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Félix Azara

Diario de la navegación y reconocimiento del río Tebicuary

Créditos

ISBN rústica: 978-84-9897-691-5.

ISBN ebook: 978-84-9897-690-8.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 7

La vida 7

Discurso preliminar a la Descripción del Tebicuary 9

Diario de Azara
Año de 1785 13

Mes de agosto 13

Mes de septiembre 39

Libros a la carta 55

Brevísima presentación

La vida

Félix de Azara, 18 de mayo de 1742 (Barbuñales, Huesca)-1821. (España.)

Fue militar, ingeniero, explorador, cartógrafo, antropólogo y naturalista.

Estudió en la Universidad de Huesca y en la Academia militar de Barcelona dónde se graduó en 1764. Sirvió en el regimiento de infantería de Galicia y obtuvo el grado de lugarteniente en 1775. Siendo herido en la guerra de Argel, sobrevivió de milagro.

Asimismo rechazó en 1815 la Orden de Isabel la Católica en protesta por los ideales absolutistas imperantes en España.

Mediante el tratado de San Ildefonso (1777), España y Portugal fijaron los límites de sus dominios en América del Sur y Azara fue elegido como uno de los cartógrafos encargados de delimitar con precisión las fronteras. Marchó a Sudamérica en 1781 para una misión de algunos meses y vivió allí veinte años.

Al principio se estableció en Asunción, Paraguay, para realizar los preparativos necesarios y esperar al comisario portugués. Sin embargo, pronto se interesó por la fauna local y comenzó a estudiarla acumulando el extenso archivo que más tarde conformó los cimientos de su obra científica.

Cabe añadir, además, que colaboró con José Artigas en el establecimiento de pueblos en las fronteras entre la Banda Oriental (actual Uruguay) y el Imperio del Brasil.

Azara murió en España en octubre de 1821, víctima de una pulmonía; fue también conocida su amistad con Goya, quien pintó un retrato suyo.

Discurso preliminar a la Descripción del Tebicuary

Tres siglos de negociaciones y tratados no bastaron a poner de acuerdo las Cortes de Madrid y Lisboa sobre el deslinde de sus colonias, y estas cuestiones, que habían empezado con su dominación en América, no terminaron con su decadencia. Cada paso que daban, aumentaba las dudas y hacía más difícil su resolución; porque carecían de un conocimiento exacto de las localidades, ni podían adquirirlo por falta de documentos.

Después de haber conferenciado en Tordesillas, en Badajoz, en Lisboa, en Utrecht, sin poder llegar a un avenimiento, y dejando en toda su oscuridad el espíritu de las concesiones hechas por Alejandro VI en su famosa bula de 1593, volvieron las dos potencias a negociar en Madrid y en San Ildefonso, por los años 1750 y 1777. La causa que había paralizado el primero de estos tratados, había desaparecido con la expulsión de los Jesuitas, y todo anunciaba una fácil y pronta ejecución del segundo.

La Corte de Madrid, que había acreditado siempre celo y lealtad en el cumplimiento de sus promesas, nombró comisarios para que, de acuerdo con los portugueses, trazasen la nueva línea divisoria; y se apresuró a dar todas las instrucciones que creyó necesarias para dejar cumplidas las últimas estipulaciones.

Estos trabajos geodésicos, que abrazaban un espacio inmenso, desde los parajes inmediatos al Río de la Plata hasta las bocas de las Amazonas, rodeando en todo su ámbito la frontera interior del Brasil, fueron confiados a varias comisiones, que se procuró formar de oficiales activos e inteligentes. Uno de ellos fue el señor de Azara, perteneciente a una familia establecida en Barbuñales, pequeña aldea de Aragón, en el partido de Barbastro, que adquirió de repente un gran renombre, por haber producido dos individuos del mismo apellido, que se ilustraron por su instrucción y servicios.

El menor de ellos, don Félix, nacido en 1746, pasó de la universidad de Huesca, donde empezó sus estudios, a la academia militar de Barcelona, para continuar los de la profesión a que lo destinaron sus padres. A los dieciocho años recibió su primer despacho de cadete en un regimiento de infantería, donde probablemente se hubiera embotado su genio, si no hubiese buscado un teatro más digno de él en los cuerpos facultativos del ejército; y de él de ingenieros, en que hizo la campaña de África, se incorporó al de marina, para tomar parte en la demarcación de límites en América.

Obstáculos que no estaba en sus manos remover, frustraron este plan, y le quitaron la gloria de haber contribuido a realizarlo. Tenemos en nuestro poder el borrador autógrafo de la correspondencia oficial de Azara con virrey Arredondo, en que le propone de hacer retirar la partida demarcadora de Curuguatí (que era el punto en que debían reunirse los comisarios) para no ocasionar gastos inútiles al erario. Cansado de aguardar la contestación del virrey, tomó sobre si el retirarse a la Asunción —tal era su convencimiento de disposición de los portugueses a cumplir lo pactado.

Aun cuando hubiesen concurrido, advirtió Azara la imposibilidad de trazar la línea, por el modo confuso e ininteligible en que estaba redactado el tratado; sobre todo el artículo 9, en que se designaban como puntos directores los ríos Igurei y Corrientes, que no se encontraban en el terreno. Azara previó desde luego que no se necesitaba más para entorpecer las operaciones; y en 13 de abril de 1791, escribió al virrey: «si el comisario portugués no quiere admitir al Jaguarey ni el Igatimí (que eran los ríos que él proponía se substituyeran al Igurei), no será dable tratar de demarcación; porque, no habiendo ríos que literalmente tengan los nombres de Igurei y Corrientes, sería en vano buscarlos, e imposible empezar y seguir».

Por más extraños que aparezcan ahora estos defectos en un acto de tanta importancia, no es el único ejemplo de la ignorancia de los gobiernos europeos en la geografía e historia de sus colonias. En la contestación del marqués de Grimaldi a la Memoria que, en enero de 1776, le pasó el Ministro de Portugal, don Francisco Ignacio de Sousa Coutiño sobre los límites de la Banda Oriental del Río de la Plata, se dice entre otras cosas, que «el veneciano Sebastiano Gaboto, que servía a los Reyes Católicos, don Fernando y doña Isabel, de orden de aquellos príncipes, hizo antes que nadie el descubrimiento del Río de la Plata, por los años de 1496»; «que de esta noticia, que dio a su regreso a España, resultó salieran Juan Díaz de Solís y Pinzón a proseguir aquel descubrimiento». Y hablando poco después del viaje de Cabeza de Vaca, añade, que «al llegar a la isla de Santa Catalina, formó el proyecto de venir a Buenos Aires por tierra, con cuyo objeto, abriéndose el camino al través de la provincia de Vera, y cortando en canoas la corriente del Río de la Plata; pasó a la banda austral a ejercer su gobierno de Buenos Aires».

Todas estas indicaciones son falsas. Gaboto entró al servicio de España en 1518, cuando ya reinaba Carlos V, y su primer viaje a los mares australes se efectuó a principios de abril de 1526 —mucho tiempo después que su primer descubridor Solís navegase el Río de la Plata: lo que sucedió en 1515, según consta de los documentos auténticos publicados por el señor Navarrete, en su Colección de los viajes y descubrimientos de los españoles—. Por lo que toca a Cabeza de Vaca, no podía ocurrírsele pasar a Buenos Aires, porque entonces no existía: lo único que se propuso fue llegar a la ciudad de la Asunción por el Guayra, lo que efectuó realmente. Hemos escogido este ejemplo, porque la Memoria de Grimaldi ha sido mirada siempre como el documento más clásico, producido en esta interminable cuestión de límites.

Diario de la navegación del río Tebicuary

Sean cuales fueren los defectos que se noten en sus producciones, sería una injusticia rehusarle el mérito de haberlas preparado en medio de tantos motivos de desaliento y disgusto.

Buenos Aires, junio de 1836.

Pedro de Angelis