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Publicado por:

Nova Casa Editorial

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© 2016, Mariló Sanz Mora
© 2016, de esta edición:
Nova Casa Editorial

Editor

Joan Adell

Revisión
Abel Carretero Ernesto

Maquetación

Noemí Buesule

Portada

Vasco Lopez

Impresión

QP Print

Primera edición: Febrero del 2016


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)

Mariló Sanz Mora

Entre dos mundos

Dos culturas distintas luchando por la armonía.

Nova Casa Editorial

Si lo que vas a decir no es más bello que el silencio,

no lo digas..

(Proverbio árabe)

Dedicada a MªAmparo: compañera de viajes,

hermana y amiga.

El Inicio

Las 9 de la mañana y ya está importunando, se pasa el tiempo imponiendo y gritando. No sabe hacer otra cosa. ¡Pero qué remedio! Quien paga manda, y Pascual es quien dirige este engranaje. No sé qué querrá tan temprano. Seguro que lo encuentro malhumorado, como siempre. He de darme prisa porque quizás se enfurruñe, empiezan las palabras fuera de tono y acabemos con malas caras para el resto del día.

Pascual y yo no nos llevamos muy bien. Mejor dicho, a mí no me gusta él y yo le soy indiferente. Él manda, yo hago. Soy su criado y también el de todos los de la redacción. Hago fotocopias a los compañeros y busco en los archivos la información que necesitan para sus artículos.

A Pascual, además, le llevo adelante muchos asuntos de faldas que arrastra a escondidas. Algunas veces tengo que llamar a su mujer poniendo de excusa una ficticia reunión. De la misma forma, debo hacer llegar en su nombre flores a alguna de las amantes mientras pasa la tarde con otra. Quien paga manda. No me gusta hacer encargos patrañeros y clandestinos que, además, no tienen nada que ver con escribir. Más bien me molesta, pero como ocupo el escalafón más bajo lo he de soportar. Al menos es el consejo de todos. Sin embargo, yo quiero ser más que un simple mensajero o becario. Es un fastidio que no me deje escribir artículos de opinión o de investigación. Cada día le pido una oportunidad, solo unas pocas palabras en una columna del periódico o unas reseñas, aunque sean destinadas a la última página. Y siempre me contesta que no estoy preparado, que antes tengo que aprender mirando a los demás. Yo me obstino porque sé que me llegará el momento. No pierdo la esperanza y a menudo le dejo textos que me apetece escribir sobre la mesa del despacho. No sé si los lee o no, nunca me ha dicho nada. Estoy convencido de que puedo responsabilizarme de una sección del periódico y hacerlo casi mejor que algunos de los compañeros de redacción que me rodean. Resignación. Mientras me llega la deseada oportunidad, aquí estoy, sin dedicarme a lo que realmente quiero y sin poder cumplir el sueño de ver mis palabras impresas.

Caminando hacia el despacho imagino éxitos periodísticos. De pronto despierto, vuelvo a la realidad y me doy cuenta de que tengo que darme prisa. Estoy seguro de que está a punto de perder la paciencia. Este pasillo no se acaba nunca. Contabilizo diez puertas a la derecha y diez a la izquierda. Al final llego, llamo a la puerta suavemente con cierto temor y al abrir me sorprendo de lo que encuentro. Es un desconocido Pascual. Quien tengo delante muestra en la cara una inédita sonrisa de oreja a oreja que rara vez da a conocer. De verdad que me ha desconcertado, porque siempre demuestra un mal genio de mil demonios y hoy está contento.

***

Escucho su demanda y me quedo boquiabierto. Nada de llevarle café o desempolvar archivos, nada de engaños o ajustarle en la agenda una cita clandestina con alguna amante. No puedo creer lo que me está diciendo. ¡Por fin ha llegado el día deseado! Propone que le demuestre mi talento de investigador y de redactor del cual me pavoneo. ¡Voy a hacerme cargo de preparar y escribir un trabajo para el periódico! ¿Seguro? ¿Estoy soñando, como tantas otras veces? No puede ser cierto. Pronto despertaré y tendré que bajar de esta nube donde estoy ahora. Pero no, no es mi imaginación que se ha puesto en funcionamiento. Pascual me lo está repitiendo para corroborar que le estoy escuchando, y además me está diciendo que tanto tiempo esperando la oportunidad y ahora llegado el momento me estoy comportando como un incrédulo necio. Tiene toda la razón, es cierto.

Se trata de una iniciativa nueva. Pascual pretende sacar a la luz mensualmente, junto al periódico, una revista monotemática sobre un aspecto de actualidad. Tal vez sea una revista de dimensiones pequeñas, quizás termine siendo un dossier de tamaño similar al periódico, todavía no se sabe qué formato se le dará. La forma que adopte no es de mi competencia, a mí me toca preocuparme del contenido.

No sé ni por dónde voy a empezar en esta primera oportunidad caída del cielo. Siempre ofreciéndole una miseria de palabras para una corta columna y de pronto he de llenar todas las hojas de un suplemento. Sí, es cierto, como lo digo. No se trata de hacer solamente un artículo. Pascual quiere que la totalidad de los escritos los firme el mismo redactor; así se cercioran de que los textos forman un conjunto uniforme. Me ha propuesto un tema en concreto y carta blanca para tratarlo de la manera que estime más adecuada. Apenas entiendo cómo de la noche a la mañana se fía de mí para hacer una tarea de tal envergadura. Mi cara debe de haber mostrado el interrogante que tengo en la cabeza y mis inconscientes gestos faciales de incomprensión me han delatado, porque al momento, con tono de voz ceremonioso, me transmite una sentencia.

—Voy a darte una oportunidad —me ha dicho—, la que todos los días me estás pidiendo. Si no sacas nada en claro y no escribes alguna cosa que llegue a la gente volverás de nuevo al rincón de los archivos y de la fotocopiadora, donde te quedarás para no salir nunca más.

Mi cara ya no le demuestra incomprensión, ahora se ha vuelto blanca de pánico. ¡Qué responsabilidad! Mi futuro depende de la inventiva y la traza para escribir de las próximas semanas.

***

La idea de Pascual es mostrar la realidad de la manera de vivir de un extranjero asentado en España. Cada mes será de procedencia diferente. Como siempre, repito con resignación, él paga, él manda; sin embargo, debo admitir que en esta ocasión ha puesto el dedo en la llaga. Es un tema actual donde se debe investigar mucho. Y es que son tantos los que cada día vienen y se quedan... convivimos tanta diversidad de gente... No podemos dar la espalda a una evidencia. Me gusta la idea a pesar de no ser fácil y tener que ajustarme a unas condiciones. Una de ellas es que no tiene que ser un extranjero de cualquier país, debe ser obligatoriamente un argelino. Otra condición es que no me pagará gastos.

El tema es aparentemente complicado, también delicado por los tiempos intransigentes que corren. Tengo que profundizar en un país que desconozco totalmente, aunque me considero un trotamundos. Desde muy joven, mochila al hombro, he recorrido mil territorios, pero hay tanto para ver, para conocer, para saborear... que serían necesarias varias vidas para dar solamente un vistazo general. Y Pascual justo me está pidiendo que hable de Argelia, uno de los países que me faltan en mi bagaje viajero. Me viene a la memoria un día cuando me preguntó sobre los lugares que conocía, y ahora entiendo el motivo de aquella conversación. Creo que en el fondo Pascual quiere que fracase y que continúe en la sala de documentación. Podría haberme pedido los escritos sobre otro país del que podría hablar más fácilmente. Pero no, justo me exige que escriba sobre un extranjero procedente de un lugar no visitado y consecuentemente sin referencias vividas. Lo argumenta diciendo que Argelia es uno de los países más cercanos y más desconocidos para los españoles, y en esto le respaldo. Además, para apoyar la propuesta, añade que son muchos los que llegan cada día a nuestras tierras. También lo creo. Pero no dejo de pensar que podría haberme encargado otro país y que la única pretensión es comprobar hasta dónde puedo llegar. Haré frente a la situación. Lo tengo que sacar adelante sea como sea. Inspeccionaré los archivos que me son tan familiares y si es necesario desembolsaré el sueldo del mes visitando Argelia. Para empezar, me ha dado unas sugerencias para encarrilar mis pasos y plena libertad para enfocar el tema. Quiere que busque las raíces de un personaje anónimo, que compare sus dos maneras de vivir, la de antes en su país de nacimiento y la de ahora, exponiendo los problemas con los que se encontró al llegar y quizás continúa teniendo. Mi cabeza procesa la demanda. Pienso que Pascual quiere como una biografía de alguien que vive entre dos mundos. El desconocido locuaz Pascual me detalla el proyecto. Después de Argelia quiere seguir con Ecuador y otras zonas del centro y sur de América, para luego continuar con los Países del este y Asia. Incluso, dice, podría hablarse de los alemanes e ingleses que fijan la residencia en España.

Me ha hecho saber que otro compañero de oficina está indagando sobre la emigración procedente de Ecuador por si mi trabajo no le gusta. Es normal que Pascual tenga reticencias y dudas sobre qué haré, por lo que entiendo que se asegure un dosier sobre la mesa. No me quiero abrumar. Sé que es mi oportunidad y voy a poner el alma en ello. No tengo que perder ni un minuto, porque otra de las condiciones es que en el plazo de una semana le he de presentar ideas y estrategias para llevarlo adelante.

***

La semana me está pasando frenéticamente porque no he dejado de lado las tareas rutinarias que me ocupan cada día en la sala de documentación y fotocopias, y al mismo tiempo estoy centrado en la reunión con Pascual donde tengo que demostrar mi validez. Me doy cuenta de que me ha observado paso a paso, día a día, desde el instante del encargo. Sé que le gustó cuando al día siguiente de proponerme el trabajo telefoneé a la embajada de Argelia para buscar el protagonista de los artículos. Le sorprendió que, en solo dos días, tuviera en sus manos un listado de argelinos residentes en España. Al tercer día se quedó boquiabierto al ver que ya había hecho una selección de nombres atendiendo a la individualidad y las circunstancias que los rodeaban. Y más atónito aún se muestra en estos momentos al saber que, antes del plazo de la semana, ya he hecho la elección del personaje y ya estoy dispuesto a detallarle el planteamiento que voy a seguir.

Hamid Assil fue el primer argelino con el que me puse en contacto y desde el primer momento supe que sería quien marcaría mi destino. Muchas circunstancias favorecían su elección. Fue determinante que viviera en la provincia de Valencia, también la fuerte personalidad que se desprendía de las palabras que salían de su boca y, sobre todo, la buena predisposición a colaborar en un proyecto que le resultó muy interesante. Es cierto que Hamid tenía mucho que decir, estaba dispuesto a hacerlo y no tenía ningún inconveniente en mostrar su vida. Del resultado final dependía que yo tuviera un asiento en las oficinas y un lugar dentro del periódico.

***

He trabajado duro y rápido. Han pasado los siete días fijados de plazo. Estoy enorgullecido. Tengo claras las líneas a seguir y las diligencias que quiero hacer. Paso a paso se lo he explicado a un Pascual impresionado ya previamente por todo lo que me ha visto hacer a lo largo de la semana.

Los numerosos gestos inconscientemente dibujados en su cara mientras yo hablaba han delatado todo lo que no ha osado decir en un principio. Pero a pesar del mutismo inicial, poco a poco he notado cómo se quedaba boquiabierto mientras me escuchaba. Está contento, ya no le noto la cara de enojo, ya no me da gritos para hablarme. Por primera vez me trata como un periodista y confía en mis posibilidades. Así que, cuando ha terminado de escuchar toda la detallada explicación que le tenía preparada, Pascual no ha tenido más remedio que darme la enhorabuena por la rapidez y eficacia como he actuado.

PARTE I

1

Soy Mariona Rausell, la Mariona, como se me conoce por este rincón donde el devenir de la vida me ha traído. Mariona es mi nombre y también mi apodo. En el pueblo donde vivo todos tenemos, unos son más acertados que otros, algunos son más graciosos y también los hay que no lo son tanto. También tengo uno en la aldea de la provincia de Lleida donde nací, pero la gente que me rodea en estos momentos no lo sabe. En mi pueblo natal me conocen por la Blanca, heredado de mi madre, que tiene la piel como el jazmín. Cuando llegué, hace unos quince años, como era la única del pueblo con el nombre de Mariona, no hizo falta inventar mucho, el nombre propio fue suficiente para identificarme, primero a mí, luego a mi familia. Mis hijos son conocidos por las personas mayores como los hijos de Mariona y también como los hijos del argelino.

¿Tengo razón, hijos? A menudo lo habéis respondido a la gente del pueblo, sobre todo a quienes no os conocían y, curiosos, querían saber quién andaba por las calles. Toda esta avalancha de ideas que he empezado a ordenar es por vosotros. Quiero que quede claro que sois los herederos de cada uno de los pensamientos que a partir de este momento exprese, sois los guardianes del resultado final de esta tarea iniciada en el día de hoy y que con seguridad tardaré en completar. Sin embargo, también quisiera que este compendio de pensamientos llegara a más gente. Me gustaría que nuestra vida entre dos realidades fuera testigo para otros, lo que me obligará, en ocasiones, a dejar de hablaros directamente y dirigirme a todos en general. Sé que lo entenderéis y que llegado el momento sabréis cómo actuar para hacerlo posible.

Sí, en voz alta y con orgullo digo, para que lo sepan los desconocidos a quienes les puedan llegar estas palabras, que mi marido procede de Argelia. Y además proclamo a los cuatro vientos, aunque les extrañe a algunos, que una pareja como la nuestra funciona. Y digo extraño porque es lo que a menudo escuchamos a nuestro paso. Qué pareja más extraña, él moro con la piel tan oscura y ella tan rubia y blanca.

¿Extraña? Que digan lo que quieran. No son los del pueblo de acogida los que nos critican, es la gente de fuera quien juzga sin saber. Aquí todo el mundo sabe que Hamid es valenciano, hijo de emigrantes argelinos, pero lleva el valle que nos rodea en las venas. Desde los cinco años viviendo en el pueblo, ya es uno de tantos.

Conocí a Hamid en Barcelona, donde, con mis padres, me había trasladado a vivir procedente del lugar donde nací, un pequeño pueblo leridano sin perspectiva de futuro. Desde el primer momento sentí por él una fuerte atracción. Sensación rápida que llegó de manera inexplicable y que hacía tiempo no había experimentado. Y es que mi vida amorosa había ido de desastre en desastre y ponía poco esfuerzo para iniciar una nueva relación. Pero como se suele decir, y a veces es cierto, estas cosas son imprevisibles.

Tenía dieciocho años cuando lo vi por primera vez, los mismos que yo. Estaba de pie apoyado en la barra del bar del hotel donde me había reunido con el grupo de amigos. Era un lugar pequeño, agradable y acogedor, donde se podía disfrutar de la tranquilidad para poder conversar. A menudo el grupo de amigos quedábamos allí para reunirnos e irnos luego a cenar. En la distancia lo observaba, parecía dubitativo y con la cabeza enfrascada en algún asunto. Iba bien vestido y bien peinado. Tenía un papel entre manos. Mi cabeza empezó a intentar adivinar qué podía ser. La conversación de mis amigos se había vuelto aburrida y no pude evitar la tentación de imaginar historias sobre aquel individuo. Lo hacía a menudo, miraba a la gente e inventaba un pasado, un presente y un futuro, forjaba una vida y, sin importarme si me equivocaba o no, me quedaba con ella. Nunca intentaba saber la realidad, ¿de qué serviría? Era un juego al que mi a veces desbordada inventiva jugaba creando vidas de ficción, algunas trágicas, otras misteriosas, otras de delito. Pero con ese individuo el juego empezaba a ser diferente, imaginaba, pero me apetecía saber si acertaba.

Por la buena presencia física pensé, en un principio, que sería algún rico árabe procedente de algún lugar petrolífero, de negocios por Cataluña. Imaginaba que en su país llevaría una vida de lujo, viviría rodeado de sus mujeres, en un palacio decorado con oro. Pero no, era demasiado joven. Esta opción no podía ser la correcta.

Tal vez sería el hijo mayor del rico árabe, heredero de la fortuna... No. Al momento recapacité y puse en duda mis pensamientos, porque en las películas, fuente de mi sabiduría sobre el tema, todos los magnates del petróleo procedentes de aquellos parajes tan lejanos llevaban la vestimenta propia de su país, unas chilabas blancas y limpias, largas hasta los pies, y sin embargo el joven que tenía delante iba vestido a la manera occidental. Veía demasiado cine... Estaba claro que siguiendo esta vía no iba por el buen camino en las especulaciones.

En estos momentos me doy cuenta de las ideas tan tópicas que configuraban mi realidad que erróneamente creía verdadera. Pero esto es ahora, han tenido que pasar años para ser consciente de mi error. Entonces vivía cargada de estereotipos, y como no sabía más... y me apetecía... seguí especulando.

También tenía pinta de comercial. Era la típica figura del joven aparentemente con buenos modales, vestido con chaqueta americana y camisa planchada de forma impecable, corbata perfectamente colocada y calzado reluciente, como los que van de casa en casa intentando vender sus productos. El aburrimiento había puesto en marcha mi cabeza y no había manera de detenerla. Sin embargo, al analizar la nueva opción imaginada, la descarté automáticamente. Era imposible. Generalmente las empresas quieren caras occidentales para hacer ventas de cara al público. La sociedad es como es, todo el mundo somos como somos, y si ya de por sí cerramos las puertas a los insistentes vendedores, con más motivo se hace si quien llama a la puerta de casa con un maletín repleto de novedades vendibles es un árabe.

Descartada esta posibilidad, tenía que seguir considerando otras nuevas. Ya no sabía qué pensar. De repente una luz se iluminó en mi cerebro para hacerme ver que ni vendedor ni dueño de petróleo, lo más probable era que fuera un empresario emprendedor intentando abrir mercado en Cataluña. Venían muchos extranjeros por ese motivo a la ciudad condal, de modo que era una posibilidad factible. De nuevo, la intuición me hizo apreciar que era demasiado joven para dirigir cualquier cosa. Más que dirigir empresas, estaba en edad que le dirigieran. Tuve que descartar la idea.

I de nuevo, involuntariamente, me vino a la cabeza otra hipótesis. Podría ser un estudiante universitario, o quizá recién licenciado, que había venido a algún congreso internacional. Tal vez, de todo aquello que mi ociosa imaginación había inventado eso era lo más acertado. No sería la primera vez que en ese hotel se celebraban reuniones de ese tipo. Encima de la barra del bar había un periódico. Se lo pedí al camarero, convencida de que iba a encontrar en la sección local la noticia que me sacaría de dudas. Recuerdo que un año antes había sabido que el hotel estaba lleno de arquitectos, mirando el apartado llamado agenda de las páginas finales. Era lo único que leía. Y lo recuerdo claramente porque conocí a uno de aquellos estudiantes de arquitectura que se pasaba el día escuchando charlas, unas más interesantes que otras, según sus palabras, y por las tardes quería olvidar todo cuanto había escuchado. Yo era muy joven. El grupo de amigas considerábamos un juego ir para ver tantos chicos reunidos. Estuve charlando con el estudiante tres tardes. Fue un visto y no visto, nada mirándolo desde la perspectiva actual y mucho desde la mirada de adolescente inexperta e inocente que quiere pasar por adulta. Cuando acabó el congreso no supe más de él, aunque tampoco lo eché de menos.

La opción del congreso tampoco era la acertada. El camarero de la barra me lo corroboró. En esta semana no tenían ni conferenciantes ni asistentes, ni de España ni del extranjero. De nuevo la imaginación me fallaba. Lo cierto es que no había caído en un detalle. Estaba perdiendo facultades imaginativas al no darme cuenta de que normalmente los congresistas continuaban la tertulia juntos después de la jornada de conferencias, yo misma lo había presenciado en otras ocasiones y en el mismo hotel, y este no era el caso. Ya no sabía qué pensar, y lo peor era que me estaba obsesionando.

Mientras estaba ocupada con todos estos asuntos, el joven causante de mis delirios, lejos de saber qué rondaba por mi cabeza, estaba en la barra del bar enfrascado con el pequeño papel que también me tenía intrigada. ¿Cómo no? Todo él era un misterio por resolver. De reojo, intentando que no se diera cuenta de mi persistencia por saber, cada vez más fuerte, observé cómo se dirigía al camarero. ¿Iría a pagar? ¡Qué pena!, pensé. ¡Se iba y no sabría más sobre él!

No, no pagaba, ¿qué hacía? No le daba dinero al camarero, le hablaba. ¿Qué le estaría diciendo? ¿Qué lengua emplearía? De nuevo la guionista de películas empezó a trabajar. A pesar de los años, recuerdo haber pensado que el papel podría ser un listado de vocabulario básico de español o tal vez de catalán.

¡Qué curiosidad! Estaba abrumada, hacía tiempo que no me cautivaba un desconocido. Tenía que conocerlo, lo necesitaba. Me urgía saber su realidad, no me conformaba con especulaciones. ¿Por qué? No lo sé, son cosas del destino.

Primera

Argel, enero de 1986

En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso.

Querido hijo Hamid:

Espero que continúes bien, hace poco que nos hemos visto a pesar de parecer una eternidad. Tus hermanos pequeños y tu madre te saludan. Voy a empezar con la carta de enero.

Como acordamos, para que no olvides quién eres y de dónde vienes, cada mes de este primer año de separación, yo seré los ojos que te harán conocer este país que tu madre y yo hemos reencontrado tras diez años de ausencia. Mi padre, tu abuelo Rachid, que Alá lo tenga con él, de quien estoy seguro guardas pocos, pero intensos, recuerdos, conservó y leyó a menudo las cartas enviadas cuando empezamos nuestra aventura en España hace diez años. Fueron cartas escritas desde el corazón, mezcla de añoranza e ilusión, en total doce, una enviada cada mes del año. Luego enviamos más, pero esporádicas. Las doce cartas eran como una donación testamentaria con la intención de reunir las primeras sensaciones de un lugar, las emociones sentidas al primer impacto, o los primeros doce impactos, sería más correcto decir.

Así, mi padre y mi madre podían conocer España, el país que en esos momentos empezaba a ser un poco nuestro. También las cartas eran una manera de hablar en la distancia. Yo quería que ambos entendieran cómo era el nuevo lugar donde vivía, que fueran partícipes de mis nuevas experiencias. Y lo conseguí porque gracias a las cartas los abuelos Rachid y Sara fueron cambiando su manera de pensar y su actitud, y además se estableció un vínculo muy fuerte e íntimo entre mi padre y yo. Desgraciadamente, de todo el fajo de aquellas cartas guardadas con recelo, ahora poco queda. Después del incendio y de la tragedia casi nada se salvó de las llamas, solamente una de las cartas que en esos momentos no estaba con las otras, también un reloj y unos pocos libros. Una chispa de un cortocircuito alimentada por una ráfaga de viento y un puñado de maderas viejas y carcomidas fueron el inicio del desastre, luego el fuego llegó a unas bombonas de gas y se escuchó la explosión. Es lo único que he podido saber, por ahora. Mi padre y mi abuelo Mohand, que pasaba una temporada en el pueblo, dormían tranquilamente y así se quedaron para siempre. Mi madre, la abuela Sara, afortunadamente no estaba durmiendo y salió bien parada, pero con la imagen de la muerte en su mente y la impotencia de no poder hacer nada. En este momento ya no puedo seguir escribiendo, las lágrimas borran las letras. Otro día seguiré.

Estas palabras mensuales que se inician en esta primera carta de la serie pretenden ser mi herencia para ti y para los nietos que espero algún día me brindes la satisfacción de darme. Pretenden hacerte conocer el país que no te dio tiempo de saborear a lo largo de los cinco años que disfrutaste de él, simplemente porque poco saliste del pequeño pueblo donde naciste. Estoy seguro de que a lo largo de los doce meses te repetiré cosas que sabes, bien porque lo recuerdas o porque lo hablamos en España. No importa, estas cartas tienen la misión de ser un legado y quiero que quede constancia de todo. A veces pensamos, tu madre y yo, que ya no te volveremos a ver, que el mundo occidental tan atrayente y persuasivo te mantendrá entre sus brazos y que poco a poco te alejará de nosotros y de tus raíces. A veces soñamos despiertos con la idea de que te casaras con una chica de las nuestras. Tú ya sabes lo que quiero decir, una de aquí. El sueño solo es el reflejo de un inocente egoísmo, porque sería la manera de tenerte siempre a nuestro lado. Aun así, ya sabemos que harás lo que creas correcto, y de la misma manera que aceptamos tu decisión de quedarte en España aceptaremos el destino que te vayas marcando. Ha sido duro dejarte en España, para nosotros todavía eres un niño. Siempre te consideraremos nuestro niño a pesar de ser tan sensato, responsable y tener las ideas claras. Y lo seguirás siendo dentro de diez y veinte años. Nos quedamos tranquilos porque en casa estarás con Alí, nuestro querido amigo marroquí Alí, quien con agrado ha aceptado el encargo de cuidarte. Fue una suerte encontrar a Alí, amigo nuestro y amigo tuyo, un puente entre dos generaciones. Todavía recuerdo la cara de alegría al decirle que viniera a vivir a casa. Confiamos en él solo con verle. Además de amigo, ha sido como un hijo para nosotros, como un hermano mayor para ti. Es un buen muchacho. Ha hecho de todo y por todos y lo más importante es ser un buen ejemplo para ti.

Aún eres joven para buscar una chica y casarte, pero no tardes, es bueno estar acompañado de una mujer. Las mujeres aportan sensatez, aunque sabemos que de cordura y responsabilidad no te falta. Tu madre y yo estamos juntos desde los dieciocho años. Y ya sabes que el nuestro fue un matrimonio dispuesto previamente por nuestros padres, tus abuelos. La mayoría de las parejas de entonces eran concertadas, como la nuestra, y sin casi conocernos empezábamos la convivencia. Al final, la vida en común que hemos compartido ha ido bien. Lo has visto día a día, pero nunca te hemos contado qué pensábamos de nuestro destino marcado. ¡Cuántas cosas he callado...! A tu madre no le gustaban las normas que sus padres le marcaban, normas muy diferentes de las que regían las vidas de sus hermanos. Se resignó cuando le mandaron casarse con un desconocido. Hubiera preferido escoger ella, pero no podía desobedecer la autoridad paterna. Al final, una vez casados, tu madre, quien rara vez se ha comportado de manera callada y sumisa, consiguió cambiar alguna parte errónea de mi pensamiento, y en estos momentos, cuando demuestra saber qué quiere y esa decisión frente a todo es lo que más me gusta de ella. Me apura hablar de estas intimidades contigo. Son cosas personales de las que nunca te he dicho nada. Pero es fácil expresarse teniendo un papel de por medio. Me va bien contarlo. Siempre me ha gustado escribir más que hablar. Tal vez a lo largo de los doce meses deje escribir al corazón y llegues a conocerme. Me gustaría. Yo no conseguí conocer de verdad a mi padre, nunca sabía qué pensaba, y me duele. Su afán era marcar unas normas preestablecidas que continuamente nos recordaba a todos. Hasta los dieciocho años estuve bajo su protección y mirada negra, bajo sus dictámenes, algunos con razón de ser, otros no. El último mandato fue el casamiento con tu madre que yo tampoco había escogido y tenía que cumplir.

Afortunadamente, tu madre y yo nos comprendimos y compartíamos el desacuerdo con esas normas dictatoriales de la sociedad patriarcal que no pedía opinión. Tu madre se casó por huir, arriesgándose a caer en un pozo peor, y yo también necesitaba separarme de unas alas protectoras que me cubrían y me angustiaban porque me imponían cómo debía ser mi futuro. A mí no me gustaba cómo esas alas nos sobrevolaban sin cuestionarse nada y a veces incluso tenían un comportamiento injusto. Tu madre y yo nos casamos y estuvimos los primeros diez años de convivencia viviendo en un mundo propio y diferente al que nos rodeaba, un mundo creado de puertas adentro de casa. Los primeros años, lo reconozco, costó pasarlos porque teníamos que adaptarnos el uno al otro. Ambos habíamos vivido de manera distinta y teníamos maneras de pensar que en ocasiones contrastaban. Pero cuando llegaste a este mundo todo fue diferente. Desde el momento en que te cogimos en brazos se acabaron las dudas, ya supimos con certeza lo que queríamos y lo que pensábamos. Mirando cómo tus ojos nos miraban adivinamos cómo teníamos que encarrilar tus pasos. A partir de ese momento ya no nos importaron las opiniones críticas, nosotros tres ya éramos una familia. No sé qué recuerdos puedes guardar en la memoria de tus primeros cinco años viviendo en el pueblo, posiblemente pocos. Seguramente no te diste cuenta de cómo nos creamos una burbuja para protegernos y cómo nos mantenía aislados a lo que decía la gente ajena. Tal vez recuerdas cuando tu madre demostraba una fuerte personalidad y dejaba oír su voz. Te puedo asegurar, y esto no te lo he querido decir nunca, que este carácter no gustaba ni al resto de mujeres ni a los hombres. Todo el mundo opinaba que debía callar y que estaba obligada a esperar que yo tomara las decisiones. Pero a mí me gustaba que hablara y pensara. Y así, compartiendo los días con la familia del pueblo, pero intentando permanecer separados de su influjo, estuvimos hasta el traslado a España. Venerado sea el momento cuando nos salió la oportunidad de separarnos por un tiempo de unas ideas que no nos gustaban. Loados sean los años viviendo fuera, en los que en nuestras mentes creamos la Argelia deseada. Por eso no te hablamos de los aspectos negativos del país. Queríamos vivir al máximo la nueva vida y no entraba en nuestros planes recordar las razones por las que nos habíamos ido. Quizás actuamos incorrectamente. Si es así creo que estamos a tiempo de poner remedio. En estos momentos me veo obligado a sacar a la luz todo lo que entonces me callé por egoísmo.

Tu madre, viviendo en Argelia con limitaciones por ser mujer, encontró este cambio de aires una buena noticia. España pronto iba a iniciar una nueva etapa política, que daban por seguro beneficiaría a todos. Y así fue. Al llegar se encontró con un mundo que le ofrecía unas libertades personales que en Argelia no hubiera ni soñado.

Ahora, cuando hemos vuelto a nuestro mundo de origen, he encontrado un país con intentos de modernidad, pero la tradición está muy arraigada. Tu madre también lo ve. Noto muchas diferencias respecto a España y me cuesta a veces entender algún comportamiento de mis paisanos. La decisión está tomada, hemos decidido volver y aquí estamos de nuevo, pase lo que pase. Fue una decisión hecha a conciencia, meditada, consentida. Después del accidente, lo tuve más claro porque me sentía en la obligación de estar cerca de la madre que me había criado y así poder ayudarla a superar la tragedia del incendio. Después de diez años, a pesar de ser felices entre los españoles, ya pensábamos en el retorno. Los años pasan y la añoranza por la tierra lactada cada vez era mayor. Al Dios que nos une le pido que también te atrape la añoranza por los tuyos y no te aleje demasiado tiempo de nosotros.

Ya te he dicho que no vamos a vivir donde está la familia porque definitivamente la central del nuevo trabajo de tu padre está en Argel. Y es el lugar desde donde salen los camiones de transporte. Y me alegro. Nos alegramos los dos, tu madre y yo, que sea así. En la capital se respira un poco más de modernidad y avance que en las zonas rurales. Sin embargo, ha surgido un inconveniente. Ahora le pido a tu abuela Sara que viva con nosotros en la capital y se niega, diciendo que quiere seguir viviendo en el pueblo con su hermano Abdallah. Me hubiera gustado tenerla en todo momento a mi lado. pero no puedo hacer nada. Me queda el consuelo de poder visitarla a menudo.

Y respecto a tu trabajo y futuro, tienes que seguir estudiando como lo hace Alí. Él será informático, no sabemos muy bien qué es, pero asegura que es la profesión del futuro. Si lo dice, será cierto. Nos dices que lo tienes claro, pero no te precipites, hay tiempo para decidirte. También he de decir que me gusta la perspectiva que te has propuesto. Yo tuve que luchar con mi padre para hacer unos estudios y conseguir un título. El título no lo he utilizado nunca, ni cuando era joven ni de mayor, ni en un país ni en otro. Pero los estudios me despertaron un gusto por leer y escribir y un deseo constante de observar y analizar lo que me rodea. Es lo que me gustaría que consiguieras también.

Estoy contento con el oficio actual. Toda tarea es importante y doy gracias a Alá por el trabajo de cada día, pido que no te falte nunca. Tienes que estudiar, España no es Argelia. Todos los jóvenes estudian y en las empresas cogen a los mejores. Tu madre y yo te hemos procurado una buena educación que esperamos te llevará por el buen camino. Confiamos en Alá.

Podría escribirte utilizando el castellano con incorrecciones que he llegado a hablar en España y no perder así la lengua practicada durante diez años, pero he pensado que es mejor escribir en árabe. A mí el español ya no me hace mucha falta. Además, quiero que mantengas viva la lengua con la que nacimos; que no la olvides. Mientras vivíamos juntos, hablabas en árabe a la vez que te enseñaba el castellano y después el valenciano. Pero ahora que no estamos contigo, ¿con quién lo practicarás? Con Alí hablábamos en francés... Si consiguieras ese trabajo de traductor de árabe que quieres buscar... Con las cartas recordarás la lengua de los tuyos y al mismo tiempo te encontrarás con el país de nacimiento.

Al llegar a Argelia, la primera visión del país fue desde el mar, el puerto de Orán, ciudad que tal vez es la que más recuerdas porque es la más cercana a nuestro pueblo y es el lugar donde íbamos a menudo a pie por caminos intransitables. Era y sigue siendo una ciudad grande, enorme, importante. Al desembarcar del buque y antes de coger un autobús, tu madre, tus hermanos y yo permanecimos allí unas horas. Los pequeños decían que parecía Valencia, y no iban desencaminados. Encontré una ciudad más moderna que cuando la dejamos diez años atrás, con un ambiente casi más español que árabe, con mucha animación y bullicio. De lejos se veía el castillo nuevo, ya sabes, la ciudadela construida por los españoles. También la gran mezquita de Pachá se mantiene perenne en el barrio español, construida para conmemorar la expulsión de estos de Argelia. Me entristece pensar que no solo te he alejado del país de nacimiento, también de su historia. Ahora veo que poniendo tanto ahínco para que conocieras el lugar donde vivías y crecías tu madre y yo nos olvidamos de hablarte de dónde venías. Hemos subido al minarete de la mezquita. No sé si recordarás la fabulosa vista que había. Recuerdo que cada vez que íbamos a Orán siempre querías subir y con curiosidad nos preguntabas qué había más allá del mar.

Cogimos el autobús hacia Argel, pero antes hicimos una parada en el pueblo para visitar a la familia. Como si el tiempo no pasara para ellos, siguen igual, con las mismas ideas y tradiciones, con los mismos intereses y obsesiones. La familia es grande y no todos vieron con buenos ojos nuestra marcha a España. Algunos me consideran un traidor de Alá y de sus creencias. Hay quien dice que escapé para esconder la falta de sumisión de tu madre. Otros afirman que quería renegar de Alá. Nada más lejos de la realidad. Me fui, nos fuimos, para huir temporalmente de unas ideas en las que no creíamos y que queríamos contrastar con otras diferentes. Nos fuimos de manera voluntaria y hemos vuelto felices con la experiencia de convivir con otra mentalidad. Creo, estoy convencido, que ahora somos más fuertes y podemos hacer frente a todo.

Me gustaría tanto saber qué piensas de todo lo que has ido descubriendo hoy. Nunca te hablamos de sufrimiento ni de represiones, ni de injusticias ni de angustias, tampoco de la mentalidad atrasada de nuestro pueblo ni de la familia censuradora a la que pertenecemos. En estas cartas irás descubriendo la Argelia que a veces no resulta tan idílica como quisiéramos y de la que nunca te he contado nada. Si crees que hicimos mal callando parte de la realidad, perdona. Actuamos de manera inconsciente, ahora nos hemos dado cuenta, ahora nos arrepentimos. Perdona nuevamente.

Finalizo ya esta carta, este largo despliegue de pensamientos y sentimientos que nunca había tenido la valentía de contarte cara a cara y que formará parte de un legado para ti y para los futuros que serán tuyos. La carta de febrero te mostrará otra porción de país y otro trozo de mi corazón, te desvelará otros secretos no confesados.

Mientras la esperas, recuerda que no estamos lejos y que si quieres escuchar nuestra voz solo debes desplegar estos papeles y leerlos de nuevo.

Saludos a Alí y un abrazo muy fuerte de tus hermanos pequeños y de tu madre, que a pesar de hacerse la valiente, desde principios del pasado diciembre cuando nos despedimos de ti y de España, tiene una herida en el alma por no verte y no estar junto a ti.

Hassan