Tabla de Contenido

cover.jpg

 

 

 

GUILLERMO HOYOS

Vida y legado

img1.jpg

 

VICENTE DURÁN CASAS, S. J.

Editor

img2.jpg

 

 

img3.png

Reservados todos los derechos

© Pontificia Universidad Javeriana

© Alejandro Angulo, S. J., Ángela Calvo de Saavedra, Álvaro Corral, Vicente Durán Casas, S. J., Gilberto Gómez Arango Oscar Mejía Quintana, Carmen Millán de Benavides, Diego Antonio Pineda R., Fabio Ramírez, S. J., Germán Rey, Ángela María Robledo Gómez, Eduardo A. Rueda Barrera, Joaquín Sánchez García, S. J.

Primera edición: Bogotá, D. C., octubre de 1013

ISBN: 978-958-716-674-3

Número de ejemplares: 300

Editorial Pontificia Universidad Javeriana

Carrera 7a N° 37-25, oficina 1301

Edificio Lutaima, Bogotá-Colombia

Teléfono: (57-1) 3208320 ext. 4752

www.javeriana.edu.co/editorial

Bogotá, D. C.

Coordinación editorial

José Luis Guevara Salamanca

Corrección de estilo

José Luis Guevara Salamanca

Diagramación

Carlos Vargas Salazar - Kilka Diseño Gráfico

Desarrollo ePub

Lápiz Blanco SAS

 

Durán Casas, Vicente, S.J., editor

Guillermo Hoyos : vida y legado / prólogo Vicente Durán, S.J. – ia ed. – Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2013.

137 p.: ilustraciones, láminas ; 24 cm.

Incluye referencias bibliográficas.

ISBN: 978-958-716-674-3

I. HOYOS VÁSQUEZ, GUILLERMO, 1935-2013 -HOMENAJES PÓSTUMOS. 2. FILÓSOFOS COLOMBIANOS - BIOGRAFÍAS. I. Durán Casas, Vicente, S.J., 1957- Pról. II. Pontificia Universidad Javeriana.

CDD                 921.8861 ed. 21

Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J.

dff.                                   Octubre 23/2013

Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin la autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

img4.jpg

PRÓLOGO

GUILLERMO HOYOS VÁSQUEZ,

MAESTRO DEL PENSAR EN PÚBLICO

Vicente Duran Casas, S. J. 1

img5.jpg

La muerte de un amigo siempre es inoportuna y siempre es triste. Pero la de un amigo que ha sido luz, orientación y estímulo, además de dolorosa, contiene una invitación y un desafío. La invitación es a continuar con él soñando sus sueños, pero sin la presencia de su voz. Y el desafío consiste en no ser inferior a la calidad que él supo darle a cada una de sus batallas. En el caso de Guillermo Hoyos Vásquez se trata de batallas exclusivamente intelectuales en las que las únicas armas admitidas eran las ideas, los argumentos y una que otra sonrisa entre pícara y persuasiva. Así fue Guillo: como una máquina imparable que no sabía hacer otra cosa que pensar, debatir, enseñar, comunicar y seducir con la claridad contundente de su irreverencia y la generosidad a toda prueba de su amistad.

Así lo conocí por allá a mediados de 1976. Él era jesuita en ese entonces y yo era un estudiante de último año de bachillerato del Colegio de San Bartolomé La Merced, que estaba pensando en entrar a la Compañía de Jesús. Con un grupo de candidatos al noviciado fuimos a conocer la residencia de los jesuitas que en ese entonces trabajaban en el CÍAS —hoy es el Cinep—, allí lo conocí junto con otros compañeros suyos que por aquel entonces se esforzaban por acercarse a la realidad de un país, que a punta de equívocos se debatía entre una modernidad incipiente y ambigua, un militarismo premoderno de derecha, y un movimiento guerrillero igualmente premoderno y no menos militarista.

Desde esa noche me impresionó la fuerte personalidad académica de Guillo. Coincidíamos en el interés por la filosofía y por la vida intelectual, con la diferencia de que él era ya un destacado profesor que hacía un par de años había obtenido su doctorado en Alemania, y yo apenas un bachiller que andaba tratando de encontrarle sentido a la vida. Ese primer contacto con Guillo incrementó mi entusiasmo por la vida académica, y concretamente a la manera de ser jesuita. Me atrajo con su enorme capacidad intelectual y me motivó por el estudio como una manera de servirle a Dios y a la sociedad.

Dos años después de ese encuentro, a la vez furtivo y fecundo, Guillo dejó la Compañía y se dedicó a ser profesor de filosofía en la Universidad Nacional de Colombia. Nunca me decepcionó y siempre vi su retiro de la Compañía como un valiente acto de honestidad.

Como estudiante de filosofía en la Javeriana le consulté en varias ocasiones sobre asuntos académicos. De esas consultas me quedan recuerdos imborrables. Por ejemplo, que me recomendó leer un artículo suyo titulado “El problema de la libertad humana en Kant”, publicado en Ideas y Valores (51-51, 1978), el cual marcó y facilitó mi comprensión de la dialéctica trascendental de la Crítica de la razón pura de Kant. Puedo decir que Guillo dejó en mí una especie de huella alemana, que no me ha abandonado, y que no me avergüenzo en describir como un constante y creciente entusiasmo y admiración por la filosofía de Kant y un escepticismo también pronunciado hacia el pensamiento de Hegel.

Algunos años después, tras alcanzar su jubilación en la Nacional, Guillo regresó a la Javeriana. Y en los últimos cinco años, por esas cosas imprevistas e inesperadas del destino, me correspondió ser su jefe inmediato, lo cual debe ser tomado con precaución, pues es bien sabido de todos sus conocidos que Guillo, con excepción de los casos en que se organizaban las cosas para que funcionaran bien desde el punto de vista práctico, no admitía tener jefes. En este caso me correspondía actuar como vicerrector académico de la Universidad, y a él como el director del Instituto Pensar, adscrito a la Vicerrectoría Académica, y luego como director del Instituto de Bioética, también adscrito a la misma Vicerrectoría. De manera que casi que sin darme cuenta pasé de ser su discípulo a ser el jefe institucional de una de las figuras intelectuales que más había influido en mi formación intelectual. Das Leben, lieber Guillo, schenkt uns solche Überraschungen (La vida, querido Guillo, nos regala este tipo de sorpresas).

Eso de no aceptar tener jefes en el ejercicio del pensar es propio de los filósofos, de los mejores filósofos. Y Guillo sí que nos dio ejemplo de autonomía en el pensar. Pero de una autonomía sabiamente combinada con responsabilidad social y universitaria. Los que lo conocimos sabemos cómo era su temperamento: crítico, polémico, batallador, a veces imprudente, pero siempre leal. Por eso puedo decir que ser jefe de Guillo en asuntos de organización institucional era una tarea exigente, a veces difícil, pero siempre agradable. Yo sabía que estaba frente a una persona que expresaba con total transparencia lo que pensaba. Y Guillo tenía una característica, que, creo yo, aprendió y asimiló durante sus años en la Compañía de Jesús: a la vez que era tremendamente crítico, también sabía que pertenecía a una institución, y que en ciertos momentos había que obedecer. Al respecto, él encontraba gracioso el hecho de que yo con alguna frecuencia le citara en alemán una frase que Kant a su vez cita en su escrito sobre la Ilustración, y que en alguna ocasión dijera el Rey de Prusia a los filósofos de Alemania — quienes tampoco eran fáciles de manejar— a finales del siglo xviii: “Rásonniert, soviel ihr wollt, und worüber ihr wollt; nur gehorcht!” (Razonad cuanto queráis y sobre lo que queráis, ¡pero obedeced!).

Guillo nunca fue un aliado de quienes pensaban y opinaban desde o para las estructuras del poder. No fue un militante de esos que venden su criterio personal a cambio de algo. Tuvo posiciones filosóficas y políticas muy claras y contundentes. A veces se obsesionaba en la crítica de ciertas figuras —o contrafiguras— políticas, pero si eso ocurría era con el fin de mantener la actitud crítica como único faro en la travesía del pensar.

Quizás la combinación de su formación humanística clásica con la experiencia de haber sido estudiante universitario en la Alemania del 68, la cual estuvo marcada por figuras como Heinrich Boll y Herbert Marcuse, fue lo que hizo posible que Guillo se pudiera dar el lujo de admirar y aprender a la vez de Marx y de San Agustín, de Kant y de Max Weber: dominara el latín y el griego tanto como el alemán, y se considerara capaz de conciliar el pensamiento conservador progresista con la crítica rigurosa de la izquierda inteligente —que a su juicio no toda la izquierda lo era—.

Creo que los únicos por quienes Guillo era incapaz de sentir simpatía eran los intolerantes de derecha y de izquierda, los que no piensan, sino repiten ciegamente, los que negocian sus principios por debajo de la mesa por cualquier plato de lentejas o quienes confunden coherencia con fanatismo e integrismo. Para él era claro que de estos últimos había tanto en la Iglesia católica como en los partidos políticos de izquierda y de derecha, en el pensamiento posmoderno, en las ciencias mal llamadas puras y en las ciencias sociales. La capacidad crítica y autocrítica era para Guillo algo así como garantía de dignidad intelectual.

Es muy probable que eso fuera lo que lo llevó a inventarse la expresión a la vez preclara y programática de “pensar en público”. Me atrevo a especular que, así como Wittgenstein rechazaba la posibilidad de que existieran lenguajes privados, también Guillo rechazaba la posibilidad de pensar en privado, como si el pensamiento fuera un entretenimiento solipsista o pudiera estar al servicio de unos cuantos no más. Y estoy convencido de que para Guillo pensar en público era una manera de dar continuidad a la idea kantiana de uso público de la razón, idea que en Para la paz perpetua de 1795 el filósofo de Konigsberg vincula con la publicidad de las máximas en la acción política internacional (si recordamos que para Kant las máximas son el principio subjetivo de la acción, poner en público nuestras máximas y discutirlas abiertamente, las cuales equivalen a abrir las puertas a la transparencia en la política). Pensar en público era para Guillo, entonces, algo así como ponernos a debatir argumentativamente —perdonen la redundancia— sobre eso que nos interesa llevar a la política, nuestros temas, nuestros intereses, nuestras razones para desear o preferir esto o aquello.

Cómo nos siguen haciendo falta en Colombia esos debates, esos encuentros y desencuentros en torno a los temas que verdaderamente nos importan como comunidad política. Porque un país que debate argumentativamente es un país que abre las puertas a la paz, a la convivencia y a la democracia. Fue así como Guillermo Hoyos Vásquez se convirtió en maestro en eso de pensar en público. Su idea era que no se piensa en público porque cada uno posea su verdad, sino precisamente para que todos acabemos siendo parte de ella.

Cuando a comienzos de este año nos sacudió emocionalmente la noticia de la muerte de Guillo, la vicerrectora de investigación, doctora Consuelo Uribe Mallarino, y yo pensamos que era nuestro deber como universidad rendir un homenaje académico a quien tanto nos había enseñado. Cuando conversamos con Patricia, viuda de Guillermo Hoyos, sobre esta idea, que surgía del cariño y la amistad agradecida, ella se mostró también interesada en que se hiciera un acto académico en donde se presentaran y se dieran a conocer, se profundizaran y analizaran, distintas facetas en la vida de Guillermo Hoyos Vásquez. Creo que era lo mínimo que la Pontificia UniversidadJaveriana podía hacer para comenzar a recoger el enorme legado del amigo, el pensador, el profesor y el universitario par excellence que fue Guillermo Hoyos Vásquez a través de tantos años.

Todos sabemos que con la muerte de Guillermo Hoyos Vásquez el país entero ha perdido a un gran pensador, una mente lúcida que se distinguió por su capacidad crítica, por su visión completa, integral, de largo plazo; que no transigía fácilmente con nada que no lo convenciera sinceramente, y que no concedía sino aquello que había sido examinado en profundidad desde todas las dimensiones de sus consecuencias. Todo eso lo hacía Guillo en público, por eso creemos que si hoy presentamos este libro es porque hemos aprendido la lección.

Estas páginas, en efecto, nos convocan a pensar en público sobre el legado de Guillermo Hoyos. Aquí tendremos la oportunidad de acercarnos a distintas facetas de una personalidad intelectual amplia y compleja. Este libro nos invita a conocer el paso de Guillo por la Compañía de Jesús a la que estuvo vinculado, y a conocer más de cerca sus aportes a la educación, a la política, a la comunicación, a la bioética, a la filosofía en Colombia, a la Facultad de Filosofía de la Javeriana, a la Universidad Nacional de Colombia, al Instituto Pensar y a la comprensión del pensamiento de sus principales maestros, Edmund Husserl y Jürgen Habermas.

En nombre de la Universidad agradezco a todos aquellos que se mostraron dispuestos e interesados en participar en este homenaje. Es apenas la continuación de ese “pensar en público” al que Guillo felizmente nos condujo y en el que fue y seguirá siendo nuestro maestro.

img6.jpg

GUILLERMO HOYOS VÁSQUEZ Y LA COMPAÑÍA DE JESÚS

Alejandro Angulo, S. J.2

img5.jpg

La historia de vida de Guillermo Hoyos Vásquez (GHV) traza una órbita hiperbólica que tiene como asíntota la historia de la Compañía de Jesús. GHV recibió el influjo del seminario menor jesuita o Escuela Apostólica en Zipaquirá, del seminario mayor o facultades eclesiásticas de la Universidad Javeriana en Bogotá y de la comunidad jesuítica alemana de Colonia. Su última inmersión total en el jesuitismo la realizó en el Cinep, pero su contacto profesional y afectivo con la Compañía de Jesús marcó también la última etapa de su vida.

Ese arco hiperbólico fue visible desde un comienzo. Debería, para ser preciso, decir que fue audible, porque para mí constituyó siempre un motivo de admiración la desproporción entre su estructura física y el volumen estentóreo de su voz, hasta el momento en que comprendí que su misión era la palabra. La palabra al servicio simultáneo de una inteligencia privilegiada y del corazón amable de un amigo incondicional.

Esa hipérbola vital no fue una curva lisa e impecable, pero sí fue una figura consistente que se consolidó en torno a la acción del pensar. Como todo pensamiento valioso, el de GHV fue siempre crítico. Y como todo pensamiento crítico se topó con la incomprensión, la tozudez, la insensatez, el dogmatismo y el autoritarismo dentro y fuera de la Compañía de Jesús. Esos choques vuelven tanto más valiosas sus lecciones, cuanto que nos dejan entrever que no habló de oídas, como acontece con frecuencia en la academia y en la vida corriente, sino que narró su propia experiencia, acrisolada por el dolor que muchos de esos desencuentros le causaron. Por esta razón, la pasión filosófica crítica de GHV nos deja entender mejor sus relaciones con la Compañía de Jesús.

En el núcleo de su filosofía está la inconformidad que lo llevó a integrarse por algunos años al equipo del Cinep, mientras regentaba su cátedra en la Universidad Nacional en Bogotá. Esa permanencia en un centro de estudios sociales que ya había empezado a dar de qué hablar pudo parecer un exabrupto y un desvío para quienes con ingenuidad creen que la filosofía puede ser pura para que no le sirva a nadie. Sin embargo, ese momento fue definitivo para que GHV pudiera emprender sin obstáculos el camino que él había entrevisto para su quehacer de filósofo en un ambiente cada día menos racional, en un país donde se valora demasiado el pensamiento único y en un contexto en el que la crítica constructiva es recibida como agravio y respondida con agravios. GHV presagió, al entrar en Cinep, lo que habría de celebrar meses antes de su partida: el movimiento de los indignados.

Por otro lado, quisiera ahora referirme, con algún detalle, a varias contribuciones de GHV elaboradas en el Cinep, pues tienen un talante crítico y un valor profético que retratan su relación con la Compañía de Jesús y siguen siendo útiles en la actualidad, si no se escuchan con la indiferencia con la cual se recibieron en su momento.

En julio de 1973, GHV escribió en Anali-CIAS, el boletín del Cinep de la época, tres páginas tituladas en forma de pregunta: “¿Un Concordato con intencionados criterios?”. Lo de intencionados aludía a que algunos funcionarios acusaron de andar buscando fines malintencionados a los que apuntaban las debilidades del tratado. Con espíritu crítico, lo que GHV señaló en su artículo no es más que la contradicción que él advirtió entre lo que dicen los respectivos funcionarios acerca del tratado, como práctica del mutuo respeto, y lo que de hecho están haciendo, que no es sino sacar la mayor ventaja posible sobre el otro. Como es obvio, ambas partes se sintieron desnudadas en público.

Al año siguiente, febrero de 1974, GHV criticó la ética deontológica que condena a priori y en forma absoluta cualquier método anticonceptivo y propuso emplear la ética teleológica que estudia qué se busca en cada caso y deja la responsabilidad en manos del actor y no del inquisidor. En esta salida, olvidando la recomendación de Don Quijote a Sancho, GHV topaba con la Iglesia.

Y en agosto 1974, GHV le dedicó su bisturí a la disección de las incoherencias de la ley del divorcio prometida por Alfonso López Michelsen, mostrando cómo si se quería una medida coherente, esta supondría la revisión del nuevo Concordato.

Los tres ensayos traslucían su otrora preocupación de que la filosofía tuviera un entronque con la realidad y de que, por consiguiente, la ética permitiera un discurso razonable, que, al fin y al cabo, es la condición indispensable de la convivencia pacífica.

GHV