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ÍNDICE

 

Portada

Dedicatoria

Introducción. Mirar la ciudad

1. Oporto. La mirada inspirada

2. Londres. La mirada doméstica

3. Venecia. La mirada local

4. Reikjavik. Tras la mirada de Björk

5. París. La mirada de un semiexpatriado

6. Amberes. La mirada cool

7. Dublín. La mirada del marketing

8. Viena. Las miradas de tus mayores

9. Estambul. La mirada encontrada

10. Liubliana. La mirada imprevista

11. Las vegas. Un 'flâneur' contemporáneo

12. Miami. La mirada intercultural

13. Austin. La mirada compartida

14. Washington. Tras la mirada de murillo

15. Portland. La mirada equilibrada

16. Manila. La mirada preparada

17. Shanghai. La mirada desorientada

18. Dubái. La falsa mirada

19. Tokio. La mirada soñada

20. Uji. Mirando desde la suburbia

21. Hong kong. La mirada de la ficción

22. Brasilia. La mirada utópica

23. Disney. Miradas tematizadas

24. Pompeya. Una mirada en ruinas

25. Simcity. Control+alt+supr

Agradecimientos

Sobre el libro

Sobre el autor

Créditos

 

 

 

 

 

A Rosanna, por mirar juntos

la Place Furstenberg de París

INTRODUCCIÓN

MIRAR LA CIUDAD

 

 

 

 

 

Todos los vuelos programados esta tarde acumulan retrasos y tiñen de un rojo parpadeante las pantallas de la sala de espera de la terminal 5 del aeropuerto londinense de Heathrow. Cada pocos segundos mi atención se distrae contemplando la expresión de frustración con la que los pasajeros repasan el listado de destinos buscando el suyo y resignándose frente a la inevitable espera.

 

Como tantas otras veces me dispongo a esperar a que mi vuelo esté listo para embarcar sentado en un cómodo sofá con vistas impresionantes a la pista de despegue y frente a un cristal que refleja la pantalla que hoy está especialmente rebelde. Después de casi diez años de usar este aeropuerto como punto de salida y British Airways como mi aerolínea de referencia aún no he perdido el sentimiento de admiración hacia la inmensidad de destinos y la multitud de ciudades conectadas por vuelos regulares a los cinco continentes que cada día mueven a cientos de miles de personas entre distintos puntos del globo.

 

Mi trabajo como analista de tendencias me ha permitido viajar a la mayoría de las ciudades que aparecen en estas pantallas electrónicas, y lo he hecho aplicando miradas diferentes. Vistas desde el prisma del que vive ahí, el que las visita de vacaciones, el que va por motivos de trabajo y el que busca evidencias de lecturas y películas que se basan en ellas, las ciudades cambian sustancialmente.

 

Las he recorrido con la mirada del que busca localizaciones singulares, nuevas propuestas comerciales y de ocio, rincones escondidos, barrios emergentes, áreas abandonadas, y adoptando el punto de vista de los grandes viajeros, escritores y antropólogos que han narrado sus experiencias en las páginas que forman la base de mi biblioteca personal y profesional.

 

Durante estos diez últimos años me he esforzado en aprender a mirar el espacio urbano contemporáneo en más de 125 ciudades repartidas por todo el globo. Concentrado en educar la mirada y adaptarla según los objetivos e intereses de cada viaje, he caminado miles de kilómetros entre edificios, parques y centros comerciales buscando evidencias, relaciones y puntos de vista. He subido en metros, trenes, autobuses, taxis, barcos y coches privados. He podido hablar con expertos, residentes, expatriados y turistas. Mis colegas y yo hemos tenido que aprender a mirar, distinguir entre marañas de edificios, aglomeraciones humanas, espacios abiertos y propuestas efímeras buscando los aspectos que singularizan cada ciudad.

 

En esta lluviosa tarde de domingo en que me dispongo a viajar de vuelta a Barcelona, repaso de nuevo el listado de destinos que cubre mi aerolínea preferida con sus aviones agotados y me doy cuenta de que el aprendizaje clave para mí ha sido saber escoger cómo mirar las grandes ciudades que definen mejor nuestra contemporaneidad.

 

El espacio urbano puede ser visto desde infinidad de puntos de vista diferentes que cambian radicalmente y provocan maneras muy específicas de experimentarlo. Este libro recoge la selección de 25 maneras de ver algunas de las ciudades más interesantes del planeta y me invita a preguntarme cómo empezó todo.

 

Un catálogo de Disneyland

 

Si mi padre no hubiera viajado en 1978 a Los Ángeles (Estados Unidos) por negocios y hubiera regresado con un souvenir en forma de libro fotográfico del parque Disney, posiblemente me hubiera abrazado a un peluche por la noche en lugar de aferrarme obstinadamente a ese libro/catálogo como si fuera mi particular mapa de un tesoro increíble.

 

En lugar de dormirme pensando en aventuras con un amigo imaginario en forma de oso, perro o conejo como hacen mis sobrinos y ahijados, yo lo hacía imaginando que era el que pilotaba el monoraíl que aparecía en la portada (el mismo modelo que todavía hoy transporta miles de visitantes por el parque, por el centro de Seattle y en las afueras de Tokio).

 

Ese libro/catálogo acompañó las noches de mi infancia y me gusta pensar que determinó para siempre quién iba a ser. Antes de memorizar las capitales de Europa ya sabía que Disneyland estaba formado por varias áreas temáticas. A la vez que aprendía las tablas de multiplicar, calculaba las veces en un mismo día que podría subirme a la Space Mountain, la montaña rusa cubierta que era por entonces la gran novedad de esos parques.

 

En el colegio, donde mis aficiones y limitaciones me convirtieron en el raro, diseñé con mi amigo Alejandro, otro raro, atracciones imaginarias que seguían los trazados de las que había en los parques Disney. En las horas muertas tras la comida, sentados en un rincón del patio, nos permitíamos mejorarlas, cambiarlas y hacerlas todavía más espectaculares aplicando criterios tan subjetivos e imposibles que sólo son concebibles en la mente de un niño de 10 años.

 

Tan enganchado estaba a mi libro/catálogo que mis padres, seguro que por agotamiento, cometieron el gran error de prometerme que cuando acabara la EGB me llevarían a DisneyWorld, en Orlando (Florida). Confiados que me olvidaría o que, para cuando llegara el momento, se me habrían pasado las ganas, lanzaron una promesa a la que me agarré con la misma fuerza con la que enganchaba las fotos de la colección de Postales del Mundo de mi madre en todos los deberes y proyectos del colegio.

 

Así fue que en verano de 1987 crucé el Atlántico por primera vez en un DC10 de Iberia que todavía tenía zona de fumadores al fondo del avión. Aprovechando que íbamos a hacer semejante kilometrada, mis padres añadieron ciudades al itinerario y acabamos pasando las tres semanas más felices de mi vida hasta ese momento. Nueva York, Boston, Montreal, Ottawa, Quebec, Toronto y las cataratas del Niágara fueron el preámbulo a una semana en los parques Disney.

 

Veinticinco años después, lo que más recuerdo de ese viaje (además del momento justo antes de irnos del parque Disney cuando mi padre me dijo, “va, subamos una vez más en el monoraíl”) son las horas reflexionando sobre cómo funcionaba esa ciudad imaginaria e imaginada, qué había detrás y quién había pensado en estas atracciones. Así fue como creo que mi inquietud vital tomó forma. Desde ese día quise saber qué había detrás de todo lo que nos rodea, qué fuerzas o tendencias o impactos culturales, sociales, estéticos o creativos hacen que se nos ilumine la mirada y se nos afloje el bolsillo.

 

Dos promesas

 

En marzo de 2005 estaba un día en la biblioteca hablando con la que era ya una buena amiga, Marta, sobre lo cansado que estaba de trabajar en un estudio de diseño y las ganas que tenía de probar algo nuevo de lo que había oído hablar por colegas de la profesión que se llamaba coolhunting o investigación de tendencias.

 

Marta, que siempre da los mejores consejos, dijo en esa ocasión dos cosas que marcaron mi futuro profesional y, sin saberlo, también el personal. Lo primero fue animarme a que lo hiciera, a que dejara el trabajo que tenía y que aprovechara el colchón económico que me daban las horas de profesor de marketing en la universidad para lanzarme a esta nueva aventura.

 

Lo segundo fue que, si quería dedicarme a las tendencias, tendría que ver más mundo del que hasta ahora había conocido. Desde el viaje con mis padres había limitado mis salidas a algunas ciudades en Estados Unidos y mucho Londres a pasar temporadas con mi gran amigo Aleix.

 

Así, esa tarde de marzo nacieron dos cosas: mi futuro profesional y una promesa de conocer cien nuevas ciudades en un plazo de diez años. A ritmo de diez ciudades nuevas al año, debía ponerme al día de qué estaba pasando en el planeta si tenía que explicarlo a mis futuros clientes.

 

De 125 a 25 ciudades y un libro

 

En 2014, tras unos años de publicar columnas semanales en el Magazine de La Vanguardia, surgió la posibilidad de dar forma a un libro que recogiera una selección de miradas diferentes sobre ciudades. Así que con la complicidad de mis colegas y clientes del despacho, mis amigos y mi editora Ana, empecé a seleccionar de entre las 125 ciudades que he explorado con mente inquieta en los últimos diez años (me propuse 100, pero le acabé cogiendo el gustillo al tema) las 25 que creía que podrían dar una imagen completa de las miradas que hoy podemos tener cuando nos enfrentamos a una ciudad.

 

Así nació este libro, con la voluntad de ser un compañero de viaje que inspire, provoque y ayude a decidir dónde, cómo y de qué manera se quiere explorar el enorme, variado, cambiante, apasionante, inabarcable mundo que nos rodea.

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LA MIRADA INSPIRADA

OPORTO

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La idea original de este libro aparece en un imprevisto viaje a Oporto en verano de 2014. Durante tres días Steven y yo paseamos de forma perezosa la ciudad y dejamos que cabeza y corazón se recuperaran de unos meses descabalgados tanto en lo personal como en lo profesional. Esta estancia bajó las defensas intelectuales y abrió las compuertas a la creatividad más azarosa. Fue aquí donde algo que rondaba en el trastero mental desde hacía tiempo cobró fuerza y pidió la vez en la agenda.

 

Durante los meses de otoño e invierno de ese año fui robando horas a mi calendario para dar forma a este libro. Las primeras horas de la mañana, los fines de semana y los trayectos de avión se tiñeron de proyecto editorial. En un lateral del escritorio del ordenador había el icono de este libro, al que iba cada vez que tenía un poco de tiempo libre.

 

Pese a ese tiempo sustraído al ocio y el descanso, pronto quedó claro que iba a necesitar obligarme a encontrar unos días sin nada más que hacer que escribir y concentrarme sólo en una cosa si quería cumplir las fechas de entrega pactadas amistosamente con mi editora.

 

Así que regresé a Oporto a escribir, con el único propósito de usar esta deliciosa ciudad como telón de fondo y como lienzo inspiracional para dar los últimos toques a este libro.

 

Hay ciudades que invitan a pasearlas con una libreta en mano y un proyecto creativo en la cabeza. Las calles, la arquitectura, el mobiliario urbano, los bares, los restaurantes, museos… todo parece hablar a la vez a tu materia gris. Sentado en un parque, en el metro, hablando con el dependiente de una tienda, infiltrado en la inauguración de una galería o comprando en un supermercado. Todo te inspira, impulsa tus pensamientos y reordena tus prioridades. Así se establecen en mi cabeza las relaciones entre ideas, la verdadera semilla de la que crece mi creatividad.

 

Oporto es una de las pocas ciudades que me provoca esto. Venga solo, como es esta vez, con Steven, amigos, familia o colegas, la ciudad despierta en mí unas ganas enormes de crear, y esta vez la creación espero que se plasme en este libro.

 

Al leer sobre Oporto, el adjetivo que los viajeros contemporáneos más parecen querer usar es el de decadente. Sus miradas buscan justificar la apariencia de la ciudad empleando un adjetivo que yo no consigo encontrar paseando sus calles.

 

Donde muchos ven decadencia, yo siento energía y orgullo por un presente construido a partir de muchos pasados diferentes. Me cuesta ver una ciudad nostálgica, o melancólica. La saudade infinita no filtra mi mirada. No respiro Oporto como una urbe que viva en o del pasado. No la paseo con desapego ni esforzándome por reconstruir los momentos relevantes de su historia que justifican que hoy la visites. Más allá de los puntos históricos y las calles claves donde se concentran los turistas, yo respiro Oporto como una ciudad del mejor hoy al que podemos aspirar. Respetuosa, abierta y con conciencia de saberse con personalidad propia, Oporto es transparente y contemporánea. Es una ciudad inclusiva que muestra su identidad de forma directa y sin artificios ni amaneramientos decorativos gratuitos.

 

Paseando una fría mañana de diciembre pienso que mi sensación de presente viene de algunos de los elementos que más me inspiran y llaman la atención: las estaciones de ferrocarril o los puentes. Ambos son fruto de un momento de la historia, a finales del siglo XIX, cuando los cambios del presente y promesa del futuro eran la prioridad. La estación de tren de São Bento o el puente de Don Luis me hablan de una ciudad del presente con la misma intensidad con la que que hoy lo hace el wifi gratis en casi cualquier bar, las innovaciones en diseño gráfico e industrial, los mercadillos independientes y los cientos de propuestas que emanan de un ciudad que vive cómoda en su interculturalidad.

 

Oporto no parece querer esforzarse en construir un relato cronológico ordenado como el de Viena o Praga. Tampoco se regodea en el caos y los pastiches históricos de Londres o Madrid, ni en las aberraciones futuristas de Hamburgo o Lyon, condenadas a caducar rápidamente en tu memoria. Oporto se lee como una ciudad del eterno presente. Una ciudad que te explica quién es con tanta claridad que limpia y prepara la parte del cerebro que sirve para crear, exhausta en estos casos por hacer de él un uso abusivo casi exclusivamente profesional.

 

Los paseos invitan a reservar un par de horas al final de cada día para hacerte tuyo lo que has visto y a partir de ahí empezar a crear. En mi caso se hace imprescindible llevar una libreta con buen gramaje y una cubierta de colores apacibles que me ayuden a recordar las ideas que se me ocurren a borbotones, la mayoría inservibles y alguna que posiblemente merezca ser retomada y moldeada después.

 

El resultado puede ser cambiar de sitio los muebles de casa, cocinar con nuevos ingredientes, concebir nuevas ideas profesionales o, en este caso, dar forma a un nuevo libro. En cualquier caso, Oporto, como Norwich, Aix-en-Provence, Liubliana, Göteborg o Nápoles, son mis ciudades inspiracionales.

 

 

INSPIRARSE EN OPORTO

 

1. Rosa Et Al. Este pequeño hotel en el centro del barrio de galerías tiene una habitación, la n.º 3, con un escritorio antiguo desde el que muchas de las líneas de este libro han sido escritas, planificadas o revisadas. Todo el hotel es inspiración pura, ordenada y bien dispuesta al servicio del pulso creativo de los huéspedes. Sin televisión, en una calle tranquila, con un pequeño jardín, buena presión en la ducha y abundante luz en todas las habitaciones, es muy difícil que las ideas no salgan.

 

2. São Bento. La inspiración viene a veces cuando se proyectan tus inspiraciones, ideas y deseos en personas anónimas con las que uno se cruza. Para que eso pase en Oporto, nada mejor que tomar asiento en el vestíbulo de la estación de tren de São Bento y mirar el flujo constante de residentes, viajeros, turistas y despistados que contemplan embobados las paredes cubiertas de azulejos. La estación envía los trenes directamente a un túnel horadado en una montaña cubierta por casa bajas y zonas verdes asilvestradadas que dan a la estación una personalidad todavía más singular. Como casi siempre, mis musas viajan en tren.

 

3. El puente de Don Luis. Romántico, dramático y turístico, este puente sintetiza la unicidad de Oporto. Pasearlo compartiendo espacio con los tranvías que cruzan de un lado a otro de la ciudad es una experiencia magnética que se completa buscando nuevas vistas del puente paseando por la orilla del río.

 

4. A vida portuguesa. Vecina de la librería que dice haber inspirado a J.K.Rowling para sus novelas del mago Harry Potter se encuentra esta tienda, ubicada en un antiguo almacén de suministros. En la planta superior hay una zona dedicada a recuperar y reinventar tópicos y costumbres de la vida portuguesa. Los jabones, los objetos de regalo y decoración, toman prestados imaginarios del pasado de la cultura visual y gráfica de Portugal y la plasman en propuestas contemporáneas armadas con todos los códigos y tendencias expresivas de un presente que se declina aquí entre la nostalgia y un retro con tintes irónicos.

 

5. La luz de Oporto. Sea en verano o invierno, muchas veces nos olvidamos de mirar hacia arriba y apreciar la calidad de la luz que baña una ciudad. En el caso de Oporto (y también Lisboa), el azul del cielo, el amarillo del sol y los reflejos turquesas en el río son realmente únicos. Incluso cuando el día amanece gris, estas tonalidades parecen extraer la personalidad al cemento desnudo que preside algunos de los edificios más bellos del centro de la ciudad.

 

6. Las cuestas. Oporto es serpenteante y sinuosa. El centro es una constante de subidas y bajadas que dan al paseante puntos de vista únicos sobre lo que le rodea difíciles de apreciar en la mayoría de ciudades del mundo, que siempre se esfuerzan por ubicar su centro en un espacio plano. Sin escaleras, con pocos ascensores (que son básicamente concesiones a los turistas en forma de funicular), Oporto, como Estambul, se camina con un buen calzado. A menos que seas como algunas portuguesas expertas en subir las cuestas con los tacones que tanto gustan en esta geografía.

 

ESTANCIA

Oporto se puede ver en un fin de semana largo, a menos que vengas a inspirarte ya que entonces lo mejor es tener una tarifa flexible de avión por si retrasas la vuelta.

 

HOTEL

Rosa Et Al es uno de los hoteles más inspiradores de mi mundo. La mermelada casera de piña y coco es el mejor lubricante para las ideas.

 

CADA CUÁNTO

Para la gente que programa sus momentos trascendentes y necesita un decorado adecuado, Oporto es la ciudad ideal. Para el resto, nos bastamos con una vez al año.

 

TRANSPORTE

El metro ligero que recorre la ciudad es la forma más cómoda de moverse por Oporto. No hay que perderse la línea D cuando cruza el puente Don Luis.

 

QUÉ TRAER

A Vida Portuguesa es el punto de venta que más invita a ocupar el espacio libre en el equipaje de mano que hemos traído. Lo mejor, los jabones y objetos de tocador.

 

INMERSIÓN

La gente en Oporto es, por lo general, muy abierta y educada. La ciudad está acostumbrada a todo tipo de turistas, desde el rebaño que viene en grupos organizados a los estudiantes en interrail y los más cool llamados por las bondades que cantan de la ciudad las revistas de tendencias.