan consagrado en la eucaristía– que es Él mismo. Se trata, pues, de una representación objetiva de Cristo. «Esta representación objetiva nos sale al encuentro primeramente en la verdadera humanidad de la Palabra divina, pero después también en los signos creados que nos median su presencia, y, finalmente, en las personas que son consagradas para representarlo “in persona”; en la liturgia, o sea, en acciones, vestiduras, vasos y tradiciones sagradas».4 Por tanto, en el cristianismo lo sagrado no es un espacio marcado de exclusión y reservado a una élite. Todo lo contrario. Es aquello que refiere a Cristo exclusivamente y que está al servicio de la comunión con el Padre por Cristo en el Espíritu Santo.

Siguiendo esta misma línea, el funcionalismo es el testimonio claro de una perspectiva equivocada, donde la preocupación por la necesidad y la utilidad han ocupado el espacio de la iniciativa gratuita de Dios. Cuando nos preguntamos para qué necesito la Iglesia, o para qué debo acudir a la celebración de la misa, hemos quitado a Dios del centro y nos hemos situado a nosotros.

El gran principio de participación activa ha sido muchas veces mal interpretado por esta suplantación en el sentido central. Hemos pensado que participar significaba intervenir en la celebración, es decir, en el desempeño de un papel que te asigna el sacerdote o la comunidad, en lugar de comprenderlo como el encuentro personal con el fundamento de la celebración litúrgica5 que no puede ser otro sino Dios. «Si cada celebración de la liturgia eucarística no es primeramente y ante todo conducción del individuo y de la comunidad hacia Cristo, está ya roída por el funcionalismo».6

Una vez más debemos volver a la reflexión espléndidamente expresada de Romano Guardini en su ya clásico libro (del que se han cumplido cien años el pasado mes de marzo) El espíritu de la liturgia, especialmente en el capítulo V de la obra: La liturgia como juego, donde manifiesta que las categorías de arte, juego, utilidad/sentido, finalidad práctica/gratuidad, son claves para comprender la liturgia desde dentro.7

Todo ello tiene una gran importancia por lo que afecta a la comprensión orante de la plegaria eucarística.

A las aprobaciones oficiales de los textos nuevos y de las versiones distintas según la lengua del lugar se añadió, en no pocas Iglesias, casi simultáneamente, una praxis que, en sí misma, es un síntoma de incomprensión preocupante. Nos referimos a la redacción por iniciativa propia de plegarias eucarísticas muy distintas, y con acentos marcadamente ideológicos. Tanto en el orden de la disciplina litúrgica como de la teología eucarística, este hecho revestía una gravedad singular.8

Gravedad, porque significaba, de entrada, una apropiación del texto litúrgico sin precedentes, así como una deficiente comprensión eclesiológica. Y, en cuanto a los contenidos de la mayoría de estos textos, la carga ideológica que expresaban, al centrarse muchos de ellos no en la historia de la salvación sino en los avatares humanos, era un signo claro de una aproximación desenfocada hacia el centro de la eucaristía.

Por otra parte, en la actualidad, observamos que el aspecto celebrativo de este momento cumbre, no siempre alcanza la belleza espiritual que merece. De un lado, se puede observar una actitud más devocional que sacramental hacia el texto por parte de algunos sacerdotes, que les lleva a variar fragmentos o palabras. Y, por otro –cosa que suele ser más habitual– debemos señalar el poco relieve orante que se da justo en el momento principal.

En la preparación al mismo, negligir el rito del Lavabo o realizarlo de forma irrelevante, es ya significativo. Con ello el sacerdote en cuestión muestra que no siente necesidad alguna de pedir al Señor el don de la purificación interior, dado que va a entrar a la gran plegaria, al momento cumbre de la renovación del sacrificio de Cristo en la cruz coronado por su resurrección. No siente el vértigo de la altura espiritual en que ahora lo sitúa la Iglesia en oración.

A ello, debemos añadir una, muchas veces inconsciente, presión psicológica sobre los sacerdotes, surgida de ellos mismos o bien de la asamblea que tienen delante. ¿A qué nos referimos? Cuando iniciamos la liturgia eucarística, llevamos ya un buen rato de celebración. Decimos «un buen rato» desde la psicología religiosa de las sociedades occidentales, caracterizadas por una mentalidad pragmática y necesitada de ir saltando de una cosa a otra, y con grandes dificultades para actuar reposadamente; una mentalidad constantemente derrotada por el reloj, incapaz de dominar el tiempo y esclava de él minuto a minuto. Una mentalidad, pues, entusiasmada por profesar la verdad indiscutible de «lo bueno, si breve, dos veces bueno».

Para este sujeto celebrante, ir al altar después de una liturgia de la Palabra más bien generosa, con varias lecturas proclamadas, comentadas, cantos y preces, es pedirle un esfuerzo importante. Y aquí no olvidamos que el sujeto en cuestión es toda la asamblea. Por eso decíamos que, el sacerdote, siente la presión de este tiempo no dominado, y del nerviosismo de una asamblea, quieta en sus asientos, con una quietud que supera, y no poco, la media de lo habitual de cada día. Llegar a la cumbre, pues, con esta percepción psicológica en estrés tiene su dificultad en cuanto a lo celebrativo.

Las reacciones a todo ello son varias. Además de los no pocos sacerdotes que, por una buena formación litúrgica y espiritual, han sabido entrar en el ritmo contemplativo de la celebración y que, con su ejemplo y sus palabras, van educando poco a poco a la asamblea, además de ellos, observamos varias respuestas a los estímulos nerviosos antes expuestos. Las resumiremos en dos: una de ellas es la brevedad y la otra es el prurito por la variedad, por lo novedoso.

Debo acabar. El año 2016 en un artículo publicado en LyE,9 afirmaba que «la plegaria eucarística no funciona». Con esta especie de titular periodístico quería indicar que lo pretendido por el concilio en cuanto a este momento cumbre, y dotado para ello de todas las facilidades celebrativas (lengua vulgar, pronunciación en voz alta, mayor abundancia de textos, recitada coram populo), no parece que haya dado unos frutos sabrosos en cuanto a la pastoral litúrgica y a la oración.

Nuestro encuentro de estos días debe arrojar algo de luz sobre esta cuestión que no es menor. Por ello agradezco de corazón a los ponentes y a los responsables de los diversos seminarios, que hayan aceptado esta tarea tan difícil como estimulante. Me refiero al Dr. Manuel González, que nos hablará del marco histórico y teológico de la prex eucharistica, introduciéndonos así a ella de forma competente. Te escucharemos con un gran interés.

Un agradecimiento especial a S.E. el Rvdmo. P. Manel Nin, Exarca Apostólico para los católicos de tradición bizantina en Grecia. Convencido de la verdad del aforismo ex oriente lux, sus palabras sobre las anáforas orientales serán una luz importante para todos nosotros en la pretensión de ahondar en el conocimiento y en el saber/sabor de estos textos venerables. Muchas gracias por su presencia, que nos honra profundamente.

El Dr. Aurelio García, miembro de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos y vinculado a la Asociación, que ha presidido durante años para consolación de todos, se encuentra entre nosotros y nos va a hablar. Su aportación no tiene nada de fácil. La dimensión espiritual de la prex eucharistica es algo enormemente importante y, a la vez, con una gran necesidad de ser descubierto, tanto por ministros ordenados como por fieles laicos. Lo escucharemos con una gran atención. Muchas gracias por tu disponibilidad.

La ponencia conclusiva trata sobre la dimensión celebrativa de la oración eucarística. Esperamos del profesor Giuseppe Midili, carmelita calzado, unas palabras que nos ayuden a vislumbrar el cómo de este momento orante para que sea verdaderamente una experiencia viva de toda la asamblea. El conocimiento adquirido en el ejercicio de su ministerio, y los años de docencia sobre la pastoral litúrgica, son una garantía de sus palabras que vamos a escuchar, y que acogemos con un gran deseo.

Los seminarios sobre las raíces bíblicas de la plegaria eucarística, la liturgia hispana y el uso de las diversas plegarias, a cargo de los profesores Jordi Font, Luis Rueda y Pedro Manuel Merino, complementan el trabajo de estos días. A ellos también nuestro agradecimiento por esta preciosa colaboración.

Y de los presentes mi memoria va ahora hacia los ausentes. En concreto hacia nuestro hermano y colega el profesor Jesús Enrique García Rivas, presbítero de Getafe, que dejó este mundo en la octava de Navidad del año en curso. El Señor le conceda entrar en su gozo, como servidor bueno y fiel, de la mano de Aquella que es Madre de Dios y Madre nuestra.

A todos deseo unas provechosas jornadas, compartiendo los saberes, la fraternidad en Cristo y la oración al Señor de nuestra vida.

1 Cf. K.H. Menke, Sacramentalidad. Esencia y llaga del catolicismo, Madrid 2014, prefacio: XIV.

2 Francisco, Carta encíclica Lumen Fidei sobre la fe (29 junio 2013), 40.

3 Cf. K.H. Menke, Sacramentalidad, 299.

4 Ibíd., 303.

5 Cf. Ibíd., 325.

6 Ibíd., 328.

7 R. Guardini, El espíritu de la liturgia (Cuadernos Phase 100), Barcelona: CPL 1999, 59-72.

8 Aunque aquí hablemos en pasado, eso no significa que no sigan los abusos, en este sentido, en no pocas asambleas eucarísticas actuales.

9 Cf. J. González Padrós, «La plegaria eucarística: un reto celebrativo y espiritual», Liturgia y Espiritualidad 5 (mayo 2016) 303-310.

PONENCIAS