Editorial CLIE

Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS (Barcelona)

COMENTARIO AL NUEVO TESTAMENTO

Volumen 11 - Filipenses, Colosenses, 1ª y 2ª Tesalonicenses

Traductor de la Obra completa: Alberto Araujo

© por C. William Barclay. Publicado originalmente en 1970 y actualizado en 1991 por The Saint Andrew Press, 121 George Street, Edimburgh, EH2 4YN, Escocia.

© 1999 por CLIE para la versión española.

ISBN 978-84-7645-749-8 Obra completa

ISBN 978-84-8267-605-0 Volumen 11

Clasifíquese: 0246 COMENTARIOS COMPLETOS N.T. -Filipenses C.T.C. 01-02-0246-05

Referencia: 22.38.57

PRESENTACIÓN

Nuestros conocimientos de la Iglesia primitiva en su confrontación con el paganismo, de las riquezas de Evangelio, de la Persona y la Obra de Jesucristo, y de la persona del propio Pablo habrían quedado lastimosamente menguados si no tuviéramos estas cartas. Aunque figuran entre las más breves de Pablo, no son por ello menos interesantes e importantes.

Las cuatro cartas de Pablo que se estudian en este tomo son todo lo diferentes que hacía suponer la relación tan diferente que tuvo Pablo con cada una de aquellas iglesias. La de Filipos fue la más entrañablemente vinculada con el Apóstol; la de Colosas era una que él no había fundado, ni ni siquiera visitado nunca, y en cuanto a la de Tesalónica, había estado allí un tiempo tan breve que, al tener que salir precipitadamente a causa de la persecución de que era objeto, lo que más le preocupaba era si el Evangelio habría arraigado suficientemente en aquella ciudad, clave para ganar a todo un mundo para Cristo.

Filipenses —la epístola del gozo, y de las cosas excelentes— es una carta de agradecimiento por la ayuda recibida, de aliento frente a las adversidades, y de llamada a la unidad; carta que no olvidaremos nunca por el pasaje emblemático de la humillación y la exaltación de Jesucristo (2:5-11). «Para muchos de nosotros —especifica Pablo— Filipenses es la carta más preciosa de todas las que se conservan de Pablo.»

De Colosenses —«la gran carta» escrita a la iglesia de una ciudad sin importancia—, solo conociendo su trasfondo ideológico se puede comprender su grandeza. «Ninguna otra carta de Pablo presenta una enseñanza tan elevada de Jesucristo ni insiste tanto en Su plenitud y suficiencia,» —dice Barclay. Tesalonicenses es clave para el estudio de la Segunda Venida de nuestro Señor Jesucristo, y se debe a que Pablo tuviera que escribirles a los cristianos de Tesalónica para aclarar ciertos conceptos básicos acerca de la esperanza cristiana y las responsabilidades del cristiano en la vida diaria.

Siguiendo el ejemplo de la edición original nos proponemos añadir al comentario de todos los libros del Nuevo Testamento un tomo más, que será el índice general de las palabras originales, los nombres propios y los temas que se mencionan o desarrollan en los diversos volúmenes. Un adelanto de esa herramienta de estudio bíblico ha ido apareciendo en cada tomo, y ofrece en este posibilidades especiales. Así, por ejemplo, el de los atributos del Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo; las causas y remedios de la desunión; la esencia del Evangelio; la oración; el Bautismo; el gozo; la Iglesia —señales de la iglesia fiel, señales de la iglesia genuina, señales de la iglesia vital—; el secreto de la intercesión; las señales de la salvación; la solidaridad cristiana, y la vida cristiana, sus señales y sus marcas.

Como en otros tomos de este comentario aparecen aquí personajes interesantes y ejemplares del relato bíblico y de la Historia de la Iglesia, como los fieles camaradas que el Apóstol menciona al final de Colosenses —Tíquico, Aristarco, Marcos, Epafras, Lucas, Demas y Ninfas, y, desde luego, Epafrodito de Filipos— y figuras de la historia de la Iglesia que Barclay trae a colación oportunamente, como el obispo Policarpo de Esmirna, Ambrosio de Milán, Juan Knox de Escocia y muchos, muchos más. Y es que William Barclay aprovecha la ocasión para recordarnos —o hacer que nos vayan sonando— nombres y temas clave del pueblo de Dios de todos los tiempos.

Alberto Araujo

INTRODUCCIÓN GENERAL A LAS CARTAS DE PABLO

LAS CARTAS DE PABLO

Las cartas de Pablo son el conjunto de documentos más interesante del Nuevo Testamento; y eso, porque una carta es la forma más personal de todas las que se usan en literatura. Demetrio, uno de los antiguos críticos literarios griegos, escribió una vez: «Cada uno revela su propia alma en sus cartas. En cualquier otro género se puede discernir el carácter del escritor, pero en ninguno tan claramente como en el epistolar» (Demetrio, Sobre el Estilo, 227). Es precisamente porque disponemos de tantas cartas suyas por lo que nos parece que conocemos tan bien a Pablo. En ellas abría su mente y su corazón a los que tanto amaba; en ellas, aun ahora podemos percibir su gran inteligencia enfrentándose con los problemas de la Iglesia Primitiva, y sentimos su gran corazón latiendo de amor por los hombres, aun por los descarriados y equivocados.

EL ENIGMA DE LAS CARTAS

Por otra parte, muchas veces no hay nada más difícil de entender que una carta. Demetrio (Sobre el Estilo, 223) cita a Artemón, el editor de las cartas de Aristóteles, que decía que una carta es en realidad una de las dos partes de un diálogo, y como tal debería escribirse. En otras palabras: leer una carta es como escuchar un lado de una conversación telefónica. Por eso a veces nos es difícil entender las cartas de Pablo: porque no tenemos la otra a la que está contestando, y no conocemos la situación a la que se refiere nada más que por lo que podemos deducir de su respuesta. Antes de intentar entender cualquiera de las cartas que escribió Pablo debemos hacer lo posible para reconstruir la situación que la originó.

LAS CARTAS ANTIGUAS

Es una lástima que las cartas de Pablo se llamen epístolas. Son, en el sentido más corriente, cartas. Una de las cosas que más luz han aportado a la interpretación del Nuevo Testamento ha sido el descubrimiento y la publicación de los papiros. En el mundo antiguo, el papiro era el antepasado del papel en el que se escribían casi todos los documentos. Se hacía con tiras de la corteza de una planta que crecía en las orillas del Nilo. Las tiras se colocaban unas encima de otras y se abatanaban, de lo que resultaba algo parecido al papel de estraza. Las arenas del desierto de Egipto eran ideales para la conservación de los papiros, que eran de larga duración siempre que no estuvieran expuestos a la humedad. Los arqueólogos han rescatado centenares de documentos, contratos de matrimonio, acuerdos legales, fórmulas de la administración y, lo que es más interesante, cartas personales. Cuando las leemos nos damos cuenta de que siguen una estructura determinada, que también se reproduce en las cartas de Pablo. Veamos una de esas cartas antiguas, que resulta ser de un soldado que se llamaba Apión a su padre Epímaco, diciéndole que ha llegado bien a Miseno a pesar de la tormenta.

«Apión manda saludos muy cordiales a su padre y señor Epímaco. Pido sobre todo que usted se encuentre sano y bien; y que todo le vaya bien a usted, a mi hermana y su hija y a mi hermano. Doy gracias a mi Señor Serapis por conservarme la vida cuando estaba en peligro en el mar. En cuanto llegué a Miseno recibí del César el dinero del viaje, tres piezas de oro; y todo me va bien. Le pido, querido Padre, que me mande unas líneas, lo primero para saber cómo está, y también acerca de mis hermanos, y en tercer lugar para que bese su mano por haberme educado bien, y gracias a eso espero un ascenso pronto, si Dios quiere. Dé a Capitón mis saludos cordiales, y a mis hermanos, y a Serenilla y a mis amigos. Le mandé un retrato que me pintó Euctemón. En el ejército me llamo Antonio Máximo. Hago votos por su buena salud. Recuerdos de Sereno, el de Ágato Daimón, y de Turbo, el hijo de Galonio» (G. Milligan, Selections from the Greek Papyri, 36).

¡No podría figurarse Apión que estaríamos leyendo la carta que le escribió a su padre 1800 años después! Nos muestra lo poco que ha cambiado la naturaleza humana. El mozo está esperando un pronto ascenso. Era devoto del dios Serapis. Serenilla sería la chica con la que salía. Y le ha mandado a los suyos el equivalente de entonces de una foto.

Notamos que la carta tiene varias partes: (i) Un saludo. (ii) Una oración por la salud del destinatario. (iii) Una acción de gracias a un dios. (iv) El tema de la carta. (v) Finalmente, saludos para unos y recuerdos de otros. En casi todas las cartas de Pablo encontramos estas secciones, como vamos a ver:

(i) El saludo: Romanos 1:1; 1 Corintios 1:1; 2 Corintios 1:1; Gálatas 1:1; Efesios 1:1; Filipenses 1:1; Colosenses 1:1s; 1 Tesalonicenses 1:1; 2 Tesalonicenses 1:1.

(ii) La oración: en todas sus cartas Pablo pide la gracia de Dios para las personas a las que escribe: Romanos 1:7; 1 Corintios 1:3; 2 Corintios 1:2; Gálatas 1:3; Efesios 1:2; Filipenses 1:3; Colosenses 1:2; 1 Tesalonicenses 1:1; 2 Tesalonicenses 1:2.

(iii) La acción de gracias: Romanos 1:8; 1 Corintios 1:4; 2 Corintios 1:3; Efesios 1:3; Filipenses 1:3; 1 Tesalonicenses 1:3; 2 Tesalonicenses 1:3.

(iv) El tema de la carta: de lo que trata cada una.

(v) Saludos especiales y recuerdos personales: Romanos 16; 1 Corintios 16:19; 2 Corintios 13:13; Filipenses 4:21s; Colosenses 4:12-15; 1 Tesalonicenses 5:26.

Las cartas de Pablo siguen el modelo de todo el mundo. Deissmann dice de ellas: «Son diferentes de las otras que encontramos en las humildes hojas de papiro de Egipto, no en cuanto cartas, sino en cuanto cartas de Pablo.» No son ejercicios académicos ni tratados teológicos, sino documentos humanos escritos por un amigo a sus amigos.

LA SITUACIÓN INMEDIATA

Con unas pocas excepciones, Pablo escribió todas sus cartas para salir al paso de una situación inmediata, y no como tratados elaborados en la paz y el silencio de su despacho. Si se había producido una situación peligrosa en Corinto, Galacia, Filipos o Tesalónica, Pablo escribía una carta para solucionarla. No estaba pensando en nosotros, sino solamente en aquellos a los que escribía. Deissmann dice: «Pablo no estaba pensando en añadir unas pocas composiciones nuevas a las ya existentes epístolas judías; y menos en enriquecer la literatura sagrada de su nación... No tenía ningún presentimiento del lugar que sus palabras llegarían a ocupar en la historia universal; ni siquiera de que se conservarían en la generación siguiente, y mucho menos de que llegaría el día en que se consideraran Sagrada Escritura.» Debemos recordar siempre que una cosa no tiene que ser pasajera porque se escribió para salir al paso de una situación inmediata. Todas las grandes canciones de amor del mundo se escribieron para una persona determinada, pero siguen viviendo para toda la humanidad. Precisamente porque Pablo escribió sus cartas para salir al paso de un peligro amenazador o de una necesidad perentoria es por lo que todavía laten de vida. Y es precisamente porque las necesidades y las situaciones humanas no cambian por lo que Dios nos habla por medio de ellas hoy.

LA PALABRA HABLADA

De una cosa debemos darnos cuenta en estas cartas. Pablo hacía lo que la mayoría de la gente de su tiempo: no escribía él mismo las cartas, sino se las dictaba a un amanuense, y añadía al final su firma, a veces con algunas palabras más. (Conocemos el nombre de uno de los que escribieron para Pablo: en Romanos 16:22, Tercio, el amanuense, introduce su propio saludo antes del final de la carta). En 1 Corintios 16:21 Pablo dice: «Esta es mi firma, mi autógrafo, para que estéis seguros de que esta carta os la mando yo.» (Ver también Colosenses 4:18; 2 Tesalonicenses 3:17).

Esto explica un montón de cosas. Algunas veces es difícil entender a Pablo porque sus frases no terminan nunca, la gramática se quiebra y se enreda la construcción. No debemos figurárnosle sentado tranquilamente a su mesa de despacho, puliendo cuidadosamente cada frase; sino más bien recorriendo de un lado a otro la habitación, soltando un torrente de palabras, mientras su amanuense se daba toda la prisa que podía para no perder ni una. Cuando Pablo componía sus cartas, tenía presentes en su imaginación a las personas a las que iban destinadas, y se le salía del pecho el corazón hacia ellas en palabras que se atropellaban en su voluntad de ayudar.

LA CARTA A LOS FILIPENSES

INTRODUCCIÓN A LA CARTA A LOS FILIPENSES

Podemos considerarnos afortunados por lo menos en un aspecto de nuestro estudio de Filipenses: no se nos presentan problemas críticos; porque no hay ningún estudioso notable del Nuevo Testamento que haya dudado nunca de que sea una carta genuina y auténtica del apóstol Pablo.

FILIPOS

Cuando Pablo escogía un lugar para predicar el Evangelio tenía siempre la cualidad de un gran estratega. Siempre escogía los que no solo eran importantes por sí mismos sino también como centro de comunicaciones de una zona. Hasta nuestros días muchos de los lugares en los que predicó Pablo siguen siendo enlaces de grandes carreteras y líneas de ferrocarril. Ese es el caso de Filipos, que tenía por lo menos tres cualidades para ser importante.

(i) Había en sus aledaños minas de oro y de plata que se llevaban explotando desde tiempos de los fenicios. Es verdad que ya estaban agotadas cuando empezó la historia de la Iglesia; pero habían convertido Filipos en un gran centro comercial del mundo antiguo.

(ii) La ciudad había sido fundada por Filipo de Macedonia, el padre de Alejandro Magno, de quien había tomado su nombre. Se había construido en el emplazamiento de una ciudad antigua llamada Krênídês, nombre que quería decir Los Pozos o Las Fuentes. Filipo había fundado Filipos en 368 a.C. porque no había un lugar más estratégico en toda Europa. Hay una cadena de montañas que divide Europa de Asia, el Oriente del Occidente, y hay cerca de Filipos un puerto en esa cordillera que era el paso obligado de una carretera importantísima, lo que hacía que esta ciudad controlara en tráfico entre Europa y Asia. Esa fue la razón para que se librara en Filipos una de las grandes batallas de la Historia, en la que Antonio derrotó a Bruto y Casio, decisiva para el futuro del Imperio Romano.

(iii) No mucho después, Filipos recibió la distinción de ser una colonia romana. Eran las tales unas instituciones alucinantes. No eran colonia en el sentido de ser avanzadillas de la civilización en partes inexploradas del mundo. Habían empezado teniendo una importancia militar. Roma tenía la costumbre de enviar grupos de soldados veteranos, a los que se concedía la ciudadanía romana cuando se licenciaban, para que se instalaran en centros estratégicos de las carreteras. Lo corriente era que estos grupos consistieran en trescientos veteranos, con sus mujeres e hijos. Estas colonias eran focos del gran sistema romano de carreteras que permitía que pudieran llegar refuerzos rápidamente de una colonia a otra. Estaban establecidas para mantener la paz y controlar los puntos estratégicos del vasto Imperio Romano. En un principio se habían fundado en Italia; pero pronto se fueron extendiendo por todo el Imperio. Posteriormente se le concedía el título de colonia a cualquier ciudad que se quisiera honrar por algún servicio fiel.

Dondequiera que estuvieran, estas colonias eran reflejos de Roma, y el poseer la ciudadanía romana era su característica dominante. Se hablaba la lengua de Roma; se vestía como en Roma; se observaban las costumbres de Roma; sus magistrados tenían títulos romanos, y se llevaban a cabo las mismas ceremonias que en la misma Roma. Eran fanática e inalterablemente romanos, y no habrían aceptado el que se los asimilara con los pueblos circundantes. Podemos percibir el orgullo romano en la acusación que hicieron a Pablo y Silas en Hechos 16:20s: «Estos tipos son judíos, y están tratando de enseñar e introducir leyes y costumbres que no nos es lícito observar —¡porque somos romanos!»

«Vosotros sois una colonia del Cielo,» les escribió Pablo a los creyentes filipenses (Filipenses 3:20). Lo mismo que un ciudadano de una colonia romana no olvidaba nunca en ningunas circunstancias que era romano, así debían ellos recordar siempre que eran cristianos, estuvieran donde estuvieran. No había personas que estuvieran más orgullosas de ser romanas que las de esas colonias; y así eran los filipenses.

PABLO Y FILIPOS

Fue en su segundo viaje misionero, hacia el año 52 d.C., cuando llegó Pablo a Filipos por primera vez. Motivado por la visión del varón macedonio con su petición de que pasara a Macedonia a ayudarlos, Pablo había navegado desde la Tróade Alejandrina de Asia Menor, había desembarcado en Europa en Neápolis, y pasado de allí a Filipos.

La historia de la estada de Pablo en Filipos se nos cuenta en Hechos 16; y es una historia bien interesante. Se centra en torno a tres personas: Lidia, la vendedora de púrpura; la muchacha esclava demente que usaban sus amos como adivina, para sacar dinero, y el carcelero romano. Es un corte transversal alucinante de la sociedad antigua. Estas tres personas tenían distintas nacionalidades. Lidia era asiática, y puede que su nombre no fuera tanto el suyo propio como el de su procedencia, «la señora de Lidia.» La muchacha esclava era griega de nacimiento. Y el carcelero era ciudadano romano. La totalidad del Imperio estaba representada en la iglesia cristiana. Pero no eran distintas estas tres personas solamente por su nacionalidad; también procedían de diferentes estratos sociales. Lidia era vendedora de púrpura, una de las sustancias más caras del mundo antiguo, y representaba la gran industria. La muchacha poseída era una esclava, y por tanto, para la ley, no era una persona, sino simplemente una herramienta viva. El carcelero era un ciudadano romano, perteneciente a la sólida clase media de la que procedían los funcionarios. En estos tres estaban representadas la clase más alta, la más baja y la media. No hay ningún otro capítulo de la Biblia que nos presente tan claramente como este el carácter comprensivo de la fe que Jesucristo trajo al mundo.

PERSECUCIÓN

Pablo tuvo que marcharse de Filipos tras una tormenta de persecución y un encarcelamiento ilegal. La persecución la heredó después la iglesia filipense. Pablo les dice que han compartido sus cadenas y su defensa del Evangelio (1:7). Los exhorta a que no se dejen atemorizar por los adversarios, porque ellos están pasando lo que él mismo pasó y sigue pasando (1:28-30).

VERDADERA AMISTAD

Se había desarrollado entre Pablo y la iglesia filipense un nexo de amistad como no lo tenía con ninguna otra iglesia. Se enorgullecía de no haber aceptado nunca ayuda de ninguna otra persona o iglesia, y que subvenía a sus necesidades con el trabajo de sus propias manos. Sólo accedió a aceptar ayuda de los filipenses. Después de salir de Filipos pasó a Tesalónica, adonde le mandaron un regalo (4:16). Cuando siguió adelante y llegó a Corinto pasando por Atenas, ellos fueron los únicos que se acordaron de él con sus dones (2 Corintios 11:9). «Hermanos míos, queridos y anhelados —los llama—, mi gozo y mi corona en el Señor» (4:1).

LA OCASIÓN DE ESTA CARTA

Cuando Pablo escribió esta carta estaba preso en Roma, y la escribió con ciertos propósitos definidos.

(i) Es una carta de gracias. Habían pasado los años; era entonces el año 63 ó 64 d.C., y los filipenses le han vuelto a mandar un regalo (4:10s).

(ii) Tiene que ver con Epafrodito. Parece que los filipenses le habían enviado no solo como portador del regalo, sino para que se quedara con Pablo y le fuera de ayuda. Pero Epafrodito cayó enfermo. Echaba de menos su casa, y estaba preocupado porque sabía que los suyos estaban preocupados por él. Pablo le envía de vuelta, pero tenía la preocupación de que los amigos filipenses pudieran tener la impresión de que Epafrodito les había fallado; así es que les sale al encuentro con su testimonio: «Recibidle con mucha alegría, y honrad a los que son como él, porque estuvo a punto de dar la vida en la causa de Cristo» (2:29s). Hay algo muy conmovedor en esta actitud de Pablo, preso y esperando la muerte, esforzándose por hacerle las cosas más fáciles a Epafrodito, que se había visto obligado a volver a casa inesperada e involuntariamente. Aquí tenemos el Everest de la cortesía cristiana.

(iii) Es una carta de aliento para los filipenses que están pasando pruebas (1:28-30).

(iv) Es una llamada a la unidad. De esa situación surge el gran pasaje que nos habla de la humildad generosa de Jesucristo (2:1-11). Había en la iglesia de Filipos dos mujeres que se habían peleado y estaban poniendo en peligro la paz (4:2); y había falsos maestros que estaban tratando de seducir a los creyentes filipenses para apartarlos del camino recto (3:2). Esta carta es una llamada a mantener la unidad de la Iglesia.

EL PROBLEMA

Es precisamente aquí donde surge el problema de Filipenses. En 3:2 hay un cambio brusco en la carta. Hasta el 3:1 todo es serenidad, y la carta parece ir fluyendo tranquilamente hacia su final; y entonces, sin previo aviso, retumba el trueno: «¡Cuidado con los perros! ¡Cuidado con los obreros malvados! ¡Cuidado con la mutilación!» Esto no tiene ninguna relación con lo precedente. Además, 3:1 parece el final: «Para terminar, hermanos —escribe Pablo—, regocijaos en el Señor.» Y habiendo dicho «para terminar,» ¡empieza otra vez de nuevo! (Cosa que no es ni mucho menos una práctica desconocida entre predicadores).

En vista de este cambio brusco muchos estudiosos creen que Filipenses, tal como la tenemos, no es una carta sino dos que se han unido. Sugieren que 3:2 — 4:3 es una carta de gracias y de advertencia enviada poco después de la llegada de Epafrodito a Roma; y que 1:1 — 3:1 y 4:4-23 es otra carta que fue escrita considerablemente después y enviada con Epafrodito cuando volvió a Filipos. Eso es perfectamente posible. Sabemos que Pablo probablemente escribió más de una carta a Filipos, porque Policarpo, en su carta a la iglesia filipense, dice que Pablo, «cuando estaba ausente, os escribió cartas.»

LA EXPLICACIÓN

Y sin embargo nos parece que no hay razones de peso para dividir esta carta en dos. El cambio brusco entre 3:1 y 3:2 se puede explicar de dos maneras.

(i) Cuando Pablo estaba dictando la carta llegaron noticias recientes de problemas en Filipos; e ipso facto interrumpió su línea de pensamiento para salirle al paso a la nueva situación.

(ii) La explicación más sencilla es la siguiente. Filipenses es una carta personal que, como tal, no sigue el orden lógico de un tratado. En estos casos escribimos las cosas conforme se nos ocurren; es como si estuviéramos charlando con amigos; y una asociación de ideas que puede resultarnos suficientemente clara al autor y a los destinatarios de la carta puede que no se lo resulte a otros que lo lean en otro lugar y momento. El cambio de tono y de tema aquí es la clase de cosa que puede ocurrir en cualquier carta personal.

UNA CARTA PRECIOSA

Para muchos de nosotros Filipenses es la carta más preciosa de todas las que se conservan de Pablo. Se le han dado dos títulos: La carta de las cosas excelentes —cosa que es sin duda—, basándose especialmente en 4:8s; y La epístola del gozo, porque en ella aparecen una y otra vez las palabras gozo y gozaos y regocijaos y otra vez os digo que os gocéis. Aun estando en la cárcel y en una situación angustiosa, Pablo quería dirigir los corazones de sus amigos filipenses —y los nuestros— al gozo que nadie ni nada puede arrebatar.

FILIPENSES

DE UN AMIGO A SUS AMIGOS

Filipenses 1:1s

Pablo y Timoteo, esclavos de Jesucristo, escriben esta carta a todos los que están en Filipos que están consagrados a Dios por medio de su relación con Jesucristo, juntamente con los supervisores y los diáconos:

¡Que la gracia y la paz que proceden de nuestro Padre Dios y de nuestro Señor Jesucristo sean con vosotros!

Las palabras introductorias definen el tono de toda la carta. Se trata de la carta de un amigo a sus amigos. Con la excepción de las cartas a los tesalonicenses y la nota personal a Filemón, Pablo empieza todas sus cartas presentándose como apóstol; por ejemplo, empieza su carta a los romanos diciendo: «Os manda esta carta Pablo, esclavo de Jesucristo, llamado para ser apóstol» (cp. el primer versículo de 1 Corintios, 2 Corintios, Gálatas, Efesios y Colosenses). Empieza las otras cartas presentando las credenciales oficiales que le confieren el derecho a escribir, y a los destinatarios el deber de prestar atención; pero no lo hace cuando escribe a los filipenses. No hacía falta. Sabía que le atenderían, y con mucho cariño. De todas sus iglesias, la de Filipos era la que estaba más en su corazón; y escribe, no como un apóstol a los miembros de su iglesia, sino como un amigo a sus amigos.

Pero hay un título del que no prescinde. Se presenta como siervo (dulos) de Jesucristo, como lo pone la Reina-Valera; pero dulos es más que servidor: es esclavo. Un servidor es libre para ir y venir; pero un esclavo es posesión exclusiva de su amo para siempre. Cuando Pablo se llama esclavo de Jesucristo hace tres cosas. (i) Asegura que es posesión exclusiva de Cristo, Que le amó y compró por un precio (1 Corintios 6:20), y ya no puede pertenecer nunca a otro amo. (ii) Establece que debe absoluta obediencia a Cristo. El esclavo no tiene voluntad propia; la voluntad de su amo es la suya. Así también Pablo no tiene más voluntad que la de Cristo, y no obedece sino a su Salvador y Señor. (iii) En el Antiguo Testamento el título regular de los profetas es el de siervos de Dios (Amós 3:7; Jeremías 7:25). Ese fue el título que se dio a Moisés, a Josué y a David (Josué 1:2; Jueces 2:8; Salmo 78:70; 89:3,20). De hecho el máximo título de honor es siervo de Dios; y cuando Pablo se aplica ese título se coloca humildemente en la línea de sucesión de los profetas y de los hombres de Dios. La esclavitud del cristiano a Jesucristo no es una sumisión humillante. Como expresaba el dicho latino: Illi servire regnare est, ser Su esclavo es ser un rey.

LA DISTINCIÓN CRISTIANA

Filipenses 1:1s (continuación)

La carta va dirigida, como lo pone la Reina-Valera, a todos los santos en Cristo Jesús. La palabra que se traduce por santos es háguios; y santos es una traducción que confunde. A oídos modernos presenta una imagen o un cromo de una piedad otromundista. Nos habla más de las vidrieras de colores que de la plaza del mercado. Aunque es fácil comprender el sentido de háguios es difícil traducirlo.

Háguios, como su equivalente hebreo qadôsh, se suelen traducir por santo. En el pensamiento hebreo, si algo se define como santo, la idea básica que sugiere es que es diferente de todo lo demás, que es algo aparte. Para entenderlo mejor, veamos cómo se usa en el Antiguo Testamento. Cuando se establecieron las reglas referentes al sacerdocio se escribió: «Santos serán para su Dios» (Levítico 21:6). Los sacerdotes habían de ser diferentes de los demás hombres, porque habían sido apartados para una función especial. El diezmo era la décima parte de todos los productos, que se apartaba para Dios, y se establece: «El diezmo será santo para el Señor, porque pertenece al Señor» (Levítico 27:30,32). El diezmo era diferente de todo lo demás que se podía usar para fines ordinarios. La parte central del Templo era el lugar santo (Éxodo 26:33); era distinto de los otros lugares. La palabra se usaba especialmente en relación con la nación de Israel. Los judíos eran una nación santa (Éxodo 19:6). Eran santos porque pertenecían a Dios de una manera especial; Dios los había apartado de las demás naciones para que fueran Suyos (Levítico 20:26); Dios los había conocido —es decir, había tenido una relación personal con ellos— entre todas las naciones del mundo (Amós 3:2). Los judíos eran diferentes de todas las demás naciones porque ocupaban un lugar especial en el propósito de Dios.

Pero Israel se negó a hacer el papel que Dios le había asignado. Cuando vino Su Hijo al mundo, no Le reconocieron, Le rechazaron y Le crucificaron. Los privilegios y las responsabilidades que deberían haber tenido se les quitaron y se le dieron a la Iglesia, que llegó a ser el nuevo Israel, el verdadero Pueblo de Dios del Nuevo Testamento. Por tanto, de la misma manera que los judíos habían sido háguioi, santos, diferentes, ahora deben serlo los cristianos. Así es que Saulo, antes de llegar a ser Pablo, era un perseguidor declarado de los santos, los haguíoi (Hechos 9:13); Pedro fue a visitar a los santos, los haguíoi, de Lida (Hechos 9:32).

El decir que los cristianos son santos quiere decir por tanto que son diferentes de las demás personas. ¿En qué consiste la diferencia?

Pablo se dirige a sus amigos como santos en Cristo Jesús. No se pueden leer sus cartas sin notar lo frecuentemente que usa las frases en Cristo, en Jesucristo, en el Señor. En Cristo Jesús se encuentra 48 veces, en Cristo 34, y en el Señor 50. Está claro que para Pablo ahí estaba la esencia del Cristianismo. ¿Qué quería decir? Marvin R. Vincent dice que cuando Pablo decía que el cristiano está en Cristo quería decir que el cristiano vive en Cristo como el ave vive en el aire, el pez en el agua y las raíces del árbol están en la tierra. Lo que hace al cristiano diferente es que siempre y en todas partes es consciente de estar rodeado de la presencia de Jesucristo.

Cuando Pablo habla de los santos en Cristo Jesús quiere decir los que son diferentes de las otras personas y están consagrados a Dios mediante una relación especial con Jesucristo —y eso es lo que debe ser un cristiano.

EL SALUDO QUE LO INCLUYE TODO

Filipenses 1:1s (conclusión)

El saludo de Pablo a sus amigos es: Que la gracia y la paz que proceden de nuestro Padre Dios y de nuestro Señor Jesucristo sean con vosotros (cp. Romanos 1:7; 1 Corintios 1:3; 2 Corintios 1:2; Gálatas 1:3; Efesios 1:2; Colosenses 1:2; 1 Tesalonicenses 1:1; 2 Tesalonicenses 1:2; Filemón 3).

Cuando Pablo pone juntas estas dos grandes palabras, gracia y paz (járis y eirênê), está haciendo algo maravilloso. Estaba tomando los saludos normales de dos culturas y uniéndolos. Járis era la palabra con que empezaban las cartas griegas, y eirênê el saludo que usaban los judíos. Cada una de estas palabras tiene su propio sabor, y ambas fueron transformadas por el nuevo sentido que les infundió el Cristianismo.

Járis es una palabra preciosa; las ideas básicas que incluye son las de gozo y placer, luminosidad y belleza; los hispanohablantes tenemos la gran suerte de que nuestra palabra gracia contiene las mismas ideas, y es por tanto la traducción casi perfecta de járis. Pero con Jesucristo llega una nueva belleza que se añade a la anterior; y esa belleza nace de una nueva relación con Dios. Con Cristo la vida se vuelve preciosa porque el ser humano deja de ser la víctima de la Ley de Dios y pasa a ser la criatura de Su amor.

Eirênê es una palabra inclusiva. La traducimos por paz; pero no quiere decir paz en sentido negativo como sencillamente la ausencia de guerra o de problemas. Quiere decir el bienestar total, todo lo que contribuye a la felicidad suprema de una persona.

Puede que esté relacionada con el verbo griego eirein, que quiere decir unir, entretejer. Y esta paz tiene siempre que ver con las relaciones personales, la relación de una persona consigo misma, con sus semejantes y con Dios. Es siempre la paz que nace de la reconciliación.

Así es que cuando Pablo pide a Dios gracia y paz para sus amigos está pidiendo realmente que tengan el gozo de conocer a Dios como Padre y la paz de estar relacionados con Él, con los hombres y consigo mismos —y esas gracia y paz no se pueden recibir sino mediante Jesucristo.

LAS SEÑALES DE LA VIDA CRISTIANA

(i) EL GOZO CRISTIANO

Filipenses 1:3-11

Siempre que me pongo a orar por vosotros Le doy gracias a mi Dios por vosotros; y siempre y en cada una de mis oraciones pido por vosotros con gozo, porque os habéis solidarizado conmigo en la extensión del Evangelio desde el primer día hasta ahora. Y en esto tengo confianza: que el Que comenzó en vosotros una buena obra la llevará a feliz término para que estéis listos para el Día de Jesucristo. Es justo que tenga este sentir acerca de vosotros, porque os llevo en el corazón; porque todos participáis conmigo de la gracia, tanto en mis prisiones como en la defensa y confirmación del Evangelio. Dios me es testigo de cuánto os anhelo a todos vosotros con la misma compasión de Jesucristo. Y esto es lo que pido: que vuestro amor mutuo siga aumentando cada vez más en toda plenitud de conocimiento y en toda sensibilidad de percepción, para que pongáis a prueba las diferentes alternativas, para que seáis puros y no hagáis que nadie tropiece en cuanto a la preparación para el Día de Cristo; porque vosotros tenéis henchida vuestra vida del fruto que produce la integridad que procede de Jesucristo y que conduce a la gloria y la alabanza de Dios.

Es encantador cuando, como dice Ellicott, se combinan el recuerdo y la gratitud. En nuestras relaciones personales es una gran cosa no tener nada más que recuerdos felices; y ese era el sentir de Pablo con los cristianos de Filipos. Los recuerdos no conllevaban pesares, sino solo felicidad.

En este pasaje se presentan las marcas de la vida cristiana.

Está el gozo cristiano. Es con gozo como Pablo ora por sus amigos. La Carta a los Filipenses se ha llamado La Epístola del Gozo. Bengel comentaba en su terso latín: «Summa epistolae gaudeo—gaudete.» «Todo el tema de la epístola es Yo me gozo—gozaos vosotros también.» Veamos la descripción del gozo cristiano que nos presenta esta carta.

(i) En 1:4 encontramos el gozo de la oración cristiana, el gozo de presentar a los que amamos ante el trono de la misericordia de Dios.

George Reindrop, en su libro No Common Task —Una tarea nada corriente—, nos cuenta que una enfermera le enseñó una vez a orar a un hombre, cambiando así toda su vida de tal forma que el que había sido antes un tipo quejica y desanimado llegó a ser un hombre lleno de gozo. Casi todo el trabajo de la enfermera lo hacía con las manos, y las usaba como un esquema de oración. Cada dedo representaba a alguien; el gordo era el que tenía más cerca, y le recordaba que orara por sus más próximos. El segundo dedo es el que se usa para señalar, y representaba a todos sus profesores en la escuela y en el hospital. El tercer dedo es el más «alto», y representaba a la gente importante, los dirigentes en todas las esferas de la vida. El cuarto dedo es el más flojo, como saben muy bien los pianistas, y representaba a todos los que están en problemas y pruebas. El meñique es el más pequeño y el menos importante, y para la enfermera la representaba a ella.

Siempre debe haber gozo y paz profundos en presentarle a Dios en oración a nuestros seres queridos y a otros.

(ii) Está el gozo de que se predica a Jesucristo (1:18). Cuando uno experimenta una gran bendición, su primer instinto es compartirla; y hay gozo en pensar que se predica el Evangelio en todo el mundo para que otro y otro y otro se incorporen al amor de Cristo.

(iii) Existe el gozo de la fe (1:25). Si el Evangelio no nos hace felices, nada nos hará felices. Hay un tipo de supuesto cristianismo que es una verdadera tortura. El salmista decía: «Los que fijaron la mirada en Él se pusieron radiantes» (Salmo 34:5). Cuando bajó Moisés de la cumbre de la montaña le relucía el rostro. El Cristianismo es la fe del corazón feliz y el rostro radiante.

(iv) Existe el gozo de ver que los cristianos están en íntima comunión (2:2). Eso era lo que le hacía prorrumpir en alabanzas al salmista (Salmo 133:1):

¡Fijaos qué cosa tan preciosa es, y cuán maravillosa, el contemplar cómo conviven los hermanos en perfecta armonía!

No existe la paz para nadie donde y cuando se han roto las relaciones humanas y hay peleas entre las personas; y no hay panorama más maravilloso que el de una familia en la que todos están vinculados en amor mutuo, o el de una iglesia cuyos miembros están unidos entre sí porque están unidos a Jesucristo su Señor.

(v) Existe el gozo de sufrir por Cristo (2:17). En la hora de su martirio en la hoguera, Policarpo oraba: «Te doy gracias, Padre, porque me has considerado digno de esta hora.» El sufrir por Cristo es un privilegio, porque nos ofrece la oportunidad de demostrar sin lugar a duda nuestra lealtad, y colaborar en la edificación del Reino de Dios.

(vi) Existe el gozo de recibir noticias de nuestros seres queridos (2:28). La vida está llena de separaciones y de ausencias, y siempre produce gozo el tener noticias de nuestros amados de los que estamos separados temporalmente. Un gran predicador escocés habló una vez del gozo que se puede producir por el precio de un sello de correos. Vale la pena recordar lo fácil que es dar gozo a los que nos aman, y también lo fácil que es tenerlos en ansiedad, manteniéndonos en contacto con ellos o no.

(vii) Existe el gozo de la hospitalidad cristiana (2:29). Hay hogares de puerta cerrada, y hogares de puerta abierta. La puerta cerrada es la del egoísmo; la abierta, la de la bienvenida y el amor cristiano. Es una gran cosa tener una puerta a la que puede llamar el forastero o el que tiene problemas, seguro de que no la encontrará cerrada.

(viii) Existe el gozo de estar en Cristo (3:1; 4:1). Ya hemos visto que estar en Cristo es vivir en Su presencia como el pájaro vive en el aire, el pez en el agua y las raíces de la planta en la tierra. Nos es natural estar contentos cuando estamos con la persona amada; y Cristo es el Amador de Quien nada nos podrá separar nunca ni en el tiempo ni en la eternidad.

(ix) Existe el gozo de la persona que ha ganado a otra para Cristo (4:1). Los filipenses eran el gozo y la corona de Pablo porque había sido él el instrumento para traerlos a Jesucristo. Es el gozo de los padres, los maestros y los predicadores el de traer a otros, especialmente a los niños, al amor de Jesucristo. Sin duda el que disfruta de un gran privilegio no puede estar contento hasta que lo comparte con su familia y amigos. Y es que el evangelismo cristiano no es una obligación sino un gozo.

(x) Hay gozo en un regalo (4:10). Este gozo no consiste tanto en el regalo mismo, como en el hecho de que se acuerden de uno y se preocupen por uno. Este es un gozo que podríamos producirles a otros mucho más a menudo de lo que lo hacemos.

LAS SEÑALES DE LA VIDA CRISTIANA

(ii) EL SACRIFICIO CRISTIANO

Filipenses 1:3-11 (continuación)

En el versículo 6 Pablo dice que tiene confianza en que Dios, que ha empezado una buena obra en los filipenses, la llevará a feliz término para que estén preparados para el día de Jesucristo. Hay aquí todo un cuadro en griego que no es posible reproducir en una traducción. El detalle está en que las palabras que usa Pablo para empezar (enárjesthai) y para completar (epitélein) son términos técnicos que se usaban para el comienzo y el final de un sacrificio. Había un ritual de iniciación en relación con un sacrificio griego. Se encendía una tea en el fuego del altar, y se metía en un cubo de agua para limpiarlo con la llama sagrada; con el agua bendita se rociaban la víctima y las personas que la ofrecían para dejarlos purificados y santificados. A continuación seguía lo que se llamaba la eufêmia, el silencio sagrado, en el que se suponía que el adorador ofrecía sus oraciones al dios. Por último se traía un cubo de cebada, algunos de cuyos granos Se echaban sobre la víctima y por el suelo alrededor. Estas acciones eran el principio del sacrificio, y el término técnico para realizarlo era el verbo enárjesthai que usa Pablo aquí. El verbo que significaba completar todo el ritual del sacrificio era epitélein, que es el que usa Pablo para completar. Toda la frase de Pablo se mueve en la atmósfera del sacrificio.

Pablo contempla la vida del cristiano como un sacrificio dispuesto para ser ofrecido a Jesucristo. Traza la misma figura cuando exhorta a los romanos a que presenten sus cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios (Romanos 12:1).

Cuando Cristo vuelva, será como la llegada de un Rey. En tales ocasiones los súbditos estaban obligados a presentarse con dones para mostrarle su lealtad y su amor. El único don que Jesucristo desea que Le presentemos es el de nosotros mismos; así que, la suprema tarea de una persona es hacer que su vida sea idónea para ofrecérsela. Solo la gracia de Dios nos puede capacitar para lograrlo.

LAS SEÑALES DE LA VIDA CRISTIANA

(iii) LA SOLIDARIDAD CRISTIANA

Filipenses 1:3-11 (continuación)

En este pasaje se hace hincapié en la idea de la solidaridad cristiana. Hay varias cosas que los cristianos comparten.

(i) Los cristianos son solidarios en la gracia. Son personas que comparten una deuda común con la gracia de Dios.

(ii) Los cristianos son solidarios en la obra del Evangelio. No solo comparten un don, sino también una tarea: la extensión del Evangelio. Pablo usa dos palabras para expresar la obra de los cristianos por el Evangelio: habla de la defensa y de la confirmación del Evangelio. La defensa (apologuía) del Evangelio quiere decir su defensa frente a los ataques que se le hacen desde fuera. El cristiano tiene que estar dispuesto para ser un defensor de la fe, y dar razón de la esperanza que tiene. La confirmación (bebaíôsis) del Evangelio es la edificación de su fuerza desde dentro, la edificación de los cristianos. El cristiano debe extender el Evangelio defendiéndolo contra los ataques de sus enemigos y edificando la fe de sus amigos.

(iii) Los cristianos son solidarios en el sufrimiento por el Evangelio. Siempre que a un cristiano le toca sufrir por causa del Evangelio debe hallar fuerza y consuelo en el pensamiento de que es uno de una gran compañía a través de todas las edades y en todas las tierras que han sufrido por Cristo antes que negar su fe.

(iv) Los cristianos son solidarios con Cristo. En el versículo 8 Pablo tiene un dicho sumamente gráfico. La traducción literal sería: «Os anhelo a todos con las entrañas de Jesucristo.» La palabra griega es splanjna, que designaba, lo mismo que la palabra hebrea correspondiente, rajamîm, las entrañas maternales que se suponía que eran la sede de la ternura y de la compasión. Así es que Pablo está diciendo: «Os anhelo con la misma ternura de Jesucristo mismo.» El amor que Pablo sentía para con sus amigos cristianos no era otra cosa que el amor de Cristo mismo. J. B. Lightfoot dice escribiendo sobre este pasaje: «El cristiano no tiene anhelos aparte de los de su Señor; su pulso late con el pulso de Cristo; su corazón palpita con el corazón de Cristo.» Cuando somos realmente uno con Jesús, su amor fluye de nosotros hacia nuestros semejantes a los que Él ama y por los que murió. El cristiano es solidario con el amor de Cristo.

LAS SEÑALES DE LA VIDA CRISTIANA

(iv) LA CARRERA Y LA META DEL CRISTIANO

Filipenses 1:3-11 (conclusión)

Lo que Pablo pedía en oración para los suyos era que su amor creciera de día en día (versículos 9 y 10). Ese amor, que no era una cosa meramente sensiblera, había de crecer en conocimiento y en percepción espiritual para que llegaran a ser cada vez más capaces de distinguir entre la verdad y el error. El amor es siempre el camino al conocimiento. Si amamos algo, queremos aprender más acerca de ello; si amamos a una persona, queremos conocerla cada vez más; si amamos a Jesús, querremos aprender más acerca de Él y de Su verdad.

El amor es sensible a la mente y al corazón del ser amado. Si hiere ciega o insensiblemente los sentimientos de la persona que pretende amar, no es verdadero amor. Si amamos a Jesús de veras seremos sensibles a Su voluntad y deseos; cuanto más Le amemos, más nos retraeremos instintivamente del mal y desearemos el bien. La palabra que usa Pablo para poner a prueba es dokimázein, que era la que se usaba para probar un metal para comprobar que era genuino. El verdadero amor no es ciego; nos permitirá siempre ver la diferencia entre lo falso y lo verdadero.

Así que el cristiano llegará a ser puro y no será causa de que otros tropiecen. La palabra que usa para puro es interesante. Es eilikrinês. Los griegos sugerían dos etimologías posibles, cada una de las cuales presentaba una idea gráfica. Podía venir de eile, la luz del sol, y de krínein, juzgar, y describir lo que puede resistir el escrutinio de la luz solar sin mostrar ningún defecto. Sobre esa base la palabra querrá decir que el carácter cristiano puede soportar que se le proyecte cualquier luz. La otra posibilidad es que eilikrinês se derive de eilein, que quiere decir dar vueltas y vueltas como en una criba hasta que se le quitan todas las impurezas. Sobre esa base, el carácter cristiano se va limpiando de todo mal hasta quedar totalmente puro.

Pero el cristiano no es sólo puro; es también apróskopos, no hace que nadie tropiece. Hay personas que son exteriormente impecables, pero tan austeras que repelen a los demás del Cristianismo. El cristiano es en sí mismo puro, pero su amor y gentileza son tales que atraen a otros al camino cristiano en lugar de repelerlos.

Por último, Pablo establece el objetivo del cristiano. Es vivir de tal manera que se den a Dios la gloria y la alabanza. El cristiano no se propone obtener honores por su bondad para sí mismo, sino para Dios. El cristiano sabe, y atestigua, que es como es, no por su propio esfuerzo y sin ayuda de nadie, sino solamente por la gracia de Dios.

LOS LAZOS QUE DESTRUYEN LAS BARRERAS

Filipenses 1:12-14