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Clínica psicoanalítica

DOCE ESTUDIOS DE CASO Y ALGUNAS NOTAS DE TÉCNICA

CECILIA MUÑOZ VILA

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Reservados todos los derechos

© Pontificia Universidad Javeriana

© Cecilia Muñoz Vila

Primera edición: Bogotá, D. C., abril del 2014

ISBN: 978-958-716-685-9

Número de ejemplares: 200

Impreso y hecho en Colombia

Printed and made in Colombia

Editorial Pontificia Universidad Javeriana

Carrera 7a Núm. 37-25, oficina 1307

Edificio Lutaima, Bogotá-Colombia

Teléfono: 3208320 ext. 4752

www.javeriana.edu.co/editorial

Bogotá, D. C.

 

 

Corrección de estilo:

María del Pilar Hernández Moreno

Diseño:

Isabel Sandoval

Diagramación y montaje de cubierta:

Juanita Giraldo

Desarrollo ePub:

Lápiz Blanco SAS

 

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Muñoz Vila, Cecilia Teresa

Clínica psicoanalítica : doce estudios de caso y algunas notas de técnica / Cecilia Muñoz Vila. -- 1a ed. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2014. -- (Colección saber, sujeto & sociedad).

302 p. ; 24 cm.

Incluye referencias bibliográficas (p. 297-301).

ISBN: 978-958-716-685-9

1. PSICOANÁLISIS - ESTUDIO DE CASOS. 2. TERAPIA PSICOANALÍTICA. 3. TÉCNICAS PSICOTERAPÉUTICAS. 4. CONCIENCIA (PSICOLOGÍA). 5. CIENCIAS SOCIALES Y PSICOANÁLISIS. I. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Psicología.

CDD               131.34 ed. 15

Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J.

ech.                                                                               Marzo 25 / 2014

Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin la autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

PRÓLOGO

All the world is a stage

And all the men and women merely players

They have their exits and their entrances

And one man in his time plays many parts

His acts being seven ages

WILLIAM SHAKESPEARE, As You LIKE IT

En la literatura psicoanalítica, cada día más abundante y por momentos abrumadora, son poco frecuentes las recopilaciones de historiales clínicos en los cuales un analista, con aceptación explícita de su paciente, se propone abrir las puertas de la intimidad del consultorio analítico para permitir el ingreso de un tercero. Son, con seguridad, muchas las explicaciones posibles a una constatación cuya evidencia no demanda mayores pruebas, y no me detendré en el inventario de aquellas. Me basta con señalar que la protección de la privacidad de la experiencia analítica es tan solo una de ellas, quizás la más importante, aunque dista mucho de ser la única.

Mas si lo infrecuente de tales narraciones es un hecho claro en las publicaciones especializadas, el propósito adquiere características excepcionales si se trata de buscar intentos que apunten a llevar historiales semejantes hasta las manos del lector no especializado en vía de formación. Además de los elementos ya evocados, se plantean aquí preguntas tan esenciales como inquietantes —a las cuales la inmensa mayoría de los psicoanalistas evita enfrentarse siquiera—.

En estas simples anotaciones introductorias me apoyo para subrayar el primer valor del hermoso, apasionante y apasionado proyecto que Cecilia Muñoz ha hecho realidad y que el lector podrá descubrir en las páginas que siguen. Como lo señala en su introducción, desde los inicios de su formación como psicoanalista quiso hacer llegar “a un público mayor la realidad de lo que sucede en una hora de charla, interesante y emocional, continuada por años, y permitirle ver los efectos que ese diálogo fructífero tiene sobre el desarrollo mental”. Todo esto con la intención, cuando no la necesidad, de compartir con quienes aún no han emprendido una aventura semejante, lo que de bello y terrible conlleva la exploración del psiquismo humano. Requerimos entonces, como lectores, de la capacidad de quien escribe para ampararnos, para hacer soportable lo insoportable sin ocultarlo, para transmitirnos la verdad de lo que allí ha ocurrido sin deformarla. Y es que la importancia de la dimensión narrativa no se limita aquí al trabajo de psicoanálisis. Concierne también a quien transforma estas vivencias en un relato que podamos leer y nos toque en lo más hondo. A través de las conmovedoras historias que leemos —en el sentido profundo del calificativo y no en el significado edulcorado y sentimental que se ha tendido a atribuirle en el lenguaje cotidiano— descubrimos que aquello que ocurre a otros también se encuentra en nuestro interior. Bastaría tan solo ayudarlo a expresarse, para que se hiciera manifiesto. Vivenciamos entonces lo que de bello y terrible hay en nosotros mismos. Para dar un paso semejante, necesitamos de un intérprete, y es esta una de las funciones que desempeña el psicoanalista: en su labor cotidiana en el consultorio, a veces también cuando escribe, como lo hace la autora de este libro.

De su capacidad narrativa puedo dar fe, en primer término, como lector de sus libros y artículos desde hace tiempo. En segundo lugar, por haberla vivido a través de los años, en el marco de una amistad sin falla: conversar con ella, alrededor de una taza de café y con el infaltable cigarrillo, es asistir a la posibilidad de poner en palabras, como si se tratara de una evidencia, lo que apenas unos momentos antes carecía de ellas. Finalmente, y de manera particular, puedo afirmar que lo he vivenciado por haber tenido la grata experiencia de coescribir con ella un libro1 que también apuntaba a llevar al lector no especializado nuestro asombro ante el desarrollo del psiquismo del ser humano y nuestra solidaridad con los padres que, como nosotros, se perdían a veces entre las dificultades de la crianza.

El don narrativo es un bien raro y, a la vez, un atributo indispensable si se quiere acometer una tarea como la que Cecilia se ha propuesto en este libro. Según Sartre, “para que el evento más banal devenga una aventura, se requiere, y es requisito suficiente, que alguien se ponga a narrarla”. La autora nos invita a acompañarlos, a ella y a sus pacientes, en la innegable aventura que es siempre un psicoanálisis. Y, ciertamente, la historia sin relato resulta impensable, mas ¿es acaso suficiente? Algunos autores han planteado que se requieren tres reglas básicas para que la narración de un caso entre en concordancia con el historial de dicho caso. La primera consiste en anclar firmemente la narración en la realidad, por medio de una fecha, una edad y un nombre propio, incluso si este último es ficticio y las condiciones de la “realidad” cambiadas para proteger al paciente. La segunda regla apunta a separar la temporalidad del relato de la temporalidad de la historia: el comienzo y el final del relato no coinciden con el comienzo y el final de la historia, que empezó sin nosotros y terminará del mismo modo. La tercera regla (y es quizás la más importante de las tres) es la del vínculo pleno de tensión entre las primeras representaciones, las que siguen y las últimas: como en el análisis, las unas conllevan un eco anticipado, anuncio del desfase sin el cual no se podrían escuchar las otras.2 Las narraciones de las aventuras psicoanalíticas de José, Clara, Juana, Inés, Berta, Paulina, Magdalena, María, Miguel, Ignacio, Jorge y Daniela, hacen de ellas historiales en el pleno sentido de la palabra y según las reglas que acabo de presentar.

El historial clínico —en este caso preciso, el historial psicoanalítico—:

mantiene con las otras historias, trátese de casos literarios o de la gran Historia, relaciones a la vez distantes y próximas. La distancia se produce porque el historial nos llega a través de una boca, y las otras historias [...] a través de un texto. La proximidad corresponde a los medios utilizados: deducciones, especulaciones, construcciones e interpretaciones son cada vez las vías de acceso singulares a aquello que consideramos la verdad. Cada vez, también, nos confunden mientras, al mismo tiempo, nos aportan la tan esperada evidencia.3

Con sus estudios históricos y sus investigaciones sociológicas y psicoanalíticas, Cecilia tiene una vasta experiencia en esto de los testimonios, los narradores, el quién habla en verdad en un momento preciso, más allá de las evidencias.

Son numerosos los puentes que podrían ser tejidos entre los distintos seres cuyas narraciones han sido aquí transformadas en historiales. Me quiero limitar, en el marco de este prólogo, al hilo rojo que constituye la multiplicidad de personajes que habitan nuestra mente. Padres, madres, hermanos, hermanas, hijos, hijas, hombres, mujeres, adolescentes de ambos sexos, niños, niñas, bebés, todos con estados afectivos y mentales variados, a veces cambiantes, otras estáticos, al menos en apariencia. El “Je est un autre” de Rimbaud se hace aún más complejo y desconcertante, pues el yo-pronombre no es solamente “un otro”, sino muchos otros y en ocasiones nadie, nada y ninguno. Tampoco corresponde casi nunca al yo que sentimos más cercano, el mismo que nos lleva en el discurso más cotidiano a decir “yo” (pienso, siento, creo, deseo, amo, odio, ignoro, etc.). Y es que, para el psicoanálisis, el sujeto no es el individuo. El Yo (con mayúscula), que no es más que una de las tres instancias de la personalidad, está conformado en buena parte por identificaciones con otros seres, en particular los padres. Podríamos decir, en tal sentido, que el solo Yo es en sí mismo una familia, una familia interiorizada. Se conforman así escenarios psíquicos con personajes, situaciones y parlamentos que buscan repetirse en el afuera, una y otra vez. No somos por consiguiente individuos, en el pleno sentido de la palabra, sino que estamos constituidos por una multitud y la unidad a la que aspiramos —y nunca alcanzamos, incluso después del análisis, por la esencia misma de lo humano— pasa inevitablemente por el reconocimiento de esta realidad interior.

Tal y como lo señaló William Shakespeare, “All the world is a stage”. Las historias humanas que leeremos en este libro nos confrontan una y otra vez a la verdad de las palabras de quien ha sido considerado, por analistas como Wilfred R. Bion y André Green, un gran psicoanalista. Cecilia Muñoz, quien lee con pasión sus obras una y otra vez, estará quizás de acuerdo conmigo si agrego a la lista de sus maestros el nombre de este gigante de la literatura. Su manera de trabajar y de poner en escena los historiales aquí presentes, incluso de concluirlos a veces con un teatro dentro del teatro, también le rinden homenaje a Shakespeare. Mis agradecimientos a Cecilia por hacernos partícipes de la maravillosa, dolorosa y alegre travesía que realiza con cada uno de sus analizandos.

ALEJANDRO ROJAS-URREGO

Psiquiatra psicoanalista

INTRODUCCIÓN

Exponer el trabajo clínico para efectos docentes tiene toda la legitimidad académica, pero en el interior de mi mente, como analista, queda una sensación de exhibición al dejar ver tanta intimidad. Sin embargo, la posibilidad de publicar estos trabajos fue considerada con los pacientes y ellos estuvieron de acuerdo con que tal vez otras personas podrían beneficiarse al encontrar trozos de sus propias vivencias en estas narraciones clínicas. En esta actitud está presente una cierta generosidad que se va instaurando en las mentes de los analizandos, cuando comienzan a pensar en el otro, en esos que escasamente veían desde su narcisismo cuando iniciaban el trabajo analítico y en aquellos en los que el surgimiento pleno de su ser y la reducción de la mirada inquisidora, tiránica, invasora, necesitada o ausente del objeto que les había impedido vivir, fue reconstruida por una mirada más benévola, más tolerante y más presente por medio del proceso terapéutico. La mayoría de estos artículos han sido publicados anteriormente o presentados en jornadas psicoanalíticas en el país o en congresos y reuniones internacionales. También han sido utilizados como material de clase para explorar estados de la mente de los pacientes, atmósferas emocionales presentes en sesión, estados mentales del analista, para mostrar expresiones clínicas de ciertos conceptos o para explicar nuevas ideas que surgieron de ellos. La identidad de las personas queda salvaguardada, la de la analista no.

Con este libro intento mostrar cómo, bajo el esquema teórico desarrollado por Freud, Klein, Bion y Meltzer es posible entender el funcionamiento psíquico de la mente humana. Estos cuatro autores con sus valiosos aportes construyeron un esquema conceptual coherente que se fue expandiendo a lo largo del tiempo. Su enfoque me ha servido de guía para los artículos teóricos, técnicos y clínicos que he escrito. Guía que está enmarcada en la metapsicología ampliada e incluye las siete dimensiones de la mente: estructural, dinámica, económica, genética, geográfica, epistemológica y estética. La dimensión estructural nos permite describir la forma como se construye, se desarrolla o se perturba la mente, cuando predomina en ella una de las instancias psíquicas en detrimento de las otras (ello, yo, superyó; self, objetos, parte psicótica o no psicótica de la mente; partes infantiles o parte adulta de la personalidad). Por medio de la dimensión económica observamos los principios de funcionamiento convertidos en atmósferas psíquicas internas, escenarios con actores y acciones egoístas o altruistas, pesimistas u optimistas, fuertes o débiles, activas o pasivas, preponderantemente masculinas o femeninas, impulsivas o moderadas, vivas o muertas, que determinan la manera como miramos y nos contactamos con los otros seres humanos en el mundo externo. Con la dimensión dinámica reconocemos los mecanismos que usa la mente para vérselas con el dolor mental, las angustias persecutorias, depresivas o confusionales: proyección; represión; negación; renegación; escisión; idealización; identificaciones introyectiva, proyectiva, adhesiva o por aferramiento. Todos estos mecanismos producen modificaciones en la estructura de la mente y en las relaciones entre el self y los objetos. La dimensión genética nos permite mirar de cerca las organizaciones libidinales (oral, anal, uretral, fálica o genital) que se expresan en las relaciones entre el sí mismo y los otros. A partir de la dimensión geográfica podemos ver la conformación del espacio psíquico, el adentro y el afuera, el interior y el exterior de los objetos externos e internos, los personajes que se encuentran en el interior o que viven permanentemente en los tres espacios del claustro de la madre, con todos los fenómenos claustrofóbicos que generan. La dimensión epistemológica que nos permite explorar la construcción y perturbación en la conformación y usos de los pensamientos, la matriz del pensar con configuraciones como continente-contenido, desintegración-integración, con ataques a las funciones mentales del yo y el aparato para pensar con la función alfa, elementos alfa y barrera de contacto o con limitaciones cuando predominan los elementos beta y la pantalla beta. Dimensión que implica la diferenciación entre estados mentales y no mentales y socioanimales como los que surgen de las emociones intensas que se suscitan por conflictos no resueltos en el grupo de trabajo y que abren el espacio al funcionamiento grupal o individual bajo los supuestos básicos; así como las diferenciaciones entre el conocimiento dirigido a comprender y a controlar el mundo, el conocimiento de la verdad y el conocimiento mentiroso.

Finalmente, la dimensión estética nos permite describir la vivencia estética, el impacto estético en la relación inicial entre la madre y su bebé, contacto lleno de riqueza sensual, emocional y de comunicación, pero también generador del conflicto estético, cuyo elemento trágico se ubica no tanto en el carácter transitorio del contacto como en el carácter enigmático del objeto, esa incertidumbre, desconfianza y hasta sospecha con relación a ese objeto maravilloso que se acerca y se aleja. De la tolerancia a la ‘nube de ignorancia’ surge la posibilidad de desarrollar los vínculos positivos de amor, odio y conocimiento, reconociendo la presencia de los negativos, pero sin usarlos como salida fácil al conflicto, alejándose del objeto misterioso, con movimientos que dañan el crecimiento de la propia mente y maltratan a los objetos cercanos.

En la primera parte de este libro se presentan doce capítulos, en cada uno de los cuales se incluye una descripción del paciente y del proceso analítico, con reconstrucciones hechas por mí o con material directo de sesión, cuya historia y desarrollo intento explicar por medio de los esquemas conceptuales descritos en esta presentación. Los capítulos clínicos son: el edecán de la madre; la pérdida de la primogenitura; objetos que abandonan y atacan, la sombra del objeto aniquila; intolerancia a la separación; imposible desprenderse del objeto; identificaciones perturbadoras; en el terreno de la inexistencia; en medio de un gran duelo; madres deprimidas aplanan la mente de sus hijos; la construcción de la mente; imágenes de despedida. En ellos puede verse la integración entre la fenomenología clínica y la teoría como marco interpretativo.

En la segunda parte de este libro se presentan cuatro capítulos con reflexiones sobre técnica psicoanalítica. En el primero se hace un paralelo entre la cualidad de la relación madre-bebé y analista-paciente ilustrado con material de analizandos en sesión; en el segundo se presenta un esquema de factores que subyacen la función analítica receptiva y que se ilustra con material del “Hombre de las ratas” de Freud; en el tercero se hace una descripción de los factores que están detrás de la función analítica interpretativa y que se ilustra con material de Klein del caso Ricardito. En el cuarto capítulo se presenta una revisión histórica sobre los conceptos de transferencia y contratransferencia en la obra de Meltzer.

PARTE A

REFLEXIONES SOBRE CLÍNICA PSICOANALÍTICA

1. EL EDECAN DE LA MADRE (UNA DEPRESIÓN MELANCÓLICA)

En este capítulo presento el caso de un paciente deprimido con el cual trabajé durante dos años y que me llevó a explorar teóricamente el doloroso estado mental de la melancolía. Expongo primero algunos datos sobre la historia personal de José, sobre el proceso analítico y sobre el estado depresivo del analizando. Enseguida presento en forma separada los sueños, por considerarlos importantes para la comprensión del estado mental de la melancolía y su recuperación. Finalmente uso las reflexiones que Freud, Klein, Meltzer y Harris desarrollaron sobre la depresión melancólica y los mecanismos psíquicos subyacentes. En las reflexiones finales presento una hipótesis sobre la relación que existe entre la depresión melancólica y la identificación proyectiva, y desarrollo algunos lineamientos sobre el trabajo analítico que puede realizarse con analizandos que padecen este tipo de trastorno.

José era el hijo menor de una familia de clase media caldense. Su padre fue un excelente ingeniero que estuvo siempre muy cerca del poder. Era amigo personal de ministros y ellos tenían en alta estima sus opiniones. Trabajó en varias empresas de ingenieros en Bogotá, para asegurar un buen ingreso para su familia y fue, durante muchos años, subgerente de una empresa industrial. La familia la constituían los dos padres y tres hijos. Los dos hijos mayores eran unos muchachos que habían sido siempre excelentes estudiantes. El primogénito tuvo siempre un carácter muy agresivo mientras que el segundo y José eran de carácter más dulce. Este último fue siempre el buen hijo de la familia, el niño apegado a sus padres. Viajó con ellos por el mundo y estos viajes fueron vividos y recordados siempre como idílicos. Durante estos periodos sus hermanos se quedaban estudiando en Bogotá y el trío padre-hijo-madre vivía, en los periplos, largos lapsos de calma.

LA VIDA DE JOSÉ

El padre se alejó de su familia de origen desde muy joven y nunca retomó contacto con ella. Por esta razón, José no se sentía ligado a esta parte de su familia. La cercanía era con los parientes de la madre. El abuelo materno murió cuando la madre era joven y ella tuvo que encargarse económicamente de su familia: trabajaba y se hizo cargo de alimentar y educar a sus hermanos y a su madre. Cuando se casó, siguió ligada a su familia y la visitaba con frecuencia. José recuerda que iban, casi diariamente, a visitar a su abuela y a sus tíos. Cuando la abuela murió, la casa continuó existiendo hasta que sus tíos se casaron y sus tías se fueron a vivir a Europa. José recuerda a la abuela como alguien cariñoso de quien siempre recibió mucho afecto. Ella murió cuando él tenía diez años. Las tías son cercanas en sus afectos y las visita con frecuencia.

Cuando José tenía 21 años su padre murió de repente. Él estaba en su casa, su madre lo despertó y le pidió que fuera a buscar al médico, pero cuando este llegó el padre acababa de morir. La madre entró en una depresión muy profunda que nunca superó. José quedó a cargo de su madre, pues sus hermanos mayores ya se habían casado. Un tiempo después de la muerte del padre, la madre desbarató la casa y vendió muchas de las cosas del padre, lo único que conservó fueron los muebles y la biblioteca del padre, porque los hijos se negaron a venderla. Dos años después, José se casó y él y su mujer vivieron con su madre hasta que ella murió. José llegó a análisis cinco años después de la muerte de la madre; según decía, al principio no sintió mucho dolor, pues la madre padeció durante sus últimos años una larga y dolorosa enfermedad y la muerte representó un alivio para ella.

José y su mujer tuvieron dos hijos hombres: el primero, dedicado a la música, recibió una beca para ir a estudiar violín en Alemania. Llevaba dos años en Berlín y José pensaba que esa ida lo había entristecido mucho. Este hijo era de carácter fuerte como su hermano mayor, mientras que el menor se parecía a él y había sufrido con su hermano igual que él. Esos hermanos mayores no habían tolerado la llegada de los menores. A José su hermano lo echaba del cuarto y era cruel con él y con sus padres. Fue un muchacho problemático por su rebeldía, pero había dado muchas alegrías a sus padres con los éxitos en el colegio y en la universidad. José, por el contrario, no fue buen estudiante, siempre tuvo problemas y se sentía incapaz. Estudió, como su hermano y como su padre, ingeniería civil y fue en la universidad donde conoció a su mujer. No tuvo éxito en su profesión pero se convirtió en un buen administrador y desempeñó cargos importantes en instituciones del Estado. Por ocupar casi siempre cargos directivos, cambió mucho de empresas. El único trabajo que conservó a lo largo de su vida fue el de profesor universitario. Cuando entró a análisis era asesor de una entidad gubernamental y no se encontraba a gusto, pues sentía que no rendía lo suficiente.

Seis meses antes de entrar a análisis vivió un evento que consideraba ‘aterrador’: su mujer estaba organizando su floristería en un nuevo local que había comprado y él le estaba haciendo una remodelación. Un día que visitó la obra, advirtió que el maestro se había equivocado en la construcción de una pared divisoria y él, en forma muy agresiva, cogió un mazo y la destruyó. En ese momento se sorprendió de su reacción y pensó que nunca hubiera sospechado que sería capaz de tener tanta rabia. Esta situación y dos eventos sociales en los que reaccionó violentamente en una discusión con amigos, lo llevaron a pensar que algo raro le estaba sucediendo y por esta razón decidió pedir ayuda.

Poco a poco había perdido la comunicación con su mujer, a quien quería mucho. Otro tanto le había pasado con sus hijos y con sus amigos. Todos estaban preocupados por su silencio e inactividad. Generalmente, cuando llegaba a la casa, se sentaba en la silla anteriormente ocupada por su madre y se adormecía en ella. No había podido ni siquiera volver a leer y decía que no se le ocurría ninguna idea, que sentía la mente vacía cuando la gente le hablaba. Salía muy poco de su casa y cuando lo hacía era porque su mujer lo forzaba a hacerlo.

ALGUNAS NOTAS SOBRE EL ANÁLISIS DE JOSÉ

Cuando José llegó a análisis era un hombre de 50 años, encanecido, caminaba encorvado y muy lentamente. Me informó de su decisión de venir a verme porque desde hacía algún tiempo sentía que se entristecía mucho y que algunos meses atrás la voz se le quebraba con frecuencia. En realidad, durante esa sesión y a lo largo del primer año de análisis, le flaqueaba la voz casi constantemente. Cualquier tema de conversación que tuviera que ver con su trabajo, con su familia, con él mismo, le producía el quiebre de voz. Desde el primer momento se acostó en el diván y me sorprendió su quietud absoluta y su manera lenta de acostarse. Su caminar encorvado y lento me hacía pensar en un anciano. Me di cuenta, poco a poco, de que su manera de moverse expresaba su depresión.

Como buen racionalista y escéptico que era, José rechazaba cualquier referencia a lo psíquico y a las fantasías internas; para él no existían sino los eventos externos. Sin embargo, desde el primer momento apareció un material en el que se veía una cultura familiar donde los duelos no se aceptaban. El padre nunca les habló de sus muertos y con su madre no volvieron a hablar del padre, pues él sentía que esto la entristecía mucho. Cuando ella murió tampoco se habló de ella. En realidad, no tenía con quién hablar de esas muertes. En su casa no se recordaba a los muertos sino que por el contrario, se evitaba hacerlo. A medida que el análisis avanzaba descubrimos que José no había expresado nunca el dolor de la muerte de su padre, porque trataba de aliviar el dolor de la madre. No tuvo dónde depositar todo su dolor y, en cambio, tuvo que contener el de la madre. En el material apareció el niño juicioso que siempre había sido y que lo seguía siendo. En la situación analítica sentía que no podía quedarse callado en sesión porque entonces no era el paciente juicioso que él esperaba ser. Como esposo era responsable y jamás le había sido infiel a su mujer. Como empleado no podía llegar tarde al trabajo y se sentía muy mal si, por alguna razón, no había mucho por hacer. Lo más importante para él era cumplir con las normas, aunque no estuviera de acuerdo con ellas y no podía fallar porque se sentía muy mal.

Su mayor problema era la tristeza y la imposibilidad de comunicarse adecuadamente con su familia y con los amigos. Socialmente, se pegaba a su mujer y trataba de oír lo que la gente decía pero se recriminaba porque no era una persona habladora y entretenida como antes y no sabía qué era lo que le impedía hablar. Todo el tiempo estaba pensando: “no sé qué decir”, “no puedo decir nada” y en realidad se observaba constantemente, recriminándose su estado deprimido y silencioso.

Yo sentía que era una persona que tenía unos padres muertos dentro de él y que simplemente los seguía acompañando en la tumba. Se había vuelto tan silencioso como esos padres y la silla en la que se sentaba era como el regazo de la madre muerta. Él cuidó de la madre a la muerte de su padre y esa función la cumplió a cabalidad. Cuando la madre murió, él mismo se convirtió en la madre muerta.

Las sesiones en general comenzaban con un largo silencio por el cual se recriminaba y se daba la orden de hablar. Yo le mostraba que se sentía como un niño necio que no cumplía con su obligación y comenzaba a regañarse. No tenía ninguna tolerancia a su estado, se reprochaba y podía ver cómo una parte de él era cruel e intolerante con su parte deprimida y silenciosa. Sentía igualmente que se había convertido en un mal marido, en un mal padre, en un mal trabajador y hasta en un mal amigo, porque no podía cumplir con las demandas de buen desempeño que había internalizado.

Durante el primer tiempo del análisis retomamos las muertes. Era lo que parecía importante. Yo trataba de reconstruir lo que le había sucedido al morir el padre, su dolor, su sensación generalizada de pérdida de afecto, de posición social y de futuro. Trataba de recuperar la imagen del padre, recordándole aspectos que él mencionaba o que yo conocía o imaginaba y hacía lo mismo con la madre. Trataba de ponerlo en contacto con su dolor y señalarle que tal vez ese dolor había adquirido fuerza propia y se expresaba a través de su voz y su lentitud.

Vimos también cómo su hermano fue el receptor de toda su maldad, egoísmo, agresión y desesperación y que esto le permitió convertirse en el niño todo bondad, todo generosidad, todo amabilidad, todo cordura y todo sumisión. Se había transformado en un niño seudomaduro. Exploramos cómo en su mente el adentro se había convertido en bueno y deseable, mientras que el afuera se había teñido de peligroso y desagradable, lo que produjo una claustrofilia que lo tenía bastante inmovilizado.

En muchas sesiones, José recordaba el tiempo que él y su madre pasaron juntos, encerrados en el cuarto de la madre, uno al lado del otro “metidos, cada uno, en el silencio del otro”. Poco a poco vimos con claridad cómo José se metió dentro de la madre deprimida, se perdió dentro de ella y no encontraba el camino para salir de allí. Relacionamos esto con el cuento de Hansel y Gretel, cuando perdieron la miga de pan que los guiaba de vuelta a la casa de los padres. Él perdió su interés en el afuera, se encontraba dentro de la madre-bosque y no veía cómo podría salir hacia el afuera, hacia el mundo de su familia y sus amigos.

LA DEPRESIÓN

El padre era para José todo fuerza, actividad y creatividad. Cuando murió, él y su madre quedaron muy unidos, se sumieron en el silencio y no volvieron a hablar del padre. Cuando ella murió, él inició un proceso que lo sumió en una gran tristeza, con sentimientos de soledad, aislamiento y pasividad. Los síntomas eran el quiebre de voz y el llanto a flor de piel. Perdió, casi totalmente, la comunicación hacia fuera. Los objetos internos, padre y madre, murieron dentro de él, él se quedó solo, al lado de su hermano mayor, pues el segundo vivía fuera del país. Estaba ahora al lado de quien desde pequeño y a lo largo de la vida había sido un objeto perseguidor. Una parte suya, la que era cálida y tranquila, aunque triste, se sentía invadida por una parte persecutoria que lo recriminaba, lo orientaba siempre hacia el futuro mejor, con afán de salir siempre de la actividad en la que se encontraba. Oscilaba entre sentirse recluido, inactivo, habitante de un lugar silencioso o perseguido y en peligro.

Debido a su estado depresivo-melancólico aparecía con frecuencia en el material un sentimiento de omnipotencia que estaba detrás de la idea de omnidemanda y obligación de cumplirla. Si no se hacía lo previsto se sentía muy rebajado. Esto quedó muy claro cuando en una reunión en la oficina no pudo decir nada, porque hablaban de un tema que no le competía a la sección donde él trabajaba y tuvo la sensación de omnidemanda y necesidad de responder omnipotentemente a ella y, al no poder hacerlo, se sintió muy incompetente.

A veces me parecía que José era una persona en la que la función ‘continente-contenido’ fallaba y se convertía en un contenido que no tenía en cuenta el continente. Su proceso mental era como el de una madre que diera de mamar y en lugar de mirar el efecto del alimento en el bebé pensara: “¿será que la leche es buena?”, “¿tendrá vitaminas?”, “¿será dulce?” y en ningún momento se preocupara por el bebé que recibía la leche, en cuyas actitudes podría encontrar el reflejo del efecto de la mamada. Lo que hacía o decía solo lo evaluaba en términos de bondad en sí y no con relación a la reacción del otro. Predominaba en él una pregunta: “¿estaré haciendo o diciendo lo mejor?”. Al no tenerse en cuenta la reacción del depositario, sino la cualidad del emisor o de lo emitido, no se daba un vínculo sino una mirada narcisista. Este proceso quedó claro en una carta escrita a su hijo, en la que le contaba un poco lo que le estaba pasando y se preguntaba si estaría bien hecho, si habría sido claro, si no debía hablarle de manera más concisa o más explícita, pero nunca consideraba la reacción que la carta pudiera producir en su hijo.

A lo largo del proceso, él estaba constantemente observándose y criticándose y esto le impedía atender lo que sucedía en el exterior. En ciertos momentos estaba tan preocupado porque el tiempo pasara rápido para poder irse del lugar, que no podía poner atención a los sucesos presentes. Esto sucedía en las sesiones y en el material que traía. Yo le mostraba cómo él estaba preocupado por salir del presente y se ocupaba siempre del futuro inmediato, perdiendo la vivencia de lo que ocurría en el momento. Le señalaba cómo estaba tan ocupado en recriminarse de manera persecutoria como objeto central, que no podía darse cuenta de las situaciones y de las personas que lo rodeaban en ese momento y no podía ver que esa reprensión iba dirigida a la madre por haberlo abandonado.

El movimiento de las identificaciones que se observaban en la mente de José podría resumirse de la siguiente manera: muerte del padre, sentimiento de abandono y tristeza que no pudo ser contenido por la madre deprimida. Él forzado, a pesar de sus deseos y con una gran decepción, a convertirse en el acompañante de la madre triste, silenciosa e inactiva, no pudo sentir rabia hacia la madre que no lo aceptó como compañero y sustituto del padre sino que pasó a convertirse en la madre triste, silenciosa y pasiva. Tampoco pudo sentir rabia contra estos rasgos de carácter de la madre, convertidos ahora en propios. Después de año y medio de análisis comenzó a aparecer una relativa tolerancia a la tristeza y al silencio y tomó contacto con la gran rabia hacia el padre, por haberse muerto cuando todavía lo necesitaba para ubicarse en el mundo; y hacia la madre, por no haberlo aceptado como marido sustituto, ni recuperar su alegría. Después de estos reconocimientos, regresó la visión hacia el mundo externo, pero continuó el silencio. El espacio mental que cubría la crítica de sí mismo desapareció casi totalmente y se abrió la posibilidad de observar los mundos externo e interno.

ALGUNOS SUEÑOS DE JOSÉ

Los sueños que se presentan a continuación son sueños consecutivos del último año de análisis, momento en el que José comenzó a soñar. En ellos se ven con claridad los conflictos de José y sus alternantes estados mentales.

En el primer sueño están él y la madre en un teatro esperando el comienzo de una conferencia. Salen a buscar unos maletines que están en la parte de atrás del teatro. La mamá le dice: “yo no puedo venir porque se murió mi esposo”. Ella le anuncia la mala noticia y él se pone a llorar y se despierta. Le comento que la madre, en su mente es una mujer sin pareja, de cuyo dolor él tiene que hacerse cargo. Aquello que ha dejado detrás, dentro de la madre, en la parte de atrás de su cuerpo, en el ano, es algo valioso que merece recuperarse porque le es propio. Tal vez se trata de sentimientos e ideas propias que fueron depositadas en la madre y en el padre y que se fueron con ellos. Le comunico que siente que yo lo voy a dejar por mis dolores, así como la madre lo dejó por el dolor de la muerte del padre.

El segundo sueño es también en un teatro, él está entre la gente y hay un niño pequeño que está en una sesión solemne y que lo llaman no para darle un premio sino para darle un castigo, le dan un emparedado de limón. Él lo ve de lejos, se siente impotente y no puede hacer nada. Interpretamos este sueño en el sentido de una parte de él, su niño pequeño, que recibió la muerte de su padre como un bocado amargo, en medio de una solemne ceremonia (el entierro) y que su parte adulta no pudo hacer nada para ayudarlo, situación que se repitió con la muerte de la madre. Comentamos que esta era su manera de pensar la muerte de los padres, pero también su forma de pensar la depresión propia. Todas estas situaciones eran tragos amargos que en forma de castigo le fueron entregados en ceremonias solemnes, en calidad de castigo y no de premio a su bondad.

En el tercer sueño, él estaba en clase y quería mostrarles a los profesores que con las correcciones que hacían a los trabajos de los alumnos, en las que cogían sus dibujos y les ponían un modelo encima y les señalaban cómo creían ellos que debían ser las cosas, lo que pasaba era que los alumnos cogían el modelo y lo ponían debajo para acomodarse a lo que les proponía el profesor. Estaba en un salón con sus alumnos y habían puesto los trabajos con los modelos encima para mostrarles a los profesores lo sucedido y evitar este tipo de corrección. El análisis se hizo en dirección de la relación entre la analista y él, los padres y él. Vimos cómo se había acomodado a los padres y sentía que tenía que acomodarse a ellos y a la analista como un buen niño juicioso, pero le parecía que de esa manera la opinión propia desaparecía. En un cierto momento, él mismo encontró la diferencia entre copiar, que era lo que los muchachos hacían, y tomar la propuesta como una sugerencia para pensar por ellos mismos. Recordó haber visto a una niña creativa e imaginativa, que había sido alumna suya, copiando en esa forma. Esto lo relacionamos con los niños pequeños, creativos e imaginativos que en su periodo escolar se vuelven niños disciplinados y pierden la creatividad y la imaginación, y pensamos que algo similar podía haberle pasado a él. Esta fue una sesión donde veía claramente el movimiento entre material oníricoasociación-nuevo material onírico-nueva asociación y este hecho tuvo un gran impacto sobre él y le permitió tomar contacto con su realidad psíquica. Esa interacción entre lo que dice el analizando y lo que dice el analista de manera sucesiva en un trabajo conjunto a dúo, le llamó mucho la atención.

En el cuarto sueño él está en una ciudad como Bogotá y busca un camino para salir al norte (yo pienso “buscar el norte”). Después se va con sus padres y encuentra que la casa de la 23, donde vivieron de pequeños, fue demolida. Ellos llegan y se inquietan porque no se han sacado los objetos valiosos: los libros del padre se ven entre las ruinas. Buscan en los rincones. Exploramos su estado actual, su destrucción interna y la necesidad de buscar sus objetos padres-vivos entre las ruinas de los padres muertos. Recordó entonces que alguien más los acompañaba en ese momento y pensamos que ese alguien más podría ser yo, que lo acompaño en este proceso de búsqueda de la vida en él y en los padres.

El quinto sueño es el de un niño pequeño que tiene una enfermedad en el corazón. El corazón está abierto y se ve un hueco oscuro. Ese hueco parecía jalarlo hacia adentro. Supusimos que ese niño era él que había quedado roto con la muerte de los padres y su parte adulta era jalada por la herida oscura del niño con el corazón destrozado.

En el sexto sueño, él estaba trabajando con el Gobierno y se le ocurrió que sería bueno importar tractores viejos y montar una planta de recuperación, para que esos tractores se pudieran arreglar y de esa manera montar un programa de recuperación agrícola a muy bajo costo. El presidente, contento con esa idea, lo llamaba y le pedía que se quedara más cerca de él para que lo asesorara. Este sueño lo trabajamos alrededor de la posibilidad de utilizar ciertos recursos de fuera, los recursos del analista, que bien podrían ser de segunda, ya usados y no muy buenos, pero que con su trabajo podrían ser utilizados en su recuperación. De esta manera su padre-presidente estaría orgulloso de la idea. Recordó que para él siempre había sido importante que el padre validara sus ideas.

En el octavo sueño, él llega a la casa de la 23 y se encuentra con los padres. Entra, los ve juntos y está furioso con ellos. Discute en el primer piso y sube al segundo piso desde donde empieza a tirar, por el hueco de la escalera, cuanto objeto encuentra: colchones, materas, mesas, sillas. Finalmente, tira al hijo mayor con rabia y al menor lo pone suavemente encima de la pila de cosas que ha tirado. Trabajamos este sueño alrededor de la idea de su situación ideal: el trío de padres e hijo juntos, pero cuando llegaba y los encontraba juntos, los veía amándose lejos de él, se ponía furioso y los atacaba. Por medio de este sueño tomó contacto con su rabia interna y la vinculamos con el ataque al padre-obrero por estar solo con la madre-esposa.

En el noveno, regresó un sueño repetido en el que siempre se encontraba en una ciudad e iba hacia un sitio desconocido al que no llegaba nunca porque se desorientaba en su búsqueda. En este sueño, él conducía el carro, sabía para donde iba y estaba bien orientado. A su lado iba alguien que parecía ser una mujer. Este sueño lo miramos a la luz del anterior, porque fue inmediatamente después. Tal vez el haber tomado contacto con su rabia hacia los padres en su desesperación por verlos juntos, le había permitido orientarse, es decir, salir de la confusión de esa unión entremezclada idílica entre papá-niño-mamá. La mujer que lo acompañaba era seguramente la analista.

Por último tuvo un sueño en el que era el edecán de la reina Isabel. Ella le daba órdenes y él le obedecía. Veía el salón, la gente y lo único que le extrañaba era que hablaba en inglés con ella. Este sueño reflejaba cómo a la muerte del padre él se había quedado como edecán de la madre, obedeciendo y respondiendo a las necesidades de la madre pero como acompañante y no como hijo dolido por la muerte del padre. Tal vez, en su fantasía, esperó quedarse no solo como hijo sino como compañero-marido de la madre y sufrió una gran desilusión al constatar que su madre había seguido siempre triste por la muerte del marido.

ALGUNAS NOTAS TEÓRICAS

En su artículo “Duelo y melancolía” Freud (1917/1948) define esta última como “un estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de todas las funciones y la disminución del amor propio” producido por la pérdida del ser amado. Pérdida sustraída a la conciencia que produce un empobrecimiento del yo y su ruptura en dos partes, una de las cuales recrimina a la otra como si fuera un objeto disociado. Este rasgo era muy claro en José. Su propia reconvención era constante y muy inhibidora. Entre las dos partes se establecía un monólogo reprochador que invadía su mente y le impedía salir del estado silencioso. Se trataba de demostrarle que carecían de benevolencia y que tenían que ver con el silencio de la madre.

Freud considera que los reparos a sí mismo son las condenas al ‘objeto erótico’ vueltas contra el yo. Se trata de una figura que observa desde fuera al yo criticado y vincula esta condición a procesos de identificación narcisista. Para Freud, en la disociación melancólica se da un proceso en el cual, debido a una desilusión o desengaño con el objeto amado “la carga de libido” regresa al yo y se da una “identificación del yo con el objeto abandonado”, de manera tal, que el conflicto entre el yo y la persona amada se transforma en un pugna entre la parte crítica del yo y la parte del yo identificada con el objeto abandonado. Situación que considera ligada a una relación narcisista inicial con el objeto. Es el amor al objeto el que se refugia en la identificación y el odio el que se aplica al objeto sustituto (parte del yo). Es indudable que en José hay una identificación con la madre silenciosa y triste y la parte crítica del yo se aplica contra estos aspectos que se instauraron en él por efecto de esta identificación. El reproche que ahora tiene contra sí mismo es el reproche y la rabia que sintió con la madre pero de la cual nunca fue consciente. Situación que solo pudo ser contactada mediante el sueño rabioso en el que tira los objetos del segundo piso. José fue desde el comienzo de su vida muy parecido a la madre en su carácter dulce y complaciente.

Esta misma idea de los autorreproches melancólicos la expresó Helen Deutsch (1930/1965) quien afirmó que en la melancolía “el rechazo cruel y las severas autoacusaciones que originalmente se referían al objeto, permanecen aún activas, siendo solo la escena de acción la que ha sido variada”. La escena es ahora entre las partes escindidas del yo, una que acusa, odia y castiga y otra que está sometida. Las voces de estas partes se alternan, unas veces sobresale la del objeto ‘amenazante y acusador’ del superyó y otras veces la del yo ‘pasivamente sufriente’ que teme el castigo. Lucha que se veía en José en sus comentarios idílicos de sus cualidades y el rechazo de sus incapacidades.

Para Donald Meltzer (1978/1990), en la melancolía se da “un vaciamiento de sí mismo, producto de la identificación con un objeto ‘vaciado, ultrajado y acusado’”. Este analista destaca que no se está ante la pérdida de un objeto en el mundo sino de cara a una confusión por identificación con un objeto ‘dañado por la decepción’ que causó con su muerte y ‘la cólera y el odio’ que esto generó. Por un lado ataca al objeto y por el otro se identifica con él. Se equipara también con el objeto que sufre: José tenía la cólera y el odio inconscientes hacia un objeto vaciado y dañado, la madre-acabada con la muerte del padre y se encontraba identificado amorosamente con el padre perdido a quien intentaba remplazar en la relación con la madre, pero finalmente se identificó con el objeto dañado e hizo recaer toda la rabia hacia el yo dañado (silencioso e inútil como la madre). José afirmaba que la muerte de su madre no le había causado mayor problema, lo que sí le molestaba era esa tristeza y esa rabia que, sin causa aparente, aparecían inesperadamente en la voz, en el decaimiento y en sus explosiones rabiosas y que había tratado de evitar con el silencio y el aislamiento, pero que igualmente lo llevaban a reprobarse, casi a martirizarse por ser tan silencioso y pasivo.

Abraham (1924/1985) en Un breve estudio de la evolución de la libido considerada a la luz de los trastornos mentales considera a la melancolía y la neurosis obsesiva ligadas a la fase anal-sádica de la libido, la primera ligada a las tendencias destructivas de expulsar y destruir al objeto y la segunda ligada a tendencias conservadoras de retener y controlar al objeto. En la melancolía se pierde progresivamente la atracción por todos los aspectos vitales “la vecindad inmediata, aficiones, empresas, mundo natural, todas las cosas”.

En José encontramos indicios de una estructura de carácter melancólico, pues en su niñez y adolescencia tenía dificultades para interesarse en algo más que en sus padres. Era alguien inhibido en sus intereses, pero esta situación se agudizó en los últimos años cuando fuera de querer sentarse en la silla de su madre y no moverse de allí, no había nada ni nadie que le gustara o entusiasmara. Perdió el contacto con su mujer, con sus hijos, con sus amigos, con su profesión. Trabajaba, pero se encontraba muchas veces sentado en su oficina, sin ganas de hacer nada y recriminándose por no estar cumpliendo con las expectativas que suponía tenía con relación a su trabajo. Se quejaba permanentemente de esta pérdida de intereses, pero reconocía que no era algo nuevo para él.