Tabla de Contenido

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TUBERCULOS

ANDINOS:

conservación y uso desde
una perspectiva agroecológica

Neidy Clavijo Ponce

Con la colaboración de
María Teresa Barón
y Juliana Andrea Combariza

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RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS

© Pontificia Universidad Javeriana

© Neidy Clavijo Ponce

María Teresa Barón

Juliana Andrea Combariza

Primera edición: diciembre del 2014 Bogotá, D.C.

ISBN: 978-958-716-741-2

Número de ejemplares: 300

Impreso y hecho en Colombia

Printed and made in Colombia

Editorial Pontificia Universidad Javeriana

Carrera 7 No. 37-25, oficina 1301

Edificio Lutaima

Teléfono: 3208320 ext. 4752

www.javeriana.edu.co/editorial

Bogotá, D.C.

CORRECCIÓN DE ESTILO:

Ivonne Andrea Alonso

DISEÑO DE PÁGINAS INTERIORES:

Claudia Patricia Rodríguez Ávila

DIAGRAMACIÓN:

Cristian León Buitrago

DISEÑO DE CUBIERTA:

Cristian León Buitrago

DESARROLLO EPUB:

Lápiz Blanco SAS

Clavijo Ponce, Neidy Lorena

Tubérculos andinos : conservación y uso desde una perspectiva agroecológica / Neidy Clavijo Ponce ; con la colaboración de María Teresa Barón y Juliana Andrea Combariza. -- 1a ed. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2014.

281 p. : ilustraciones, fotos, mapas y tablas ; 24 cm.

Incluye referencias bibliográficas (p. [269]-281).

ISBN: 978-958-716

1. ECOLOGÍA AGRÍCOLA. 2. SISTEMAS PRODUCTIVOS. 3. CONSERVACIÓN DE LOS RECURSOS AGRÍCOLAS. 4. TUBÉRCULOS -- REGIÓN ANDINA (COLOMBIA). I. Barón Cruz, María Teresa. II. Combariza, Juliana Andrea. III. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Estudios Ambientales y Rurales.

CDD 574.5264 ed. 20

Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S. J.

dff.                                                                                Octubre 14 / 2014

Prohibida la reproducción total o parcial de este material,
sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

A mi padre:

Hasta volver a encontrarnos mañana…

Agradecimientos

La edición de este libro no hubiese sido posible sin el apoyo del Consorcio Andino de Innovación Participativa, la Corporación para el Desarrollo Participativo y Sostenible de los Pequeños Productores (Corporación PBA) y la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales de la Pontificia Universidad Javeriana.

El trabajo plasmado en estas páginas constituye apenas un intento por exaltar la invaluable labor de decenas de pequeños agricultores en los municipios de Turmequé y Ventaquemada, en el Departamento de Boyacá, quienes por siglos han cultivado y conservado especies andinas de importante valor cultural, alimentario y natural. A ellos no solo las gracias, sino el respeto y admiración por su dedicada y silenciosa tarea.

Un especial reconocimiento a María Teresa Barón y Juliana Andrea Combariza por el trabajo comprometido en campo, así como sus valiosos aportes en la sistematización de resultados. Algunos de sus reflexiones se plasman en estas páginas.

Gracias a Daniel García, John Reyes y Lorena Piedrahita por acompañar activamente este proceso participativo.

A mi amado esposo, por la revisión preliminar del libro y su ánimo constante para la culminación de este manuscrito.

Introducción

Este texto plasma una experiencia de investigación participativa que se llevó a cabo en los municipios de Turmequé y Ventaquemada durante abril de 2008 y marzo de 2011 con el fin de establecer un primer diagnóstico sobre las condiciones productivas, alimentarias y de conservación in situ de tres especies de tubérculos andinos: ruba (Ullucus tuberosus), ibia (Oxalis tuberosa) y cubio (Tropaelum tuberosum). Estos tubérculos han persistido desde la época precolombina en sistemas productivos indígenas y campesinos, y actualmente forman parte de las denominadas especies infrautilizadas, dada la marginalidad a la cual han sido sometidas durante el último siglo. Es importante recalcar su importancia para asegurar la diversificación alimentaria y el sustento de la población de los Andes, y siguen siendo imprescindibles a nivel local.

En concordancia con lo anterior, en la zona de trabajo fueron identificadas familias de pequeños agricultores que aún incluyen en su sistema de producción ibias, cubios y rubas como base de su alimentación familiar, su acervo cultural y manifestación identitaria. Al respecto, uno de los habitantes de Turmequé afirmó en 2008 que estos “[...] son cultivos sanos, patrimonio de nuestros ancianos, símbolo de nuestra cultura y la base de nuestra alimentación”.

Sin embargo, los agricultores manifiestan que estos cultivos están atravesando por un grave proceso de deterioro, al igual que muchos otros productos andinos tradicionales, debido a dos factores principales: uno de orden local, expresado en un menor interés de niños y jóvenes por consumirlos, dados los cambios en sus hábitos alimenticios que ahora se inclinan por productos de rápida preparación y presentación moderna. Y un segundo factor externo, representado por la presión que ejercen los mercados nacionales e internacionales para el cultivo de productos más rentables con un fuerte componente agroindustrial, que obedecen a lineamientos de desarrollo nacional que no los consideran como una cadena productiva priorizada, tal como la papa, los cereales, la ganadería, los frutales, entre otros. Dichos factores han llevado a la reducción paulatina de las áreas sembradas hasta llegar a unos pocos surcos intercalados entre los cultivos de importancia comercial. Lo anterior se traduce en la desaparición del germoplasma nativo expresado en la ausencia de ciertos morfotipos que, según los agricultores, existían años atrás en la zona; de igual manera se ha analizado como una desventaja la reducción de semilla disponible para su cultivo, y la progresiva pérdida de conocimiento y tradiciones para su uso alimentario y medicinal en las nuevas generaciones. Por estas razones, los pobladores aseguran que está aumentando el riesgo de desaparición pese a su importancia.

En este contexto, la Pontificia Universidad Javeriana, la Corporación PBA1 y las familias de pequeños agricultores de los municipios de Turmequé y Ventaquemada dieron inicio en abril de 2008 a un proceso de investigación que desarrolló tres componentes fundamentales a lo largo de treinta y seis meses:

  1. Caracterización de los sistemas de producción con tubérculos andinos. Este componente se plantea con el fin de conocer las particularidades de los predios en los cuales estos se cultivan y las implicaciones que tienen para las familias campesinas en cuanto a su seguridad alimentaria, así como la indagación sobre áreas de cultivo, prácticas de manejo, uso y consumo. También se llevó a cabo una primera exploración de la diversidad intra-específica mantenida en las fincas.
  2. Procesos de recolección e identificación morfológica del germoplasma existente en los dos municipios. Su propósito tiene que ver con el establecimiento de bancos de conservación in situ que generaran semilla diversa y disponible para ser usada por la comunidad.
  3. Innovación en la preparación culinaria de estos cultivos. Este aspecto se propone con el fin de volverlos atractivos para el consumo de niños y jóvenes de la zona, en un intento por promover su uso y conservación.

Dichos componentes se apoyan en actividades transversales de capacitación para el fortalecimiento organizacional y crecimiento personal de los pequeños agricultores, en aras de promover la consolidación de capital social alrededor de la conservación de estas especies.

De acuerdo a los componentes que este trabajo aborda, se consideró pertinente tomar como base epistemológica la agroecología, pues esta permite establecer una mirada holística en la que se encuentran reunidas sus tres dimensiones fundamentales: ecológica-productiva, socioeconómica-cultural y sociopolítica (Ottman, 2005; Sevilla, 2006 y León, 2010). Desde estas tres perspectivas podrían explicarse las condiciones productivas, alimentarias y de diversidad que existen en los sistemas productivos de Turmequé y Ventaquemada que aún conservan ibias, cubios y rubas. En segundo lugar se fundamentan las actividades que llevaron a estimular la participación y organización de la comunidad alrededor de la conservación de los tubérculos andinos. Es así como a partir de la agroecología se construyeron tanto las precisiones conceptuales, como las orientaciones metodológicas que configuraron este trabajo, propiciando una discusión que, superando el valor intrínseco que tiene para la diversidad la conservación de una especie vegetal, intenta poner sobre la mesa las fortalezas de estos cultivos, el conocimiento y prácticas tradicionales ligados a ellos, su aporte a la seguridad alimentaria de estos pueblos y, por supuesto, los enormes vacíos en cuanto a temas de investigación y demás asignaturas pendientes alrededor de su conservación.

Para el abordaje del tema, este documento presenta en su primer capítulo una descripción de las características morfológicas y requerimientos técnicos para la producción de cada tubérculo, así como una compilación de las investigaciones, de sus énfasis y temáticas principales, llevadas a cabo en el país desde el año 1970. Esto se realiza con el fin de evidenciar las contribuciones hechas desde diversas disciplinas, autores y entidades implicadas alrededor de estas especies.

En el segundo capítulo se describe el problema de investigación y sus presiones conceptuales, fundamentadas en las tres dimensiones de la agroecología, como eje orientador de este trabajo. En el tercer capítulo se ilustra la zona de estudio con las respectivas características socioeconómicas y biofísicas de los municipios de Turmequé y Ventaquemada. Posteriormente, en el cuarto capítulo se explican los pasos metodológicos desarrollados en esta investigación, relacionados con cada uno de sus componentes. En el capítulo final se exponen los resultados referentes a la caracterización de los sistemas productivos, los procesos de recolección e identificación morfológica del germoplasma y la innovación en la preparación culinaria de estos cultivos, así como los procesos transversales relacionados con una capacitación acerca del fortalecimiento organizacional y el crecimiento personal. Este documento culmina con un apartado que, retomando las dimensiones agroecológicas, pretenden animar a quienes trabajan en pro de la conservación y uso de cultivos andinos a articularse en distintos niveles, no solo con la promoción de su resguardo, sino también con su uso.

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Descripción de los tubérculos andinos

Aproximadamente en el 8000 a.C., en los países andinos el hombre domesticó, además de la papa, un grupo de tubérculos afines morfológicamente pero de distintas familias botánicas (Tapia y Fries, 2007). La ruba (Ullucus tuberosus Caldas), la ibia (Oxalis tuberosa Molina) y el cubio (Tropaeolum tuberosum Ruíz & Pavón) son algunos de ellos. Debido a su adaptación a condiciones ambientales desfavorables son cultivos que tuvieron gran aceptación en las comunidades precolombinas. Se distribuyeron ampliamente por los Andes, adquiriendo así muchos nombres vernáculos que de manera paulatina tomaron gran importancia en la alimentación (véase tabla 1). Actualmente estos tubérculos se encuentran sembrados en pequeñas áreas bajo sistemas de producción tradicionales y en condiciones difíciles, pero son imprescindibles para asegurar la diversificación alimentaria y el sustento de las poblaciones que viven en mayor riesgo (Espinosa, 1997).

Tabla 1. Nombres comunes de tubérculos andinos

Fuente: FAO, 1992

Con excepción de la papa y el maíz, los conquistadores pusieron poca atención en los cultivos que sostenían las civilizaciones andinas. Por esta razón la ibia, el cubio y la ruba, junto con algunos cereales y cucurbitáceas perdieron importancia, hasta el punto de ser estigmatizados como comida para campesinos o indios, quienes para la época eran considerados como la clase social más baja. Durante muchos años se ha mantenido este imaginario, haciéndose evidente en el bajo consumo de tubérculos en las zonas urbanas e incluso, de manera paulatina, en zonas rurales (Espinosa, 1997 y Clavijo, 2011). Prueba de esto es que ninguno de los tubérculos mencionados ha sido incluido en programas de nutrición rural o urbana promovidos por los países andinos: no aparecen en los materiales educativos, ni dentro de las dietas saludables recomendadas. Tampoco han sido considerados dentro de las cadenas productivas prioritarias de Colombia, y por ende no se destinan recursos económicos estatales para su investigación y promoción.

Como consecuencia, el cúmulo genético de estas especies, mantenido y manejado históricamente por los indígenas y campesinos de los Andes, está afrontando un grave riesgo de desaparición. La presión de los mercados y la pérdida de saberes tradicionales ha conllevando a una disminución irreversible de genes y a la probable desaparición de variedades de plantas, las cuales, en una combinación única de genes, pueden tener un valor particular y una utilidad inmediata aún inexplorada (FAO, 1996).

Sin embargo, a pesar de lo descrito, en la última década se ha observado un cambio de tendencia mundial hacia la protección de los recursos naturales, suscitada por el reconocimiento del ser humano como un habitante más del planeta que depende de su ambiente circundante para sobrevivir. Esta conciencia le exige al ser humano hacerse responsable de sus acciones sobre los recursos limitados que el planeta le ofrece, y los cuales han sido explotados sin restricciones durante muchos años. Esto ha desencadenado consecuencias tales como la insostenibilidad, la creación de pobreza hasta límites impensables y altos efectos de inseguridad alimentaria. Bajo este panorama, adquiere relevancia el futuro de los tubérculos andinos y otras especies subexplotadas con potencial para alimentación humana, pues abren una ventana de oportunidad para su uso y preservación.

Como fruto de esta discusión, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), promovió la firma del Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura, el cual Colombia firmó en el año 2002. En este tratado, los países firmantes se comprometieron, entre otras cosas, a realizar estudios e inventarios de los recursos fitogenéticos para la alimentación y la agricultura, teniendo en cuenta la situación y el grado de variación de las poblaciones existentes, incluso los de uso potencial. También adquirieron responsabilidad sobre las amenazas que pudieran correr tanto los cultivos de tubérculos como de otras especies; y así mismo, se comprometieron con el mantenimiento de estos a través de la recolección y promoción de la conservación in situ y ex situ, prestando una debida atención a la necesidad de investigaciones y documentación necesaria para el conocimiento de diversas siembras. Otro de los compromisos se trataba de analizar la caracterización, regeneración y evaluación varias especies, promoviendo el perfeccionamiento y la transferencia de tecnologías apropiadas con el objeto de mejorar la utilización sostenible de los recursos fitogenéticos para la alimentación y la agricultura. Y finalmente, también se comprometen a apoyar a comunidades locales para la conservación de los cultivos y de las diferentes especies de tubérculos (FAO, 2001).

Es así como T. tuberosum, O. tuberosa y U. tuberosus, son algunas de las especies que estarían amparadas por este acuerdo, pues son cultivos valiosos por su alta capacidad para tolerar el estrés biótico y abiótico, con estabilidad en su producción y un nivel de rendimiento atractivo para los productores. Según Zeven, 1998 (citado por Piñeros, 2004), estas características se deben a que los sistemas agrícolas bajo los cuales son cultivados, emplean poco o casi ningún gasto energético. Además de esto, en las dietas de pobladores rurales se ve reflejado el gran aporte nutricional de las especies mencionadas. Estas ventajas, que hasta hoy han sido poco promocionadas, acercan a dichos cultivos a un peligro y una realidad que son inminentes: su extinción o permanencia sin sentido en bancos de germoplasma ex situ, al no darles un lugar en programas de mejoramiento, desarrollo y conservación (Piñeros, 2004).

Uno de los mayores retos para la conservación de especies nativas como los tubérculos andinos, es encontrar usos que sean económica y socialmente rentables para los productores y ambientalmente sustentables. Por este motivo, son indispensables las investigaciones realizadas para el mejoramiento de los sistemas de producción y el aprovechamiento de los diferentes usos que se le puede dar a los cultivos y sus productos. Al respecto, Ximena Cadima realizó en 2006 un trabajo de revisión sobre tubérculos andinos, en el cual se documentan algunos usos potenciales para estas especies. Se resalta principalmente su alto contenido de almidón, que podría ser aprovechado en la industria como posible fuente de amilosa2 que substituya total o parcialmente a las fuentes tradicionales representadas por el maíz y el trigo. De igual forma en Ecuador, Susana Espín y colaboradores, revelaron en 2001 una serie de datos obtenidos a través de la caracterización fitoquímica de estas plantas, en dicha caracterización se identificaron metabolitos secundarios que pueden ser útiles en términos de sus propiedades medicinales, así como fuentes potenciales de principios activos con aplicación en diferentes áreas de la industria.

En Colombia, investigaciones adelantadas por la Universidad Nacional, demuestran la capacidad que tienen los cubios como controladores biológicos de enfermedades causadas por hongos en el cultivo de papa. En este sentido, el desarrollo alimentario, nutracéutico y agroindustrial de los tubérculos andinos puede ofrecer perspectivas de gran valor en la economía de los países andinos si se reconsidera su amplio potencial todavía sin explorar. Sin embargo, para poder entender las capacidades inexploradas en los tubérculos andinos y rescatar de la memoria colectiva su cultivo, uso y sabor, es imprescindible recordar sus características básicas, las cuales se describen a continuación.

Ibia (Oxalis tuberosa Molina)

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Fotos: Clavijo, 2010.

Origen y distribución

La ibia es una planta endémica de los Andes que pertenece a la familia de las oxalidáceas (Campos, 2010). Hay varias hipótesis sobre su lugar de origen, pues se le atribuye a Ecuador, al sur de Colombia y a Bolivia. De Perú se presume que produjo este especie en sus tierras altas del sur, donde se supone que se domesticaron sus primeros parientes silvestres, también se cree que el cultivo progresivo y las migraciones humanas la fueron extendiendo a otras regiones (García, 1974). Se estima que su antigüedad puede datar del 8000 a.C., según hallazgos de este tubérculo en tumbas encontradas en la costa peruana, lejos de su supuesto lugar de origen. Sobre la importancia y consumo de este tubérculo, en la época precolombina, Garcilazo de la Vega, 1617 (citado por Orbegoso, 1957) en su obra Comentarios Reales de los Incas, dice:

Hay otra legumbre que se llama oca, es de mucho regalo, es larga y gruesa, como el dedo mayor de la mano; cómenla cruda porque es dulce, y cocida y en sus guisados, y la pasan al sol para conservarla y sin echarle miel ni azúcar parece conserva, porque tiene mucho dulce.

Efectivamente, al igual que los otros tubérculos, esta especie constituía un importante componente de la dieta precolombina. De hecho, hasta nuestros días es reconocida como el segundo tubérculo más importante en los Andes. Es una planta cultivada en climas fríos, a una altura de 2600 y 4000 msnm. Sin embargo, el límite de altitud con mayor concentración de parcelas y mayor producción, está entre los 3000 y 3800 msnm (Tapia y Fries, 2007). Dependiendo de la altura en la que se cultive, su ciclo puede durar entre 7 y 10 meses3. En los Andes, el cultivo se puede desarrollar con precipitaciones anuales de 570 a 2150 mm. Tolera bajas temperaturas y prospera en climas moderadamente fríos; las heladas afectan su follaje pero sus tubérculos poseen excepcionales capacidades regenerativas, pero las temperaturas mayores a 28°C causan la muerte de la planta. Esta especie es indiferente a los tipos de suelo y tolera terrenos con acidez entre 3,5 y 7,8 pH (Bernal y Correa, 1998).

O. tuberosa está distribuida en los siguientes países: Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela y ha sido introducida en México y Nueva Zelanda (Bernal y Correa, 1998), tomando diversos nombres comunes, según la zona y el país de cultivo (véase tabla 2). De acuerdo a registros y ejemplares depositados en el Herbario Nacional Colombiano, es cultivada en los departamentos de Cauca, Cundinamarca, Boyacá y Nariño, donde se han recolectado en altitudes comprendidas entre 2700 y 3600 msnm.

Tabla 2. Nombres vernáculos y distribución geográfica de Oxalis tuberosa Molina

LUGAR NOMBRE
Colombia-Departamentos de Cundinamarca y BoyacáIbia Ibia
Colombia-Departamento del Cauca Piga-Mishi
Colombia-Departamento de Antioquia Papa ibia
Colombia y Mérida Venezuela Cuiba
Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Andes de Venezuela Huisisai
Colombia, Bolivia, Chile, Ecuador y Cuzco (Perú) Oca en castellano; oka/oqa en quechua y apilla en aymara
 
México
 
 
Papa extranjera/papa colorada
 

Fuente: adaptado de Villamizar, 1985.

Descripción botánica

La ibia es una planta herbácea perenne, de 20 a 70 cm de alto, con tallos aéreos erectos, densamente pubescentes, simples o poco ramificados. Los tallos son muy abundantes y brotan de la base de la planta, donde nacen también numerosos estolones con engrasamientos terminales (tubérculos); poseen entrenudos más cortos y delgados en la parte inferior. Produce tubérculos con formas ovoides, claviformes y cilíndricos; con colores que van desde el blanco, crema, amarillo, pasando por el naranja, rojizo, violeta oscuro, hasta los morados. Las hojas son alternas y trifoliadas, similar a las del trébol. Su inflorescencia consta de dos cimas de cuatro o cinco flores hermafroditas generalmente de color amarillo, dispuestas sobre pedúnculos largos de 10 cm a 15 cm y aparecen en las axilas de las hojas superiores. Rara vez produce fruto, ya que es común que las flores se desprendan poco después de abrirse. (Barrera et al., 2004).

Aspectos agronómicos

» Siembra

La ibia se siembra en pequeñas parcelas en las laderas de los cerros de las regiones altas de las cordilleras colombianas; sin embargo se encuentran cultivos en zonas más bajas que las requeridas. Frecuentemente se encuentra sembrada en asocio con el cubio y suele rotarse con otros cultivos de la región andina, como el maíz, otros tubérculos y algunas leguminosas. Para la siembra se hace en surcos inclinados casi verticales, distanciados unos de otros en aproximadamente un metro. Se emplean de tres a cuatro semillas por sitio, las cuales se colocan cada 0,4 m a una profundidad promedio de 0,1 m para una densidad de siembra de 25 000 plantas/ha Las herramientas utilizadas para la siembra son el arado y el azadón, al igual que en la siembra del cultivo de papa (Villamizar, 1985 y Suquilanda, 2010). Evaluaciones efectuadas en Puno, Perú, llegaron a la conclusión que la densidad óptima de plantas de ibia en un cultivo está entre 66 000 a 80 000 plantas-ha-1, con una distancia de siembra de 0,50 m entre surcos y 0,37 m entre plantas, dando un rendimiento de 72 t-ha-1 (Bernal y Correa, 1998).

» Suelos y fertilización

Por lo general, el cultivo de ibias al igual que el de rubas y cubios, no es fertilizado por los agricultores andinos por tratarse de un producto para autoconsumo, o por sembrarse seguido de un cultivo de papa, del cual aprovecha los remanentes de fertilización sintética. A pesar de que la planta presenta rusticidad y se adapta a suelos pobres en nutrientes, prefiere tierras francas, profundas y con buen contenido de materia orgánica (Tapia y Fries, 2007). Responde muy bien a la fertilización orgánica, complementada con nitrógeno y fósforo a niveles adecuados de 80-40-0.

» Manejo de plagas y enfermedades

Un estudio realizado por Emma (Villamizar, 1985) en el departamento de Cundinamarca, determinó que las larvas de insectos son las principales plagas del cultivo, sin embargo no se realizó una descripción o identificación detallada sobre sus especies. Investigaciones posteriores realizadas por César Tapia (2000) y Mario Tapia y Ana M. Fries (2007) —esta última en Perú y Bolivia—, reportan que el principal problema en el cultivo de la ibia es la presencia de un crisomélido (coleóptero) que en estado adulto ataca el follaje, y en estado de larva los tallos y tubérculos. Los gusanos de tierra (Copitarsia turbata) causan daño a los órganos subterráneos, y los pulgones (Macrosiphum euphorbiae) atacan a los órganos aéreos; también se encuentran trips (Frankiniella tuberosi) y epitrix (Epitrix subcrinita). En 2007 se reportó al gusano blanco (Bothynus sp.) como plaga de tubérculos.

De acuerdo a información suministrada por agricultores de Turmequé y Ventaquemada, en los cultivos de ibias también se presentan trozadores (estado larval de insectos pertenecientes al orden de los lepidópteros) y chizas (larvas del orden de los coleópteros). Algunas de las plagas son las mismas que atacan los cultivos de papa; sin embargo, el control más efectivo es la adecuada rotación de los cultivos, así como el uso de semilla sana y la siembra de variedades en mezcla. Las enfermedades causadas por hongos y bacterias suelen ser poco frecuentes, sin embargo Montaldo (1991) realizó un listado de los patógenos que han sido encontrados en cultivos y la respectiva región de siembra de tubérculos.

Tabla 3. Enfermedades reportadas para Oxalis Tuberosa Molina

Fuente: adaptado de Montaldo, 1991.

» Cosecha

El indicador fenológico para la época de cosecha de ibia, es la marchitez de la planta. En Perú, la duración del ciclo es de 6 a 7 meses, en Colombia, según Villamizar, difiere entre 8 y 11 meses, dependiendo de la variedad y el piso altitudinal. El rendimiento del tubérculo pueden fluctuar dependiendo de la zona, el tipo y fertilidad de suelo, el manejo, la variedad y su estado fitosanitario. Al respecto, Cadima (2006), afirma que los rendimientos reportados para la ibia en Ecuador no sobrepasan las 2 t/ha, aunque a nivel experimental se han obtenido de 15-28 t/ha. En el Perú, tiene una producción promedio de 5 t/ha, mientras que en Bolivia tiene un promedio de 3 t/ha, según reportó el INE en 1999. En Colombia, de acuerdo a un estudio realizado por Villamizar (1985), en el municipio de Chocontá se hablaba de rendimientos promedio de 15 a 33 toneladas/ha, mientras que en los municipios de Turmequé y Ventaquemada se pudo estimar un rango entre 5 y 10 toneladas/ha, en fincas de pequeños agricultores (Clavijo, 2011).

» Usos