Editorial CLIE

Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS (Barcelona)

COMENTARIO AL NUEVO TESTAMENTO

Volumen 09 - Corintios

Traductor de la Obra completa: Alberto Araujo

© por C. William Barclay. Publicado originalmente en 1970 y actualizado en 1991 por The Saint Andrew Press, 121 George Street, Edimburgh, EH2 4YN, Escocia.

© 1997 por CLIE para la versión española.

ISBN 978-84-7645-749-8 Obra completa

ISBN 978-84-8267-607-4 Volumen 09

Clasifíquese: 0235 COMENTARIOS COMPLETOS N.T. -Corintios C.T.C. 01-02-0235-04

Referencia: 22.38.55

PRESENTACIÓN

Las cartas de Pablo a la iglesia de Corinto contienen algunos de los pasajes más conocidos y queridos por los cristianos de todos los tiempos, como el himno al Amor, la institución de la Santa Cena y la exposición de la Resurrección. Además, tienen una palpitante actualidad y presentan a la Iglesia un desafío inquietante en este tiempo en que es más dolorosamente consciente de sus divisiones, y los movimientos pentecostal y carismático han sacado a luz dones y ministerios que habían quedado arrumbados en las iglesias históricas.

Pero algunos de nosotros no podemos negar que a veces tenemos dificultad para seguir el hilo de estas cartas, porque nos parece que se entremezclan los temas. Es muy posible que descubramos la clave para resolver algunos de estos problemas en la Introducción general a las cartas a los corintios que William Barclay pone al principio de este volumen. Luego, la misma traducción en lenguaje actual de los textos de Pablo puede que acerque más su pensamiento a nuestra comprensión. Y a medida que nos vayamos adentrando en el comentario propiamente dicho, iremos comprobando la extraordinaria habilidad de Barclay para aclararnos alusiones que nunca habíamos comprendido, como el bautismo por los muertos, las vígenes casadas y el aguijón de Pablo, entre otras.

Con sencillez y naturalidad nos explica las palabras más importantes del original, entre las que es posible que ya nos vayan sonando algunas hasta a los que no sabemos griego.

Sin hacer el menor alarde de erudición presenta, como a viejos amigos, a más de una docena de autores de la antigüedad clásica, a otros tantos padres de la Iglesia, a reformadores y figuras más modernas de la Cristiandad, y de la historia universal, y a personalidades relevantes del mundo de la cultura y del arte y de la ciencia como Platón y Aristóteles, Agustín y Tertuliano, Lutero y Knox, Fox y Booth, Händel y Goethe, Pascal y Freud, entre otros muchos. Quedarán indelebles en nuestra memoria las semblanzas que nos hace de contemporáneos y colaboradores de Pablo como Apolos, Aristarco, Epafrodito, Lucas y el mismo Pedro; el anciano obispo y mártir Policarpo de Esmirna; el místico mallorquín Ramón Llull; el apóstol del Metodismo John Wesley; el padre del movimiento misionero moderno William Carey... «Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría...»

Barclay nos hace percibir el hondo sentir del corazón de Pablo por las glorias y los problemas de aquella iglesia, que fue probablemente la que le dio más quebraderos de cabeza, y ante la que tuvo que defenderse, a su pesar, de toda clase de burlas y calumnias. No hubo que esperar hasta los siglos IX y XVI para que hubiera cismas y herejías, y no se diga plaitos, envidias, rivalidades y divisiones. Pablo receta la humildad, el orden y la disciplina; pero por encima de todo, y nada sin Amor, del que Cristo nos dio ejemplo y que Su Espíritu hace nacer y crecer en nuestros corazones. Y nos presenta la misión y la gloria de la Iglesia en una de sus alegorías geniales: como el Cuerpo de Cristo, vivificado y gobernado por Su Espíritu.

Otras alegorías típicamente paulinas e igualmente geniales son: la de nuestro cuerpo como la tienda de campaña, el habitáculo temporal de los peregrinos que van camino de su morada definitiva, el cuerpo espiritual que recibiremos en la Resurrección; y la de la muerte y la Resurrección como la siembra de la semilla que muere y se reproduce en una planta incalculablemente más plena y desarrollada.

Pablo y su intérprete Barclay dejan bien claro que su tema supremo es el único fundamento de la Iglesia, Jesucristo, a Quien nos presentan aquí además como Primicias de la Resurrección y como el Sí y el Amén de Dios.

Alberto Araujo

INTRODUCCIÓN GENERAL A LAS CARTAS DE PABLO

LAS CARTAS DE PABLO

Las cartas de Pablo son el conjunto de documentos más interesante del Nuevo Testamento; y eso, porque una carta es la forma más personal de todas las que se usan en literatura. Demetrio, uno de los antiguos críticos literarios griegos, escribió una vez: «Cada uno revela su propia alma en sus cartas. En cualquier otro género se puede discernir el carácter del escritor, pero en ninguno tan claramente como en el epistolar» (Demetrio, Sobre el estilo, 227). Es precisamente porque disponemos de tantas cartas suyas por lo que nos parece que conocemos tan bien a Pablo. En ellas abría su mente y su corazón a los que tanto amaba; en ellas, aun ahora podemos percibir su gran inteligencia enfrentándose con los problemas de la Iglesia Primitiva, y sentimos su gran corazón latiendo de amor por los hombres, aun por los descarriados y equivocados.

EL ENIGMA DE LAS CARTAS

Por otra parte, muchas veces no hay nada más difícil de entender que una carta. Demetrio (Sobre el estilo, 223) cita a Artemón, el editor de las cartas de Aristóteles, que decía que una carta es en realidad una de las dos partes de un diálogo, y como tal debería escribirse. En otras palabras: leer una carta es como escuchar un lado de una conversación telefónica. Por eso a veces nos es difícil entender las cartas de Pablo: porque no tenemos las otras a las que está contestando, y no conocemos la situación a la que se refiere nada más que por lo que podemos deducir de su respuesta. Antes de intentar entender cualquiera de las cartas que escribió Pablo debemos hacer lo posible para reconstruir la situación que la originó.

LAS CARTAS ANTIGUAS

Es una lástima que las cartas de Pablo se llamen epístolas. Son, en el sentido más corriente, cartas. Una de las cosas que más luz han aportado a la interpretación del Nuevo Testamento ha sido el descubrimiento y la publicación de los papiros. En el mundo antiguo, el papiro era el antepasado del papel, en el que se escribían casi todos los documentos. Se hacía con tiras de la corteza de una planta que crecía en las orillas del Nilo. Las tiras se colocaban unas encima de otras y se abatanaban, de lo que resultaba algo parecido al papel de estraza. Las arenas del desierto de Egipto eran ideales para la conservación de los papiros, que eran de larga duración siempre que no estuvieran expuestos a la humedad. Los arqueólogos han rescatado centenares de documentos —contratos de matrimonio, acuerdos legales, fórmulas de la administración— y, lo que es más interesante: cartas personales. Al leerlas nos damos cuenta de que siguen una estructura determinada, que también se reproduce en las cartas de Pablo. Veamos una de esas cartas antiguas, que resulta ser de un soldado que se llamaba Apión a su padre Epímaco, diciéndole que ha llegado bien a Miseno a pesar de la tormenta.

«Apión manda saludos muy cordiales a su padre y señor Epímaco. Pido sobre todo que usted se encuentre sano y bien; y que todo le vaya bien a usted, a mi hermana y su hija y a mi hermano. Doy gracias a mi Señor Serapis por conservarme la vida cuando estaba en peligro en la mar.

En cuanto llegué a Miseno recibí del César el dinero del viaje, tres piezas de oro; y todo me va bien. Le pido, querido Padre, que me mande unas líneas, lo primero para saber cómo está, y también acerca de mis hermanos, y en tercer lugar para que bese su mano por haberme educado bien, y gracias a eso espero un ascenso pronto, si Dios quiere. Dé a Capitón mis saludos cordiales, y a mis hermanos, y a Serenilla y a mis amigos. Le mandé un retrato que me pintó Euctemón. En el ejército me llamo Antonio Máximo. Hago votos por su buena salud. Recuerdos de Sereno, el de Ágato Daimón, y de Turbo, el hijo de Galonio» (G. Milligan, Selections from the Greek Papyri, 36).

¡No podría figurarse Apión que estaríamos leyendo la carta que le escribió a su padre 1,800 años después! Nos muestra lo poco que ha cambiado la naturaleza humana. El mozo está esperando un ascenso. Era devoto del dios Serapis. Serenilla sería la chica con la que salía. Y le ha mandado a los suyos el equivalente de entonces de una foto.

Notamos que la carta tiene varias partes: (i) Un saludo. (ii) Una oración por la salud del destinatario. (iii) Una acción de gracias a un dios. (iv) El tema de la carta. (v) Finalmente, saludos para unos y recuerdos de otros. En casi todas las cartas de Pablo encontramos estas secciones, como vamos a ver:

(i) El saludo: Romanos 1:1; 1 Corintios 1:1; 2 Corintios 1:1; Gálatas 1:1; Efesios 1:1; Filipenses 1:1; Colosenses 1:1s; 1 Tesalonicenses 1:1; 2 Tesalonicenses 1:1.

(ii) La oración: en todas sus cartas Pablo pide la gracia de Dios para las personas a las que escribe: Romanos 1:7; 1 Corintios 1:3; 2 Corintios 1:2; Gálatas 1:3; Efesios 1:2; Filipenses 1:3; Colosenses 1:2; 1 Tesalonicenses 1:2; 2 Tesalonicenses 1:2.

(iii) La acción de gracias: Romanos 1:8; 1 Corintios 1:4; 2 Corintios 1:3; Efesios 1:3; Filipenses 1:3; Colosenses 1:2; 1 Tesalonicenses 1:3; 2 Tesalonicenses 1:3.

(iv) El tema de la carta: de lo que trata cada una.

(v) Saludos especiales y recuerdos personales: Romanos 16; 1 Corintios 16:19; 2 Corintios 13: 13; Filipenses 4:21s; Colosenses 4:12-15; 1 Tesalonicenses 5:26.

Las cartas de Pablo siguen el modelo de todo el mundo. Deissmann dice de ellas: «Son diferentes de las otras que encontramos en las humildes hojas de papiro de Egipto, no en cuanto cartas, sino en cuanto cartas de Pablo.» No son ejercicios académicos ni tratados teológicos, sino documentos humanos escritos por un amigo a sus amigos.

LA SITUACIÓN INMEDIATA

Con unas pocas excepciones, Pablo escribió todas sus cartas para salir al paso de una situación inmediata, y no como tratados elaborados en la paz y el silencio de su despacho. Si se había producido una situación peligrosa en Corinto, Galacia, Filipos o Tesalónica, Pablo escribía una carta para solucionarla. No estaba pensando en nosotros, sino solamente en aquellos a los que escribía. Deissmann dice: «Pablo no estaba pensando en añadir unas pocas composiciones nuevas a las ya existentes epístolas judías; y menos en enriquecer la literatura sagrada de su nación...No tenía la menor idea del lugar que sus palabras llegarían a ocupar en la historia universal; ni siquiera de que se conservarían en la generación siguiente, y mucho menos de que llegaría el día en que se consideraran Sagrada Escritura.» Debemos recordar siempre que una cosa no tiene que ser pasajera porque se escribió para salir al paso de una situación inmediata. Todas las grandes canciones de amor del mundo se escribieron para una persona determinada, pero siguen viviendo para toda la humanidad. Precisamente porque Pablo escribió sus cartas para salir al paso de un peligro amenazador o de una necesidad perentoria es por lo que todavía laten de vida. Y es precisamente porque las necesidades y las situaciones humanas no cambian por lo que Dios nos habla por medio de ellas hoy.

LA PALABRA HABLADA

De una cosa debemos darnos cuenta en estas cartas. Pablo hacía lo que la mayoría de la gente de su tiempo: no escribía él mismo las cartas, sino que las dictaba a un amanuense, y añadía al final su firma, a veces con algunas palabras más. (Conocemos el nombre de uno de los que escribieron para Pablo: en Romanos 16:22, Tercio, el amanuense, introduce su propio saludo antes del final de la carta). En 1 Corintios 16:21 Pablo dice: «Esta es mi firma, mi autógrafo, para que estéis seguros de que esta carta os la mando yo.» (Ver también Colosenses 4:18; 2 Tesalonicenses 3:17).

Esto explica un montón de cosas. Algunas veces es difícil entender a Pablo porque sus frases no terminan nunca, la gramática se quiebra y se enreda la construcción. No debemos figurárnosle sentado tranquilamente a su mesa de despacho, puliendo cuidadosamente cada frase; sino más bien recorriendo de un lado a otro la habitación, «tartamudeando su poderoso griego polémico» como decía Unamuno, mientras su amanuense se daba toda la prisa que podía para no perder ni una palabra. Cuando Pablo componía sus cartas, tenía presentes en su imaginación a las personas a las que iban destinadas, y se le salía del pecho el corazón hacia ellas en torrentes que se atropellaban en su ansia de comunicar y ayudar.

INTRODUCCIÓN GENERAL A LAS CARTAS A LOS CORINTIOS

LA GRANDEZA DE CORINTO

Una ojeada al mapa nos mostrará que Corinto estaba diseñada para la grandeza. La parte Sur de Grecia es casi una isla. Por el Oeste, el golfo de Corinto hace una incisión tierra adentro, y lo mismo el golfo de Arenas por el Este. Todo lo que queda para unir las dos partes de Grecia, como una cintura de avispa, es el istmo de Corinto, de menos de ocho kilómetros de ancho. En esa estrecha lengua de tierra está Corinto. Tal posición hacía inevitable que fuera uno de los centros comerciales del mundo antiguo. Todo el tráfico de Atenas y el Norte de Grecia a Esparta y el Peloponeso no tenía más remedio que pasar por Corinto.

Pero no era solamente el tráfico del Norte al Sur de Grecia el que tenía que pasar por Corinto por necesidad; sino que también la mayor parte del que iba del Este al Oeste y viceversa del Mediterráneo prefería pasar por Corinto. La punta más meridional de Grecia era el cabo Malea o Kavomaliás. Era proverbialmente arriesgado el rodear el cabo Malea. Había dos refranes griegos que expresaban lo que se pensaba de él: «El que rodee Malea, que se olvide de su casa;» y «Si vas a rodear Malea, haz el testamento.»

En consecuencia, los marineros tenían dos opciones:

(a) Remontar el golfo de Arenas y, si el barco era pequeño, sacarlo del agua, deslizarlo sobre rodillos hasta el otro lado del istmo y botarlo otra vez. El istmo se llamaba Diolkos, que quería decir «el lugar donde se hace el arrastre.» La idea es la misma que encierra el nombre escocés Tarbert, que quiere decir el lugar en el que la tierra es tan estrecha que se puede arrastrar un barco de un lago a otro. (b) Si no era posible hacer eso por el tamaño del barco, se desembarcaba todo el cargo, se transportaba a través del istmo, y se cargaba otra vez en otro barco al otro lado. Ese trasbordo a través del istmo por donde está ahora el canal de Corinto le ahorraba a los barcos una travesía de doscientas millas rodeando el cabo Malea, el más peligroso del Mediterráneo; pero, naturalmente, cualquiera de estas opciones costaba un dinero considerable, que iba a engrosar la riqueza de Corinto.

Es fácil comprender la tremenda importancia comercial que tenía Corinto. El tráfico Norte-Sur no tenía otra alternativa que pasar por él; y con mucho a la mayor parte del comercio Este-Oeste del Mediterráneo también le convenía pasar por Corinto.

Alrededor de Corinto se apiñaban otras tres poblaciones: Laqueo, al Oeste del istmo, Cencreas, al Este, y Esqueno, a corta distancia. Escribe Farrar: «Los objetos de lujo llegaban fácilmente a los mercados que visitaban todas las naciones del mundo civilizado: el bálsamo de Arabia, los dátiles de Fenicia, el marfil de Libia, las alfombras de Babilonia, los tejidos de pelo de cabra de Cilicia, la lana de Licaonia y los esclavos de Frigia.»

Corinto, como la llama Farrar, era la «Feria de las Vanidades» del mundo antiguo. La llamaban «el puente de Grecia»; alguien la llamó «el salón de Grecia.» Se dice que, si uno está en Picadilly Circus de Londres, al cabo de poco tiempo se habrá encontrado con todos los ingleses; pues Corinto era el Picadilly Circus del Mediterráneo. Para atraer aún a más gente, en Corinto de celebraban los juegos ístmicos, sólo superados por los olímpicos. Era una ciudad rica y populosa y uno de los más importantes centros comerciales del mundo antiguo.

LA CORRUPCIÓN DE CORINTO

Corinto tenía otra cara. Por un lado tenía fama de prosperidad comercial; pero, por el otro, era la guarida de todo lo malo. Los griegos habían acuñado el verbo korinthiázesthai, «corintiarse», vivir como los corintios, es decir, disipadamente. Esta palabra pasó al inglés y, en los tiempos de la Regencia, a los jóvenes ricos y disolutos que cometían toda clase de excesos los llamaban corinthians. Aelian, un escritor griego tardío, nos dice que si alguna vez salía un corintio en una obra teatral haría el papel de un borracho. El mismo nombre de Corinto era sinónimo de una corrupción que tenía su base en la ciudad y era conocida en todo el mundo antiguo. Por encima del istmo se elevaba la colina de la Acrópolis en la que estaba el gran templo de Afrodita, la Venus griega, la diosa del amor. Había adscritas a ese templo mil sacerdotisas, que eran en realidad una especie de prostitutas sagradas, que bajaban de la Acrópolis todas las tardes para cumplir su «ministerio» por las calles de Corinto. Había un proverbio que decía: «No todo el mundo se puede permitir un viaje a Corinto.» Además de esos vicios públicos, florecían otros muchos más recónditos que habían llegado con los viajeros y los marinos desde tierras remotas, de tal manera que Corinto llegó a ser sinónimo, no sólo de riqueza y de lujo, sino también de borrachera, libertinaje y degradación.

LA HISTORIA DE CORINTO

La historia de Corinto se divide naturalmente en dos partes. Era una ciudad muy antigua. El historiador griego Tucídides sostiene que fue en Corinto donde se construyeron los primeros trirremes o barcos de guerra. Dice una leyenda que fue en Corinto donde se construyó el Argo, el barco en que Jasón navegó por los mares buscando el vellocino de oro. Pero la desgracia sobrevino a Corinto en 146 a.C. Los romanos se habían lanzado a conquistar el mundo. Cuando trataron de conquistar Grecia, Corinto era el líder de la oposición. Pero los griegos no pudieron resistir frente a los disciplinados romanos, cuyo general, Lucio Mummio, tomó Corinto y la redujo a un montón de ruinas.

Pero un lugar con la posición geográfica de Corinto no podía permanecer devastado mucho tiempo. Casi exactamente cien años después, en el año 46 a.C., Julio César la reedificó, y Corinto renació de sus cenizas, ahora como colonia romana; y más, como capital de la provincia romana de Acaya, que incluía a casi toda Grecia.

En aquel tiempo, que era el de Pablo, tenía una población muy mezclada. (i) Había veteranos romanos a los que Julio César había instalado allí. Cuando un soldado romano había cumplido su tiempo, se le concedía la ciudadanía y se le enviaba a alguna ciudad de reciente fundación, donde se le daban tierras para que fuera un colono. Estas colonias romanas se encontraban por todas partes, y su base eran los veteranos cuyo servicio los había hecho acreedores a la ciudadanía. (ii) Cuando se reedificó Corinto volvieron los comerciantes, porque su ubicación todavía le daba una supremacía comercial. (iii) Había muchos judíos entre la población. La ciudad reedificada les ofrecía oportunidades comerciales que no tardaron en aprovechar. (iv) Había algunos fenicios y frigios y otros orientales desperdigados entre la población, con sus costumbres exóticas y sus hábitos histéricos. Farrar habla de «la población mestiza de aventureros griegos y burgueses romanos, con algunas muestras de fenicios; era una masa de judíos, soldados jubilados, filósofos, mercaderes, navegantes, libertos, esclavos, comerciantes, artesanos, buhoneros y traficantes de toda clase de vicios.» Farrar caracteriza a Corinto como «una colonia sin aristocracia, sin tradiciones y sin ciudadanos bien establecidos.»

Acordaos del trasfondo de Corinto, de su fama de riqueza y de lujo, de borrachera, inmoralidad y vicio, y luego leed 1 Corintios 6:9-10:

¿Es que no os habéis enterado de que los inicuos no van a heredar el Reino de Dios? No os engañéis, que ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los sensuales, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los calumniadores, ni los bandoleros... heredarán el Reino de Dios. ¡Y eso es lo que erais algunos!

En este lecho del vicio, en el lugar menos imaginable de todo el mundo griego, fue donde Pablo realizó algunas de sus obras señeras, y donde obtuvo el Evangelio algunos de sus más señalados triunfos.

PABLO EN CORINTO

Pablo se quedó en Corinto más que en ninguna otra ciudad de las que visitó, con la excepción de Éfeso. Había salido de Macedonia a riesgo de su vida, y había cruzado a Atenas, donde tuvo poco éxito. De allí pasó a Corinto, donde se quedó dieciocho meses. Nos damos cuenta de lo poco que sabemos realmente de su obra cuando vemos que aquellos dieciocho meses se comprimen en diecisiete versículos en el relato de Lucas (Hechos 18:1-17).

Cuando llegó a Corinto, Pablo se alojó con Áquila y Prisquilla. Tuvo mucho éxito con su predicación en la sinagoga. Con la llegada de Timoteo y Silas desde Macedonia, redobló sus esfuerzos; pero los judíos se le opusieron tan tenazmente que tuvo que retirarse de la sinagoga, alojándose en casa de un tal Justo, que vivía al lado. Su converso más representativo fue Crispo, que era nada menos que el moderador de la sinagoga; y también tuvo buenos resultados entre la gente de la ciudad.

En el año 52 d.C. llegó Galión como nuevo gobernador romano de Corinto. Era famoso por su simpatía y amabilidad. Los judíos trataron de aprovecharse de su carácter y de que era nuevo, y le trajeron a Pablo a juicio acusándole de enseñar cosas contrarias a la ley de ellos. Pero Galión, dando ejemplo de justicia romana imparcial, se negó a tomar parte en el asunto. Después de aquello Pablo dio por terminada su labor en Corinto y se marchó a Siria.

LA CORRESPONDENCIA DE PABLO CON CORINTO

Fue cuando estaba en Éfeso, en el año 55 d.C., cuando Pablo, al saber que las cosas no iban del todo bien en Corinto, le escribió a aquella iglesia. Es muy posible que la correspondencia de Pablo con la iglesia de Corinto no esté colocada en el debido orden en el Nuevo Testamento. Debemos tener presente que la colección de las cartas de Pablo no se hizo hasta el año 90 d.C. aproximadamente. En muchas iglesias no tendrían más que una parte, escrita en hojas sueltas de papiro, y el hacer la colección completa y colocarla en orden tiene que haber sido una tarea considerable. Parece que, cuando se reunieron las cartas a los corintios, no se descubrieron todas ni se colocaron por el orden en que fueron escritas. Vamos a intentar reconstruir lo que pasó.

(i) Hubo una carta antes de 1 Corintios. En 1 Corintios 5:9, Pablo escribe: «Os escribí en una carta que no os asociarais con los inmorales.» Está claro que se refiere a una carta previa que, o se ha perdido, o se encuentra, por lo menos en parte, en algún lugar dentro de una de las dos que conocemos. Algunos estudiosos creen que está en 2 Corintios 6:14 – 7:1. Es verdad que ese pasaje se refiere al tema al que Pablo hace referencia. Parece que no enlaza bien con el contexto; y, si quitamos esos versículos, hay incluso una mejor continuidad. Los estudiosos llaman a esa carta La carta previa. (En el original, las cartas no estaban divididas en capítulo y versículos. Los capítulos no se dividieron hasta el siglo XIII, y los versículos hasta el XVI, razón por la cual sería todavía más difícil colocar las páginas en un cierto orden).

(ii) A Pablo le llegaron noticias de los problemas de Corinto por varios conductos.

(a) Por medio de los de la casa de Cloe (1 Corintios 1:11), que le trajeron noticias de las contiendas que estaban dividiendo la iglesia.

(b) Esteban, Fortunato y Acaico le trajeron noticias cuando le visitaron en Éfeso (1 Corintios 16:17). Con su información personal completaron la que Pablo ya había recibido de otras fuentes.

(c) Pablo había recibido una carta de la iglesia de Corinto consultándole algunas cuestiones. En 1 Corintios 7:1, Pablo empieza: «En relación con los asuntos que me habéis consultado en vuestra carta...» En respuesta a todo esto, Pablo escribió 1 Corintios y la envió probablemente con Timoteo, según se deduce de 1 Corintios 4:17.

(iii) El resultado de la carta fue que las cosas se pusieron todavía peor; y, aunque no tenemos datos de esto, podemos deducir que Pablo hizo una visita a Corinto. En 2 Corintios 12:14 escribe: «Estoy dispuesto a haceros una tercera visita.» En 2 Corintios 13: 1-2 dice otra vez que va a verlos por tercera vez. Ahora bien: si iba a haber una tercera visita, es lógico suponer que hubo una segunda. No tenemos noticias nada más que de una vez que Pablo fuera a Corinto, la que se nos cuenta en Hechos 18:1-17. No se hace ninguna referencia a una segunda visita; pero Corinto estaba a dos o tres días de navegación desde Éfeso.

(iv) Aquella segunda visita tampoco hizo ningún bien. Las cosas estaban muy exacerbadas, y lo siguiente fue una carta sumamente severa. Leemos acerca de ella en ciertos pasajes de 2 Corintios. En 2:4, Pablo escribe: «Me costó mucho dolor y angustia de corazón y lágrimas el escribiros.» En 7:8 escribe: «Porque, aunque os puse muy tristes con mi carta, no lo siento, aunque entonces lo sentí en el alma; porque veo que esa carta os ha afligido, pero sólo por un poco de tiempo.» Aquella carta fue el resultado de mucha angustia, una carta tan severa que a Pablo le daba pena haberla mandado. Los estudiosos la llaman La carta severa. ¿Se ha perdido? Está claro que no puede ser 1 Corintios, que no se escribió con lágrimas y angustia. Cuando Pablo escribió 1 Corintios está claro que las cosas estaban bastante en control. Ahora bien: si leemos 2 Corintios de un tirón, nos encontramos con algo que nos sorprende. En los capítulos 1 al 9, todo se ha resuelto, hay una reconciliación completa y son amigos otra vez; pero en el capítulo 10 hay un cambio brusco de tono. Los capítulos 10 al 13 de 2 Corintios son el grito más desgarrador que Pablo escribiera jamás. Dejan ver que le habían ofendido, e insultado, y despreciado como nunca antes o después. Se habían burlado de su apariencia, de su manera de hablar, de su vocación de apóstol y hasta de su honradez.

Casi todos los estudiosos están de acuerdo en que La carta severa se encuentra en los capítulos 10 al 13 de 2 Corintios, que se colocaron indebidamente cuando se reunieron las cartas de Pablo. Si queremos restaurar el orden cronológico de la correspondencia de Pablo con Corinto hemos de leer los capítulos 10 al 13 antes que los primeros nueve de 2 Corintios. Sabemos que Pablo mandó la carta severa con Tito (2 Corintios 2:13; 7:13).

(v) Pablo estaba preocupado por esa carta. No podía esperar hasta que volviera Tito con la respuesta, así que se puso en camino para encontrarse con él (2 Corintios 2:13; 7:5, 13). Se encontraron en algún lugar de Macedonia, y Pablo se enteró por Tito de que ya todo estaba bien; y, probablemente en Filipos, se sentó y escribió los que son ahora los nueve primeros capítulos de 2 Corintios, la carta de la reconciliación. Stalker ha dicho que las cartas de Pablo levantan el tejado de las iglesias, como hacía «el diablo cojuelo», y nos permiten ver lo que pasaba en el interior. De ninguna de ellas es eso más cierto que de las que escribió a los corintios. Aquí vemos lo que debe de haber sido «la preocupación de todas las iglesias» para el apóstol Pablo (2 Corintios 11:28). Aquí vemos a Pablo como pastor, sobrellevando en el corazón los dolores y los problemas de su rebaño.

LA CORRESPONDENCIA CON CORINTO

Antes de estudiar las cartas en detalle, pongamos la correspondencia de Pablo con la iglesia de Corinto en forma tabular.

(i) La carta previa, que es posible que se encuentre en parte en 2 Corintios 6:14 – 7:1.

(ii) Llegada de los de Cloe, de Esteban, Fortunato y Acaico y de la carta de la iglesia de Corinto a Pablo.

(iii) Pablo escribe 1 Corintios en contestación y la manda con Timoteo.

(iv) La situación empeora, y Pablo hace una segunda visita personal a Corinto que es un fracaso tal que casi le rompe el corazón.

(v) En consecuencia, Pablo escribe La carta severa, que es casi seguro que se encuentra en los capítulos 10 al 13 de 2 Corintios, y que Pablo envía con Tito.

(vi) Incapaz de esperar la respuesta, se adelanta al encuentro de Tito, que tiene lugar en Macedonia. Pablo recibe la noticia de que todo está bien; y, probablemente desde Filipos, escribe 2 Corintios 1-9, La carta de la reconciliación.


Los primeros cuatro capítulos de 1 Corintios tratan del estado de división en que se encontraba la iglesia del Señor en Corinto. En lugar de estar unida en Cristo estaba dividida en facciones y grupos rivales que se adscribían a nombres de diferentes siervos de Dios. La enseñanza de Pablo es que estas divisiones habían surgido porque los cristianos corintios daban demasiada importancia a la sabiduría y al conocimiento humano y demasiado poca a la soberana gracia de Dios. De hecho, con toda su supuesta sabiduría, eran todavía espiritualmente menores de edad. Se creían muy sabios, pero no eran más que bebés en Cristo.

1 CORINTIOS

LA INTRODUCCIÓN DE UN APÓSTOL

1 Corintios 1:1-3

Pablo, llamado por la voluntad de Dios para ser apóstol de Jesucristo, y nuestro hermano Sóstenes, escriben esta carta a la Iglesia de Dios que se encuentra en Corinto; es decir, a los que están consagrados en Jesucristo, que han recibido el llamamiento para formar parte del pueblo de Dios en compañía de los que en todas partes invocan el nombre del Señor Jesús, su Señor y el nuestro:

¡Gracia a vosotros y paz de parte de Dios nuestro Padre, y del Señor Jesucristo!

En los primeros diez versículos de la Primera Carta de Pablo a los Corintios, el nombre de Jesucristo aparece no menos de diez veces. Esta iba a ser una carta difícil, porque iba a tratar de una difícil situación; y en tal situación, el pensamiento de Pablo se centraba en primer lugar y repetidamente en Jesucristo. A veces en la iglesia intentamos tratar una situación difícil aplicando un reglamento y en un espíritu de justicia humana; a veces en nuestros propios asuntos intentamos resolver una situación difícil con nuestros propios poderes mentales o espirituales. Pablo no hacía así las cosas; llevaba a sus situaciones difíciles a Jesucristo, y buscaba tratarlas a la luz de la Cruz de Cristo y del amor de Cristo.

Esta introducción nos habla de dos cosas.

(i) Nos dice algo acerca de la Iglesia. Pablo habla de La Iglesia de Dios que se encuentra en Corinto. No era la Iglesia de Corinto, sino la Iglesia de Dios. Para Pablo, dondequiera que estuviera una congregación individual, era una parte de la Iglesia de Dios. Pablo no habría hablado de la Iglesia de Escocia o de la Iglesia de Inglaterra; no le habría dado a la Iglesia una designación local, y mucho menos habría identificado una congregación con la denominación determinada a la que perteneciera. Para él la Iglesia era la Iglesia de Dios. Si pensáramos en la Iglesia de esa manera, nos acordaríamos más de la realidad que nos une, y menos en las diferencias locales que nos dividen.

(ii) Este pasaje nos dice algo acerca del cristiano individual. Pablo dice tres cosas acerca de él.

(a) Está consagrado en Jesucristo. El verbo consagrar (haguiázein) quiere decir apartar algo para Dios, hacerlo santo ofreciendo sobre ellos un sacrificio. El cristiano ha sido consagrado a Dios mediante el sacrificio de Cristo. Ser cristiano es ser una persona por la que Cristo murió, y saberlo, y darse cuenta de que ese sacrificio hace que pertenezcamos a Dios de una manera muy especial.

(b) Describe a los cristianos como los que han sido llamados a ser el pueblo dedicado a Dios / recibido el llamamiento para formar parte del pueblo de Dios. Hemos traducido una sola palabra griega por toda esta frase. La palabra es háguios, que la Reina-Valera traduce por santos. Esa palabra no nos sugiere lo que aquí quiere decir. Háguios describe a una persona o cosa que se ha consagrado como propiedad y al servicio de Dios. Es la palabra que se usa para describir un templo o un sacrificio o un día que se han señalado para Dios. Ahora bien: si una persona está señalada como propiedad exclusiva de Dios, debe mostrarse idónea en su vida y carácter para tal servicio. Así fue como háguios llegó a significar santo.

Pero la idea de la raíz de esta palabra es separación. Una persona que es háguios es diferente de los demás, porque ha sido apartada de lo ordinario para pertenecer a Dios de una manera especial. Este era el adjetivo con el que los judíos se definían a sí mismos: eran el háguios laós, el pueblo santo, la nación que era completamente diferente de las demás porque pertenecían a Dios y estaban apartados para Su servicio. Cuando Pablo dice que el cristiano es háguios quiere decir que es diferente de las demás personas porque pertenece a Dios y está al servicio de Dios. Y esa diferencia no consiste en retirarse de la vida corriente, sino en una calidad de vida que distingue de los demás a los que la viven.

(c) Pablo dirige esta carta a los que han sido llamados en la compañía de los que en todas partes invocan el nombre del Señor. El cristiano es llamado a formar parte de una comunidad cuyas fronteras incluyen toda la Tierra y todo el Cielo. Nos haría mucho bien si a veces eleváramos la mirada por encima de nuestro pequeño círculo y nos viéramos como parte de la Iglesia de Dios que es tan amplia como el mundo.

(iii) Este pasaje nos dice algo acerca de nuestro Señor Jesucristo. Pablo menciona a nuestro Señor Jesucristo, e inmediatamente, como si se corrigiera, añade su Señor y el nuestro. Ninguna persona ni iglesia tiene el monopolio de Jesucristo. Él es nuestro Señor, pero también el Señor de toda la humanidad. La maravilla del Cristianismo es que cada uno de nosotros puede decir de Cristo: «Él me amó y se entregó a Sí mismo por mí;» y que «Dios ama a cada uno de nosotros como si no tuviera a nadie más a quien amar, y así a todos.»

LA NECESIDAD DE LA GRATITUD

1 Corintios 1:4-9

Siempre estoy dándole gracias a mi Dios por vosotros, porque os ha otorgado Su gracia en Jesucristo. Y tengo motivos, porque en Él habéis llegado a enriqueceros en todos los sentidos en la expresión y en el conocimiento de tal manera que lo que os prometimos que Cristo podía hacer por Su pueblo se ha demostrado en vosotros que era cierto. El resultado es que no hay don espiritual en el que os hayáis quedado rezagados, mientras esperáis anhelantes la aparición de nuestro Señor Jesucristo, Quien os mantendrá a salvo hasta el mismísimo fin para que nadie os pueda echar nada en cara el Día de nuestro Señor Jesucristo. ¡Podéis confiar en el Dios Que os ha llamado a participar en la compañía de Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo!

En este pasaje de acción de gracias hay cuatro cosas que sobresalen.

(i) Está la promesa que se cumplió. Cuando Pablo les predicó el Evangelio a los corintios, les dijo que Cristo podía hacer ciertas cosas por ellos; y ahora está satisfecho de que todo lo que él aseguró que Cristo podía hacer se ha hecho realidad. Un misionero le dijo a uno de los antiguos reyes pictos de Escocia: «Si aceptas a Cristo, descubrirás maravilla tras maravilla, y todas se harán realidad.» En último análisis, no se puede convencer a nadie para que se haga cristiano; pero sí le podemos decir: «Haz la prueba, y ya verás lo que pasa,» en la seguridad de que, si lo hace, lo que le hemos anunciado se hará realidad en su vida.

(ii) Está el don que se otorgó. Pablo utiliza aquí una de sus palabras favoritas, járisma —de donde viene la palabra carisma—, que quiere decir un regalo que se le da a una persona que no lo merece ni paga de ninguna manera. Este don de Dios, como lo veía Pablo, nos llega de dos maneras.

(a) La Salvación es el járisma de Dios. El llegar a estar en una relación perfecta con Dios es algo que nadie podría lograr por sí mismo. Es un don inmerecido, que nos llega de la absoluta generosidad del amor de Dios (Romanos 6:23).

(b) A cada persona Dios le da los dones que posea y los recursos especiales que necesite en la vida (1 Corintios 12:4-10; 1 Timoteo 4:14; 1 Pedro 4:10). Si uno tiene el don de la palabra, o el de la sanidad, si tiene el don de la música o de cualquier arte, si tiene los dones de artesanía en las manos, todos estos son dones de Dios. Si nos diéramos cuenta de esto como es debido, la vida tendría para nosotros un ambiente y un carácter nuevos. Las habilidades que poseemos no son nuestro mérito, sino dones de Dios que tenemos como en depósito. No los podemos usar como nos dé la gana, sino como Dios manda; no para nuestro exclusivo provecho o prestigio, sino para la gloria de Dios y el bien de los demás.

(iii) Hay un fin definitivo. En el Antiguo Testamento se usa frecuentemente la frase El Día del Señor. Quería decir el día que los judíos esperaban que Dios interviniera directamente en la Historia, el día en que desaparecería el mundo antiguo y nacería un mundo nuevo, el Día del Juicio de toda la humanidad. Los cristianos asumieron esa idea, pero tomando El Día del Señor en el sentido de El Día del Señor Jesucristo, cuando Jesús volverá a la Tierra con todo Su poder y gloria.

Está claro que ese sería un día de juicio. Caedmon, uno de los poetas ingleses primitivos, trazó un cuadro del Día del Juicio en uno de sus poemas. Se figuró que la Cruz estaba en medio del mundo, y que de ella salía una luz extraña que tenía la cualidad de los rayos X de penetrar más allá de los disfraces de las cosas y de las personas, mostrándolas tal como eran. Pablo creía que, cuando llegara el juicio, el cristiano —es decir, la persona que está en Cristo— podría presentarse sin miedo, porque no estaría vestido con sus propios méritos, sino con los de Cristo, de tal manera que nadie podría echarle nada en cara.

UNA IGLESIA DIVIDIDA

1 Corintios 1:10-17

Hermanos: Os suplico por el nombre de nuestro Señor Jesucristo que dirimáis vuestras diferencias y que hagáis todo lo posible para que no se produzcan divisiones entre vosotros, sino que estéis como una piña teniendo una misma mentalidad y una actitud en común. Porque he visto muy claro, hermanos, por la información que he recibido de los de la casa de Cloe, que hay brotes de peleas entre vosotros. Me refiero a eso de que cada uno va diciendo: «¡Yo soy de Pablo!», o «¡Yo soy de Apolos!», o «¡Yo soy de Cefas!», o «¡Yo soy de Cristo!» ¿Es que vais a repartiros a Cristo? ¿Fue Pablo crucificado por vosotros u os habéis bautizado en el nombre de Pablo? Por el giro que han tomado las cosas, me alegro de no haber bautizado a ninguno de vosotros más que a Crispo y a Gayo, para que nadie vaya por ahí diciendo que fue bautizado en mi nombre. Ahora que me acuerdo, también bauticé a la familia de Esteban; pero de los demás no sé si bauticé a ningún otro. Y es que Cristo no me mandó a bautizar, sino a proclamar el Evangelio; y eso, no con oratoria intelectual, no fuera que se vaciara de su eficacia la Cruz de Cristo.

Pablo inicia la tarea de remediar la situación que ha surgido en la iglesia de Corinto. Escribía desde Éfeso. Esclavos cristianos que pertenecían al establishment de una señora llamada Cloe habían tenido ocasión de visitar Corinto, y habían vuelto con la triste historia de la disensión y desunión.

Dos veces se dirige Pablo a los corintios llamándolos hermanos. Como el antiguo comentarista Beza dijo, «También en esa palabra hay escondida una razón.» Por el mismo uso de la palabra Pablo hace dos cosas. Primera, suaviza la reprensión dándola, no con la palmeta como un maestro de escuela, sino como alguien que no tiene más argumentos que los del amor. Segunda, debería habérseles ocurrido lo equivocadas que eran sus disensiones y divisiones. Eran hermanos, y deberían vivir unidos en amor fraternal.

Al tratar de aproximarlos, Pablo usa dos frases interesantes. Los exhorta a dirimir sus diferencias. La frase que usa es la habitual entre partidos hostiles que llegan a un acuerdo. Quiere que se suelden, un término médico que se refiere a los huesos que han estado fracturados, o que se coloque en posición una coyuntura dislocada. La desunión es contraria a la naturaleza y debe curarse para restaurar la salud y eficacia del cuerpo de la iglesia.

Pablo identifica a cuatro partidos en la iglesia de Corinto. No se han separado de la iglesia; las divisiones son por lo pronto internas. La palabra que usa para describirlas es sjísmata, que es la que se usa para una ropa que se rasga. La iglesia corintia corre peligro de ponerse tan fea como una ropa hecha jirones. Debe notarse que las grandes figuras de la Iglesia que se mencionan —Pablo, Cefas y Apolos— no tenían nada que ver con las divisiones. No había disensiones entre ellos. Sin su conocimiento y sin su consentimiento, aquellas facciones corintias se habían apropiado de sus nombres. No es infrecuente el que los supuestos partidarios de una figura le traigan más problemas que sus enemigos declarados. Echémosles una ojeada a estos partidos a ver si podemos descubrir lo que representaban.

(i) Había algunos que pretendían estar de parte de Pablo. Sin duda serían principalmente gentiles. Pablo siempre había predicado el Evangelio de la libertad cristiana y el fin de la ley. Es muy probable que los de este partido estaban convirtiendo la libertad en libertinaje, y usando el Cristianismo como excusa para hacer lo que les daba la gana. Bultmann ha dicho que el indicativo cristiano siempre conlleva el imperativo cristiano. Aquellos corintios habían olvidado que al indicativo de la Buena Nueva va unido inseparablemente el imperativo de la ética cristiana. Habían olvidado que eran salvos para ser libres del pecado, no libres para pecar.

(ii) Había algunos que pretendían estar de parte de Apolos. Tenemos un boceto de Apolos en Hechos 18:24. Era judío, de Alejandría, elocuente y versado en las Escrituras. Alejandría era un centro de actividad intelectual. Fue allí donde los estudiosos crearon la ciencia de la interpretación alegórica de las Escrituras, descubriendo los significados más recónditos en los pasajes más sencillos. Veamos un ejemplo de la clase de cosas que hacían. La epístola de Bernabé, una obra cristiana alejandrina cuya inclusión en el Nuevo Testamento se discutió durante un tiempo, deduce de la comparación de Génesis 14:14 con 18:23 que Abraham tenía 318 varones en su familia a los que había circuncidado. En griego se usan las letras como números, y el 18 se pone con la iota seguida de la eta, que son las dos primeras letras del nombre de Jesús (Iêsûs); y 300 se indica en griego con la letra tau, que tiene la forma de la Cruz; por tanto, ¡este antiguo incidente es un anuncio de la muerte de Jesús en la Cruz! La erudición alejandrina estaba llena de cosas así. Además, los alejandrinos eran unos entusiastas de los recursos literarios. De hecho, eran personas que intelectualizaban el Evangelio. Los que se presentaban como partidarios de Apolos serían, sin duda, los intelectuales que se estaban dedicando a toda prisa a convertir el Evangelio en una filosofía.

(iii) Había algunos que pretendían estar de parte de Cefas. Cefas, o Kefa, era el apodo original de Pedro, Petros, y los dos quieren decir piedra. Estos serían muy probablemente judíos que trataban de enseñar que los cristianos tenían que observar la ley tradicional judía. Serían legalistas que exaltaban la ley aun a costa de rebajar la gracia.

(iv) Había algunos que pretendían estar de parte de Cristo. Esto puede querer decir una de dos cosas. (a) No se usaban los signos de puntuación en los manuscritos antiguos griegos, ni se dejaba un espacio entre las palabras. Puede que aquí no se trate de otro partido corintio, sino del comentario de Pablo mismo. Tal vez deberíamos puntuarlo así: «Yo soy de Pablo», o «Yo soy de Apolos», o «Yo soy de Cefas»... ¡Pero yo soy de Cristo!» Bien puede ser esta la reacción de Pablo a toda esa desgraciada situación. (b) Si no es eso y aquí se describe a otro partido, como ha dicho alguien, «¡Serían los peores!»: puede que fueran una secta rígida e intolerante que pretendían ser los únicos cristianos que había en Corinto. El mal no estaba en decir que pertenecían a Cristo, sino en actuar como si Cristo les perteneciera exclusivamente a ellos.

No hay que pensar que Pablo menospreciara el Bautismo. Los que él mismo bautizó eran conversos muy especiales. Esteban fue probablemente el primer convertido (1 Corintios 16:15); Crispo había sido antes nada menos que el moderador de la sinagoga de Corinto (Hechos 18:8); Gayo probablemente había hospedado a Pablo (Romanos 16:23). Lo que Pablo quiere subrayar aquí es que el Bautismo era hacia dentro del nombre de Jesús: que representa nuestra incorporación a la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo.

La frase en griego implica la más íntima conexión posible. En griego eis, en inglés into, quieren decir hacia dentro. El dar dinero eis el nombre de alguien quería decir meterlo en su cuenta. El vender a un esclavo eis el nombre de una persona era pasarlo a su indiscutible posesión. Un soldado juraba lealtad eis el nombre del César; pertenecía totalmente al emperador. Hacia dentro del nombre de implica absoluta posesión. En la Iglesia implicaba todavía más: no sólo que el cristiano era posesión de Cristo, sino que, de alguna manera, estaba identificado con Él. Lo que Pablo está diciendo es: «Me alegro de haber estado tan ocupado predicando; porque, si hubiera bautizado, a lo mejor os habría hecho creer que por ello estabais conmigo en esa relación tan absoluta que no tenéis realmente nada más que con Cristo.» No es que para él el Bautismo fuera algo que no tenía importancia, sino que tenía tanta que no se podían correr riesgos con él. Pablo estaba contento de no haber hecho nada que pudiera haberse interpuesto en la relación que los convertidos debían tener solamente con Cristo.

Pablo no se proponía más que presentar lo más claramente posible delante de las personas la Cruz de Cristo. El decorar la historia de la Cruz con retórica o dialéctica habría hecho que las personas prestaran más atención al lenguaje que al mensaje. El propósito de Pablo era poner a la gente, no ante sí mismo, sino ante Cristo en toda Su absoluta grandeza.

ESCÁNDALO PARA LOS JUDÍOS Y ESTUPIDEZ PARA LOS GRIEGOS

1 Corintios 1:18-25

Porque la historia de la Cruz les parece una estupidez a los que siguen el camino que lleva a la destrucción, pero es el poder de Dios para los que estamos en el camino de la Salvación. Por algo dice la Escritura: «Borraré la sabiduría de los sabios, y anularé la listeza de los listos.» ¿Qué ha sido de los sabios? ¿Y qué de los expertos en la ley? ¿Adónde han ido a parar los que discutían acerca de la sabiduría de este mundo? ¿Es que no ha dejado Dios la sabiduría de este mundo como pura necedad? Porque cuando vio la sabiduría de Dios que el mundo, con toda su sabiduría, no llegaba a conocerle, Le plugo a Dios salvar a los que creen con lo que llama la gente la estupidez que proclama el mensaje cristiano. Y es que los judíos no quieren más que señales, y los griegos, sabiduría; pero nosotros proclamamos a un Cristo en una Cruz, blasfemia flagrante para los judíos e insultante estupidez para los griegos; pero para los llamados por Dios, tanto de los judíos como de los griegos, Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios; y es que cuando Dios actúa como necio demuestra más sabiduría que toda la humanidad, y cuando Se presenta como impotente, es más fuerte que toda la humanidad.

Tanto a los cultos griegos como a los piadosos judíos, lo que contaban los cristianos les sonaba a pura necedad. Pablo empieza haciendo un uso libre de dos citas de Isaías (29:14, y 33:18) para demostrar que la mera sabiduría humana está abocada al fracaso. Cita el hecho innegable de que, con toda su sabiduría, el mundo no ha llegado a encontrar a Dios, y sigue buscándole a tientas. Esa búsqueda le ha sido asignada por Dios para que comprenda su propia incapacidad, y prepararle el camino para la aceptación del Que es el único Camino.

¿Cuál era, entonces, el Mensaje cristiano? Si estudiamos los cuatro grandes sermones del Libro de los Hechos (2:14-39; 3:12-26; 4:8-12, y 10:36-43) nos encontramos con que hay ciertos elementos constantes en la predicación cristiana. (i) Se anuncia que el gran momento prometido por Dios ha llegado. (ii) Se presenta un resumen de la vida, muerte y resurrección de Jesús. (iii) Se afirma que todo aquello ha sido el cumplimiento de la profecía. (iv) Se anuncia que Jesús volverá otra vez. (v) Se invita a los oyentes a que se arrepientan y reciban el don del Epíritu Santo que Dios había prometido.

(i) Para los judíos, eso era un escándalo por dos razones.

(a(Deuteronomio 21:23)Isaías 53