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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

E-pack Deseos Chicos Malos 2, n.º 191 - abril 2020

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-426-6

Índice

 

Portada

 

Créditos

 

Índice

 

FLYNN. Chantaje amoroso

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

TRENT. Lujo y seducción

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Si te ha gustado este libro…

 

DECLAN. Espiral de deseo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

GABE. En busca del placer

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Si te ha gustado este libro…

 

TATE. Chantaje y placer

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Si te ha gustado este libro…

 

CRISTO. Enredos de amor

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

–Por fin nos encontramos, señora Ford –Flynn Donovan clavó sus ojos oscuros en unos fantásticos, cautivadores ojos azules. Y, en ese instante, la deseó. Con una pasión tan absurda como inesperada.

La mujer pareció alarmada, pero después, enseguida, recuperó su aparente tranquilidad.

–Siento molestarlo…

¿Molestarlo? Danielle Ford irradiaba un atractivo sexual que lo tenía agarrado por… el cuello.

–Señor Donovan, me envió usted una carta exigiendo el pago de un préstamo que, según dice, mi marido y yo…

De repente, Flynn se puso furioso con ella por ser tan hermosa por fuera y tan deshonesta por dentro. Conocía bien a ese tipo de mujer. Robert Ford le había dicho que su esposa era una fantástica actriz y que, con su aspecto «inocente», podía sacarle a un hombre todo lo que tuviera.

Él no era tan tonto como para creer todas las cosas que decía Robert Ford, pero una mujer que había estado casada con ese tramposo tenía que ser una tramposa también.

–Se refiere a su difunto marido, supongo.

–Mi difunto marido, sí –asintió ella–. Sobre esa carta… dice que le debo doscientos mil dólares, pero no sé a qué se refiere.

–Venga, señora Ford. Lo que ha pensado es que podría convencerme para no pagar la deuda que tiene contraída con mi empresa.

Danielle Ford parpadeó, confusa.

–Pero es que yo no sé nada de esa deuda. Tiene que ser un error.

¿Y él tenía que creer eso?

–No se haga la tonta.

Sus mejillas se cubrieron de rubor, dándole un aspecto inocente. O culpable. Aunque una persona solo podía sentirse culpable si tenía conciencia. Y dudaba de que aquella mujer la tuviera.

–Le aseguro que no me estoy haciendo la tonta, señor Donovan.

–Su marido nos aseguró también que nos pagaría el dinero que le prestamos –Flynn empujó unos papeles hacia ella–. ¿No es esta su firma, al lado de la firma de su marido?

Ella dio un paso adelante para mirar el papel y se puso pálida.

–Parece mi firma, pero…

«Ah, ahora va a decir que ella no lo ha firmado». Robert tenía razón sobre su mujer. No iba a admitir nada, ni siquiera teniendo enfrente la prueba de su culpabilidad.

–Es su firma, señora Ford. Y me debe doscientos mil dólares.

–Pero yo no tengo ese dinero.

Flynn lo sabía. Después de una exhaustiva investigación había descubierto que tenía exactamente cinco mil dólares en una cuenta allí, en Darwin. El resto eran cuentas vacías repartidas por toda Australia. Y empezaba a sentir pena por el pobre hombre que se había casado con ella.

Claro que era preciosa.

Y ese cuerpo…

Flynn admiró el sencillo vestido rosa con chaqueta a juego y las torneadas piernas.

Bonitas.

Muy bonitas.

Estaría muy seductora en una bañera llena de espuma, con una rodilla levantada, el agua cubriéndole justo a la altura del pecho. La imagen lo excitó sobremanera. Sí, necesitaba una mujer, pensó.

Aquella mujer.

–Entonces quizá podamos llegar a un compromiso –dijo, echándose hacia atrás en el sillón.

–Quizá podría pagarle poco a poco. Tardaré algún tiempo, pero…

–No es suficiente –la interrumpió él. Solo había una manera de pagarle.

–¿Entonces?

–Tendrá que ofrecerme algo mejor.

–No le entiendo…

–Es usted una mujer bellísima, señora Ford.

Ella levantó los ojos un momento y Flynn vio el latido de una venita en su cuello.

–Soy viuda desde hace dos meses, señor Donovan. ¿Es que no tiene usted vergüenza?

–Aparentemente, no –contestó él.

–Pero debe decirme cómo puedo pagarle. Ahora mismo no tengo dinero.

Ah, sí. Dinero. Eso era lo único que le importaba.

–Lo siento, pero no voy a darle un céntimo hasta que me haya pagado el total de la deuda.

–¿Darme dinero? Yo no quería decir…

–Sí quería decir.

Ella pareció atrapada un momento, pero enseguida se recompuso.

–Sí, claro, por supuesto. Aceptaré todo el dinero que me dé. Eso es lo mío, ¿no?

–Sí, es usted buena sacando dinero a los hombres.

–Me alegro de que pueda leer mis pensamientos. Y espero que pueda leer lo que estoy pensando en este momento.

–Una señora no debería pensar esas palabrotas –sonrió Flynn.

–Una señora no debería tener que soportar un chantaje.

–Chantaje es una palabra muy fea, Danielle –Flynn deslizó su nombre como le gustaría deslizarse sobre ella en la cama–. Yo solo quiero lo que es mío.

Y aquella mujer debía ser suya.

Ella apretó los labios con fuerza.

–No, usted quiere venganza. Lo siento, pero no puede culparme a mí por los errores de mi marido.

–¿Y tus errores, Danielle? Tú misma firmaste este documento, ¿no es así? De modo que estás obligada a devolver lo que has pedido.

–¿Con mi dinero o con mi cuerpo?

Él levantó una ceja.

–Me pregunto cuántas noches tropicales pueden comprar doscientos mil dólares… quizá tres meses.

Cara, sí, pero él pagaría esa cantidad por una sola noche con ella.

Danielle lo miró, incrédula.

–¡Tres meses! ¿Pretende que me acueste con usted durante tres meses?

Flynn miró su boca. Tan perfecta.

–¿Te parece mucho tiempo? Te garantizo que no sería tan difícil –contestó, mientras la fragancia de su delicado perfume le llegaba desde el otro lado de la mesa–. Pero no es eso; tengo muchos compromisos y me vendría bien contar con una… una acompañante.

Danielle se levantó.

–Señor Donovan, está soñando si cree que voy a entregarle mi tiempo… o mi cuerpo a un hombre como usted. Le sugiero que busque una mujer que agradezca su compañía.

Y después de decir eso se dio la vuelta y salió del despacho.

Flynn la observó con expresión cínica. Luego se levantó del sillón para mirar el puerto desde el ventanal de Donovan Towers. Le había gustado su respuesta, por falsa que fuera. Sí, Danielle Ford era muy diferente a las mujeres con las que había salido últimamente, que lo dejaban frío con su desenvoltura para meterse en la cama.

Pero Danielle era más una pecadora que una santa. Su resistencia solo era un juego, uno al que ya había jugado con su marido.

Por lo que le había dicho Robert Ford, ella lo había obligado a gastar grandes sumas durante su matrimonio, aunque dudaba que Robert hubiera necesitado que nadie lo empujase. Evidentemente, se merecían el uno al otro. No, no olvidaría que había sido de Robert Ford y que, entre los dos, le debían doscientos mil dólares. Eran tal para cual.

Murmurando una palabrota, Flynn volvió a su escritorio sabiendo que tenía una mañana de videoconferencias con el personal de Sídney y Tokio. Y, sin embargo, por una vez, no le apetecía trabajar. Ni siquiera lo animaba la adquisición que haría al día siguiente. Preferiría otro tipo de adquisición, la de una mujer de preciosos ojos azules, pelo dorado y cuerpo de pecado.

A pesar de sus protestas, la convertiría en su amante. Y, sin duda, ella vendería su alma por la oportunidad de compartir sus millones.

 

 

Danielle seguía temblando cuando entró en su apartamento. Vivía en un paraíso tropical, en Darwin, una vibrante capital al norte de Australia, pero ahora había una serpiente en el paraíso llamada Flynn Donovan.

Debía estar loco si pensaba que iba a pagar las deudas de Robert con su cuerpo.

Las deudas de Robert y las suyas.

Tragando saliva, se dejó caer sobre el sofá de piel negra. ¿Por qué habría falsificado Robert su firma en aquel documento? Porque era una falsificación. Incluso recordaba cuando su difunto marido intentó convencerla para que firmase cierto documento. Le dijo que era una cuestión de negocios y que necesitaba su firma… pero no quiso explicarle qué era y ella se sintió incómoda, de modo que decidió perderlo. No había vuelto a oír nada más sobre el asunto. Una pena que no lo hubiera leído antes de tirarlo.

¡Doscientos mil dólares! ¿Para qué los querría? ¿Lo habría hecho más veces? Eso hizo que se preguntara si de verdad conocía a su marido.

Aunque Flynn Donovan no la habría creído si le hubiera contado la verdad. Evidentemente, pensaba que era tan culpable como Robert.

Danielle tuvo que parpadear para contener las lágrimas. Aquel debía ser un nuevo principio para ella. Después de tres años soportando a Robert y a su madre, por fin era libre y por fin podía vivir sola. Vivir con su suegra había sido horrible, pero tras la muerte de Robert, Monica había intentado manipularla como había manipulado a su «Robbie». Y, sintiendo compasión por ella, Danielle se había dejado manipular demasiadas veces.

Pero, al final, decidió que ya era suficiente. Un amigo de Robert le había ofrecido aquel ático por un alquiler irrisorio y firmar el contrato le había quitado un peso de encima. Era un sitio precioso y se sentía feliz allí. Le encantaban el espacioso salón, la cocina y la terraza, que daba al mar. Rodeada de tal belleza sintió que podía respirar otra vez. Sí, eso era exactamente lo que necesitaba y, además, era solo suyo. Durante un año, al menos.

Y ahora esto.

Ahora le debía doscientos mil dólares a la compañía Donovan y no sabía cómo iba a pagarlos. Pero los pagaría. No se sentiría bien si no lo hiciera. Robert había pedido el dinero prestado y ella era su viuda…

Pero los cinco mil dólares que había ahorrado de su trabajo a tiempo parcial no eran nada. Y no pensaba darle ese dinero a Donovan. No podía hacerlo. Era la única seguridad que tenía, en una cuenta de la que Robert no sabía nada. Afortunadamente. Él no quería que fuese independiente, de modo que había tenido que pelear mucho con Robert y con su madre para conservar su trabajo.

Tendría que encontrar alguna manera de pagar ese dinero, pero no acostándose con Flynn Donovan. Aunque no podía negar que su corazón se había acelerado al verlo.

El magnate era muy bien parecido. Más que eso, tenía unos rasgos tan masculinos que acelerarían el corazón de cualquier mujer.

Alto, fuerte, sexy. Con unos hombros que a una mujer le gustaría acariciar y un espeso pelo oscuro en el que una mujer querría enterrar los dedos.

Quizá algunas mujeres no habrían dudado en acostarse con un hombre de preciosos ojos negros, boca firme y aspecto descaradamente sensual. Pero para ella era una cuestión de supervivencia.

Flynn Donovan era uno de esos hombres que daba una orden y esperaba que todo el mundo la obedeciera al instante. Pero ella había pasado tres años sintiéndose asfixiada por un hombre que quería controlarla en todo momento y no pensaba volver a mantener una relación así… por mucho dinero que tuviera Flynn Donovan.

Capítulo Dos

 

Danielle acababa de inclinarse para recoger unos cristales del suelo cuando sonó el timbre. Sobresaltada, se cortó un dedo y, sin pensar, se lo llevó a la boca como cuando era niña. Afortunadamente, era un corte pequeño.

El pesado marco que le había caído en la cabeza mientras estaba intentando colocarlo ya le había provocado un chichón. Le daban ganas de tirarlo a la basura.

Pero todo eso quedó olvidado cuando abrió la puerta y se encontró a Flynn Donovan al otro lado, con un traje de chaqueta que, evidentemente, estaba hecho a medida.

–He oído ruido de cristales rotos –dijo él, sin preámbulos, mirándola de arriba abajo.

Era una mirada seductora, sensual… y Danielle sacudió la cabeza, recordando quién era aquel hombre y qué quería de ella. Como mínimo, querría dinero.

Y en el peor de los casos…

–¿Cómo ha entrado en el edificio? Se supone que el código de seguridad sirve para alejar a los indeseables.

–Tengo mis contactos –respondió él, con la arrogancia de los hombres muy ricos–. ¿Y los cristales rotos?

–Se me ha caído un cuadro.

–¿Te has hecho daño?

–No, un cortecito nada más –Danielle levantó el dedo para enseñárselo, pero al ver que el pañuelo estaba manchado de sangre se asustó.

–Eso no es un cortecito –murmuró él, tomando su mano.

Ella intentó apartarse, intentó que no le gustase el roce de su piel, pero Flynn no la soltaba.

–No me habría cortado si usted no hubiera llamado al timbre. Estaba recogiendo los cristales.

–La próxima vez dejaré que te desangres –murmuró él, quitándole el pañuelo para observar la herida–. No creo que tengan que darte puntos. ¿Alguna otra herida?

«Dile que no, dile que se vaya».

–Solo un chichón en la cabeza.

–A ver, enséñamelo.

–No es nada…

–Está sangrando.

Danielle tragó saliva.

–Me lo curaré ahora mismo.

–¿Dónde tienes el botiquín?

–En la cocina, pero…

Flynn la tomó del brazo.

–Vamos a limpiar la herida.

–Señor Donovan, supongo que tendrá cosas mejores que hacer que jugar conmigo a los médicos.

Él la miró entonces. No tenía que decir en voz alta lo que pensaba.

En cuanto llegaron a la cocina y Danielle sacó la cajita que hacía las veces de botiquín, Flynn empezó a buscar un algodón y ella aprovechó para apartarse un poco. Y para respirar.

–Siéntate en ese taburete, bajo la lámpara. Así podré verte mejor.

Eso era lo que Danielle se temía. Pero, con el corazón golpeando contra sus costillas, decidió no protestar. Lo mejor sería acabar con aquello lo antes posible.

Flynn se acercó, la bola de algodón que tenía en la mano en contraste con lo bronceado de su piel. Olía a una cara colonia masculina. Lo había notado cuando entró en su casa, pero el aroma se había intensificado ahora que estaban tan cerca.

Danielle dio un salto cuando él apartó un mechón de pelo de su frente y empezó a rozar la herida con el algodón. El roce era suave, pero firme, como debía ser el roce de un hombre. ¿Sería igual en la cama? Oh, sí, él sabría cómo encender a una mujer…

–Señor Donovan…

–Flynn –la interrumpió él.

–Señor Donovan, creo que…

–¿Cuánto tiempo tardarías en hacer la maleta?

–¿Cómo?

–Para ir a Tahití. Tengo que ir allí en viaje de negocios y mi jet está esperando en el aeropuerto. Podemos irnos en una hora.

–¿Tahití? –repitió ella, sin entender.

–Tengo una casa allí. Nadie nos molestará.

¿De verdad creía Flynn Donovan que ella haría algo así?

–¿Se puede saber quién cree que es? ¿Cree que puede hacerme saltar con solo chasquear los dedos? Lo siento, puede que sus amigas hagan eso, pero yo no.

–Vamos, Danielle. ¿A quién quieres engañar?

–¡El único que está intentando engañar a alguien es usted!

Flynn apretó los labios.

–No me subestimes, no soy tonto.

Danielle intentó mantenerse firme. Era un millonario, un hombre poderoso, y creía que ella le debía dinero. Y aunque querría negarlo, sabía que Flynn Donovan podía hacerle la vida imposible. Y no podía permitírselo. Tenía que pensar en otra persona además de en ella misma.

–Señor Donovan… yo no me acuesto con hombres a los que no conozco.

–No es eso lo que tu marido me contó.

Todo el color desapareció de su cara.

–Veo que no te gusta que te descubran –sonrió él.

¿Robert… su marido… el hombre con el que había estado casada durante tres años le había contado esa horrible mentira a Flynn Donovan? ¿Por qué?

–¿Qué le dijo exactamente Robert?

–Que te casaste con él por su dinero. Y que te lo gastaste mientras te acostabas con unos y con otros.

Afortunadamente, Danielle estaba sentada en el taburete o se habría caído redonda al suelo.

¿Cómo podía Robert haber dicho esas cosas sobre ella?

Creía amarlo cuando se casó con él. Y jamás, jamás se había acostado con otro hombre ni se había gastado su dinero. Nunca.

Entonces miró a Flynn Donovan. En ese momento odiaba a Robert por sus mentiras, pero lo odiaba a él mucho más por su falta de sensibilidad.

–Ya veo. Y, obviamente, usted lo creyó.

–Robert me explicó sus razones para pedir el préstamo, pero la verdad es que no me preocupaban mucho las referencias.

–Pero le prestó el dinero basándose en esas referencias –replicó ella, su voz increíblemente pausada considerando la angustia que sentía.

–No, se lo prestamos porque iba a recibir una herencia y pronto podría devolverlo. Nos pareció una operación factible. El problema es que tú te gastaste el dinero de la herencia antes de que Robert pudiese tocarlo.

¿Que ella se había gastado el dinero?

Danielle recordó entonces que Robert había dicho algo sobre una herencia de una de sus tías…

Que se hubiera gastado ese dinero además de los doscientos mil dólares dejaba claro lo irresponsable que había sido.

¿Y Monica? ¿Habría sabido ella algo? No, seguramente no. Su suegra era una mujer acomodada y nunca hablaba de esos temas. Además, seguramente nunca habría sospechado que su hijo tenía un serio problema con el dinero.

Ella tampoco había sospechado nada. Pero una cosa estaba clara: nadie la creería.

–¿Por qué lo niegas? Vuestro coche cuesta cincuenta mil dólares, por no hablar de los frecuentes viajes a Europa, las compras… y vuestras tarjetas de crédito están al límite.

¿Viajes a Europa, compras? ¿Alguien había robado su identidad? Desde luego, ella no había hecho todas esas cosas. Era Robert quien…

Oh, no. ¿Eso era lo que hacía su marido durante sus frecuentes «viajes de trabajo», en los que prefería que ella se quedara para hacerle compañía a su madre?

En cuanto al coche, no sabía lo que valía. Robert siempre parecía tener dinero y, que ella supiera, el coche estaba solo a su nombre.

Entonces se le ocurrió algo. Los viajes, las compras… eso era algo que un hombre no haría solo.

¿Le habría sido Robert infiel? ¿Habría vivido una doble vida?

¿Y por qué eso no le dolía como creía que debía dolerle?

De repente, el rostro de Flynn estaba delante de ella, devolviéndola al presente.

Danielle se echó un poco hacia atrás cuando tomó su mano para ponerle antiséptico en la herida. La ternura de sus gestos la confundía. ¿Cómo podía ser tan dulce y tan duro de corazón a la vez?

Pero no pensaba mostrarse insegura, porque Flynn Donovan se aprovecharía de eso.

–Señor Donovan, usted cree que solo quiero su dinero y, sin embargo, está dispuesto a llevarme de viaje. Eso no tiene sentido.

–Tiene mucho sentido –murmuró él, levantándole la barbilla con un dedo. Luego empezó a inclinar la cabeza y Danielle levantó la suya dispuesta a… dispuesta a…

Dios Santo, ¿qué estaba haciendo?

–No pienso ir con usted –le espetó, atónita por lo cerca que había estado de besarlo.

–¿Ah, no? –replicó Flynn, arrogante.

–¿Le importaría marcharse? Estoy esperando a… un amigo.

–No, tú no tienes ningún… amigo.

–¿Y usted qué sabe?

–A lo mejor he estado haciendo averiguaciones –sonrió Flynn–. Pero no he tenido que hacerlo. Un hombre sabe esas cosas. Tiemblas cuando te toco… –Flynn rozó su brazo con un dedo–. ¿Lo ves?

–De repulsión.

Él soltó una carcajada.

–Ninguna mujer me había dicho eso antes.

–Pues será mejor que se vaya acostumbrando.

–¿Por qué? ¿Esperas que te toque mucho? No, será mejor que tú te acostumbres a temblar. Porque pienso hacerte temblar… a menudo.

–Deje de jugar conmigo…

–Ah, pero es que el juego acaba de empezar. Me debes dinero y pienso recuperarlo.

–¿Ahora mismo?

–No, prefiero esperar y saborearte con tiempo, a mi ritmo.

Danielle se quedó sin aliento.

–No soy un pastel.

–¿No? Pues yo diría que estarás muy rica a mordisquitos.

–Le aseguro que acabaría envenenándose.

–Pero antes lo habría pasado bien –sonrió Flynn, irónico–. Como tú. Gasta ahora, paga después. Ese es tu lema, ¿no? A saber a cuánta gente has intentando engañar.

Danielle se puso rígida. Ella no había intentando engañar a nadie en toda su vida. Siempre había sido considerada, seria y leal. Incluso con Robert. Había seguido con él a pesar de los problemas de su relación porque creía en las promesas del matrimonio.

Claro que no sabía que Robert no se había tomado las suyas en serio.

–¿No tienes nada que decir?

¿Se atrevía a contarle la verdad? ¿Se pondría Flynn aún más furioso cuando supiera que no podía tenerla? ¿Y por qué no podía tenerla? ¿Se volvería vengativo, como Robert cuando no se salía con la suya?

–Señor Donovan…

–Flynn.

–Flynn –repitió Danielle, concediéndole ese punto para no discutir–. Lo siento, pero no pienso compartir su cama.

–¿No? ¿Por qué no?

La insolencia que había en su mirada hacía que se le encogiera el corazón.

Danielle bajó del taburete y, al hacerlo, se llevó una mano a los riñones. Le dolían, pero era de esperar.

–¿Estás embarazada? –exclamó Flynn entonces.

Ella lo miró, perpleja. ¿Cómo lo había sabido? Aún no se le notaba nada. Pero quizá era lo mejor. Quizá saber que iba a ser madre sería más efectivo que todas las explicaciones del mundo.

Sin darse cuenta, Danielle se llevó una mano al abdomen, como para protegerse.

–Eso es lo que quería decirle.

Él la miró durante largo rato y después se apartó, rígido, su rostro una máscara de desprecio.

–Ahora lo entiendo todo. Por eso no querías acostarte conmigo. Quieres algo más.

–¿Más de qué?

–Un certificado de matrimonio, por ejemplo.

–Está usted loco –consiguió decir Danielle.

–Te has gastado el dinero de tu marido y ahora estás buscando otro primo. ¿Y qué mejor para encontrar compasión que hacer el papel de doliente viuda que espera un hijo y no tiene un céntimo? Pobre, preciosa Danielle… La mayoría de los hombres daría lo que fuera por poseerte y estar embarazada te hace aún más atractiva para algunos –Flynn la miró de arriba abajo, furioso–. ¿Es hijo de tu difunto marido?

Ella estaba horrorizada. ¿Cómo se atrevía a hablarle de esa forma?

–No tiene ningún derecho a hacerme esa pregunta, pero sí, lo es.

–¿Robert lo sabía?

No era asunto de Flynn Donovan, pero Danielle asintió con la cabeza.

Robert se había mostrado encantado con la noticia, aunque el embarazo había sido un accidente. Ella no quería tener hijos hasta que las cosas mejorasen entre ellos, pero debió olvidarse de tomar la píldora algún día…

Naturalmente, al principio temió la reacción de Robert. No porque no quisiera al niño, sino porque Monica y su marido querían a los demás de una forma asfixiante. Pero sabía que ella podría controlar eso y había empezado a sentirse feliz también. Su hijo llevaría algo de alegría a sus vidas.

Y lo haría de todas formas, pensó.

–Señor Donovan, deje que le aclare una cosa: no tengo intención de buscar un padre para mi hijo. Y aunque la tuviera, no sería usted, se lo aseguro. Mi hijo merece algo mejor que un hombre que tiene un talonario por corazón.

–No me conoces, Danielle. Si ese fuera mi hijo, no tendrías alternativa.

Y después de decir eso, salió del apartamento.

Danielle se quedó donde estaba, con los ojos empañados. ¿Cómo podía su marido haber contado esa sarta de mentiras sobre ella? Jamás habría pensado que le podía pasar algo así.

El día anterior no conocía a Flynn Donovan y pensó que la carta sobre el préstamo era un error. Ahora había sido acusada no solo de engañar a su marido y gastarse su dinero, sino de haber quedado embarazada de forma calculada…

Estaba claro que Donovan no tenía una gran opinión sobre ella. Pues muy bien, tampoco ella tenía una gran opinión sobre el magnate que, seguramente, la demandaría por impago.

Pero encontraría alguna forma de pagar ese dinero, se dijo. ¿Cómo podía disfrutar de su independencia sabiendo que su marido había robado doscientos mil dólares?

Y tenía mucho que perder si no lo hacía.

De repente, Danielle pensó que Monica se enteraría de todo. Y si la madre de Robert sabía lo del préstamo intentaría quitarle la custodia del niño. Sí, lo haría. Danielle estaba absolutamente segura. Su suegra quería… no, necesitaba a alguien que reemplazase a Robert… ¿y quién mejor que su nieto?

Si Flynn Donovan creía que ella se había gastado el dinero, Monica lo creería también. Si la demandaba por la custodia del niño, podría declarar que no la creía una madre responsable. ¿Y cómo iba a demostrar ella que esa no era su firma? Su suegra solo necesitaría un juez compasivo… o uno corrupto.

El corazón de Danielle se encogió de tal modo que tenía dificultades para respirar. No podía arriesgarse a perder a su hijo. No podía hacerlo.

Capítulo Tres

 

La vida raramente tomaba a Flynn por sorpresa, pero cuando lo hacía no le gustaba nada. Danielle Ford iba a tener un hijo. Y él no quería saber nada de mujeres embarazadas. A una mujer embarazada podría pasarle cualquier cosa.

A su madre le había pasado.

Aún la recordaba llamándolo mientras él jugaba bajo un roble con Brant y Damien… El mismo roble que seguía en pie no lejos de allí.

Flynn había entrado en casa y la encontró cubierta de sangre.

–El niño está a punto de nacer –le había dicho su madre, casi sin voz–. Ve a buscar a la tía Rose.

Más asustado que nunca en sus cinco años de vida, Flynn corrió tan rápido como le permitían sus piernecillas. Después de eso, solo recordaba la sirena de la ambulancia y un montón de gente. Él se quedó detrás, viendo cómo a su madre se le iba la vida…

Pero no quería pensar en ello. Era demasiado doloroso.

Tenía que concentrarse en el presente y eso ya no incluía a Danielle Ford. Podía olvidarse del dinero que le debía. Olvidarse e ir a buscar a otro pobre tonto que la mantuviese. En cuanto a él, Danielle había dejado de existir.

Una pena que pasar el próximo fin de semana en su apartamento de Sídney, desde el que podía disfrutar de una hermosa panorámica del puerto y de la Ópera, no le apeteciera nada. Le faltaba algo.

O alguien.

Él nunca había dejado que una mujer lo afectase de esa manera. Tenía muchas amigas que lo habían intentado todo para casarse con él, pero Danielle Ford había elegido una manera diferente de llamar su atención.

Desgraciadamente para ella había ejercido el efecto contrario al que esperaba. Porque lo único que él no haría nunca sería mantener relaciones con una mujer embarazada.

No porque las mujeres embarazadas no fueran bonitas. Había visto a algunas de quitar el hipo y, afortunadamente, ninguno de esos niños era responsabilidad suya. Pero había decidido años atrás que jamás arriesgaría la vida de una mujer por culpa de un embarazo.

Entonces, ¿por qué no podía dejar de pensar en ella? Una mujer con la que ni siquiera se había acostado…

Quizá era por eso.

Pero Danielle solo era una mujer. Habría muchas más, se dijo. Aunque no serían más que las pobres sustitutas de una fascinante hechicera… una bruja, una tramposa, se recordó a sí mismo.

Definitivamente, tenía que dejar de pensar en una rubia de largas piernas y ojos azules desnuda sobre su cama…

 

 

La semana siguiente, después de una comida con el alcalde, su ayudante personal entró en el despacho con expresión furiosa. Y Connie no solía perder la calma. Era una de las cosas que más apreciaba de ella.

–Han traído esto –dijo, con los labios apretados, dejando un sobre encima de su mesa–. Es para ti.

–¿Y?

Connie lanzó sobre él una mirada de desaprobación.

–Es de la señora Ford.

–¿De Danielle?

–Sí.

–¿No te cae bien? –preguntó Flynn.

–¿Por qué no iba a caerme bien? Es agradable, educada. Pero lo mejor será que leas la carta.

–Gracias, Connie. Déjala ahí, luego la leeré.

Su ayudante pareció a punto de decir algo más, pero después lo pensó mejor y salió del despacho.

Por un momento Flynn se quedó inmóvil, observando aquella letra tan femenina. Las iniciales de su nombre tenían una especie de ricitos… era como el eco de su voz, llamándolo.

Y cómo le gustaría oír esa voz ronca suya…

¿Aquella mujer no sabía cuándo debía rendirse?

Flynn, que nunca dejaba las tareas desagradables para otro día, sacó la nota que había dentro del sobre y empezó a leer:

 

Querido señor Donovan,

 

Adjunto le remito un cheque por cien dólares como primer pago de la deuda de doscientos mil que mi difunto marido contrajo con su empresa. Le pido disculpas si esta forma de pago le parece inaceptable, pero debido a mi embarazo no puedo buscar otro trabajo además del que ya tengo. Por favor, tome esto como una confirmación oficial de que estoy dispuesta a pagar la totalidad del préstamo en el menor plazo posible.

 

Cordialmente,

 

Danielle Ford

 

Flynn tiró la carta sobre la mesa. Ahora entendía que Connie estuviese enfadada con él. Las palabras de Danielle lo hacían parecer un ogro.

Evidentemente, esa era su forma de manipular. Y ahora el embarazo la hacía parecer una pobre víctima.

En cuanto a su supuesto trabajo, seguramente sería un puesto de voluntaria; algo que hacía una vez al mes para quedar bien. Algo que le daría una pátina de respetabilidad sin tener que ensuciarse las manos, decidió, rasgando el cheque y tirándolo a la papelera.

No pensaba contestar y, con toda seguridad, ella se olvidaría del asunto. Lo haría en cuanto se diera cuenta de que no iba a ir a buscarla con una varita mágica en una mano y un talonario en la otra.

Pero a la semana siguiente recibió otro cheque, esta vez sin carta.

–Otro cheque –le dijo Connie, tirando el sobre encima de su mesa con muy mal humor, como si todo aquello fuera culpa suya–. Y aquí está mi renuncia.

–¿Qué? –exclamó Flynn–. ¿Qué… pero qué?

–Me temo que no puedo seguir trabajando para ti, Flynn.

–¿Pero… por qué? ¿Vas a tirar por la ventana cinco años de trabajo conmigo por una… una mujer que me debe dinero?

–Sí.

Flynn sabía que las mujeres eran impredecibles, pero nunca habría pensado que Connie…

–Ella no lo merece.

–Yo creo que sí. Es una señora, Flynn. Se merece algo mejor que esto.

No, Danielle Ford era una experta en engañar a los demás. Aunque debía admitir que no mucha gente engañaba a Connie. Y eso demostraba que su ayudante no era infalible.

–Me debe mucho dinero.

–Supongo que tendrá sus razones.

–¿Razones? Sí, que se gasta más del que tiene.

–Me da igual. Una mujer embarazada no debería pasar por esto. Y no debería tener que buscar un segundo trabajo.

–Entonces quizá no debería haber pedido dinero prestado.

–Puede ser, pero está intentando devolvértelo, ¿no? Mira, su marido ha muerto, está embarazada y tiene una deuda que, por el momento, no puede pagar. Eso podría afectar a su salud, Flynn.

–No es culpa mía –murmuró él. No pensaba cargar con ese peso sobre sus hombros.

–Mira, nunca te he contado esto, pero yo estuve embarazada una vez.

Flynn arrugó el ceño. Nunca habían hablado de su vida privada. Connie trabajaba tantas horas en la oficina que siempre había pensado que vivía sola.

–No sabía que estuvieras casada.

–Nunca he estado casada –contestó ella–. Espero que eso no cambie tu opinión sobre mí.

–¿Cómo puedes decir eso, Connie? Pues claro que no voy a cambiar de opinión sobre ti.

–Pues deja que te hable de mi hijo. Lo perdí antes de que naciera. Fue un embarazo muy difícil, no tenía familia y el hombre del que estaba enamorada se marchó para no volver jamás antes de saber que iba a tener un hijo. Yo era demasiado orgullosa para aceptar caridad, pero cuando pierdes un hijo… –la voz de Connie empezó a temblar– cuando ya no tienes ese niño dentro de ti y sabes que nunca podrás abrazarlo… si no tienes más remedio, aceptas lo que te ofrezcan.

Flynn recordó a su madre. Y pensar que Connie había pasado por lo mismo…

–Guárdate esa renuncia, anda. Voy a ir a verla.

No podía dejarlo todo inmediatamente, claro, pero unas horas después por fin fue a ver a Danielle Ford, con los documentos del préstamo en el bolsillo. Sabía que estaba cayendo en su trampa, pero lo haría por Connie.

Aunque estaba claro que Danielle quería llamar su atención desesperadamente, él estaba decidido a no prestársela. Al menos, no como ella quería.

Pero no se quejaría cuando oyese lo que tenía que decirle. Porque iba a cancelar la deuda. En realidad, la preciosa rubia se había salido con la suya.

Cuando entraba en su calle, un idiota en un coche rojo cambió de carril sin poner el intermitente y luego pisó bruscamente el freno delante del edificio de Danielle.

Flynn pisó el freno a su vez y salió del Mercedes, indignado.

Pero era Danielle quien iba sentada en el asiento del pasajero. Reconocería su perfil en cualquier parte.

Enseguida vio al tipo que iba con ella, el brazo tatuado fuera de la ventanilla. Parecía recién salido de la cárcel y el vehículo debía haber visto muchas borracheras. El maletero tenía un enorme arañazo y sobre la rueda izquierda había una abolladura del tamaño de un campo de fútbol. Y había un cartel de «se vende» en la ventanilla trasera…

¿Qué vería Danielle en aquel hombre? ¿Y por qué querría comprar un coche como aquel? Vivía en un lujoso ático con una fantástica vista del puerto y el mar de Timor…

Entonces lo entendió. Danielle había sabido que iría a verla aquella tarde y lo había preparado todo para darle pena. Seguramente pensaría que así iba a cazarlo. Flynn apretó los dientes. Pues tenía tantas posibilidades de cazarlo como de que nevase allí, en Darwin.

Iba a arrancar de nuevo cuando recordó la promesa que le había hecho a Connie. Si volvía al despacho sin hablar con Danielle, su ayudante se despediría y él tardaría meses en encontrar a alguien tan eficiente. Además, la echaría de menos.

Justo entonces Danielle abrió la puerta del coche. Contra su voluntad, el pulso de Flynn se aceleró al ver unas elegantes sandalias blancas que pegarían más en un Mercedes que en aquel cacharro. Pero fue el tambaleante tipejo que salía del coche lo que llamó su atención.

Allí estaba pasando algo.

Algo no estaba bien.

El instinto le dijo que aquello no era parte del plan de Danielle.

 

 

Danielle se llevó una mano al estómago, como para comprobar que seguía allí y no lo había perdido en la autopista. Y, para rematar la faena, el tal Turbo le había dado un susto de muerte cambiando de carril repentinamente para frenar de golpe frente a su edificio.

Por nada del mundo compraría aquel coche, por muy barato que fuera. No iba a gastarse parte de sus preciosos ahorros para llevar a su niño en una bomba de relojería. Prefería tomar el autobús, como había hecho hasta aquel momento, para ayudar a Angie en la boutique. Claro que cuando tuviese el niño tendría que parar antes en la guardería…

–Lo siento, pero esto no es lo que estaba buscando –se disculpó.

–Podría rebajarle doscientos dólares –dijo el chico, sin disimular su desesperación.

Danielle no quería pensar para qué necesitaría el dinero. Había algo en él que le resultaba profundamente desagradable. Desde luego, había hecho una tontería subiendo al coche con aquel desconocido, aunque Angie le hubiera dicho que era amigo de un amigo.

–No es lo que busco, Turbo.

–Pero me dijo…

–La señora no está interesada –oyó entonces una voz masculina. Danielle volvió la cabeza y se encontró de frente con Flynn Donovan, con cara de pocos amigos.

Turbo cerró la boca al ver a Flynn. De repente, el chico parecía más delgado, más bajito.

A Danielle casi le dio pena entonces. Los tatuajes, el piercing y el diente que le faltaba no eran más que un disfraz para que la gente no se fijase en su cara cubierta de acné y en su aspecto enclenque.

Flynn dio un amenazador paso adelante y el chico lo miró, asustado. ¿No se daba cuenta de que no era más que un crío?

–Flynn, no…

–Olvídelo, señora –la interrumpió Turbo, arrancando a toda prisa y dejando atrás una estela de humo negro.

–No hacía falta que hiciera eso –suspiró Danielle.

–Yo creo que sí.

–Yo podría haberlo solucionado. No era peligroso.

–¿Ah, no? Puede que ya no te acuerdes, pero estás embarazada.

–Sé cuáles son las partes más sensibles de un hombre, no se preocupe.

–Evidentemente –murmuró Flynn, deslizando la mirada desde el ajustado top de flores a los pantalones pirata blancos.

–Señor Donovan, que esté embarazada no significa que no pueda defenderme sola.

–Me alegra saberlo.

Ella dejó escapar un suspiro.

–Ah, claro. Es usted uno de esos hombres que siempre interfieren en los asuntos de las mujeres. Pues le agradecería que, en el futuro, se metiera en sus cosas.

–Eso pienso hacer. Después de esto –dijo Flynn, tomándola del brazo.

–¿Qué hace?

–Apartarte de la calle para que no te pille un coche.

Danielle estaba a punto de replicar con alguna ironía, pero de repente empezó a sentirse mal. Se le doblaron las piernas y se le iba la cabeza… y tuvo que agarrarse a Flynn.

–¿Danielle?

–Estoy bien… es que me he mareado un poco…

–Vamos arriba.

Tomándola en brazos, Flynn marcó el código de seguridad que había memorizado en su última visita y entró en el edificio. Una vez en su apartamento, la dejó suavemente sobre el sofá.

–No te muevas –murmuró, sacando el móvil del bolsillo.

–¿Qué hace?

–Llamar al médico.

–¿Por qué? No hace falta, estoy bien –Danielle intentó incorporarse, pero Flynn se lo impidió.

–Necesitas atención médica –insistió, ayudándola a sentarse. No pesaba nada, ni siquiera con el niño creciendo dentro de ella…

–Ha sido el humo del coche, nada más.

¿Cómo podía tomárselo con tanta tranquilidad? No quería ni pensar lo que podría haber pasado de no haber estado él allí. Nadie la habría oído gritar si aquel matón hubiera decidido hacerle daño.

–Has arriesgado tu vida tontamente.

–Un amigo mío me dio su nombre…

–¿Ah, sí? Genial. Así la policía habría sabido a quién buscar cuando encontrasen tu cuerpo. Eso si los cocodrilos no se lo hubieran comido antes.

–¿Ha pensado alguna vez escribir cuentos para niños? –le preguntó Danielle, irónica.

–La gente no va por ahí con un tatuaje en la frente que dice «cuidado: asesino».

–Si me hubiera sentido amenazada no habría ido con él. Tengo que proteger a mi hijo.

Flynn miró la mano que había puesto sobre su estómago y tragó saliva.

–Ese tipo no habría aceptado un no por respuesta.

–Sí, bueno… ¿vas a decirme qué haces aquí, Flynn?

Absorto en sus pensamientos, oír que Danielle pronunciaba su nombre de pila hizo que levantara la cabeza.

–He venido a darte algo.

–¿Ah, sí?

Flynn sacó los documentos del bolsillo de la chaqueta.

–Considera el préstamo pagado. Ya no me debes doscientos mil dólares.

–No lo entiendo.

–Claro que lo entiendes. La carta, los cheques, esa chatarra de coche… estabas intentando buscar mi compasión. ¿Por qué no lo admites?

–¿Qué?

–Venga, echa un vistazo a estos documentos. Puedes romperlos o guardarlos… haz lo que quieras, pero a partir de ahora vamos a seguir cada uno por nuestro lado.

Danielle tomó los papeles con manos temblorosas. Le temblaban porque sabía que era una mentirosa, se dijo Flynn.

–¿Y esto por qué? Estoy haciendo todo lo que puedo para pagar la deuda de mi marido y tú me acusas de usar subterfugios…

Ah, era muy convincente, pensó Flynn, pero sus acciones hablaban más claro que sus palabras. Estaba enfadada porque la había pillado.

–Conozco a las mujeres.

–No sé a qué clase de mujeres conocerás, pero tienes un ego inmenso –replicó ella.

–Dime en qué estoy equivocado. Dime cómo puedes pagar un apartamento como este, pero no tienes un coche decente.

Danielle lo miro, irónica.

–¿Quieres decir que no lo sabes todo sobre mis finanzas?

–Supongo que tendrás un amante o examante que paga tus gastos. ¿Qué más da? ¿Te has gastado todo el dinero que te ha dado y ahora no quiere comprarte un coche nuevo?

–Piensa lo que quieras.

–Lo haré, te lo aseguro.

–Por cierto, puedes meterte tu oferta…

–¿Sí?

–Pienso pagar ese préstamo aunque me lleve una vida entera.

Flynn sintió cierta admiración, hasta que recordó que aquello no era más que otra trampa para que creyese en su integridad. También había engañado a Robert al principio, se dijo.

Y se preguntó hasta dónde sería capaz de llegar para vivir una vida de lujos, lo mercenaria que podría ser. ¿Aceptaría un coche nuevo si se lo ofrecía? Quería demostrar que no estaba equivocado y, además, no le gustaba que tuviera que viajar en un coche viejo sabiendo que estaba embarazada.

Flynn miró su reloj. Tenía media hora para volver a la oficina, donde debía reunirse con un empresario extranjero. Aunque lo que realmente le apetecía era navegar por la costa para que el viento y el mar relajasen la tensión que sentía. Una tensión que era culpa de aquella mujer.

Se dirigió a la puerta, pero cuando estaba tomando el picaporte imaginó a Danielle desmayándose de nuevo. ¿Y si no podía levantarse? Quizá no podría llegar al teléfono…

–Cómprate un móvil. Nunca se sabe cuándo puedes necesitarlo.

–Vaya, me pregunto qué harían las mujeres embarazadas antes de que existieran los móviles –replicó ella.

Flynn apretó los dientes.

–Buena pregunta –murmuró, antes de salir.