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Editorial CLIE
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LA ORACIÓN QUE PREVALECE

CLÁSICOS CLIE

Copyright © 2008 por Editorial CLIE

Versión española: Samuel Vila

ISBN: 978-84-8267-640-1

Clasifíquese:

2190 ORACIÓN:

Naturaleza e importancia de la oración

CTC: 05-32-2190-19

Referencia: 224717

Contenido

A modo de Prólogo

Cap. 1 Las oraciones de la Biblia

Cap. 2 Adoración

Cap. 3 Confesión

Cap. 4 Restitución

Cap. 5 Acción de gracias

Cap. 6 Perdón

Cap. 7 La unidad

Cap. 8 La fe

Cap. 9 Petición

Cap. 10 Sumisión

Cap. 11 Oraciones contestadas

NOTA A MODO DE PRÓLOGO

Los dos medios principales de gracia, esenciales los dos, son la Palabra de Dios y la Oración. Por medio de ellos viene la conversión; porque somos nacidos otra vez por la Palabra de Dios, que vive y permanece para siempre; y todo aquel que invoca el nombre del Señor será salvo.

Por medio de los dos también crecemos; porque se nos exhorta a desear la sincera leche de la Palabra, y no podemos crecer en la gracia y en el conocimiento del Señor Jesucristo a menos que le hablemos también a Él en la oración

Es por la Palabra que el Padre nos santifica; pero se nos manda también que velemos y oremos, para que no entremos en tentación.

Estos dos medios de gracia deben ser usados en la proporción debida. Si leemos la Palabra y no oramos, podemos engreírnos de conocimiento, sin amor que nos edifique. Si oramos sin leer la Palabra, quedaremos en ignorancia de la mentalidad y voluntad de Dios, y nos volveremos místicos y fanáticos, expuestos a ser llevados de acá para allá por todo viento de doctrina.

Los capítulos siguientes se refieren especialmente a la oración, pero para que nuestras oraciones sean utilizadas para cosas que sean conforme a la voluntad de Dios tienen que estar basadas en la revelación de su voluntad a nosotros; porque de Él, y por Él y para Él son todas las cosas; y es solo oyendo su Palabra que aprenderemos sus propósitos para nosotros y para el mundo, y oraremos de modo aceptable, orando en el Espíritu Santo, pidiendo las cosas que son agradables a su vista.

Estos mensajes no tienen la intención de ser exhaustivos, sino sugestivos. Éste es un gran tema que ha sido presentado por los Profetas y Apóstoles, y por todos los hombres piadosos de todas las edades del mundo; y mi interés al escribir este pequeño volumen ha sido el animar a los hijos de Dios a procurar «mover el Brazo que mueve el mundo».

D. L. MOODY

CAPÍTULO 1

LAS ORACIONES DE LA BIBLIA

Las personas que han dejado la impresión más profunda en esta tierra, maldita por el pecado, han sido hombres y mujeres de oración. Podrás ver que la ORACIÓN ha sido un gran poder que ha movido no solo a Dios, sino al hombre. Abraham era un hombre de oración y los ángeles descendían del cielo para hablar con él. La oración de Jacob fue contestada en la maravillosa entrevista de Peniel, que dio por resultado tan gran bendición y el que se ablandara el corazón de su hermano Esaú; el niño Samuel nació como respuesta a la oración de Ana; la oración de Elías cerró los cielos durante tres años y seis meses, y cuando oró otra vez los cielos dieron lluvia.

El apóstol Santiago nos dice que el profeta Elías era un hombre «sometido a pasiones semejantes a las nuestras». Estoy agradecido de que estos hombres y mujeres que eran tan poderosos en oración fueran exactamente como nosotros. Corremos el peligro de pensar que estos grandes profetas y varones de antaño eran diferentes de nosotros. Sin duda, vivieron en una edad en que había menos conocimientos disponibles, pero estaban sometidos a pasiones semejantes a las nuestras.

Leemos que en otra ocasión Elías hizo descender fuego del cielo en el Monte Carmelo. Los profetas de Baal invocaron a su dios durante mucho tiempo, pero no hubo respuesta. El Dios de Elías escuchó y contestó su oración. Recordemos que el Dios de Elías vive todavía. El profeta fue transportado al cielo, pero su Dios todavía vive; y tenemos el mismo acceso ante Él que tenía Elías. Tenemos la misma autorización de ir a Dios y pedirle fuego del cielo que descienda y consuma nuestras pasiones y malos deseos; que queme nuestra paja y escoria y deje vislumbrar a Cristo en nosotros.

Eliseo predicó y resucitó un niño muerto. Muchos de nuestros hijos están muertos en sus delitos y peca-dos. Hagamos lo que hizo el profeta: pidamos a Dios que los resucite como respuesta a nuestras oraciones.

El rey Manasés era un hombre malvado y había hecho todo lo que había podido contra el Dios de sus padres; con todo, cuando invocó a Dios en Babilonia, su clamor fue oído y fue sacado de la prisión y puesto sobre el trono de Jerusalén. Sin duda, si Dios escuchó la oración del inicuo Manasés, oirá la nuestra en tiempos de aflicción. ¿No es éste un tiempo de aflicción para un gran número de nuestros prójimos? ¿No lo es para muchos, cuyos corazones están abrumados? Al ir al trono de la gracia recordemos que DIOS CONTESTA LA ORACIÓN.

Demos otra mirada, esta vez a Sansón. Sansón oró, y le fue devuelta la fuerza, de modo que al morir, él mismo causó la muerte de más filisteos que los que había matado durante su vida. Este hombre que se había vuelto atrás, este renegado, tuvo otra vez poder con Dios. Si aquellos que se han retractado quieren volver a Dios, verán que Dios contesta prontamente su oración.

Job oró, y fue restaurado. La luz substituyó a la oscuridad y Dios le devolvió su antigua prosperidad, en respuesta a la oración.

Daniel oró a Dios, y vino Gabriel para decirle que era un hombre amado sobremanera por Dios. El mensaje le llegó tres veces desde el cielo como respuesta a su oración. Le fueron comunicados los secretos del cielo, y se le dijo que el Hijo de Dios iba a ser inmolado por los pecados de su pueblo. Vemos también que Cornelio oró, y Pedro le fue enviado para darle un mensaje por medio del cual él y los suyos iban a ser salvos. Como respuesta a la oración le llegó esta gran bendición a él y a su familia. Pedro estaba en el terrado para orar por la tarde y tuvo esta maravillosa visión del lienzo que descendía del cielo. Fue cuando Cornelio hubo hecho oración sin cesar a Dios que el ángel fue enviado a Pedro.

De modo que en todas las Escrituras hallamos que siempre que la oración de fe llega a Dios, se le da una respuesta. Creo que sería muy interesante seguir a lo largo de la Biblia lo que ha ocurrido cada vez que un hijo de Dios se ha puesto de rodillas invocando su nombre. Sin duda, el estudio reforzaría nuestra fe en alto grado, mostrando cuán maravillosamente Dios ha escuchado y librado a aquellos que le han invocado pidiendo socorro.

Veamos a Pablo y a Silas en la cárcel de Filipos. Mientras cantan y oran, el lugar es sacudido por un temblor y el carcelero se convierte. Posiblemente esta conversión ha hecho más que ninguna otra de las que encontramos registrada en la Biblia para traer a la gente al Reino de Dios. ¡Cuántos han sido bendecidos al buscar respuesta a la pregunta: «¿Qué es menester que yo haga para ser salvo?»! Fue la oración de los dos piadosos varones la que puso al carcelero de rodillas, y le trajo la bendición para él y su familia.

Recordarás cómo Esteban, mientras estaba orando y mirando hacia arriba, vio los cielos abiertos y al Hijo del Hombre a la diestra de Dios; la luz del cielo resplandeció sobre él. Recuerda, también, cómo brilló el rostro de Moisés cuando descendió del monte; había estado en comunión con Dios, Él hace resplandecer su faz sobre nosotros; y en vez de ser nuestras caras sombrías, resplandecen, porque Dios ha escuchado y contestado nuestras oraciones.

Jesús, como Hombre de Oración

Quiero llamar la atención del lector de modo especial sobre Cristo como un ejemplo para nosotros en todas las cosas, pero de un modo especial en la oración. Leemos que Cristo oraba al Padre por todo. Toda gran crisis de su vida fue precedida por la oración. Dejadme citar unos pocos pasajes. Nunca noté hasta hace unos pocos años que Cristo estaba orando en su bautismo. Mientras oraba, los cielos se abrieron, y el Espíritu Santo descendió sobre Él. Otro gran acontecimiento de su vida fue la Transfiguración. «Y entretanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente» (Lucas 9:29).

En Lucas 6:12, leemos: «Aconteció en aquellos días que Él salió al monte a orar, y pasó la noche entera en oración a Dios». Éste es el único punto en que se nos dice que el Salvador pasó toda una noche en oración. ¿Qué iba a acontecer? Cuando descendió del monte reunió a sus discípulos y les predicó el gran mensaje conocido como el Sermón del Monte, el sermón más maravilloso que ha sido predicado a los mortales. Probablemente no hay otro sermón que haya hecho tanto bien, y fue precedido por una noche de oración. Si nuestros sermones han de alcanzar los corazones y las conciencias de la gente, hemos de estar en contacto con Dios en oración para que haya poder en la Palabra.

En el Evangelio de Juan leemos que Jesús, junto a la tumba de Lázaro, levantó sus ojos al cielo y dijo: «Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes, pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que Tú me has enviado» (Juan 11:41, 42). Antes de hablar y devolver la vida al muerto habló a su Padre. Si hemos de ver levantados a nuestros muertos espirituales, hemos de conseguir poder de Dios. La razón por la que fallamos en conmover a nuestros prójimos es que tratamos de ganarlos sin obtener poder de Dios antes. Jesús estaba en comunión con su Padre, de modo que podía estar seguro de que sus oraciones eran oídas.

Y leemos en Juan (12:27, 28) que nuestro Señor ora-ba al Padre. Creo que éste es uno de los capítulos más tristes de la Biblia. Estaba a punto de dejar a la nación judía y de hacer expiación por los pecados del mundo. Oigamos lo que dice: «Ahora está turbada mi alma, ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas, para esto he llegado a esta hora». Estaba ya casi bajo la sombra de la cruz; las iniquidades de la humanidad iban a ser puestas sobre Él; uno de los doce discípulos iba a negarle y a jurar que nunca le había conocido; otro le vendería por 30 monedas de plata; todos iban a abandonarle y huir. Su alma estaba afligida en extre-mo y por ello ora. Dios le contestó. Luego, en el huerto de Getsemaní, mientras oraba, un ángel apareció para fortalecerle. En respuesta a su clamor: «Padre, glorifica tu nombre», se oyó una voz del cielo que descendía desde la gloria: «Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez» (Juan 12:28).

Otra memorable oración de nuestro Señor tuvo lugar en el huerto de Getsemaní: «Y Él se apartó de ellos a una distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas, oraba» (Lucas 22:41). Quisiera llamar tu atención sobre el hecho de que cuatro veces llegó la respuesta del cielo directamente mientras el Salvador oraba a Dios. La primera vez fue con ocasión de su bautismo, cuando los cielos fueron abiertos y el Espíritu descendió sobre Él en respuesta a su oración. Luego, en el monte de la Transfiguración, Dios se le apareció y le habló. Luego, cuando los griegos fueron a Él deseando verle; y finalmente, cuando clamó al Padre en medio de su agonía recibió una respuesta directa. Estas cosas son registradas, sin la menor duda, para animarnos a orar.

Leemos que sus discípulos acudieron a Él y le dijeron: «Señor, enséñanos a orar». No se dice que les enseñara a predicar. He dicho más de una vez que me gustaría mucho más poder orar como Daniel que predicar como Gabriel. Si tienes amor en tu corazón de modo que la gracia de Dios pueda descender a con-testar tu oración, no tendrás dificultad para alcanzar a la gente. No es por medio de sermones elocuentes que las almas que perecen pueden ser alcanzadas; necesitamos el poder de Dios a fin de que pueda descender la bendición.

La oración que nuestro Señor enseñó a sus discípulos es comúnmente conocida como Padrenuestro. Y por otros como la Oración del Señor. Yo creo que la oración del Señor, propiamente, es la del capítulo 17 de Juan. Ésta es la oración más larga de Jesús de la que tenemos registro. Uno puede leerla lentamente y con cuidado en unos 4 o 5 minutos. Aquí podemos aprender una lección. Las oraciones del Maestro eran cortas cuando las ofrecía en público; cuando estaba a solas con Dios ya era otra cosa, y podía pasar toda una noche en comunión con su Padre. Según mi experiencia, los que pasan más tiempo en su cuarto en oración privada generalmente hacen oraciones cortas en público. Las oraciones largas en general no son oraciones y cansan a los demás. ¡Cuán corta fue la oración del publicano!: «Ten misericordia de mí, pecador!». La mujer sirofenicia hizo una oración más corta aún: «¡Señor, ayúdame!». Fue al blanco directamente, y consiguió lo que quería. La oración del ladrón en la cruz fue muy corta: «¡Acuérdate de mí cuando vinieres en tu reino!». La oración de Pedro fue: «¡Señor, sálvame que perezco!». De modo que puedes hojear las Escrituras y hallarás que las oraciones que trajeron respuestas inmediatas fueron generalmente breves. ¡Que nuestras oraciones vayan al grano, diciéndole a Dios lo que queremos!

En la oración de nuestro Señor, en Juan 17, hallamos que hizo siete requerimientos: uno para El mismo, cuatro para los discípulos que le rodeaban, y dos para los discípulos de épocas subsiguientes. Seis veces en esta oración repite que Dios le ha enviado. El mundo le miraba como un impostor; y Él quería que supieran que Dios le había enviado. Habló del mundo nueve veces, y hace mención de sus discípulos y de los que creen en Él cincuenta veces.

La última oración de Cristo en la cruz fue corta: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Creo que esta oración fue contestada. Vemos que allí mismo, ante la cruz, se convirtió un centurión romano. Era, probablemente, como respuesta a la oración del Salvador. La conversión del ladrón, creo, fue en respuesta a la oración de nuestro bendito Salvador. Saulo de Tarso oyó, sin duda, la oración de Esteban pidiendo misericordia por los que le apedreban. Las palabras que oyó, tan parecidas a las de Jesucristo en la cruz, puede que le siguieran hasta el camino de Damasco, donde el Señor se le apareció. Una cosa sabemos: en el día de Pentecostés algunos de los enemigos del Señor fueron convertidos. Sin duda, fue como respuesta a la oración: «Padre, perdónalos».

Los hombres de Dios son hombres de Oración

Señor qué gran cambio producirá en nosotros

el pasar una hora en tu presencia!

¡Qué cargas tan pesadas nos quitará del pecho!

¡Qué refrigerio, cual lluvia en verano!

Nos arrodillamos y alrededor todo baja;

Y nosotros subimos, y todo, cerca y lejos,

se destaca en el nítido horizonte;

¡Débiles al caer de rodillas; fuertes al levantarnos!

¿Por qué, pues, caminamos con los hombros caídos

abrumados de cuitas y problemas

cuando sería fácil obtener el remedio?

¿Por qué hemos de ser débiles o fríos,

angustiados, ansiosos, cuando orando

tendremos paz en Ti, gozo, fuerza y valor?

R. TRENCH