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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Caroline Anderson

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Vacaciones inolvidables, n.º 1532 - julio 2020

Título original: Kids Included

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

 

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-710-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

ABRACADABRA!

Las monedas desaparecieron de una mano y aparecieron automáticamente en la otra para sorpresa de los niños, sentados con las piernas cruzadas enfrente de ella y mirándola con los ojos abiertos de par en par.

O por lo menos, así debería haber sido en teoría.

En la práctica, las monedas cayeron de su mano, rodaron por el suelo y se detuvieron al lado de la primera fila de los pequeños monstruos. Estos se echaron a reír y agarraron las monedas, arruinando su truco de magia. Molly dio un suspiro resignado.

Luego, trató de esbozar una sonrisa.

–A ver qué os parece este otro truco –sugirió.

Y volvió a mover la varita de Sandy. Sus manos desaparecieron por la manga, remontaron ligeramente y luego salieron con un puñado de pañuelos de colores brillantes.

En teoría, ya que la muchacha no acertaba a sacar la tira de pañuelos.

Volvió a meter la mano en la manga para sacar el resto de la cuerda de colores y los niños rieron y comenzaron a darse codazos. Desde un rincón, un hombre miraba atentamente cómo la mujer trataba de sacar el cabo. Era el anfitrión. Se llamaba Jack, según creía la muchacha. Sí, ¿Jack Hallam? ¿Haddon? Desde luego sería un buen jugador de póker, pensó ella casi enfadada. Iba a ser el hombre que le pagara después por sus servicios.

Aunque quizá lo único que sacara de allí fuera el forro de la chaqueta, porque en cuanto a que le pagaran por aquel fiasco…

Molly tenía el rostro encendido por la vergüenza, pero insistió y los niños rieron con más intensidad.

–Sé que están aquí arriba, en algún sitio –murmuró.

Las risas aumentaron. El rostro del hombre hizo una mueca y Molly sintió deseos de golpearlo o estrangularlo con los pañuelos de seda… si llegaba a encontrarlos.

Los notaba en el hombro, así que llevó la mano detrás del cuello y tiró. ¡Ya llegaban!

Los niños comenzaron a aplaudir y a reír, disfrutando verdaderamente para sorpresa de Molly. ¡Pensaban que lo había hecho a propósito! ¡Y el hombre del dinero también se reía!

«Gracias a Dios», pensó Molly antes de seguir con la actuación.

No sabía por qué no le funcionaban los trucos. Sandy le había dicho que era tan fácil… ¡Cuando la pillara!

«Hazlo tú por mí, me duele la muñeca y no podré hacer los trucos».

Bueno, Sandy no era la única que no podía hacer los trucos, pero gracias a Dios parecía haberse ganado a los niños. Poco después, los anillos del próximo truco se negaron a separarse, las bolas que tenían que desaparecer debajo de las tazas aparecieron de nuevo y las cartas terminaron cayéndosele como si de confeti se tratara. Pero los niños no dejaron de reír, entusiasmados con la actuación.

Solo le quedaba un truco más para terminar. Colocó el sombrero de copa en la mesa y metió la mano. Sí, lo sentía. Tenía agarradas sus orejas suaves…

–¡Oh!

Molly dio un salto hacia atrás y el sombrero se cayó al suelo, de manera que la estrella del gran truco final salió corriendo por la habitación del hotel.

Molly, chupándose el dedo mordido, maldijo en silencio. Luego, salió corriendo detrás de Flopsy.

Los niños se habían levantado y se pusieron a correr detrás del conejo, que se dirigió hacia el rincón donde estaba el hombre.

La muchacha saltó sobre una mesa, cruzó la habitación a grandes zancadas y llegó al rincón. Allí, estiró los brazos para agarrar al conejo, que se metió bajo la silla del hombre buscando seguridad.

Casi…

Molly extendió los brazos, hizo un movimiento hacia adelante y agarró firmemente al animal, quedándose encajada entre una de las patas de la silla y el muslo del hombro. Un muslo de lo más firme, por cierto. «¡Oh, Dios mío!», exclamó para sí.

Victoriosa, apoyó el peso del cuerpo sobre los talones y sonrió al hombre. Tenía el pelo revuelto, las mejillas encendidas y no pudo evitar echarse a reír. También él… aunque tenía la incómoda sensación de que se estaba riendo de ella.

El conejo se estremeció y ella volvió a agacharse. No iba a dejar que el maldito conejo se escapara. Solo un poco más y…

Molly perdió el equilibrio, lo poco que le quedaba, y se cayó a cámara lenta sobre el regazo del hombre. Notó que se ruborizaba violentamente y trató de echarse hacia atrás, hundiendo la barbilla contra su muslo.

–¡Oh!

Unas manos firmes la agarraron por los hombros y la levantaron. Los ojos de él estaban brillantes y sus labios tenían una mueca risueña. Había en su expresión algo masculino e irresistible que cortó la respiración de la muchacha.

–Sé que el anuncio decía que el espectáculo tenía un clímax maravilloso –murmuró el hombre, riendo–, pero jamás habría soñado que…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

QUIERO un polo!

–Luego, cariño.

La muchacha miró a través del escaparate. ¡Era imposible que él estuviera allí! De toda la gente con la que podía coincidir, ¡tenía que encontrarse precisamente con ese hombre!

Porque era él, desde luego. Aunque quizá no fuera, si tenía mucha suerte. Si no la tenía, y últimamente su suerte había quedado bastante reducida, ¡no quería ni imaginarse cómo iban a ser sus vacaciones!

Notó que las mejillas se le encendían. La última vez que habían coincidido, la única vez, había sido horrible. Todavía recordaba, y casi podía sentir, la vergüenza que había pasado y el follón que había armado…

–¡Mamá, por favor!

–¿Cómo lo quieres, con una guinda encima y de fruta?

–Nos lo prometiste.

La muchacha cerró los ojos derrotada. Cassie tenía razón, se lo había prometido.

–De acuerdo, vamos. Id y elegid uno, luego volved aquí. Yo me quedo.

Y quizá Haddon y su grupo de gamberros quizá no la vieran…

 

 

«Era ella». Estaba seguro. Y lo cierto era que aquella mujer le había causado una gran impresión la primera vez que la vio, pensó con ironía. El hombre comenzó a empujar a toda velocidad el carrito por los pasillos del pequeño supermercado para verla de nuevo.

Ella era bastante bajita. Apenas debía de medir uno cincuenta. Y era tan delgada como su conejo.

Bueno, quizá no fuese tan delgada, se corrigió, recordando su cuerpo apretado contra él mientras buscaba el conejo debajo de la silla donde estaba sentado. Recordó sus pechos contra su espinilla y la barbilla de ella descansando en su regazo de un modo de lo más incitante.

Se había sonrojado hasta la raíz de aquel cabello rubio natural y sus ojos, de un color entre el verde y el azul, se habían abierto de par en par, brillando por la risa y quizá por algo más. Algo que él no había tenido tiempo de descubrir, pero que había aparecido en sus sueños durante varias semanas.

A pesar de sus intentos, no había podido comunicarse con ella. La maga que él había contratado para la fiesta de los niños se había mostrado evasiva cuando él la llamó. La muchacha le había ofrecido devolverle el dinero, pero no era ese el motivo de su llamada.

Lo que sucedió fue que tampoco se sintió capaz de explicar ese motivo. Y por eso se había visto forzado a despedirse simplemente.

Y en ese momento, un año después, ella estaba allí, en el mismo pueblo que él había elegido para ir de vacaciones.

¿Estaría sola?

El hombre sintió en su interior una punzada incómoda, que le hizo chasquear la lengua.

–Idiota –murmuró en alto. Nicky volvió la cabeza y lo miró desde su silla de bebé colocada en el carrito.

–Idiota no –protestó indignada.

–Tú no, cariño. Soy yo. Me he olvidado de una cosa –explicó.

Entonces, empujó el carrito hacia la esquina y estuvo a punto de chocarse con alguien.

Con una mujer bajita y rubia y…

–¿Molly?

Ella se quedó helada. Tenía los ojos muy abiertos y eran maravillosos. Sus labios murmuraron algo en voz baja. El hombre sintió ganas de besarlos…

–¿Lo conozco? –preguntó ella con frialdad.

Jack se quedó sorprendido. Había sido policía durante demasiados años como para equivocarse con alguien y, especialmente, tratándose de aquella mujer.

–Soy Jack Haddon –dijo, sonriéndole–. Usted actuó en una fiesta que organicé para mi hijo Tom hace un año.

Los ojos de ella brillaron de terror, pero consiguió mantener la calma.

–Debe de ser un error –comenzó, pero Seb, Amy y Tom llegaron en ese momento y se detuvieron a su lado.

–¡Es Molly, la maga! –gritó Tom.

Y el color de las mejillas de la mujer se volvió púrpura.

–Hola, niños –respondió débilmente. El hombre la miró y esperó a que ella se explicara–. Sí, creo que ahora me acuerdo –añadió con una sonrisa.

–Trajiste un conejo, que se escondió bajo las sillas –le recordó Amy.

–Y todos salimos corriendo detrás de él y lo agarraste cuando se metió bajo la silla de Jack –añadió Tom.

Ella soltó una carcajada breve y se mordió los labios.

–Es verdad. Bueno, me alegro de volver a veros –murmuró, apartándose y alzando la vista para mirar a Jack–. Que tengáis unas felices vacaciones.

–Tú también –añadió él–. ¿Pasarás aquí toda la semana?

–Sí.

El corazón de Jack dio un vuelco y, sin querer, sus labios sonrieron.

–Bien, entonces nos veremos de nuevo.

 

 

Molly sonrió a su vez de manera distraída y escapó de allí. No podía creerse que él no la odiara. Había sido una fiesta horrorosa.

Dio un pequeño gemido de angustia al recordarlo, justo en el momento en que sus hijos llegaban corriendo.

–Nos hemos comprado polos de naranja –afirmó su hijo.

Su hija la miró con curiosidad.

–¿Estás bien? Acabas de hacer un ruido extraño y tienes un color raro.

–No me pasa nada. Vamos, niños, tenemos que saber dónde tenéis que ir por la mañana y luego tenemos que volver y deshacer las maletas. Luego, quizá tengamos tiempo para darnos un baño.

Hablaba atropelladamente. Y todo por culpa de aquel hombre. La había puesto nerviosa con aquella sonrisa tan sexy y con aquellos ojos risueños que tenía.

–Maldita sea.

–¡Mamá!

No se había dado cuenta de que lo había dicho en voz alta. Miró a su hijo con un gesto de disculpa. El niño la estaba observando con gesto escandalizado, ya que ella nunca decía palabras feas. O por lo menos, no en alto y, desde luego, no delante de ellos.

–Lo siento, Philip. Y ahora vamos a la caja a pagar todo esto y regresemos.

Cuando sacó los alimentos que había comprado media hora más tarde se dio cuenta de que no había acertado en nada. Había llevado pan, pero no mantequilla ni margarina. Lo que sí había llevado era crema de cacahuete, cuando todos la odiaban. Ella no la había vuelto a comprar desde que David se había marchado. También había comprado patatas al horno, una pizza pequeña, un litro de leche desnatada, no semidesnatada como era lo normal, y varios productos a cuál más extraño y absurdo. Había llevado queso azul y una lata de atún, pero nada para ensalada. También se había olvidado de comprar té. Aquel hombre la había distraído de tal manera que no había sido capaz de razonar con claridad.

–¿Qué tenemos para la cena? –preguntó Philip con curiosidad, mirando la colección de cosas que había sobre la mesa.

–No estoy segura. He olvidado una o dos cosas.

–Podemos comer fuera. Hay una pizzería en la esquina –sugirió Cassie amablemente.

–Sí, mamá, por favor –exclamó Philip alegremente, con los ojos muy abiertos por la esperanza.

Ellos no solían comer fuera.

A Molly, que no le gustaba cocinar y lo hacía por obligación, le pareció una buena idea.

–De acuerdo. Guardaré todo en la nevera y nos iremos a dar un baño. Luego, iremos a comer fuera.

 

 

La piscina era estupenda. Había una máquina para hacer olas, una cascada, remolinos que te hacían dar vueltas alrededor de una isla y, lo mejor de todo, una zona de agua caliente con burbujas. Los niños sabían nadar bien y eran sensatos, así que después de explorar juntos todo el complejo, ella los dejó solos con instrucciones estrictas de que se vigilaran bien el uno al otro y se fue al yacuzzi.

–¿Te importa que te acompañe?

El corazón de Molly dio un vuelco al ver el musculoso y velludo cuerpo de aquel hombre delante de ella.

–Como quieras –contestó, arrastrando ligeramente los pies.

Él se puso a su lado. En el enorme yacuzzi había dos parejas más y Molly les estuvo silenciosamente agradecida. Luego, se preguntó por qué demonios estaría tan preocupada. Él debía de pensar sin lugar a dudas que era una completa estúpida. ¿Quién no lo haría después del espectáculo que había dado aquel día?

El hombre se colocó al lado de ella con un gran suspiro y ella no pudo relajarse del todo debido a su cercanía. La pierna de él la rozó y ella dio un respingo, como si le hubieran mordido. Luego, se retiró ligeramente.

–Lo siento –murmuró él.

Pero ella sabía que no lo sentía y lo maldijo.

Se quedaron en silencio, rodeados de burbujas, mientras Molly trataba de no pensar en aquel cuerpo delgado y musculoso que podía tocar solo con estirar la mano. Al poco tiempo, las otras parejas se marcharon y los dejaron solos.

Molly se apartó de nuevo y se dio la vuelta.

–¿Dónde están los niños? –preguntó para llenar el silencio y evitar así la corriente de pensamientos que la invadía.

–Seb está cuidando de ellos. Todos saben nadar bastante bien, incluso Nicky, aunque él solo la deja nadar en la piscina infantil. Los otros se han ido a la cascada. Además, Seb sabe dónde estoy –echó la cabeza hacia atrás y dio un suspiro–. ¿Estás sola?

–No. He venido con los niños.

–¿Los niños?

–Sí, niños. Ya sabes, esos pequeños trozos de ADN que crecen para causarnos problemas.

Él soltó una carcajada.

–Ya –contestó, observándola detenidamente–. No sabía que tuvieras hijos. Pareces tan joven… ¿Están en la guardería?

–Debes de estar de broma. No aceptarían ni locos que los dejara allí.

–¿Están con tu marido entonces?

–No… Yo, bueno… hemos venido solos. Ellos están nadando.

–¡No pueden ser tan mayores! –exclamó él sorprendido–. A menos que los tuvieras con diez años.

La risa de ella fue un poco histérica.

–Eres muy amable, pero creo que necesitas que te hagan una revisión en los ojos. Tengo varias canas y calvas donde me las he arrancado. ¡Y arrugas del tamaño de un elefante!

–Y yo he aparcado mi Zimmer en aquella piedra.

Ella volvió a reírse. En esa ocasión, suavemente.

–Tengo treinta y un años… y a ti te falta mucho para necesitar una silla de ruedas.

Él sonrió.

–De momento, pero tengo la terrible sensación de que todo va a cambiar. Mañana por la mañana haré una excursión en bicicleta con Nicky a la espalda y probablemente no lo aguantaré, aunque se supone que va a ser fácil. Y luego, por la tarde, para redimirme de todos mis pecados, me iré con Seb mientras los otros montan en canoa y van a pintar murales con el dedo.

–Supongo que es la niña pequeña la que irá a pintar con el dedo…

–Sí, y no quiero ni pensar en qué estado volverá.

–Ponle algo viejo que no te importe tirar.

Molly se estiró un poco para poder verlo mejor.

–¿Y dónde está tu mujer?

–No tengo esposa. Y tú marido, ¿dónde está?

¡Eso sí que fue directo!

–En Australia, intentando librarse de pagar las mensualidades.

–Ah, ya entiendo lo de tu actuación en la fiesta.

–Eso no tiene nada que ver. Fue para ayudar a una amiga.

–Lo hiciste muy bien.

–Lo hice horriblemente mal.

–A mí me pareciste muy divertida.

Ella soltó una carcajada forzada.

–En teoría, tenía que ser rápida, hábil y mágica. No era mi intención resultar cómica.

Él se tocó la cabeza y esbozó una sonrisa

–Me imagino que no querrás repetirlo, ¿no?

–Claro que no. Fue la primera y última vez que hago magia.

Él se estiró y ella colocó los pies de manera que no le diera con ellos.

–¿En qué trabajas, entonces?

–Soy enfermera infantil, aunque ahora ya no trabajo en eso. Antes tenía una guardería, pero tenía que trabajar también durante las vacaciones escolares cuando ellos crecieron, así que hice un curso de cocina y ahora tengo una empresa de catering. Hago sándwiches y los distribuyo. También preparo comida para fiestas y bodas –ladeó la cabeza y miró al hombre–. ¿Y tú a qué te dedicas? ¿Aparte de cuidar a los niños?

Él esbozó una sonrisa que suavizó los rasgos de su rostro, haciendo que a ella comenzara a latirle el corazón más deprisa.

–Escribo novelas de misterio, complicadas historias de detectives, donde gente anónima y aparentemente vulgar es asesinada de un modo rocambolesco.

–¿Como yo, por ejemplo?

–Eso es. La heroína de la que escribo ahora se parece un poco a ti. Es bajita y alegre. Es la víctima, pero escapa y vive para contarlo.

–Me alegra oírlo –dijo con una sonrisa, preguntándose si su heroína sería como ella o si simplemente quería halagarla–. ¿De dónde sacas las ideas?

El rostro de él se acercó.

–Fui policía –dijo en voz baja, con los ojos repentinamente herméticos.

La respuesta era sencilla, pero, a la vez, le daba mucha información a Molly. Aunque también provocaba en ella un millón de preguntas como, por ejemplo, si habría sido eso lo que había acabado con su matrimonio.

–¿Te dejó?

–¿Quién? –preguntó confundido.

–Tu esposa.

La boca de él se puso tensa y ella se sonrojó y se incorporó.

–Lo siento, ha sido una pregunta indiscreta.

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–¡Yo también! –exclamó ella.

Se arrepintió inmediatamente de haberlo expresado con tanto entusiasmo. ¡Jack iba a creerse que lo estaba siguiendo! Oh, nunca sabía mantener la boca cerrada.

–Estupendo –dijo él.

Y pareció sincero. ¿Quizá estuviera también interesado en ella? No. Simplemente le alegraría tener compañía. Era duro estar en cada sesión con grupos diferentes de personas a las que no conocías de nada. Era más fácil si había alguien al que habías visto antes.

Seguro que solo significaba eso.

–¿Y por la mañana? –quiso saber Jack.

–Voy a tomarme dos horas para leer tranquilamente –confesó.

–Si quieres, puedes venirte con nosotros a la granja –sugirió.

«¿Había interés en sus ojos?», se preguntó ella. Posiblemente. ¡Hacía tanto tiempo que nadie la miraba de esa manera, que ni siquiera estaba segura!

–Gracias, me lo pensaré –contestó Molly, prometiéndose no hacer tal cosa.

No, se daría un baño, leería un libro y se embadurnaría con crema bronceadora para tomar el sol.

–Bueno, si decides venir, dímelo antes de las ocho y media.

–De acuerdo –aceptó, sabiendo que no iba a hacer tal cosa.

No iba a pasarse la mañana en la granja con aquel hombre de ojos sexys y cuatro niños a su alrededor. ¡Desde luego que no!