Tabla de Contenido

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Lecturas emergentes

El giro decolonial en los movimientos sociales

(Vol. I)

Juliana Flórez Flórez

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Reservados todos los derechos

© Pontificia Universidad Javeriana

© Juliana Flórez Flórez

Segunda edición: Bogotá, D. C., enero del 2015

ISBN: 978-958-716-757-6

Número de ejemplares: 300

Impreso y hecho en Colombia

Printed and made in Colombia

Editorial Pontificia Universidad Javeriana

Cr. 7, núm. 37-25, oficina 1301

Teléfono: 3208320 ext. 4205

www.javeriana.edu.co/editorial

editorialpuj@javeriana.edu.co

Bogotá, D. C.

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Corrección de estilo:

Gustavo Patiño, Rodrigo Díaz Lozada

Diseño y diagramación:

Isabel Sandoval

Imagen de cubierta:

Carlos Arias Llanten, Somos andando.

Imagen ganadora del Segundo Premio V Salón del Artista. Universidad Central, 2012

Imagen de portadilla:

Carlos Arias Llanten, Nación indígena.

Imagen seleccionada en el premio Fotópolis Canon, 2013

Desarrollo ePub:

Lápiz Blanco SAS

Flórez Flórez, María Juliana

Lecturas emergentes / Juliana Flórez Flórez. -- 2a ed. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2015.

2 v. ; 24 cm.

Incluye referencias bibliográficas.

ISBN:          Vol. 1. 978-958-716-757-3

Vol. 2. 978-958-716-756-6

Contenido : Vol. 1. El giro decolonial en los movimientos sociales.

Vol. 2. Subjetividad, poder y deseo en los movimientos sociales

1. MOVIMIENTOS SOCIALES. 2. MOVIMIENTO ANTIGLOBALIZACIÓN. 3. SUBJETIVIDAD.

4. IDENTIDAD. 5. FEMINISMO. 6. PODER (CIENCIAS SOCIALES). I. Pontificia Universidad

Javeriana.

CDD 303.484 ed. 21

Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J.

dff.                                                Diciembre 09 / 2014

Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin la autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

NOTA A LA SEGUNDA EDICION

La primera edición de este libro articuló lecturas emergentes en torno a dos temas de estudio marginales en la literatura de movimientos sociales: la decolonialidad y la subjetividad.

Si bien desarrollé cada tema de forma independiente, decidí presentarlos conjuntamente en un solo libro para subrayar el hecho de que mi interés por descolonizar las teorías de movimientos sociales fue una tarea ineludible y previa a mi intento por subjetivarlas. Pero el convencimiento de presentar ambos temas en un solo texto se disipó luego de que me comentaran varias veces el interés por una parte del libro pero no por la otra. Al parecer cada tema tiene su propio público. Por otro lado, el texto no explora en los movimientos sociales las articulaciones entre colonialidad y subjetividad (que ya han sugerido otros trabajos inspirados en la filosofía posestructuralista y el feminismo poscolonial y chicano).

Preferí entonces darle autonomía a ambas partes del libro y publicarlas por separado en esta segunda edición. Así, este primer volumen está dedicado a impulsar el giro decolonial en el análisis de los movimientos sociales, mientras el segundo aborda el tema de la subjetividad, el poder y el deseo en las dinámicas internas de estos actores colectivos.

En lo sustancial mantengo la propuesta de la primera edición. El punto de partida sigue siendo la incomodidad con la mayoría de teorías que, con independencia de la perspectiva conceptual, tienden a concluir que el análisis de los movimientos latinoamericanos (y del Sur en general) merece una excepción. La operación analítica que se desprende de este diagnóstico es que debemos seguir los pasos de los movimientos del norte.

Sostengo también la hipótesis de trabajo según la cual esa tendencia obedece a la visión eurocéntrica de la modernidad que las teorías de movimientos sociales toman de las perspectivas críticas de la Ilustración y concretamente, a la operación eurocéntrica de tomar la globalización como el último estadio de la modernidad.

Finalmente y para desprendernos de ese eurocentrismo, sigo invitando a tomar de cierta literatura que emerge en los márgenes de la modernidad, claves que permitan hacer una relectura decolonial de los movimientos de la región. La mayoría de las claves las derivo del Programa modernidad/ colonialidad. Estoy convencida de que este programa, con todo y los cuestionamientos que podamos hacerle, tiene el mérito de haber agitado —por lo menos durante los primeros años del milenio— muchos de los presupuestos con los que estábamos repensando los problemas de la región. En ese sentido, logró constituirse en un importante referente (a seguir o rebatir) para los debates sobre América Latina.

Sigue vigente tanto la necesidad del esquema de análisis que propongo como la incomodidad de donde surge. Tanto así, que entre la primera edición y esta ciertos acontecimientos lo constatan. A principios de esta década, la academia acogió rápidamente el término “revueltas” para referirse a las movilizaciones desplegadas en los países árabes desde el 2010. En muchos casos las pudo hacer inteligibles comparándolas con las que emergieron en Europa durante la primera mitad del siglo XIX y derivaron en las Revoluciones de 1848 que se extendieron desde Francia hacia otras regiones de ese continente; en otros casos, se las comparó con la más reciente transición de Europa del Este del socialismo al capitalismo en 1989. De todos modos, fue imperativo ubicar esas acciones colectivas del mundo árabe en un orden cronológico y espacial cuyo origen fuera Europa. De manera casi paralela, la academia no dudó en catalogar como movimiento social la ocupación de Wall Street en Nueva York en contra del sistema financiero global (desde septiembre del 2011). Tampoco hubo necesidad de buscar un antecedente cronológico para comprender la potencia de esas protestas, mucho menos su novedad. Algo parecido sucedió con la magnífica emergencia del movimiento de los indignados en el Estado español o del 15-M. No falta en los debates académicos de la región la sugerencia de algún colega de que los movimientos de América Latina deben seguir ese camino.

Este carácter anacrónico de los análisis y la consecuente negación de las lógicas y sensibilidades de la acción colectiva ancladas en el lugar, persisten a pesar de que los propios movimientos del norte reconocen en sus prácticas el legado inspirador del sur (de las marchas del EZLN, de las asambleas populares en Argentina o las ya referidas revoluciones árabes, por citar solo algunos ejemplos). En vez de ver cruces, puntos de contacto, reconocimientos mutuos, solidaridades compartidas así como singularidades y anclajes locales de las diferentes luchas, los análisis académicos insisten en seguir buscando en el norte las pautas a seguir en el sur.

Mi apuesta entonces sigue siendo desprendernos del eurocentrismo a la hora de trabajar con los movimientos sociales. Sin ese paso no podremos afrontar creativamente dos retos todavía más urgentes: construir con los propios movimientos los criterios para comprender los alcances y límites de sus iniciativas de transformación y, más importante todavía, participar en ellas. Ojalá esta segunda edición contribuya a ese tránsito.

AGRADECIMIENTOS

Quizá el apartado de los agradecimientos sea el más emotivo de un trabajo. Además de que es escrito cuando ¡por fin! se ha terminado, requiere un confortable ejercicio de retrospectiva gracias al cual los dolores de espalda, la permanente sensación de siempre tener algo pendiente y otras molestias que nos acompañan a lo largo de una investigación se disipan tan pronto constatamos que nuestros esfuerzos no fueron hechos en solitario.

La compañía y el afecto de mi tutora, Margot Pujal, y mi tutor, Arturo Escobar, una y otro feministas, fueron cruciales para desarrollar este trabajo. Las ricas reflexiones sobre el deseo, el poder y la subjetividad de Margot fueron fuente de inspiración para mi apuesta por subjetivar las teorías de movimientos sociales. La generosidad y humildad de Arturo abonaron un largo trecho del camino andado; sus reflexiones alimentaron mi interés por decolonizar los abordajes de los movimientos latinoamericanos.

El saber compartido con los activistas y las activistas del Proceso de Comunidades Negras del Pacífico colombiano fue un acontecimiento decisivo para sentar las bases de estas reflexiones. Agradezco especialmente a quienes reflexionaron conmigo sobre sus historias de vida.

El impulso institucional, encarnado en personas concretas, también fue indispensable para llevar a término esta publicación. La mirada vanguardista de la psicología que promueve Ángela María Robledo, en ese entonces decana académica de la Facultad de Psicología de la Pontificia Universidad Javeriana, me alentó a compartir estas lecturas emergentes de los movimientos sociales. La insistencia de Guillermo Hoyos, entonces director del Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar, mantuvo viva la ilusión de hacerlo. Sin el entusiasmo de Ángel Nogueira y Juanita Sanz de Santamaría no habría iniciado este proyecto de escritura en el momento oportuno en el que lo hice. Agradezco también a Roberto Vidal, actual director del Instituto Pensar, y a Silvia Bohórquez del mismo instituto; y a Nicolás Morales y el equipo de la Editorial Pontificia Universidad Javeriana por acoger cuidadosamente el proyecto de publicación, haciendo mucho más agradable el camino recorrido.

Las discusiones que aquí presento están en deuda afectiva e intelectual con el grupo de investigación Des-Subjectant-GES de la Universitat Autónoma de Barcelona, dirigido por Margot Pujal. Las discusiones con Eva Gil, Angélica Ñáñez, Marimar Velazco, Patricia Amigot, Imma Lloret, Alvaro Ponce, Catalina Chávez, Flavia Llimone y la propia Margot Pujal me permitieron orientar el inicio de este trabajo. Las ricas “pláticas” con Marimar y Patricia fueron decisivas para adentrarme en el tema de la sujeción. Con mucho cariño y añoranza recuerdo las muy largas tandas reflexivas sobre el sujeto de deseo y las “deconstrucciones del yo que investiga” que mantuve con Eva y Angélica.

No quiero dejar de agradecerles a mis profesores y profesoras por haber compartido su sabiduría y afecto conmigo. A Carmen Elena Balbás, con quien hace muchos años en la Universidad Católica Andrés Bello, en Caracas, me encaminé en la psicología social, le agradezco el haberme mostrado una Venezuela subalterna, una que a gritos pedía ser escuchada. A Andreu Viola le agradezco conservar un lindo lugar en Barcelona donde encontrarnos y el haberme acompañado de manera desenfadada y entusiasta en los momentos cruciales de este largo recorrido: hace diez años, dándome el primer indicio de que mis reflexiones bastante alejadas de la psicología convencional eran prometedoras; hace siete años, confirmándome que había valido la pena llegar a la mitad de este recorrido y, finalmente, hace cuatro, ayudándome a recuperar la alegría de terminarlo. Durante mis estudios de doctorado, el amor crudo pero utópico de Santiago Castro-Gómez por América Latina avivó mis ganas de seguir leyendo e investigando para y desde esta región.

A Pau Pérez le agradezco los muchos años de afecto y el haberme contagiado su curiosidad por la sabiduría. También estoy en deuda con Pilar Navarro i Asin por ofrecerme un fructífero espacio de discusión sobre el feminismo (pensado desde Europa).

Una vida entregada a la solidaridad, como la de Josep María Hosta y Consol Casals Genover, potenció este trabajo desde el principio hasta el final. Como veremos, dos de las ideas clave del libro surgieron de conversaciones que sostuvimos en la Casa de la Solidaritat de Barcelona.

Sin el optimismo de Ana María, mi hermana, no habría iniciado mis estudios de posgrado. Le agradezco su alegría, que siempre ha endulzado mi vida, y el haberme enseñado a apreciar la ternura del intelecto. A mi papá, Ernesto, y mi mamá, María Teresa, les agradezco el apoyo sostenido y la ilusión por ver terminado este proyecto. Sin las reflexiones vitales que me brindó Carlos Arias Llanten sobre las paradojas de trabajar con los movimientos sociales, no me habría animado a repensar mis ideas sobre el deseo que atraviesa todo activismo político. Su serenidad también me enseñó que el deseo convoca al intelecto.

Por su afectuoso ánimo por el libro y esta segunda edición, mi gratitud a Carol Pavajeau, Claudia Tovar, Darío Muñoz y Angélica Ocampo de la Universidad Javeriana, a Juan Ricardo Aparicio de la Universidad de Los Andes y a las entusiastas Rosalba Icaza y Virginia Vargas del Social Search Institute de La Haya.

Finalmente, quiero reconocer la importancia que para el ejercicio de escritura tuvieron las refrescantes discusiones con mis estudiantes de la Universitat Oberta de Catalunya, y en Bogotá, de la Maestría en Problemas Sociales Contemporáneos del Instituto de Estudios Sociales Contemporáneos de la Universidad Central y de la Maestría de Estudios Culturales de la Pontificia Universidad Javeriana. Espero que este texto se constituya en un terreno de fértil debate.

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INTRODUCCION

EL GIRO DECOLONIAL EN EL ESTUDIO DE
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES

Antiglobalización, antisistema, alterglobalizados, de resistencia a la globalización, de solidaridad global son algunos de los adjetivos más usados para referirse a ese sujeto de estudio tan en boga durante los últimos años: los movimientos sociales. Y es que a principios del milenio, estos actores colectivos consiguieron acaparar la escena pública mundial. Mientras retumbaban las protestas globalmente coordinadas a favor de la paz, se contagiaba el optimismo del Foro Social Mundial con el famoso lema “Otro mundo es posible”. A la par, en las universidades proliferaban debates, asignaturas, investigaciones y tesis sobre los movimientos sociales; los anaqueles de las librerías de pronto estuvieron disponibles para las muchas publicaciones que cruzaban ese tema con otros de gran interés en el momento (globalización, tecnologías de la información y la comunicación [TIC], ciudadanía, inmigración, etc.). Estos acontecimientos, además de otros tantos, nos permiten asegurar que en la última década ha habido gran fervor por los movimientos sociales.

Este libro sigue ese fervor. Se pliega fácilmente a la moda de analizar esos actores y, sin embargo, busca desafiarla, al explorar —como diría Boaventura de Sousa Santos (2003)— temas subteorizados; es decir, procesos de la acción social para los cuales la academia no dispone de herramientas teóricas, porque los considera irrelevantes o, simplemente, no los ha detectado. Concretamente, este trabajo explora en dos volúmenes un par de ideas marginales en el estudio de los movimientos sociales: decolonialidad y subjetividad.

Este primer volumen está dedicado a la decolonialidad. El interés por explorar este tema surge de constatar que la mayoría de teorías de movimientos sociales, con independencia de la perspectiva conceptual, tienden a concluir que el análisis de los movimientos latinoamericanos merece una excepción. Si bien parten de que la función primordial de todo movimiento contemporáneo es mostrar los límites de la modernidad, entienden que los movimientos latinoamericanos no pueden cumplir tal función, debido a que la región todavía carece del suelo moderno donde afincarla. En pocas palabras, consideran que el análisis de dichos movimientos no puede mostrar los límites de una modernidad que todavía no conocen las sociedades de donde emergen. En un tono exagerado, incluso llega a afirmarse que el punto de partida de los movimientos del Norte es el de llegada de los del Sur.

No quería pasar por alto el carácter excepcional atribuido a los movimientos latinoamericanos; mucho menos su sesgo eurocéntrico. Tampoco quería buscar afanosamente evidencias de lo auténtico de la región (ello nos devolvería la falsa imagen que paradójicamente construyó el pensamiento anticolonial de una América Latina felizmente armónica y sin ningún tipo de fisuras). No podía, por otro lado, desestimar la importancia de algunas de esas teorías por el mero hecho de ser eurocéntricas, ya que valoro muchos de sus aportes; de hecho me costaría trabajo pensar la acción colectiva sin las articulaciones temporales y precarias que proponen Laclau y Mouffe o sin la alta reflexividad que Melucci le atribuye. De modo que la salida no era desecharlas sin más ni más. Una vía más sugerente es impulsar el giro decolonial en las teorías de movimientos sociales. Ese es el propósito de este primer volumen.

Pero este propósito no responde a una incomodidad exclusiva con los libros. Esa incomodidad analítica estuvo anclada en tres condiciones relativas al lugar desde donde sentí la necesidad de escribir. En términos de la epistemología situada del feminismo (que veremos en el segundo volumen), diríamos que esas condiciones limitaron y al mismo tiempo propiciaron las lecturas emergentes que propongo.

Una de ellas, estrechamente vinculada a mi interés por estudiar en clave subjetiva los disensos dentro de los movimientos, fue mi experiencia de activismo en Barcelona. Desde que llegué a vivir a esa ciudad —y todavía más después de haberme marchado— supe que una de sus mayores seducciones es la intensiva y permanente actividad política. Quizá por ello no me sorprendió que en diciembre de 1999, a raíz de las trágicas inundaciones que sufrió Venezuela —el país donde crecí—, se articulara la Plataforma de Solidaritat amb el Poble venezolano (Plataforma de Solidaridad con el Pueblo venezolano), con el fin de tender puentes que permitieran a la gente de Cataluña solidarizarse con las comunidades de base afectadas. A la par que disminuyó esta demanda, fueron aumentando las interrogantes en torno al entonces naciente gobierno de Hugo Chávez. La plataforma se reconfiguró dando paso al Col•lectiu Cayapa de Solidaritat amb Venezuela (Colectivo Cayapa de Solidaridad con Venezuela), cuyo propósito principal era discutir en distintos escenarios de Barcelona el panorama político de ese país y sus efectos a escalas regional y mundial. Nos reuníamos en la Casa de la Solidaritat donde concurrían más de una veintena de colectivos de solidaridad con casi la totalidad de países de América Latina y El Caribe. Por eso mismo, la plataforma contaba con un amplio margen de maniobra (rápidos circuitos de difusión, sólidos referentes locales de organización, años de experiencia de otros colectivos, etc.). Dos de nuestros temas centrales fueron la política petrolera y el Plan Colombia.

Atendiendo a esta última iniciativa, a finales del 2000, con otros grupos articulamos la Plataforma No al Plan Colombia cuyo objetivo fue denunciar el patrocinio del Estado español al desdichado plan propuesto por el gobierno colombiano y promovido por el de Estados Unidos. Haber nacido en Colombia era otra razón para estar presente en esta iniciativa. Una de las principales estrategias asumidas, en coordinación con colectivos europeos afines, fue la denuncia directa de las personas afectadas. Apoyamos una gira de organizaciones colombianas que explicarían en varias ciudades europeas sus preocupaciones y demandas respecto al Plan Colombia. Fue así como el 31 de marzo del 2001 recibimos a un representante de la red Proceso de Comunidades Negras (PCN) de Colombia.

De su visita me impactó que se presentara con un proverbio que expresa el principio ético ubuntu de la filosofía africana usado en la costa pacífica colombiana: “Soy porque somos”. Según explicó el líder, significa que si la lucha de otros pueblos avanza, la suya también avanza y viceversa (Proceso de Comunidades Negras, 2001). A la luz de mi interés investigativo por leer los antagonismos internos de los movimientos en clave subjetiva, este proverbio me invitaba a pensar en las paradojas que encierra vivir (y, por tanto, luchar) desde un “ser comunitario”. El tremendo desafío de tener que forjar una identidad colectiva y dejar a la vez que fluyan las contradicciones con quienes se busca una identificación. Se trataba de una reflexión bastante sugerente para las mismas redes que organizaban el evento.

Inmersas en solidaridades intercontinentales, el Col•lectiu Cayapa y la Plataforma No al Plan Colombia tenían cada vez más dificultad para gestionar los disensos que surgían en su interior. En el primer caso, estaba resultando muy tenaz poner sobre la mesa las diversas posturas respecto al gobierno bolivariano de Venezuela, a su carácter revolucionario, así como al sentido que le estábamos dando a las luchas solidarias en general. En el segundo, fueron cerrándose progresivamente las oportunidades para conversar sobre las molestias que suscitaban los distintos sentidos atribuidos a la resistencia en Colombia y, por ende, la decisión sobre los sectores del país con los que había que tejer lazos solidarios. Paradójicamente, el malestar tendía a manifestarse en situaciones poco importantes para definir el horizonte político de esas organizaciones. Por ejemplo, a petición del PCN el 21 de mayo del 2001 celebramos una concentración conmemorativa de los 150 años de la abolición de la esclavitud colombiana en la Avenida Marqués de Argentera, donde quedan las oficinas de inmigración; la evaluación negativa que hizo la plataforma de dicha acción se centró, por un lado, en el poco impacto mediático del evento (a pesar de que ese día nuestra protesta quedó registrada en los libros de la policía) y, por otro, en la escasa coordinación (pues no todo el mundo vistió una camisa negra como habíamos acordado).

La plataforma sin embargo desestimó que a raíz de la concentración hubo un importante enrolamiento de activistas; prácticamente se duplicó el número de miembros y aumentó la diversidad de posturas frente al tipo de solidaridad que debía tejerse con Colombia. Era todavía más urgente abrir la discusión sobre los distintos significados de ese tejido. A los pocos meses de esa concentración y tras haber participado muy activamente en la “Contra-cumbre del Banco Mundial” (junio del 2001) y la Campaña contra la Europa del Capital (2002), la Plataforma se disolvió para unirse a otra más amplia, vinculada, esta vez, en torno a las denuncias contra el Área de Libre Comercio de la Américas (ALCA). De esa desarticulación, no obstante, quedó un sólido colectivo de solidaridad con Colombia. Por su parte, el Col•lectiu Cayapa se reconstituyó en una red de mayor impacto mediático: el Col•lectiu Bolivariano Cayapa. Ambas organizaciones siguen compartiendo agendas de resistencia en el centro y de solidaridad con la periferia1. Ambas se constituyeron además en el terreno donde creció mi interés por comprender en clave subjetiva los disensos que surgen dentro de los movimientos (que exploro en el segundo volumen). Pero sobre todo, ambas experiencias me indicaron que cualquier tipo de reflexión debía empezar por decolonizar las perspectivas académicas de los movimientos de las que venía nutriéndome. El principio de procurar una solidaritat depoble a poble (solidaridad de pueblo a pueblo), que por más de cuarenta años venían ensayando los colectivos de la Casa de la Solidaritat, daba al traste con las pretensiones eurocéntricas de jerarquizar la relación Norte-Sur, muy presente en la literatura especializada. Allí, en la calle Vistalegre del barrio El Raval, aprendí que si bien son muchos los riesgos, la paciencia y el tiempo requerido para tejer formas de relacionarnos más simétricas, no solo vale la pena hacerlo, sino que además lo necesitamos de un lado y otro.

Otra condición que posibilitó y limitó al mismo tiempo mi aproximación a los movimientos desde la perspectiva decolonial fue mi posterior trabajo con el PCN. ¿Por qué no trabajar con cualquier colectivo del movimiento antiglobalización de los que yo misma era parte? Ana, mi hermana, sin estar relacionada con las ciencias sociales, observa agudamente que muchas de las personas que trabajamos estos temas, habiendo sido inmigrantes o hijos e hijas de inmigrantes, nos complicamos la vida intentado resolver melancolías familiares con tesis doctorales. Tal vez tenga razón. Para mí, trabajar con el PCN era una excusa para volver a Colombia. Y hacerlo desde una perspectiva adulta, que diera inteligibilidad a un escenario de exclusión y guerra difuminado por la nostalgia de quien se había marchado de su país siendo muy pequeña. Deseaba comprender ese país del que no podemos decir que está atravesando un periodo de crisis, porque la crisis es la forma de vida que ha conocido desde hace más de medio siglo (Taussig, 1995). Acercarse al PCN se cruzaba, entonces, con el deseo de reconfigurar mi propia biografía. Pero ese deseo, como todos, desbordó lo previsible. Mi encuentro con ese movimiento fue una hermosa posibilidad de reencontrarme, por medio de la Colombia negada (la Colombia negra), con otro de mis lugares: el Caribe venezolano, el saturado azul de su mar, sus ritmos, las espiritualidades residuales2, los aromas y sabores, todos impregnados de la rechazada y a la vez disfrutada cultura negra. Intuyo que esta posibilidad de conexión entre costas difícilmente fue comprendida por los y las activistas del PCN... O tal vez me equivoque y sea yo la que no ha entendido. Lo cierto es que a raíz de la reconstrucción de las historias de vida de algunos y algunas de sus activistas derivé las reflexiones del segundo volumen del libro,  sobre cómo los movimientos gestionan a su favor los antagonismos internos. En ese sentido, el PCN fue una condición de posibilidad de este libro.

Por tratarse de un movimiento latinoamericano, si seguía el diagnóstico eurocéntrico de la literatura especializada, de entrada tenía que asumir que el PCN —como cualquier otro movimiento de la región— requería un análisis excepcional; excepcional en tanto que su contexto y objetivos de lucha son ‘ajenos’ a la experiencia moderna. En vez de seguir este miope parámetro de la academia, preferí entender que el arduo contexto de lucha del PCN (guerra, desplazamiento forzado, racismo e invisibilización de los aportes afro a la construcción de la nación), así como sus metas (por ejemplo, la redefinición de los bosques tropicales del Pacífico colombiano como ), constituyen complejos desafíos a las lógicas moderno/coloniales y, por tanto, poderosos elementos para impulsar el giro decolonial.