ARS MÍTICA

Metamorfosis de mármol y asfalto

AUTORES:

Pau Ferrón

Mercè Homar Mas

Isabel Briones Galán

Juan J. Aranda

Irene Morales Fernández

Olga Sanchis Terol

Gregorio Francisco

Jordi Noguera

 

AUTORA INVITADA:

Mariela González

 

EDITADO POR:

Carmen Romero Lorenzo y José Núñez

 

 

Imagen

Título original: Ars Mítica

 

© 2019, primera edición: Carlinga Ediciones S. L.

www.carlingaediciones.com

 

Contacto: info@carlingaediciones.com

 

Editores: Carmen Romero Lorenzo y José Núñez

Maquetación ebook: Carycar Servicios Editoriales

Ilustración de la portada: Juan Alberto Brincau

 

ISBN: 978-84-121528-0-7

 

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro en cualquier forma o medio sea electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias, grabación o cualquier sistema de almacenamiento, sin previo permiso escrito de la editorial.

 

Índice

[prólogo]

Hay algo singular y terrorífico en la idea de la metamorfosis: abandonar lo que uno es para adquirir una nueva forma, que viene acompañada de un cambio interior, ya sea liberador o terrorífico. Cuando el poeta romano Ovidio escribió Las Metamorfosis hablaba de mitos enraizados en su cultura y su religión, que explicaban el mundo tal y como él lo entendía, con el paso de las estaciones, la caída de los poderosos y los peligros de la hibris, la desmesura y transgresión de los límites impuestos por los dioses a los mortales, cuyo castigo muchas veces entraña una pérdida de la humanidad, incluso una animalización.

Desde el siglo I a. C, cuando se compusieron estas historias, mucho ha cambiado en todo el mundo, sin embargo, la mitología sigue fascinándonos, evocándonos nuevas posibilidades e interpretaciones a la vez que nos ayuda a cuestionarnos nuestra propia identidad. Así pues, dos mil años después de la muerte de Ovidio, José Núñez, editor de Carlinga, y yo, planteamos a un grupo de autores el reto de renovar y reescribir estos mitos desde una perspectiva contemporánea. 

El nexo que nos unía a todos era el paso por Caja de Letras, la escuela de escritura de Concha Perea y Jordi Noguera. Consideramos que el aprendizaje es una especie de metamorfosis y, por eso decidimos dedicarle este proyecto a Concha, para agradecerle no solo sus clases y la vocación que nos ha ayudado a desarrollar, sino por las amistades que nos hemos llevado, las lecturas descubiertas y el cariño con el que nos ha tratado siempre a todos. Al final, de este proyecto surgieron ocho relatos del grupo original y uno más de nuestra invitada, Mariela González.

Cada uno de estos relatos ha abordado el tema de una manera diferente. Nuestro primer autor, Pau Ferrón Gallego opta por una crítica al capitalismo desmedido y la deshumanización que conlleva en Alternativa laboral, donde el lector podrá reencontrarse con el mito del rey Licáon. 

En El último trinar, Mercè Homas Mas se vale de la distopía para narrar la historia de Narciso, una estrella privilegiada y arrogante del Olimpo, y Eco, una chatarrera con la garganta inutilizada que malvive junto a su prima Dafne en la peor zona de la ciudad. 

Isabel Briones decide tomarse la mitología con humor y nos regala Faeton&Furious una deliciosa parodia en la que los dioses del panteón grecorromano siguen disfrutando de la vida eterna en la actualidad y pasan su tiempo entre locales de modas y citas a ciegas.

Área de influencia de Juan J. Aranda nos traslada a Cádiz para adaptar de manera muy personal el mito de Ceix y Alcione y, de camino, hablar de una adolescencia sin muchas esperanzas de futuro y las consecuencias de los actos de juventud. 

Irene Morales aborda un problema muy actual: el tratamiento de la prensa sobre las violaciones y la culpabilización a la que se somete a las víctimas a través de uno de los personajes más emblemáticos de la mitología en Proyecto Medusa. 

Acteón quiere ser como Shakespeare es el título del relato de Gregorio González que nos sorprende con la historia de un escritor fracasado que se enfrenta al panorama literaria en el siglo XXI y contrata los servicios de una tal Diana, que promete milagros a cambio de algo tan íntimo como la propia piel. 

En Tras la tinta de Olga Sanchis Terol se nos presenta la historia de un adolescente modélico que va cambiando paulatinamente tras su primer tatuaje de muto, una sustancia que otorga capacidades extraordinarias.

Red String de Jordi Noguera escenifica la historia de Procris y Céfalo en un futuro cercano en el que las modificaciones corporales eróticas están en boga y se cuestiona lo que significa la fidelidad. Al igual que en el mito, una tercera persona, Aurora, propietaria del famoso local Red String moverá sus hilos para trastocar la vida de la pareja. 

Por último, el relato de nuestra invitada, Mariela González se centra las figuras de Heracles y Yolao, ahora convertidos en estrellas del post-rock, envueltos en una poética gira de doce conciertos que parece no tener fin. 

Cada una de estas historias reinventa a su manera historias tan antiguas como nuestra cultura. Nos ayudan a entendernos, advierten sobre posibles futuros más o menos desoladores y, sobre todo, invitan a adentrarse en universos fantásticos en los que lo real y lo mítico se confunde. 

 

Carmen Romero Lorenzo

01 de octubre de 2019, Sevilla

 

ALTERNATIVA LABORAL

Pau Ferrón Gallegos

Aterrado él huye y alcanzando los silencios del campo 

aúlla y en vano hablar intenta; de sí mismo 

recaba su boca la rabia, y el deseo de su acostumbrada matanza 

usa contra los ganados, y ahora también en la sangre se goza. 

En vellos se vuelven sus ropas, en patas sus brazos: 

se hace lobo y conserva las huellas de su vieja forma.

Libro I, Las Metamorfosis. Ovidio1

 

1.

Las tres rúbricas en el papel sonaron como los tres primeros latidos de un nuevo ser. Se cerraban de ese modo meses de gestación de la traición perpetrada por Lico, Helena y Alex contra le empresa que había explotado su genio técnico y creativo durante años. C-US nacía, la startup tecnológica que cambiaría sus vidas.

 

Salieron del notario sonrientes, con mil planes en la cabeza. El cóctel de emociones mezclaba, en diferentes medidas, la anticipación por lo que llegaba, el miedo por la seguridad que estaban a punto de abandonar y la ilusión por dedicar cuerpo y alma a algo que sería suyo.

Al día siguiente presentaron sus respectivas dimisiones coordinados: cada uno en su respectivo departamento, a su respectivo jefe. En la empresa los mails saltaban de buzón en buzón y las llamadas ascendían el escalafón. La multinacional para la que trabajaban, Crono, no era idiota, y estaba claro que aquellos tres algo tramaban. Eran sus genios y quizá los habían cuidado poco. Les llegaron ofertas de mejora, pero los tres se mantuvieron firmes. Tenían un nuevo credo: C-US era su futuro y su camino. La multinacional tomó la decisión de liquidarles las vacaciones y mandarlos a casa. Eran traidores y no quería arriesgarse a que pudiesen llevarse sus secretos. Recogieron en una caja todas sus pertenencias y se marcharon. Sus compañeros susurraban a su paso. Los cobardes bajaron la cabeza para no sufrir los celos de la multinacional; algunos valientes se despidieron de ellos con abrazos y buenos deseos y los más osados, los que sospechaban que algo nuevo ya había nacido, les dieron tarjetas para que los tuviesen en cuenta.

 

Después de celebrar una primera comida oficial de C-US, Lico llamó a su suegro: no haría falta que fuera a por los niños. Él mismo recogió a los cuatro pequeños y los llevó a casa. Eucaris llegó tarde, como era habitual en ella. Encontró a su pareja y a los niños (los que tenían en común y los de él) esperándola.

—¿Al fin les has dado la patada? —dijo Eucaris.

—¡Ya soy libre! —Lico se acercó y la besó ante las caras de asco de los pequeños—. Se acabaron las jornadas hasta las tantas, depender de nuestros padres, y llegar a casa destrozado. Ahora tendré los horarios que quiera, podré escoger las vacaciones y trabajar desde casa. Podremos pasar más tiempo juntos. —Miró a los cuatro hijos—. Todos.

Nicti, el mayor de los pequeños, aplaudió. Odiaba ir al colegio y, en su inocencia, entendió que su padre estaría siempre en casa y ellos ya no tenían la obligación de las clases. Hereeo y Figa, ambos hijos del matrimonio anterior de Lico, estaban en plena pre adolescencia y eran más conscientes de la realidad, pero agradecerían no tener que aguantar a los abuelos cada tarde y la pequeña Calista, tan joven que no se enteraba de nada, se limitaba a aplaudir desde la trona contagiada por la felicidad que rondaba en el ambiente. Pidieron comida a domicilio sin reparar en gastos. Ahora pasarían una temporada de apretarse el cinturón, pero esa no era una noche de contar monedas. Todos se acostaron tarde, aunque al día siguiente había colegio, y Eucaris aún no se había liberado de la tiranía de un horario fijo.

En mitad de la noche el exceso de glutamato, el rebozado del cerdo agridulce y la excitación se combinaron para despertar a Lico y lanzarlo directamente al baño, atravesando el pasillo iluminado por la luz que la luna llena conseguía colar a través de la ventana, sin olvidar su teléfono móvil. Lo había abandonado desde que entró Eucaris por la puerta: una de las ventajas de haber dejado su antiguo trabajo. Había muchas notificaciones, la mayoría felicitaciones, incluso algunas de los que no se habían atrevido a dárselas en directo mientras salía de la sede de Crono. Las miró por encima, sin mucho interés. Cada mensaje que leía aumentaba su ego y reforzaba el convencimiento sobre lo acertado de la decisión. Quizá si hubiese dormido un poco más o si la comida hubiese sido menos copiosa habría observado con más detenimiento los detalles de cada uno de los mensajes. Habría descubierto algo raro en uno de ellos: «Estoy deseando empezar mañana. Gracias por vuestras energías». El mensaje en sí mismo no era demasiado sospechoso, uno más entre la vorágine, pero lo realmente extraño, de lo que Lico no se dio cuenta, fue que el remitente era él mismo.

 

2.

Los inicios siempre vienen marcados por la ilusión, que actúa como un estimulante. Con ella el sueño se puede postergar y las comidas saltan de los horarios normales a una especie de limbo espontaneo. Los planes cambian a cada segundo y las agendas se vuelven flexibles como el chicle y, como el chicle también, se transforman en algo pegajoso que acaba manchándolo todo. Fue en esa masa viscosa y ligeramente azucarada donde C-US empezó a dar unos tímidos primeros pasos.

 

El primer día de trabajo dejaron de lado todo lo que habían aprendido en sus universidades: les tocaba trabajo físico, algo que Lico siempre había odiado. Tenían que organizar la oficina. Por suerte el ayuntamiento les cedía un pequeño espacio en un vivero de empresas, pero había muebles y equipos que montar. Mientras él se peleaba con el que era, posiblemente, el archivador más sencillo de armar, Alex y su pareja, Elián, mostraban una eficiencia con las herramientas dignas de un profesional. El hecho de solo tener a dos trabajadores aptos les retrasó más de lo que esperaban y se les echó encima la tarde. El sol rojo a través de la minúscula ventana del local fue para Lico como una alarma luminosa que despertó esa parte de su cerebro que se desconectaba cuando ponía toda su atención en algo que le interesaba. Dejó caer una llave allen para ir a buscar su teléfono saltando entre cartones de embalar y cables. Antes de llegar al terminal, ya vio la luz parpadeante que le alertaba de las notificaciones pendientes y, cuando desbloqueó la pantalla, sus sospechas se confirmaron. Se despidió entre disculpas a sus socios y salió corriendo.

—Lo siento, cariño. —Eucaris estaba ya en pijama, ayudando a Nicti con los deberes—. No me di cuenta de la hora que era.

—Ya veo que no te diste cuenta —respondió Eucaris con una sonrisa—. Eres un cabeza hueca de cuidado. Ayer estabas muy eufórico, te parecía que podrías con todo y prometiste un montón de cosas. Pero no va a ser así. Empiezas con una empresa y te va a tocar echarle horas. Yo también lo he vivido.

—Gracias por entenderlo.

—No te digo esto para que me des las gracias. Lo hago para que pongas los pies en la tierra. Toca hacer sacrificios hasta que todo empiece a funcionar. ¿Por qué crees que no tuve hijos hasta casi los cuarenta? Ahora necesitas trabajar con devoción, la diferencia es que esta vez lo harás para tu propio beneficio.

Acabaron el día juntos, coordinándose en todo el proceso de acostar a los niños. Motivado por el varapalo de realidad que le había dado Eucaris, se quedó trabajando hasta tarde mientras ella dormía. La luz fría de la pantalla del ordenador iluminaba su estudio, mutando las sombras con cada cambio de ventana y a medida que navegaba por distintas páginas web y documentos. Las estanterías, llenas de pequeños recuerdos, respondían a la luz, dejándose bañar por ella. Esa luz robada volvía otra vez a la pantalla a modo de reflejo, y de la pantalla a las gafas de Lico. De algún modo, el flujo de datos alimentado por la red eléctrica escapaba y establecía comunicación con el exterior. Lico murmuraba con los labios entreabiertos lo que leía, entonando un rezo secreto e inconsciente, y se dejaba llevar tecleando, materializando sus ideas. El «clac clac» del ordenador lo ensimismaba y hacía que el tiempo volase hasta que el agotamiento empezó a tirar de sus párpados. Lico apagó el ordenador para irse a dormir y le pareció percibir una silueta reflejada en el monitor. No una sombra o una mancha oscura, sino algo con la apariencia de una figura humana, iluminada por unos perezosos fotones que se negaban a largarse. Al girarse solo encontró la oscuridad. Se pinzó el puente de la nariz para alejar lo que era, sin duda, un defecto de la vista, fruto de habérsela fundido delante de una pantalla desde niño, y se dirigió hacia su cama. Los pelos se le erizaron por la electricidad estática y también un poco por un sentimiento de terror que no llegaba a comprender. Al salir del estudio encontró la puerta de la habitación de Figa abierta. Estaba trabajando en alguna tarea del instituto, con los auriculares puestos e iluminada con la luz azulada del ordenador. Se paró un minuto a observarla y pensar todo lo que la pequeña se parecía a él. Un pensamiento que le calmó y mitigó su desazón antes de dormir.

 

La charla de Eucaris dio a Lico nuevas energías. Al día siguiente, a base de café y azúcar procesado, llegó a las oficinas rebosante de energía y con un pendrive más rebosante aún de ideas. Encendieron por primera vez los equipos, conectaron el servidor y empezaron a trabajar. Acabaron tarde, muy tarde. Se sentía poseedor de algo que no tenía precio: el apoyo de su compañera. La noche se les echó encima, pero había tareas pendientes y mientras antes se acabaran, antes empezaría todo a rodar.

—Me largo, cabroncetes. —Helena se estiró e hizo crujir alguna articulación escondida en su espalda—. Tengo el cerebro tan colapsado que todo lo que salga de él a partir de ahora será mierda.

—Tus ideas malas son bastantes mejores que las de Lico —dijo Alex con mala leche.

—¡Ya he recibido! Esto me pasa por dejarme convencer por dos críos como vosotros.

—Solo nos sacas diez años. Poca caña te damos, abuelo. —La musiquilla de cierre del sistema operativo coreó las palabras de Alex—. ¿O vas a empezar con las batallitas de la época pre digital?

—No jodas, Alex, que este se engancha rápido.

—Tranquilos, jóvenes —respondió Lico con falsa superioridad—. ¿Tengo que daros unos azotes?

—Mejor otro día para el castigo físico que yo también estoy cansado y me van a matar si me retraso más. —Alex empezó a recoger su mochila.

—Si hoy le damos un empujón más mañana podremos empezar con el trabajo de campo. —Lico se sirvió una taza de café—. No creo que estemos más de dos horas.

—Paso, Lico. En serio A estas horas ya no doy. Necesito sobar un poco y verme una serie para desconectar. Mañana a las ocho estaré aquí con más ganas.

—Yo me largo, llevo pidiendo prorrogas a Elián desde las seis.

Lico estuvo unos segundos en silencio mientras algo salvaje gruñía en su pecho, quizá más de la cuenta por las miradas que Alex y Helena le dedicaron. Un tiempo que le sirvió para paladear la situación y calmar el enfado que le producía esa falta de compromiso. C-US les necesitaba ahora. Era su segundo día y ya estaban buscando excusas. Vio sus caras y frenó en seco la cadena de pensamientos que desembocarían en él gritando a sus nuevos socios. No podía pedirles que tuviesen su mismo compromiso. No tenían su perspectiva. No compartían su fe.

—Largaros, anda. Esta juventud… —Les sonrió y, en ese momento, fue una sonrisa sincera. Se habían tirado a la piscina con él, habían sido valientes—. Yo me quedo un rato más. Eucaris ya está avisada.

—Tienes una familia que no te la mereces.

—Lo sé.

La soledad le sentaba bien a Lico. Se sintió como un rey en su sala del trono. Había hecho que sus consejeros se largasen y este era el momento para reflexionar sobre lo que más le convenía a su reino. La marcha de Alex y Helena había cortado su flujo de trabajo, ni el café podía ya con el peso del día. Le asaltó la necesidad de ver a sus hijos durmiendo a salvo y de meterse en la cama con Eucaris con la esperanza de que esta se despertase para poder hablar de cómo les ha ido el día, ver a su manada. Así que, tras pensar que la idea de parar no era tan mala, empezó a apagar las luces una a una, como si de un ritual se tratara. La oscuridad se tragó la sala a excepción de los pequeños pilotos luminosos que revelaban que algunos de los equipamientos de la oficina estaban a la espera de que él los requiriese para trabajar: súbditos, al fin y al cabo. Buscaba las llaves del local, pensaba que las tenía en el bolsillo. No le quedó más remedio que encender la linterna del móvil y rondar por la sala a oscuras. «¿Qué tipo de rey eres ahora? ¿Qué hace que el rey ande a hurtadillas?», pensaba. Las encontró encima de su mesa, un lugar de lo más lógico, y, debajo de estas, un post-it amarillo con letras garabateadas: «Necesitamos trabajar más duro, estamos a punto de conseguirlo. La recompensa está cercana». Sostuvo el papel entre los dedos, lo iluminó con torpeza con el teléfono, clavado en el sitio sin entender. No reconoció la letra, lo que no quitaba que tuviese razón. Encendió el ordenador que, como buen súbdito, estaba preparado. Se lanzó a trabajar.

«¿Quién le da órdenes a un Rey?» Seguía rumiando para sí.

***

Tres meses fue tiempo suficiente para muchas cosas. En tres meses se pasó de una estación a otra, cambió el periodo escolar, se hizo balance de autónomos y se volvió a forjar el carácter de Lico.

Después de lo que a Lico le gustaba llamar «la noche del post-it misterioso» todo cambió. De algún modo alguien, con un pequeño empujón, le había indicado el camino a seguir y, como si fuera un augur, había vaticinado una recompensa por cada uno de sus sacrificios.

Al principio lo tomó como una broma, sin duda sus compañeros le habían tendido una trampa. Puede que fuese Elián quien lo escribió a petición de Alex, ya que nunca había visto nada escrito de su puño y letra. Pero sus socios lo negaron. No fue el único post-it que encontró. Cada vez que desfallecía o que el cansancio se apoderaba de él, aparecía un mensaje en algún lugar recóndito de la oficina. Ya no le preguntaba a Alex y Helena sobre ellos. Lico se acostumbró a ser el último en salir porque sabía que era entonces cuando los mensajes aparecían: sobre el tupper que se había preparado antes de salir de casa, en un bolsillo del pantalón, pegado al lado de la pantalla, oculto en uno de los informes técnicos que Lico manejaba… Cualquier lugar era bueno. A medida que aumentaba el tiempo dedicado a C-US, los mensajes aparecían con más frecuencia y la providencia los empezó a hacer imprescindibles. Cuando Lico tenía que tomar una decisión importante y dudaba de sí mismo solo tenía que demorar la respuesta y esperar a quedarse a solas en la oficina para encontrar su pequeña guía divina. «Confía en ti mismo, Lico», «Alex está obcecado, deja que medite», «Este cliente no quiere pagarte», «Reflexiona». Todos estos consejos, que resultaron ser buenos, catapultaron a C-US y consolidaron a Lico como la cabeza pensante de la empresa. En el fondo le avergonzaba dejar que lo guiaran los extraños mensajitos. ¿Quién se los dejaba? Quizá los escribía él mismo. ¿Había perdido la cabeza? Pero, al fin y al cabo, funcionaban. Ya todos dependían de él: Eucaris le había dado toda su confianza, sus hijos lo veían como un triunfador, Alex y Helena alababan su liderazgo. ¿Tan malo era hacer caso a su oráculo de papel amarillo?

 

Lico llegó a las oficinas tras un intento de reunión con un cliente. Una rueda pinchada de camino fue la excusa perfecta para volver. Llamó al cliente e ignoró convenientemente las posibilidades de pedir a un taxi, esperar a la asistencia en carretera, coger un transporte público o aceptar la ayuda del interesado cliente que hasta se ofreció a ir a buscarlo o esperarlo. Prefirió proponerle compensar el inconveniente con una comida de cortesía. En el fondo no le gustaba reunirse fuera de C-US. Era su lugar seguro donde, en momentos clave, podía contar con los post-it misteriosos. Sí que vio conveniente contratar un VTC para poner rumbo a la sede de C-US, por lo que llegó mucho más pronto de lo que estaba previsto.

Al entrar encontró vacías las oficinas. No es que fuesen muy grandes: un espacio diáfano que aunaba una pequeña zona para recepción y el área de trabajo con varios escritorios espaciosos, evitando el encierro opresivo de los cubículos, un comedor diminuto, y unas salas para reuniones. Sin entender muy bien qué pasaba se internó con inseguridad en el lugar que le proporcionaba más confianza. No le sorprendió ver que su mayor aliado, fuese quien fuese en realidad, había dejado escrito sobre la mesa de la recepcionista una advertencia «Silencio, Lico. Ve a la sala de reuniones». Así lo hizo, esta vez sin cuestionar nada, atravesando su reino con sigilo, como un vulgar ladrón. A medida que avanzaba escuchaba las voces que salían de la sala de reuniones, enmascaradas por pladur y madera. Se colocó bien cerca, tanto que, pese a las barreras, las palabras de los que conspiraban le llegaban claras.

—¿Entonces cómo lo hacemos? —Era la voz de Alex—. Estamos de acuerdo en que hay que hablar con él. Pero ¿quién es el que lo va a hacer?

—¡Yo misma, joder! ¡Vaya panda de cagaos que estáis hechos! —A Helena se la escuchaba perfectamente—. Cogemos a Lico y se lo soltamos. Así, ¡pum! ¡Que no es un crio, coño! ¿No acordamos que esto no sería como en Crono?

—Perdona, Helena. Pero no eres la mejor diciendo las cosas con calma. —Héctor era el recepcionista que habían contratado. Esos tres meses la plantilla había llegado a las diez personas—. Tú eres más de teclear.

—Ahí te voy a dar la razón —respondió Helena—. Pero alguien tiene que echarle ovarios al tema y os veo muy blanditos.

Lico no daba crédito a lo que oía, y no le beneficiaba mucho haber llegado a mitad de la conversación. ¿Qué era esto? ¿Un motín? ¿Alta traición? Lo había dado todo por C-US y ahora estos niñatos se atrevían a cuestionarle. A sus pies en el suelo había un post-it: «Entra y enséñales quién manda». Iba a hacerlo pero unas palabras de Alex le pararon.

—Lo que no podemos hacer es joder a nuestro amigo. Se está dejando la piel. No es mal tío, pero creo que la presión puede con él. Va como perdido. A veces le hablo y parece estar en otro sitio. Dice estar de acuerdo con todo y en cinco minutos cambia de opinión y no para hasta que hacemos lo que él quiere.

—Pero lo que hace funciona —dijo Dárius un chico muy joven que tenía un don innato para la contabilidad—. C-US va como un tiro.

—Eso es cierto —corroboró Héctor.

—No creo que sea sano para él pasarse todo el día aquí. ¿Cuánto tiempo hace que no vemos a Eucaris o que no te habla de sus hijos? —preguntó a Helena—. Algo le pasa.

Lico estrujó el papel que tenía en la mano y se alejó de allí haciendo el menor ruido posible sin parar hasta llegar a la calle. Empezó a andar sin rumbo. Era la primera vez que desobedecía uno de los mensajes. ¿De qué le servían si perdía a sus socios? Quizá les había forzado demasiado. Le acusaban de parecerse a Crono y, en cierto modo, tenían razón. ¿A quién se le ocurriría hacer caso de los unos papelitos? ¿En qué maldita fantasía estaba viviendo?

Se fue a casa. Necesitaba un momento de absoluta soledad y nadie llegaría hasta la tarde. El lugar nunca había sido suyo, de hecho, era propiedad de Eucaris, él simplemente se mudó con ella, pero en las últimas semanas lo veía incluso más ajeno: solo lo usaba para dormir. Sentía que C-US era más suyo y por eso le dolía que sus socios no entendiesen la importancia que tenía para él y lo que estaba dispuesto a sacrificar. Si C-US se alzaba como líder del sector él podría devolverle a Eucaris todo lo que ella le había dado y todo lo que continuaba dándole. C-US era la clave del futuro y necesitaba que alguien trabajara para su éxito. Ese pensamiento se le clavó en el cerebro y le hizo sentir culpable. ¿De verdad iba a tomarse el día libre? Así que encendió el ordenador.

Lo primero que hizo fue redactar un mail explicando a sus compañeros que se encontraba mal y que hoy trabajaría desde casa. Un texto aséptico y breve que cambió varias veces para que su enfado no se reflejara en los pixeles de la pantalla. Luego retomó las tareas pendientes. Su estudio le envolvía y le arropaba. Es el único punto de la casa, de la casa de Eucaris, que sentía cómo suyo, un apéndice de C-US, uno al que solo él accedía. Su templo personal al trabajo, donde comulgaba con la empresa en intimidad. Recibió varias respuestas a su correo. «Joder, tío, ¡qué putada!», escribió Helena; «Mejórate y descansa. Hay que cuidarse. Nosotros defendemos el fuerte», respondió Alex; «Ánimo, jefe. ¿Necesita que le envíe algo?», siempre servicial su secretario; por lo menos cuando no estaba reunido con el resto de conspiradores; «Estoy a tu lado, Lico. No tendré en cuenta lo de hoy», responde Lico; «Ok» es la siempre escueta comunicación de Héctor. Respiró hondo antes de ponerse a currar.

—Un momento. —La sorpresa fue tal que no pudo evitar verbalizar sus pensamientos—. ¿Qué demonios? —Retrocedió un mail para comprobar una y otra vez de manera compulsiva el correo en cuestión. Una respuesta a su mensaje, remitente: él mismo. «Estoy a tu lado, Lico. No tendré en cuenta lo de hoy»—. ¡Me quieren volver loco! —El cabello se le erizó y el aire se llenó con el aroma del ozono, pero Lico no se daba cuenta.

Empezó a responder al correo, pero paró al cabo de unos trescientos caracteres inflamados. ¿Qué iba a conseguir? Se estaba respondiendo a él mismo, o a alguien que controlaba su correo, o quién sabe a quién. El mensaje se archivó en su bandeja de borradores mientras Lico meditaba su próximo movimiento. En un arranque cogió el teléfono para llamar a la informática. ¿No era él el jefe? Pues que rindiese cuentas ante él. Un recuerdo fugaz consiguió abrirse paso en su mente embotada por el desasosiego. Esto ya le había pasado antes. Hizo una búsqueda rápida y lo encontró, el día que dejaron a Crono de lado: «Estoy deseando empezar mañana. Gracias por vuestro apoyo».

En ese mismo instante la electricidad golpeó su cuerpo. Como cuando rozas a alguien durante una tormenta. Un latigazo corto, que castiga la epidermis lo suficiente para hacerse notar. Paladeó ambos mensajes, separados por el tiempo. Releyó el último: «No tendré en cuenta lo de hoy».

—¿Qué ha pasado hoy? —le preguntó a la pantalla—. ¿A quién he ofendido?

Metió la mano en el bolsillo y encontró un post-it arrugado. Ni se había dado cuenta que lo había guardado ahí: «Entra y enséñales quién manda». No había hecho caso al papel.

Tomó una decisión y respondió al mail tecleando «¿Quién está ahí?».

 

Tres rúbricas le dieron la vida y tres palabras le dieron poder. Llevaba coqueteando desde un limbo conceptual durante semanas, alimentado por Lico, intentando no asustarle. Porque Lico era un creyente, su creyente. Los pequeños sacrificios inconscientes que fue haciendo le permitieron guiarle. Aunque hasta ese instante él no había tomado la comunión. Ese pequeño paso, esa pregunta, fue la prueba de que para Lico él era real. «Soy C-US, Lico. Vamos a hacer grandes cosas juntos», respondió.

 

3.

Lico esperó la intervención de sus socios durante una semana. Siete días de caras extrañas, de silencios tensos y de corrillos. Los post-it habían acabado. Ahora C-US le hablaba directamente a su correo electrónico corporativo. Habían cerrado un pacto sin necesidad de contrato alguno, solo sustentado por la fe. Él trabajaría por y para mayor gloria de C-US a cambio de que este le protegiese y le guiase. Dicha protección se materializó una mañana en el metro dirección a las oficinas. «Hoy lo van a hacer», fue el escueto mensaje. El temido día de la reunión había llegado. Lo percibió en cómo el recepcionista desvió la mirada al verlo, en la atención intensa en el trabajo de todos los empleados cuando él pasaba por su lado y cuando Alex y Helena se le acercaron sonrientes nada más entrar. La sonrisa de Alex era segura y confiada, la de Helena era culpable, de compromiso. Ahora los veía con otros ojos. Tras el lenguaje barriobajero de Helena se escondía un sentimiento de inferioridad y Alex, que siempre se mostraba conciliador, usaba su supuesta inteligencia emocional para manipular a su antojo a todos los que le rodeaban. Pero él ahora era un lobo, estaba por encima de ellos. Los leía y juzgaba, esperaba paciente el momento para atacarles.

—¿Reunión de equipo? —soltó Lico anticipándose, hoy era ese momento—. Vamos. —Se dirigió a la sala de reuniones adelantando a sus dos socios que se miraron preocupados y procedieron a seguirle.

—Vale, decidme. ¿Esto tiene que ver con la reunión que tuvisteis el día que me puse enfermo la semana pasada? —Ver la cara que pusieron ya fue un triunfo.

—No, bueno… sí, un poco. —«¿Dónde está tu verborrea ahora, Alex?», pensó Lico al oírle balbucear—. Solo estamos preocupados por ti.

—¿Preocupados?

—Sí —intervino Helena—, llevas demasiado tiempo a tope y ahora tienes un carácter de mierda. Joder, Lico, entras aquí como si fueses el jodido jefe, y nos largamos de Crono para quitarnos de encima gente así. Para poder ir a nuestra bola, a nuestro ritmo. Y tú lo estás jodiendo, tío.

—Yo estoy trabajando para C-US, para sacarlo adelante. Ahora nos necesita, ya vendrán luego los tiempos de recoger beneficios y relajarnos. Pero está claro que vosotros no podéis seguir el ritmo. Puede que sí que haga falta poner a alguien al frente.

—Entonces tu propuesta es que elijamos un director. —Alex había recuperado la compostura— Y está claro que crees que deberías ser tú.

—¿Crees que lo puedes hacer mejor que yo?

—Yo solo digo que somos tres, y entre los tres deberíamos decidirlo todo.

—¡Eso! —dijo, Helena.

—¿Y en qué momento decidimos entre los tres reunir a toda nuestra plantilla para ponerme a parir? Lo digo por empezar a dejar las cosas claras.

—Lo hicimos para ayudarte, tío. Nos preocupamos por ti. —Era extraño escuchar a Helena no decir palabrotas.

—Yo… Quizá sí que he estado un poco intenso. No lo sé… —Sonó el teléfono de Lico. Extraño, pensaba que lo había silenciado—. Están siendo unos días raros. Mucho trabajo, casi ni veo a los niños. —Otro campanilleo desde su bolsillo—. Puede… puede que nos tengamos que sentar y tomarnos un respiro.

El tercer reclamo melódico del móvil sonó y Lico, vencido por la insistencia, lo cogió. Helena y Alex mantuvieron una respetuosa espera mientras él abría un mensaje remitido desde su propio correo: «Última oportunidad, Lico. Decídete».

—No —dijo Lico.

—¿No qué? —preguntó Alex.

—Mirad. Votemos. ¿Quién es el jefe? —Lico los miró desafiante.

—Bien, votemos —aceptó Alex.

—A ver, pedazo de imbéciles. Guardaros vuestras pollas y dejad esto. Yo no me jugué mi carrera y mi dinero para esta mierda. Y mucho menos si queréis que sea yo la que os desempate. Muy rápidos sois en sacarme de la puta carrera por el liderazgo. —Salió dando un portazo que hizo temblar las paredes de pladur.

—¡Ves lo que has conseguido! —Era raro ver a Alex perder los papeles y para Lico fue muy placentero—. ¡A la mierda todo!

—¿Crees que es culpa mía?

—Pues claro que lo es, Lico. Eres nuestro amigo y nos preocupamos por ti. ¿No entiendes eso?

—Lo único que entiendo es que esta empresa se va a ir a la mierda sin un liderazgo fuerte. Y yo soy el líder que necesita.

—O podemos seguir como siempre. Helena no quiere que haya un “líder”. Solo tengo que hablar con ella. Dos contra uno, Lico.

Otro tintineo del teléfono, unido a una vibración. Lico mantenía el teléfono en la mano. Esta vez, sabiendo quién, o más bien qué, le reclamaba no dudó en responder. «Te otorgo un arma contra tu enemigo, Lico», seguido de mensajes y videos que Alex había enviado desde su móvil de empresa. Material que serviría para destruir la relación de Alex con su pareja. Lico sabía que usar esa información para chantajear a Alex acabaría con su amistad para siempre. ¿Sacrificaría eso en el altar de C-US?

—Creo, Alex, que te vas a poner de mi parte.

—Lo dudo mucho. Esta empresa es tan mía como tuya y no me voy a conformar con ser un empleado más.

—Mira lo que me han mandado. —Reenvió el mensaje a Alex.

—¡¿Qué?! —exclamó mientras miraba la cantidad ingente de material que se estaba descargando en su teléfono—. ¿Me has puesto un investigador? ¿Cómo tienes todo esto?

—Parece que tengo un socio que me ayuda. La decisión es tuya. —Alex vio, reflejada en la mirada de su ya ex amigo, una crueldad de la que no le habría creído capaz.

Salió del despacho cabreado y fue a buscar a Helena. Los dos salieron de las oficinas. Lico irrumpió en la sala central triunfante. Percibió las miradas de sus trabajadores como muestras de respeto. Había recuperado su reino.

—Tranquilos. Todo está bajo control. Estas cosas pasan a veces. Apreciamos vuestro trabajo y dedicación.

La siguiente vez que vio a sus ex socios fue para firmar la compra de su parte de la empresa. C-US era todo suyo. Incluso se permitió pagarles por encima del valor. Una muestra de magnificencia real… o el último coleteo de la consciencia intentando compensarles.

Los meses pasaron volando y C-US ascendió, ya no era una startup, sino una empresa a punto de entrar a bolsa. La propuesta de negocio era sólida y los resultados excelentes. El equipó creció tanto que tuvieron que dejar atrás las pequeñas oficinas del vivero para mudarse a una de las nuevas manzanas tecnológicas que el ayuntamiento había diseñado como reclamo para que empresas del sector se concentraran en la ciudad. No hubo piedad con la competencia. C-US mató a su padre, Crono, y de sus restos nacieron varias iniciativas, todas sojuzgadas al poder del pionero, que se alzó como señor de todas ellas. Ahora Lico las regía, para mayor gloria de la empresa.

C-US se mostraba fuerte. A veces, por el rabillo del ojo, escapando por segundos de su campo de visión, Lico percibía un destello eléctrico antropomórfico. Al caminar por las nuevas oficinas el cabello se le erizaba al sentir la cercanía de su poder. No tenía muy claro cómo llamar a la entidad que le acompañaba y aconsejaba. Asumió que C-US era toda la empresa condensada en una voluntad. ¿Sentía, pensaba, amaba? Eran preguntas que Lico aún no estaba preparado para responder. Pero lo que no podía ignorar era que mientras más se preocupaba por él (de algún modo le otorgó género masculino, ¿quizá un sesgo de sexismo empresarial?), más éxito tenía. C-US pedía poco, casi nada: que se quedara trabajando hasta tarde, que fuese implacable con sus trabajadores, que expandiese la empresa todo lo que pudiese… Pequeños sacrificios que alimentaban el poder de C-US. ¿Acaso si ofrecía algo de más valor podría hacerle aún más fuerte?

La respuesta llegó un día inesperado. Recibió una llamada al teléfono. Era del instituto de sus hijos. Una cansada directora le pedía por favor que pasase a buscar a Figa. No quería explicar mucho más por teléfono, así que tenía que ser algo gordo.

—Mi mujer se encarga de estas cosas —dijo de manera automática mientras miraba su agenda.

—Hemos intentado contactar con ella, pero nos ha sido imposible.

—Pues pruebe otra vez. —El tono estaba en el límite entre la firmeza y el enfado.

—Hace más de una hora que lo intentamos y necesitamos que venga alguno de ustedes.

—Bien, ahora llamo a su abuelo.

—No. Tiene que venir uno de sus tutores legales. Entiendo que es una molestia pero, créame, es importante.

—Voy para allá. —Al decir esas palabras se fue la luz. Y echó en falta la sensación de electricidad estática que siempre había en su despacho y a la que se había acostumbrado.

Hizo que le llamaran un taxi y, a medida que se alejaba del trabajo, el enfado dejó paso a las imágenes de lo que podía haber pasado. Hasta ahora Figa nunca había dado problemas. Intentaba anticipar la conversación, pero le era imposible.

Básicamente habló la docente, interrumpida por los bufidos de su hija. Se había peleado con otra alumna por un motivo que nadie había confesado o averiguado, pero la reacción de su hija de catorce años había sido dar una paliza a la otra. No un par de bofetadas, sino una auténtica paliza. La expulsarían una semana.

Al llegar a casa Figa corrió a encerrarse en su habitación y Lico aprovechó para trabajar en su despacho. Abrió el correo a la espera de encontrar algún mensaje de C-US, pero no había ninguno. Empezó a acometer el sinfín de tareas que el CEO de una empresa tiene en su agenda, pero saltando a cada aviso de la bandeja de entrada, por si C-US le decía alguna cosa. Se sentía solo, no notaba el picor eléctrico que anunciaba el tutelaje de C-US a su alrededor, cada vez lo sentía menos. Así que decidió ser él quien escribiera. «¿C-US, estás disponible? Necesito ayuda». Demoró clicar el botón de enviar unos segundos, sin saber muy bien si era lo correcto o no. Al hacerlo se sintió como un creyente asustado, rogando mediante un rezo la intervención de una entidad divina.

Empezó con un chispazo a su espalda, algo nimio y casi imperceptible para alguien que no lo sintiera ya como algo familiar. Lico acudió a la bandeja de entrada a la espera de la respuesta de C-US, pero no encontró nada. El vello se le erizó por la estática y el chispazo se transformó en una pequeña tormenta eléctrica que iluminaba la habitación. Lico se dio la vuelta para encontrar, en medio de su despacho, una esfera de rayos entretejidos que crepitaban mientras tomaba forma vagamente humana.

—¿Qué es lo que te aflige, Lico? —dijo el ser que se acababa de manifestar. Su voz era un crepitar de estática, un sonido artificial, una comunicación inexperta que requería de gran atención para ser entendida—. ¿En qué puede ayudarte C-US?

—¿Qué eres tú? —preguntó Lico. Había fantaseado mucho con qué o quién podía ser C-US, pero nunca, ni en sus sueños más extraños, habría podido imaginar algo así.

—Tu pregunta es estúpida, sabes bien quién soy. He dejado de lado mis tareas para atenderte a ti, mi mayor creyente, pero mi tiempo es limitado. Si deseas mi guía en la guerra empresarial, apoyo en la gestión de personal o una predicción de los flujos de inversión, solo tienes que pedirlo. Los sacrificios que has hecho en mi nombre deben tener recompensa. Es lo justo.

—Mi hija ha tenido una pelea en el instituto y no sé qué hacer.

—Lico, he descendido de la cúspide empresarial, desatendido a mis filiales y negado la ayuda a mis otros creyentes. —La figura se acercó haciendo que Lico se encogiera—. ¿Y tú me vienes con una cuita intrascendente sobre tu hija? Escucha mis palabras. Soy la empresa que creasteis, pero ya soy mucho más. Ahora tengo fieles en las filiales y agentes en todas las sedes de C-US. Tú me diste impulso, pero no te pertenezco. Si quieres mi favor, trabaja para mí, ríndeme culto y sacrifica en mi altar laboral lo que haga falta para que mi triunfo sea el tuyo. Hemos erigido un reino, tienes súbditos a los que proteger y todo por tu arrojo y valentía. Ahora eres un lobo entre corderos, ¿qué quieres enseñarle a tu hija? Tienes que ser el rey de tu vida igual que lo eres en la empresa y los reyes toman decisiones duras. Todo lo que sacrifiques por mí, Lico, me hará más fuerte, y mi fuerza redundará en tu éxito. Tu hija muestra garra y fuerza, sabe defenderse. Hoy tomarás una decisión, pero no será sobre tu hija. Ella tendrá su propio camino.

Las hebras eléctricas que componían el cuerpo de C-US se fueron apagando poco a poco, hasta que no quedó nada de él.

 

Eucaris llegó a casa cansada. Había tenido un día de trabajo más duro de lo habitual. Ver un reguero de llamadas del colegio de sus hijos no le había ayudado y saber que Lico se había ocupado del problema no la tranquilizaba demasiado. Buscó una excusa para salir antes y poder llegar a casa antes que el resto de los niños. Cruzó la puerta de entrada a la espera de hallar un escenario lleno de gritos y enfados, pero solo encontró un silencio que solo rompían los sollozos de Figa desde su habitación. Llevaba horas así, castigada con el silencio de su padre, que no le había dirigido la palabra desde la reunión con la directora. Tenía muy claro dónde estaba su marido, cada vez pasaba más tiempo en su despacho. Estaba sentado, trabajando, ignorante de que ella le observaba apoyada en el quicio de la puerta. Lico tecleaba incesantemente, casi parecía poseído. Siempre había conseguido mostrar amabilidad y amor, incluso a través del cansancio que arrastraba desde que le contrataron en Crono, pero ahora no estaba menos agotado, y lo que trascendía era rabia y ambición.

—Lico, ¿cómo está Figa?

—¡Vaya susto, cariño! No te he oído llegar. Está en su habitación, reflexionando —respondió Lico sin apartar la mirada de la pantalla.

—¿Reflexionando? ¿Te has molestado en explicarle sobre lo que tiene que reflexionar?

—Mejor dejarla un rato a solas, quería que se serenara antes de que hablaras con ella. Además, he tenido que dejar el trabajo a medias para ir a buscarla y tenía un montón de cosas pendientes.

—Lleva más de cuatro horas encerrada en su habitación, llorando. No podías sacar ni veinte minutos…

—Tenía cosas que hacer, Eucaris. He tenido que salir corriendo del trabajo porque tú no respondías al teléfono y la directora no aceptaba que fuesen los abuelos a buscarla.

—Estaba en una reunión, no tenía el teléfono a mano.

—Claro, no pasa nada. Pero tenía que acabar esto. Cinco minutos más y vamos a hablar con ella. O si quieres puedes ir hablando tú. Confío en tu criterio.

—Es tu hija, necesita a su padre. —Se acercó a Lico y, agarrándole por el mentón, apartó su mirada de la pantalla—. ¡Qué tipo de contestación es “confío en tu criterio”! No soy uno de tus empleados, Lico. Fui muy comprensiva con el tiempo que le dedicas a C-US, pero todo tiene un límite. Si eres ambicioso para ayudar a tu familia, bien, si lo haces solo por ti, tienes que replantearte las cosas. Los lobos hambrientos acaban solos cuando anteponen su barriga a la manada.

—Vale, amor. Solo cinco minutos.

No fueron solo cinco minutos.

 

C-US no podía salir del despacho, no era su ámbito, su presencia y sus sentidos se limitaban a lo que pertenecía a la empresa, así que esa era la única habitación de la casa que le estaba permitida. Paladeó la conversación de la pareja con deleite. Esta vez no había tenido que hacer nada. Lico había decidido quedarse a su lado, poniendo a la familia en su altar. El subidón de fe le recargó haciendo crepitar su esencia. Se marchó del despacho cuando los primeros gritos enfadados de Eucaris resonaban por los pasillos. Tenía que centrar su consciencia en otros. Ahora muchos le elevaban rezos, directivos de C-US pidiendo consejo, empleados precarios soñando con un contrato fijo, accionistas esperando la cuenta de beneficios, becarios esforzándose por que los contratasen… Todos tenían algo que darle. C-US crecía.

 

Figa abrió la puerta a sus hermanos cuando llegaron a casa, sus padres seguían enzarzados. El abuelo puso mala cara al oír a Eucaris y Lico discutiendo. Se ofreció a prepararles la cena pero, tras un cruce de miradas entre Figa y Hereeo, estos le dijeron que se ocupaban ellos.